Artículo de investigación
Recepción: 12 Noviembre 2016
Aprobación: 22 Mayo 2017
DOI: 10.17533/udea.trahs.n10a06
Resumen: En estas líneas se presenta una venta de esclavos, la más numerosa en la historia de la Mérida novohispana. Se señala que en la campaña española para expulsar a los ingleses asentados en Wallix, en 1779, también se tuvo como objetivo el hacerse de esclavos negros por medio del corsarismo para lo cual se aprovechaba lo numeroso de esa población, debido a la extensión de la zona de explotación de la tintórea. La información recabada apunta a que los esclavos capturados ascendieron a varios cientos, aunque hasta ahora solo se ha podido conocer la venta de unos cincuenta negros.
Palabras clave: Wallix, corsario, negros esclavos, Yucatán, siglo XVIII.
Abstrac: This article focusses on a slave sale, registered as the largest in the history of the newhispanic city of Merida. It points out that the campaign against British settlers at Wallix in 1779 was also aimed at obtaining black slaves through corsairism, perhaps because of the large black population due to the expanded exploitation of Campeche woodlands. The historic data suggests that the number of black men offered as slaves rose to several hundred, although so far only fifty cases are known.
Keywords: Wallix, corsair, black slaves, Yucatan, eighteenth century.
Resumo: Nestas linhas apresenta-se uma venda de escravos, a maior na história de Mérida na Nova Espanha. Assinala-se que na campanha espanhola para expulsar os ingleses estabelecidos em Wallix, em 1779, também se visou como objetivo a tomada de escravos negros através da guerra de corso, aproveitando o grande número dessa população, devido à extensão da zona de exploração de corante. A informação coletada sugere que o número de escravos capturados ascendeu a várias centenas, embora até o presente só tenha sido possível localizar a venda de cinquenta negros.
Palavras-chave: Wallix, corsários, escravos negros, Yucatán, século XVIII.
Introducción
El estudio de las actas notariales existentes en el Archivo General del Estado de Yucatán (AGEY) acerca de la venta de esclavos en Mérida, capital de la antigua provincia y capitanía general de Yucatán, induce a pensar que ese hecho no se dio en la misma proporción que en otros sitios como Veracruz o La Habana, y que esas transacciones eran de pocas personas, en su inmensa mayoría.1 Ello se debió a que los africanos y afrodescendientes eran utilizados en aquella región del sureste novohispano más como un objeto de estatus social y económico, y no como fuerza de trabajo en algún ramo de la economía como la agricultura.2
No obstante, a fines del siglo XVIII se dio el caso, al parecer único, de una almoneda de esclavos capturados en Wallix, territorio en parte usurpado por los ingleses para el corte de palo de tinte, después de un ataque para desalojarlos de esa región ubicada en la parte sur oriental de la península de Yucatán.3 Este acontecimiento trastocó la vida de la capital de la provincia por el número elevado de “piezas” para ofertar,4 además, los compradores fueron gente de la administración real y de la Iglesia, comerciantes e incluso residentes de La Habana.5 De igual manera, la venta que continuó en Campeche y que arrojó el comercio de 21 individuos debió ser algo inusual en aquella ciudad portuaria, al menos por la forma de su captura. 6
En efecto, el intento armado para desalojar a los súbditos británicos de esa región sirvió de ocasión para que se armase en corso algún habitante de Bacalar, en la frontera con el territorio ocupado por los británicos, y lograsen capturar numerosas personas en estado de esclavitud que luego fueron llevadas a Mérida y algunas a Cuba.7
La presencia inglesa en la región, amén de su interés geopolítico por la península,8 obedeció también a asuntos comerciales. De tal suerte que la disputa por la especie arbórea denominada palo de tinte (Haematoxylum campechianum),9 nativa de la península yucateca y costas de Guatemala, marcó de manera notoria las relaciones entre España e Inglaterra. En el mismo sentido, esa relación también trastocó aquel presente y el futuro del asiento inglés denominado Wallix, hoy Belice (Figura 1).10
De aquella dilatada historia compartida también se ha hablado de un comercio furtivo de esclavos negros capturados por españoles y llevados a Mérida para su venta, aunque en número corto de personas en el siglo XVIII,11 así como de gente que escapó de su esclavitud en Wallix para internarse a territorio peninsular español a causa de la creencia de que si adoptaban el catolicismo tenían garantizada la emancipación.12
La historia que se presenta en estas líneas constituye todo un suceso de venta de esclavos capturados entre 1779 y 1780 en aquella región controlada por los ingleses, que vincula a través de la esclavitud y su tráfico comercial la región fronteriza entre Wallix y Yucatán, pero que también se entrelaza con Cuba y, por ende, con el Caribe continental e insular. Para otras partes americanas el tema pudiese parecer un caso más de ese intercambio, pero para Yucatán, insisto, el asunto resulta excepcional, pues no se conoce otro ejemplo similar de personas para su venta como esclavas en la capital, ni de resultados tan alto de capturas por medio del corso, de las cuales un tanto recibió el sello corpóreo como propiedad de la Corona.13 En otras partes, como Cuba, la marca recibió el nombre de carimba.
