Aguijón
Liubliana: una novela de ciudades y traslados como soportes narrativos
Liubliana: a novel of cities and transfers as narrative supports
Liubliana: una novela de ciudades y traslados como soportes narrativos
La Colmena, núm. 93, pp. 11-19, 2017
Universidad Autónoma del Estado de México
Recepción: 03 Noviembre 2016
Aprobación: 06 Diciembre 2016
Resumen: Se analizó la novela Liubliana, del escritor venezolano Eduardo Sánchez Rugeles, desde una perspectiva espacial y urbana. Se observó la manera en que las ciudades y los traslados se convierten en los soportes narrativos de la obra. A partir del análisis puede establecerse la presencia de un cronotopo caraqueño que persiste en la memoria de los personajes una vez que han emigrado a Madrid y Liubliana, cuyos cronotropos quedan subordinados al primero.
Palabras clave: literatura (humanidades), emigración, ciudades, sistema político, Caracas, Venezuela.
Abstract: We analyzed the novel Liubliana, by Venezuelan writer Eduardo Sánchez Rugeles, from a spatial and urban perspective. We studied the way in which cities and transfers become narrative supports of the novel. From this analyze it is possible to establish the presence of a Caracas’chronotope that still remains in the characters’ memory, even after they have migrated to Madrid and Ljubljana, whose chronotopes are subordinated to the first one.
Keywords: literature (humanities), emigration, cities, political systems, Caracas, Venezuela.
Introducción
A partir del siglo XX, Venezuela fue un país de acogida para los extranjeros, tanto europeos como asiáticos, que llegaban en busca de oportunidades. Después de la Segunda Guerra Mundial, de la Guerra Civil Española y de la depresión económica posterior a éstas, oleadas de españoles, italianos, alemanes y portugueses miraron con esperanza a ese país que no ponía trabas burocráticas para residir en él y que ofrecía un mar Caribe peninsular de más de tres mil kilómetros. Su clima benigno, el inicio de la bonanza petrolera y la extensión territorial fueron las condiciones ideales para convertirse en el destino de miles de extranjeros durante varias décadas.
Ese panorama ha cambiado radicalmente. Y para entender a la nueva Venezuela tendríamos que revisar su historia política a partir de 1988, cuando Carlos Andrés Pérez gana un segundo mandato en la presidencia de la república. Había pasado la época de la bonanza petrolera de los años setenta; los niveles de corrupción habían aumentado a tales extremos que el pueblo sintió la imperiosa necesidad de cambiar el régimen. Pérez intentó aplicar políticas de choque, fundamentalmente con el aumento de la gasolina, que debilitaron la paz social, lo cual generó el llamado ‘caracazo’, una explosión de violencia con centenares de muertos, heridos y desaparecidos ocurrida durante febrero y marzo de 1989, en la que hubo saqueos a centros comerciales, supermercados y tiendas de abarrotes. Tres años después, el martes 4 de febrero de 1992, Hugo Chávez, siendo militar activo del ejército, organizó un intento de golpe de Estado que no alcanzó su fin. Sin embargo, el gobierno de Pérez fue disuelto por el Congreso al siguiente año, el 21 de mayo de 1993, y a continuación fue juzgado por peculado. Meses más tarde se convocó a elecciones, las cuales fueron ganadas por el también expresidente Rafael Caldera. Éste concedió un indulto a Chávez, quien permanecía en presidio desde su intento de golpe. Para el siguiente periodo, en 1998, el excomandante logra lanzarse como candidato y gana las elecciones. Había ofrecido redactar una nueva constitución y establecer una única Asamblea Nacional. Habló de mano dura con los corruptos y de equidad. Su liderazgo y simpatía le valieron la incondicionalidad de aquellos que vieron en él a su representante legítimo, a alguien que les daba una voz que antes desconocían.
Sin embargo, la confrontación se convirtió en consigna para Chávez y su grupo de trabajo. Las transformaciones que iba desarrollando en el país hacia el castrocomunismo fueron paulatinas. Expropiaciones de viviendas, terrenos, empresas, entre otros; activó el Sistema Nacional de Misiones o misiones bolivarianas, es decir, programas de ayuda social y económica dirigidos a las clases más desfavorecidas; facilitó créditos, mejoró escuelas rurales y proveyó servicios de salud. Sin embargo, también inició una oleada represiva en contra de todos aquellos que no estaban de acuerdo con sus políticas. Las arbitrariedades en el orden judicial permitieron que se crease una larga lista de presos políticos.
