Resumen: Este trabajo se propone ofrecer un balance sobre el enfoque historiográfico conocido como historia global que comienza a ganar notoriedad en América Latina desde hace algunos años. La revisión de un estado de la cuestión de algunos de sus textos representativos nos permite emprender un balance preliminar de una corriente historiográfica que continúa mutando. Se inicia por esbozar el contexto histórico e intelectual en el que surge este enfoque, posteriormente se procede a caracterizar sus rasgos más distintivos y, finalmente, se ofrece una crítica situada desde América Latina hacia la supuesta impronta no eurocéntrica que abraza esta forma de hacer historia.
Palabras claves: historia globalhistoria global,historia mundialhistoria mundial,eurocentrismoeurocentrismo,América Latina.América Latina..
Abstract: This paper aims to provide a balance on the historiographical approach known as Global History that has gained notoriety in Latin America for some years. A review of a state of matter comprising some of its representative texts allows us to undertake a preliminary balance of a historiographic current that continues mutating today. It begins by outlining the historical and intellectual context in which this approach arises to later proceed to characterize its most distinctive features and finally offers a critique from Latin America towards the supposed non-Eurocentric imprint embraced by this form of history.
Keywords: global history, world history, eurocentrism, Latin America.
Resumo: Este trabalho tem como objetivo oferecer um balanço da abordagem historiográfica conhecida como história global que ganhou notoriedade na América Latina há alguns anos. A revisão do estado de questão, incluindo alguns textos representativos, nos permite fazer um balanço preliminar de uma corrente historiográfica que continua a mudar, ainda hoje. Começa-se por descrever o contexto histórico e intelectual em que surge esta abordagem para, em seguida, caracterizar seus traços distintivos e, finalmente, proceder a uma crítica, situada a partir da América Latina, do suposto cunho não-eurocêntrico desta forma de fazer história.
Palavras-chave: história global, história mundial, eurocentrismo, América Latina.
Artículo de Revisión
Hacia una nueva historia global no eurocéntrica: un balance crítico
Towards a new non-eurocentric global history: a critical balance
Para uma história global não-eurocêntrica: um balanço crítico
Recepción: 08 Julio 2016
Aprobación: 11 Septiembre 2016
Lo que entendemos como historia global es a un tiempo muy antigua y muy nueva.2 Pensadores tan antiguos como Polibio e Ibn Jaldún y tan modernos como Hegel y Marx ya se habían cuestionado acerca de las posibles relaciones entre el todo y las partes. No obstante, esta tendencia “natural” hacia una historia verdaderamente abarcadora de la humanidad se ha visto interrumpida por complejos procesos que han acompañado la propia profesionalización de la historia como ciencia, en los que juegan un papel crucial los desarrollos de la nación y los nacionalismos, del positivismo y, más tardíamente, del posmodernismo relativista que terminaron por acorralar a los historiadores hasta una especializaciónn cada vez más fragmentaria que abandonó la visión de totalidad y se tornó escéptica de las narrativas de larga duración con pretensión de verdad. El rumbo parecía reencauzarse en el siglo XX con el ímpetu del discurso de la globalización que se manifestó en las ciencias sociales incidiendo en el despunte de un enfoque que comenzaría a denominarse historia global, una forma de hacer historia que redescubrió un mundo interconectado y plural, como quien descubre el agua tibia y le ha resultado sumamente complicado traducir en papel la complejidad de las interrelaciones de su objeto de estudio: los procesos globales, un objeto que la ha llevado a cuestionarse acerca de sus paradigmas eurocéntricos.
Dado que la historia global ha comenzado a hacerse presente cada vez con más fuerza en América Latina, resulta necesario aclararse la naturaleza de esta forma de hacer historia que parece ser una respuesta para las necesidades de nuestra sociedad contemporánea donde la economía, la política y la cultura están permanentemente y cada vez más interconectadas. Así las cosas, lo que se propone este trabajo es esbozar un balance crítico preliminar sobre la llamada historia global, enfoque cuya propia novedad dificulta su análisis al tratarse de una corriente historiográfica en construcción, que continúa mutando y que ha obligado a revisar textos recientes, no traducidos al español y que no son definitivos, pues nuevos trabajos aparecen continuamente. El texto está construido en tres movimientos: un esbozo del contexto histórico e intelectual en el que surge dicho enfoque; una caracterización de sus rasgos más distintivos en términos de conceptos, métodos, enfoques y contenidos con el propósito de marcar diferencias con la historia mundial y la historia universal, y, finalmente, una crítica de su pretendida impronta no eurocéntrica que señala sus límites y alcances para escribir historia global desde América Latina.
