Aguijón
266 de Roberto Bolaño: una perspectiva de género
ROBERTO BOLAÑO’S 2666: A GENDER PERSPECTIVE
266 de Roberto Bolaño: una perspectiva de género
La Colmena, núm. 98, pp. 7-20, 2018
Universidad Autónoma del Estado de México

Recepción: 18 Enero 2018
Aprobación: 21 Mayo 2018
Resumen: Esta investigación se propone aplicar conceptos fundacionales de teorías de género y feminismo a la última novela de Roberto Bolaño, 2666. El género es una categoría analítica de carácter trasversal puesto que afecta a diferentes ámbitos, como lo social, político, económico, cultural, educacional, hasta lo filosófico y existencial. Uno de los objetivos es analizar la novela desde estas teorías para descubrir la posición del autor, a veces ambigua. El fin último de este trabajo es profundizar en cierto tipo de terminología que ha sido adquirida culturalmente a través de un sistema filosófico claramente patriarcal para señalarla, deconstruirla y crear discursos alternativos. Mediante el análisis literario se puede deliberar sobre temas como la desigualdad y conceptos como el sexismo, el patriarcado, la violencia contra la mujer y su invisibilidad, la masculinidad y la discriminación sexual.
Palabras clave: análisis literario, feminismo, discriminación sexual, violencia sexual.
Abstract: This research proposes the application of foundational gender and feminism concepts to Roberto Bolaño’s last novel, 2666. Gender is an analytical category transversal in nature as it relates to various fields such as the social, political, economic, cultural, educational, even the philosophical and existential. One of the goals is to analyze the novel from these theories in order to discover the author’s stance, sometimes ambiguous. The ultimate end of this work is to deepen into certain sort of terminology that has been culturally acquired through a clearly patriarchal philosophical system to pinpoint and deconstruct it, and create alternative discourses. By resorting to literary analysis it is possible to deliberate on topics such as inequality and concepts such as sexism, patriarchy, violence against women and their invisibility, masculinity and sexual discrimination.
Keywords: literary analysis, feminism, sexual discrimination, sexual violence.
FEMINISMO Y CRÍTICA LITERARIA
La literatura es un espejo más de la realidad y de las construcciones ideológicas que la conforman. Constituye un territorio idóneo para descubrir, exponer y de-construir los roles sexuales aprendidos desde la infancia. Laura Borràs Castanyer afirma en Feminismo y crítica literaria que ejercer este tipo de crítica es un acto político, puesto que su función es “poner de manifiesto ‘la política sexual’ que domina las relaciones entre hombres y mujeres” (Borràs, 2000: 18). De acuerdo con esta teórica, una de sus finalidades principales será conseguir la liberación por medio de un ejercicio de concienciación y de cambio de comportamientos.
Mercedes Arriaga Flórez expone un concepto interesante en el marco de este debate en Análisis feministas de la literatura… Es la noción de ‘sujeto nómada’, que “es un sujeto que se des identifica con las imágenes que la cultura patriarcal acuña para las mujeres, tanto en su condición de sujeto como de objeto, elaborando ‘una subjetividad alternativa’ , que está dentro y fuera de las reglas, dentro y fuera de lo codifica- do literariamente, dentro y fuera de la tradición” (Braidotti, citado en Arriaga, 2008: 57).
Este trabajo se propone analizar la última novela de Roberto Bolaño, 2666, con base en los principales conceptos acuñados por el feminismo para entender los parámetros sobre los que ha sido construida su ficción y descubrir cómo el autor se debate entre ese territorio en el que transita el sujeto nómada y el espacio ideológico erigido bajo los preceptos de un sistema marcadamente patriarcal, y observar cómo en ocasiones cae en este último y en otras consigue escapar creando rutas literarias alternativas al discurso imperante.
Respecto al análisis de 2666 desde una perspectiva de género, la crítica literaria se ha focalizado, de manera casi exclusiva, en el tema de los feminicidios fijando su atención en “La parte de los crímenes” de la novela. Investigadores como González y Quilarque (2016) o Fermín Rodríguez vinculan los asesinatos con el fenómeno de la globalización y el neoliberalismo. Cathy Fourez (2006), por su parte, explora la construcción literaria de este espacio de frontera, el lenguaje sexista de varios personajes de la novela y enumera algunos rasgos que caracterizan a la violencia de género en Ciudad Juárez. Alexis Candia (2010) compara la estética del placer y la destrucción del Marqués de Sade con la que presenta la novela. Nilia Viscardi (2013) analiza la narrativa de 2666 y los asesinatos de mujeres dentro del contexto de la novela policial latinoamericana.
Estos enfoques o perspectivas, si bien examinan, contextualizan e interpretan los feminicidios insertados en una realidad social concreta y son aportes necesarios y fundamentales para entender la violencia de género, dejan de lado otros aspectos relativos a la configuración de los roles masculinos y femeninos en la novela y a la idiosincrasia patriarcal que vale la pena rescatar para comprender la complejidad y ambigüedad de esta obra y su posicionamiento variable respecto a diferentes aspectos dentro de los estudios de género. La perspectiva androcéntrica, tal y como se expondrá a continuación, se instauró y ha sido justificada por la filosofía desde sus orígenes hasta la actualidad.
LA FILOSOFÍA: UNA CONSTRUCCIÓN PATRIARCAL
Decía Marx que las manifestaciones de la cultura son expresión de la autoconciencia social que las crea y que se proyecta en ellas como en un espejo. La historia de las construcciones culturales de una sociedad es la historia de lo que esa sociedad siente y piensa de sí misma.
La filosofía, una de las creaciones culturales mayoritariamente masculinas de mayor peso simbólico en nuestra civilización occidental, ha ido recogiendo la riqueza de ideas, valores, creencias y actitudes que se han hallado y se encuentran supuestas tras el funcionamiento de la estructura social en sus variadas dinámicas.
