Aguijón

Vejez, magia y feminidad en Balún Canán, de Rosario Castellanos1

Old age, magic and feminity in Balún Canán, by Rosario Castellanos

María América Luna-Martínez *
Universidad Iberoamericana, México
Zoraida Ronzón-Hernández *
Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, México
Norma Baca-Tavira *
Universidad Nacional Autónoma de México, México

Vejez, magia y feminidad en Balún Canán, de Rosario Castellanos1

La Colmena, núm. 96, pp. 41-50, 2017

Universidad Autónoma del Estado de México

Recepción: 05 Junio 2017

Aprobación: 27 Noviembre 2017

Resumen: Las siguientes líneas se proponen explorar las experiencias de la enigmática y envejecida Francisca Argüello, personaje secundario de Balún Canán,2quien tiene un papel relevante al develar las disputas entre el imaginario mágico-mítico de las culturas originarias y el pensamiento colonial de la élite terrateniente. Este personaje permite acercarnos a un tema hasta ahora no abordado en los estudios sobre la mencionada novela: el envejecimiento de las mujeres en la sociedad señorial mexicana de la primera mitad del siglo XX, así como las estrategias que se ponen en juego para enfrentar no sólo su condición añosa, sino los intensos cambios sociales que se experimentaron en Chiapas a raíz de las reformas cardenistas.

Palabras clave: literatura latinoamericana, literatura mexicana, novela, envejecimiento.

Abstract: The following lines propose to explore the experiences lived by old and enigmatic Francisca Argüello, a secondary character of the novel Balún Canán who has a relevant role to unveil the disputes between the magical and mythical and the colonial thinking of the landowners elite. This character allows us to look closer at one Balún Canan’s subject that has not been studied yet: the aging process of women in Mexican stately society in the first half of the 20th century as well as the devices at play used by Francisca in order to face the challenge of not only her old age situation but also the drastic social changes experienced in Chiapas as a result of Lazaro Cárdenas’ reforms.

Keywords: Latin American literature, Mexican literature, novel, aging.

Francisca Argüello, ¿bruja o simuladora?

Bruja en la cultura patriarcal es un insulto, una satanización, y un estigma; quien es bruja se coloca en la parte mala del mundo, porque la bruja encarna simbólica y míticamente a la malamujer.

Marcela Lagarde

En los últimos años de su vida, Rosario Castellanos se desempeñó como embajadora de México en Israel.3 Además de sus múltiples actividades diplomáticas, también trabajó activamente en el mencionado país como académica y promotora cultural. En cierta ocasión, la escritora concedió una entrevista al Ente de Radiodifusión israelí; en la conversación se le preguntó si creía en la magia, a lo que respondió: “Creer, no creo. Me rebelo contra toda esta expresión que anula al individuo para plegarse ante fuerzas supuestamente superiores. Mi lógica se rebela contra esta pérdida de libertad mas… la magia existe” (Megged, 2004: 16). La respuesta correspondía a una mujer que, desde su formación filosófica, hacía gala de un pensamiento riguroso y racional, pero donde también traslucía la influencia de su nana Rufina, cuyos amorosos cuidados en los años infantiles de la escritora fueron fundamentales en su vida. De Rufina recibió la rica cosmovisión indígena que refiguró en sus cuentos y novelas sobre el estado de Chiapas, entidad donde transcurrió su infancia y los primeros años de su juventud.

Como se mencionó anteriormente, las siguientes líneas pretenden recuperar a un personaje femenino secundario de la narrativa rosariana: Francisca Argüello, de aparición breve, pero fundamental en Balún Canán. Este personaje aparece en la segunda y tercera partes de la novela, y experimenta una notable transformación, pues de ser una férrea terrateniente se convierte en aliada de los indios y en una mujer que practica la magia y realiza extraños rituales vinculados a las religiones originarias. El comportamiento de este personaje remite a la utilización de la magia y la brujería como estrategias de resistencia, actividades que algunas mujeres han practicado en momentos de crisis social o personal.

En efecto, si durante milenios el “ser y deber ser” de las mujeres se ha configurado con base en su capacidad reproductiva y en el cuidado de los otros, que la personaje no se “realice” a través del matrimonio o de la reproducción la instala en los márgenes de una normalidad prescrita y legitimada por el androcentrismo, a menos que sea una convencida ejecutora del modus operandi patriarcal. Aquellas que renuncian a la vida conyugal o se niegan a procrear hijos “no son del todo mujeres”; lo anterior sanciona el eterno femenino. Para enfrentar este doloroso estigma en el conservador mundo campesino del México de la primera mitad del siglo XX, Francisca no tiene más remedio que profundizar su diferencia y su marginación en un momento en que la revolución agraria trastoca las entrañas del patriarcado rural del sureste mexicano. Vayamos al detalle.