Durante la década de 1980 comenzó a hacerse sentir cada vez con mayor fuerza un giro global en las ciencias sociales a raíz del boom de las discusiones sobre la globalización, fenómeno que se identificó como el resultado del fin de la guerra fría, de la caída del Muro de Berlín y de la supuesta reunificación y reconexión de un mundo antes dividido por la cortina de hierro. Si bien el término apareció mucho antes, por lo menos desde la década de 1930 empleado por economistas y sociólogos, fue hasta las décadas de 1980 y 1990 cuando comenzó a ser profusamente utilizado, en principio por los mass media que convirtieron el término en palabra de uso común entre la sociedad civil, la política y la academia, especialmente entre los economistas, sin lograr cristalizarse en un concepto como tal, sino como una representación que describe un proceso mucho más amplio y complejo que el propio término “globalización” no alcanza a explicar. Esto parece confirmarse a través de las propias metáforas que los teóricos de la globalización emplean para enunciarla, como bien lo notó Octávio Ianni al observar estas expresiones metafóricas: “aldea global”, “tierra patria”, “nueva Babel”, “tercera ola”, “sociedad amébica” y “sociedad informática”, por mencionar algunas.3
Si bien no es objeto de este trabajo hacer un mapeo detallado de la literatura en torno a la globalización -también conocida como mundialización en el ámbito europeo-, sí es necesario recuperar el contexto en el que el término se hizo presente en boca de todos y se transformó rápidamente “en un fetiche [...] una llave mágica destinada a abrir las puertas a todos los misterios presentes y futuros” como señala Zygmunt Bauman.4 El sociólogo polaco nos recuerda que la globalización corrió con la misma suerte que persigue a las palabras de moda que “se vuelven opacas; a medida que excluyen y reemplazan verdades ortodoxas, se van transformando en cánones que no admiten disputa”.5 La globalización, un eslogan y no una realidad nueva como afirma Immanuel Wallerstein,6 se tornó una palabra de uso obligado en la academia a pesar de que el término, en realidad, remitía a una explicación del sentido común: la observación del incremento de la comunicación e interdependencia transnacional como correlato de la consolidación de una economía sin fronteras que había convertido al mundo en un solo mercado y que anunciaba la supuesta muerte de los estados nacionales, la cual nunca ocurrió.
Esto no implica que la globalización describa apariencias falsas, sino que estas forman parte de un proceso mucho más amplio que ha acompañado el desarrollo del capitalismo como observó Karl Marx desde 1848, cuando lo conceptualizó en su obra como el mercado mundial.7 “La biografía moderna del capital comienza en el siglo XVI, con el comercio y el mercado mundiales”, escribe Marx señalando que es precisamente el desarrollo del mercado a escala mundial desde el siglo XVI el que permitió el desarrollo del capitalismo;8 en esto coincide Wallerstein, para quien los procesos a los que normalmente se alude cuando se habla de globalización no son del todo nuevos, han existido desde hace por lo menos 500 años.9 De este mismo argumento parten las críticas de los teóricos marxistas al discurso de la globalización, pues como señala Samir Amin “el término nunca es relacionado con las lógicas de expansión del capitalismo, y menos aún con las dimensiones imperialistas de su despliegue”.10 Si siguieran las premisas propuestas por Marx, los historiadores marxistas debían estar llamados a partir del horizonte del mercado mundial y, consecuentemente, considerar una visión global -aunque en efecto esto no siempre sucedía- mucho antes del auge del discurso de la globalización que comenzó a colonizar las ciencias sociales y, de este modo, lograr instrumentar un verdadero giro global que se pensaba necesario para un mundo cada vez más interconectado en el cual los fenómenos de la uniformización y la diferenciación cultural se tornaron preocupaciones urgentes.
Esta preocupación por la diferencia cultural no surgió por generación espontánea en los años noventa, sino que se hizo sentir décadas antes a inicios de la posmodernidad desde los años sesenta bajo un contexto de apogeo del relativismo, el multiculturalismo, las reivindicaciones étnicas dentro de Europa y las luchas de descolonización en Asia y África que araron terreno fértil para la convergencia de las discusiones en torno al multiculturalismo y la globalización. Esta convergencia trajo un ímpetu por estudiar la conformación histórica de sociedades no occidentales interconectadas en una economía global, interés que comenzó a delinearse como una nueva forma de abordaje historiográfico que pasaría a ser conocido como historia global. Este giro global multicultural impactó con fuerza fuera y dentro de la academia, lo que resultó en un lenguaje muy cercano a las teorías poscoloniales que hablaba de mundos, tiempos e historias en plural frente al discurso homogeneizador de una rancia historia universal como relato ciego y sordo hacia las diferencias culturales.11
En el campo de la historia la crítica de los paradigmas eurocéntricos de la historia universal se expresó en la academia anglosajona por dos historiadores pioneros de la University of Chicago: Marshall G. S. Hodgson y William McNeill, quienes desarrollaron trabajos tempranos sobre procesos globales con críticas a la noción de Occidente.12 No obstante, no sería sino hasta las últimas décadas del siglo XX con el impulso de la discusión sobre globalización y multiculturalismo que la historia global se lograría dibujar como una tendencia historiográfica que expresaba algunos rasgos propios y comunes con otros enfoques que habían aparecido antes que ella, como la historia mundial y la historia interconectada. Sobre estas diferencias y puntos en común se abundará más adelante.
Para evitar confusiones y distinguir los trabajos previos de las obras historiográficas que surgieron a raíz del giro global y multicultural de los noventa, a partir de ahora se denominará a estas últimas como “nueva historia global”. La nueva historia global se expresó a través de publicaciones académicas especializadas. La más temprana de ellas, Journal of World History de la University of Hawai’i publicó su primer número en 1990 a iniciativa de la World History Association fundada en 1982, mientras que para el año 2000 aparecía Journal of Global History de la University of Cambridge y, por los mismos años, TheAmerican Historical Review incluía una nueva sección sobre historia mundial y comparativa. Las primeras publicaciones especializadas surgieron en el mundo de habla inglesa, Estados Unidos y Gran Bretaña, pero el fenómeno se repetiría en Europa continental. La revista Comparativ publicada por la Universität Leipzig dejó de ser una revista sobre historia universal para convertirse en una de historia global, mientras que el Instituto de Historia de la Expansión Europea de la Universiteit Leiden cambió el subtítulo de su boletín Itinerario, que versaba sobre historia europea de ultramar, por International Journal on the History of European Expansion and Global Interaction en 2004.
