Artículos
Historia de la caficultura en Chiapas (1880-2010). Apuntes de una evolución social y ambiental
History of Coffee Production in Chiapas (1880-2010). Notes on a Social and Environmental Evolution
Historia de la caficultura en Chiapas (1880-2010). Apuntes de una evolución social y ambiental
Sociedad y Ambiente, núm. 23, pp. 1-25, 2020
El Colegio de la Frontera Sur
Recepción: 29 Septiembre 2019
Aprobación: 23 Mayo 2020
Resumen: En el presente texto se analizan los factores que en poco más de un siglo propiciaron y condujeron la caficultura en Chiapas. Conforme las plantaciones de café se propagaron al interior del estado y, con base en los factores que hicieron esto posible, se presenta una periodización del desarrollo de la caficultura. Se muestra que la producción cafetalera es un proceso de evolución socioambiental, evidenciado por la transformación de las grandes fincas, de propietarios extranjeros y luego nacionales, a más de un centenar de empresas sociales o cooperativas, principalmente de propietarios indígenas que producen café en complejos sistemas agroforestales a escala familiar y que se articulan y organizan a distintos niveles. Esto demuestra un cambio en la manera de concebir la producción cafetalera. Si al principio ésta estaba dirigida hacia la rentabilidad económica promovida a través de la especialización, la dependencia tecnológica y la exportación del producto, dejando así una profunda huella en el paisaje, entrado el siglo XXI, la racionalidad productiva comenzó a tomar el rumbo hacia la sustentabilidad. Lo anterior se debe, en parte, a una combinación del mercado, la diversificación productiva, la no dependencia de insumos externos y la producción a pequeña escala. Se trata de un cambio afín con las sabidurías tradicionales y a contracorriente de la globalización dominante. Esto es, un fenómeno de evolución social y ambiental derivado de una histórica resistencia biocultural.
Palabras clave: producción de café, cooperativas indígenas, empresas sociales, resistencia biocultural.
Abstract: In this text, the factors that in little more than a century fostered and led coffee growing in Chiapas, Mexico, are analyzed. As the coffee plantations spread to the interior of the state and based on the factors that made this possible, there is a periodization of the development of coffee growing. It is shown that coffee production is a process of socio-environmental evolution, evidenced by the transformation of large farms, from foreign to national owners, to more than a hundred social enterprises or cooperatives, mainly indigenous owners who produce coffee in complex agroforestry systems and on a family scale, articulated and organized at different levels. This shows a change in the way of conceiving coffee production. If at the beginning it was directed towards economic profitability promoted through specialization, technological dependence, and the export of the product, thus leaving a deep mark on the landscape, entered the 21st century, the productive rationality began to take the course towards sustainability. This is partly due to a combination of the market, productive diversification, non-dependence on external inputs, and small-scale production. It is a change related to traditional wisdom and against the current dominant globalization. Finally, it represents a phenomenon of social and environmental evolution derived from a historical biocultural resistance.
Keywords: coffee production, biocultural resistance, indigenous cooperatives, social enterprises.
Introducción
El estado de Chiapas es reconocido por su riqueza biológica, sus montañas cubiertas de bosques de las que brotan caudalosos ríos. Es, además, el hogar de cerca de 1 millón 150 mil indígenas; esto es, un 22 % de la población total de la entidad, la cual se estima en 5 millones 200 mil personas (INEGI, 2015). De la interacción milenaria entre pueblos indígenas con la diversidad biológica deviene la domesticación de especies vegetales y paisajes que, en conjunto, conforman un mosaico biocultural (Moreno-Calles et al., 2013; 2016); procesos que en sí mismos desvelan un amplio conocimiento ecológico y de una gran cantidad de especies útiles.
Estas expresiones de diversidad biocultural van de la mano con el hecho de que, en esta entidad, el café se produzca mayoritariamente en complejos sistemas agroforestales, ampliamente conocidos como policultivos tradicionales (Maffi, 2014; Toledo et al., 2014). A principios del siglo XXI, México ocupó el primer lugar en cuanto a producción de café orgánico certificado en el mundo, y Chiapas fue su principal fuente de abasto. Ello, con la participación de más de cien cooperativas indígenas que cultivan café en los sistemas de policultivos tradicionales (Díaz Cárdenas y Robledo, 2005; Moguel y Toledo, 1999).
El auge de un cooperativismo cafetalero articulado a los mercados globales ecológicos y justos representa sólo un pequeño lapso (alrededor de 20 años) de los 140 años de producción en esta entidad. Diversos estudios dan cuenta que durante las tres primeras décadas de esta actividad (1880-1910), el cafeto se produjo únicamente en la porción sur del estado (Pozas, 1952; Bartra, 1995; Viqueira, 2011) y, aunque era cultivado por indígenas, se hacía bajo métodos intensivos donde el cafeto era la especie prioritaria en las extensas plantaciones, en la mayoría de los casos, propiedad de extranjeros. De manera general, la producción de café en Chiapas es una historia enmarcada por innumerables procesos políticos, agrarios, ecológicos y sociales.