De presencia breve en Balún Canán, Francisca Argüello aparece en varios momentos relevantes de la novela. Cabe señalar que Balún Canán4 es un texto autobiográfico de Rosario Castellanos donde la escritora, al recrear su niñez en Comitán, tiene la habilidad de entrelazar la condición marginal y oprimida de los indios y de las mujeres con el conflictivo proceso vivido en la región a partir del impacto de las reformas sociales cardenistas, tanto en la élite terrateniente como en la vida cotidiana de los campesinos indígenas. Otra de las virtudes de la novela, que se hizo acreedora del Premio Chiapas en 1958, es la destreza de la escritora para recrear la tensión que se establece entre la pervivencia de la cosmovisión mítico-mágica de los antiguos mexicanos y el pensamiento colonialista de la élite criolla latifundista, así como de la herencia ilustrada con sus valores de libertad, igualdad y voluntad transformadora de algunos de los líderes indios, como el caso de Felipe Carranza Pech, protagonista masculino de la novela.

En Balún Canán se narra la historia del fin de la dominación señorial de la familia Argüello a través de una niña, alter ego de la escritora, quien tempranamente descubre que es menos importante que su hermano, el varón, el heredero de todo rango y privilegio por su condición masculina. La muerte del niño precipita en la narradora-personaje un sentimiento de pérdida y de culpa,5 pues ella deseaba tener las ventajas, el reconocimiento y el afecto del que gozaba el hijo varón. Sin que Castellanos se proponga hacer una denuncia sobre la condición de los indios y de las mujeres al estilo de un burdo realismo, el texto tiene elementos temáticos complejos para realizar algunas reflexiones sobre la situación de sometimiento que vivían las mujeres de la provincia mexicana de la primera mitad del siglo XX,6 atendidos por la profusa crítica literaria en torno a su obra.7

Pero, ¿quién es Francisca Argüello? Según palabras de César Argüello, personaje masculino principal de esta novela, su prima Francisca es una mujer arrecha,8 es decir, valiente, bragada “como un hombre”, capaz de llevar por sí la administración y el buen gobierno de Palo María, su hacienda. Aquí conviene detenernos un momento en la denominación de la propiedad para resaltar el carácter fálico de la misma, pero en cierto modo feminizado por la inclusión del vocablo María. “Palo María” es una frase que podría remitir al poder que detenta una mujer patriarcal como Francisca, dueña y señora del latifundio nombrado de esa forma.

En efecto, según relata la novela, Francisca ha perpetuado por años la fama depredadora de los Argüello; es considerada una terrateniente violenta y decidida, a quien nunca le tembló la mano para castigar con el fuete o mandar al cepo a algún indio insurrecto, según las costumbres de la época.9 Esa capacidad de mando, ese ser “como un hombre” capturó la admiración y el reconocimiento de su primo César y seguramente de otros latifundistas.

Como propietaria y hacendada, Francisca es una mujer atípica: es recia y dominante.10 Para ser eficaz en el rancho debe negar su feminidad, como rasgo social y cultural que determina la dependencia económica y la subordinación de las mujeres a los varones, lo cual no corresponde con Francisca, quien suele ser implacable. Esta mujer arrecha, descrita así por el narrador, prefiere renunciar al matrimonio y a la procreación con tal de preservar la propiedad señorial que heredó a la muerte de su padre. Sin embargo, la tranquilidad y el orden de su vida se ven confrontados cuando surge el agrarismo, motivo por el que César, de Comitán, se traslada a su rancho de Chactajal y en el trayecto, junto con su familia, se hospedan en Palo María, propiedad al eficiente cuidado de Francisca. Después de una cena, sin ocultar su preocupación, los Argüello conversan acerca de los acontecimientos políticos ocasionados por el ímpetu modernizador del cardenismo. Éste es el comentario de Francisca:

—Es una imprudencia [que viajes con la familia]. Las cosas que están sucediendo en estos ranchos no son para que las presencien las criaturas. Hasta estoy considerando que a mis hermanas les convendría hacer un viaje a México. Ya ves a Romelia. Está perfectamente sana pero le consuela pensar que sufre todas las enfermedades. Con este pretexto la mandaré. En cuanto a Matilde no es propiamente una vieja. ¿No te parece Ernesto? —tía Francisca n o obtuvo respuesta; contunió—: Dbede divertirse un poco.

Mi padre tomó la mano de su prima entre las suyas.

—¿Y tú?

Ella fue retirando su mano sin vacilación, sin violencia. Y se puso de pie como para dar por terminada la plática.

Yo me quedo aquí. Éste es mi lugar (las negritas son nuestras) (70-71).11

Como puede observarse, Francisca desempeña el rol de jefe de familia, en una época en que esta responsabilidad era una variante poco usual entre las mujeres, por eso se siente comprometida con el destino de sus hermanas y de la hacienda; en ese sentido, no está dispuesta a ceder sus prerrogativas como propietaria, por lo cual expresa enfáticamente: “Éste es mi lugar”. Esa fuerza de carácter despierta la simpatía de su primo quien, ante las preocupaciones provocadas por la crisis en el campo, toma solidario las manos de Francisca; sin embargo, por su dureza, ella no se permite expresiones de afecto, según lo describe el narrador: “fue retirando su mano sin vacilación, sin violencia”.

En la segunda parte de la novela se narra el enfrentamiento de los indígenas, encabezados por Felipe Carranza Pech, contra César Argüello. Amparados por el nuevo proyecto de nación, los peones se organizan para recuperar las tierras y obligar al patrón a construir una escuela para sus hijos, en cumplimiento de la orden presidencial.