Para 1999, recién asumido el poder por Hugo Chávez, 1086 venezolanos lograron obtener la visa de asilo, según datos del Servicio de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos (Brown, 2007). Algunos grupos de poder avizoraron entonces cambios drásticos en la economía y la política del país.
Después de las elecciones de 2006 —y ya en el segundo periodo de gobierno chavista—, surgieron varias páginas web configuradas exclusivamente para venezolanos que deseaban partir del país. Una de las más conocidas fue www.mequieroir.com, pero también estaba www.vivaenaustralia.com; “Se estima que en 2009, más de un millón de venezolanos emigraron desde que Hugo Chávez fue electo nuevamente como presidente” (Neewsweek Staff, 2009).
La posibilidad de la reelección indefinida mantuvo en el poder a Hugo Chávez durante casi catorce años, hasta que un cáncer acabó con su vida en marzo de 2013. En consecuencia, el entonces vicepresidente, Nicolás Maduro, asumió el Ejecutivo. Las políticas económicas y de seguridad pública de este personaje acentuaron el deseo de salir del país en amplios sectores de la población.

En la actualidad, los lugares de destino más atractivos para quienes buscan escapar de la precariedad económica y la ruina moral y social son España, Panamá y Estados Unidos. Adicionalmente, algunos acuerdos recientes del Mercosur hacen posible que los países sudamericanos admitan trabajadores venezolanos sin necesidad de que estos tengan un permiso especial, de modo que gran parte de los jóvenes recién graduados busca alternativas laborales en Argentina, Ecuador o Chile.
A pesar de que el origen de lo que se convertiría en la salida del país por parte de cientos de miles de venezolanos fue de orden político, hubo aspectos económicos que también influyeron. Por ejemplo, la devaluación alcanzó niveles muy altos, se impuso un control de cambio en 2003 con la creación de la Comisión de Administración de Divisas (CADIVI), la cual obligó a empresarios y trasnacionales a buscar otros rumbos. En la actualidad, la caída de los precios del petróleo y la corrupción generalizada desataron la debacle económica y social del país. Pero, como ocurre con mucha frecuencia con fenómenos de este tipo, se trató de procesos graduales que culminaron en lo que hoy conocemos como el país del desabastecimiento, con una de las tasas delincuenciales más altas de América Latina.
El Premio de la Crítica que otorga la fundación Ficción Breve Venezolana fue ganado por Eduardo Sánchez Rugeles en 2012 con su novela Liubliana. La obra, publicada por la editorial Bruguera, narra la historia de un joven venezolano que decide salir del país para residenciarse en Madrid, trabajando en una organización no gubernamental. La narración parte de su niñez en su urbanización caraqueña de Santa Mónica. El joven rememora esa infancia, su adolescencia y temprana juventud. La convivencia con los amigos del barrio se desenvuelve en las calles de Caracas, muy cerca de la Universidad Central de Venezuela. Es la mirada urbana de quien ama su ciudad y lamenta su deterioro, los cambios definitivos. Las tragedias individuales de los personajes y el decadente contexto social y político en el que viven van siendo narrados por un coro de voces que padecen el país, mientras en los actores aflora lo más oscuro de sí mismos.
Todo el discurso novelístico de esta obra está asentado en lo urbano, que no es simplemente un escenario en el que ocurren los acontecimientos, sino que va más allá. Caracas, Madrid y, de forma intermitente, Liubliana, capital de Eslovenia, son los espacios que agilizan acciones, remueven sentimientos e impulsan la toma de decisiones. Contribuyen, finalmente, a la reinvención de los personajes.
La afirmación anterior nos obliga a ‘mirar’ la novela desde la espacialidad; la exploración de las superficies urbanas. Mediante la palabra nos presenta un primer plano descriptivo como herramienta básica. Al reflexionar sobre la ciudad en la literatura, Noé Jitrik señala de qué manera en el mecanismo descriptivo opera igualmente un trabajo de selección mediante el cual el autor, comprendiendo la ciudad, padeciéndola o disfrutándola, podrá manifestar en el texto una posible forma de ser de una urbe en concreto. Referir la ciudad va más allá de lo descriptivo, se trata, en realidad, de un discurso de carácter hermenéutico, el cual sería, según Jitrik, el “discurso sobre” la ciudad (1994: 9). El escritor se transforma en una suerte de traductor de la urbe misma, sea esta real o imaginaria; el narrador crea, por tanto, versiones personales de sus ciudades.