Desde esta perspectiva se puede observar que este modo de pensamiento se ha encontrado permeado durante generaciones por una ideología patriarcal, presente en todas las sociedades y pueblos conocidos hasta el momento. Esta representación simbólica ha sido teorizada y fundamentada a lo largo de la historia de formas diversas mediante los instrumentos conceptuales y metodológicos con los que cuenta y que ha tenido la filosofía a lo largo de los siglos.
Celia Amorós (1985) dedica su obra Hacia una crítica de la razón patriarcal a desvelar cómo la filosofía ha sido construida y determina- da por una ideología sexista desde el principio de los tiempos hasta la actualidad. Dicho discurso, según la teórica, presenta una visión distorsionada de la realidad y tiene dos consecuencias inmediatas: por un lado, condiciona la manera en que la mujer es categorizada y pensada en la filosofía y, por otro, certifica que han sido excluidas sistemáticamente de un discurso que en teoría debe- ría representar a toda la especie humana.
Para Amorós (1985), por lo tanto, la filosofía ha surgido y se ha desarrollado a través de la razón patriarcal. Es decir, mediante un pacto entre varones que se ha perpetuado a lo largo de todos los tiempos y que justifica ciertas ideas relativas a las mujeres que han sido asumidas y han quedado instaladas en la idiosincrasia occidental. La teórica hace un recorrido a lo largo de los filósofos más relevantes de la historia para descubrirnos las raíces y el mantenimiento de dicho discurso.
Según la filósofa, es Aristóteles quien instaura la genealogía masculina, una institución simbólica que justifica y legitima la razón patriarcal. Para los ilustrados la asociación entre igualdad y naturaleza es fundamental. La naturaleza es el fundamento del derecho natural y, por ello, fuente de derechos. Kant y Rousseau utilizan este concepto de naturaleza para criticar la existencia de derechos aristocráticos y defender, en cambio, el paradigma de la igualdad de todos los hombres. Pero utilizan, además, este concepto en otros dos sentidos: en sentido negativo, asociado a la esencia animal, no civilizada, y en sentido positivo, entendiendo la naturaleza de modo teleológico.
De acuerdo con este último sentido, adjudican distintos papeles sociales al varón y a la mujer, considerando que estas diferencias vienen marcadas por el modo de ser natural de cada uno de los sexos. Los varones realizan plenamente la esencia del “ser humano”, son los auténticos “sujetos” autónomos, los únicos que pueden desempeñar la responsabilidad pública de la ciudadanía. El concepto de naturaleza en que se basa la determinación de la esencia de las mujeres es el que asigna a éstas el papel reproductivo, perteneciente a la esfera de lo privado.
Rousseau defiende la necesidad de una educación especial femenina, que prepare a las mujeres para desempeñar bien las funciones propias de su sexo. Kant piensa que la naturaleza ha dotado a las mujeres de la misma capacidad racional que a los varones, pero cada sexo tiene que cumplir unas determinadas funciones de acuerdo con la concepción natural teleológica (que afecta naturalmente a la ética y a la política), y es en este punto en el que las mujeres quedan excluidas del espacio público, el espacio de los “iguales”.
Para este autor, la finalidad de la naturaleza al instituir la feminidad ha sido la conservación de la especie, lo cual lleva consigo la necesidad de la protección masculina en todos los ámbitos, también en lo intelectual y lo político; y también es tarea femenina la preservación de la cultura y la exhortación de la moralidad, que no de la misma moral, porque las mujeres no son capaces de acceder al conocimiento de los principios morales. Para Rousseau, el hombre pertenece al mundo exterior y la mujer al interior, el varón pertenece al espacio público y la mujer al privado, volviendo a incidir en esta dicotomía naturaleza-cultura. De acuerdo con el filósofo francés, la mujer ha de entender la sumisión como algo natural porque el hombre es más fuerte física e intelectualmente y debe, por lo tanto, estar sometida a él. Kant, por su parte, habla de superioridad natural de los hombres sobre las mujeres y nuevamente establece que la función de la cultura (los varones) es controlar y someter. También Schopenhauer concibe a la mujer como naturaleza y género y milita la misoginia, puesto que las define como incapaces de cualquier operación de abstracción intelectual y carentes de individualidad. Las considera un grupo monolítico cuya misión fundamental es agradar al hombre. Son débiles e incapaces de trascender. Para Levi-Strauss la mujer es naturaleza por sus funciones reproductivas, y por lo tanto ha de ser controlada o domesticada por el hombre, que representa la cultura.
El relato de la dicotomía hombre-mujer, cultura y naturaleza, ha quedado impreso en la filosofía y ha justificado y mantenido un sistema opresor en todos los ámbitos de la existencia humana.
EL FEMINISMO: DESMONTANDO LA NOCIÓN DE GÉNERO
El feminismo es un movimiento político, filosófico y social, cuyo objetivo primordial consiste en desmontar este discurso cultural, instaurado y perpetuado por la filosofía, que propugna la desigualdad entre hombres y mujeres a lo largo de toda la historia de las ideas. Se parte de la afirmación de que el género es una construcción social.
Simone de Beauvoir, en 1949, ya lo anunciaba en El segundo sexo:
No se nace mujer: se llega a serlo. Ningún destino biológico, psíquico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; es el conjunto de la civilización el que elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica de femenino (Beauvoir, 1999: 207).
Pierre Bourdieu defiende esta postura en su obra Dominación masculina. El mundo ha sido estructurado y organizado a partir de esta división basada en lo biológico o sexual y el orden masculino ha sido impuesto sin necesidad de justificación: “la visión androcéntrica se impone como neutra y no siente la necesidad de enunciarse en unos discursos capaces de legitimarla. El orden social funciona como una inmensa máquina simbólica que tiende a ratificar la dominación masculina en la que se apoya” (Bourdieu, 2000: 24). A lo largo de ese ensayo aclara cómo esta división no proviene de la naturaleza sino que es una “construcción social arbitraria de lo biológico” (Bourdieu, 2000: 39) y señala como consecuencias inmediatas la desigualdad y la exclusión de las mujeres de los ámbitos de poder.