Pero, ante las evasivas de los hacendados,12 el conflicto estalla en la región y los indios de la finca de Francisca también se sublevan. En un principio, la terrateniente intenta resistir, pero, según relata su hermana menor Matilde, quien busca refugio con su primo César en Chactajal, la situación en Palo María se vuelve crítica y toma un rumbo inesperado:

A Francisca no le importa [el acoso de los indios]. No volvió a salir a campear, despidió a todos los vaqueros. Desde el corredor de la casa grande veíamos la zopiloteada bajando a comer las reses que se morían de gusanera, los becerritos recién nacidos cayendo de enfermedad porque no había quien los vacunara […] Francisca ya no salía de la casa. Dispuso que había que tapizar de negro todos los cuartos. Después ella misma clavó las tablas para hacer un ataúd. ¡Lo pintó de negro! Lo puso en el lugar donde antes tenía su cama. Y allí se acuesta. Pero no duerme. Yo lo he visto, no puede dormir (115).

Ante lo incontrolable del conflicto y en un intento desesperado por permanecer en sus tierras, Francisca se aísla en su propia casa y no duerme, pues requiere de toda su concentración para articular una estrategia que le permita conservar “su lugar”. De ahí que la transformación de su hogar en un lugar fúnebre tal vez le permita comenzar a transitar del “mundo luminoso y ordenado” de la actividad rural masculina hacia el mundo doméstico “oscuro e irracional”13 de lo femenino y así atisbar una solución.

Asimismo, el proceso de envejecimiento detona en Francisca un comportamiento extraño que, con base en la propuesta junguiana desarrollada por la psiquiatra estadounidense Jean Shinoda (2001), podemos intentar esclarecer. La terapeuta postula que gran cantidad de los conflictos emocionales y existenciales de las mujeres pueden explicarse con innovaciones a la teoría de los arquetipos junguianos, vinculados a ciertas diosas griegas. En su libro Las diosas de cada mujer, Shinoda expone:

Las “diosas” proporcionan una explicación de las contradicciones entre el comportamiento de las mujeres y la teoría de Jung de los tipos psicológicos. Según los tipos psicológicos de Jung, se supone que una persona es de actitud extravertida o introvertida; utiliza el sentimiento o el pensamiento para afirmar su actitud, y percibe mediante la intuición o la sensación (a través de los cinco sentidos). Además, se supone que una de estas cuatro funciones (el pensamiento, el sentimiento, la intuición y la sensación) es la más conscientemente desarrollada y en la que más se confía; cualquiera que sea ésta, se presupone que la otra mitad es la menos consciente o en la que menos se confía. Las excepciones al modelo junguiano de “o una cosa o la otra, o más desarrollado conscientemente o menos desarrollado” han sido descritas por las psicólogas junguianas June Singer y Mary Loomis. Yo creo que los arquetipos de las diosas proporcionan una explicación a las excepciones en las mujeres (Shinoda, 2001: 31).

Asimismo, conviene recordar que cuando las personas llegan a la vejez, en especial las mujeres, su vida tiene importantes transformaciones, pues sumado al deterioro natural del cuerpo, esta condición, de por sí vulnerable, puede agudizarse por diversas enfermedades, por la pobreza, el abandono y, desde luego, por el significado social y cultural que se le pueda dar a esta etapa de la vida.

Shinoda (2001) señala que durante este complejo proceso algunas mujeres pueden sentirse identificadas con el arquetipo de Hécate, deidad griega que, además de ser la diosa de las encrucijadas, era una bruja temida por sus habilidades como adivina y curandera. Otra advocación de Hécate era la de anciana sabia y poderosa14 la cual, según esta investigadora, puede hacerse presente a través de los sueños o de ciertas intuiciones. El imperceptible acompañamiento de esta deidad femenina puede ayudar a las personas a esclarecer determinadas vicisitudes y, por tanto, a transitar este último segmento vital hacia la muerte con mayor serenidad y sabiduría. Tal pudiera ser el proceso experimentado por Francisca.

Lo anterior es de suma importancia si consideramos que por milenios las ancianas han sido denostadas por un androcentrismo que redujo su valor a sus capacidades reproductivas y a la juventud. Ciertamente, la menopausia15 marca el inicio de la vejez, pero en años recientes, con el feminismo,16 se ha resignificado esta etapa de la vida de las mujeres, que permite hacer otra lectura de la crisis de Francisca Argüello, quien no duerme, pues además de estar atribulada a causa de los conflictos de su hacienda, probablemente transita hacia el climaterio.

Vejez, menopausia y locura

Arrastré la vejez como una túnica demasiado pesada. Quedé ciega de años y de llanto y en mi ceguera vi la visión que sostuvo en su lugar mi ánimo.