Además de la aparición de publicaciones especializadas también comenzaron a celebrarse conferencias internacionales organizadas por la World History Association y la Toynbee Prize Foundation, institución esta última que otorga un premio a los esfuerzos sobresalientes en historia global con el que ha galardonado al ya citado William McNeill y a otros historiadores como el indio Dipesh Chakrabarty, el norteamericano Bruce Mazlish y el británico Christopher Bayly, autores sobre los cuales se volverá más adelante. En términos de profesionalización, programas de posgrado especializados en historia global han sido instituidos en casi todas las universidades de Estados Unidos, en una decena de universidades canadienses y en creciente número de universidades europeas, en Reino Unido y Alemania principalmente, así como en algunas universidades australianas.13 Los institutos especializados están encabezados por el World History Center de la University of Pittsburgh, el Centre for Transnational History de la University College of London, el Centre for Global History de la University of Oxford, el Georgetown Institute for Global History de la Universidad de Georgetown y el Global and European Studies Institute de la Universität Leipzig .
Los datos indican que el enfoque global surgió en la academia anglosajona y hasta ahora no ha sido del todo bien recibido en otros ámbitos europeos, tal es el caso de la academia española más volcada hacia el mundo iberoamericano y de la academia francesa que tiene su propia tradición de estudio de las civilizaciones comparadas. En el país galo parece existir cierta resistencia a asumir el enfoque global, porque es identificado como un producto de la academia norteamericana que implica una americanización de su academia en un país con consolidadas tradiciones historiográficas propias.14 Hasta 2015 ninguna cátedra académica le ha sido totalmente dedicada al enfoque y ninguna de las grandes redes internacionales que la estructuran ha organizado congresos en suelo francés.15 Esta resistencia no es de ninguna manera indicativa de la flaqueza de la corriente en las academias del norte global, sino que, más bien, expresa su fuerza para operar como una suerte de imperativo que hay que acatar, como señala Hilda Sábato, o al que hay que resistir.16 No obstante, esta resistencia también puede responder a las limitaciones del enfoque, a sus ambigüedades e imprecisiones sobre las que se hablará más adelante.
En el caso de América Latina no se tienen publicaciones, posgrados o institutos especializados en historia global, pues la mayoría de los departamentos de historia se mantienen abrumadoramente nacionales en sus programas de investigación y enseñanza.17 Sin embargo, esto no ha impedido el desarrollo de algunos trabajos próximos al enfoque y la organización de encuentros como el Primer Coloquio Internacional Latinoamérica y la Historia Global realizado en 2013 en Buenos Aires por la Universidad de San Andrés y el World History Center de la University of Pittsburgh. A esto hay que sumar la iniciativa del Colegio Internacional de Graduados “Entre Espacios”, programa piloto compartido entre universidades mexicanas y alemanas que comenzó a operar en 2009 con el objetivo de estimular la investigación sobre América Latina a partir de un enfoque global e interdisciplinario. La presentación de este proyecto publicada en Historia Mexicana muestra con claridad la relación entre la globalización y el enfoque de la nueva historia global que aquí se ha señalado:
En la actualidad diferentes sociedades de prácticamente todo el mundo enfrentan desafíos económicos, políticos, culturales y sociales descritos por medio del concepto de “globalización”. México no constituye ninguna excepción. Las ciencias históricas no han podido aislarse de este desarrollo. [...] Mientras que la actual fase de globalización originalmente se ha visto sobre todo como un aceleramiento de los flujos de personas, de bienes y de información y, por lo tanto, como la superación del espacio, en los últimos años estamos más bien frente a una transformación de los espacios y de las representaciones espaciales.18
Como se observa en el texto la globalización aparece como un fenómeno objetivo que ocurre en la realidad concreta y efectiva, y que obliga a la disciplina histórica a asumir el giro global para analizar las transformaciones del espacio como consecuencias de la globalización. Sin embargo, parece que no existe consenso sobre qué es exactamente aquello que los propios historiadores que han asumido el enfoque entienden por globalización, pues tienden a asumir criterios de periodización divergentes que la sitúan en épocas distintas, de allí que se puedan emprender investigaciones sobre la globalización en periodos tan antiguos como el imperio romano sin que quede claro cuando inició el proceso o si es una suerte de fenómeno transhistórico que ha acompañado la historia de la humanidad.19
Los historiadores globales observan la interconexión de las sociedades y los mercados en el presente -que nombran globalización- y la buscan en el pasado sin caer en cuenta de los problemas y confusiones conceptuales que esto implica. ¿Los intercambios desarrollados por los seres humanos son solo de tipo económico? ¿Dónde existe intercambio, ya hay mercado? ¿Allí donde existe mercado ya hay globalización? ¿Mercado y globalización son lo mismo? ¿Se puede hablar de protoglobalización? ¿Puede existir globalización sin desarrollo del capitalismo? Son preguntas que quedan en el aire.
