La geopolítica crítica anglosajona y sus críticos: un debate teórico que aporta al análisis en política mundial

The Anglo-Saxon Critical Geopolitics and Its Critics. A Theoretical Debate that Contributes to the Analysis in World Politics

Fernando Estenssoro
Universidad de Santiago de Chile, Chile
José Orellana
Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Chile

La geopolítica crítica anglosajona y sus críticos: un debate teórico que aporta al análisis en política mundial

Estudios Avanzados, núm. 35, pp. 55-67, 2021

Universidad de Santiago de Chile

Recepción: 10 Marzo 2021

Aprobación: 29 Noviembre 2021

Resumen: El presente es un artículo teórico que expone en qué consiste y cuáles son las propuestas principales de la denominada geopolítica crítica, así como cuáles son las principales apreciaciones al respecto desde la geopolítica clásica y neoclásica. En tal sentido, señalamos que la propuesta de geopolítica crítica, realizada por un grupo de geógrafos políticos anglosajones, se ha traducido en un importante estímulo al debate epistemológico en geografía política, así como también en otras disciplinas que estudian la política mundial, tales como la Ciencia Política y las Relaciones Internacionales, entre otras. Dicho debate ha ocurrido principalmente —si bien no únicamente— en la academia anglosajona, siendo menos desarrollado y conocido en la academia latinoamericana. Asimismo, contextualizamos este debate en el desarrollo histórico de la geografía política como disciplina académica.

Palabras clave: geografía política, geopolítica, geopolítica crítica, epistemología, espacio geográfico, política.

Abstract: This is a theoretical article that exposes the meaning and the main proposals of the so-called critical geopolitics, as well as which are the main criticisms that have arisen from classical and neo-classical geopolitics. In this sense, it is pointed out that the critical geopolitics proposal, made by a group of Anglo-Saxon political geographers, has resulted in an important stimulus to the epistemological debate in Political Geography, as well as in other disciplines that study world politics, such as Political Science and International Relations, among others. This debate has occurred, mainly (although not only) in the Anglo-Saxon academy, being less developed and known in the Latin American academy. Likewise, this debate is contextualized in the historical development of political geography as an academic discipline.

Keywords: political geography, geopolitics, critical geopolitics, epistemology, geographic space, politics.

La geopolítica crítica anglosajona y sus críticos: un debate teórico que aporta al análisis en política mundial[1]

Introducción

El presente artículo es resultado de una investigación sobre aspectos relativos al desarrollo del debate teórico y epistemológico en geografía política, ocurridos fundamentalmente en la geografía académica anglosajona. Específicamente, profundiza sobre los postulados de la denominada geopolítica crítica, surgida a fines de la década de los 80 del siglo pasado e indagada en el transcurso de la última década del siglo XX y la primera del siglo XXI, como propuesta de un grupo de geógrafos políticos anglosajones que asumieron la perspectiva epistemológica posmoderna y posestructuralista para replantearse los estudios en geografía política (Dodds et al., 2016). A su vez, señalamos las principales críticas efectuadas por geopolíticos clásicos y neoclásicos a esta geopolítica crítica anglosajona de raíz posmoderna.

Los planteamientos de aquellos geógrafos que proponen la geopolítica crítica han tenido una importante aceptación, al punto que se ha señalado que, para la segunda década del presente siglo XXI, esta será la corriente dominante en las escuelas de geografía por lo menos en Estados Unidos (Haverluk et al., 2014. Pero, por otra parte, también estimula una importante respuesta por parte de los denominados geógrafos políticos clásicos o neoclásicos, quienes realizan importantes críticas a sus propuestas teóricas (Owens, 2015). De esta forma, se produce un interesante desarrollo del debate teórico y epistemológico en geografía política que enriquece el acervo analítico no solo en geografía política sino, además, en otras disciplinas afines que estudian el fenómeno de la política mundial y las relaciones internacionales.

Sin embargo, este es un debate que ha transcurrido fundamentalmente en la geografía académica estadounidense y europea, siendo bastante menos desarrollado en América Latina en general. Al respecto, para el caso latinoamericano destaca el primigenio trabajo de Jaime Preciado y Pablo Uc, “La construcción de una geopolítica crítica desde América Latina y el Caribe. Hacia una agenda de investigación regional” (Preciado y Uc, 2010) quienes, a comienzos de la segunda década de los dos mil señalan la necesidad de implementar agendas de investigación acordes a esta perspectiva. Igualmente, sobresale la obra de Lester Cabrera con sus artículos “Geopolítica en América del Sur: desde la militarización de la disciplina a la necesidad del debate académico” (Cabrera, 2017), “Una discusión disciplinaria y epistemológica de la geopolítica y su aplicación al caso suramericano” (Cabrera, 2019) y “Geopolítica crítica: alcances, límites y aportes para los estudios internacionales en Sudamérica” (Cabrera, 2020). También se debe mencionar la obra de Juan Eduardo Mendoza, Razonamiento geopolítico (Mendoza, 2017), en donde aborda esta geopolítica crítica. Y, finalmente, se debe apuntar el libro editado por Guisela da Silva Guevara, Geopolítica latinoamericana: mirando desde el sur (da Silva, 2020), en donde diversos autores —Fernando Villamizar, María del Pilar Ostos, Rogelio Sánchez, Bernardo Salgado y la propia Gisela da Silva— relevan la importancia de la utilización del enfoque de la geopolítica crítica para los análisis geopolíticos latinoamericanos en el presente siglo XXI. Sin embargo, varios de estos autores señalan que aún es bajo y relativamente incipiente el conocimiento y desarrollo de esta perspectiva teórica en los estudios y análisis geopolíticos y de política mundial en la academia latinoamericana.

Considerando dicha situación es que con el presente artículo se busca aportar al aumento de la masa crítica reflexiva relativa al aporte epistemológico que esta perspectiva propone y los debates que está generando. Se trata de un estudio de carácter teórico focalizado en la propuesta realizada por la denominada geopolítica crítica.

La estructura de este artículo consiste en un primer acápite donde se expone sucintamente la evolución epistemológica de la geografía política y su derivación en geopolítica con el fin de contextualizar el debate teórico en la disciplina y el lugar que viene a jugar la geopolítica crítica en ella. En el segundo apartado exponemos qué se entiende y qué propone la geopolítica crítica, y finalmente en el tercero se exponen las principales críticas que los geógrafos políticos clásicos y neoclásicos le están realizando a la geopolítica crítica.