Rosario Castellanos

Al filo de la vejez, Francisca, mujer prepotente, ha construido un sólido patrimonio que la exime del desprecio y la marginación del discurso misógino en el que se ven inmersas las mujeres de edad avanzada. Pero el agrarismo pone en riesgo su estabilidad en el momento en que ella es más vulnerable por su edad. ¿Cuántos años tiene Francisca? La novela no ofrece datos precisos, pero sabemos que ha crecido a la par de su primo César; que fue novia de Jaime Rovelo, quien tiene un hijo universitario. Los tres latifundistas pertenecen a una generación que en ese momento rondaría los cuarenta o cincuenta años, en una época en que la esperanza de vida en México era en promedio de 34 años (Inegi, s./f.). Bajo estos parámetros, Francisca era, en definitiva, una mujer vieja.

Siguiendo con la novela, en medio de la rebelión indígena en Palo María, un día la patrona desaparece y se corre el rumor de que la ha arrastrado y sometido el Dzulúm, ser mítico al que desde la primera parte de la novela se le menciona como el responsable de un episodio trágico en la familia Argüello, en el cual éste embruja y rapta a Angélica, integrante del clan Argüello. En el relato, la nana describe de esta forma a este ser nocturno y sobrenatural:

Dicen que hay en el monte un animal llamado dzulúm. Todas las noches sale a recorrer sus dominios. Llega donde está la leona con sus cachorros y ella le entrega los despojos del becerro que acaba de destrozar. El dzulúm se los apropia pero no los come, pues no se mueve por hambre sino por voluntad de mando […] es muy hermoso, porque hasta las personas de razón le pagan tributo […] [Un día que el dzulúm andaba rondando la hacienda de Chactajal, Angélica perdió la voluntad y el juicio, y a los tantos días desapareció. Se supo que el dzulúm se la llevó.] […] Él iba adelante, bello y poderoso, con su nombre que significa ansia de morir (las negritas son nuestras) (19-21).

Así como sucedió con Angélica, también Francisca, mujer soltera y envejecida, pierde la calma y el sosiego. Pasa las noches sin dormir, en un trajín que su hermana Matilde no alcanza a comprender, hasta que un día:

(Aquellas interminables noches en vela. Matilde encerrada con llave, pendiente del más leve rumor, temblando hasta con el vuelo de los murciélagos, con el chirriar de la madera. Y Francisca paseándose en los corredores tapada con un chal negro. De pronto ese grito de terror. La persecución en el patio, entre el ladrido de los perros y el relinchar espantado de los caballos. Al amanecer habían salido, las criadas, Matilde, a buscar a Francisca. La encontraron como muerta en el fondo de un barranco. Golpeada por las piedras, lastimada por las espinas. Cuando volvió en sí dijo que había tenido una visión. Entre los indios se corrió la voz de que la había arrastrado el dzulúm. Y que si no se la llevó fue porque hizo un pacto de servirle y de obedecerle) […] Dice [Francisca] que lo vio. Que hablaron (las negritas son nuestras) (116).

Después del encuentro con esta entidad sobrenatural, Francisca regresa a su casa transformada. Ya no es la misma, pues según refiere la afligida Matilde, su hermana se ha convertido en bruja y adivina; se viste de negro, recurso performático que enfatiza su carácter maligno, con lo que se gana el rechazo de los de su clase, pero también el miedo reverencial y, por tanto, el respeto de los indios. El relato continúa de esta forma:

Los indios vienen a consultar con ella. Y al que le dice: tal cosa va a suceder, sucede. (Había un tal Emilio Jatón. Le dijo [Francisca]: no vas a llegar sano a tu casa. Y en el camino le agarró una gran congoja y como mal de corazón y cayó desvanecido. Entre cuatro lo llevaron cargado a su jacal. Allí estuvo semanas, tendido en un petate, agonizando. Hasta que le mandó un bocado a la patrona y le rogó que viniera a curarlo. Entonces Francisca preparó un bebedizo y se lo dio a tomar. El indio se alivió como con la mano. Y ahora está sirviendo de semanero en la casa grande.) (116).

¿Cómo explicar la transformación de Francisca de convencida defensora del patriarcado latifundista a aliada de los indios? Durante las primeras cuatro o cinco décadas de su vida (aproximadamente) esta mujer obedeció las lealtades prescritas por su clase social y su genealogía sin cuestionamiento alguno. Cuando sus padres murieron, ella se responsabilizó de proveer a su hermana Romelia y se convirtió en la madre adoptiva de Matilde, la hermana menor; también, asumió las responsabilidades del padre en las tareas de la hacienda, ejerciendo su autoridad de manera implacable. Sin embargo, en la confrontación con los indios, ella cambia. ¿Lo hace, como sugiere su primo César, como una estrategia para perpetuar su dominio?, o ¿realmente una “fuerza sobrenatural e inexplicable” la obliga a cambiar, negando su pasado y volviéndola aliada y servidora de los indios?

Shinoda (2003) explica que con la llegada de la menopausia como preámbulo de la vejez, algunas mujeres contactan con el arquetipo de Hécate, la diosa del inframundo, de las intuiciones y las encrucijadas. Esta etapa crítica del ciclo vital de las mujeres representa un cambio radical en sus vidas; para algunas significa la liberación de sus obligaciones maternales o conyugales y el inicio de una etapa creativa y de autodescubrimiento; para otras significa la pérdida del marido por viudez o divorcio, aunado a la emancipación de los hijos, lo que las sume en la deses- peración y el vacío. Algunos especialistas le llaman el síndrome del nido vacío, pero muchas mujeres de esta edad deciden emprender proyectos y actividades que habían pospuesto desde su juventud.