Un pensador como Marx observó que una de las especificidades de la sociedad moderna es haber llevado al mercado, un elemento “antediluviano”, es decir que surge antes del capitalismo, a sus últimas consecuencias. Para Marx es la sociedad moderna que produjo al capitalismo la única que ha logrado desarrollar todas las potencialidades del mercado convirtiéndolo en una totalidad, en una relación de relaciones a escala global bajo la forma de mercado mundial.20 El desarrollo del mercado mundial implica de suyo una creciente interconexión económica a través de las comunicaciones y transportes con su correspondiente correlato político y cultural, que al expandirse incorpora nuevos mercados a través del colonialismo y la lucha encarnizada por el reparto del botín de los mercados.21
Este último punto de la dialéctica entre colonialismo e imperialismo es un problema que le compete a la nueva historia global por la naturaleza transfronteriza del fenómeno, cuyo estudio tiene gran tradición dentro de la historiografía europea en países que fueron potencias imperiales modernas antes de 1945; sin embargo, el tema también ha sido atendido por las teorías poscoloniales que nutrieron el desarrollo de la nueva historia global. Asimismo, salta a la vista la importancia que tiene la dimensión espacial para este enfoque a diferencia de otras corrientes historiográficas más tradicionales que han privilegiado solo la dimensión temporal del pasado.
Al ser producto de las academias anglosajonas la nueva historia global ha mostrado un marcado interés por las antiguas colonias y espacios de intervención política y económica de Estados Unidos y Europa del norte, que hoy día se han desarrollado como economías claves para el mercado global. Es decir, existe un interés por analizar las relaciones principalmente económicas, aunque no exclusivamente, desarrolladas entre estos centros y sus periferias casi como una necesidad de la agenda política internacional de la sociedad global, no obstante solo algunas de estas periferias han sido privilegiadas por el análisis de los historiadores globales. Estas han sido China, India y Rusia que son casualmente los principales socios comerciales de las economías del primer mundo, aunque también se han enfocado en el estudio de otros espacios como Japón, el Pacífico y el mundo musulmán en Medio Oriente y África del norte. El interés de la nueva historia global por zonas específicas de Asia genera una asimetría en su producción historiográfica que comienza a equilibrarse, al aparecer, con cada vez más trabajos que incluyen al África subsahariana, América Latina y los propios márgenes dentro de Europa.
En el caso de América Latina, ese “otro Occidente” como lo llama Marcelo Carmagnani, ocurre algo peculiar.22 El origen anglosajón del enfoque ha implicado una tendencia a desaparecer algunos espacios del relato global como ocurre con América Latina, mientras otorga mayor importancia a otros cuyo estudio le permite comprender el proceso que ha construido al mundo globalizado actual.23 Esto relega el estudio de aquellos caminos no tomados por la modernidad occidental triunfante, como ocurre con nuestro subcontinente, y explica el interés de la nueva historia global por las modernidades “diferentes” de China, India y Rusia cuya evidencia de consolidación es su crecimiento económico en la era de la sociedad global del siglo XXI. Esto aparece como una tendencia, pero no como un rasgo que defina al enfoque, pues la tendencia se diluye cada vez más al abrirse el obturador hacia procesos globales situados más allá de estas naciones asiáticas. ¿Cuáles son, entonces, los rasgos que definen a la nueva historia global?
El asumir la noción de globalización se presenta no solo como una de las principales características de la nueva historia global, y no podría ser de otra manera dado que esa discusión sobre la globalización en los años noventa fue el caldo de cultivo que terminó por producirla; basta citar a uno de sus representantes el historiador norteamericano Bruce Mazlish, quien define el enfoque como “la historia de los procesos de globalización que se remonta en el pasado tan lejos como sea preciso”.24 Si la nueva historia global asume que su propósito es dar cuenta de los procesos que subyacen a la globalización, es coherente que sus temáticas “clásicas” sean aquellos procesos netamente globales como la propagación de plagas y epidemias, migraciones, organizaciones transnacionales, fenómenos religiosos transfronterizos y todo lo relacionado con el desarrollo de la economía global. No obstante, algunos historiadores han optado por buscar alternativas de abordaje, ejemplos de estos son: las investigaciones que han decidido estudiar las interconexiones de un producto global en particular, como lo es el trabajo sobre el algodón de Sven Beckert;25 los estudios sobre la historia global de una nación, como el trabajo sobre Estados Unidos de Thomas Bender;26 las indagaciones que tratan la globalidad de un proceso histórico, es el caso del trabajo sobre la Ilustración de Sebastian Conrad,27 o las que abordan las influencias globales de un documento, como el trabajo de David Armitage sobre el acta de independencia norteamericana.28
El esbozo de los objetos de estudio del enfoque nos lleva a enunciar un segundo rasgo: el uso de una epistemología multidisciplinaria para estudiar procesos globales muy diversos. El estudio de un objeto global obliga al historiador a recurrir a otras disciplinas como la geografía, la economía, la antropología, los estudios urbanos, etc., para romper la barrera disciplinaria del estudio histórico; una idea que ya estaba presente en Bloch y Febvre y que es asumida por otras formas de hacer historia. Si bien la nueva historia global pretende tener cierta unidad conceptual al abrazar la noción de globalización y cierta unidad epistemológica al recurrir a la multidisciplina, carece de unidad metodológica. Algunos autores han abordado esta cuestión,29 pero en términos generales la nueva historia global no se pone de acuerdo sobre cómo hacer trabajo de archivo para estudiar procesos globales mientras se buscan evidencias históricas en archivos constituidos desde la lógica de la nación. Para franquear este obstáculo algunos historiadores han buscado fuentes alternativas en los vestigios materiales, pero, en su mayoría, se han visto obligados a recurrir a fuentes secundarias para cubrir las lagunas de los archivos que no pueden consultar de primera mano o cuyo idioma no manejan. Habría que tomar conciencia de que hacer historia global implica el cuestionamiento de nuestra propia noción de archivo heredera de los procesos de construcción de los Estados nacionales del siglo XIX y de sus instituciones nacionales que resguardan una memoria que debe ser reconfigurada. Como observó Derrida el archivo tiene la fuerza de la autoridad, del mandato y del orden, no lo podemos pensar separado del poder ni abstraído de su dimensión ritual del lugar que resguarda reliquias escogidas.30
Relacionada con la epistemología y el método, la ampliación de las escalas de análisis aparece como el tercer rasgo y el más trascendente de la nueva historia global: ¿cómo saber si un objeto de estudio es global? Para los historiadores que asumen este enfoque depende de asumir la noción de globalización y sus fenómenos subyacentes caracterizados por rebasar las fronteras nacionales. Dicho esto, los objetos de estudio de este enfoque están íntimamente relacionados con la ampliación de las tradicionales unidades lógicas de análisis: la nación y la región; de allí que se estudien sujetos u objetos transnacionales, o bien, sujetos y objetos locales que son transformados por procesos globales. Este juego de escalas que pretende combinar el estudio de lo singular con lo general a través de una escala transnacional es uno de los rasgos de la nueva historia global más celebrado por los historiadores, pero no es exclusivo de ella. En realidad, la ampliación y el juego de escalas ha sido cultivado con mucho mayor éxito por otras corrientes historiográficas más experimentales como la microhistoria italiana, pero también ha sido asumido por enfoques muy parecidos a la nueva historia global: la historia mundial y la historia interconectada.