Antecedentes sobre la evolución de la geografía política y su derivación en geopolítica

Como bien se ha señalado, toda disciplina “al ser parte de la producción científica, que es el resultado de todo un proceso histórico, está signada por diferentes y múltiples postulados teóricos” (Talledos, 2014: 26). En este sentido, para las y los geógrafos, la geografía política se entiende enmarcada en la categoría más amplia de la Geografía Humana, cuyo objeto de estudio es el espacio geográfico entendido como el espacio donde ocurren las interrelaciones entre las organizaciones humanas con sus entornos físicos y culturales o espacios físicos ya intervenidos (Ortega, 2000; Gómez Mendoza, 2012). O sea, el espacio geográfico puede ser comprendido como un producto social o espacio geográfico social (Uribe, 1996), el cual se encuentra regularmente en mutación según cambian las condiciones de su producción y valoración conforme transcurren los arreglos sociopolíticos que se logren en contextos multi e inter-escalas. Por lo tanto, ningún espacio geográfico, entendido como un producto social, será neutro desde lo político, económico, cultural y jurídico, entre otras diversas posibilidades de interpretación (Méndez, 1997).

En este sentido la geografía política, como disciplina integrante de la geografía humana, se va a interesar “por la relación entre la organización política de la sociedad y el espacio geográfico a todos los niveles y escalas” y su objeto de estudio incluirá todos aquellos “ámbitos en los que se puede ejercer alguna forma de política, entendida como el planteamiento de un proceso de actuación social encaminado hacia la consecución de unos objetivos, y en los que el espacio aparezca como variable” (Sánchez, 1992: 19 y 35). Este objeto de estudio es lo que López Trigal y Del Pozo (1997) denominan como el espacio geográfico político. Mas, igualmente, dado que el fenómeno de lo político está totalmente vinculado al fenómeno del poder, la relación entre acción política y espacio geográfico lleva a señalar que la geografía política estudia el espacio geográfico del poder, es decir, estudia las múltiples relaciones de poder que se articulan y se expresan sobre la superficie terrestre a nivel multiescala (Raffestin, 1980). Y el carácter multiescala de su análisis se debe a que busca describir, explicar y predecir las relaciones entre política-poder y espacio geográfico desde el nivel barrial-vecinal hasta los niveles subnacionales, nacionales, internacionales y a nivel global (Nogué y Rufí, 2001).

Y si bien llegar a esta definición ha sido un proceso arduo, polémico y complejo, desde que la geografía política inició su desarrollo como disciplina académica a fines del siglo XIX, desde un principio estableció que su objeto de estudio es la relación entre espacio geográfico y política, según los planteamientos de Friedrich Ratzel, quien es considerado el fundador de la moderna geografía política con sus obras Antropogeografía (1882-1891) y Geografía política (1897). Al respecto, Ratzel “elaboró una extensa argumentación sobre la relación entre espacio y política, la cual presentó el cuadro general sobre el que se discutió la geografía política desde las postrimerías del siglo XIX hasta mediados del XX” (Talledos, 2014: 17). En este sentido, propuso el concepto de geografía política “para identificar una rama geográfica dedicada al Estado y su territorio”, donde presentó un nuevo enfoque de la geografía que hizo “del Estado el principal organismo territorial” (Ortega, 2000: 245). Específicamente, el geógrafo alemán propuso “una disciplina de la relación entre los fenómenos políticos y los geográficos, desde el presupuesto de que los Estados, en cuanto comunidades políticamente organizadas, tienen, de forma inevitable, una base territorial y una localización geográfica”, y en donde existen dos factores y variables principales que potencian y fortalecen el desarrollo de los Estados, como son, en primer lugar, la ubicación geográfica, donde los factores óptimos van a ser “la ubicación en el hemisferio norte, en las áreas templadas, al borde del mar o en el centro de un área de influencia” y, en segundo lugar, “la extensión, el espacio ocupado”, que es el factor que “proporciona al Estado su fuerza: vincula el éxito del Estado a su dimensión espacial” (Ortega, 2000: 245).[3]

El tiempo que va desde fines del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial es considerado la época de la geografía política clásica, donde geógrafos y estudiosos de la estrategia y poder del Estado —tales como como Ratzel, Maham, Mackinder, Kjellen, Haushofer, Vidal de La Blache, Vallaux y Spykman, entre muchos otros— profundizaron sobre lo que se va a considerar el objeto de estudio de la geografía política, si bien con distintas perspectivas epistemológicas (por ejemplo la clásica distinción entre deterministas, posibilistas y organicistas),[4] todos buscando orientar de manera científica a los tomadores de decisión de sus respectivos Estados a fin de fortalecer y acrecentar su poder, así como aminorar las amenazas a su seguridad e integridad territorial provenientes de los otros Estados que componían en su momento el orden mundial existente. Por esta razón, se ha planteado que en estos años se entendió a la geografía política “como la disciplina geográfica del Estado, de su organización y constitución, de sus recursos y fronteras, de los conflictos, de los factores geográficos, que determinan su expansión o su decadencia, de la competencia entre los Estados por el dominio del espacio, con aplicación tanto al presente como al pasado” (Ortega, 2000: 246). Entendida de esta manera, la geografía política se expandió rápida y ascendentemente en los distintos países de Europa, así como en los Estados Unidos, como “un instrumento de apariencia científica para asentar el dominio y la hegemonía política y territorial” (Ortega, 2000: 247).

Igualmente, del mismo periodo de tiempo surge el término de geopolítica, desarrollado por el geógrafo sueco Rudolf Kjellen en su obra cumbre El Estado como forma de vida (1916) donde, sobre la base de las ideas planteadas por Ratzel, describió a la geopolítica como “la teoría del Estado como un organismo o fenómeno geográfico en el espacio” (Ortega, 2000: 248). Kjellen acentuó la consideración del Estado como un organismo vivo propuesta por Ratzel, resaltando las necesidades de su crecimiento, entendido como expansión territorial e, igualmente, justificó la guerra para tal fin. De aquí entonces, la geografía política y su derivación en geopolítica se transformó en la “disciplina de la influencia de los factores geográficos en las relaciones de poder entre los Estados, entendida como una disciplina práctica al servicio del Estado” (Ortega, 2000: 428).

