Artículo
«En medio de esa sombría desolación, bulle allí la vida». Aproximaciones a La tierra maldita de Liborio Justo
“Life bustles amid this bleak desolation”. Aproaching Liborio Justo´s La tierra maldita
«En medio de esa sombría desolación, bulle allí la vida». Aproximaciones a La tierra maldita de Liborio Justo
Káñina, vol. 48, no. 1, pp. 104-124, 2024
Universidad de Costa Rica
Received: 29 June 2023
Accepted: 24 October 2023
Resumen: Luego de numerosos viajes por la región patagónica, el escritor argentino Liborio Justo (1901-2002) escribe y publica en 1932 el volumen titulado La tierra maldita. A lo largo de los doce relatos que componen el libro, Justo propone un modo singular de ver la región que dialoga con la tradición del viaje a la Patagonia. La propuesta de este artículo consiste en indagar de qué manera La tierra maldita puede ser pensado como un texto que continúa la mirada darwiniana sobre el viaje al extremo sur, al mismo tiempo que incorpora otras voces y argumentos para reinventar la narrativa sobre la Patagonia después de la llamada «Conquista del desierto».
Palabras clave: Viaje, Patagonia, Liborio Justo, Charles Darwin.
Abstract: After numerous trips through the Patagonian region, the Argentinian writer Liborio Justo (1901-2002) wrote and published in 1932 the volume entitled La tierra maldita. Throughout the twelve stories that make up the book, Justo proposes a singular way of seeing the region that dialogues with the tradition of the trip to Patagonia. The purpose of this article is to investigate how La tierra maldita can be thought of as a text that continues the Darwinian view of the trip to the extreme south, while incorporating other voices and arguments to reinvent the narrative about Patagonia after the so-called «Conquest of the desert».
Key-words: Journey, Patagonia, Liborio Justo, Charles Darwin.
Introducción
En 1932, después de haber viajado durante ocho años por distintas zonas de la Patagonia, Liborio Justo (1901-2002) escribe en pocos meses su primer libro, La tierra maldita, con el que gana el concurso literario del Café Tortoni. Compuesto de doce relatos y firmado bajo el seudónimo de Lobodón Garra1, el libro sale a la calle ese mismo año y solo en los primeros meses vende alrededor de veinte mil ejemplares. A diferencia de los relatos escritos en primera persona por diferentes viajeros naturalistas/militares que recorrieron la región durante el siglo XIX y principios del XX,2 en una primera instancia, Justo elige representar su experiencia y su obsesión por la Patagonia a través de la ficción.3 Como se verá, es en el cruce de voces, puntos de vista, datos geográficos, revisión/repetición de tópicos ya cristalizados sobre el espacio patagónico y ciertas referencias claras al proceso de organización nacional luego de la «Conquista del desierto»4 que el texto de Justo logra despegarse de las narraciones sobre la región que circulaban en la época. En sintonía con su figura marginal dentro del campo literario, La tierra maldita puede ser pensado, entonces, como un libro en el que se superponen la tradición (el mismo título es una cita del libro de Charles Darwin) y la mirada de un sujeto atravesado por la modernización urbana.5
De acuerdo con esto, la propuesta de este artículo consiste en presentar la figura de Liborio Justo, escritor poco revisitado por la crítica, para pensar cómo su primer libro, La tierra maldita, se integra al extenso listado de textos que conforman la tradición del viaje a la Patagonia. Así, luego de contextualizar el libro, nos interesa detenernos en dos cuestiones centrales. En primer lugar, observaremos cómo está compuesto el volumen, cuáles son las características de los relatos, qué voces ingresan, qué zonas geográficas recorren, cuáles son las imágenes que priman y de qué modo conviven diferentes tiempos y miradas sobre el espacio patagónico. En efecto, como se verá, algunos relatos pueden ser pensados como pequeñas escenas, mientras que otros presentan un enigma a resolver. Además, observaremos la manera en que el escritor expande el mapa patagónico en relación a los recorridos típicos realizados por los viajeros de la época. En una segunda instancia, se indagará de qué manera el modo de ver el territorio y su historia dialoga efectivamente con las representaciones de Charles Darwin en su paradigmático texto, Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo. Si bien el mismo título (La tierra maldita) es una cita directa del libro del científico inglés, cien años más tarde del viaje del Beagle, Justo trastoca en parte la mirada imperialista europea6 que prima en las representaciones darwinianas.
