Traducciones
Recepción: 08 Septiembre 2016
Aprobación: 13 Octubre 2016
El día eterno (Der ewige Tag, 1911) fue el único poemario que el joven poeta alemán Georg Heym (1887-1912) vio publicado en vida. De los 41 poemas que componen este libro, Heym escogió “Visiones negras”, una de sus más largas creaciones, para concluirlo. En este poema se invoca a la muerte. Ésta recorre todo el libro como tema central: en su descripción de la ciudad amenazante (Berlín), del invierno, de la Revolución francesa, de elementos que componen tanto el paisaje natural como industrial, de su amada imaginaria… Las imágenes sombrías y esta continua presencia de la muerte son para Heym el arma con la que desea vencer al alegre y ordenado espíritu burgués. Su poesía pretende iniciar una revolución iconoclasta con la esperanza de ver surgir un mundo nuevo. “Visiones negras” es, a mi parecer, una de las creaciones más logradas del poeta, en la que despliega toda su alma apasionada en su particular rebelión.
Visiones negras (enero, 1911)1
A una amada imaginaria
I
En tu paño blanco descansas en la oscuridad
De un ascetismo doloroso, como un eremita,
Y tus rizos, que se pudren en la noche,
Cubren profundos tus párpados hundidos.
Sobre tus labios se grabaron ya en cavidades
Las marcas de los besos muertos.
Los primeros gusanos danzan en torno al pálido
Hueso de tus sienes, descolorido por el agua de las fosas.
Ellos, como médicos, clavan largamente
Las pinzas de sus trompas, y fijan su raíz en la carne.
No los ahuyentas de tu lecho de muerte,
Condenada estás a sufrir inmóvil.
Del cielo negro, la gran campana de la tumba,
Empañada, gira en torno a tu invierno.
Y la nevada, con gruesos copos de nieve, ahoga
Todo lo que abajo llora y grita en las tumbas.
II
Galerías nocturnas de grandes ciudades por doquier
En la periferia, a lo lejos, como incendios amarillos.
Y con su antorcha, la muerte, hacia la oscuridad,
Ahuyenta de sus puertas a los muertos.
Salen como grandes humaredas y silban
Con suave queja por el cardizal.
En la encrucijada, se acurrucan en masa y vagan
Igual que los apátridas en un mundo negro.
Miran hacia atrás desde un árbol sin hojas,
Adonde el viento los arrojó. Pero su ciudad está
Cerrada para ellos. Y como pájaros cansados, la tormenta
Los empuja en torno al árbol, en el espacio vacío.
¿Dónde se halla la ciudad de los muertos?
[Ellos quieren dormir.
Allí se abren en el severo crepúsculo los infiernos,
Puerto de ciudades serenas, donde se despliegan
Velas negras, barca junto a barca.
Y banderas negras ondean por largas callejas
De ciudades desiertas, enmudecidas
Por la maldición de cielos blancos, y abandonadas,
Donde eternamente vibra una campana ronca.
Los puentes negros proyectan enormes
Las sombras de la tarde sobre la corriente oscura.
Y el fuego rojo de lagunas inmensas
Quema el aire con aroma púrpura.
Los canales que atraviesan con su flujo la ciudad
Están suavemente arropados por bosques de lirios.
En la proa de las gabarras, donde arden las lámparas,
Se yerguen los marineros, y la tarde sueña.
Como frágiles coronas de oro alrededor de las frentes.
La gema oscura de los ojos profundos
Encierra las ventiscas blanquecinas del cielo alto,
Donde ya pastorea la luna en el brillo verde.
Los muertos contemplan desde su árbol de invierno
A los que duermen en su dulce reino.
Y la nostalgia se apodera de ellos en el linde
Del cielo rojo y en la tarde que enternece.
Allí Hermes los derriba; con fuerte vuelo,
Como un cometa azulado, sacude la noche. Y el suelo
Tiembla a muchas leguas de profundidad,
Cuando cantándole, pasa la comitiva de los muertos.
Se acercan a las ciudades, donde vivirán,
De donde vientos dorados escapan en el vuelo de la tarde.
La amatista de las puertas en la profunda galería
Besa la larga comitiva con su bamboleo de garza.
Las ciudades de plata, ardientes a la luz de la luna,
Los envuelven en el esplendor de su verano,
Donde ya al este florecen como grandes rosas
Las auroras en la medianoche.
III
Ellos te saludan en tu ataúd negro
Y sobre ti revolotean como viento de primavera.