Por estas razones se considera que durante su periodo clásico la geografía política deriva en geopolítica y en algunas academias europeas ambos conceptos se tenderán a utilizar como sinónimos. En tal sentido, la geografía política derivada en geopolítica se enfocará a

las temáticas del poder, de las estrategias de control y dominación territorial mantenidas por el Estado nación, el uso estratégico de los recursos naturales en zonas específicas del globo para la toma de decisiones en política exterior, la seguridad nacional de los Estados, las disputas fronterizas bajo escalas de análisis nacional y global en un contexto imperial. (Talledos, 2014: 20-21)

Mención especial merece su desarrollo en la Alemania de entreguerras donde, de la mano de Karl Haushofer, experimentó una importante difusión tanto en la academia como en el mundo de la práctica política al contar con el apoyo del régimen nazi, dado el interés que despertó en Hitler y sus cercanos, quienes vieron en la geopolítica una oportunidad de otorgar un marco teórico a su ideología expansionista. Además, a partir de este desarrollo alcanzado en Alemania es que “se empezó a identificar la geografía política con la geopolítica” (Talledos, 2014: 26).[5]

No obstante, dicho involucramiento con el nazismo significó un serio desprestigio y estigma para la geografía política derivada en geopolítica, sobre todo una vez terminada la Segunda Guerra Mundial y conocidos los crímenes contra la humanidad cometidos en el régimen de Hitler. Para el caso europeo se plantea que “todo aquello que estuviera relacionado con el término fue proscrito de las aulas y de la opinión pública, dando inicio a la estigmatización de la geopolítica” (Cuéllar, 2012: 62-63). Y en Estados Unidos, durante años “el estudio de la influencia de los factores geográficos físicos en las relaciones interestatales fue asociada tanto por los académicos como por la opinión pública [...] con los excesos de la política nazi” y, salvo ciertas excepciones, “como Harold y Margaret Sprout en el Departamento de Política de la Universidad de Princeton, la geografía política global prácticamente desapareció del mapa de la educación superior” (Agnew, 2000: 92). Por tanto, este desprestigio de la geopolítica afectó también a la geografía política que fue “abandonada, de hecho, entre los geógrafos europeos, o reorientada hacia la llamada geografía política interior” (Ortega, 2000: 431).[6] Surgió así toda una línea de interpretación académica que buscó diferenciar claramente a la geografía política de la geopolítica, señalando que la primera era una disciplina científica y la segunda una ideología, posición defendida por geógrafos tales como Pierre George, Isaiah Bowman y Derwent Whittlesey entre otros ( Dodds et al., 2016).

Sin embargo, pese a todo el desprestigio la geografía política y su derivación en geopolítica no va a desaparecer sino que, paradójicamente, tendrá un creciente resurgimiento sobre la base de dos lecturas principales y contrapuestas: como disciplina directamente relacionada a analizar, mantener y profundizar las posiciones de poder de la principal potencia mundial que emergió tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos y, por otra parte, como un análisis crítico tanto a la geografía política clásica como a la posición de poder hegemónico estadounidense durante la Guerra Fría.

Respecto de la primera lectura señalada, la versión clásica de la disciplina persistirá en los Estados Unidos de posguerra, entendida “como auténtica Geografía aplicada al servicio de las necesidades geoestratégicas de Estados Unidos en los decenios de 1950 y 1960, en relación con las áreas de interés político-militar de este país”, siendo uno de sus mayores exponentes el geógrafo político Saul Bernard Cohen (Ortega, 2000: 432). En este sentido, “la geopolítica fue, y para muchos autores sigue siendo, el estudio del arte de gobernar y la adivinación de los patrones de la política global”, dado que su principal valor intelectual “radica en la capacidad de descubrir los desafíos que enfrentan el Estado y el Imperio y mostrar la voluntad de usar la fuerza si es necesario para proteger intereses vitales” (Dodds et al., 2016: 3).

Como bien se ha señalado, con el inicio de la Guerra Fría, el arsenal epistemológico de la geopolítica clásica se siguió utilizando sobre todo por historiadores, politólogos y estadistas estadounidenses que “adoptaron la geopolítica como base para una política nacional destinada a hacer frente a la Unión Soviética y al comunismo internacional. Sobre la base de las primeras teorías geopolíticas derivadas geográficamente y sosteniendo interpretaciones estáticas de patrones espaciales globales y regionales, introdujeron conceptos político-estratégicos como contención, teoría del dominó, vínculos de equilibrio de poder y estados clave” (Cohen, 2015: 28).

Respecto a la segunda lectura de la disciplina, en la década de los setenta y comienzos de los ochenta del siglo XX, tanto en Estados Unidos como en Europa se comenzó a vivir un resurgimiento académico y epistemológico de la geografía política por parte de los geógrafos que, desde enfoques críticos buscaban “reencontrar la política en la geografía”, en un “contexto de oposición a la guerra de Vietnam, de movimientos estudiantiles, como los de Francia, Estados Unidos, Alemania y México, y de disturbios raciales en EE.UU.” (Talledos, 2014: 30-31). Apareció toda una nueva generación de geógrafos políticos, tanto europeos como norteamericanos, muchos de ellos con influencias de pensamiento neomarxista y anarquista, que comenzaron a vincular sus investigaciones con un creciente compromiso por cuestiones sociales tales como la pobreza, la desigualdad social, económica y política, así como también en abierta crítica a las políticas de poder que aplicaba Estados Unidos en el orden internacional. Por ejemplo, de este periodo son los trabajos de geógrafos políticos que incidieron de manera importante en la discusión teórica de la disciplina tales como: J. Anderson, Ideology in Geography: An Introduction (1973); K.R. Cox, Conflict, Power and Politics in the City: A Geographic View (1973); Y. Lacoste, La Géographie, ça sert d’abord à faire la guerre (1976); N.W. Sodré, Introdução à geografia; geografia e ideologia (1977); R. Peet, Radical Geography. Alternative Viewpoints on Contemporary Social Issues (1977); P. Claval, Espace et pouvoir (1978); D. Gregory, Ideology, Science and Human Geography (1978); C. Raffestin, Pour une géographie du pouvoir (1976); P. Taylor, Political Geography (1979), entre otros (Talledos, 2014; Cohen, 2015).

Es al interior de este amplio contexto de desarrollo teórico geopolítico sobre la base de una relectura crítica de la geopolítica clásica que surgirá, a fines de la década de los 80 del siglo XX, la específica propuesta autodenominada como geopolítica crítica, a partir de un grupo de geógrafos políticos anglosajones, los cuales, buscando superar esta tradición neomarxista y estructuralista de los setenta, se nutrirán del pensamiento posmoderno. En este sentido, es necesario diferenciar lo que sería una Geopolítica Crítica en general (y con mayúsculas), que incorpora tanto a los autores antes mencionados (Lacoste, Raffestin, Cox, Anderson y otros), de influencia marxista y neomarxista, como a los autores de esta específica escuela de geopolítica crítica anglosajona (con minúsculas), de raíz posmoderna, y que es la tratamos en este artículo. Por esa misma razón aclaratoria —y destinada a evitar confusiones—, Juan Eduardo Mendoza, para referirse de manera amplia a las diferentes perspectivas que se han desarrollado en Geopolítica Crítica (neomarxistas, estructuralistas, posmodernas, otras), prefiere denominarlas enfoques críticos en geografía política (Mendoza, 2017).