1. Los ingleses en la península, siglos XVII y XVIII: una historia de ofensivas
La presencia británica en las costas yucatecas, atraída en parte por la tintórea, se inició a mediados del siglo XVII, pues para 1663 la Corona española ya tenía noticias de su establecimiento en el área.14 La región de Cabo Catoche en la punta del noreste peninsular fue el primer sitio donde se asentaron; posteriormente, pasaron a las cercanías del río Champotón en la laguna de Términos y a la isla de Tris (llamada luego de El Carmen), por el costado sur poniente peninsular.15 En 1716 se logró su desalojo de esa isla; al año siguiente, en el mes de julio, los ingleses intentaron regresar, pero fueron derrotados.16
Después de esa expulsión los “baymen”, como fueron conocidos los cortadores de la planta, comenzaron a proliferar en Wallix, en la región sur oriental de la península.17 Con el pretexto de que no se respetó el tratado de 1670, al ser expulsados de la parte del golfo de México, los ingleses comenzaron a considerar a la región como propia. En contraparte, los españoles lanzaban ofensivas contra los invasores en las que quemaban sus rancherías; ante esos hechos, los acosados marchaban a Jamaica en espera que los hispanos se retirasen para regresar. Este proceder impidió, aún hasta 1725, una población estable en Wallix, pues los cortadores únicamente talaban el palo necesario para embarcar y luego se dirigían a Jamaica, Nueva Inglaterra o Londres.18 De tal cuenta que las primeras referencias de los esclavos negros en la bahía de Honduras se dan en 1724 por parte de un misionero español, quien apuntó que había un asentamiento conformado por 300 ingleses, aproximadamente, además de indios mosquito y esclavos negros llegados, “no hacía mucho”, de Jamaica y Bermudas.19
La presencia de aquellos intrusos molestaba a las autoridades de Yucatán, por lo que procuraban, previa autorización real, mantenerlos a raya en la frontera permitida.20 Para mediados de la centuria los cortadores contaban con rancherías permanentes, habilitadas con negros esclavos y establecidas a 30 o 40 leguas tierra adentro, para protegerse de los españoles que vigilaban la costa y continuar con su labor que les dejaba elevadas ganancias.21
A pesar de que los británicos se asentaron en la región suroriental de la península desde el siglo XVII, en febrero de 1763, durante la coyuntura de la pérdida de La Habana y Manila que habían caído a manos inglesas y por medio del Tratado de Paz de París y el fin de la “Guerra de los Siete Años”, España se vio obligada a conceder a esa corona el libre derecho de explotar la tintórea en la región del río Wallix. De tal manera, quedaban formalmente aceptados en la península y el corte del palo de tinte legalmente en sus manos.22 En esa tesitura el establecimiento comenzó a crecer.
2. Los intentos de desalojo por parte de España
En el siglo XVIII se dieron diversos intentos para desalojar a los cortadores de la región de Wallix, unos con mayor éxito que otros. Así, en 1722 el gobernador de Yucatán, Antonio de Cortaire y Terreros, mandó una expedición con intenciones de evacuar a los ingleses; estas acciones se repitieron en 1724, y en 1726, entonces, durante el gobierno de Antonio de Figueroa y Silva.23
Tres años más tarde el sobrino del gobernante, de nombre Alonso de Figueroa, realizó una intrusión a los ríos Nuevo, Hondo y Wallix donde, según se documentó, se capturaron 31 personas, presumiblemente ingleses, y a tres negros y una negra.24 Otra embestida se dio en 1754 al mando del gobernador Melchor de Navarrete y en la cual participó armamento de Guatemala, La Habana y Yucatán.25 Resulta sobresaliente el hecho de que en 1757 el capitán Juan Francisco de Sosa fuese investido como capitán de corso, y que reportase la aprehensión de 40 negros durante sus incursiones por los ríos Nuevo y Wallix,26 sin embargo, desconocemos lo que sucedió con esa gente. Restall sugiere que en esos ataques el gobernador era, junto con otras personas, el que salía ganando, pues con el negocio de su venta obtenía buenas ganancias.27
En el contexto regional del control de la explotación y del comercio de la tintórea por parte de los ingleses, y en el marco del llamado Pacto de Familia, España, junto con Francia, declaró la guerra a Inglaterra a partir de junio de 1779, entre otros asuntos, con la idea de recuperar el territorio de Wallix y las posesiones de Gibraltar y Menorca.28
En esa tesitura, y a sabiendas de la inexistencia de alguna fortificación británica de acuerdo al tratado anglohispano firmado en 1763,29 en mayo de 1779 la Corona española instruyó al gobernador de Yucatán, Roberto Rivas Betancourt (1779-1782), a realizar una campaña que tuviese como objetivo desalojar a los británicos de la costa oriental peninsular y, posteriormente, de Honduras, ya que a partir del mes siguiente se declararía la guerra a aquella corona. Las operaciones comenzaron en los primeros días de septiembre; la expedición estaba compuesta por 800 hombres. Inicialmente, se procedió a evacuar a las poblaciones de río Hondo, lo cual se logró con éxito, y luego se pasó a enfrentar a los ingleses en Cayo Cocina (Saint George’s Cay o Kitchen Cay en la documentación británica), donde se tomó prisioneros a los ingleses allí asentados y -según se dice- a 17 negros; además, se expulsó a los colonos que se encontraban en el curso del río Nuevo en donde se destruyeron 40 rancherías.30 Por su parte, los expedientes británicos indican que en el ataque suscitado el 15 de septiembre a Saint George’s Cay los españoles en verdad no tuvieron oposición, puesto que era inexistente alguna defensa a pesar de ser la isla donde vivían los principales habitantes.31