2. El viajero
Nacido con el cambio de siglo en el barrio de Palermo, hijo del militar Agustín P. Justo y de Ana Bernal, Liborio Justo trascendió en la historia argentina gracias al trabajo intelectual desarrollado en el marco de su militancia de izquierda, pero no así dentro del campo artístico por su obra literaria.7 Si bien la anécdota que hasta el día de hoy sobresale en su biografía es el momento en el que interrumpió la ceremonia de recibimiento a Franklin D. Roosevelt que su padre había organizado como presidente de la nación (1932-1938), bajo el grito de «abajo el imperialismo» (Justo, 2006, p. 77), interesa detenerse brevemente en los acontecimientos que sin duda influyeron en la escritura de su libro sobre la Patagonia, La tierra maldita.
En primer lugar, tal como el mismo escritor lo señala en Prontuario: una autobiografía (1938), tanto su madre como su padre «provenían de viejas familias terratenientes y de figuración en la historia del país» (Justo 2006, p. 18), ya que sus dos abuelos «tuvieron actuación destacada y llegaron a desempeñar importantes posiciones oficiales en la época de la formación nacional» (p. 18). En esta suerte de autobiografía temprana (la primera versión la escribe con 37 años y, sorprendentemente, vive hasta los 101), Justo se demora en la reconstrucción de ambos linajes y señala datos llamativos que pueden asociarse a su fascinación con el territorio patagónico: su bisabuelo acompañó al mismo Darwin en alguno de sus viajes por la región (Justo, 2006); otro de sus abuelos fue asignado en 1872 como comandante del Fuerte de Carmen de Patagones, «donde se casó, y permaneció hasta la expedición de Roca» (p. 29), y durante muchos años fue dueño de tierras cercanas al lago Nahuel Huapi (p. 33). No obstante, el objetivo que persigue el escritor en este relato no es el de ubicarse como heredero, sino el de demostrar que sus argumentos en contra de este modo imperial de entender el territorio nacen del contacto directo con quienes se autoproclamaron dueños de la nación:
Y si los menciono aquí no es para sacar a relucir pergaminos, que nunca me interesaron, ni porque esté de acuerdo, ni mucho menos, con el rol histórico que mis antepasados desempeñaron, sino para mostrar con el derecho con que puedo hablar frente a quienes exhiben aquellos pergaminos, aunque no semejantes, sólo para amparar con ellos su pretensión de ser los dueños de la nación. Según eso, yo también lo soy. Pero no quiero utilizar tales títulos para buscar el puesto que me correspondería en la mesa servida, sino para tratar de que en ella todos lo tengan; para preservar, a costa del atraso y sometimiento del país, privilegios, que a mí también me corresponderían, sino para terminar con ellos. (Justo, 2006, p. 34)
Así, a lo largo de su vida, demostró una clara incomodidad con sus orígenes, al mismo tiempo que pudo aprovechar (siempre con contradicciones) la posición de su familia para viajar al extranjero, dedicar tiempo a su formación académica (cursó parte de la carrera de Medicina en la Universidad de Buenos Aires) y abocarse a la escritura de sus libros. En consonancia con esto, encontramos que la biblioteca que arma en su autobiografía coincide con esta construcción de un linaje fundador; entre los títulos que menciona como sus lecturas tempranas figuran, por un lado, las Memorias del general Lamadrid y las Memorias del general Paz, la Historia de San Martin y de la emancipación Sudamericana de Bartolomé Mitre (Justo, 2006, p. 38) y, por el otro, referentes de la literatura de aventuras como Julio Verne, Joseph Conrad, Jack London y Rudyard Kipling que, como ha sido analizado por la crítica decolonial, reproducen un tipo de mirada eurocéntrica expansionista.8 Sin embargo, aunque circuló por los mismos escenarios que protagonizaron algunos de los escritores más reconocidos de la literatura nacional de esa época, nunca llegó a formar parte del escenario literario del momento:
…comencé a recorrer, casi diariamente, los barrios del puerto, las calles del bajo y el antiguo Paseo de Julio, que ya había visitado antes varias veces por curiosidad. Salía de casa de noche y me iba a caminar por esas calles, lo mismo que por las de la ribera del Riachuelo, en la Boca, donde me quedaba hasta la madrugada en sus bares y cafés. De día recorría los diques, entre los barcos de todas las banderas y venidos de todos los países, y siempre, con algún libro debajo del brazo, me quedaba a ver los vapores que salían para Europa, perdido entre la gente que concurría a despedirlos. […] Ese ambiente de marineros, vagabundos, prostitutas y hombres que hablaban todas las lenguas y llegados de todas las latitudes, en el cosmopolitismo sin igual de Buenos Aires, en esos años en que aún afluía una amplia corriente inmigratoria, tenía para mí una atracción absorbente y fue el que me puso en contacto con la vida […] más de una vez le pagué una copa a un marinero para que me contara sobre sus viajes y las regiones que conocía. (Justo 2006, p. 74)
En efecto, pese a haber intentado tomar contacto con algunos referentes de su generación -por ejemplo con Evar Méndez, director de la revista Martín Fierro-9 y de haber publicado algunas notas en medios reconocidos, como Caras y Caretas o La Prensa, en Prontuario menciona únicamente a dos autores de la escena nacional: Horacio Quiroga, a quien dice admirar hasta el momento en que lo conoce personalmente (p. 219), y Ricardo Güiraldes, cuyo Don Segundo Sombra asegura haberle generado «una honda impresión» (p. 113).