La geopolítica crítica anglosajona

Desde fines de los años 80 y, sobre todo, durante la década de los 90 del siglo XX, surge un grupo de geógrafos políticos anglosajones, entre los que destacarán Gearoid Ó Tuathail, John Agnew, Simon Dalby y Klaus Dodds, entre otros autores, que, junto con a plantear una serie de críticas a la geopolítica clásica, van a proponer un nuevo enfoque epistemológico de carácter posestructuralista y posmoderno y al que van a denominar como geopolítica crítica. Su principal crítica señalará que la política exterior de los Estados Unidos y su mirada de las relaciones internacionales estaba determinada por la perspectiva clásica de la geopolítica buscando, por medio de una narrativa esencialista, mantener y justificar el papel de potencia global dominante que había alcanzado tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, se propusieron analizar las nuevas miradas de la geopolítica del poder hegemónico estadounidense tras el fin de la Guerra Fría e, igualmente, construir una perspectiva crítica que fuera alternativa y contra-hegemónica a esta geopolítica del poder estadounidense, en el marco del cambio de histórico que significaba la época posmoderna que se había inaugurado (Cairo, 1997; Dodds, 2001; Mamadouh y Dijkink, 2006; Jones y Sage, 2010; Agnew, 2013; Dodds et al., 2016; González, 2018).

En este sentido, señalaron que la geopolítica clásica era “una práctica cultural interpretativa y una construcción discursiva de afirmaciones ontológicas” que influía y determinaba el análisis estratégico tradicional estadounidense, que era un análisis “centrado en el Estado y a menudo patrocinado por el Estado” y, por lo tanto, era “una forma de análisis profundamente ideológico y politizado” (Dodds et al., 2016: 6-7). De aquí entonces, la geopolítica crítica que ellos proponían buscaba problematizar los “supuestos epistemológicos y compromisos ontológicos de la geopolítica convencional”, vale decir, buscaba “deconstruir los discursos geopolíticos hegemónicos y cuestionar las relaciones de poder que se encuentran en las prácticas geopolíticas de los Estados dominantes” (Ó Tuathail, 2000: 166).

Tales geopolíticos críticos posmodernos asumieron “el desafío de cuestionar, deconstruir y exponer los guiones políticos dominantes” (Hyndman citada en Squire, 2015: 141). Y, apoyándose en las “corrientes postestructuralistas de la teoría social”, pero evitando “cualquier distinción clara entre el posestructuralismo y otros enfoques críticos como el marxismo, el feminismo o la teoría poscolonial”, buscaron privilegiar “críticas decididamente diversas y alternativas a los análisis convencionales de los asuntos internacionales” (Dodds et al., 2016: 6).

Por ejemplo, Ó Tuathail y Agnew plantearán que la geopolítica debía “ser reconceptualizada críticamente como una práctica discursiva mediante la cual los intelectuales del arte de gobernar ‘espacializan’ la política internacional de tal manera que la representan como un ‘mundo’ caracterizado por tipos particulares de lugares, pueblos y dramas” (Ó Tuathail y Agnew, 1992: 192). Por su parte Dalby destacará que, por medio del análisis discursivo de la política exterior estadounidense y sus concepciones de seguridad nacional durante la Guerra Fría, se podía revelar cómo la perspectiva geopolítica clásica era absolutamente preponderante tanto a nivel de los tomadores de decisiones como de los teóricos de las relaciones internacionales, pese a que el concepto prácticamente no se mencionaba. Al respecto señala: “aunque a menudo no se discuten como tales, los temas geopolíticos son esenciales para la formulación de la ‘seguridad nacional’ estadounidense y, en particular, para su política de Guerra Fría de contención militar de la Unión Soviética” (Dalby, 1990: 172).

Por lo tanto, para estos geógrafos anglosajones la geografía política clásica, entendida como geopolítica, será la base del discurso de la seguridad nacional estadounidense desde el fin de la Segunda Guerra Mundial en adelante y refleja toda la ideología de poder y dominación que caracterizaba a Estados Unidos como principal potencia mundial.

La geopolítica clásica o moderna según los geopolíticos críticos

De acuerdo con Ó Tuathail, la geopolítica clásica o moderna se puede entender como el discurso de poder que expresa la representación del mundo por parte de las potencias hegemónicas. Se limita “al estudio de los Estados en el sistema interestatal”, para construir “un discurso conservador, una fusión disciplinada de geografía y política que legitima el sistema estatal existente” y las ideologías dominantes en un periodo histórico determinado, como fue el caso de la “ideología de la Guerra Fría” (Ó Tuathail y Toal, 1994: 229). En este sentido, la geopolítica se utilizó, durante todo el siglo XX, “para describir la amplia relación entre geografía, Estados y políticas de poder mundial” (Ó Tuathail, 2000: 166). Y, como durante el siglo pasado existieron grandes potencias o Estados centrales, existieron diferentes geopolíticas que respondían a los intereses particulares de cada uno de ellos. De aquí entonces, se puede considerar a la geopolítica clásica como

una forma panóptica de poder/conocimiento que buscaba analizar la condición del poder mundial para ayudar a la práctica del arte de gobernar por parte de las grandes potencias. Incrustada en los proyectos imperialistas de varios Estados a lo largo del siglo, la geopolítica generó visiones integrales de la política mundial al mismo tiempo que proponía estrategias particulares para que los estados las aplicaran contra sus rivales. Su modo de narración dominante era declarativo (“así es el mundo”) e imperativo (“esto es lo que debemos hacer”). “Es” y “nosotros” marcaron su compromiso con, por un lado, un mundo transparente y legible y, por otro lado, con un Estado en particular y su versión cultural/política de la verdad sobre este mundo. (Ó Tuathail, 2000: 166)

Para Ó Tuathail, desde un punto de vista epistemológico, la geografía política clásica se trataría de una disciplina propiamente moderna y positivista que hace suya parte importante del realismo de Morgenthau. Es positivista, ya que establece una mirada sobre la totalidad geográfica planetaria considerando la existencia de “esencias y leyes naturales reales y atemporales, no meras coyunturas históricas y tendencias sociales” para el ejercicio del poder mundial (por ejemplo, la tesis de Mackinder sobre quien controla el Heartland controla el mundo). O sea, considera que la política internacional es “un drama espacial global objetivo, una lucha global incesante entre entidades geográficas predeterminadas y como una visión de Estados territoriales que dominan el espacio global” (Ó Tuathail, 1997: 41). Es moderna, en el sentido que Lyotard le otorga a lo moderno, o sea “es cómplice de una serie de grandes narrativas”, en donde la geopolítica construye un metarrelato que “normaliza un sujeto occidental trascendente [...] un sujeto imperial desapegado y desencarnado que puede decodificar la superficie de los asuntos internacionales y producir visiones totalizadoras” (Ó Tuathail, 1997: 41). Por lo tanto, realiza una lectura esencialista de la política internacional, que junto con demostrar “la arrogancia de los mitos científicos occidentales sobre el descubrimiento de esencias intemporales y la determinación de la causalidad universal”, presenta “una versión idealizada del sistema estatal europeo”, proyectándolo e imponiéndolo al resto del mundo y representando a la “política global como política de equilibrio de poder”. En resumen, como señala este autor, “la geopolítica moderna es una condensación de la arrogancia epistemológica y ontológica occidental, una imaginación del mundo desde un punto de vista imperial” (Ó Tuathail, 1997: 41-42).