La historia mundial apunta a trabajos con un interés más marcado en la historia del colonialismo e imperialismo modernos, como bien señalan Espada Lima y Brown,31 y tiene gran tradición en Gran Bretaña y Estados Unidos, países donde gozó de gran empuje con el desarrollo de la guerra fría y la política mundial que de ella emanó.32 Como resultado, en Estados Unidos y la Unión Europea se implementaron programas de estudio y se editaron libros de texto sobre historia mundial a partir de la década de 1960,33 a la par que el término comenzaba a emplearse como reemplazo para la noción de historia universal que ganaba creciente desprestigio político desde la segunda posguerra mundial. La historia universal, por su parte, una filosofía de la historia que piensa el devenir de la humanidad como una unidad con sentido a priori, había sido impartida en las universidades durante el largo siglo XIX como filosofía especulativa identificada con las ideas de Kant y Hegel y con el régimen de historicidad moderno del progreso y del tiempo histórico lineal, acumulativo e irreversible.34 Con el auge de la posmodernidad en el siglo XX y sus supuestos teóricos críticos de la razón, el progreso y las grandes narrativas, la historia universal fue acusada de no ser políticamente correcta al considerar solo a algunas sociedades occidentales como sujetos de la historia. Estas acusaciones terminaron por impulsar el reemplazo de la noción de historia universal por historia mundial, y más tarde por historia global con el giro de los años noventa.
La indefinición conceptual inherente a la historia mundial y a la nueva historia global ha provocado que ambas nociones se usen de manera indistinta como sinónimos e incluso llegan a traducirse al español como historia universal. Esto puede corroborarse en el reciente y muy celebrado trabajo de Jürgen Osterhammel, subtitulado escuetamente Una historia del siglo XIX en su alemán original.35 La traducción al inglés cambió el subtítulo por A Global History of the Nineteenth Century,36 y la traducción al español en partes del texto modificó el término “historia global” por “historia universal”, por ejemplo, en las primeras líneas de la introducción traducidas como “Toda historia tiende a ser historia universal”,37 mientras que en la traducción al inglés se lee “All history inclines toward being world history”.38 Algo parecido sucede en el trabajo de Peter Sterns,39 cuya traducción al español modificó el término World History por historia global e historia universal como si fuesen sinónimos.40 Quizás pueda parecer exagerado poner atención en estos detalles, pero no se trata solo de un problema de traducción, sino que este uso indistinto de los términos es un síntoma de que no existe una definición clara de historia mundial e historia global.41
En términos de indefinición conceptual algo parecido puede decirse sobre la historia interconectada, tal como señala Hartog término menos radical,42 más neutro y con tintes positivos en el que se reconocen autores como Serge Gruzinski y Sanjay Subrahmanyam, quienes también comparten la idea de pensar la historia en términos transnacionales.43 Como señala Hilda Sábato, la diferencia entre todos estos enfoques es de matiz, pues ninguno de ellos posee una definición clara, de manera que se emplean genéricamente para referir a un conjunto de aproximaciones al pasado que tienen como denominador común la crítica de las historias nacionales y a los enfoques que centran su mirada en espacios específicos, frente a lo que se propone una redefinición que amplíe los marcos y escalas espaciales y temporales de análisis.44 Esta ambigüedad de la nueva historia global acompañada por una falta de método para el trabajo de archivo y una tendencia a ampliar la escala espacial son elementos que han incidido en la resistencia de algunas academias a abrazar el enfoque. Las críticas consideran que a mayor escala menos visible es la especificidad de la acción humana,45 además, estiman que se limita a enunciar generalidades y omite el trabajo filológico documental que algunos historiadores consideran la esencia de su oficio.46
De alguna manera, todos estos enfoques que van más allá de los límites espaciales de la nación son herederos de los movimientos de renovación historiográfica del siglo XX que cuestionaron fuertemente los contenidos, enfoques, método y escalas de análisis de la tradicional historia política. Como ya mencionamos, la historiografía marxista del siglo XX fue pionera en pensar las dimensiones globales dentro del horizonte del mercado mundial capitalista, mientras que una importante tradición historiográfica de largo aliento como l’école des Annales manifestó inquietudes en torno a las sociedades no europeas antes del boom de la nueva historia global con las propuestas de la geohistoria y la longue durée de Braudel y con la receptividad de sus alumnos y colegas al estudio comparado de las civilizaciones. Esto se cristalizó en la publicación de trabajos sobre historia de Rusia y la India británica en la revista Annales, que en la década de 1970 abrió una sección titulada “L’Histoire, sauf l’Europe” o la historia a excepción de Europa, además de incluir dossiers sobre sociedades extra europeas que fueron publicados de manera intermitente.47 En particular, la obra de Braudel puede considerarse precursora del enfoque global; si bien el término historia global sí aparece en su obra, es empleado para expresar la idea de historia total entendida como la aspiración de trascender la separación arbitraria entre las disciplinas sociales en aras de aprehender la realidad social de manera integral, aspiración que se encuentra presente desde la primera generación de Annales.