Cuando la sorprendente transformación de Francisca alarma a Matilde y trata infructuosamente de convencerla de que huyan a Comitán, su hermanamadre la amenaza con dañarla. Este rechazo quizá pueda explicarse porque Francisca está abrumada por tantos conflictos y ya no quiere seguir responsabilizándose de su hermana menor, más bien, quiere que salga de Palo María porque la ya no tan joven Matilde debe divertirse un poco y tal vez casarse, según le había comentado a César cuando estuvo de visita en su hacienda. Es probable que por ese motivo no trata de retenerla cuando huye de la finca y busca refugio en Chactajal.

Aunque diegéticamente no se tienen los elementos suficientes para seguir paso a paso la transformación interior de Francisca de terrateniente a bruja y adivina, la novela delinea algunas pistas para comprender la crisis por la que atraviesa. Es posible adivinar las tribulaciones de Francisca y el problema que enfrenta al conservar sus tierras, porque ahí nació y ha vivido siempre. Palo María es su lugar, es ese cuarto propio del que habla Virginia Woolf; es ese espacio que le ha costado tanto mantener; y ya instalada en la vejez, Francisca está a punto de perderlo todo por los cambios sociales que impulsa la Reforma Agraria. Necesita de toda su concentración para saber cómo actuar y, tal vez, se pregunta acerca del sentido que ha tenido su existencia. Probablemente Francisca por eso se aísla, porque necesita emprender un viaje al inframundo (espacio del inconsciente); y como la inminente sublevación indígena le impide huir (¿a dónde?), pinta los muros de su casa de negro para horror de su hermana y sirvientes. El hecho de que sustituya su cama por un rústico ataúd construido por ella misma remite a un rito funerario donde muere la patrona cruel y despiadada que siempre fue y, para enfatizar la intensa transición, se acuesta cotidianamente en el ataúd. Matilde no alcanza a comprender el extraño ritual y manifiesta su preocupación porque su hermana no duerme, pues a la edad de la patrona, que transitaba por la menopausia, muchas mujeres son presa del insomnio.

Con esta práctica, Francisca pone de relieve hasta qué punto está consciente de la muerte de una parte de ella y de un estilo de vida; también es el reconocimiento de la muerte simbólica de esa mujer cruel que en su juventud torturaba a sus trabajadores sin conmiseración. En este ritual íntimo y solitario, la joven y patriarcal Francisca ha muerto definitivamente y renace en una mujer que, en la transición a la vejez, empieza a contactar su esencia femenina,17 largamente acallada por los requerimientos patriarcales, desde los que Francisca actuaría con solvencia en un mundo masculino.

Gracias a la pervivencia del imaginario indígena Francisca tiene la oportunidad de renacer, merced al pacto que establece con el Dzulúm “para servirlo y obedecerlo” (116), es entonces cuando ella puede resignificar su vida y transitar a la vejez de una manera en que antes no hubiera imaginado.

Aunque las leyendas señalan que quien se topara con este ser mítico no viviría para contarlo, Francisca es la excepción, porque se ha convertido en su servidora. Su rol de mujer patriarcal se trastoca para convertirse en adivina y curandera. Si antes dominaba a los peones mediante la fuerza del látigo hasta el punto de mutilarlos, ahora logra el reconocimiento y el respeto de ellos porque ya no es la patrona: es una de ellos. Francisca tiene el poder de la adivinación y la capacidad de sanar, pero esa potestad no le es propia, se manifiesta porque es la novicia de una deidad proveniente del mundo indígena. Al Dzulúm le ha prometido fidelidad y obediencia a cambio de poder permanecer en su lugar; transformación que también puede explicarse por la emergencia de la llamada “mujer salvaje” en su psique, la cual, al filo de la vejez, le permite tener otra perspectiva de su vida.

Para María Luisa Gil Iriarte, el Dzulúm tiene un papel muy importante en el universo literario de Balún Canán, ya que:

representa la muerte social de las mujeres que no cumplen las normas patriarcales, las que se dejan guiar por un instinto de libertad, es la exclusión social, por ello siempre se lleva a sus víctimas hacia los bosques, lejos de los centros citadinos. El dzulúm es el tabú sexual, la leyenda que sujeta a las mujeres a su destino predefinido, el abismo al que se enfrenta la mujer que decide tomar las riendas de su propio destino, enfrentándose a las normas sociales (Gil, 1999: 192).

Aunque para esta investigadora el Dzulúm tiene una importante carga sexual —que se manifiesta claramente en Angélica, la doncella que rechaza a los pretendientes pero no al Dzulúm, y también en los amores contrariados de Matilde—, en el caso de Francisca, el simbolismo transgresor del Dzulúm va más allá de ese tabú sexual. Como sabemos, este ser no rapta a Francisca hacia los bosques, sino que “la arrastra” en las inmediaciones de la finca y establece un pacto con ella para que pueda permanecer en Palo María. Es claro que a partir del encuentro con el Dzulúm, Francisca ha establecido contacto con una fuerza que ella desconocía y que, como acertadamente propone Gil (1999), es la fuerza interior que le permite romper con las normas patriarcales y adueñarse, como mujer, de su propio destino.