La Caracas de Liubliana es presentada en una variedad de matices y connotaciones. En un primer momento es el territorio de la infancia, de los amigos, del edificio en el que vivían sus familias. El acento cartográfico está presente de manera permanente. La narración va de la mano de la mención de lugares específicos, de rutas definidas, de la ubicación de supermercados, farmacias, anuncios y otros puntos de referencia urbana. Aquí uno de los ejemplos:
El sol del mediodía me encontró varado en la autopista Prados del Este. Los carros parecían estar abandonados, al llegar al Concresa decidí tomar un atajo: la ruta de Cumbres de Curumo. El tráfico persistía en la montaña, sin embargo, avanzaba a paso lento. De repente, bajando por la carretera, pude ver la cara norte del Kalmar, la frontera norte de Santa Mónica. Antes de tomar la Francisco Lazo Martí, decidí estacionar en la entrada del edificio Pegaso. Desde ahí no tenía mucha visibilidad para mi vieja calle, la Marco Antonio (314-315).
Caracas es, pues, la ciudad del recorrido vial y vital: Gabriel, el protagonista, y sus amigos crecen, se hacen hombres, triunfan o fracasan. Mueren o sobreviven. Hay, sin embargo, una permanente alusión a ellos y a la manera en que se ven reflejados en la ciudad. Esa que padece los conflictos políticos, las huelgas, las inundaciones, la destrucción física de edificios, calles, casas, urbanizaciones completas, como le ocurriría a la tan nombrada Santa Mónica. El narrador nos dirá en las primeras páginas de la novela: “La memoria es una cartografía urbana que de manera imprecisa dibuja las calles de Santa Mónica” (8).
El uso de la cartografía como categoría de análisis literario se redujo durante mucho tiempo básicamente al estudio de los relatos de viajes que tendrían su apogeo a partir del descubrimiento de América: encontramos a Alexander von Humboldt y Charles Darwin entre los más ilustres comentaristas y relatores de la geografía americana. Por lo general, el enfoque cartográfico iba dirigido a la descripción o representación de mapas de aquellos lugares naturales desconocidos para muchos. Era una suerte de presentación que legitimaba los espacios, otorgando el sentido de apropiación. Más tarde, cuando el territorio americano ya se percibió conocido, lo cartográfico se mantuvo en la línea de los relatos de viajes, pero ahora respecto a cualquier punto de la Tierra.
El mal es Venezuela. A ese país deberían dinamitarlo, lanzarle una bomba atómica. El infierno está en la tierra y queda en Caracas, es así. Yo lo sé. A Alejandro lo mató Caracas, a Martín lo mató Caracas, a nosotros Caracas nos hizo ser los infelices que somos. Perdimos el partido porque nacimos ahí, nunca tuvimos una oportunidad de nada. Nuestro tren pasó, Gabriel, y lo dejamos pasar. Y lo dejamos pasar porque nos enseñaron que ninguno de esos trenes era para nosotros, porque nos dijeron que teníamos que echarle bolas caminando y, lo peor, nos dijeron que caminar era de pinga (291).
Caracas es, pues, una suerte de maleficio. Una predestinación hacia el abismo, hacia las derrotas y los desencantos. Cobra vida para arrasar la de sus habitantes.
La presencia de la ciudad va de la mano del uso permanente de venezolanismos. Esta cualidad construye un cerco alrededor de la comprensión de la novela. Muchos giros sólo se entienden si se ha vivido en el país. Esto, lejos de ser atractivo, puede convertirse en una rémora en la lectura; además de que imprime un tono coloquial que en ocasiones resta belleza al lenguaje. A continuación, un ejemplo:
Le conté a Fedor mi pesar por Carla, mi desesperación, mi estancamiento, mi ascenso a Bruselas, mi fracaso con Elena. El Ruso solo veía el fútbol, a veces asentía o negaba. Aquel día, en el intermedio del Madrid-Osasuna, justo cuando entrevistaban a Jorge Valdano en el palco presidencial, Fedor habló con contundencia. «Mira, chamo, —mano en pecho coñazo en mesa—, yo te voy a decir la verdad. Creo que nadie te la ha dicho pero a mí me parece que todo está muy claro. La verdad es muy sencilla —me señaló con aprehensión—. Tú eres un güevón y Carla Valeria es una puta —silencio largo—. Esa carajita jugó contigo, se empepó, te cogió y te mandó a la mierda, eso es todo. Acéptalo, te cogieron y te mandaron pal coño. Tú eres el tipo grande amigo de su hermano, el tipo arrecho que vive en Europa y trabaja en la Unesco (200).