Este cuestionamiento a las escalas llevó a una diversidad de sendas: algunas desembocaron en la nueva historia global y sus enfoques hermanos, mientras que otras engendraron enfoques más experimentales que están llevando al límite las escalas temporales y espaciales de análisis. Nos referimos a la Big history, una forma de hacer historia que busca escribir un relato desde el Big bang hasta el presente que aprehenda la totalidad de la experiencia humana como expresión de un proceso evolutivo en escala cósmica y que conjuga el trabajo de historiadores y físicos.48 Y la Deep history, un enfoque que busca estudiar el pasado profundo proyectado hacia la prehistoria y en diálogo con la antropología, la arqueología y las neurociencias,49 que ha sido bien recibido entre los africanistas que emplean vestigios materiales como fuentes y critican el eurocentrismo inherente de las cronologías modernas.50
Esta denuncia del eurocentrismo lleva a señalar un rasgo más de la nueva historia global: la intención de tratar de producir un discurso coherente que no caiga en una apología voluntaria o involuntaria de leer la historia del mundo como la historia del ascenso de Occidente y la caída del resto.51
Como enfoque gestado en el mundo anglosajón y exportado hacia las periferias, resulta polémico que la nueva historia global comience a ganar espacios en los márgenes de la sociedad global donde existe una antigua y genuina preocupación por teorizar las relaciones centro-periferia. Esta preocupación fue cultivada por cierta tradición de pensamiento crítico, desarrollada en estos espacios marginales desde frentes disciplinares muy diversos que cuestionaron la visión eurocéntrica del mundo manifestada por la intelectualidad europea y norteamericana mucho antes del boom del giro global.
Ejemplos son los trabajos pioneros de intelectuales asiáticos como Edward Said y Homi K. Bhabha, desde la teoría poscolonial, y los trabajos del historiador Ranajit Guha, “padre” de los estudios subalternos. Del otro lado del Pacífico, en América Latina, encontramos cuestionamientos al eurocentrismo en la pluma de una pléyade de pensadores como los marxistas José Carlos Mariátegui y Frantz Fanon, los dependentistas Ruy Mauro Marini y André Gunder Frank, el filósofo de la liberación Enrique Dussel, el sociólogo Orlando Fals Borda y, más recientemente, los descoloniales Aníbal Quijano, Walter Mignolo y Santiago Castro-Gómez, todos ellos autores preocupados por la descolonización real e imaginaria del continente.
En África se tienen teóricos de la talla de Achille Mbembe, filósofo camerunés que ha analizado la relación entre racismo y eurocentrismo desde la teoría poscolonial y la necropolítica en tiempos recientes. A Mbembe le precedieron un cúmulo de intelectuales africanos como el historiador senegalés Cheikh Anta Diop, autor de un polémico trabajo, publicado en 1974, sobre los orígenes negros de la cultura egipcia, tesis que fue retomada por el historiador británico Martin Bernal en Atenea negra.52 Otros historiadores como el burkinés Joseph Ki-Zerbo, el guineano Djibril Tamsir Niane, el congolés Elikia M’Bokolo y el nigeriano Jacob Festus Ade Ajayi elaboraron historias del continente negro apoyadas en fuentes orales y vestigios materiales que combatían los prejuicios eurocéntricos de la academia europea, la cual consideraba a las sociedades africanas pueblos sin historia al carecer de fuentes documentales escritas. Si bien es cierto que estos historiadores africanos estaban interesados en mostrar las dinámicas endógenas del desarrollo histórico específico de África, una mirada de sus obras desde otro ángulo permite observar los rasgos comunes que esta región posee con el resto de la ecúmene y su importancia para procesos globales. Ki-Zerbo señala que la revalorización de la historia de África devela “el papel motor desempeñado en varios momentos por África en la historia universal”, cuya contribución mundial radica en “invenciones técnicas africanas del Paleolítico, el lugar del oro y de los comerciantes del África sudánica en el comercio euroasiático del Medioevo, la participación del capital-trabajo en el surgimiento de la revolución industrial” y el papel planetario jugado por el arte africano.53
Han sido las historiografías africana y asiática las que han desarrollado críticas mucho más frontales al eurocentrismo a diferencia de la historiografía latinoamericana más tímida y más colonizada en términos epistemológicos; esto podría explicarse por la particularidad de su historia colonial. Hay que recordar que esta diferencia en la cualidad de la colonización es la que distingue a las teorías poscoloniales gestadas en Asia y África de las teorías descoloniales producidas en América Latina que otorgan gran importancia al lugar de enunciación. Como sugiere Eric Van Young, nuestros historiadores “llevan algún tiempo intentando pensar la historia de las colonias iberoamericanas y los Estados sucesores dentro del marco de la Era de la Revolución”;54 el problema radica en que los marcos explicativos no resultan necesariamente los más adecuados cuando están construidos con marcos categoriales pensados para Europa occidental y Estados Unidos. Si para conceptualizar la era de la revolución se toman como modelos las revoluciones norteamericana y francesa y se busca la presencia de sus cualidades específicas en otros procesos, se enfrenta un problema de razonamiento lógico.