Cuando César Argüello, derrotado por la insurrección indígena, decide regresar a Comitán, él y su familia intentan hospedarse en Palo María, pero Francisca se niega. En el diálogo que sostienen los primos queda claro que Francisca ha reformulado su pacto con la vida y con su clase social:

Tía Francisca no le permite continuar. —Ya lo sé. El dzulúm se la llevó. Mi padre la mira con desaprobación. Replica: —¡Cómo puedes dar creencia a esas patrañas!—No es la primera vez que el dzulúm se apodera de uno de nuestra familia. Acuérdate de Angélica. Nos llama el monte. Algunos saben oír. Mi madre ha estado esforzándose por callar. Pero la indignación puede más que ella y exclama: —Delante de los niños no es prudente decir la verdad. Pero Matilde la gritó sobre el cadáver de Ernesto. Y es peor de lo que tú eres capaz de pensar. —Yo no pienso nada, Zoraida. Soy una pobre mujer (218).

Vale la pena detenerse en este ríspido diálogo entre parientes. Primero, porque pone de manifiesto la disputa simbólica entre dos imaginarios: el de la civilización occidental-racional que ostentan los ladinos y, por otro lado, el de los valores y creencias de la mitología maya-tzeltal. Asimismo, Francisca tiene la posibilidad de transformarse cuando asume su condición de mujer vieja y vulnerable; puede dejar de juzgar, de controlar a los demás, y también le permite ser compasiva. Francisca, quien gracias a sus dotes como adivina está al tanto de la huida de su hermana, no opina; tampoco juzga la conducta de Matilde, quien se había relacionado emocional y sexualmente con su sobrino; asimismo, al quedar embarazada, Matilde decide abortar, comportamiento que es inaceptable dentro de la sociedad señorial.

Por lo anterior, y al haber desafiado el orden patriarcal, la atribulada mujer hace eco “del llamado del monte” y huye de Chactajal: “se la lleva” el Dzulúm. Las anteriores son situaciones de ruptura que, con otro matiz, experimenta Francisca.

La otrora autoritaria patrona enfatiza su condición humilde de “pobre mujer” (218), metamorfosis inexplicable para César quien, a través de la niña-narradora, expresa:

Si nos despidiéramos ahora, tía Francisca no nos detendría. Sólo que mi padre no está conforme con dejar las cosas así.

—Cuando llegó Matilde a Chactajal y nos contó lo que estaba sucediendo aquí, no lo creímos.

Parecía imposible que tú, tan entera, tan cabal siempre, te prestaras a una farsa tan ridícula como la que estás representando. Tía Francisca responde, violenta y batalladora, como en otro tiempo:

—Pero soy yo la que se queda y ustedes los que se van, los que huyen. No era Chactajal nada para defenderlo. Eso tú lo sabrás, César, cuando tan fácilmente lo abandonas. Somos de distintos linajes. Yo no cedo nunca lo mío. Ni muerta soltaré lo que me pertenece. Y así pueden venir a quebrarme las manos. Que no las abriré para soltar el puñado de tierra que me llevaré conmigo.

—Tú lo has dicho. Ya no nos conocemos. A un extraño no se le ofrece hospitalidad.

[…]

—No quiero que me juzgues peor de lo que soy, César. Nos criamos como hermanos y yo te debo muchos favores. Pero los indios desconfiarían si vieran que les abro las puertas de mi casa. Nadie las ha cruzado desde hace meses.

Mi padre sonríe, con sorna.

—¿Y dónde preparas tus filtros mágicos? ¿Y dónde aconsejas a los que vienen a consultarte? ¿Y dónde echas los maleficios a tus enemigos? Aquí, al aire libre, me parece impropio. A la brujería le es necesario el misterio.

Tía Francisca temblaba de rabia. —Te estás burlando de mí. Y no sabes que puedo más de lo que crees. Ernesto…

—Ernesto fue asesinado a balazos. Y las balas eran comunes y corrientes. De plomo, no de maldiciones ni de malos deseos.

—¿Ya descubrieron a los asesinos?

—Nadie los han buscado.

—Y más vale que no lo hagan. Es inútil. Yo sé quién mató a Ernesto. Y sé también que mientras tenga en depósito la pistola con que se cometió el crimen nadie podrá nada contra su dueño (las negritas son nuestras) (218-219).

Frente a las burlas que César Argüello profiere contra su prima, juzgándola como loca —pues desde la mirada masculina, la mujer ha perdido su entereza y cabalidad al asumirse como bruja—, Francisca no se arredra y, contundente, responde que ella permanece en su lugar; responde de esta forma, investida del poder mágico y de la voluntad de mando que le ha conferido su alianza con el Dzulúm y, desde luego, con los indios.