Rosa Cobo Bedía, en 10 palabras clave sobre mujer, considera que el objetivo del feminismo será evaluar desde una perspectiva crítica la teoría patriarcal y “aportar una nueva forma de interrogar la realidad, acuñar nuevas categorías analíticas con el fin de explicar aspectos de la realidad que no habían sido tenidos en cuenta antes de que se desvelase el aspecto social de los géneros” (Cobo, 1995: 60). Uno de sus temas fundamentales será, por lo tanto, deshacer los estereotipos sexuales.
2666
Roberto Bolaño no llegó a ver publicada 2666, su última creación. Su novela vio la luz en 2004, un año después de su fallecimiento. Esta inmensa obra se desarrolla a lo largo de más de mil páginas y en ella transcurren numerosas historias paralelas y entrecruzadas que giran en torno a la figura de un misterioso escritor llamado Benno von Archimboldi. La historia sucede en tiempos y espacios distintos: la Europa de la guerra mundial, la Europa actual, la frontera mexicana y Estados Unidos. En la ficción hay una clara y firme denuncia de las consecuencias del machismo más salvaje y un retrato de la modernidad y su ruptura con algunos de los modelos de la sociedad patriarcal. Sin embargo, a pesar de su carácter trasgresor, la obra cae en ocasiones en ciertos estereotipos o ideologías propias del androcentrismo, entendiendo como androcentrismo y de acuerdo con la definición que presenta la Real Academia Española: “la visión del mundo y las relaciones sociales centrada en el punto de vista masculino”. Esta manera masculina de ver el mundo se aprecia en ciertos rasgos, construcciones simbólicas, narrativas, que pertenecen a la imaginería patriarcal.
A continuación se presentan algunos de los conceptos clave que han sido expuestos desde las teorías feministas y de género con el objetivo de aplicarlos a la lectura crítica de la narración. Esta investigación se propone descubrir dónde se posiciona el relato y cuál es su propuesta frente a estos temas.
1. Dicotomía hombre-cultura, mujer-naturaleza
El origen o fundamento del pensamiento sexista deriva de esta noción que ha sido sustenta- da por la filosofía a lo largo de toda la historia de las ideas. En Hacia una crítica de la razón patriarcal, Celia Amorós (1985) expone cómo esta dicotomía legitima y es la base de nuestra organización social. Que la mujer sea naturaleza, explica la filósofa, implica que debe ser controlada, domesticada, dominada. Dicha función le corresponde al hombre o a la cultura.
El concepto de naturaleza está revestido, por lo tanto, de toda una representación semántica: presupone impulsividad, se caracteriza por su falta de autocontrol, por lo instintivo, por lo hedónico y placentero, por lo inmediato. Frente a esta esencia emocional se contrapone la cultura como lo racional, lo cerebral, lo ordenado, lo disciplinado.
En 2666 se observan ciertos rasgos que identifican a los personajes femeninos con la naturaleza y a los masculinos con la cultura.
La novela se abre con una descripción múltiple que contrapone y confronta a los sujetos masculinos con el femenino. Los tres profesores hombres: Pelletier, Espinoza y Morini, son pre- sentados como potentes y reconocidos intelectuales: Pelletier era catedrático a los 25 años y Espinosa terminó dos licenciaturas, la de filología hispánica y la de alemán, a esa edad. Ambos son los jefes de su departamento. Lo que caracteriza a los tres teóricos es su disciplina férrea: “Aparte de Archimboldi una cosa tenían en común Mori- ni, Pelletier y Espinoza. Los tres poseían una voluntad de hierro” (Bolaño, 2009: 21).
Frente a los tres catedráticos se opone la figura de Liz Norton, estudiante de doctorado que adolece de esa rigurosidad voluntariosa y que existe en lo inmediato. Es un ser voluble: “Liz Norton, por el contrario, no era lo que común- mente se llama una mujer con una gran voluntad, es decir no se trazaba planes a medio o largo plazo ni ponía en juego todas sus energías para conseguirlo. Estaba exenta de los atributos de la voluntad” (Bolaño, 2009: 21).
Respecto al autocontrol y la racionalidad de sus compañeros, Norton destaca por su emocionalidad: “Cuando sufría el dolor fácilmente se traslucía y cuando era feliz la felicidad que experimentaba se volvía contagiosa” (Bolaño, 2009: 21). Su determinación y su lucidez intelectual son puestas en entredicho: “Era incapaz de trazar con claridad una meta determinada y de mantener una continuidad en la acción que la llevara a coronar esa meta” (Bolaño, 2009: 21).
Frente a la ambición prefería el placer: “La expresión ‘lograr un fin’, aplicada a algo personal, le parecía una trampa llena de mezquindad. A ‘lograr un fin’ anteponía la palabra ‘vivir’, y en raras ocasiones la palabra ‘felicidad” (Bolaño, 2009: 22). Como ser de la naturaleza es hedonista, hay en ella una sensualidad descontrolada y desbordante. En Liz Norton la corporalidad parece anteponerse a lo espiritual; es objeto de deseo de los tres académicos y con todos experimenta sexualmente. Podría asimilarse su figura con la de Eva del Antiguo Testamento, la que por su “debilidad” sucumbe al pecado original y con- dena a su “clan” a la expulsión del Paraíso: es la responsable de romper la armonía inicial del grupo descrito por Bolaño como el cuadrado perfecto e “impenetrable”: “la figura de cuatro ángulos que componían los archimboldianos” (Bolaño, 2009: 30).
Por otra parte, naturaleza y feminidad vienen asociadas al concepto de belleza. Liz Norton es una “amazona rubia” (Bolaño, 2009: 27), de “hermosísimos tobillos” (Bolaño, 2009: 23), que llega a presentarse en una conferencia “disfrazada de mujer de hielo” (Bolaño, 2009: 56). Es bonita y frívola. Los académicos, en contra- posición, apenas son descritos físicamente y en ninguno de los casos se hace referencia a su atractivo sexual.