Tomar una singularidad concreta para enunciarla como un concepto universal es incorrecto. Se debe recordar que los conceptos universales son abstracciones del pensamiento que sirven como herramientas de análisis, pero solo existen como tales dentro de la mente del observador y nunca en la realidad concreta y efectiva. Los universales como abstracciones se construyen a partir de la multiplicidad de particulares concretos, es decir, a partir de la riqueza de sujetos y objetos que conforman la realidad y de los cuales se abstraen los elementos que aparecen como comunes, como universales. Karl Marx ilustra este problema de la construcción de los universales abstractos con un simpático ejemplo:
mi noción abstracta sacada de las frutas reales [...] es una entidad que existe fuera de mí [...] la fruta es la sustancia de la pera, de la manzana, de la almendra, etc. Digo, pues, que lo que hay de esencial en la pera o en la manzana, no es el ser pera o ser manzana. Lo que le es esencial, no es su ser real, concreto, que cae bajo los sentidos, sino la entidad abstracta que he deducido y que les he substituido, la entidad de mi representación: la fruta. Declaro a la manzana, la pera, la almendra, etc., simples modos de existencia de la fruta.55
El problema de los universales ha sido abordado por las teorías poscoloniales, por ejemplo, en los trabajos del historiador subalternista Dipesh Chakrabarty, que ha denunciado la supervivencia de los prejuicios eurocéntricos de la historia universal en la historiografía occidental, y en la obra de Gayatri Spivak con la noción de violencia epistémica, idea de la que también han hecho eco las teorías descoloniales latinoamericanas con la noción de colonialidad del saber.56 La nueva historia global se abre a las historias no occidentales para construir un relato plural e incluyente, pero esto no desaparece sus propios prejuicios eurocéntricos, pues no podemos pensar que el eurocentrismo es solo una forma de ver mundo, es la expresión de las relaciones globales de poder que son muy reales.
En esta intención de escribir historia global no eurocéntrica podría verse una cuarta característica de la nueva historia global, y esto puede corroborarse en textos como el trabajo ya citado de Osterhammel, en el cual el autor escribe que “la historia mundial tiene como objetivo superar el ‘eurocentrismo’ y todas las demás formas de ingenua autorreferencia cultural”.57 ¿Cómo? A través del rechazo a la neutralidad ilusoria de un narrador omnisciente y su reemplazo por un punto de observación global que juega con las muy diversas formas de ver, y pone sobre la mesa la cuestión de quién escribe para quién. Por su parte el trabajo de Christopher Bayly plantea que algunos procesos que se habían pensado como invenciones europeas en realidad existieron a su manera en Asia y África antes de la colonización, además de que matiza la profundidad del dominio europeo que en muchas partes del mundo fue solo parcial y temporal.58 Bayly quiere demostrar que los pueblos colonizados no fueron sujetos pasivos ni víctimas supinas de Occidente, recibieron y adaptaron las ideas y técnicas occidentales con lo que limitaron la naturaleza de la hegemonía europea. ¿Es posible escribir un relato no eurocéntrico de un mundo que posee de suyo características europeas como consecuencia del colonialismo y la expansión del mercado mundial? Osterhammel responde que la centralidad, innegable en el siglo XIX, es un hecho insólito en la historia y como tal no puede estar ausente de cualquier historia de la modernidad que pretenda ser global.
En los trabajos de Bayly, Osterhammel y otros historiadores globales la idea de escribir historia no eurocéntrica parece resolverse con la ampliación de la mirada más allá del mundo occidental para evitar el excepcionalismo europeo autorreferencial. La nueva historia global no tiene concepto de eurocentrismo ni una epistemología ni un método para afrontarlo, se conforma con la pura dilatación del obturador de la escala, de manera que pareciera ser que para escribir historia global hoy día basta con alinearse con lo políticamente correcto que es incluir en el relato a los espacios no occidentales sin ofrecer necesariamente una interpretación curada de eurocentrismo. Los propios historiadores globales como Bruce Mazlish confiesan que si bien el enfoque “todavía se ve lastrado por un eurocentrismo inconfeso, ha realizado avances significativos en el proceso de liberarse de ese punto de partida”.59 Es decir, que ya no parten de Europa como único sujeto de la historia, pero siguen interpretando la historia con paradigmas europeos, una historia que ahora es interconectada y transnacional.