La geopolítica clásica como discurso de poder o geopoder

Para esta geopolítica crítica, la geopolítica clásica es esencialmente un discurso de poder. Este discurso expresa la representación del mundo que las élites y tomadores de decisiones del poder construyen para justificar su política exterior, de carácter imperial y hegemónica. O sea, a través del discurso político tales élites actúan y movilizan “ciertas comprensiones geográficas simples que explican las acciones de política exterior y es a través de un razonamiento prefabricado e infundido geográficamente que las guerras cobran sentido” (Ó Tuathail y Agnew, 1992: 191). Por lo tanto, el razonamiento geopolítico hegemónico, que es un razonamiento “omnipresente de la práctica de la política internacional”, es una representación política del espacio geográfico “mediante el cual los intelectuales del arte de gobernar designan un mundo y lo ‘llenan’ de ciertos dramas, temas, historias y dilemas” (Ó Tuathail y Agnew, 1992: 194).

Ó Tuathail señala que el concepto de geopolítica es una forma más contemporánea de verbalizar un proceso intelectual y discursivo bastante tradicional por parte de los Estados centrales, que relaciona el poder con el espacio geográfico, relación que define como geopoder. Para el autor, el discurso geopolítico entendido como geopoder es “el desarrollo histórico entrelazado del conocimiento geográfico con el poder estatal y sus imperativos de mentalidad de gobierno” (Ó Tuathail, 1997: 39), o sea es el discurso geográfico que establecieron las potencias centrales para explicar las políticas coloniales y justificar su dominio del mundo o de partes del mundo. Así, mientras el clásico discurso estadounidense de geopoder será “la Doctrina Monroe” y “el Destino Manifiesto”, para el caso francés será “la ‘misión civilizadora’ de Francia en África” (Ó Tuathail, 1997: 39). Por tanto, el geopoder implica “visiones geográficas y gubernamentales ideales” (Ó Tuathail, 1997: 39). Y, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos se transforma en la potencia hegemónica del sistema internacional, será su visión geográfica y gubernamental ideal la que se impondrá por medio de su discurso de geopoder. Estados Unidos definirá entonces “el drama central de la política internacional en formas particularistas”, e influirá en los Estados periféricos y semiperiféricos para que acepten su perspectiva y actúen de acuerdo a sus intereses hegemónicos (Ó Tuathail y Agnew, 1992: 195).

La influencia de la geopolítica clásica en EE.UU. durante el siglo XX

Ó Tuathail apunta, a su vez, que la geopolítica clásica alcanza su apogeo en la Alemania de entreguerras, sobre todo en la década de 1930, con la difusión que le venía imprimiendo Haushofer desde la Universidad de Múnich y el apoyo que recibió del nazismo. De esta forma el concepto atrajo la “atención del mundo cuando Hitler consolidó su poder y el del Partido Nazi en Alemania durante 1933” (Ó Tuathail, 1997: 38). Tal situación facilitó que académicos y académicas tanto en Occidente (Europa y EE.UU.) como en Oriente (Rusia, China y Japón) se interesaran “en la geopolítica como ciencia del arte de gobernar”, o sea “un método de pensar a través de la supuesta importancia de los factores geográficos en la conducción de las relaciones internacionales” (Ó Tuathail, 1997: 38). Para el caso de EE.UU., fue “durante la Segunda Guerra Mundial” cuando “una pequeña casta de defensores de los círculos académicos, empresariales y militares [...] impulsó la geopolítica como una forma de pensamiento espacial que Estados Unidos debería institucionalizar y promover activamente”, dado que para ellos “la geopolítica se consideraba esencial para que Estados Unidos llegara a pensar como una potencia mundial” (Ó Tuathail, 1997: 38). E, igualmente, finalizado el conflicto bélico y derrotados los nazis, la geopolítica se transformó en un “un cáliz envenenado”, o sea “un campo académico que era mejor evitar para muchos geógrafos de Estados Unidos y Europa”, pasando a ser “en el mejor de los casos, una pseudociencia y, en el peor, una ciencia nazi” (Dodds et al., 2016: 4).

Si bien este retroceso de la geopolítica fue principalmente académico, no fue así entre los estrategas estadounidenses. De hecho, se señala que Henry Kissinger tuvo “el mérito de hacer que la geopolítica vuelva a ser respetable en los círculos académicos y de formulación de políticas estadounidenses” (Dodds et al., 2016: 5). Igualmente destaca el aporte de Zbigniew Brzezinski, consejero de Seguridad del Presidente Jymmy Carter, quien utilizó abiertamente la perspectiva geopolítica de Mackinder, para señalar que el control de Heartland “era fundamental para los patrones futuros de la política global”, por lo cual era clave para Estados Unidos evitar que la Unión Soviética, que ya poseía parte significativa de este Heartland, expandiera su control sobre el resto de Eurasia (Dodds et al., 2016: 5).

La condición geopolítica posmoderna

Como hemos señalado, junto con buscar deconstruir a la geopolítica clásica, la geopolítica crítica propone entender a la geopolítica como “una constelación discursiva que se ocupa, entre otras cosas, de la visión, la elaboración de estrategias y la disciplina del espacio global”, bajo el entendido que el espacio global es “una problemática que se está pluralizando y fragmentándose de formas nuevas y extrañas” (Ó Tuathail, 1997: 46). O, como plantea Dodds, para los geopolíticos críticos la geopolítica es “un discurso preocupado por la relación entre poder-conocimiento y relaciones sociales y políticas”, por lo tanto, “la comprensión de la política mundial debe entenderse sobre una base fundamentalmente interpretativa en lugar de una serie de ‘verdades’ divinas como la división fundamental de la política global entre potencias terrestres y marítimas” (citado en Kelly, 2006: 40).

En tal sentido, los geopolíticos críticos afirmarán que la geopolítica clásica, tradicional o moderna, enfocada principalmente en fortalecer el poder del Estado-nación ha sido superada, porque el propio concepto de Estado moderno ha sido superado. Al respecto Ó Tuathail señala que “la condición geopolítica contemporánea se caracteriza por procesos y tendencias que traspasan fronteras y que están socavando los supuestos centrados en el estado de la geopolítica convencional. Esto está provocando el desarrollo de nuevas formas de discurso y práctica geopolítica que requieren una investigación crítica” debido a que ha surgido “una condición geopolítica posmoderna en la política mundial” (Ó Tuathail, 2000: 166-167). Y el surgimiento de esta condición geopolítica posmoderna se debió a tres procesos principales: (a) “la globalización intensificada de las empresas y los mercados en el mundo capitalista avanzado a partir de la década de 1960 [...] impulsado por corporaciones transnacionales”; (b) “la difusión de nuevas tecnologías de la información y la comunicación que intensificaron el distanciamiento y la compresión espacio-temporal históricamente asociados con la modernidad”, y (c) “el colapso de las dictaduras comunistas en Europa del Este y la posterior desintegración de la Unión Soviética” (Ó Tuathail, 2000: 168).