El historiador yucateco Eligio Ancona (1835-1893) señala que la expedición se compuso principalmente de piraguas y canoas procedentes de Campeche y que Cayo Cocinas fue atacado por dos goletas, una balandra y 300 hombres acompañados por embarcaciones menores. Agrega que el 15 de septiembre las fuerzas españolas cayeron sobre los ingleses del mencionado Cayo e hicieron prisioneros a todos los habitantes, entre ellos a 300 negros esclavos, y se apresaron naves de pequeño calado. Se apunta que en el momento en que se embarcaba a los prisioneros para conducirlos a Bacalar se avistó un auxilio que mandaba el gobernador de Jamaica, por lo que fue preciso que los españoles se retirasen al presidio militar llevando consigo a las familias de los principales del Cayo, a dos alcaldes, “a muchos negros esclavos” y a cinco embarcaciones, entre otras cosas.32
Una relación de operaciones de la campaña elaborada en 1779 indica que los esclavos capturados en Wallix ascendían a 307,33 sin embargo, no se agrega información acerca del destino de aquella gente. La cifra señalada pudiese no ser exacta, pues para el 1 de octubre de 1779 desde la parte inglesa se decía que de los 500 esclavos que existían en la región, cerca de la mitad fueron capturados; la mayoría eran sirvientes de casas.34 Llama la atención que alguna documentación de esa procedencia apuntase que “Many of the settlers were captured and sent to prisions in Merida and Havana”.35 La cita anterior no hace alusión a esclavos negros, sino a colonos que fueron enviados a prisión, lo que sin duda es un error o un dato tergiversado.36 En relación a la gente esclavizada, uno de los autores de esa referencia en una publicación posterior apuntaría que “Cuando esta población fue tomada por los españoles el 15 de septiembre de 1779, los habitantes y esclavos domésticos capturados fueron llevados a Mérida, y algunos a Cuba”,37 aunque ahora sí se hace mención de los negros, no se señala su venta.
Sobre esa historia de embistes, saltando la que narraremos líneas abajo, cabe apuntar que en 1798 se dio el último intento por parte de la Corona hispana para expulsar a los súbditos británicos.38 La expedición fue organizada por el entonces gobernador de Yucatán, Arturo O’Neill (1793-1800), y se compuso de 3,000 hombres. Se lanzó el 20 de mayo de aquel año sobre el Cayo Cocinas, pero se dieron problemas internos de deserción de dos fragatas. Se tuvo que replantear el ataque utilizando la guarnición de Bacalar y hubo brotes de fiebre amarilla y disentería, tiempo que aprovecharon los ingleses para prepararse. La batalla se dio por fin entre el 3 y el 13 de septiembre de aquel año, con el resultado de la derrota de los españoles y el retorno de las diezmadas tropas de O’Neill a Bacalar. Finalmente, en 1802 con el Tratado de Amiens se ratificó a los ingleses el derecho de continuar la explotación de las riquezas forestales, pero ahora los habitantes de Wallix decían que el territorio era suyo por derecho de conquista, aunque este término estuviese ya caduco.39
En cuanto a los esclavos de Yucatán, Restall señala que a través de los años fueron llevados a esa región en pequeños grupos o casos individuales, por lo general procedentes de otras colonias españolas o inglesas (Wallix), y esporádicamente de otros lugares de la Nueva España.40 De casos de ingleses en Mérida se tiene ejemplos en el registro de casamientos en la parroquia de negros y mulatos, donde se asienta: Pedro Antonio, “negro bautizado en esta parroquia quien habrá un año que vino a esta provincia huido de los ingleses desde el puerto de Bacalar”;41 así como en el registro del enlace de Joseph Villamil, “negro que vino de Balix”, con María Ignacia, “que también vino de Balix”,42 y en el de Tomás, “natural de Mandingo de los ingleses, quienes los sacaron en armazón de su tierra y fue bautizado en la Iglesia de Jesús”.43
Quizá como resultado de la huida de esclavos desde Wallix, antes de la expedición, el distrito de Bacalar en la frontera con los ingleses ocupaba el tercer lugar entre los sitios con población negra (55 individuos) después de Campeche y Mérida, lo que pudiese ser indicador de su papel como contacto, relaciones y tácito “centro de comercio” de esclavos, aunque entre la gente se reportaba que también había libres.44
3. La expedición española de 1779: objetivos propuestos
La declaratoria de guerra entre España e Inglaterra se dio el 24 de junio de 1779. Al igual que las similares acontecidas, repercutió en Yucatán, debido a que la región de Wallix se encontraba en el territorio peninsular. A consecuencia de ello, el entonces gobernador y capitán general de Yucatán interino, Roberto Rivas Betancourt, recibió la real instrucción de desalojar a los llamados intrusos; vía la capital novohispana, recibió quinientos quintales de pólvora y cien mil pesos para realizar la empresa. Se dice que los ingleses, a contraparte, ante los sucesos por venir fortificaron la entrada del río Wallix y el Cayo Cocinas,45 no obstante, se ha señalado la inexistencia de defensas con base en la documentación británica.46 Este fue el primer objetivo de la embestida contra aquellos territorios.