Como ruiseñores suavemente mueven
Con sus lamentos la cabeza pálida y rala.
Con manos de terciopelo quieren enviarte el saludo
De mi pena. Y como una hoja de vid, roja,
Así se tambalean sus besos a tus pies,
Y como palomas envuelven con suavidad tu muerte.
Agitan sobre ti el fuego de las antorchas,
Que enormes despiertan en la noche negra.
Ellos ponen en tus manos blancas
Las lágrimas de piedra que yo te he ofrecido.
Arrojan perfumes de las ánforas
Y te cubren por completo de ámbar.
Tu cabello negro se eleva en las puertas del cielo,
Como débil brillo de una nube de estrellas.
Construirán grandes pirámides,
Y sobre ellas apilarán tu féretro negro.
Mirarás entonces al sol salvaje,
Que penetra en tu sangre como vino oscuro.
IV
El sol, que se ilumina con las flores,
Se arroja como un águila a tu cabeza,
Y el sueño, de sus labios púrpura, humedece
Con rocío de lágrimas tu mortaja blanca.
Tomarás entonces tu corazón de tu pecho blanco
Y lo mostrarás por todo el santuario silencioso.
Y tu llama majestuosa conmoverá las costas
Del cielo, que arrojarán tu gloria
Al mar de los muertos como fuertes olas.
Los grandes barcos navegarán a tu alrededor,
En torno a tu torre, y sus canciones en la tarde
Se elevarán suaves como nubes por el vasto mar.
Y lo que yo en mis sueños te digo
Lo gritan los sacerdotes con sonido de tuba.
A tu alrededor, el lamento llena las bahías oscuras
Del mar como junco, tierno, y negra amapola.
V
La luna ilumina sin brillo la superficie muda,
Como un corindón que arde en el fondo profundo.
Enamorada de los arroyos de llamas oscuras
De tus rizos, se detiene cansada sobre las ciudades.
Entonces los muertos salen de los panteones
Y te rodean en larga procesión.
Las sombras, de cristal rosa, revolotean
Por los aires, y de su interior expulsan llamas.
VI
Te has adelantado en ir al reino secreto.
Algún día te seguiré, tú, imagen de la tristeza,
Y sostendré eternamente tu mano, pálida,
Llena de los lirios blanquecinos de mis besos.
Largas eternidades inundarán entonces
Los muros de los cielos y la tierra muerta,
Y, como grandes sombras, avanzarán hacia el oeste,
Donde férrea descansa la pared de los horizontes.
Schwarze Visionen
An eine imaginäre Geliebte
I
Du ruhst im Dunkel trauriger Askesen
In deinem weißen Tuch, ein Eremit,
Und deine Locken, die in Nacht verwesen,
Bedecken tief dein eingesunknes Lid.
Auf deinen Lippen gruben sich die Male
Der toten Küsse schon in Trichtern ein.
Die ersten Würmer tanzen um das fahle
Vom Grubenwasser bleiche Schläfenbein.
Wie Ärzte stechen lang sie die Pinzette
Der Rüssel, die im Fleische Wurzel schlägt.
Du jagst sie nicht von deinem Totenbette,
Du bist verflucht, zu leiden unbewegt.
Des schwarzen Himmels große Grabesglocke
Dreht trüb sich rund um deine Winterzeit.
Und es erstickt der Schneefall, dicke Flocke,
Was unten in den Gräbern weint und schreit.
II
Der großen Städte nächtliche Emporen
Stehn rings am Rand, wie gelbe Brände weit.
Und mit der Fackel scheucht aus ihren Toren
Der Tod die Toten in die Dunkelheit.
Sie fahren aus wie großer Rauch und schwirren
Mit leisen Klagen durch das Distelfeld.
Am Kreuzweg hocken sie zuhauf und irren
Den Heimatlosen gleich in schwarzer Welt.
Sie schaun zurück von einem kahlen Baume,
Auf den der Wind sie warf. Doch ihre Stadt
Ist zu für sie. Und in dem leeren Raume
Treibt Sturm sie um den Baum, wie Vögel matt.
Wo ist die Totenstadt?
[Sie wollen schlafen.
Da tut sich auf im ernsten Abendrot
Die Unterwelt, der stillen Städte Hafen,
Wo schwarze Segel ziehen, Boot an Boot.