A lo anterior debemos sumar el surgimiento de la tesis sobre la Sociedad del Riesgo según la propuso Urlrich Beck y que Ó Tuathail hace suya. Así, la condición posmoderna de la geopolítica en la Sociedad del Riesgo se caracterizaría por la difuminación de “las fronteras entre el ‘interior’ y el ‘exterior’ de los Estados”, que llevó al surgimiento de “una ‘sociedad global’ común que enfrenta peligros y amenazas que no emanan de un solo Estado, sino de los éxitos y excesos de la modernidad avanzada” (Ó Tuathail, 2000: 167). Ello implica la superación de la territorialidad del capitalismo de Estado, o sea, un capitalismo que necesita cada vez menos de los resguardos fronterizos del Estado nación ya que opera a escala global por medios supraestatales como son las “redes emergentes de instituciones y actores que están conectados por sistemas tecnológicos y flujos vinculantes” (Ó Tuathail, 2000: 169). Por lo tanto, surgirá un nuevo discurso de poder y una nueva práctica geopolítica posmoderna que satisface, principalmente, las necesidades de las élites financieras transnacionales estadounidenses, en donde el antiguo discurso geopolítico típicamente territorial y estatal de la Guerra Fría (EE.UU. contra la amenaza soviética) es desplazado por una geopolítica desterritorializada más preocupada por las amenazas que puedan afectar los mercados financieros interconectados mundialmente. Una suerte de geopolítica “geofinanciera”, apoyada por imperios mediáticos globales o “imperios geo informacionales” (donde el caso arquetípico es la cadena CNN), que sirven para construir representaciones de la política mundial según sus intereses (Ó Tuathail, 2000: 172-174).

Finalmente se puede señalar que, con sus enfoques críticos, estos geógrafos revitalizarán la importancia del análisis geopolítico tras el fin de la Guerra Fría, solo que ahora sobre nuevos cimientos epistemólogos. Como bien destacó Ó Tuathail, “aunque la comprensión tradicional de la geopolítica puede ser obsoleta, la problemática de la geopolítica —la geografía/poder/conocimiento de la producción de espacio global— exige nuestra atención más que nunca” (Ó Tuathail, 1997: 38). Y la tarea de la geopolítica crítica posmoderna sería, precisamente, deconstruir los nuevos discursos y prácticas geopolíticas hegemónicas posmodernas del poder denunciando y cuestionando “las relaciones de poder que persisten” en ellos, junto con responder las nuevas preguntas que han surgido, tales como “¿qué procesos y tendencias caracterizan la política y el poder mundial en el milenio? ¿Cómo responden los discursos y las prácticas geopolíticas de los Estados dominantes a estos procesos y tendencias?”, entre otras (Ó Tuathail, 2000: 166 y 177).

De esta forma, estos geopolíticos críticos buscaron generar un conocimiento que fuera en directo apoyo a los movimientos sociales que se movilizaban por un orden político, social y económico distinto al impuesto por el poder de las élites financieras transnacionales:

La geografía contemporánea, al deconstruir su propio vocabulario y explorar críticamente las formas de razonamiento geopolítico práctico que circulan dentro de los Estados, puede ser un aliado para estos movimientos sociales críticos. Puede ayudar a crear descripciones del mundo basadas no en un razonamiento geopolítico reductivo sino en un conocimiento geográfico crítico. (Ó Tuathail y Agnew, 1992: 202)

Por su parte Dalby planteará:

Partiendo de un reconocimiento crítico del papel del discurso geopolítico y luego explorando las posibilidades de formulaciones alternativas de seguridad con potencial de transformación social, una geopolítica crítica puede ofrecer contribuciones críticas útiles a la búsqueda de la supervivencia, la paz y la justicia. (Dalby, 1990: 185)

En síntesis, dichos geógrafos plantearán que la geopolítica clásica, entendida como herramienta disciplinaria al servicio de los intereses de poder de los Estados hegemónicos —donde Estados Unidos será la principal potencia tras el fin de la Segunda Guerra Mundial—, actuó durante casi todo el siglo XX bajo determinadas categorías epistemológicas propias de la modernidad y construyó representaciones político-geográficas del mundo en esa misma lógica, a fin de servir a sus intereses de poder global. Sin embargo, con la globalización (sobre todo tras el fin de la Guerra Fría) se entró a una etapa histórica posmoderna, donde las élites del capitalismo transnacional comenzarán a actuar en un espacio global desterritorializado, dado que la lógica del Estado nación propia de la geopolítica moderna ya no les será útil. En esta nueva realidad histórica posmoderna surgirá una geopolítica del poder a la que ellos antepondrán una geopolítica crítica que, entre sus objetivos, buscará entregar alternativas contra-hegemónicas a los sectores y movimientos sociales que abogan por cambiar un orden político, social, económico y cultural tradicional que consideran injusto.

Críticas a la geopolítica crítica

Para la segunda década de los dos mil, la geopolítica crítica que veinte años atrás había comenzado bastante marginal al mainstream de la academia se había transformado en la principal línea de pensamiento en las escuelas de geografía estadounidenses. Al respecto se ha señalado que “la geopolítica crítica es la escuela dominante de geopolítica en los departamentos de geografía de los Estados Unidos” y como tal influye en el surgimiento de estudios tales como la geopolítica popular, la geopolítica formal y la geopolítica feminista, entre otros (Haverluk et al., 2014: 19-20). En este sentido, será bastante aceptado que los planteamientos de la geopolítica crítica permitieron una reinterpretación de la geopolítica clásica que, desde sus orígenes en la década de 1890 hasta la de 1940 (sobre la base del desarrollo teórico de autores tales como F. Ratzel, en Alemania; H. Mackinder, Gran Bretaña; R. Kjellen, Suecia; A. Mahan, de Estados Unidos, entre otros), se caracterizó epistemológicamente por un positivismo mecanicista y un determinismo geográfico, así como, y sobre todo con la Geopolitik alemana de entreguerras, por aspectos imperialistas y racistas (Kelly, 2006;Morgado, 2014; Haverluk et al., 2014).