Descendiente de militares al servicio de la expansión nacional y lector de novelas de aventuras, Liborio Justo fue construyendo una mirada crítica y distanciada de lo esperado de un hombre nacido en ese contexto no solo a través de sus lecturas, sino también a partir de los diferentes desplazamientos por el país y por el extranjero. Si bien en medio de los viajes a la Patagonia que realizó durante las primeras décadas del siglo XX también recorrió parte de Paraguay y Estados Unidos -desplazamientos que, sin dudas, resultaron significativos en la vida del escritor-, nos detendremos aquí únicamente en sus desplazamientos por el sur argentino.
De acuerdo, entonces, con lo que el mismo Justo indica, es posible señalar un primer viaje realizado en 1920 en el que, como acompañante de su padre, cruzó la Cordillera de los Andes en mula a la altura de Mendoza (Justo 2006); un recorrido a bordo del petrolero «Ministro Ezcurra» a la Isla de los Estados en 1925 con el objetivo de aprovisionar de combustible al buque que llevaría a la comisión de relevo del observatorio meteorológico instalado en las Islas Orcadas (Justo 2006); más adelante, una visita a Comodoro Rivadavia, «sobre la desolada y triste costa patagónica», para conocer la explotación de petróleo (p. 83); en 1928 un nuevo recorrido por Neuquén, Chubut y la frontera chilena (p. 127); en 1930 un desplazamiento por Tierra del Fuego, Islas Malvinas y Chile (p. 149); por último, en 1932 (año en el que se publica La tierra maldita), un nuevo viaje a las Islas Orcadas. Aunque se observa un claro deslumbramiento con el territorio patagónico, en el relato que realiza en Prontuario, Justo señala una fuerte pérdida de interés en la región a inicios de la década del treinta. Si durante su primera juventud la Patagonia lo obsesionaba -«Me fascinaban los relatos sobre el mar y todo lo que a él se refería, mientras que la Patagonia continuaba siendo para mí la región más obsesionante, junto con París, cuya visión me torturaba» (p. 62)-, dice a propósito del viaje de 1930: «Había visto, por fin, mis tierras australes. Y traía como definitiva impresión de haber perdido el interés que antes me impulsaba a ir a establecerme en la Patagonia» (p. 149).
A diferencia de las crónicas de viaje sobre la Patagonia que en esos mismos años escribieron Raúl González Tuñón (1932) y Roberto Arlt (1934) sobre zonas específicas de la región como corresponsales de prensa,10La tierra maldita aparece, entonces, en las librerías de Buenos Aires como el volumen que documenta, ficcionaliza y pone fin a una obsesión: «Lo escribí en dos meses para presentarlo a un concurso que vi anunciado, donde obtuvo el premio por unanimidad. Al escribirlo lo hice, principalmente, con el fin de quitarme de encima, para siempre, mi preocupación por la Patagonia» (Justo, 2006, p. 216).
3. El libro
Ahora bien, si en la lectura total de los doce relatos que componen el volumen encontramos un modo singular de representar el espacio patagónico que se analizará más adelante, nos interesa aquí detenernos en las particularidades de los eslabones que configuran La tierra maldita. En efecto, el libro de Justo resulta un caso excéntrico, ya que, como adelantamos más arriba, si en los textos que componen la llamada tradición del viaje a la Patagonia los exploradores/científicos demuestran un esfuerzo por convertir sus relatos en documentos fidedignos (tanto en el armado del texto, como a partir de la incorporación de pruebas -fotos, mapas, listados-),11La tierra maldita, en cambio, es un libro ficcional inspirado en desplazamientos reales. De esta manera, el texto se integra al enorme listado encabezado por Antonio Pigafetta, al mismo tiempo que tensiona el vínculo con el referente: a la distancia insalvable entre la palabra y la experiencia del desplazamiento, Justo le suma ahora la ficción.12 Así, en contraposición a la supuesta linealidad que caracteriza a los diarios o crónicas de viaje, en estos doce relatos se encuentra un despliegue de narradores, intrigas, tiempos y puntos geográficos que conforman un mapa complejo y novedoso de la región patagónica.
