Reseñas
Vicios y no tan vicios (de todo —aunque no de todo— como en botica)
Vicios y no tan vicios (de todo —aunque no de todo— como en botica)
La Colmena, núm. 96, pp. 154-157, 2017
Universidad Autónoma del Estado de México

![]() | Evans Robert. Una (breve) historia del vicio. Cómo el mal comportamiento construyó la civilización. 2017. Madrid. Edaf. 9788441437265 |
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Existen numerosos casos de individuos que, en aras de la ciencia o de la divulgación científica, utilizaron su propio cuerpo como campo experimental. Sigmund Freud recurrió a dosis de cocaína para explorar el inconsciente y probar potenciales cualidades terapéuticas (Regader, s./f.). Michel Foucault experimentó sexualmente y con drogas diversas (Quiñonero, 2011). Y, para no alargar más la lista, Pere Estupinyà (2013) amplió y diversificó su sexualidad para poder escribir su libro S=EX2. Robert Evans, en aras de una curiosidad tanto científica como de aventurero, ha ofrecido su cuerpo como laboratorio experimental de cada psicotrópico al que hace referencia en su más reciente publicación: Una (breve) historia del vicio. Cómo el mal comportamiento construyó la civilización (2017).
El libro aparece en un momento especial, cuando en diversas naciones se han emprendido iniciativas con la finalidad de despenalizar el consumo de la mariguana y de otras drogas tanto con fines terapéuticos como “recreativos”, para evitar el narcotráfico en la clandestinidad sin regulación de la mercancía y la generación de dinero “sucio” que más tarde deberá “lavarse” con todo el detrimento financiero que el proceso acarrea, en tiempos en los que el incremento de adictos empieza a ser un peso demasiado costoso para los gobiernos y cuando el cultivo, la producción y el tráfico generan tensiones internacionales o son aprovechados como chantaje por los países dominantes. Pero, además, aparece en un contexto donde es muy discutible que otros estimulantes, como el tabaco y el alcohol, ya no son vistos como sustancias inocuas y se pugna por su vigilancia gubernamental.
Para abonar a los tiempos que vivimos, este libro habla de drogas, engaños, alcohol, sexo, entre otros temas, sin satanizarlos y sí, en cambio, buscando más el lado positivo que el negativo de diversos psicoactivos, como lo sintetiza el subtítulo: “Cómo el mal comportamiento construyó la civilización”. Es un libro en el que el autor, con una gran dosis de sarcasmo y un lenguaje libérrimo con constantes recurrencias al caló, muestra cómo podría adquirir, preparar y consumir drogas permitidas —o prepararlas en casa— con ingredientes legales en Estados Unidos de América. Es un libro que bien pudo llamarse “Apología del vicio”, aunque soy reticente a considerar a la sexualidad y, particularmente, a la prostitución como vicio. Bien pudo llamarse así, aunque el autor trata —sin esforzarse mucho— de ser imparcial en sus juicios en torno del uso y consumo de drogas, al presentar tanto sus aspectos positivos como los negativos para sentenciar: métanse lo que se metan, ingieran lo que ingieran, fumen lo que fumen, “piensen en lo que hay detrás” (258).1
Es un libro tanto de investigación como de exploración y de experiencia personal: todas las recetas de las drogas las reprodujo o las creó el autor, y también las probó; el autor no habla en falso. Pero justo en el pecado lleva la penitencia: con frecuencia, el lector se percata de que, aunque Evans hizo un esfuerzo por documentar científicamente cada tema, hay una gran dosis de subjetividad en el tratamiento. Además, la indagación para dar fortaleza a su ensayo no tuvo siempre rigor científico ni disciplinar.
