Reseña

Andrés Vergara Aguirre. Historia del arrabal. Los bajos fondos bogotanos en los cronistas Ximénez y Osorio Lizarazo, 1924-1946 . Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2014, 179 pp.

Felipe Vanderhuck
Universidad Icesi, Colombia

Andrés Vergara Aguirre. Historia del arrabal. Los bajos fondos bogotanos en los cronistas Ximénez y Osorio Lizarazo, 1924-1946 . Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2014, 179 pp.

Trashumante. Revista Americana de Historia Social, núm. 10, pp. 215-217, 2017

Universidad de Antioquia

Vergara Aguirre Andrés. Historia del arrabal. Los bajos fondos bogotanos en los cronistas Ximénez y Osorio Lizarazo, 1924-1946. 2014. Medellín. Editorial Universidad de Antioquia. 179 pp.pp.

Este libro es el resultado de la tesis doctoral de Andrés Vergara Aguirre, docente e investigador de la Universidad de Antioquia. En él, el autor estudia las representaciones de los “bajos fondos” bogotanos a partir de las crónicas de José Joaquín Jiménez (1916-1946), más conocido en el mundo periodístico como Ximénez, y José Antonio Osorio Lizarazo (1900-1964), dos populares periodistas bogotanos de la primera mitad del siglo XX en Colombia. Por medio del estudio de las representaciones, el autor se propone averiguar el modo como los dos cronistas “conciben la ciudad y la sociedad a la cual pertenecen”, así como “las dinámicas de las relaciones entre los distintos grupos sociales” (p. xiv).

Tanto por su objeto -las representaciones sociales-, como por sus fuentes -crónicas periodísticas- y su problema -el modo como las representaciones estéticas dan forma a la experiencia social-, el estudio de Andrés Vergara puede adscribirse al campo de la historia cultural, en particular, a la versión practicada por el destacado historiador Roger Chartier, de quien, de hecho, ha tomado la perspectiva teórica de su investigación. La hipótesis es más o menos conocida: lejos de ser simple reflejo de las divisiones sociales, las representaciones estéticas de la realidad (el arte, la literatura, el periodismo narrativo, entre otras) contribuyen a crear y recrear esas divisiones, dando forma a experiencias sociales significativas. Es a esto, precisamente, a lo que se ha referido Chartier al señalar la importancia, no solo de una historia social de la cultura, sino de una historia cultural de lo social.

El núcleo de esta historia cultural de lo social es la noción de representación. Según Chartier (punto de vista que comparte Vergara), esta permite articular los sistemas simbólicos con los sistemas de prácticas, sin olvidar sus marcos institucionales. Es innegable que, entendida de esta manera, la noción supuso una renovación de los estudios históricos. Para estos estudios, el arte, el cine, la literatura, la música, etc., son formas de representación de lo social capaces de producir realidad. Hasta aquí la teoría.

En Historia del arrabal, Vergara argumenta que a partir de la narración de los “bajos fondos” bogotanos (los llamados “arrabales” o barrios de la periferia donde conviven la miseria, el crimen, la prostitución, la enfermedad y el alcohol) Ximénez y Osorio Lizarazo representaron el tránsito de la Bogotá “tradicional” a la Bogotá “industrial y masificada” (p. xvii), y que de este modo, los cronistas ofrecieron un marco de interpretación para la aparición o el aumento de fenómenos perturbadores como la pobreza urbana, el crimen y la inseguridad, propios de una ciudad en crecimiento.

Este asunto de cómo los cronistas mencionados elaboran unas representaciones del arrabal, de sus peligros, corrupción y degradación, o, en otros casos, de su candor, sufrimientos e injusticias, es sin duda el mayor logro del libro de Vergara. Con delicadeza y atención a los detalles, el autor describe y analiza los modos, maneras y recursos que utilizaron Ximénez y Osorio Lizarazo para narrar los “bajos fondos” bogotanos. Este logro, apreciable en la segunda parte del libro, “Ciudad en transición”, es a mi juicio mucho más intenso en la parte siguiente, “La poética del arrabal”, donde el autor despliega un relato muy vívido de los personajes de los arrabales, intercalando fragmentos de las crónicas con su propia escritura, y donde, de manera muy convincente, muestra cómo ambos cronistas se inspiraron en el tango, el cine o la literatura naturalista y realista para crear su propia versión de la ciudad de los infames, es decir, de los habitantes del arrabal. Especialmente interesantes son las páginas que Vergara dedica a las relaciones entre el tango y la escritura en Ximénez, sobre todo porque incita a acercarse a la riqueza de un campo de investigación realmente poco explorado en Colombia: el de las relaciones entre música y literatura o, en otro registro, entre oralidad y escritura.

Las otras dos promesas del libro se cumplen menos cabalmente: por un lado, averiguar, por medio del estudio de las representaciones, el modo como los dos cronistas “conciben la ciudad y la sociedad a la cual pertenecen” y, por el otro, develar “las dinámicas de las relaciones entre los distintos grupos sociales” (p. xiv). Respecto al primer punto, el autor hace una suposición que, historia obliga, debió al menos problematizar. Asume que lo expresado por los cronistas en sus crónicas refleja su concepción de “la ciudad y la sociedad a la cual pertenecen”, con lo que pasa por alto, como él mismo advierte, que la crónica era entonces un género híbrido en el que la ficción dominaba, en muchos casos, sobre el imperativo de “contar la verdad” (Vergara da múltiples ejemplos al respecto cuando comenta las crónicas de Ximénez). Ambos cronistas actuaron, de hecho, como “creadores de ficción”, es decir, de representaciones estéticas de la realidad, mezclando sus fantasías con elementos de verdad. Así solo fuera por esto, habría que ver en sus relatos piezas elaboradas con intenciones propias, y no solo espejos de su pensamiento.

Por su parte, el punto dedicado a las dinámicas de las relaciones resulta mucho más problemático. Quienes acudimos a la noción de representaciones en nuestro trabajo tenemos un reto difícil por delante, y es lograr que, de hecho, su estudio conduzca a la articulación con las prácticas y las instituciones. Y de esto, precisamente, dice poco el libro de Vergara. La primera parte, “Modernización e industrialización de la prensa bogotana”, es sin duda informativa, pero no particulariza lo suficiente a sus dos cronistas. Dice poco, en realidad, de sus circunstancias y de su posición en la República de las Letras. En cuanto a “las dinámicas de las relaciones entre los distintos grupos sociales”, sin duda Historia del arrabal es un aporte importante, un aporte que los actuales investigadores de la historia social colombiana deberían tener en cuenta. Pero no es suficiente, porque nada o casi nada dice sobre la situación de los pobres urbanos: no establece un diálogo entre sus representaciones y su modo de vida, tal como otras fuentes podrían revelarlo. Aunque Vergara advierte que las crónicas no deben asumirse como una descripción fiel de la realidad (¿qué fuente lo es?), al final queda la sensación de que abandonó el trabajo a medio camino. Por último, también se llega a saber poco, después de leer Historia del arrabal, de los procesos y los modos en los que esas representaciones escritas de los “bajos fondos” bogotanos circularon entre los lectores. Además cabe mencionar un enigma aún mayor: cómo fueron recibidas o, para usar el vocabulario de Chartier, cómo fueron apropiadas por sus destinatarios, es decir, por aquellos lectores que arrugaron el periódico y pasaron sus páginas en busca de relatos que les ayudaran a comprender el mundo circundante.

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