El libro se abre con el texto titulado «La batalla», en el que un narrador en tercera persona relata cómo un grupo de marineros desertores emprenden un viaje desde Punta Arenas hacia el Cabo de Hornos con el fin de cazar lobos de dos pelos. Guiados por el «ansia de aventura», estos hombres deben atravesar días de demora entre las islas del Estrecho en las que «todo estaba impregnado de silencio y tristeza» (Justo, 2010, p. 22) y los únicos seres vivos a la vista eran los tan renombrados petreles, albatros y toninas. En medio de la representación de esta travesía agotadora, se confirma que efectivamente el título del libro es una cita de Darwin:
Estaban realmente en medio de las salvajes soledades de la Tierra del Fuego, las más desoladas y agrestes de la tierra. Por allí entraron, viniendo desde el Pacífico, los navegantes que las han pintado con tan tétricos colores y por ahí también pasó Darwin a bordo del Beagle y le dio el nombre que se extendió luego a toda la Patagonia: «Tierra maldita. ¡La tierra maldita!» (Justo, 2010, p. 23).
La referencia al científico naturalista guía la mirada del lector en este viaje ficcional por la región patagónica. Así, el relato continúa con la batalla entre hombres y lobos. Con fiereza, los cuerpos se entremezclan y, en unos pocos minutos, quedan tendidos varios animales y uno de los tripulantes. El sobreviviente se acerca a constatar la muerte del compañero y, al levantar la vista, descubre haber sido abandonado por el resto de los loberos:
Hincado aún junto al cadáver se quedó absorto con la mirada clavada en el horizonte. Comprendió que estaba solo (...) En medio de la grandiosidad del paisaje sombrío el hombre se sintió impregnado de su soledad. Se dejó caer exhausto sobre la roca húmeda. Y se quedó mirando cómo, a cada embate de las olas, el océano iba avanzando, lenta pero continuamente, sobre la negra superficie de la roquería… (2010, p. 27)
El relato no termina con la muerte, sino con el sentimiento de soledad frente al paisaje: un hombre alcanza su cometido -encontrar y matar lobos-, pero rápidamente su victoria se diluye al encontrarse desprotegido frente a las inclemencias de la naturaleza. Un desafío finaliza y comienza el siguiente, sin descanso. Lejos de aleccionar (no se plantea en este caso un juicio moral sobre los protagonistas), Justo construye en el relato inaugural una escena que retoma varios de los motivos más repetidos en los libros de viaje a la Patagonia: el naufragio, la desolación, el borramiento de los límites hombre/animal, el hambre, el frío. Cuando parece no quedar nada, siempre resta la contemplación de una tierra que fascina y expulsa al mismo tiempo. De este modo, el escritor invita al lector a adentrarse en un universo repleto de hostilidades cuya recompensa será no solo la inconmensurabilidad del paisaje, sino también la posibilidad de confiar en la existencia de un futuro. Los puntos suspensivos con los que cierra funcionan, entonces, como un puente hacia los once relatos siguientes.
Sin detenernos en cada uno sobremanera, interesa mencionar algunos títulos para mostrar las diversas formas que encontró Justo para narrar la Patagonia. En la misma línea del texto inaugural, por ejemplo, se encuentra «El raque», otro relato/escena con final abierto -un grupo de marineros encuentra una embarcación tumbada, entran a revisarla y rescatan carbón-, en el que se incluyen dos párrafos informativos sobre naufragios en la Patagonia y ciertas medidas tomadas por el gobierno nacional para «aliviar en parte la situación de los náufragos»;13 o «El encuentro» en el que se narra una pelea entre integrantes del asentamiento bóer chubutense y los colonos (posiblemente haga referencia a la colonia galesa). Luego del enfrentamiento, los mismos colonos asisten a un contrincante herido que, en su último respiro, enuncia la frase «¡Mala suerte, amigo!» (Justo, 2010, p. 62). Al igual que en el relato inaugural, el escritor configura aquí pequeñas escenas que muestran a partir de acciones concretas la vida cotidiana de quienes habitaban la Patagonia en esa época: batallas sin épica, muertes sin sentido, hundimientos, robos, pobreza y extranjería.