El eslogan de una empresa comercial de los años sesenta señalaba: “En la era del átomo, lo grande no significa lo mejor”. Ahora, a siete décadas de ello, en la era de la nanometría, podríamos decir lo mismo ante un inusitado boom en torno a la evolución humana: abundan las historias breves, aunque podría ser falso y, simplemente, selecciono la brevedad de manera inconsciente. Pero no es un juicio infundado: uno se asoma a las librerías y se encuentra, además del libro de Evans, con Breve historia del Homo sapiens (Diez, 2014); Breve historia de la humanidad(Fernández, 2008); y — para no alargar el listado— De animales a dioses(Noah, 2017), cuyo subtítulo: Breve historia de la humanidad es interpelado por su casi medio millar de páginas de extensión. Luego de asomarse al contenido de las obras, uno está tentado a agregar al viejo eslogan: “Bueno, tampoco lo pequeño”. Pero tratándose de un libro escrito por un personaje cuyos artículos acumulan sesenta y cuatro millones de visitas al año, cualquier lector estará de acuerdo con que es imposible hacer una lectura maniqueísta; casi siempre es imposible.
En efecto, en cada uno de los diecisiete recuadros, muchos de ellos ilustrados en algún segmento, el lector encontrará sendas recetas para preparar caseramente cerveza de maíz, drogas de diseño, schnapps, bolas energéticas con el fruto del café, vinos de frutas, café, té, vapores estimulantes, entre otros brebajes e inhalables. En cada caso habrá una práctica viciosa que justifica cada receta, y en cada preparación el lector hallará los “pros” y los “contras” de un consumo cuya generalización siempre estuvo constreñida por las concepciones mágicas y religiosas, controladas e inducidas por la propia comunidad (154). Adicionalmente, el autor nos guía por la historia de algunos acontecimientos que estuvieron real o hipotéticamente vinculados con la práctica estudiada. “Todo por el mismo precio”.
El libro de Evans jamás pasará a la historia como obra de escasos descuidos, al contrario. Aunque es un libro escrito con un lenguaje atractivo, osado, sin miedo a utilizar expresiones escatológicas (cagarse, cagalera), poco usuales (“puta…”, “… de culo”) o extraídas del argot del vicio (flipar, chute, colocón), acusa las osadías —o descuidos— del editor y del corrector de estilo que, independientemente de la traducción, dejaron escapar múltiples demonios con los que el lector tropieza en más de una treintena de ocasiones, a saber: “errores de dedo”, violación de la regla de correspondencia, algún acento mal colocado e ideas incompletas. Sobre estos desaciertos, el autor queda disculpado, aunque no se pueda decir lo mismo sobre el contenido.
Hay desaciertos de los que no se puede exonerar al autor porque golpean al gran esfuerzo por hacer una breve, aunque muy breve, historia de diversos vicios. A manera de ejemplo, nadie compartiría su idea de que las sociedades transitaron a la agricultura porque ésa era la única forma en la que se podía “producir grano suficiente como para asegurar un suministro constante para producir cerveza” (59). Se podría anteponer la tesis de Childe (1982: 85-130), de que la agricultura se inició con la creación de suelo y la siembra de granos ricos en fécula para resolver el problema alimenticio de una población en aumento; pero lo anterior poco valdrá ante una hipótesis que pretende fortalecer la idea de un bebercio como actor principal en los orígenes de la civilización.
El conocimiento de Evans sobre Mesoamérica no es bueno. Esto lo llevó a afirmar que los quipus fueron “una forma temprana de Mesoamérica con la que [sic] guardar información mediante nudos complejos” (75); porque los quipus no fueron mesoamericanos sino de la superárea andina. Kirchhoff (1960) había establecido los límites de Mesoamérica entre el río Sinaloa, la Sierra Madre Occidental, los ríos Lerma y Pánuco al norte y en el septentrión hasta la desembocadura del río Motagua y el Golfo de Nicoya, en Costa Rica. Este yerro lo repite nuevamente al referirse a la chicha mesoamericana: “La chicha es una cerveza del pueblo y, de manera bastante literalmente, para el pueblo. Y no hay gran imperio que alcanzase el poder en Mesoamérica sin una gran cerveza respaldándole” (76-77). En efecto, los fermentos más generalizados en Mesoamérica fueron el tesgüino,2 el pulque y el balché, mas no la chicha que, aunque es un fermento hecho a base de maíz, como el tesgüino mesoamericano, era sometido a procesos de fermentación ligeramente diferentes. Y, nuevamente para evidenciar su desconocimiento de Mesoamérica, afirma que los tzotziles (hablantes de una lengua mayense) “del sur de México, [son los] modernos descendientes de los aztecas” (hablantes de una lengua yuto-azteca) (137). Una somera comparación entre sus lenguas, biotipos y cultura evidenciaría el desacierto de lo afirmado.