Como comienzo de campaña el gobernador reunió las fuerzas disponibles tanto de mar como de tierra; las cuales no fueron suficientes, ya que había mandado a La Habana parte de las tropas existentes en la provincia. La flotilla del puerto de Campeche se dirigió entonces a río Hondo para unirse a los refuerzos presentes en la fortificación de San Felipe de Bacalar, mientras que Rivas Betancourt marchaba hasta ese mismo punto acompañado con las milicias. A las fuerzas navales de Campeche y Bacalar se unieron 800 hombres de todos los distritos de la provincia. Apenas arribó el gobernador a aquella fortificación comisionó al teniente Valentín Delgado para que, con una piragua de guerra, explorara el río Hondo y Cayo Cocinas; los informes eran favorables para el ataque por la corta existencia de embarcaciones observadas.47
Como resultado de esa visita de inspección se mandó a José Rosado, comandante de ese fuerte, salir con sus hombres para desalojar a los ingleses de las riberas del río Hondo, quien logró su cometido y apresó a todos los colonos; asimismo, destruyó los establecimientos y casas. Cayo Cocinas, por su parte, fue atacado por trescientos hombres, que apresaron poco después un bergantín inglés que procedía de Penzacola, el cual fue inmediatamente armado para atacar a un bergantín corsario también inglés que al final logró huir a Jamaica.48
Por su parte, el gobernador de Jamaica, John Dalling, hizo en los primeros días de septiembre de 1779 un bosquejo de la población principal en la región de Wallix, en el que apuntó que “los habitantes ingleses con sus esposas, hijos y sirvientes viven en St. George’s Kay, donde la bahía es excelente pero ahora carece de defensa […] El número de ingleses de la Bahía podría llegar a quinientos, doscientos de los cuales pueden utilizar armas; sus esclavos de diferentes edades y sexos, son tres mil”.49 Referente a ese Cayo, posteriormente, se decía que era el principal lugar de asiento, debido a que era más saludable que la tierra firme y que antes de que fuera tomado por los españoles había en él 101 blancos, 40 personas “de color mezclado”, y entre 200 y 250 negros de ambos sexo y edad diversa, que eran casi todos sirvientes de las casas.50
Ante la embestida española, algunos colonos lograron escapar llevando consigo a sus esclavos. Cabe señalar que cuando el Cayo fue atacado los ingleses reconocieron entre el bando español a varios negros armados que habían huido del territorio hacia Bacalar poco tiempo antes, “especialmente uno llamado Dover, que había sido propiedad del señor John Tucker, y quien unos días antes de que los españoles llegaran, había matado a un hombre blanco, Lawrence Rawson, en el Río Nuevo”.51 Eso es indicativo de la fuga de esclavos a la parte española y la consecuente alianza con los españoles contra los británicos.
Relacionado con la huida de los cortadores, al gobernador de Jamaica se le comunicó que 50 ingleses acompañados de 250 esclavos negros de la bahía de Wallix llegarían a las islas de Ruatán y Bonacca a inicios de octubre.52 Bolland indica que la diferencia entre los esclavos existentes según reportes, unos 3000 negros, y los capturados, entre 250 y 300, se debe a más o menos 2500 esclavos seguramente de río arriba, quienes tuvieron la oportunidad de huir.53 Aquellos pudieron haber encontrado refugio entre los mayas no conquistados, otros quizá se dirigieron a los poblados fronterizos fuera del control español y unos más pudieron ser los que fundaron dos asentamientos de negros en Montañas Azules.54 Esa desbandada es sinónimo de que la ofensiva española también logró aniquilar la fuerza de trabajo esclava de la región en perjuicio de los cortadores ingleses.
Por otra parte, pocos días después del ataque se supo que desde Jamaica se preparaba una expedición con intenciones de recuperar tan valioso territorio, por lo que los españoles decidieron abandonar el Cayo y llevar consigo “prisioneros a dos alcaldes, muchos esclavos, a las principales familias de origen inglés, cinco embarcaciones y muchos efectos”. Posteriormente, aquellas fuerzas navales, entonces al mando del teniente coronel Francisco Piñero, desalojaron las márgenes del río Nuevo y se trasladaron, de nueva cuenta, hacia Cayo Cocinas donde entraron sin resistencia, “entretanto D. Nicolás Pereira hacía tres salidas de corso, en las cuales causó bastante daño al enemigo”.55
Como en años anteriores, entre los meses de septiembre y diciembre, la campaña tuvo su base de operaciones en el fuerte de Bacalar. Su resultado fue la destrucción del más importante establecimiento de los ingleses en la costa oriental de la provincia, en Cayo Cocinas, y el incendio de todos los campamentos madereros a lo largo de los ríos Wallix, Norte y Sibun.56
4. La venta en Mérida de los esclavos capturados
Concluida la expedición, a mediados de diciembre el gobernador Rivas Betancourt retornó a la capital junto con las compañías de milicias regladas que participaron en aquella campaña y a los numerosos prisioneros esclavos.57
Una vez que arribaron a la ciudad, los meridanos se arremolinaron en la plaza de armas para enterarse de las novedades y pormenores de la expedición. Las voces contaban acerca de que al darse la embestida hispana en Wallix los ingleses huyeron a Jamaica, abandonando sus casas y pertenencias, las cuales fueron incendiadas. Y a gloria supo el hecho de que los marinos campechanos apresaran cinco goletas, una balandra y numerosas embarcaciones menores.58
Pero también mucha gente acudió a la plaza para ver, por curiosidad o como potencial compradora, a los numerosos negros que se trajeron como presas de corso; como se ha dicho, entre 250 y 300. En efecto, lo que era un asunto cotidiano para otros sitios de la América colonial, en Mérida resultaba algo extraordinario la presencia de un contingente de negros para su venta al mejor postor, previa resolución de haberlos declarado como piezas válidas en la reglamentación del corso, ya que jamás una cantidad tan alta se había ofertado en la ciudad. De hecho, tan inusual debió ser ese tipo de actos masivos en la capital que el aquí presentado es, hasta ahora, el único del que se tiene noticia documentada para el siglo XVIII.