Por otro lado, se incluyen relatos más largos en los que la intriga es central. El primer caso es el de «El palo vivo», en el que se narra el hallazgo de un «monstruo patagónico», semejante al descubrimiento del milodón, al que los pueblos originarios llamaban precisamente «palo vivo» (Justo, 2010, p. 38). Narrado en primera persona, el protagonista dice haber encontrado bajo la guía de Frederick Stokes (oriundo de Gaiman), un monstruo en un lago santacruceño. Cansados ya de desplegar diferentes tácticas para atraparlo, el monstruo logra huir y el protagonista no encuentra quién confíe en su palabra: «Realmente comenzamos a pensar nosotros mismos si todo aquello no había sido un sueño. Pero el recuerdo de nuestras peripecias nos traía a la realidad» (p. 45). Otro ejemplo es el del relato titulado «Las brumas del terror» en el que se pone en tensión el saber científico. Comienza así:
Hace algunos años, el gobierno chileno designó una comisión de dos ingenieros con el objeto de que efectuaran el examen de una mina, que había sido descubierta en la gran isla Hoste, en el archipiélago magallánico. Yo, que era estudiante de la escuela de minas de Santiago, solicité y obtuve autorización para acompañarlos en calidad de ayudante. (p. 47)
Durante el campamento, el narrador se encuentra con un hombre harapiento acompañado por un «uarrah», «único animal que habitó las Islas Malvinas, visto por Bouganville, Fitz Roy y otros navegantes que las visitaron en los últimos dos siglos, y clasificado como ´canis antarticus`» (Justo, 2010, p. 49).14 El caminante les cuenta haber descubierto una mina con diamantes de grandes dimensiones cerca de un volcán en erupción; de su bolsillo saca un ejemplar y se lo regala al narrador por su hospitalidad. Desconfiado, el protagonista lo lanza al agua y, cuando regresan sus compañeros de la expedición, le aseguran haber arrojado un valioso diamante negro. En este pequeño conjunto también podemos incluir «El misterio de Kobenhavn», en el que se relata una conversación entre dos internos del Hospital King Edward VII, en las Islas Malvinas. Al narrador le llama la atención un escocés que parecía no estar del todo cuerdo y del que se comentaba que había trabajado como químico en las factorías balleneras. La primera vez que conversan, el escocés comienza a hablarle de la pérdida de la embarcación Kobenhavn y le acerca un recorte del New York Times sobre el misterio de la desaparición del velero, que es transcripto dentro del mismo relato. Según la nota, el barco había sido visto a flote, pero sin ninguna persona a bordo. El escocés dice, entonces, haber encontrado una botella con fragmentos del diario de uno de los tripulantes, y haberlo hecho traducir al inglés por un marinero noruego. Entrada la noche, le comparte el documento y se van a dormir. Cuando amanece, el narrador constata la partida del escocés y se convierte así en dueño de los papeles. El final del relato es la transcripción del diario en el que se devela el misterio del velero: después de haber permanecido mucho tiempo perdidos, la tripulación decide abandonar el barco por miedo a chocar contra los témpanos. Los hombres mueren fuera del velero y el barco se destroza contra un iceberg y desaparece. La frase final dice: «Todo me hace dudar si no habremos ido avanzando por mares que nos han conducido fuera de los límites de este mundo» (p. 73).
A diferencia de los relatos/escenas comentados más arriba, en estos textos el escritor construye una intriga a resolver que, en muchos casos, queda trunca por ser incomprobable (como sucede con el hallazgo del monstruo o en el relato del diamante negro) o por desarmar las expectativas del lector que, como en el último relato, esperaba encontrar una explicación sobrenatural al misterio. ¿Dónde radica lo maravilloso en el viaje a la Patagonia luego de la llamada Conquista del desierto? ¿Cómo se narra el desborde de la experiencia de viaje por la región patagónica a inicios del siglo XX?