En el presente texto se analizan los factores que en poco más de un siglo propiciaron y condujeron la caficultura en Chiapas. Esto es, se aborda a esta actividad como un proceso en el que se integran múltiples dimensiones. Conforme las plantaciones de café comenzaron a desplazarse a otras regiones y con base en los factores que lo propiciaron, se presenta una periodización del desarrollo de la caficultura. Este estudio se suma a los múltiples esfuerzos académicos que revelan la importancia del poder social en el surgimiento y multiplicación de proyectos dirigidos hacia la sustentabilidad.
Métodos
Para cumplir el objetivo planteado en nuestro trabajo, se consultaron diversas fuentes de información estadística como censos y conteos de población y otros relacionados con aspectos agrícolas y ejidales (INEGI, 1950, 1970, 1975, 1980, 1995, 2000, 2005, 2007, 2010), informes, planes y programas a escala estatal (Barrera et al., 2004; COMCAFÉ, 2007) y federal (CEDRSSA, 2018; Díaz Cárdenas y Robledo, 2005), y una vasta literatura que aborda temas ecológicos, culturales y económicos.
Se incluye también información acumulada por el primer autor desde el año 2009 hasta el 2019, derivada de visitas y/o talleres participativos en las regiones caficultoras Selva y Los Altos de Chiapas; así como de pláticas informales con caficultores sobre historia ejidal, desarrollo de la caficultura a nivel local y sobre las dificultades relacionadas con la producción y venta de café. También se integra información derivada de dos entrevistas efectuadas en 2011 a integrantes del comité de la COOPCAFÉ, y otra en 2012 a la mesa directiva de la entonces Federación Indígena Ecológica de Chiapas (FIECH).
Por las vías del desarrollo: comienzo de la producción de café en Chiapas (1880-1910)
Hacia finales del siglo XVIII, mientras la demanda mundial de cacao y café incrementaba, la tierra se volvió un recurso indispensable para satisfacer tales requerimientos. Si bien la mayor parte de las regiones de El Soconusco y Sierra tenían condiciones ambientales favorables para ambos cultivos, eran bastante accidentadas, cubiertas de selva, carentes de vías de comunicación y prácticamente despobladas, esto es, sin mano de obra disponible (Figura 1).
Fue hacia mediados del siglo XIX cuando se concreta la primera plantación de café. Gerónimo Manchinelli fue el primer aventurado en realizar, en 1846, una plantación con alrededor de 1500 cafetos. Seguramente este personaje aprovechó la disputa entre México y Guatemala por la definición de sus límites territoriales para adentrarse en un territorio del que potencialmente obtendría grandes beneficios. Para el Estado mexicano, esta región también era atractiva. Matías Romero, entonces ministro de Hacienda (1868), estableció una finca piloto, pero problemas derivados de la incertidumbre territorial entre ambos países sofocaron el proyecto de Romero (Bartra et al., 2011). En general, la tensión por ocupar estas tierras se prolongó hacia finales del siglo XIX.
La Ley de Colonización promulgada en 1883, decretó la enajenación y fraccionamiento del territorio nacional a favor de propietarios particulares; con ello grandes extensiones de tierra fueron vendidas a terratenientes a través de las compañías deslindadoras (De Vos, 1984).1 Esta ley no se limitaba a propiciar y fortalecer el desarrollo económico, ya que además de llamar la atención de inversionistas extranjeros, de manera indirecta, pretendía colonizar los límites con Guatemala. Si para el Estado mexicano uno de los obstáculos para conseguir el supuesto “desarrollo” era el “aislamiento” de los pueblos indígenas, así como su “baja” productividad agrícola; entonces esta era la oportunidad de “integrarlos”. Tal como sugiere Martínez-Torres (2006), esta ley fue la clave de la expansión de las fincas cafetaleras en El Soconusco y Sierra. No obstante, con la llegada de inversionistas extranjeros a tierras chiapanecas, el Estado mexicano cumpliría parcialmente su objetivo, ya que la mayoría de las poblaciones indígenas, por medio de un sistema de obligación colonial, se encontraba a disposición de las élites de Los Altos (Rus, 2005).
Conforme maduraban las primeras plantaciones y el número de éstas se multiplicaba, la fuerza laboral se volvió indispensable. En potencia, sólo se disponía de las poblaciones de los pueblos mam del sur de Chiapas y norte de Guatemala para el mantenimiento de los cafetales (Rus, 2005); aunque resultaba insuficiente, ya que la labor más dura al instalar un cafetal es durante los primeros cinco años; tan sólo durante el primero los esfuerzos se concentran en desmontar y acondicionar el terreno, sembrarlo y mantenerlo (Williams, 1994).