El otro objetivo que es destacable de esta expedición está relacionado con la participación del corsario y es, principalmente, la captura de las presas humanas, aunque también lo hubo de embarcaciones. Así, a la par de estar armándose la campaña contra los ingleses apareció aquella figura en la persona de don Nicolás Pereira. Este sujeto, denominado “Capitán de Mar y Guerra de las costas de esta Provincia de Yucatán” y situado en el fuerte de San Felipe de Bacalar, solicitó al gobernador la correspondiente patente de corso con el fin de hacerse de esclavos, naves y de enseres de manera lícita. Con el éxito en su petición y el poseer las embarcaciones, hombres y armas requeridas, en posteriores comunicados se le nombra como “capitán corsario”.59
De tal forma, de acuerdo al protocolo para estos casos, en septiembre de 1779 comparecieron en Mérida ante el escribano don José Ilibarren los marinos Valentín Delgado y José Villanueva, ambos vecinos de Bacalar, el primero como teniente y el segundo como escribano del “armamento” del capitán Pereira, y apoderados de aquel, que expresaron de su parte:
Que por cuanto hallándose en ánimo de armar en corso contra los enemigos de la Corona teniendo como tienen ancladas en el referido Bacalar, tres piraguas que cargan a tres toneladas cada una, con sus respectivas tripulaciones y armas: pedreros, balas, lanzas, machetes de abordaje, dos arrobas de pólvora, esmeriles, plomo y demás pertrechos necesarios […] y habiéndose presentado en el Tribunal del Sr. Gobernador y Tesorero real solicitando patente, para su efecto ofrecieron asegurar su conducta y puntual observancia de cuanto en la Real Ordenanza de Corso se previene, y que no cometerán hostilidad ni daño a los vasallos de nuestro Soberano, ni a los otros príncipes o Estados que no tengan guerra con nosotros; habiendo designado a don Juan del Pino Capote, persona de notorio abono, para responder y sanear con quinientos pesos a lo que en contrario ejecutaren.60
La patente le fue conferida a Pereira con validez hasta que concluyera el conflicto armado (1783), seguida de la pertinente escritura de obligación y el depósito de la fianza mencionada.61
Bajo ese amparo el corsario embistió a los enemigos durante la campaña narrada líneas arriba62 y, según un documento, capturó a 27 negros.63 Sin embargo, esa cifra debe hacer referencia a una fracción del total.
Después de darse por concluida esa intrusión en la región de Wallix, mas no de la participación corsaria capitaneada por Pereira, el 18 de diciembre de 1779 el contador de la Real Hacienda yucateca, don Diego de Lanz, firmó la resolución por medio de la cual se sacaba a subasta, por cuenta del rey, a parte de los negros capturados.64 En el documento firmado por Lanz se estipulaba que
después de vendidos [los esclavos], sus dueños los presenten para marcarlos con la real marca que nuevamente se ha mandado fabricar y está formada por una Y y una R unidas, signo en que se descifra esta dicha provincia de Yucatán y [la] señal del Rey Nuestro Señor, que Dios guarde; excluyéndose solamente de este efecto, los que considerasen menores de cinco años, quedando sus dueños con la obligación de presentarlos luego que pasen de dicha edad para marcar.65
De la cita cabe subrayar que para la región no se tenía conocimiento de la marcación de los esclavos, pero que sin duda se debió de hacer en el pasado, ya que se indica que los signos de la Y con la R nuevamente se mandaron a hacer, o sea, que existió en algún momento. La carimba se hacía en la cadera derecha de los esclavos pertenecientes al rey.66
El capitán corsario Nicolás Pereira, dado que permanecía en Bacalar, delegó la representación de su persona para las transacciones de los esclavos que le correspondían a su teniente Delgado. El documento señala:
En mi nombre, el de mi escribano, patrones y demás individuos de mi armamento, doy mi poder y facultad cuenta de dicho se requiere y es necesaria a mi Theniente D. Valentín Delgado, para que amplia y liverosamente [sic] pueda vender y venda en la parte que mejor le pareciere, y a los precios que tuviera por bien, todos los negros que apresados por mí me pertenecen, y a mi gente, bien atendido que ha de ser con la precisa circunstancia que ha de tener para que se verifique la venta, la correspondiente licencia del Sr. Gobernador y Capitán General, pues para ello le damos toda la facultad que según derecho es necesaria, obligándome a pagarle de cuenta del referido armamento todos los gastos que hiciese.67