Sin embargo, tal geopolítica crítica posmoderna también ha estimulado interesantes respuestas y críticas desde los geopolíticos clásicos y neoclásicos. Entre ellas se señala que la geopolítica crítica al reducir todo planteamiento geopolítico a discurso, ya sea de poder o contra-poder, deja de lado el principal objeto de estudio, análisis y aporte que hace la geografía: el espacio geográfico y cómo éste influencia e interactúa con las sociedades. Así, plantean que no se debe olvidar que uno de los aportes teóricos más importantes que realizaron los geógrafos políticos clásicos fue señalar que la geopolítica “se basa en la hipótesis de que la geografía tiene influencia en las políticas exteriores de los Estados, además de una posibilidad limitada de predicción” (Morgado, 2014: 222). Por tanto, pese a sus errores, la geopolítica tradicional, ha sido clave para el estudio del impacto e importancia de la geografía en la política exterior y relaciones internacionales de las grandes potencias.

Como bien ha planteado Owens, destacando el pensamiento de Nicholas Spykman, todo experto en temas estratégicos y de política exterior, ya provenga de las disciplinas de Relaciones Internacionales o de la Geografía Política, sabe que en las formulaciones de las políticas en estas materias por parte de una gran potencia como los Estados Unidos existirá una fuerte influencia de una variedad de factores, tales como los intereses económicos o de poder, de defensa, o aspectos culturales e ideológicos, entre mucho otros. Pero de todos ellos “la geografía es el factor más fundamental en la política exterior porque es el más permanente” (Spykman, citado en Owen, 2015: 463). Eso explica el hecho que, de todas las variantes que estudia la geografía humana, las más interesante para cualquier estadista y estratega, son aquellas que analizan “las formas en que los factores físicos interactúan con la población, las instituciones políticas, la cultura, las comunicaciones, la industria y la tecnología” y que han estructurado las subramas de la geografía humana: “la geografía política, geografía económica, geografía cultural, geografía militar y geografía estratégica” (Owens, 2015: 464).

De manera similar, otros geógrafos destacan que la gran ventaja que goza la geopolítica es que realiza un esfuerzo interdisciplinario para abordar las complejidades del análisis internacional, ya que “abarca tres amplios campos de investigación: geografía, historia y estrategia” (Hochberg y Sloan, 2017: 5). Por ende, no puede dejarse de lado la importancia del factor geográfico para entender las relaciones de poder que se dan en las relaciones internacionales y la política mundial. Como menciona Owen, nunca hay que olvidar que las “verdaderas relaciones internacionales ocurren en un espacio geográfico real”, y si bien la importancia de las relaciones económicas, la influencia del capital o de la tecnología, pueden relativizar la importancia de la geografía, “el espacio geográfico no puede ignorarse” (Owens, 2015: 466). Tampoco se puede negar que la historia y la geografía influencian en los factores de mayor o menor riesgo que puede tener un Estado. Por ejemplo, debido a su ubicación geográfica, “Nueva Zelanda es probablemente el Estado más seguro del planeta, mientras que Afganistán es uno de los menos seguros” (Haverluk et al., 2014: 32).

Por estas mismas razones, Kelly va a señalar que la geopolítica crítica, al eliminar “la intención geográfica y posicional original de la geopolítica”, descarta las percepciones espaciales que históricamente han sido sustanciales para el diseño y la aplicación de la política exterior estadounidense (Kelly, 2006: 47). Una idea similar a la expresada por Basin cuando apunta a que, si los geógrafos políticos descartan “la proposición de que los factores geográficos figuran de alguna manera como un elemento objetivo en el proceso político”, y asumen completamente las tesis críticas que entienden a la geopolítica únicamente como discurso ideológico y representación cultural, “entonces deja de estar claro exactamente qué se supone que significa el elemento geográfico para el cálculo más amplio” (Basin, 2004: 626). Por tanto, una de las principales críticas que se les hace a los geopolíticos críticos es que al replantear drásticamente a la geopolítica como discurso han cometido el error de desechar la principal utilidad que presta esta disciplina; o sea “tiraron al bebé con el agua del baño” (Haverluk et al., 2014: 20).

Igualmente, se les reprocha que su postura posmoderna relativiza al extremo los esfuerzos de objetividad que propone el método científico que, sin pretender continuar con el positivismo decimonónico y su perspectiva de igualar mecánicamente las ciencias naturales con las ciencias sociales, finalmente no ha dejado de lado su pretensión de ciencia para comprender la realidad, buscando no solo describir y explicar los fenómenos, sino también prescribir. Como bien se ha señalado, “de manera posmoderna, estos teóricos rechazan la posibilidad de ubicar un mundo externo objetivo y una ciencia social libre de valores, y tienden a ser constructivistas, alegando la importancia del discurso y el contexto para mostrar motivaciones partidistas en los ‘guiones’ de las élites que toman decisiones” y, por lo tanto, “rechazan los enfoques estructuralista y positivista que han sido los pilares de la mayoría de las teorías académicas de relaciones internacionales modernas” (Kelly, 2006: 28 y 30).

Las ciencias sociales buscan grados de certeza, por relativas que estas sean, proponiendo soluciones a los problemas que presentan las sociedades, y la geopolítica no es la excepción. De acuerdo con Morgado, “la existencia de la realidad externa y ordenada fuera de la mente humana (argumento ontológico) y, aunque con algunas limitaciones, la posibilidad de una aprehensión confiable de esa realidad por parte de esa mente humana (conclusión epistemológica) son supuestos aceptados” (Morgado, 2014: 224). Y en ese sentido, el método científico, que estructura la realidad en un marco de teorías, constituye un dominio privilegiado en esa tarea de “aprehensión confiable de la realidad”: nadie pretende hoy en día que las ciencias sociales transformen el estudio de la realidad en “leyes cuantificables y mecánicas hacia una predicción matemática e infalible”, pero sí se acepta la creencia que la “ciencia proporciona métodos que permiten un acercamiento confiable al conocimiento” (Morgado, 2014: 224).

Conclusiones

Es claro que desde sus orígenes decimonónicos hasta la actualidad la Geografía Política, y su concepto de geopolítica, permanece en un constante debate y desarrollo epistemológico. En este sentido, su objeto de estudio se ha ampliado y complejizado. Hoy por hoy ya no se trata únicamente de estudiar la relación del poder del Estado con el espacio geográfico, como lo propusieron Ratzel, Mackinder y Haushofer, entre otros fundadores de la disciplina. Si bien el análisis del Estado sigue siendo interés de la geografía política, su objeto de estudio hoy en día avanza más allá del mismo, tanto al interior de sus fronteras como fuera de ellas (Paulsen, 2015).