La ausencia de trabajadores fue superada cuando, a principios del siglo XX, los finqueros implementaron un sistema de endeudamiento, conocido ampliamente como enganchamiento (Pozas, 1952).2 Esta práctica, sumada a la fuerte presión del Estado sobre la élite conservadora durante gran parte del porfiriato propiciaron que para 1904, los indígenas de Los Altos fueran la principal mano de obra temporal en El Soconusco, apoyados por algunos campesinos de Guatemala, quienes se incorporaban al trabajo durante la temporada de cosecha (Helbig, 1976; Renard, 1993; Rus, 2005).
Estos procesos políticos y económicos durante las dos últimas décadas del siglo XIX y la primera del XX dejaron una profunda huella en el paisaje de estas regiones. De la Peña (1951) señala que entre los años 1880 a 1883, los cafetales proliferaron hasta el río Coatán; en diez años, hasta Huehuetán y para 1898, hasta Tepuzapa, con algunas prolongaciones rumbo a Huixtla. Durante los primeros diez años de expansión cafetalera (1880-1890), las fincas se mantuvieron restringidas en las inmediaciones de la frontera; es hasta 1893 que se definen los límites entre México y Guatemala y, por lo tanto, termina la incertidumbre por la validez de títulos de propiedad (Velasco, 1979).
Superadas estas dificultades, los inversionistas adquirieron grandes propiedades para destinarlas al cultivo de café, de tal suerte que sólo las condiciones ambientales determinaron los límites de su expansión. Asimismo, el puerto San Benito, hoy puerto Chiapas, de ser un sitio poco atendido, se volvió el centro de acopio y de distribución de café más importante de la región. Por su preponderante función y el escarpado paisaje, la proliferación de fincas convenientemente se restringió a sus inmediaciones (De la Peña, 1951).
Los cambios en El Soconusco y Sierra fueron alimentados durante la oleada de trabajadores tsotsiles y tseltales emigrantes de Los Altos de Chiapas recién iniciado el siglo XX. La mayor parte de los municipios que, hasta entonces, conformaban las únicas dos regiones caficultoras del estado presentaban una tasa de crecimiento poblacional superior al resto de la entidad, mientras que municipios predominantemente indígenas, particularmente Chamula y Tenejapa, presentaban tasas negativas.3 Esto evidencia tanto el gran flujo migratorio de Los Altos hacia el extremo sur del estado, como la importancia misma del café en la entidad (Viqueira, 2011).
El funcionamiento del ferrocarril panamericano en 1907 fue sumamente importante para la dispersión de fincas. Derivado de la disminución en los costos de transporte de café hacia el exterior de la entidad, las fincas se propagaron más allá de la franja ferroviaria: se expandieron hacia zonas de mayor altitud e, incluso, desde la vertiente de la Sierra Madre hacia el Grijalva (De la Peña, 1951; Bartra, 1995;).Waibel (1947) da cuenta de cómo el paisaje montañoso de la Sierra Madre, predominantemente selvático y despoblado, en poco tiempo, se transformó en una multitud de jardines de café sostenidos por emigrantes de otras regiones —Los Altos, principalmente—. Si entre los años 1905 a 1909, en todo México se produjeron unas 20 100 toneladas de café, para 1908, cerca del 50 % provenían de estas dos regiones: un total de 9 200 toneladas (De la Peña, 1951; Bartra et al., 2011).
Efecto del constante flujo migratorio de indígenas de Los Altos hacia el sur, la caficultura en Chiapas, como abordaremos en el siguiente apartado, comenzó a experimentar un modo de producción diferente, principalmente en Los Altos, y, consecuentemente, El Soconusco y Sierra comenzaron a perder su exclusividad como productores de café, aunque en términos de volumen producido ocupaba el primer sitio a nivel nacional. Si bien el sistema de producción de café en finca se extendió a otras regiones de Chiapas, especialmente en el norte de Los Altos, se mantuvieron ciertas diferencias, como señalaremos posteriormente.
En El Soconusco y Sierra, las condiciones laborales en estos sistemas productivos desencadenaron múltiples levantamientos indígenas (Moscoso, 1992); mismos que devinieron en organizaciones de trabajadores (Grollová, 2004). Para mermar la situación, el entonces gobernador, Flavio Guillén (1912-1913), elaboró una reforma laboral (Ley de Obreros y Liberación de Mozos) que consistía en cancelar las deudas mayores a un año; el día de trabajo debía consistir en diez horas como máximo y los patrones debían de asignar un seguro durante la temporada de trabajo (Grollová, 2004). Esta ley, sin embargo, sólo reguló las condiciones laborales en estas regiones, ya que Los Altos permanecía bajo la influencia conservadora (Rus, 2005). Como daremos cuenta posteriormente, esto influyó en que el flujo migratorio de indígenas hacia el sur no terminara.