La primera partida del remate de esclavos a cuenta del rey se pregonó en el palacio de la Capitanía General, en Mérida.68 De tal forma, el día 23 de diciembre “se constituyeron en el Palacio de la Plaza grande el señor Gobernador y Capitán General y el señor Contador Oficial real, para la prosecución de la almoneda de negros y negras y estando presente su señoría y merced se pregonaron y remataron primeramente cinco piezas en ochocientos cincuenta pesos, al capitán [y encomendero] don Pedro de Anguas”. Este militar señaló que la compra la hizo a cuenta de otras personas, puesto que el negro Redman, nombrado de nuevo como José María, lo adquirió para don Clemente José Rodríguez de Trujillo, oficial de la Real Hacienda y cajas reales de Mérida.69 Los llamados Cublo, ahora Juan y Benco, señalados entonces como Miguel y Tomas, este último apuntado como Rafael, eran para el bachiller don José González Mangas, cura de la parroquia de Santiago;70 y la esclava Selibi, nombrada como Rafaela, lo fue para doña María del Carmen Peña. Todas esas “piezas” fueron ofertadas en 850 pesos de plata corriente (Tabla 1).71
Don Francisco Antonio Calderón, vecino del comercio de Mérida, adquirió por 515 pesos el lote de “cinco piezas” conformado por los esclavos Coyo y Cuasi, varones nombrados de nuevo como Juan Gregorio y José Antonio, respectivamente, y las mujeres llamadas Narcisa, denominada María Narcisa y llamada en su idioma Olinda y en español María Flora, y a la hija de esta de nombre Isabel, añadido de primero el nombre de María.72
Ese día se ofertó también el lote de esclavos conformado por tres negras a un precio de 200 pesos plata cada una. La esclava llamada en su idioma Sarlatta quedó en propiedad del comerciante don Miguel Lanz, conocido vecino de Campeche,73 al igual que las negras esclavas denominadas María del Rosario y Ana Rita, nombradas en su idioma como Lucía e Isabel, respectivamente.74
Los días 28 y 31 de diciembre de dieron otros pregones en los cuales se ofertaron a más negros capturados. Así, un lote de “piezas” conformado por dos mujeres y un varón fue adquirido en 350 pesos por el teniente coronel don Juan Francisco Quijano; aquellas “piezas” tenían por nombre Amba y Fani, cambiados a María Antonia y Ana, respectivamente, y “al negrito Frim” se le denominó Felipe Santiago.75 El mismo militar también adquirió por la cantidad de 220 pesos a los negros Frompeta, señalado con posterioridad como José Ignacio, a Coyo, indicado como Pedro en castellano, y a Tomas, apuntado como Juan Tomás, aclarando que uno de ellos sería para el capitán Enrique de los Reyes. El bajo precio en comparación con otros esclavos, se debió a que eran “negros viejos”.76
De igual manera, Francisco Domingo Báez, de Mérida, adquirió dos esclavos llamados en su idioma Quimblico, que pasó a denominarse José Francisco, apresado en el río Nuevo, y Cuaucu, señalado posteriormente como Juan Nepomuceno. Este último, de no ser menor, pudo ser de edad avanzada o tener problemas físicos, pues su precio en la almoneda fue de 50 pesos.77
El último día del año el gobernador y el contador firmaron un proveído, cuyas recomendaciones ya se practicaban desde las primeras ventas del 23 de diciembre, e indicaban que
respecto de haberse vendido los negros apresados en la expedición de Bacalar, con los nombres propios de su nación en que puede haber error, en lo venidero debían mandar y mandan que para mejor asegurar a los compradores en las ventas por cuenta del Rey nuestro señor, se les haga saber expresen los nombres que tiene ánimo de ponerles […] y con la inserción del acta de remate, el presente auto y la obligación que en su virtud se practicare, con expresión del signo de la marca, para que les sirva de propiedad en forma.78
Una vez concluida la almoneda de los esclavos a cuenta del rey, el número de personas marcadas que se ha podido rastrear en el fondo notarial del AGEY asciende a 21 esclavos.79 Al respecto, si estaba estipulado que la Corona se llevase la quinta parte de las presas que se efectuaban en el corso,80 entonces, como cifra aproximada con base en los que se ha encontrado en los documentos serían 105 esclavos los ofertados en Mérida, cuando menos.