Buena parte de las historias se desarrollan a partir de la inundación que sufrió el Estado Vargas en diciembre de 1999. Vargas se encuentra ubicado cerca de Caracas; colinda con el mar Caribe. En él se encuentra el puerto de La Guaira y el aeropuerto más importante del país, el Simón Bolívar. Los caraqueños suelen bajar al litoral para disfrutar de sus playas y es muy común que muchos de ellos tengan apartamentos y casas en aquel lugar diseñado, sobre todo, para ser habitación de fin de semana. Las lluvias arrasaron por días con edificios, carros, mobiliario urbano, etcétera, alterando la geografía de la zona:
Alejandro nos contó que todos los vecinos se estaban reuniendo en la azotea, que pasaba algo grave. Subimos los tres, Atilio, Alo y yo. El güevón de Fedor se quedó, dijo que aquello no era más que un vulgar palo de agua. Lo que vimos, Gabriel… lo que vimos. El río atravesaba la calle, se lo llevaba todo por delante. Todo: carros, casas, gente, carajitos, viejos. Y lo peor era que el agua se venía contra el edificio. Las señoras se pusieron a rezar, alguien dijo que si nos quedábamos en la azotea estaríamos a salvo, que las aguas buscarían camino del mar sin hacernos daño (105-106).
A la vuelta de más de una década nunca se supo la cifra exacta de muertos, pero se calculan unos 30 mil. Muchos de los cuerpos quedaron flotando en el mar sin ser recuperados. Las casas y personas perdidas generaron un terrible caos en todo el país, con cierre de aeropuertos por varias semanas, y la improvisación de albergues en los centros comerciales o casas militares. Por la televisión mostraban rostros de niños que ni siquiera sabían decir sus nombres. La delincuencia encontró el perfecto caldo de cultivo para arrasar con las pocas pertenencias que quedaron en pie; ‘la Tragedia de Vargas’, como se la bautizó, podría interpretarse como un anticipo de lo que le pasaría al país, particularmente a la ciudad de Caracas, la degradación rotunda en la que se estaban sumergiendo Venezuela y su capital. En la novela se lee:
El edificio estaba oscuro, los rumores sobre saqueos y robos circulaban con indignación entre los supervivientes. De vez en cuando se escuchaba un tiro. Mi puta linterna comenzaba a titilar. Caminé hasta las escaleras. No sé qué coño era, Gabriel. Un guardia Nacional, un PM, un vigilante, no tengo idea…Tardé en subir. Apenas pude darme cuenta de lo que estaba pasando. Aitana era una carajita, tendría ocho o nueve años. La parte de atrás de ese apartamento había sido golpeada por una roca. La carajita estaba herida, le habían caído encima unas vainas, tenía un bracito fracturado, tenía sangre en los labios. Un hijo de puta la estaba violando. El cabrón la estaba violando. Y era una carajita, Gabriel, una pobre pelá (110).
Las situaciones abyectas que brotaron de la tragedia del litoral venezolano se describen ampliamente en la novela, haciendo énfasis en el carácter de cataclismo del evento y su proyección en los habitantes de la capital, quienes, por su cercanía con Vargas, sufrieron crudamente las secuelas.
Concepto de cronotopo
Liubliana, novela urbana por excelencia, exige categorías de análisis concretas, donde la espacialidad es el eje que soporta el entramado novelístico: los giros argumentales, sus personajes y por supuesto, sus ciudades. Mijail Bajtin elaboró el concepto de cronotopo aludiendo a la incorporación del tiempo en el espacio que involucra a la representación de la ciudad en un texto literario. En su famoso ensayo “Las formas del tiempo y del cronotopo en la novela” Bajtin aclara que “los elementos de tiempo se revelan en el espacio, y el espacio es entendido y medido a través del tiempo” para después concluir que “la intersección de las series y uniones de esos elementos constituye la característica del cronotopo artístico” (1989: 238).