Conclusiones

El destino de Francisca está sellado. Con su feminidad recobrada decide jugar sus cartas al lado de los indios. Lo anterior no se debe a un fervor oportunista sino a que es “al fin mujer”. Ese linaje distinto al que aludía en su diálogo con César, esa estirpe de mujeres insumisas, que le fue revelada por el Dzulúm, le permite atisbar que tiene más coincidencias con los indios que con los amos. Lo anterior, siguiendo nuestra propuesta, explicaría su cambio de lealtades.

Sin embargo, es la voluntad de dominio de Francisca, junto con su amor por la tierra, lo que propicia en ella una reconciliación tardía con su feminidad, sofocada por el deber que le impuso el pertenecer a una estirpe: los Argüello, cuyos orígenes depredadores se remontan a la época colonial, como se relata en la primera parte de la novela.

Ha sido interesante proponer otro acercamiento a Balún Canán y ver los cambios en la vida y en la personalidad de Francisca a raíz de la confluencia entre el rencuentro con su feminidad, con su proceso de envejecimiento y con la Reforma Agraria cardenista.

Al fracturarse el latifundismo, expresión rural del patriarcado, Francisca, vieja y soltera, intenta reconfigurar su identidad y su dignidad femenina: una situación límite para las mujeres de la época. Tal vez por ello esta mujer “anormal”, al igual que sus parientas Angélica y Matilde, se ve obligada a hacer un pacto con el Dzulúm, con esta “ansía de morir”, pues, a pesar de sus fracturas, el patriarcado rural del sureste mexicano de la primera mitad del siglo XX, recreado en Balún Canán, les impide transitar a otro modo de ser, humano y libre.

Referencias

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Gil Iriarte, María Luisa (1999), Testamento de Hécuba. Mujeres e indígenas en la obra de Rosario Castellanos, Sevilla, Universidad de Sevilla.

Inegi (s./f.), “Esperanza de vida”, disponible en: http://cuentame.inegi.org.mx/poblacion/esperanza.aspx?tema=P

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Real Academia Española (2014), Diccionario de la lengua española, 23ª ed., disponible en: http://dle.rae.es/?id=3hY2Kbw

Notas

1 Una versión preliminar de este trabajo se presentó en el V Congreso Internacional: Mujeres, Literatura y Arte, efectuado en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), México, en marzo de 2016.
2 En 1957, el Fondo de Cultura Económica publicó Balún Canán, novela de la entonces joven escritora Rosario Castellanos (1925-1974), obra que tuvo un amplio reconocimiento de la crítica. En 1958, Castellanos recibió el Premio Chiapas por esta novela y desde esa década su texto es uno de los libros que más reedita la mencionada casa editorial. La obra rosariana ha sido motivo de múltiples investigaciones realizadas en México y en diversas latitudes, incluso, existe una versión cinematográfica de la mencionada novela, realizada en 1976 por Benito Alazraki, con apoyo de la Corporación Nacional Cinematográfica de Trabajadores y 1 Estado I (Conacite I) y del Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica (STPC).
3 De acuerdo con algunas fuentes, Rosario Castellanos llegó a Israel en abril de 1971 y murió en ese país el 8 de agosto de 1974. Al respecto, véase Silvia Isabel Gamez (2014), “Rosario Castellanos en Israel”.
4 Balún Canán es una novela estructurada en tres partes. En la primera, la narradora es una niña de siete años, quien está bajo el cuidado de su nana, al igual que su hermano Mario. Este segmento es importante, ya que en él se describe la importancia de la nana en la vida de la niña, quien le trasmite la cosmovisión indígena a través de cuentos y leyendas. La relación entre la niña y su nana es fundamental para que la pequeña sobreviva al abandono materno. Este mundo íntimo y femenino, a partir del que se describe la vida cotidiana de la familia Argüello, se irrumpe por la amenaza que anuncian las reformas cardenistas a los latifundistas. Por lo anterior, el patriarca familiar decide trasladarse con su mujer e hijos a su finca en Chactajal. En la segunda parte de la novela un cambio de narrador marca el ingreso al mundo masculino de lo público e histórico, aquí se describe la rebelión indígena en la hacienda del amo César Argüello, quien ha tratado de eludir el mandato presidencial para construir una escuela para los niños indios, imponiendo un falso maestro. Debido al conflicto, César y su familia regresan a Comitán. En la tercera parte ocurre un trágico desenlace: la muerte del pequeño Mario, anunciada por la nana, metáfora contundente del colapso de la dominación colonial del sureste mexicano de la posrevolución.
5 Los sentimientos ambivalentes de amor-odio de la niña hacia su hermano se agudizan cuando la nana profetiza la muerte del niño y la madre desesperada exclama que prefiere perder a su hija y no a su hijo varón.
6 Además de sus cuentos y novelas, Castellanos recrea puntualmente la condición marginal de las mujeres comitecas en la primera parte de su novela póstuma Rito de iniciación; asimismo, en cuentos como “Los convidados de agosto”, en su artículo periodístico “El hombre del destino”, entre otras obras.
7 Destacamos las investigaciones de María Luisa Gil Iriarte (1999), Testamento de Hécuba. Mujeres e indígenas en la obra de Rosario Castellanos; Joanna O’Connell (1995), Prospero’s daughter; y de Aralia López González (1991), La espiral parece un círculo.
8 Según el Diccionario de la lengua española (2014), arrecha tiene las siguientes acepciones: “1. adj. Dicho especialmente del pene: Tieso o erecto. 2. adj. Dicho de una persona: Excitada sexualmente. 3. adj. […] Dicho de una persona: Iracunda o furiosa. 4. adj. […] Valiente o animoso”. Las dos últimas acepciones describen a la personaje estudiada.
9 Al respecto, véase el episodio “Maguey” de la película de Serguei Einsenstein Que viva México (1930-1932).
10 Francisca Argüello, vieja y soltera, no tiene ninguna coincidencia con otras personajes dibujadas por Rosario Castellanos como Reinerie, en “Vals capricho”, Emelina, en “Los convidados de agosto”, entre otras solteras oprimidas por una provincia asfixiante y por el estigma de no haber logrado casarse.
11 Todas las citas pertenecientes a Balún Canán corresponden a Castellanos (1982), por lo cual sólo se anotará el número de páginas.
12 El caso de César Argüello es un tanto diferente, ya que simula cumplir con la disposición presidencial, invitando a su sobrino Ernesto, un vendedor de periódicos, para fungir como un improvisado maestro, engaño que le cuesta la vida al falso profesor.
13 A lo largo de la historia se ha forjado un pensamiento dicotómico y jerárquico donde el varón ha sido identificado con lo racional, la luz, la cultura, el bien, y la mujer con lo irracional, las tinieblas, la naturaleza y el mal. Véase Hélene Cixous (2001), La risa de la Medusa. Ensayos sobre la escritura.
14 En la Teogonía (libro escrito aproximadamente en la segunda mitad del siglo VIII a. C.) Hesíodo atribuyó a Hécate grandes poderes.
15 La menopausia es el “período en que cesa la menstruación en la mujer, el cual ocurre usualmente entre los 45 y 55 años de edad, climaterio; cambio de vida” (McCary, McCary, Álvarez, et al., 2000: 389).
16 Cuando se publicó el Segundo sexo en 1949, Simone de Beauvoir dedicó un capítulo en el segundo tomo del célebre libro a las experiencias de las mujeres viejas. Años más tarde, la filósofa francesa escribió La vejez (1970), donde reflexionó detenidamente sobre el tema.
17 Varias corrientes feministas han criticado el postulado de esencia femenina debido a que la cultura patriarcal ha construido la identidad de las mujeres como como rasgo inmutable ligado a la naturaleza, al caos, al mal, al pecado, etcétera. Aquí se reconoce el aporte de las psicoanalistas junguianas, como la ya referida Shinoda (2001), asimismo de Clarissa Pinkola (2000) quienes, desde una postura feminista, retoman el concepto de esencia femenina como una estructura psíquica del inconsciente de las mujeres pero sujeta a profundas transformaciones determinadas por los diversos procesos histórico-sociales y por las mujeres mismas.