En otras dos parejas se aprecia esta dicotomía naturaleza-cultura: Son Amalfitano y Lola y Archimboldi con Ingeborg. Amalfitano y Archimboldi se dedican a diferentes campos del saber: Amalfitano es profesor de filosofía en la Universidad de Santa Teresa en México y Archimboldi es un escritor de gran envergadura, reconocido internacionalmente. Ambos son intelectuales y cultos. Frente a ellos, sus esposas padecen de una irracionalidad extrema que les conduce a la locura. Lola es impulsiva, tiene episodios delirantes y no es capaz de cuidarse a sí misma. Lo mismo sucede con Ingeborg, quien es percibida por Hans Reiter, instantes después de conocerla, como desequilibrada: “se dio cuenta de que estaba hablando con una loca” (Bolaño, 2009: 867).
Y si bien es verdad que Amalfitano y Archim-boldi bordean en ocasiones los territorios de la enajenación, su confusión mental es de tipo intelectual, proviene de su propia profundidad existencial, de una necesidad de trascender de una realidad demasiado hostil.
2. Los iguales y las idénticas
Una de las razones últimas de la teoría feminista es la defensa de la igualdad entre hombres y mujeres en todos los ámbitos, tanto en el espacio público como en el privado. Dicha igualdad, tal y como demuestra el movimiento, no ha sido alcanzada. Celia Amorós (2005: 87) en su artículo “Espacio de los iguales, espacio de las idénticas. Sobre poder y principio de individuación” expone que la justificación filosófica de la desigual- dad, de estas relaciones asimétricas, radica en la concepción dicotómica de los hombres como “los iguales” y las mujeres como “las idénticas”.1
Ser idéntico, explica la académica, supone compartir una serie de características y cualidades que son consideradas relevantes y que finalmente los vuelven —a los idénticos— indiscernibles como sujetos. Frente a esta denominación, añade Amorós, “la igualdad, por el contrario, no hace sino establecer una relación de homologación, es decir, de ubicación en un mismo rango de cualidades o de sujetos que son diferentes y perfecta- mente discernibles” (Amorós, 2005: 89).
Esta división simbólica se manifiesta y tie- ne como consecuencia el establecimiento de una relación de poder jerárquica entre ambos géneros que Amorós equipara metafóricamente a la dialéctica de amo y esclavo propuesta por Hegel. La comunidad de los iguales se cimienta y justifica en una serie de pactos interclasistas, mientras que las idénticas quedan totalmente a expensas de la mirada de los “otros”, desconectadas entre sí, y como consecuencia, su identidad desaparece, se vuelve “indiscernible”. En su artículo antes citado afirma sobre los varones:
a través de los pactos interclasistas e incluso interracistas que traman, se constituyen recíprocamente en pares juramentados con res- pecto al conjunto de las mujeres; mientras que para estas últimas, su verdad —es decir, la clave de su impotencia— está en lo desarticulado de una relación en que la soldadura de cada una con cada una de las otras no es sino la absorción que la vuelve indiscernible en un bloque de características adjudicadas por el discurso de los otros (Amorós, 2005: 91).
Esta carencia de individualidad del género femenino, expone Amorós en su obra Hacia una crítica de la razón patriarcal, está directamente relacionada con su condición de ser naturaleza y no cultura:
Siendo naturaleza en última instancia, la mujer no accede al estatuto de la individualidad, estatuto cultural por excelencia: la individualidad requiere un determinado desarrollo de la autoconciencia y un despegue de la inmediatez […] que no puede lograr la esencia de lo femenino, compacta en un bloque de características genéricas en la que cada uno de sus ejemplares individuales es irrelevante en tanto que tal y carece de entidad en la medida en que no es representación del Género (Amorós, 1985: 47-48).
La comunidad femenina, por lo tanto, y de acuerdo con esta visión patriarcal, es un grupo mono- lítico de identidad indiscernible. Roberto Bolaño se posiciona radicalmente frente a esta postura. Sus personajes femeninos son autónomos e independientes de los masculinos, toman sus propias decisiones y no muestran sumisión. Liz Norton es quien, tras haber mantenido relaciones con los tres académicos, decide con quién se queda y Lola, esposa de Amalfitano, abandona a su familia, a su esposo y a su hija, para tratar de con- quistar a otro hombre. Rompe con el rol de madre abnegada en aras de su deseo.
La cuarta parte de 2666 está dedicada a los feminicidios en Ciudad Juárez. Son 352 páginas inundadas de nombres, los nombres de las asesinadas en Santa Teresa. Son en su mayoría jóvenes que trabajan en las maquiladoras de la ciudad. Muchas de ellas acaban en fosas comunes, a otras nadie las reclama y esos crímenes quedan, en la mayoría de los casos, impunes. Frente a su invisibilización intencional, Bolaño rescata cada uno de sus nombres, su descripción física, su edad, y pequeños relatos sobre su historia personal para rendirles homenaje, para hacerlas presente y honrarlas: para que la historia no las borre, para que al menos sobreviva su memoria entre sus páginas, para que el discurso literario las despoje y redima de la categoría de “idénticas” que les ha sido impuesta por la sociedad patriarcal.
3. La virilidad
En 10 palabras clave sobre mujer, Rosa Cobo Bedía expone el concepto de ideologías sexuales. Afirma que dichas ideologías influyen y determinan nuestra manera de percibir el mundo y son resistentes al cambio porque están fuertemente arraigadas en un sistema de creencias más amplio. En este tipo de relato patriarcal, el hombre aparece representado como el titular del poder y el protector de las mujeres:
Las ideologías sexuales, por tanto, tematizan al varón como una identidad autosuficiente y a la mujer como una identidad defectiva. Las ideologías sexuales incluyen la idea de que el varón es el titular nominal o potencial de todo posible poder y la mujer la expresión del no- poder. Las ideologías sexuales representan a los varones como los responsables de la protección de las mujeres —la versión central es la del padre proveedor de familia— y a éstas les asigna el papel de la sumisión a la autoridad masculina (Cobo, 1995: 76).