En suma, entre 1880 y la primera década del siglo XX, la proliferación de fincas cafetaleras en las regiones de El Soconusco y Sierra puede considerarse como la primera fase del desarrollo de la caficultura en Chiapas. Con un interés primordialmente económico, el Estado mexicano se encaminó a promover inversión extranjera; de ahí la prácticamente nula participación de propietarios nacionales. Si bien la producción se realizaba en extensas plantaciones bajo el sistema de finca y se concentraba en estas regiones del sur del estado, el trabajo era realizado, principalmente, por indígenas de Los Altos reclutados con el sistema de enganchamiento. Claro es que estos trabajadores no eran requeridos por su amplio conocimiento de los procesos ecológicos ni por su relación con la diversidad biológica, sino como mera fuerza de trabajo que no requería condiciones laborales humanamente dignas. Lo anterior sugiere que para el Estado mexicano los pueblos indígenas, así como las selvas y los bosques representaban un obstáculo para “el desarrollo”.
Entre fincas y sistemas agroforestales: La caficultura en Los Altos de Chiapas (1911-1950)
De vuelta a su región, los trabajadores tsotsiles y tseltales no mostraron interés por adoptar al cafeto con fines comerciales, en buena medida por la falta de mercado y por el tiempo y esfuerzo requerido para la preparación de los cafetales (Martínez-Torres, 2006). Es probable que la intención de estos pobladores no era replicar el modelo de producción experimentado en las fincas de las ya mencionadas regiones del sur de Chiapas. Como es común entre las poblaciones indígenas que promueven la biodiversidad en sus territorios (Boege, 2008), algunas semillas fueron tomadas para incorporarlas en sus huertos y/o parcelas, entre múltiples especies.4 Al respecto, un productor de Majoval, municipio San Andrés Larráinzar, afirmó que la mayoría de los ancianos había llevado —a escondidas— semillas de la finca Liquidámbar (en Tapachula) a su región. El café se adaptó sin dificultad a las montañas de la región y fue compatible con los modos de vida campesina, pronto se generaron ingresos como nunca antes (Pérez-Grovas et al., 2002). Esto debió influir en que disminuyera la emigración de los pueblos tsotsiles y tseltales hacia el sur.
La incorporación de café en esta región permite distinguir ciertas diferencias de su contraparte, en la porción sur. Si en El Soconusco y Sierra el cafeto se cultivaba en vastas extensiones de tierra, principalmente de propietarios extranjeros (estadounidenses, alemanes e italianos), y por su importancia económica esta especie ocupaba el lugar privilegiado en las fincas; en Los Altos, el cafeto fue introducido y manejado por los mismos tsotsiles y tseltales bajo los ampliamente descritos sistemas tradicionales bajo sombra o policultivos tradicionales (Escamilla y Díaz Cárdenas, 2002; Toledo y Moguel, 2012).
Algunas de las virtudes de estos sistemas agroforestales son, por una parte, la similitud funcional que guardan con los ecosistemas naturales y, por la otra, que en ellos coexiste un vasto número de especies útiles de vegetales, animales y hongos (Bandeira et al., 2002; Escamilla y Díaz Cárdenas, 2002), muchas de ellas nativas, endémicas y/o de carácter cultural (Alcorn, 1990). La diversidad de especies asociada a estos sistemas agroforestales es significativa en cuanto a su importancia como reservorios de biodiversidad (Perfecto et al., 1996; Moguel y Toledo, 1999; Faminow y Ariza Rodríguez, 2001; Soto-Pinto et al., 2001; Perfecto y Vandermeer, 2002; García Estrada et al., 2006; Mcneel y Schroth, 2006; Bhagwat et al., 2008; Soto-Pinto, 2013). De hecho, a teoría ecológica y la evidencia empírica sugieren que los sistemas de café sombreados ofrecen beneficios en términos de una mayor biodiversidad. En suma, estos sistemas son una reveladora expresión de la diversidad biocultural de tradición mesoamericana (Toledo y Barrera-Bassols, 2008; Moreno-Calles et al., 2013, 2016).
Este panorama, sin embargo, no fue homogéneo en toda la región. En Simojovel, por ejemplo, al ser un municipio controlado por ladinos de San Cristóbal de Las Casas y Comitán, la lógica de producción dominante fue la del sistema de finca (García de León, 1985; Toledo-Tello, 2002), aunque con ciertos matices con respecto a El Soconusco. En Simojovel, la mayoría de los propietarios era de origen ladino y la expansión finquera dependía del desalojo de tierras, donde los mismos despojados, a falta de opciones para subsistir, se sumaban a las labores de las plantaciones,5 por lo que en esta zona fue el despojo y no el “enganchamiento” el mecanismo para reclutar trabajadores (Pérez Castro, 2004). Esta práctica inicua operó hasta entrado el gobierno de Lázaro Cárdenas, cuando a través del reparto agrario se conformaron, al menos en la cuenca del río Tulijá, la mayor parte de los ejidos existentes hasta ahora (Alejos, 2004). Casi en su totalidad, destinados a la producción de café.