El comercio de dichos negros se prolongó durante varios meses del año siguiente para ofertar, entonces, a los esclavos que le correspondían al capitán corsario mediante sus apoderados, cuya cantidad fue, según lo encontrado hasta ahora, de 31 esclavos (Tabla 2), aunque en la relación de porcentajes debieran ser al menos unos 84 (según lo que suma el quinto del rey serían 105). Como indicativo del número de gente que fue llevada a Mérida, Restall apunta que del 28 de diciembre de 1779 a fines de junio del año siguiente los nuevos dueños llevaron a bautizar a 41 individuos a la parroquia del Santo Nombre de Jesús.81
De la venta que prosiguió se sabe que Valentín Delgado, como representante de Pereira, hizo lo correspondiente con el capitán don Nicolás de Utrera y Rendón, quien era de Mérida, pues se hizo la transacción de dos piezas de esclavos que conformaban una pareja, llamados en castellano José y su mujer Catarina, y ambos nombrados en su idioma como Ensambra; el varón se vendió en 250 pesos y la mujer en 180 pesos libres de alcabalas.82 De igual manera, se adjudicó al “negrito Sam”, a quien su nuevo amo don Juan del Pino Capote le puso el nombre de Juan José, y que fue apresado con otros en el río Nuevo. Este último se ofertó en 100 pesos. Se agregaba por parte del apoderado que “lo cedo, renuncio y traspaso a dicho comprador, para que sea su esclavo sujeto a su servidumbre y como tal lo tenga, venda o disponga a su voluntad”.83
Por su parte, la negra llamada Juba, renombrada en castellano María Dolores, fue vendida en 190 pesos al capitán de las milicias regladas de Campeche don José Jacinto de Ibarra.84 El negro Guanto fue adquirido en 200 pesos a don Francisco López, vecino de Hunucmá, quien lo asentó con el nombre de Bentura.85
De ese grupo perteneciente a Pereira, don Pedro de Anguas adquirió a Dic, asentado como Francisco, a nombre de don Gregorio Marentes, regidor perpetuo de la ciudad de Campeche, en 250 pesos plata corriente; de igual manera, por la misma cantidad se hizo de otros negros denominados Manuel y Joaquín.86 Del mismo modo, Doba, nombrado Cristóbal por su nuevo amo, fue declarado “por buen a presa” y ofertado el 14 de febrero de 1780 en 170 pesos a don José Alejandro Luján, sito en Cuba, por intermediación de don Domingo Rodríguez Herrera.87
Don Juan del Pino Capote también adquirió un negro al que otorgó el nombre de Vicente, pero que en su idioma respondía al de Deiman “mismo que fue apresado junto con otro inútil en un rancho del río Sibun”. Valentín Delgado se lo vendió en 40 pesos por estar discapacitado; el otro, “totalmente inservible”, quedó en el hospital por no merecer apreció”.88 Asimismo, otra comercialización fue la del negro Gabar al teniente de milicias urbanas don Francisco Fuentes.89
La venta prosiguió por algunos meses más. Destacaba que los compradores no eran únicamente de Mérida, sino también de poblaciones del interior de la provincia y del puerto de Campeche. En este sentido, resultaba llamativo que Juan Masas comprase a una negra por encargo de don Bentura Rivas, residente en La Habana; que don Alfonso María de Cárdenas, contador principal del departamento de esa ciudad antillana y ministro de marina en ella, adquiriese a una negra de 22 años de nombre Ana, y que José Alejandro Luján también comprase una esclava para llevar a Cuba.90 No tenemos noticia documentada sobre el motivo de la presencia de los residentes antillanos en Yucatán, pero probablemente la solicitud de compra de Rivas y las adquisiciones de Cárdenas y Luján se debiesen a que en la isla los esclavos alcanzaban un precio más alto. Aunque desconocemos lo pagado en Mérida para las segundas adquisiciones, el negro Cristóbal le costó a Luján 170 pesos plata.91
A pesar de que los datos expuestos corresponden a esa ciudad, el pregón de la venta de los esclavos no solo fue en la capital, sino que también se trasladó al puerto de Campeche quizá por el elevado número de “piezas” para ofertar.92
Si para la capital provincial fueron designados por Pereira don Valentín Delgado y don Josef Villanueva, estos, a su vez, designaron a don Juan del Pino y Capote, residente en aquella ciudad, para que los representase en las ventas que se esperaban hacer de “otras piezas de esclavos que vienen caminando” (de Bacalar), mientras el resto de los existentes en Mérida eran trasladados a Campeche para su expendio. El poder otorgado no incluyó únicamente a los esclavos, sino que también podían declarar como buenas las piezas “que se hizo o se hicieren” los buques, efectos, pertrechos o cualquier cosa conducente al corso.93
A pesar de que un lote de esclavos de trasladó a Campeche para su venta, la documentación acusa que la transacción prosiguió en Mérida. Así, de ello se reporta la adquisición por parte del capitán José Zabalegui de la negra Cloe, llamada posteriormente Josefa, por 250 pesos plata.94 El esclavo denominado La, nombrado entonces Pedro, fue vendido en 100 pesos, y Cuan, indicado después como Juan, con valor de 75 pesos; ambos fueron adquiridos por el coronel de las milicias regladas de Mérida, don Alonso Manuel Peón, del Orden de Calatrava y coronel del Batallón de Milicias Regladas de la ciudad.95
Como se ha adelantado, los negros capturados por Pereira no fueron únicamente los que se reportan en los documentos y que fueron vendidos en Mérida y Campeche, sino que hubo un segundo grupo -los que se indica- que se desplazaban a pie hacia la capital, e incluso, posiblemente hubo un tercero, puesto que en febrero de 1780 aquel capitán corsario otorgaba a favor de Francisco Correa, subteniente de la Primera Compañía de Milicias Urbanos del Presidio (San Felipe Bacalar), la representación de su persona para vender en Mérida o en cualquier otro sitio 12 negros capturados en Wallix con el propósito de que