Así como en la novela de Bolaño no se presenta al género femenino como sumiso y carente de poder y si lo hace es para denunciar el sistema opresivo en el que viven estas mujeres, la ideología o estereotipo sexual que considera al hombre fuerte, protector y salvador sí se advierte en la narrativa de 2666. Pierre Bourdieu, en su obra antes citada, explica cómo el concepto de virilidad condiciona la identidad masculina:
La condición masculina en el sentido de vir supone un deber-ser, una virtus, que se impone a “eso es natural”, indiscutible. Semejante a la nobleza, el honor […] gobierna al hombre honorable, al margen de cualquier presión externa. Dirige […] unas ideas y unas prácticas a la manera de una fuerza (“es más fuerte que él”) pero sin obligarle mecánicamente (puede zafarse y no estar a la altura de la exigencia) (Bourdieu, 2000: 67).
Para ser viril será necesario acatar una serie de virtudes y hacerlas propias, explica el teórico. Dichas virtudes no son cuestionadas y se convierten en ley socialmente aceptada:
La nobleza, o el pundonor (nif), entendido como conjunto de disposiciones consideradas como nobles (valor físico y moral, generosidad, magnanimidad, etc.) es el producto de un trabajo social de nominación y de inculcación al término del cual una identidad social instituida por una de estas “líneas de demarcación místicas”, conocidas y admitidas por todos (Bourdieu, 2000: 68).
Los personajes bolañescos de 2666 se adecuan a este relato de la virilidad en diferentes formas. Archimboldi es el epítome de la fortaleza y la valentía: es un hombre alto, un gigante rubio y fuerte que no teme a la muerte. El capitán de su división se da cuenta en el campo de batalla y le increpa: “Maldito embustero, a mí no me mientas, a mí no me puedes engañar. ¡Tú no tienes miedo a nada!” (Bolaño, 2009: 840).
El general Eugenio Entrescu representa la hipersexualización masculina: “Tenía la risa inconfundible de un superhombre” (Bolaño, 2009: 855). Este ser “un superhombre” está directamente vinculado en el personaje a sus aptitudes sexuales y a su órgano viril. Cuando el general es crucificado, llama la atención del narrador y de los personajes (siempre masculinos) su miembro sexual que aparece al descubierto y es objeto de chistes y de expectación. Es como si la esencia del militar, incluso habiendo sido asesinado, quedara reducida únicamente a sus genitales, a lo sexual, es decir, a lo viril en su faceta más física. Y son los varones los que actúan como grupo que certifica o verifica dicha masculinidad. El personaje ha sido construido a partir de un relato hiperbólico que mitifica su hombría.
La virilidad en el caso de Pelletier y Espinoza se pone de manifiesto en el tema de la protección del honor mancillado de la dama. Se presentan como salvadores, son los encargados de reponer la respetabilidad de Liz Norton cuando un taxista misógino pakistaní cuestiona su decencia utilizando apelativos tales como puta, zorra, perra, y a ellos los llama “chulos o macarras o macrós o cafiches” (Bolaño, 2009: 102).
Los dos hombres propinan una paliza brutal al taxista y lo dejan casi muerto en una calle de Londres. Ella no dice ni palabra y ve la escena desde atrás, como espectadora pasiva. Los tres experimentan excitación en este agresivo desenlace. La violencia masculina en este caso adquiere rasgos pornográficos.
Posteriormente, en otro momento de la historia, la académica, al observar a sus dos amigos desde la ventana de un hotel mexicano advierte su masculinidad. Este pensamiento le conduce a reflexionar sobre el concepto de virilidad, que rechaza radicalmente, dotando de riqueza y ambigüedad al relato: “aunque la palabra virilidad, sobre todo aplicada a la forma de caminar, a Norton le sonaba monstruosa, un sinsentido sin pies ni cabeza” (Bolaño, 2009: 146). Por lo tanto, tenemos a dos hombres que no pueden escapar del estereotipo sexual que les incita a ser protectores y una mirada femenina que desde fuera aborrece el concepto de virilidad pero que no puede evitar excitarse al ver cómo los varones propinan una golpiza a otro individuo para salvaguardarla de sus insultos.
Otro personaje-salvador en 2666 es el periodista afroamericano Oscar Fate. En una de las escenas de la novela rescata a Rosa Amalfitano de Chucho Flores, su exnovio narcotraficante. Para ello golpea a un mexicano y amenaza con una pistola al capo. El padre de Rosa, un profesor chileno, le pide que proteja a su hija, que se la lleve en su viaje de regreso a los Esta- dos Unidos y que se asegure de que, una vez allí, pueda tomar un avión con rumbo a Europa. Fate acepta porque está enamorado de ella. La construcción de la masculinidad de este personaje queda definida por su valentía y por su instinto de protección.
4. El patriarcado y los pactos entre varones
Celia Amorós, en su obra Hacia una crítica de la razón patriarcal, expone cómo nuestro sistema social ha sido construido a partir de una serie de pactos entre varones. Pertenecer a este grupo, a pesar de sus diferencias raciales o de clase, pre- supone una serie de prerrogativas, derechos y deberes. Para la filósofa ésta es la gran trampa del patriarcado, el convertir al género masculino en “un sistema de complicidades”: “El género es percibido como un patrimonio ‘pro in diviso’ que todos usufructúan impidiendo que se ponga de manifiesto el carácter ilusorio de esta percepción totalizadora” (Amorós, 1985: 26).
Pierre Bourdieu comparte la misma visión que Amorós en su obra Dominación masculina. Expone cómo la virilidad necesita del reconocimiento y revalidación de otros hombres y viene asociada al sentimiento de pertenencia al grupo. Explica que en nombre de esas “solidaridades viriles” se cometen actos de violencia extrema, como violaciones y muertes, tal y como ocurre en la novela de Bolaño en el caso de los feminicidios. El miedo a perder el estatuto de virilidad y la necesidad de mantenerlo y preservarlo está presente en los varones.
En 2666 se advierten los pactos entre los varones: Hay un contrato silencioso e implícito entre Pelletier y Espinoza cuando, sin mediar palabra, dan una paliza al taxista pakistaní. Ni se lo piensan, ni lo hablan, es su deber masculino, no sólo proteger a Liz Norton sino también demostrar su hombría. Sólo otro hombre puede revalidar su valor. Otro pacto entre varones es el que se establece entre Fate y Amalfitano cuando este último le pide que se lleve a su hija a Estados Unidos. Son ellos los que deciden el destino de Rosa.