A pesar del impulso brindado al ejido durante el régimen cardenista, la reforma agraria se detuvo durante los tres sexenios posteriores (Reyes, 1992). Fue hacia finales de la década de los años cincuenta y principios de los sesenta, después de casi una veintena de años de protestas y disputas por la tierra, que se atendieron las demandas campesinas. Así, en Simojovel y Huitiupán se formaron algunos ejidos (Pérez Castro, 2004). Como la principal actividad ejercida sobre las tierras recuperadas era la producción de café, los campesinos se vieron favorecidos para dar continuidad a esta actividad. Después de todo, la experiencia adquirida en las fincas, los dotaba de ciertas nociones sobre el manejo y comercialización del café (Sánchez Juárez, 2009; 2015). Ejemplo de ello fue la finca de los Morrison; hoy, Esperanza Morizon. En este paraje, la mayor parte de sus habitantes dan continuidad al cultivo de café, el cual, como aseguran varios productores, inició tres generaciones atrás.
Es importante subrayar que mientras en esta porción de la región de Los Altos, la población indígena comenzó a tener el control de una superficie de tierra dedicada casi exclusivamente a la producción de café; en la porción sur de esta misma región, el cafeto, como especie adoptada en los sistemas agroforestales tradicionales, fue adquiriendo importancia de manera gradual. Esto es, en la subregión norte, las poblaciones indígenas no sólo recuperaron sus tierras sino que acogieron cafetales; mientras en la subregión sur, fue a través de los sistemas de policultivos tradicionales que se adoptó al cafeto.
Aquellos campesinos e indígenas del norte de Los Altos que aún no contaban con tierras propias, se vieron en la necesidad de seguir trabajando para la élite ladina, pero las condiciones laborales en esta región eran más desfavorables que en el sur, las cuales ya habían sido reguladas durante la década de los años veinte, al menos en cuanto a salario y a jornada laboral. A pesar de la distancia, había quienes preferían emigrar hacia el sur. Como afirma un productor de San Cayetano, municipio de San Juan el Bosque: su padre prefería viajar hasta El Soconusco, porque ahí le pagaban a razón de nueve pesos el día, mientras que en su región recibía menos de cinco pesos.
Avanzada la década de los años sesenta, una redistribución de tierra redujo la labor forzada en la subregión norte, pero generó un cambio abrupto en el paisaje de esta región (Pérez Castro, 2004). Si hoy la actividad ganadera es una constante en esta porción del estado, en buena medida es un efecto derivado del reparto agrario; muchas de aquellas fincas que se quedaron sin trabajadores cambiaron de giro a la ganadería. En contraparte, las tierras recién obtenidas, a cargo de población indígena, adoptaron al cafetal como medio de subsistencia (Pérez Castro, 1989).
En síntesis, a partir del flujo migratorio de indígenas tsotsiles y tseltales durante la primera década del siglo XX, la producción de café, hasta entonces exclusiva de las regiones El Soconusco y Sierra, se diversificó, tanto en términos territoriales, como sociales y de manejo. En la subregión sur de Los Altos, se tiene que: a) el café se produce por vez primera en volúmenes considerables por poblaciones indígenas en su propio territorio; b) el cafeto se integró a los sistemas agroforestales tradicionales, donde se produjo por la vía de la producción diversificada.
En contraste, en la subregión norte: a) la producción de café comenzó bajo el sistema de finca, donde los ladinos de San Cristóbal y Comitán eran los principales propietarios; b) el mecanismo de captación de trabajadores fue el despojo; c) con el reparto agrario algunas fincas fueron fragmentadas y las poblaciones indígenas —ch’ol y tsotsil, principalmente— fueron dotadas con parcelas que ya producían café; y d) la falta de trabajadores, entre otros factores, orilló a los finqueros ladinos a destinar sus tierras a la ganadería.
Con el café producido por poblaciones indígenas, bajo sus propias lógicas de manejo y en sus propios territorios se evidencia una resistencia biocultural y, al mismo tiempo, se desvela el inicio de un largo proceso de evolución social y ambiental; lo que, en conjunto, permite distinguir una segunda fase en el desarrollo de la caficultura en Chiapas, que va de la primera década del siglo XX hasta la década de 1940 (Figura 2).
En marcha hacia la selva (1951-1970)
Durante la década de los años sesenta, con la dotación de terrenos nacionales, la caficultura rompe las fronteras hasta entonces establecidas —en El Soconusco, Sierra y Los Altos de Chiapas— y, como daremos cuenta en esta sección, se extiende a otras regiones como La Selva Lacandona y Las Margaritas. Desde la década de los años treinta, cuarenta y cincuenta, estas regiones selváticas ya experimentaban tanto la conformación de ejidos, como los estragos del establecimiento de fincas. Asimismo, la producción de maíz y frijol era la principal actividad campesina, mientras que la producción de pastos para el mantenimiento de ganado era casi exclusivo del sector privado (Leyva Solano y Ascencio Franco, 1996).
