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La golondrina
Oscar Fuentes-Caro
Oscar Fuentes-Caro
La golondrina
La Colmena, núm. 93, pp. 107-109, 2017
Universidad Autónoma del Estado de México
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La golondrina

Oscar Fuentes-Caro*
Independiente, Chile
La Colmena, núm. 93, pp. 107-109, 2017
Universidad Autónoma del Estado de México

Recepción: 01 Julio 2016

Aprobación: 27 Agosto 2016

Uno de mis hijos la trajo a casa una tarde. La encontró en el parque, desfallecida. Estaba en el suelo y no podía levantar vuelo pues una de sus alas estaba inmovilizada. Algún moscardón o avispa, envidioso de la belleza y alegría de su vuelo, la había picado al posarse en alguna rama para descansar. Había caído al suelo y estaba indefensa, a merced de algún depredador, de esos que abundan en el parque.

Mi hijo la levantó y acunándola amorosamente entre sus manos la llevó a casa. La golondrina estaba aterrada y su corazoncito latía violentamente. Ignoraba que había sido llevada a un refugio para todo tipo de animales en desgracia. En casa hemos recibido gatos abandonados, perros enfermos y todo tipo de pájaros traídos por nuestros hijos, que han sido dotados por el Creador con la gracia de la compasión.

La golondrina recibió todo tipo de atenciones y cuidados. Uno de mis hijos le fabricó una casa con una caja de cartón y ropas viejas, mientras otro, dirigido por mi amada, la Flaca, trataba de darle de beber con un gotero. Por mi parte, y en compañía de un tercero, salí en búsqueda de alimento para pájaros.

La golondrina estuvo en casa varios días, recuperándose de su herida. Perdió rápidamente el temor y empezó a volar dentro de nuestro departamento. En algún momento se posó en la cabeza de mi hijo Rodrigo, y a partir de ese instante la cabeza de mi hijo se transformó en su lugar de descanso permanente. Producía emoción ver a mi hijo Rodrigo moverse dentro de la casa, en sus actividades hogareñas normales, con la golondrina en su cabeza, vigilante. Por méritos suyos y del resto de la familia, Rodrigo había sido transformado por la golondrina, conocedora del antiguo rito de la isla de Pascua, y por historias que seguramente oyó de su abuela, en un hombre pájaro, honor antes concedido únicamente al bravo nadador que cada año recogía en un islote lejano y al término del invierno el primer huevo de manutara (gaviota en pascuense).

Desde tiempos inmemoriales, la golondrina ha sido símbolo de paz y felicidad, y eso fue, precisamente, lo que nos trajo a casa durante esos días que permaneció con nosotros.

Días después, cuando la creíamos curada, Rodrigo la tomó suavemente entre sus manos y la colocó en la baranda de nuestro balcón. La golondrina paseó su mirada por árboles, nubes y cerros un largo rato, y luego voló a posarse nuevamente en la cabeza de mi hijo. Creo que no quería abandonarnos todavía. ¿Sería que no tenía aún suficientes fuerzas para regresar a sus golondrinerías? O tal vez sería que también, por pico de su abuela, había conocido la historia del Príncipe feliz y esperaba que, al igual que hizo el príncipe con la golondrina de ese bello cuento, Rodrigo le entregara su corona de joyas, su manto de oro y sus ojos de esmeraldas para repartirlos entre los pobres y ayudar a mitigar el sufrimiento de la gente, antes de emprender el vuelo hacia su mundo.

La separación estaba cerca. Al día siguiente, al terminar la tarde y con la familia reunida, Rodrigo nuevamente la bajó de su cabeza y la puso en la baranda del balcón. Ocurrió algo maravilloso que aún me emociona recordar: una bandada de golondrinas empezó a volar en círculos que pasaban muy cerca del balcón donde estaba nuestra, su golondrina. El vuelo y el canto de la bandada era una clara invitación para que la golondrina regresara con los suyos.

Después de un largo rato la golondrina se incorporó a la bandada. Su vuelo alegre nos hizo creer que ahora todo estaba bien. Sin embargo, una cosa pensábamos nosotros y otra la golondrina. Al día siguiente, al terminar la tarde, uno de nuestros hijos nos llamó con urgencia: ¡Vengan! ¡Vengan! ¡La golondrina está revoloteando frente al balcón! Corrimos y sí, ¡ahí estaba! Volaba en círculos pasando una y otra vez frente a nuestro balcón. Su visita se prolongó por varios minutos y luego se retiró. ¿Sería la magia del amor lo que te permitió, golondrina, distinguir nuestro balcón entre tantos otros? ¿Sería la magia del amor la que le permitió a nuestro hijo reconocerte?

¿Qué pasaba por tu mente, golondrina? No lo sé. Sospecho que querías fijar nuestros rostros en tu mente para contarle a tu nieta, más tarde, la historia de un niño que no era el príncipe feliz pues carecía de riquezas, pero a quien, de todos modos, por su bondad y la de su familia, transformaste, por unos días, en hombre pájaro.

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Notas
Notas de autor
* Talca, Chile, 1941-Santiago de Chile, 2016. Ingeniero en Electrónica, jubilado. Una enfermedad pulmonar lo tuvo confinado a su departamento donde luchó “por disfrutar de cada nuevo día que me ha sido regalado, al lado de mi compañera de toda la vida”. Le entretenía mucho escribir historias cortas. Algunas centradas en recuerdos. Otras eran producto de su imaginación. Le encantaba compartir estas historias “con personas dispuestas a leerlas y con la paciencia y bondad que se requiere para enviarme un comentario crítico que me permita mejorarlas”. Le gustaban la música y el futbol: “Mi gusto en música es muy variado: desde música tropical, rock and roll y jazz (tradicional) a música clásica. En música clásica, partes de algunos conciertos me emocionan hasta las lágrimas. Ése, más o menos, soy yo”, apuntó en su ficha curricular. Este cuento se publica con la autorización de sus familiares.
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