Pero su osadía no concluye allí, pues al abordar el tema del narcisismo y el exceso de confianza que nos lleva a arriesgarnos hasta de manera irracional, fundamenta que todo se debe a un gen “llamado DRD4 que ayuda a sus cuerpos a decidir cómo y cuándo darle dopamina. Alrededor de 20 % de nosotros tenemos una variante del DRD4 llamada DRD4-7R. Algunos estudios han demostrado que las personas con esta variante son más propensos a arriesgarse” (85). Al parecer Colón lo tenía, porque se arriesgó a una empresa loca que cambió el rumbo de la historia. Por supuesto, el gen DRD4 existe, es un buen receptor de dopamina que hace que los humanos se arriesguen, exploren nuevos lugares, permanezcan atentos a posibles contactos sexuales y está asociado al acceso a drogas; sin embargo, el DRD4-7R es una variante que está más asociada al vagabundeo. Pero Colón no hizo un viaje con mucho riesgo; por el contrario, lo hizo a sabiendas de que otras tierras al occidente existían, como asentó Garcilaso de la Vega (1982) en el capítulo III de los Comentarios reales.
Ante estos desaciertos, es peccata minuta que haya incorporado el sexo y la prostitución a un libro sobre vicios, como si el sexo lo fuera, o que un vaso sea equivalente a 50 mililitros (a menos que se trate de un “caballito”); asimismo, que considere que “en épocas más primitivas, las personas que cogían lo que querían y que acababan por asumir que podían apoderarse de lo que les daba la gana obtuvieron gran número de victorias fáciles”, cuando en las bandas de primates y de homínidos el comportamiento abusivo ha sido objeto de represiones, como ha demostrado sobradamente De Waal (2016). Por lo demás, es un libro que cualquiera que se haya iniciado o desee iniciarse en el conocimiento o consumo de drogas debería leer.
Referencias
Childe, Vere Gordon (1982), Los orígenes de la civilización, México, Fondo de Cultura Económica.
De la Vega, Garcilaso (1982), Comentarios reales, t. I, México, Secretaría de Educación Pública/ Universidad Nacional Autónoma de México.
De Waal, Frans (2014), El bonobo y los diez mandamientos, México, Tusquets.
Diez Martín, Fernando (2014), Breve historia del Homo sapiens, México, Toombooktu.
Estupinyá, Pere (2013), S=EX2 La ciencia del sexo, México, Debate.
Fernández, Armesto (2008), Breve historia de la humanidad, Barcelona, Zeta.
Kirchhoff, Paul (1960), “Mesoamérica. Sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales”, Suplemento de la revista Tlatoani, núm. 3, pp. 1-13.
Noah Harari, Yuval (2017), De animales a dioses. Breve historia de la humanidad, México, Debate.
Quiñonero, Juan Pedro (2011), “Michel Foucault, al descubierto”, en Abc.es (Cultura), consultado el 22 de septiembre de 2017, disponible en: http://www.abc.es/20110111/ cultura-libros/abcp-michel-foucault-descubierto-20110111.html
Regader, Bertrand (s./f.), “Sigmund Freud y su adicción a la cocaína”, en Psicología y mente, consultado el 29 de septiembre de 2017, disponible en: https://psicologiaymente.net/ miscelanea/freud-adiccion-cocaina#!
Evans, Robert (2017), Una (breve) historia del vicio. Cómo el mal comportamiento construyó la civilicación, Madrid, Edaf.
Notas
Notas de autor