No es casualidad que, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, cuando el precio internacional del café incrementara un 300 %,6 la política agraria nacional se encaminara a ampliar las fronteras agrícolas e incrementar la productividad (Reyes, 1992). Aunque la intensión de extender las regiones caficultoras estaba presente, aún no existía una clara estrategia para conseguirlo. En este sentido, la Selva Lacandona fue el sustrato donde el Estado mexicano sembró parte de sus sueños (De Vos, 2002). Reyes (1992) señala que la nueva política agraria se incorpora en Chiapas de manera especial, pues con la creciente demanda por tierra, el gobierno estatal encontró en los terrenos nacionales una ruta para mitigar el descontento campesino.7
Leyva Solano y Ascencio Franco (1996) señalan que la producción de café en Las Margaritas y en Ocosingo pasaron de 104 y 854 hectáreas cultivadas con café en 1950, a 2 791 y 1 752 hectáreas, respectivamente, para 1970. A simple vista, estos datos revelan un importante incremento en el volumen producido de café, pero al ser comparados con otros cultivos como pastos para ganadería (1 606 ha en Las Margaritas y 33 293 ha en Ocosingo), y maíz y frijol (13 578 y 11 243 ha, respectivamente), el café, para 1970, apenas adquiría relevancia. Es hasta los primeros años de la década de 1970, con la llegada a la selva del Instituto Mexicano del Café (INMECAFÉ) y el Banco de Crédito Rural del Istmo, S.A. (BANCRISA), que el café se propagó y la economía en la región se activó (Hernández, 2004).
En resumen, entre la década de los años 50 y primeros años de los 70, en la selva se experimentó una suerte de colonización cafetalera. Este lento proceso expansivo revela una tercera fase en el desarrollo de la caficultura en Chiapas. Durante este tiempo, las poblaciones instaladas en las regiones Selva y Las Margaritas comenzaron con una producción poco relevante en comparación con los alimentos de subsistencia. La minúscula producción de café está relacionada con el comienzo de una política agraria encaminada a expandir la caficultura que, como daremos cuenta en el siguiente apartado, se intensificó en los años setenta. Probablemente, en varias localidades de estas regiones selváticas, el tipo de manejo sobre sus cafetales se haya desarrollado bajo la influencia del Estado mexicano, esto es, bajo la lógica de la revolución verde.8
Hacia la organización campesina (1971-1990)
La Comisión Nacional del Café, creada el 17 de octubre de 1949, fue un órgano del sector público dependiente de la Secretaría de Agricultura y Ganadería destinado a mejorar las plantaciones, incrementar los rendimientos y aplicar tecnologías más desarrolladas tanto al cultivo como al beneficio del grano (Cordera, 1957). En 1957, México, junto con otros 73 países pertenecientes a la Organización Internacional del Café (OIC),9 firmó el Convenio Internacional y, de este modo, adquirió el compromiso de sumarse al esfuerzo para estabilizar el precio del grano en el mercado mundial. Ambas partes, productores y consumidores, pactaron medidas estabilizadoras que aseguraran el reparto del mercado y fijaron un rango de precios acorde al establecido en las principales bolsas del mundo (Betancourt y López Arévalo, 1993).10 Como el resto de los países productores, México asumía el compromiso de promover el consumo interno e incrementar la productividad. Para ello, comenzó una relación con los productores y reorganizó ciertas instituciones públicas para distribuir funciones relacionadas con el café, tales como producción, exportación, asuntos fiscales y del beneficiado del grano (Nolasco, 1985).
A un año de haber firmado el Convenio Internacional, la Comisión Nacional del Café, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y Beneficios Mexicanos del Café (BEMEX) conformaron el Instituto Mexicano del Café (INMECAFÉ). De los cerca de 30 años de operación de este Instituto, entre 1973 y 1977, su mejor periodo, consiguió la participación del 76 % de los productores a nivel nacional. El mecanismo utilizado fue la organización de los caficultores en Unidades Económicas de Producción y Comercialización (UEPC) (Nolasco, 1985; Salazar, 1988). En Chiapas, bajo este mecanismo, operó poco más del 80 % de los caficultores. Aunque el porcentaje de participación fue bastante alto, sólo representaba el 35 % de la superficie cafetalera nacional (Nolasco, 1985). Esto sugiere que más del 60 % de la superficie restante estaba bajo control del sector privado.