Notas de autor

* María América Luna Martínez. Doctora en Letras Modernas por la Universidad Iberoamericana (UIA), México. Profesora de tiempo completo de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), México. Sus líneas de investigación son los estudios culturales, género, literatura y cine. Entre sus últimas publicaciones se encuentran “Rosario Castellanos y la utopía cardenista” (en Temas de Historia y Discontinuidad Sociocultural en México, 2015); y “Alcances del trabajo remunerado en la vejez. Hijas del milagro mexicano. Abuelas del siglo XXI”, en coautoría con Zoraida Ronzón y Norma Baca (en Trabajo global y desigualdades en el mercado laboral, 2015). Fungió como co-coordinadora del libro Violencia de género, escenarios y quehaceres pendientes (UAEM, 2015). Correo-e: americalunamtz@hotmail.com
* Zoraida Ronzón Hernández. Doctora en Antropología Social por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), México. Profesora de tiempo completo del Centro de Investigaciones y Estudios Avanzados de la Población (CIEAP), del Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades (CICSyH) y del Centro de Investigación y Estudios en Movilidades y Migraciones Internacionales (CIyEMMI), todos ellos pertenecientes a la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), México. Líder del cuerpo académico en consolidación Género, Migraciones y Desigualdades. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: “¿Es posible el retiro para las amas de casa?”, en coautoría con Norma Baca Tavira y Patricia Román Reyes (Género y vejez, 2017); y “Estrategias para acceder a los alimentos en hogares con adultos mayores de comunidades rurales del Estado de México” (Revista Salud Problema, 2017). Correo-e: zoraronzon@hotmail.com
* Norma Baca Tavira. Doctora en Geografía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), México. Profesora-investigadora de tiempo completo del Centro de Investigación y Estudios en Movilidades y Migraciones Internacionales (CIyEMMI) de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), México. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), así como del cuerpo académico Género, Migraciones y Desigualdades. Entre sus últimas publicaciones se encuentran: Migraciones y trabajo en el capitalismo global (2017); Continuidades y cambios en las migraciones de México a Estados Unidos. Tendencias en la circulación, experiencias y resignificaciones de la migración y el retorno en el Estado de México (2016); y Trabajo global y desigualdades en el mercado laboral (2016), todos en coedición. Correo-e: bacatavira@yahoo.es
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