Para Bajtin hay varios tipos de cronotopo. El más importante es el cronotopo del encuentro, que “ejecuta frecuentemente funciones compositivas: sirve como intriga, a veces como punto culminante, o, incluso, como desenlace” (1989: 250). Las ciudades de la novela, sus espacios públicos, propician, invariablemente, encuentros que le darán giros de 180 grados a la trama. El protagonista, Gabriel, abandona Venezuela para instalarse en Madrid. Desde allí, y con la incorporación del internet como espacio virtual que también propicia los encuentros, contacta a algunas amigas de la infancia que cambiarán por completo su vida llevándolo a la derrota personal. En ese momento se incorpora el cronotopo que Bajtin clasifica como ‘del umbral’ y que asocia al de ‘la crisis y la ruptura vital’, el cual está “más impregnado de una gran intensidad emotivo-valorativa” (1989: 399). Para Bajtin, en las narraciones se desencadenan acontecimientos dramáticos que empujan a sus personajes a la toma de decisiones de por vida, donde está presente el cronotopo del umbral. El término, según el teórico, está impregnado de un sentido ‘metafórico y simbólico’ que no es apreciable de manera directa: éste se encuentra implícito en el cronotopo.
La Caracas que padecen los personajes de Liubliana se presenta desde el cronotopo del umbral, el dramatismo vivido en esta ciudad fantasma así lo confirma.
Madrid es la ciudad de la pérdida. Gabriel, recién casado, decide con su esposa vivir en el viejo continente. Ambos se instalan en la capital de España. Sin embargo, desde el punto de vista vivencial, el involucramiento de los personajes y la ciudad se realiza por medio de la opacidad. Si bien ocurren eventos en espacios públicos, que de nuevo el narrador distinguirá por su carácter cartográfico, apenas hay descripciones de las plazas o calles madrileñas. La fuerza argumentativa se encuentra en la sensación de exilio padecida por esos venezolanos que se sintieron obligados a salir del país. Ya instalado en la capital española, Gabriel confiesa:
El exilio está ensamblado sobre la base de un mito: el resto del mundo es un lugar mejor. Me fui de Venezuela con la convicción de que hacía lo correcto. Tardé mucho en darme cuenta de que Caracas, como un cáncer inoperable, estaba enredada en lo más profundo de mi memoria. Mi Caracas, lo sé, es una geografía fragmentaria, incompleta, tendenciosa. Mi centro se ubica al final de la avenida Teresa de la Parra, no tiene plaza ni parlamento. Me costó entender que la tragedia del exilio la escriben las cosas invisibles, los pequeños detalles que pasan desapercibidos. No todo el mundo se da cuenta de que lo que duele, lo que se echa de menos, es la belleza espontánea de lo insignificante (206-207).
El cronotopo bajtiniano se percibe de manera más tenue en las páginas de la experiencia madrileña. Casi todos los eventos ocurren en espacios cerrados: las oficinas de la organización no gubernamental, bares, restaurantes, el apartamento en el que habitan. Madrid enmudece para dar paso a la presencia venezolana en un país ajeno, borra su geografía para que el foco central esté en las tragedias personales y colectivas. La ciudad es, más bien, enunciados de calles o de pequeños recorridos. Madrid representa el olvido.
Liubliana
Para Gabriel, la capital de Eslovenia, Liubliana, significa el paraíso perdido. El cronotopo del encuentro se despliega ampliamente en ella. Allí se verán, después de décadas, Gabriel y Carla —hermanita menor de su amigo de infancia— en el Puente de los Dragones, uno de los más importantes de la ciudad. Ellos habían iniciado un amorío cibernético meses atrás; la presencia de Carla en la vida de Gabriel ya adulto comienza a través de un encuentro en Facebook. Los años habían pasado y ella, la pequeña Carla, se había convertido en una joven desenfadada que, sin limitaciones morales, busca al hombre que es ahora Gabriel. Reencontrarla sume al protagonista en una relación pasional de tan altos alcances que le provocará la pérdida de la salud emocional, la ruptura matrimonial y su acabamiento personal.
En Liubliana se encuentran los amantes para unirse con fervor. La posterior separación y abandono de la ciudad los lleva a un futuro distanciamiento, que lejos de superarse se mantendrá de forma definitiva. Carla se aleja irremediablemente de Gabriel.
A partir del distanciamiento de los amantes, el discurso novelístico se centra en narrar los avatares por los que, sinuosamente, transitará la vida de Gabriel. La ruptura matrimonial, la salida de la ONG que le había ofrecido un alto cargo en Bélgica y que Gabriel rechaza, y su quiebre interior: a raíz de la muerte violenta de uno de sus amigos de la infancia, el personaje sufre una crisis emocional de la que saldrá maltrecho. Esto y la muerte de la madre en Caracas son determinantes para su regreso a Venezuela.