pueda libremente en la capital de Mérida o donde más comodidad tuviere vender seis negros esclavos, tres negras y tres pequeñitos, que me produjo el corso que últimamente emprendí en los Ríos Nuevo y de Walis [sic] donde se hallaban establecidos los de la Nación Británica al tiempo de la expedición de Cayo Cocina, al precio que el tiempo le ofrezca, y sea más en razón de los interesados; para cuyo fin le confiero este mi poder en franca y libertad administración; sin que ninguna persona pueda ir ni contravenir en esta última voluntad mía por haber apresado los citados negros con la competente Real Patente de su Magestad.96
No obstante, las incursiones con captura de esclavos debieron ser mucho menores, en parte, por la ausencia de los cortadores y la huida de aquellos.97
En ese mismo mes, Pereira le entregó a Correa otras “tres piezas de esclavos” para vender, conformadas por la madre y sus dos hijos. Aquella se denominaba Nani y en castellano fue asentada como Teresa. Su hija, de nombre Dali, se inscribió como Josefa y al varón Janni, se le puso el nombre de Juan. La familia completa se vendió en 400 pesos.98 Asimismo, aunque el documento aislado no indique comprador, se asienta que en abril de 1780 Correa vendió al negro Yim, nombrado entonces Diego, en 200 pesos.99
Don Nicolás de Ávila, vecino de la capital provincial, por medio de Francisco Correa también se hizo de un negro llamado Napobul, a quien nombró José Antonio, por la cantidad de 110 pesos.100 Otros compradores de este apoderado fueron: doña Estefanía Ruiz, de Mérida, quien compró un negro denominado Cuaxiban, al que asentó como Joaquín;101 el Alguacil Mayor de Mérida, don José de Cano, que se adjudicó un par llamados en su idioma Brecader y de nuevo Antonio, y Cuaxiba, llamado Francisco, ambos por 120 pesos;102 la pareja conformada por Fam, de nuevo José, y Lucía, a la que se le respetó el nombre, fue vendida a don Feliciano Meneses, vicerrector del Colegio Tridentino de Mérida, en 40 pesos el varón y a 100 pesos su mujer.103
Por su parte, don Clemente Rodríguez Trujillo, tesorero juez oficial de la Real Hacienda, adquirió por la suma de 450 pesos plata a la familia formada por cuatro individuos cuyos nombres en su idioma eran Cubien, llamado posteriormente Juan Francisco; Francis, nombrada en español María Candelaria; y a los hijos de ambos, el primero, un párvulo conocido como Bob, vendido en 50 pesos (incluidos en la suma total), y la segunda una menor de pecho que en inglés era llamada Tibi, pero que según se asienta fue bautizada en el pueblo de Chapab -en el camino entre Bacalar y Mérida- por el fray José Reyes con el nombre de María Manuela.104
La contabilidad de los esclavos vendidos y trasladados fue de 21 para la Corona y 31 para el corsario; 52 en total sin incluir a los vendidos en Campeche. Sin duda que habrá otros nombres de personas capturadas en ese corso, pero por ahora su búsqueda en los documentos notariales de la época con lagunas temporales por destrucción y pérdida de libros impiden una interpretación más completa del suceso.105
Consideraciones finales
Los datos asentados líneas arriba constituyen para Mérida un caso excepcional, ya que, como se ha dicho, la historiografía regional no reportaba una venta de esclavos de tales características en la ciudad, con la excepción de la mención de Ancona y del breve artículo de hace cuatro décadas. El hecho fue resultado de la campaña de expulsión contra los ingleses de Wallix y la consecuente captura de numerosos esclavos procedentes no solo de Cayo Cocinas, a los que podemos identificar como “sirvientes de casa”, sino también de negros localizados en los aserraderos del interior y en el curso de diversos ríos. Sin duda que la ampliación del territorio concedido a los británicos obligó a requerir una mayor mano de obra, por lo que la población en estado de esclavitud fue numerosa y codiciada por los españoles que vieron en ella un rico botín de combate por medio del corso y quizá, como expone Restall, también de aprovechamiento por parte del gobernante.
El ataque a las zonas de explotación de la tintórea que estaban en manos inglesas en 1779 fue uno de varios intentos por evacuar a los cortadores, por lo que hay que preguntarse si en los intentos anteriores, con excepción del caso de Sosa en 1757, también se presentaron hechos de captura de numerosos esclavos para su posterior venta. Reiteramos que de esa forma de apropiarse de piezas humanas para ofertar en la capital provincial la de 1779 es la que sobresale en la historia regional debido a su cuantía.
El hecho narrado hace suponer que la captura de negros para su venta era pieza clave en la solicitud del corsario y una forma lícita de que ambas partes, la Corona y el solicitante, se hicieran de un botín y de recursos en el contexto de la guerra declarada, sin inmiscuirse directamente en el tráfico esclavista. Además, lograba satisfacer esa “necesidad” social en la región, y económica quizá en el caso de los llevados a Cuba y Campeche. Empero, no hay que perder de vista la posible reventa de esa gente, lo que sí generaría recursos para su comprador. En su mayoría, los compradores eran de la administración real, de la milicia, de la Iglesia y del comercio, lo que deja ver a un grupo social privilegiado de poseedores de esclavos en el Yucatán colonial. Aunque no contemos con la fuente que lo ilustre de manera escrita, es posible imaginarse la demostración del estatus social en Mérida con la compañía de sus nuevas adquisiciones durante los paseos por la ciudad, asunto por demás llamativo por la cantidad de personas que fueron adquiridas como esclavos.
Estas líneas acerca de la venta de negros sacados de Wallix y trasladados a otros puntos peninsulares, e incluso allende fronteras, ilustran claramente no solo las relaciones existentes entre ambos territorios dispares, sino también el amplio mundo de las forzadas diásporas africanas en el Circuncaribe y de las múltiples migraciones locales, en particular entre las Antillas y la tierra continental, así como sus acciones pendulares.
Fuentes
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Notas