Pero hay un tipo de pacto entre varones que aparece denunciado en la novela. Es el que se refiere a la impunidad de los feminicidios, al ocultamiento de pruebas, a la “incapacidad” del sistema judicial y policial de encontrar a los ver- daderos culpables de los crímenes. Incluso la propia policía, con su falta de ética en las escenas de los asesinatos, sus violaciones colectivas a prostitutas y su solidaridad masculina (nadie se escandaliza) son señalados en esta narración.
Rita Laura Segato denuncia en su obra La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez que la impunidad es precisamente el gran tema que se esconde tras los feminicidios. Esta impunidad está directamente vinculada a los pactos entre varones:
Para sellar, con la complicidad colectivamente compartida en las ejecuciones horrendas, un pacto de silencios capaz de garantizar la lealtad inviolable a cofradías mafiosas que operan a través de la frontera más patrullada del mundo. Dar prueba, también, de la capacidad de crueldad y poder de muerte que negocios de alta peligrosidad requieren (Segato, 2013: 28).
2666 refleja este tipo de pactos, unos son aceptados silenciosamente o asumidos inconsciente- mente y otros denunciados porque representan el machismo más salvaje.
5. El mito del amor romántico frente a la liberación sexual
En Claves feministaspara la negociación en el amor, la antropóloga Marcela Lagarde expone cómo la cultura patriarcal, a través de todo un sistema de mitos, leyendas y educación sentimental, ha colocado el amor como centro de la identidad femenina y motor de sus acciones: “Las mujeres hemos sido configuradas social- mente para el amor” (Lagarde, 2001: 12). Pero este amor no es ya un valor en sí mismo, sino un deber ser, un mandato, que ha sido asigna- do a cada mujer.
Lagarde repasa el concepto del amor a través de diferentes tradiciones y épocas y llega a la conclusión de que, a pesar de su aparente modernidad, las mujeres contemporáneas siguen siendo tradicionales en cuanto al papel que asignan al amor en sus vidas. Para las feministas, el amor no es eterno o ahistórico, no viene determinado por una moral universal, sino que por el contrario es hijo de su tiempo y se aprende en el proceso de socialización. Ésta es otra de las trampas conceptuales del patriarcado para evitar la evaluación crítica de dicha concepción.
Según Lagarde se espera que las mujeres hagan del amor el centro de su existencia: un amor incondicional en el que se priorice a los demás sobre uno mismo. La carencia es un tema fundamental en el amor patriarcal, se hace creer a las mujeres que carecen de algo, un algo intangible que les hace dudar de su propio criterio y valía individual. Se vive esta carencia como culpa: si no lo tienes será porque has hecho algo mal o tal vez no merezcas tenerlo. El amor se traduce entonces en dominación, en enajenación, en anulación y reproduce las formas patriarcales de poder. Para Lagarde:
Todos los valores que se esperan de las mujeres contemporáneas en el amor se corresponden con mujeres subordinadas, que no tienen vida propia, y que giran en torno de sus parejas. Forman parte del arcaísmo amoroso de género asignado a las mujeres desde la antigüedad y aún vigente. A la capacidad de trabajar, al éxito en el trabajo, a la capacidad de generar recursos, dinero y bienes, requisitos de la modernidad, se suman los requisitos tradicionales. Además de la belleza, se espera de las mujeres que sean abnegadas, benevolentes, con una generosidad ilimitada. Se espera lealtad, obediencia, fidelidad (Lagarde, 2001: 34).
Según la antropóloga, la mujer es un territorio colonizado puesto que, debido a esta concepción del amor, se les ha expropiado de ellas mismas, no se sienten dueñas de sus propias vidas. Esto explica lo costoso que puede resultar proponer nuevas perspectivas cuando han sido educadas para la renuncia.
Los personajes femeninos de Bolaño no obedecen a estos criterios, no dependen emocionalmente de sus parejas ni siguen los preceptos del amor romántico. No son sumisas, toman sus propias decisiones y son autónomas. Tampoco hay una representación de la familia tradicional. La familia de Amalfitano está rota y Archimboldi le es infiel a su mujer.
Bolaño llegó a España en 1977, esta época coincide con la muerte de Franco y la eclosión de los movimientos de liberación sexual. Ana de Miguel, en su artículo “La revolución sexual de los sesenta: una reflexión crítica de su deriva patriarcal”, describe cómo los jóvenes de este tiempo quisieron romper con el prototipo de familia americana y su doble moral. Esta doble moral negaba el deseo sexual a las mujeres y las recluía en casa mientras que los hombres podían tener varias amantes sin que sucediera nada. De Miguel expone cómo Kate Millett, en su obra Política sexual, retrata la sexualidad patriarcal a través del análisis literario de autores como Henry Miller: La mujer es considerada como un ser inferior que debe ser sometido, un objeto sexual cuya misión es satisfacer las necesidades del hombre. Su crítica feroz sirvió para denunciar el hecho de que en las relaciones heterosexuales se esconde un tema de poder, control y dominación. Es por eso que Millett concluye con que el tipo de relación que se produce entre los dos sexos no es privada sino política.
En este contexto surgió el feminismo radical y, tal y como describe De Miguel: “Las mujeres pusieron en un primer plano de sus conciencias el derecho a sentir placer y experimentar orgasmos” (De Miguel, 2015: 22).
Parece claro que Bolaño se hizo eco de estas ideas que se expandieron rápidamente por España tras la muerte de Franco en 1975. En sus obras, los personajes femeninos, tal y como se ha señalado, son dueños de su propia sexualidad. Las relaciones afectivas parecen estar regidas por la inestabilidad y la fragmentación, tal y como describe Zygmunt Bauman (2005) el fenómeno amoroso contemporáneo en su obra Amor liquido
A pesar de esta aparente liberación y total trasgresión del concepto tradicional de familia y de las relaciones heterosexuales desde el punto de vista patriarcal, en 2666 se advierten dos aspectos. Por un lado, se satirizan los celos entre los dos académicos que tratan de disimular su competición por el amor o cariño de Norton. Ellos mismos se sienten avergonzados de su impulso posesivo y machista, sobre todo por pertenecer al mundo de la academia donde lo racional debe imponerse a lo emocional. Para completar, el autor soluciona el tópico de la dama con dos don Juanes con un desenlace inesperado: ella decide quedarse con un tercero, el único que no compite y que además está postrado en una silla de ruedas.