Ya vencido, con el divorcio a cuestas, se instala en Caracas, donde es hospitalizado por haber sufrido un infarto y por habérsele diagnosticado esquizofrenia. Gabriel prácticamente lo ha perdido todo. Ante esta realidad, compra un boleto de avión con la urgencia de quien se sabe en los últimos días de vida. Se advierte derrotado y escoge como destino Liubliana, en donde logró disfrutar de un amor genuino, largamente anhelado. Desde las calles de esta ciudad hace sus últimas reflexiones. Lamenta errores, acepta pérdidas, se ve a sí mismo como un hombre acabado.
Liubliana es el espacio urbano del epílogo. Gabriel camina sus calles, con el estilo cartográfico que lo caracteriza, y todo lo que ve no sólo le recuerda a Caracas, lo que observa es también Caracas:
Todos los negocios tenían un extraño parecido con los lugares de Santa Mónica. Vi distintos quioscos de peruano, señoras cristalinas y carniceros portugueses en los sucesivos portales eslovenos. Las personas eran blancas, muy blancas, hablaban una lengua imposible pero en sus rostros portaban el mismo significado de la vida; entendían que todas las ciudades del mundo no eran más que un juego de espejos, una casualidad que reúne cuerpos humanos en el ejercicio cotidiano del alimento, la palabra, el corazón y el ocio. Tuve la impresión clara de que el viejo Parsamón quedaba en aquel boulevard, de que la señora Cristina (una serbia protestante que salía de un abasto Aldebarán escrito sin vocales) caminaba sin prisa. Las aguas del Liublianica traían los sonidos de mi casa. Pensé, aturdido por el dolor del pecho, que el desarraigo no era más que una falsa mudanza. Quizás —me dije— aquello que llamamos hogar solo sea una invención de la memoria (323-324).
La simbiosis que se proyecta entre la capital de Eslovenia y Caracas explica el concepto de ciudad como una totalidad que se repite infinitamente. Y la última oración, que ha sido escrita en letra cursiva por el mismo narrador, nos habla del hogar, entendido como un constructo de la memoria, como un acto subjetivo que nos envuelve y nos lleva a querer echar raíces en esos espacios que hemos recorrido y que se asemejan a nuestros recuerdos.
El cronotopo del camino —uno de los más recurrentes en los espacios urbanos— se hace presente gracias al recorrido realizado por el protagonista en las calles de Liubliana que se entrecruzan con las de Caracas y con los personajes que vivían allí y convivieron con Gabriel, aquellos que formaban parte de su cotidianidad. Los caminos andados anticipan posibles encuentros que configurarán el perfil de los personajes y sus decisiones, los desenlaces.
Liubliana está diseñada argumentalmente como una tragedia. Las inundaciones de Vargas, la inestabilidad política, social y económica de Venezuela afectan a todos sus personajes. Los amigos de la infancia ven destruida la urbanización; el edificio en que vivían es demolido y sus destinos no encuentran finales felices. Por último, la salida voluntaria del país arruina todos sus proyectos de vida. Es una suerte de Edipo saliendo de Tebas con la ceguera física y, sobre todo, la ausencia de luz interior.
Por la ubicación temporal –los hechos comienzan en 1999 y se prolongan por una década más–, esta novela anticipa el aumento del éxodo de venezolanos que se radicalizó con el gobierno de Nicolás Maduro, iniciado en 2013. Al tratarse de un fenómeno social abrumador y que en la actualidad continúa de forma desenfrenada, la literatura no puede más que dar cuenta de ello.
Referencias
Bajtin, Mijail (1989), Teoría y estética de la novela. Trabajos de investigación, Madrid, Taurus.
Brown, Tom (2007), “Venezuelas, fleeing Chavez, seek U.S. safety net”, en Reuters, 16 de julio, Londres, disponible en: http://www.reuters.com/article/us-usa-venezuela-asylum-idUSN1127066720070716
Jitrik, Noé (1994), “Voces de la ciudad”, Revista SyC, núm. 4, pp. 7-18.
Newsweek Staff (2009), “Hugo Chavez is scaring away talent”, en Newsweek, 30 de junio, Nueva York, disponible en: http://www.newsweek.com/hugo-chavez-scaring-away-talent-80337
Sánchez Rugeles, Eduardo (2012), Liubliana, Caracas, Ediciones B.
Notas de autor