Abeja en la colmena
La golondrina
La golondrina
La Colmena, núm. 93, pp. 107-109, 2017
Universidad Autónoma del Estado de México
Recepción: 01 Julio 2016
Aprobación: 27 Agosto 2016
Uno de mis hijos la trajo a casa una tarde. La encontró en el parque, desfallecida. Estaba en el suelo y no podía levantar vuelo pues una de sus alas estaba inmovilizada. Algún moscardón o avispa, envidioso de la belleza y alegría de su vuelo, la había picado al posarse en alguna rama para descansar. Había caído al suelo y estaba indefensa, a merced de algún depredador, de esos que abundan en el parque.
Mi hijo la levantó y acunándola amorosamente entre sus manos la llevó a casa. La golondrina estaba aterrada y su corazoncito latía violentamente. Ignoraba que había sido llevada a un refugio para todo tipo de animales en desgracia. En casa hemos recibido gatos abandonados, perros enfermos y todo tipo de pájaros traídos por nuestros hijos, que han sido dotados por el Creador con la gracia de la compasión.
La golondrina recibió todo tipo de atenciones y cuidados. Uno de mis hijos le fabricó una casa con una caja de cartón y ropas viejas, mientras otro, dirigido por mi amada, la Flaca, trataba de darle de beber con un gotero. Por mi parte, y en compañía de un tercero, salí en búsqueda de alimento para pájaros.
La golondrina estuvo en casa varios días, recuperándose de su herida. Perdió rápidamente el temor y empezó a volar dentro de nuestro departamento. En algún momento se posó en la cabeza de mi hijo Rodrigo, y a partir de ese instante la cabeza de mi hijo se transformó en su lugar de descanso permanente. Producía emoción ver a mi hijo Rodrigo moverse dentro de la casa, en sus actividades hogareñas normales, con la golondrina en su cabeza, vigilante. Por méritos suyos y del resto de la familia, Rodrigo había sido transformado por la golondrina, conocedora del antiguo rito de la isla de Pascua, y por historias que seguramente oyó de su abuela, en un hombre pájaro, honor antes concedido únicamente al bravo nadador que cada año recogía en un islote lejano y al término del invierno el primer huevo de manutara (gaviota en pascuense).
Desde tiempos inmemoriales, la golondrina ha sido símbolo de paz y felicidad, y eso fue, precisamente, lo que nos trajo a casa durante esos días que permaneció con nosotros.
Días después, cuando la creíamos curada, Rodrigo la tomó suavemente entre sus manos y la colocó en la baranda de nuestro balcón. La golondrina paseó su mirada por árboles, nubes y cerros un largo rato, y luego voló a posarse nuevamente en la cabeza de mi hijo. Creo que no quería abandonarnos todavía. ¿Sería que no tenía aún suficientes fuerzas para regresar a sus golondrinerías? O tal vez sería que también, por pico de su abuela, había conocido la historia del Príncipe feliz y esperaba que, al igual que hizo el príncipe con la golondrina de ese bello cuento, Rodrigo le entregara su corona de joyas, su manto de oro y sus ojos de esmeraldas para repartirlos entre los pobres y ayudar a mitigar el sufrimiento de la gente, antes de emprender el vuelo hacia su mundo.
La separación estaba cerca. Al día siguiente, al terminar la tarde y con la familia reunida, Rodrigo nuevamente la bajó de su cabeza y la puso en la baranda del balcón. Ocurrió algo maravilloso que aún me emociona recordar: una bandada de golondrinas empezó a volar en círculos que pasaban muy cerca del balcón donde estaba nuestra, su golondrina. El vuelo y el canto de la bandada era una clara invitación para que la golondrina regresara con los suyos.
Después de un largo rato la golondrina se incorporó a la bandada. Su vuelo alegre nos hizo creer que ahora todo estaba bien. Sin embargo, una cosa pensábamos nosotros y otra la golondrina. Al día siguiente, al terminar la tarde, uno de nuestros hijos nos llamó con urgencia: ¡Vengan! ¡Vengan! ¡La golondrina está revoloteando frente al balcón! Corrimos y sí, ¡ahí estaba! Volaba en círculos pasando una y otra vez frente a nuestro balcón. Su visita se prolongó por varios minutos y luego se retiró. ¿Sería la magia del amor lo que te permitió, golondrina, distinguir nuestro balcón entre tantos otros? ¿Sería la magia del amor la que le permitió a nuestro hijo reconocerte?
¿Qué pasaba por tu mente, golondrina? No lo sé. Sospecho que querías fijar nuestros rostros en tu mente para contarle a tu nieta, más tarde, la historia de un niño que no era el príncipe feliz pues carecía de riquezas, pero a quien, de todos modos, por su bondad y la de su familia, transformaste, por unos días, en hombre pájaro.
Notas de autor