Los autores que han intentado definir el eurocentrismo como concepto rara vez son citados por la nueva historia global, al tratarse de posturas más próximas a la filosofía y a la teoría crítica. Desde el marxismo, por ejemplo, el geógrafo norteamericano James Morris Blaut lo define como la idea mítica de que Occidente posee alguna ventaja histórica única y una cualidad especial que le ha proporcionado superioridad permanente; mientras que el economista egipcio Samir Amin lo define como un paradigma que distorsiona la verdad para encubrir el dominio global de Occidente.60 En América Latina algunos autores cercanos a las teorías descoloniales han encarado el problema definiendo el eurocentrismo como la imposición de Europa y su etnocentrismo como falso universal que crea toda una epistemología sostenida sobre su hegemonía del sistema mundo moderno colonial.61 Es decir, habría una relación estrecha entre eurocentrismo y poder que es soslayada por la nueva historia global, y no es acertado eludir la cuestión del poder como si no estuviese presente en la producción historiográfica.62
Como afirma Samir Amin, si el eurocentrismo es un paradigma no puede echarse abajo solamente con la pura crítica o la pura voluntad como intenta hacer la historia global, porque el eurocentrismo responde a la objetualidad real y efectiva de nuestra sociedad moderna capitalista. Este señalamiento entra en tensión con las posturas descoloniales que piensan al eurocentrismo como una forma de significar la realidad que puede ser sustituida por otras que estén descolonizadas como productos de una subjetividad distinta. Algo parecido ocurre con la nueva historia global, cuyos representantes piensan que abrir la mirada subjetiva del historiador es una opción libre y voluntaria de alguien que elige no reproducir el relato eurocéntrico, como si todo dependiese del cristal con el que se decida mirar. Para ponerlo en otros términos ¿cómo es posible crear una subjetividad y una significación no eurocéntricas vertidas en el relato histórico, cuando la realidad efectiva desde hace por lo menos 500 años continúa imponiendo la centralidad de ciertos espacios y de sus formas económicas y culturales que subsumen al resto del mundo? Es decir, ¿es posible escribir historia verdaderamente no eurocéntrica desde las academias de los centros hegemónicos como lugares de enunciación desde donde se ejerce poder político, económico y cultural a escala mundial? Podría ser posible por supuesto, pero no sin antes hacer una crítica de lo que verdaderamente es y significa el eurocentrismo, crítica que implicaría explicar y conceptualizar el fenómeno desde la historia global.
Es quizás por esta razón que, a pesar de las buenas intenciones de la nueva historia global de tornarse un relato histórico innovador, más incluyente y menos eurocéntrico, el enfoque no termine de ser recibido con los brazos abiertos por las academias de los márgenes, que ven en él a un producto manufacturado en las academias anglosajonas que comienza a ser exportado al resto del globo para ser consumido en el mercado como un producto más de la fábrica académica del norte global. Pero esto no impide que el enfoque pueda ser reactualizado y resignificado bajo nuestros parámetros y con una mirada crítica propia desde América Latina.
“Una historia general del mundo es necesaria pero no posible en el estado actual de la investigación” decía Leopold Van Ranke, pero “necesitamos no desesperar: la investigación particular es siempre instructiva cuando produce resultados, y en ninguna parte más que en la historia, donde incluso en los rincones más profundos siempre encuentra un elemento vivo con significado universal”.63 Estas palabras nos muestran que las intenciones de escribir historia verdaderamente global ya estaban presentes desde hace más de siglo y medio, pero las posibilidades para su despliegue solo fueron puestas hasta el siglo XX cuando comenzó no únicamente a percibirse, sino a tomarse conciencia de la creciente interconexión política, económica y cultural de las sociedades como proceso que había acompañado el propio desarrollo del capitalismo desde el siglo XVI, y que pasó a enunciarse bajo el término de globalización hace poco más de treinta años. Las discusiones en torno a la globalización produjeron la nueva historia global en los años noventa que surgió en las academias anglosajonas, núcleo del norte global y lugar de origen y enunciación de este enfoque que presupone ya una posición geopolítica y de poder que le dificulta sacudirse de sus prejuicios eurocéntricos, y tensiona su recepción en las academias del sur global.
A pesar de esto, en una sociedad signada por una interconexión económica, política y cultural cada vez más compenetrada, una mirada global lanzada desde la historiografía resulta no solo urgente, sino necesaria a pesar de todos los puntos flacos de los que la nueva historia global adolece en términos de indefinición conceptual, ambigüedad epistemológica, falta de método y asimetría temática. Estos son los límites del enfoque, pero también posee la potencialidad de desarrollar alcances poderosos. Uno de ellos, que tiene las posibilidades de ser verdaderamente trascendente, deriva de su intención de aprehender los procesos globales al analizar las interconexiones históricas de las sociedades, intención que de ser desarrollada por la sendas correctas nos puede llevar de vuelta a la historia total, al estudio histórico de las complejas relaciones del todo y sus partes, y dejar atrás la histoire événementielle de los acontecimientos pormenorizados, la historia historizante sesgada, fragmentaria y monotemática y la especialización disciplinaria que aprisiona al historiador tras los barrotes del fetiche del documento.
El otro elemento que se presenta como promesa de posibilidad de la nueva historia global es su intención por hacer historia no eurocéntrica, aunque el propio enfoque no se encuentre todavía a la altura de sus pretensiones. Hacer crítica al eurocentrismo es una preocupación real de los márgenes coloniales que no ha logrado ser desarrollada del todo por la historiografía y que ha quedado como una tarea pendiente por realizar, lo cual implica cuestionar nuestras propias certezas conceptuales que reproducen paradigmas eurocentrados de interpretación. ¿Cómo escribir una verdadera historia global en el siglo XXI desde América Latina? No tenemos aquí la respuesta, pero, sin duda, no podrá ignorar el problema del eurocentrismo tanto en su forma de violencia epistémica como de realidad concreta y efectiva.