Und schwarze Fahnen wehn die langen Gassen
Der ausgestorbnen Städte, die verstummt
Im Fluch von weißen Himmeln und verlassen,
Wo ewig eine stumpfe Glocke brummt.
Die schwarzen Brücken werfen ungeheuer
Die Abendschatten auf den dunklen Strom.
Und riesiger Lagunen rotes Feuer
Verbrennt die Luft mit purpurnem Arom.
Kanäle alle, die die Stadt durchschwimmen,
Sind von den Lilienwäldern sanft umsäumt.
Am Bug der Kähne, wo die Lampen glimmen,
Stehn groß die Schiffer, und der Abend träumt.
Wie zarte goldene Kronen um die Stirnen.
Der tiefen Augen dunkler Edelstein
Umschließt des hohen Himmels blasse Firnen,
Wo weidet schon der Mond im grünen Schein.
Die Toten schaun aus ihrem Winterbaume
Den Schläfern zu in ihrem sanften Reich.
Und das Verlangen faßt sie nach dem Saume
Des roten Himmels und dem Abend weich.
Da stürzt sie Hermes, der die Nacht erschüttert
Mit starkem Flug, ein bläulicher Komet,
Den Grund herab, der meilentief erzittert,
Da singend ihn der Toten Zug durchweht.
Sie nahn den Städten, da sie wohnen sollen,
Draus goldne Winde gehn im Abendflug.
Der Tore Amethyst im tiefen Stollen
Küßt ihrer Reiherschwingen langer Zug.
Die Silberstädte, die im Monde glühen,
Umarmen sie mit ihres Sommers Pracht,
Wo schon im Ost wie große Rosen blühen
Die Morgenröten in die Mitternacht.
III
Sie grüßen dich in deinem schwarzen Sarge
Und flattern über dich wie Frühlingswind.
Wie Nachtigallen rühren sie das karge,
Wachsbleiche Haupt mit ihren Klagen lind.
Mit Sammethänden wollen sie dich grüßen
Von meiner Qual. Und wie ein Weinblatt rot,
So taumeln ihre Küsse dir zu Füßen,
Und ziehn wie Tauben sanft um deinen Tod.
Sie schwingen über dir die Fackelbrände,
Die furchtbar wecken auf die schwarze Nacht.
Sie geben dir in deine weißen Hände
Tränen von Stein, die ich dir dargebracht.
Sie laden Düfte aus den Duft-Amphoren
Und überschütten dich mit Ambra ganz.
Dein schwarzes Haar steht auf, an Himmels Toren,
Wie eines Sterngewölkes dünner Glanz.
Sie werden große Pyramiden bauen,
Darauf sie türmen deinen schwarzen Schrein.
Dann wirst du in die wilde Sonne schauen,
Die in dein Blut stürzt wie ein dunkler Wein.
IV
Die Sonne, die mit Blumen sich beleuchtet,
Stößt wie ein Aar zu deinen Häupten weit,
Und ihrer Purpurlippen Traum befeuchtet
Mit Tränentau dein weißes Totenkleid.
Dann nimmst dein Herz du aus den weißen Brüsten
Und zeigst es rings dem stillen Heiligtum.
Und deine stolze Flamme rührt die Küsten
Des Himmels an, die werfen deinen Ruhm
Ins Meer der Toten aus wie starke Wellen.
Die großen Schiffe schwimmen um dich her,
Um deinen Turm, und ihre Lieder schwellen
Wie Abendwolken sanft vom großen Meer.
Und was ich dir in meinen Träumen sage,
Das schrein die Priester aus mit Tuba-Ton.
Der Meere dunkle Buchten füllt die Klage
Um dich wie Schilfrohr sanft und schwarzer Mohn.
V
Getrübt bescheint der Mond die stumme Fläche,
Wie ein Korund, der tief im Grunde glüht.
In deiner Locken dunkle Flammenbäche
Verliebt, verweilt er auf den Städten müd.
Dann kommen alle Toten aus den Grüften
Und ziehn um dich in langer Prozession.
Von rosa Glase flattern in den Lüften
Die Schatten, die von innern Flammen lohn.
VI
Du zogst voraus nach dem geheimen Reiche.
Ich folge dir dereinst, du Trauerbild,
Und halte ewig deine Hand, die bleiche,
Die meiner Küsse blasse Lilie füllt.
Dann überschwemmen lange Ewigkeiten
Der Himmel Mauern und das tote Land,
Die, große Schatten, in den Westen schreiten,
Wo ehern ruht der Horizonte Wand.
Notas
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