A partir de 1978, la participación del INMECAFÉ se redujo considerablemente y no pudo concentrar más allá que cerca del 30 % de la cosecha nacional, mientras el 70 % restante estaba en manos del sector privado (Salazar, 1988). Con el sector privado en el poder y las redes de productores establecidas, la organización campesina comenzó a abrirse paso. Pero este proceso organizativo no es efecto directo de la intervención del Estado en el sector cafetalero. Se debe subrayar la influencia de la diócesis de San Cristóbal de Las Casas, sobre todo desde finales de la década de los años sesenta (De Vos, 2002) y fortalecida en la década siguiente con la celebración del Congreso Indígena, donde también participaron académicos y otros voluntarios más. Como apuntan Folch y Planas (2019), desde sus preparativos, en 1972, en el Congreso Indígena se promovió la organización campesina, de tal suerte que algunos de los participantes, posteriormente, fueron coordinadores de las cooperativas de café.
A partir de 1975 el precio internacional del café fue bastante precario: entre 1976 y 1977 se registraron los precios más altos, derivados de problemáticas sociales y ambientales en algunos países productores; y entre 1980 y 1981, los precios más bajos (Portillo, 1993). Esta situación de inestabilidad en los precios repercutió en que el Convenio Internacional se suspendiera y renovara durante la década de los ochenta. Si este panorama era ya desalentador, los factores ambientales ofrecieron nuevos retos a los caficultores: una serie de heladas perjudicaron gran parte de la producción de Chiapas en 1990. Durante esta década, muchos productores emigraron a otras partes del país como peones o comerciantes y aquellos que se rehusaron a abandonar sus tierras establecieron milpas o potreros, lo que desencadenó un importante proceso de deterioro ambiental en todo el país (Anta, 2006). Estos desafíos, en términos numéricos, se reflejan en lo siguiente. Si para 1982, en Chiapas se sumaron 31 819 ha a las 131 999 ha destinadas al cultivo del café en 1970 (163 268 ha en total; Figura 3); para 1997, se registró un total de 155 729 ha. Esto es, un descenso de 7 539 ha con respecto a 1982 (INEGI, 1975).
En suma, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, los productores habían acumulado un proceso organizativo en el que intervinieron diferentes sectores como la diócesis, académicos voluntarios, organizaciones no gubernamentales y el Estado mismo. Todos estos esfuerzos sumados a la experiencia de vida comunitaria de los productores coadyuvaron a la conformación de sociedades cooperativas; uniones; bloques y alianzas (Aubry, 2004). Este importante proceso organizativo es todo un hito en la historia de la producción de café, así como en la historia misma de Chiapas. Los efectos ambientales de esta política agraria, desde muy temprano, comenzaron a ser visibles en el paisaje, en gran medida, por la transformación del ecosistema natural a monocultivos de café; en especial, sobre aquellas zonas donde se produjo café bajo sol (Nestel, 1995). Se debe decir, además, que la aparición de la roya del café hacia 1980 es un efecto asociado con este tipo de manejo (Perfecto et al., 2019).
Por el rumbo hacia la sustentabilidad. La consolidación de empresas sociales rurales (1991-2010)
Llegados los años ochenta, con el desvanecimiento del INMECAFÉ y como hemos mencionado, con más de una década de intercambio de experiencias, saberes, de diálogo entre comunidades y distintos sectores sobre temas relacionados con la tierra, educación, comercio y salud, los caficultores comenzaron una nueva etapa: la organización social bajo la figura de cooperativas. La Unión de Uniones Ejidales y Grupos Campesinos Solidarios de Chiapas fue la organización regional que contó con más participantes (Sánchez Juárez, 2015). A nivel nacional, la organización campesina giraba en torno a la búsqueda de alternativas que beneficiaran a este sector y, tras una reunión nacional celebrada en 1989 entre distintos órganos,11 surge la Coordinadora Nacional de Organizaciones Cafetaleras (CNOC), vinculada al Consejo Nacional de Organizaciones Campesinas (CONOC) (Celis Callejas, 2009).
La CNOC, como coordinadora de organizaciones regionales, exigió al gobierno estrategias de financiamiento, infraestructura para el beneficio del café y la creación de un fondo de apoyo (Celis Callejas, 2009). A pesar de que, en 1990, se constituye el Programa Nacional de Solidaridad (PRONASOL) como respuesta a la presión campesina, lejos de ofrecer una clara estrategia política sobre la producción de café, se limitó a otorgar subsidios (Pérez Grovas et al., 2002). La mayoría de los caficultores tomaron esos apoyos, aún insuficientes para mantener la producción y continuaron subsistiendo con la venta de su producto a los intermediarios.
Organizaciones como la Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo (UCIRI), en Oaxaca, e Indígenas de la Sierra Madre de Motozintla San Isidro Labrador (ISMAM), en Chiapas, diversificaron su mercado a café orgánico, alternativo y equitativo, así como al de los gourmets (Renard, 1999). Con la apertura de nuevos nichos en el mercado, así como el éxito en este ámbito en ambas organizaciones, el cooperativismo se redirigió hacia el modelo de producción orgánica (Folch y Planas, 2019). En este sentido, hacia finales del siglo XX, México se colocó en la primera posición como productor de café orgánico certificado en el mundo (Barrera et al., 2004), con Chiapas como su principal fuente de abasto.