En otra línea, interesa destacar dos relatos en los que la presencia de pueblos originarios es central. En primer lugar, el texto titulado «¿Fue el destino?» en el que un narrador en tercera persona trae la figura de Kaukokiol, «el viejo ovejero ona» (Justo, 2010, p. 75). Su voz ingresa en el relato para contar su historia y la de su hermano Ashloen que, enamorados de la misma mujer, deciden competir para ver quién se casaba con ella. Ashloen, que era el más hábil, lo deja ganar y se exilia. Cuando Kaukokiol se da cuenta, sale a buscarlo, pero no lo encuentra. Mucho tiempo después, decide regresar, pero
todo estaba cambiado. Habían llegado los hombres blancos trayendo sus ovejas y pocas gentes quedaban de mi tribu. (…) Me lancé al campo que había sido nuestro y que ahora estaba cortado con alambrados. Muchas tribus habían sido exterminadas. Los guanacos, perseguidos por todas partes, habían ido a ocultarse en lo más intrincado de la montaña. Llegué aquí. Tenía hambre. Los hombres blancos me acogieron. Y me quedé para cuidar sus rebaños. (p. 80)
La voz del ovejero se apaga con esa frase y el narrador cierra el relato describiendo un gesto: «Dos gruesas lágrimas resbalaron entonces por su rostro curtido y agrietado, mientras el resplandor de las llamas fugazmente, las hacía brillar como dos luces» (Justo, 2010, p. 80). El segundo, es «Las pieles plateadas», en el que se critica abiertamente la ambición de los exploradores blancos. Los protagonistas, Lernaud y Michailovich, se conocen en Punta Arenas y deciden salir de excursión en busca de oro. Luego de pasar un invierno muy duro se encuentran con un yagán que les ofrece unas pieles de animal llamativamente hermosas y resuelven salir con él en busca de esos animales exóticos. Cuando faltaba muy poco para llegar al lugar indicado, matan al yagán con el fin de no compartir el botín: «Fue una alegría salvaje, que los hizo reír a carcajadas y abrazarse nerviosamente con todas las fuerzas que su estado de debilidad les permitía» (p. 103). Recorren las tierras durante ocho días sin ver el rastro de ningún animal y, cuando ya no les resta fuerzas, descubren oro: «¡Eran ricos! Habían hallado por fin la fortuna, tras de la que tanto sufrieran. Y, acercándose todo lo que sus fuerzas les permitían, se abrazaron torpemente riéndose a carcajadas. Fue una risa frenética, histérica, que los sacudió en convulsiones más y más lentas, y que duró hasta el último instante» (p. 103). Justo critica en parte la mirada imperial del proyecto nacional sobre el territorio patagónico, no solo mostrando la ambición irrefrenable de los personajes del segundo relato, sino también ingresando la voz de Kaukokiol. Aunque con ambivalencias propias de la época, el escritor pone en escena lo que hoy conocemos como el genocidio de los pueblos originarios en la Patagonia argentina.
Finalmente, nos interesa destacar dos relatos más del conjunto. Por un lado, «Lo irreparable» en el que se cuenta la historia de María, una joven que se embarca en Buenos Aires con rumbo a la Patagonia para casarse en contra de su voluntad con un pariente lejano al que había conocido en su infancia:
Era precisamente la época de las periódicas emigraciones para la esquila y para todas las actividades en que debe aprovecharse allá la corta temporada de verano (...) Señoras y señoritas, que iban acompañando a sus esposos, padres o hermanos, que nunca habían salido de la ciudad y que esperaban encontrar en la Patagonia un desierto lleno de indios con plumas. (p. 89)
El narrador muestra a María leyendo una y otra vez la carta de Marcos Grolman, su prometido, en la que le advertía con sinceridad que la vida en la Patagonia era dura, que él era pobre, pero esperaba prosperar. Sin embargo, durante el viaje la joven conoce a otro hombre, se enamoran y emprenden una vida juntos, olvidando a Grolman. Bajan en Comodoro Rivadavia y, en poco tiempo, el joven encantador pierde todo y se dedica a beber. Después de años de mucho sufrimiento, él muere en un enfrentamiento en Tecka y María resuelve regresar a Buenos Aires. En el camino hacia el puerto, un hombre excesivamente amable la ayuda con su equipaje; este hombre era Marcos Grolman. María se arrepiente, entonces, de las decisiones tomadas tiempo atrás. Como sucede en la mayoría de los relatos de viaje que componen la tradición, en este texto la mujer aparece asociada al universo de las tareas reproductivas y tomada por las pasiones. Lejos del universo científico racional de la época, María recibe un castigo por haber seguido su deseo y rechazar su deber asignado.15
Por último, resulta central hacer referencia al relato que cierra el volumen, «La sublevación», porque allí el escritor se detiene en un acontecimiento histórico reconocido: la fuga de 1902, en la que 51 presidiarios de la Isla de los Estados parten a bordo de dos balleneros en una operación cuyo desenlace resulta trágico, pues los pocos sobrevivientes terminan entregándose por no tener recursos. El relato incluye tanto las voces de los sublevados, como las de los militares, sin condenar a ninguno de los bandos e incluso intentando mostrar cierta fraternidad entre los dos grupos. Sin hacer un análisis del relato, interesa destacar que en el apartado en el que se muestra el punto de vista de los presos, uno de ellos dice: «-¡Patagonia! (…) ¡tierra maldita!, ¡tierra de hombres machos y de las almas libres!» (Justo, Justo, 2010, p. 118). El libro cierra, entonces, con la cita a Darwin que da título al volumen y que aparece mencionada también en el texto inaugural.