Frente a esta situación cuadrangular, hay otra escena en la que se pone de manifiesto la mirada masculina que denunciaban las feministas radicales de los años setenta. Es lo que Ana de Miguel denomina, en su artículo antes citado, “una sexualidad hecha por y para varones” (De Miguel, 2015: 22). Y es que cuando Archimboldi y sus compañeros del ejército espían por un agujero a la baronesa Von Zumpe y al general Entrescu teniendo relaciones sexuales, se desata toda una imaginería de dominación sexual del hombre sobre la mujer que es celebrada por el resto de los varones. Lo que les llama la atención a los militares, además de la aparente destreza en la cama de su compañero, son los treinta centímetros de su pene. Es incansable y más que un hombre, comenta uno de los voyeurs, “parecía un caballo” (Bolaño, 2009: 864). Hay una descripción pormenorizada del encuentro y de los “embistes” del macho hipersexualizado en clave de dominación y sometimiento de la mujer. Esta animalización del hombre en su rol sexual es un estereotipo de la virilidad del que participa la novela de Bolaño.
6. Violencia de género
La violencia de género está presente en toda la novela: desde los comentarios misóginos del taxista pakistaní a Liz Norton hasta las alusiones de la baronesa Von Zumpen a Conrad Hal- der, esposo de su tía y un artista degenerado que retrataba a mujeres, todas muertas, y los comentarios y lenguaje denigrante con el que algunos personajes masculinos se refieren a las mujeres: “Dicen que Jimmy tenía allí una zorra” (Bolaño, 2009: 300).
En las imágenes de los cuadros de Halder resuena la parte cuarta de la novela, la de los crímenes, dedicada exclusivamente a la narración de los feminicidios y de su investigación en Ciudad Juárez. La exposición de éstos es una denuncia a la forma más extrema de violencia de género.
La primera persona en acuñar el término feminicidio en América Latina fue Marcela Lagar- de. En su artículo “El feminicidio, delito contra la humanidad”, lo define así:
conjunto de delitos de lesa humanidad que contienen los crímenes, los secuestros y las desapariciones de niñas y mujeres en un cuadro de colapso institucional. Se trata de una fractura del Estado de derecho que favorece la impunidad. Por eso, el feminicidio es un crimen de Estado (Lagarde, 2005: 155).
Lo que diferencia por lo tanto al feminicidio de un homicidio es que el Estado no resuelve estos crímenes o los deja pasar por alto. Ésta es precisamente la idea central de Rita Laura Segato en su obra La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez.
Para Segato dos de los factores que han propiciado estos crímenes son el espacio y el sistema económico. La frontera mexicana es un lugar de extrema riqueza y pobreza y su condición de centro de producción y puerta hacia han sido elementos determinantes en las muertes de Juárez. Junto a esto, la teórica enfatiza el hecho de que las mujeres asesinadas pertenecen, en su mayoría, a la misma clase social y tienen unas características físicas muy similares que las hacen “descartables”. El feminicidio en Ciudad Juárez, por lo tanto: “es el asesinato de una mujer genérica, de un tipo de mujer, sólo por ser mujer y por pertenecer a este tipo” (Segato, 2013: 36). Esto provoca la despersonalización de las víctimas.
Bolaño refleja esta realidad cuando relata cómo gran parte de las mujeres asesinadas eran obreras que trabajaban en las maquiladoras y fábricas de la ciudad. La cuarta parte de la nove- la se asemeja a un informe de carácter policiaco y forense con los nombres y los breves retratos de cada una de las víctimas.
Segato explica que la violación se caracteriza por la pérdida de control de la víctima, tanto de su cuerpo como de su espacio. Es, según la teórica, un acto de dominación física y moral. Esta autora niega que el principal móvil de estos crímenes sea sexual. Para ella el cuerpo simboliza el territorio y se asemeja a un acto de control y sometimiento de éste: “donde el cuerpo femenino es anexado al dominio territorial” (Segato, 2013: 37).
Los asesinatos de las mujeres de Juárez forman parte de un código, de un lenguaje, de un rito sacrificial que necesita ser comunicado a los otros. Los otros entendidos como los hombres, los pares, los iguales, el género masculino. Para Segato: “estas exigencias y formas de exhibicionismo son características del régimen patriarcal en un orden mafioso” (Segato, 2013: 26).
Respecto a la impunidad, Segato señala que “no son crímenes comunes de género sino crímenes corporativos, y, más específicamente, son crímenes de segundo Estado, de Estado paralelo. Se asemejan más, por su fenomenología, a los rituales que cimientan la unidad de sociedades secretas y regímenes totalitarios” (Segato, 2013: 42).
Esta impunidad es denunciada por Bolaño. Ni la policía ni los investigadores son capaces de encontrar a los verdaderos culpables. Se ocultan las pruebas y se hacen patentes los pactos entre varones a los que aluden Pierre Bourdieu, Celia Amorós y otras autoras feministas. Ante el horror inexplicable, indica Segato, surge como defensa psicológica la misoginia y se llega a cuestionar y a culpabilizar a las mujeres por haber sido asesinadas. Esta situación se manifiesta claramente en la novela con la actitud de los policías y la crueldad de sus chistes y comentarios sexistas.
Un ejemplo que ilustra este tipo de retórica misógina está en las palabras del judicial González que, conversando con otros agentes de seguridad, afirma “las mujeres son como las leyes, fueron hechas para ser violadas” (Bolaño, 2009: 691). Esta sentencia provoca, en lugar de indignación, las carcajadas cómplices de sus compa- ñeros: “Una gran manta de risas se elevaba en el local oblongo, como si los policías mantearan a la muerte” (Bolaño, 2009: 691).