Por otra parte, es evidente que el desprestigio en que cayó la geografía política, al derivar en geopolítica, particularmente por el desarrollo que tuvo en la Alemania de entreguerras y su vinculación al nazismo, implicó un problema serio para el posterior desarrollo académico de la disciplina. Pero como se observó, la geografía política clásica y su derivación en geopolítica nunca desapareció totalmente de los análisis de poder, particularmente de las grandes potencias, como fue el caso de los Estados Unidos. Además, los estudios de geografía política desde diferentes enfoques críticos de los años setenta en adelante revitalizaron epistemológicamente a la disciplina, así como al concepto de geopolítica, lo que permitió enriquecer enormemente el análisis sobre las relaciones de poder que ocurrían tanto en el Sistema Internacional como al interior de los Estados. De esta forma, geógrafos políticos tales como Y. Lacoste (1976), C. Raffestein (1980), P. Taylor (1979), J. Ortega Valcárcel (2000), E. Sánchez (1992), J. Nogué (1998), entre muchos otros —todos con un enfoque crítico a la política exterior de Estados Unidos orientada por la perspectiva de la geopolítica clásica— hicieron un enorme aporte a la reposición del prestigio de la geografía política y su concepto de geopolítica, como disciplina fundamental para entender y explicar las relaciones de poder en el orden mundial contemporáneo, así como para predecir sus posibles derroteros en un sistema internacional crecientemente complejo.

Es en este marco de amplia relectura analítica de la geopolítica desde enfoques críticos que un grupo de geógrafos políticos anglosajones, influidos por perspectivas epistemológicas posmodernas, fundaron la denominada geopolítica crítica, y con su propuesta, expandieron aún más su desarrollo epistemológico, así como su debate teórico, enfatizando la idea que el discurso geopolítico es, fundamentalmente, un discurso de poder empleado para conseguir los intereses dominantes de potencias hegemónicas como era el caso de Estados Unidos y, en este sentido, tenían un punto de convergencia con los otros enfoques críticos neomarxistas y estructuralistas mencionados. Se trataba de un grupo de jóvenes académicos que desarrollaron sus tesis doctorales en geografía política a fines de los años 80 y principios de los 90 del siglo pasado, como Simon Dalby, Gearóid Ó Tuathail y Klaus Dodds.[7] Al respecto es importante destacar la figura del profesor John Agnew, de la Universidad de Siracusa en Nueva York, quien ya era profesor de geografía política cuando, por ejemplo, Ó Tuathail sacaba su PhD en esa universidad. Indudablemente, estos geógrafos políticos críticos anglosajones expandieron el campo de aplicación del concepto de geopolítica y lograron una importante aceptación en la academia especializada. por otra parte, a raíz de su propio éxito, generaron una interesante respuesta de académicos que revitalizan el análisis geopolítico clásico desde una perspectiva que se tiende a denominar como neoclásica y que plantearán, básicamente que, si se deja de lado la variable espacial o geográfica del análisis del poder, pierde sentido el concepto de geopolítica.

Esta situación se traduce, finalmente, en que existe en la actualidad un interesante debate epistemológico en la disciplina que indudablemente la sigue enriqueciendo en su carácter de ciencia social fundamental para el análisis de las relaciones de poder que ocurren en el sistema internacional y las sociedades contemporáneas. Sin embargo y para que, precisamente, siga siendo un aporte desde la geografía y no pierda su característica identitaria-disciplinar, la variable espacial directamente relacionada y/o en función de la variable poder, debe ser siempre el elemento definitorio de un análisis propiamente geopolítico, ya que, en caso contrario, el concepto de geopolítica pierde toda sustancia analítica y se transforma en un simple adjetivo retórico.

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Notas

1 Este artículo es producto del Proyecto Fondecyt N°1190481, “América Latina en la geopolítica ambiental pos-guerra fría de los Estados Unidos. Antecedentes históricos y proyecciones (1989-2017)” (2019-2021).
2 Fernando Estenssoro: Universidad de Santiago de Chile, Santiago de Chile, Chile, ORCID 0000-0001-6010-7115, fernando.estenssoro@usach.cl; José Orellana: Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Santiago de Chile, Chile, ORCID 0000-0002-6342-7664, jorellanay@gmail.com
3 Debe recordarse que fue Ratzel quien formuló las llamadas Leyes de Crecimiento del Estado, concluyendo “que el Estado es un organismo territorial que se asemeja a otros organismos. Como los seres vivientes nace, crece y muere”. Y, en este mismo sentido, utilizó el concepto de espacio vital o lebensraum para señalar que la existencia de un Estado quedaba garantizada si contaba con suficiente espacio geográfico, o sea la existencia de un espacio amplio conservaba la vida del Estado (Rosales, 2005: 18-19 y 24).
4 Las obras clave de estos autores para el desarrollo del pensamiento geopolítico clásico son: Politische Geographie oder die Geographie der Staaten, des Verkheres und des Krieges (Ratzel, 1897); The Geographical Pivot of History (Mackinder, 1904); Staten som lifsform (Kjellen, 1916); The Influence of Sea Power upon History, 1660-1783 (Mahan, 1890) y The Interest of America in Sea Power, Present and Future (Mahan, 1897); Geopolitik des Pazifischen Ozeans: Studien über die Wechselbeziehungen zwischen Geographie und Geschichte (Haushofer, 1925/1937) y Macht und Erde (Haushofer, 1932); États et nations de L’Europe (Vidal de la Blanche, 1889) y Principes de Géographie Humaine (Vidal de la Blanche, 1922); Géographie Sociale: la mer (Vallaux, 1908) y Geographie Sociale: le sol et l’État (Vallaux,1911), y America’s Strategy in World Politics: The United States and the Balance of Power (Spykman, 1942).
5 Haushofer como docente a la Universidad de Münich fundó en 1923 la Revista de Geopolítica (Zeitschrift für Geopolitik). Durante los veinte años que duró su vida académica (1919-1939), realizó un importante trabajo de desarrollo y difusión de la geopolítica como disciplina académica que se ocupaba de la doctrina de la tierra con los desarrollos políticos, sobre la base de los fundamentos de la geografía política. Después de la derrota de Alemania fue sometido a los Tribunales de Nuremberg por su vinculación con los nazis, de donde resultó absuelto (Cuéllar, 2012: 67).
6 Enfoques que resaltan el análisis del comportamiento político y actitudes políticas en el marco de un país, de acuerdo con el comportamiento electoral a lo largo del tiempo y su vinculación con rasgos geográficos, desde la ubicación, relacionando aislacionismo político con ubicación interior; o con rasgos sociales, como las dicotomías rural-urbano”, entre otros aspectos (Ortega, 2000: 431).
7 Simon Dalby obtuvo su PhD en 1988 en la Simon Fraser University (Canadá); Gearóid Ó Tuathail obtuvo su PhD en 1989 en la Syracuse University (EE.UU.) y Klaus Dodds en 1994, en la University of Bristol (Reino Unido).
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