En este breve recorrido por algunos de los relatos que componen La tierra maldita, cuyo objetivo central fue presentar en líneas generales un libro poco reconocido dentro del campo de la literatura argentina de inicios del siglo XX, es posible observar cómo Justo se sirve de la escritura ficcional para incluir en la representación de la región patagónica personajes heteróclitos (extranjeros, militares, indígenas, loberos, científicos, una mujer), puntos geográficos que amplían el mapa (pasa por las islas chilenas, Punta Arenas, Antártida, la zona del Estrecho y Cabo de Hornos, Tierra del Fuego, Santa Cruz y Chubut) y tiempos dispares (se recuperan escenas míticas como el hallazgo del monstruo, al mismo tiempo que se hace hincapié en la explotación del territorio por parte del Estado). Sin abandonar completamente la mirada imperial y patriarcal que prima en los relatos del viaje a la Patagonia (mirada que hasta el día de hoy continúa en parte vigente), el escritor logra expandir la imagen de la zona y construye así un modo de ver el territorio que, como se verá en el siguiente apartado, dialoga con el texto que le da título al volumen a la vez que lo cuestiona.
4. Un siglo después de Darwin
«Darwin será un punto de referencia obligado para todos los que vendrán, no sólo por el valor de sus descubrimientos, sino además por ser el protagonista y narrador de un viaje fascinante» (Blengino, 2005, p. 91).
La autoridad que reviste la figura de Darwin en el libro de Justo es evidente. Como como señala Ernesto Livon-Grosman (2004), «escribir sobre la Patagonia y comentar el viaje del MS Beagle es una manera de incorporarse a una tradición» (p. 75). El escritor argentino retoma, entonces, la idea de la Patagonia como «tierra maldita» y establece así un diálogo insoslayable con la narrativa darwiniana.16 Si bien, tal como se señaló anteriormente, existe una distancia clara entre la escritura de un diario de viaje y el procedimiento ficcional que intercede en la elaboración de un volumen de cuentos, interesa destacar que el mismo Darwin (1997) observa lo siguiente al inicio de su libro: «Para evitar repeticiones inútiles extractaré aquellas partes de mi diario que se refieren a los mismos parajes, sin atender al orden en que los visité» (p. 54). A pesar de que en las primeras décadas del siglo XIX esta pequeña observación no podía atentar contra el carácter de documento fidedigno de un diario como el del científico, interesa destacar este gesto para pensar cómo las voces viajeras fueron incorporando poco a poco en sus textos ciertas reflexiones sobre la imposibilidad de asir la experiencia hasta llegar, un siglo más tarde, a libros como el de Justo en el que el viaje real es expandido a través de la ficción.
El escritor argentino elige, entonces, desandar sus viajes a través de distintos narradores que reproducen, en parte, la imagen darwiniana de la Patagonia. En efecto, si el científico insiste en su Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo en representaciones sobre el territorio en las que se destaca la idea de esterilidad,17en La tierra maldita encontramos descripciones notablemente semejantes: «el Antártico es la región de la tierra más desprovista de vida. Sobre la inmensa extensión del continente, perpetuamente cubierto de nieve, sólo es posible encontrar algunos líquenes y musgos. No hay vida animal de ninguna especie. Ni tampoco podría subsistir» (2010, p. 51).18 Lo inhóspito de un paisaje que los ubica como humanos en la vastedad del planeta es lo que fascina y desafía a ambos escritores. No es casual entonces que si para Justo la Patagonia fue durante su primera juventud una obsesión (e incluso por momentos un obstáculo para su desarrollo profesional en el extranjero),19 haya escrito influenciado por la figura de Darwin (1997) que en el Diario refiere:
No hay nadie que hallándose en estas soledades deje de conmoverse y sentir que en el hombre existe algo más que el mero aliento material de su cuerpo. Al evocar imágenes de lo pasado veo cruzar a menudo ante mis ojos las llanuras de la Patagonia y, con todo eso, están generalmente descritas por los caracteres negativos: sin viviendas, sin agua, sin árboles, sin montañas, sin vegetación, fuera de algunas plantas enanas. ¿Por qué, pues - y no soy el único a quien esto le sucede−, por qué estos áridos desiertos han echado tan profundas raíces en mi memoria? (…) Difícilmente puedo analizar estos sentimientos; pero en parte dimanan del libre campo dado a la imaginación. Las llanuras de la Patagonia son sin límite, apenas se las puede franquear, y, por tanto, desconocidas; llevan el sello de haber permanecido como están hoy durante larguísimas edades, y parece que no ha de haber límite en su duración futura (p. 448).20
En ambas figuras se encuentra una mirada maravillada y una clara entrega frente a lo devastadora que resulta en todos los casos la aventura patagónica. Si como señala Marta Penhos (2018), en los documentos alrededor del viaje del Beagle puede reconocerse una clara «narrativa del fracaso» (p. 101) que, en el caso de los tripulantes de ambos viajes, se justificaba por el deseo de conquista (la aventura iba acompañada de la búsqueda de rédito económico y simbólico); en el caso de Justo, en cambio, el interés por adentrarse en estas tierras desoladas tiene que ver con la puesta en marcha de la imaginación poética y también con la reescritura de un escenario mítico que lo vincula con sus antepasados. En ese sentido, una de las diferencias sustanciales entre la búsqueda de Darwin y la del escritor argentino reside en el gesto de la recolección. Si el científico toma elementos del territorio para nombrarlos, clasificarlos y expropiarlos en nombre del imperio,21 en los relatos de Justo en cambio todas las tentativas de recolectar se frustran: pierden el diamante negro («Las brumas del terror»), encuentran oro, pero mueren de frío («Las pieles plateadas»), logran matar un lobo, pero son abandonados por la embarcación («La batalla»). Los personajes de estos cuentos atraviesan las inclemencias sin obtener una recompensa a cambio. En La tierra maldita, el territorio pareciera proteger lo que no debe ser tomado.