CONCLUSIONES
El feminismo, y por ende la crítica literaria feminista, consistiría, tal y como parafrasea Borràs a Rich en su obra antes citada, en un acto de supervivencia que supone mirar hacia atrás con una conciencia atenta para ‘re-leer’ y ‘re-ver’ con ojos nuevos el viejo relato de los roles sociales y sexuales” (Borràs, 2000: 18).
La última novela de Roberto Bolaño representa a sus figuras masculinas y femeninas a través de una serie de parámetros que a veces se corresponden y otras veces no con los modelos patriarcales. Su posicionamiento es ambiguo, puesto que sus personajes transitan por los márgenes de las convenciones sociales. La novela es una denuncia patente a la violencia de género y a su consecuencia más brutal: los feminicidios.
Se retratan entre sus páginas además otro tipo de agresiones de género, como los chistes y los comentarios misóginos.
Los personajes femeninos de 2666 no obedecen a los preceptos del mito del amor romántico. En realidad sus relaciones con el género opuesto son, en su mayoría, fragmentarias y fugaces. No hay mujeres sumisas ni dependientes. Por el contrario, son seguras de sí mismas y toman sus propias decisiones sin importarles el qué dirán o cómo pueden reaccionar los hombres de la novela. Sin embargo, sí se aprecia en esta obra la asociación de la mujer con la naturaleza y del hombre con la cultura. Ellas son impulsivas, irracionales, locas, sin tanta disciplina ni voluntad. Ellos son cerebrales, racionales y voluntariosos.
La virilidad es un rasgo patente en algunos de los personajes masculinos de Bolaño, siendo este tipo de caracterización propia del modelo patriarcal. Son hombres fuertes, protectores, salvadores y con un tipo de sexualidad idealizada que en ocasiones parece privilegiar el sometimiento y la dominación de las mujeres.
Los pactos entre varones que describen diferentes teóricas y teóricos del género también se retratan en esta novela, siendo éste otro rasgo característico y definidor de la sociedad patriarcal. Escapar radicalmente de la ideología patriarcal es muy difícil, puesto que forma parte de nuestro inconsciente colectivo, de nuestra manera de entender el mundo y conceptualizarlo. Como es lógico, no hay absolutos en 2666 aunque sí se percibe un deseo explícito de superar las convenciones machistas y denunciar sus consecuencias más atroces. Para crear roles faltan nuevos referentes. Autoras como Judith Butler (2007), en obras como El género en disputa, proponen nuevas lecturas del género que tienen como objetivo subvertir y trasgredir los estereotipos sexuales y abrir nuevos caminos que buscan la expresión de una identidad desenjaulada.
REFERENCIAS
Amorós, Celia (1985), Hacia una crítica de la razón patriarcal, Madrid, Antrophos Editorial del Hombre.
Amorós, Celia (2005), “Espacio de los iguales, espacio de las idénticas. Sobre poder y principio de individuación”, en La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias… para las luchas de las mujeres, Madrid, Cátedra, pp. 87-109.
Arriaga Flórez, Mercedes (2008), “Teorías literarias feminis- tas en Italia”, en Blas Sánchez Dueñas y María José Porro Herrera (coords.), Análisis feministas de la literatura. De las teorías a las prácticas literarias, Córdoba, Servicio de publica- ciones de la Universidad de Córdoba, pp. 51-62.
Bauman, Zygmunt (2005), Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, Madrid, Fondo de Cultura Económica.
Beauvoir, Simone de (1999), El segundo sexo, Buenos Aires, Sudamericana.
Bolaño, Roberto (2009), 2666, Nueva York, Vintage Español.
Borràs Castanyer, Laura (2000), “Introducción a la crítica literaria feminista”, en Marta Segarra y Àngels Carabí (eds.), Feminismo y crítica literaria, Barcelona, Icaria, pp. 13-30.
Bourdieu, Pierre (2000), Dominación masculina, Barcelona, Anagrama.
Butler, Judith (2007), El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, Barcelona, Paidós.
Candia Cáceres, Alexis (2010), “Todos los males el mal. La ‘estética de la aniquilación’ en la narrativa de Roberto Bolaño”, Revista Chilena de Literatura, núm. 76, pp. 43-70.
Cobo Bedía, Rosa (1995), “Género”, en Celia Amorós (dir.) 10 palabras clave sobre mujer, Estella (Navarra), Editorial Verbo Divino, pp. 55-83.
De Miguel Álvarez, Ana (2015), “La revolución sexual de los sesenta: una reflexión crítica de su deriva patriarcal”, Investigaciones Feministas, vol. 6, pp. 20-38.
Fourez, Cathy (2006), “Entre transfiguración y transgresión: el escenario espacial de Santa Teresa en la novela de Roberto Bolaño, 2666”, Debate Feminista, vol.33, pp. 21-45.
González, Daniuska y Ana Quilarque (2016), “Cuerpos ultrajados y en falta. Los crímenes de Ciudad Juárez en el relato de Roberto Bolaño y la poesía de Marjorie Agosín”, Nóesis: Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, vol. 25, núm. 50, pp. 263-302.
Lagarde, Marcela (2001), Claves feministas para la negociación en el amor, Managua, Puntos de Encuentro.
Lagarde, Marcela (2005), “El feminicidio, delito contra la humanidad”, en Feminicidio, Justicia y Derecho (memoria del Seminario Internacional: Feminicidio, Justicia y Derecho), México, H. Congreso de la Unión / Cámara de Diputados, LIX
Legislatura, disponible en: http://archivos.diputados.gob.mx/Comisiones/Especiales/Feminicidios/docts/FJyD-interiores-web.pdf
Segato, Rita Laura (2013), La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Territorio, soberanía y crímenes de segundo Estado, Buenos Aires, Tinta Limón Ediciones.
Viscardi, Nilia (2013), “De muertas y policías: la duplicidad de la novela negra en la obra de Roberto Bolaño”, Sociologías, vol. 15, núm. 34, pp. 110-138.
Notas
Notas de autor