Reseñas
El Maestro
El 25 de octubre de 2015 falleció en la ciudad de Bogotá el Maestro Jaime Jaramillo Uribe. Para quienes tuvimos la fortuna de recibir sus enseñanzas y su amistad, esa noticia ha significado un gran pesar y una nueva oportunidad para recordar con inmensa gratitud lo que ha significado su vida intelectual y académica.
El doctor Jaramillo nació en Abejorral (Antioquia) el 22 de agosto de 1916 en el hogar formado por don Teodomiro Jaramillo Arango y doña Genoveva Uribe Ochoa quienes, con sus seis hijos se radicaron, desde 1920, en Pereira. Allí trascurrió la primera infancia de Jaime y allí cursó los estudios hasta su título de bachiller. En 1928, cuando Jaime contaba apenas 12 años, murió su padre y, consecuentemente, la familia debió enfrentar las vicisitudes y penurias que significaba esta situación.
Hacia 1936, el joven estudiante se trasladó a Bogotá en donde debió desempañar diversos oficios para sobrellevar su situación. Entre estos contaba el doctor Jaramillo que había sido cajero en un café. Por aquel tiempo funcionaba en Zipaquirá la Escuela Normal Superior y, gracias a una beca, Jaime ingresó a cursar los estudios en el área de las Ciencias Sociales y finalmente obtuvo la Licenciatura en 1942.
Cuatro años después, una nueva beca le dio la posibilidad de viajar a Francia para cursar los estudios de Sociología en la Sorbona. Regresó a Colombia, en marzo de 1948, poco antes de los acontecimientos del 9 de abril. Se matriculó entonces en la Universidad Libre y se graduó como abogado en 1951. De aquella época datan sus primeros escritos que se publicaban en el periódico El Liberal y su tesis de grado sobre el Censo Industrial. Al año siguiente se vinculó como profesor de la Universidad Nacional de Colombia en donde dictaba un curso de Sociología y, entre 1954 y 1956, fue profesor visitante en la Universidad de Hamburgo en Alemania.
En cada uno de esos momentos de su formación y de su actividad académica era suficientemente conocido, entre sus allegados y compañeros, el rigor, la sistematicidad y la seriedad de su labor.
En 1957 regresó a Colombia y, desde su reintegro a la Universidad Nacional, se propuso adelantar, con nuevos elementos teóricos y metodológicos, un programa de investigación sobre la historia del país. De ello dan muestra sus valiosos trabajos Historia de Pereira, y El pensamiento colombiano en el siglo XIX, entre otras obras sobre la población indígena, el mestizaje y la esclavitud colonial.
A partir de 1962, gracias a su iniciativa y liderazgo, se inició un nuevo momento de su tarea con la apertura del programa para la formación de historiadores que se desarrolló simultáneamente con la publicación del Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, cuyo primer número se publicó en 1963 bajo sus orientaciones. Aunque de tiempo atrás circulaban en el país otras revistas de historia, esta nueva publicación tenía un sello bien diferente.
Tanto en la formación de los historiadores profesionales como en el Anuario, el gran centro de interés era la investigación y con ella, entre otros, los asuntos de las fuentes documentales, los archivos, la historiografía y los campos temáticos, antes inexplorados, de la historia del país. Era la expresión de otra mirada sobre el pasado que, con el trascurrir del tiempo, algunos calificarían como "La Nueva Historia".
No es gratuito que el programa de formación de profesionales en la disciplina histórica fuera el punto de partida para la formación de otros de carácter similar en otras universidades y que los discípulos de Jaime Jaramillo Uribe le dieran a la investigación histórica nuevas dimensiones y alcances.
También con su liderazgo y guía se publicó, en la década siguiente, el Manual de Historia de Colombia que recogió, en tres volúmenes, los resultados de las investigaciones más recientes sobre el pasado de Colombia. Por el mismo tiempo, con su iniciativa y consejo se puso en marcha un programa de recuperación y organización de los archivos históricos en cuya cabeza está, desde entonces, el Archivo General de la Nación.
Sobre su vida y su obra intelectual se han escrito diversos trabajos a los cuales vale la pena acercarse para un más cuidadoso análisis. Sin embargo quiero referirme en pocas palabras a la dimensión humana y afectiva de su personalidad.
Quienes tuvimos la fortuna de contar con sus enseñanzas y su amistad recordamos, con el mayor de los afectos, la actitud serena y llena de ternura con que se refería a cada asunto fuese de orden intelectual o personal. Siempre recibimos de él, el consejo modesto, sabio y oportuno, el interés por nuestras vidas y el apoyo de un hombre lleno de bondad. Por esa razón solo podemos, en esta hora, decir: ¡gracias, muchas gracias, maestro, porque sigues y seguirás siendo nuestra guía desde cualquier lugar en que te encuentres!