Del mismo modo, la mirada de Justo sobre los pueblos originarios de la región reproduce la estigmatización imperial inaugurada por los textos coloniales, pero tensiona al menos el binomio salvaje/civilizado patente en el texto de Darwin. Según el científico, «[es] imposible imaginar la diferencia que existe entre el hombre salvaje y civilizado; es mucho mayor que la que hay entre un animal silvestre y domesticado, por lo mismo que el hombre es susceptible de mayor perfeccionamiento» (Darwin, 1997, p. 250)22 Por su parte, Justo incluye en su libro relatos como «¿Fue el destino?», en el que como ya comentamos más arriba, se narra la historia entre dos hermanos onas y se critica abiertamente las transformaciones ocurridas en el territorio a partir de la llegada del hombre blanco −«muchas tribus habían sido exterminadas» (Justo, 2010, p. 80), dice la voz de Kaukokiol−, o «Las pieles plateadas», en las que se muestra cómo la ambición por el oro enceguece a los protagonistas extranjeros que deciden matar al indígena que los acompaña en la búsqueda de los animales de pieles maravillosas: «en un último gesto ante la muerte, con el egoísmo del ávaro que les había enseñado las vicisitudes de la vida, quisieron enterrar los gramos de oro que llevaban, para que nadie pudiera encontrarlos» (p. 103). El escritor argentino tensiona así el término «civilización» a partir del cual se justificaron genocidios como la llamada «Conquista del desierto» de la que participaron, de algún modo, sus mismos ancestros.
5. Conclusiones
Un siglo más tarde del libro que marcó la narrativa del viaje a la Patagonia y el modo de entender la existencia del hombre en el planeta, Justo (2006) dice en Prontuario:
Pero, aún en medio de esa sombría desolación, bulle allí la vida: millares de aves marinas, que sólo se acercan a tierra una vez al año para anidar, la pueblan. Y son precisamente algunas de ellas, los grandes albatros y petreles, hasta de tres metros de envergadura, los que ofrecen uno de los espectáculos más majestuosos de esas salvajes regiones de la tierra, con la serenidad de su vuelo, que domina las ráfagas huracanadas. (p. 82)
Donde dicen que no hay nada, Justo alcanza a ver un ciclo de vida que continúa a pesar de las atrocidades realizadas por el hombre en nombre de la conquista. Luego de la matanza liderada por Roca, el escritor argentino arma en esas primeras décadas del siglo XX un mapa patagónico por fuera de las rutas establecidas por los barcos que incluye otras voces. Si como señala Aníbal Quijano (2000), a partir del «descubrimiento» de América en 1492 «los europeos generaron una nueva perspectiva temporal de la historia y re-ubicaron a los pueblos colonizados, y a sus respectivas historias y culturas, en el pasado de una trayectoria histórica cuya culminación era Europa» (p. 210), en La tierra maldita, Justo pareciera cuestionar por momentos esa linealidad histórica eurocéntrica que Darwin sostiene con tanta claridad en su trabajo. La Patagonia configurada por el escritor argentino no es únicamente un territorio por explotar, sino un mapa en tensión y ebullición, en el que la fuerza de la naturaleza -con sus tormentas que derriban embarcaciones o congelan los cuerpos de los extranjeros- y sus habitantes originarios (que recuerdan y narran sus vidas) se resisten a ser completamente ordenados por la mirada imperialista.
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Notes