La relativa facilidad con que el modelo de producción orgánica fue adoptado no sólo responde a la disminución de costos derivados a la no dependencia de insumos externos, sino a que se trata de formas de producción más “familiares” o más compatibles con la lógica de producción indígena, asociado a lo que Toledo y Barrera-Bassols (2008) denominan memoria biocultural. Como daremos cuenta a continuación, las dos principales organizaciones de carácter regional son un claro referente de ello.
La Coordinadora de Pequeños Productores de Café de Chiapas, COOPCAFÉ12
La COOPCAFÉ es la coordinadora integrada a la CNOC que cubre al estado de Chiapas. Es una red de organizaciones campesinas e indígenas productoras de café que se relacionan de manera justa y solidaria, que buscan mejorar la calidad de vida de las familias productoras. El trabajo de la coordinadora inicia en 1989, pero es hasta 1994 que se constituye legalmente como asociación civil. En 2002, la coordinadora se conformaba por 22 cooperativas y, para el 2010, ya contaba con 32 organizaciones que en total comprendían el trabajo colectivo de 15 mil socios, quienes destinaban 25 581 hectáreas para la producción de café. Desde 1997 impulsó la producción y certificación de café orgánico, y para el 2002 crea una comercializadora a nivel estatal con la finalidad de mejorar los precios del café.
La Federación Indígena Ecológica de Chiapas, FIECH, S.S.S.13
Con la misma finalidad que otros productores, pero a una escala mayor, tres cooperativas (CIRSA, Lagos de Colores y UCOAAC) deciden agruparse como Federación, la Federación Indígena Ecológica de Chiapas (FIECH). Antes de 1993, el trabajo que desarrollaba cada organización se vio limitado por la caída de los precios y por la desaparición del INMECAFÉ. Fue fundamental el apoyo de otros colectivos con mayor conocimiento y experiencia en la dinámica del mercado, como ISMAM y UCIRI, para iniciar el trabajo federado. Así, en 1996 se constituyó oficialmente la FIECH, S. S. S. y, para el 2012, llegó a integrar 17 cooperativas productoras de café orgánico, con un total de 3 272 socios.
El trabajo no se limitaba a la producción de café, por el contrario, era tan diverso que se dividía en dos áreas principales: una social y otra empresarial. La primera se enfocaba en el bienestar social de los socios y sus familias: educación y salud eran la base de esta área y se complementaba con proyectos colectivos como tiendas comunitarias, hortalizas y granjas avícolas, atención de emergencias y desastres. La segunda área consistía en atender las necesidades derivadas de la exportación de café hacia el mercado internacional, del proceso de torrefacción, del transporte del producto y, por otro lado, de atender sus cafeterías donde se distribuía su propia marca: Café Biomaya.
A pesar del nivel de organización y de los resultados obtenidos, la dificultad de conseguir financiamiento estropeaba las metas del proyecto, pues ante los desafíos de subsistencia, el productor acudía al intermediario. De la misma manera, sus productos y cafeterías requerían de difusión.
La coparticipación de diversos sectores sobre la situación de los pueblos indígenas en la segunda mitad del siglo XX, además de estimular la organización social, generó las condiciones para el intercambio entre diferentes conocimientos y prácticas. Por el rumbo que tomó la caficultura en la entidad hacia finales del siglo XX y primeros años del XXI, es posible pensar en este proceso como el periodo de gestación de una agroecología política (Toledo y Barrera-Bassols, 2017). Vemos así que, para el año 2005, Chiapas es uno de los estados donde los policultivos tradicionales son el sistema de producción de café más abundante y también uno de los estados donde la mayoría de productores aplican diferentes métodos ecológicos (Díaz-Cárdenas y Robledo, 2005).14
Bajo este esquema, la superficie cafetalera se incrementó gradualmente en la primera década del siglo XXI. Así, para el 2007, aumentó cerca del 66 % con respecto a 1970; esto es, alcanzó unas 233 500 hectáreas (INEGI, 2007), distribuidas en 68 de los 124 municipios del estado (Figura 4). Para el 2010, incrementó cerca del 4 %, ocupó cerca de las 242 000 ha, donde participaban 183 761 productores (PNC, 2010).
En cuanto a la producción de café orgánico, en el ciclo 2007-2012 se estimaba una superficie de 45 763 hectáreas en las que intervenían 25 mil productores organizados en 123 organizaciones (COMCAFÉ, 2007). De esta manera, el café orgánico representaba casi una quinta parte de la producción estatal y las organizaciones que lo producían cerca de un tercio de las 400 registradas para 2010 (COMCAFÉ, 2007). Es de esperarse, sin embargo, que la cantidad de organizaciones superara esta cifra, pues, como pudimos constatar, no todas operan con el acompañamiento de este órgano gubernamental, como las cooperativas autónomas ligadas al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y otras organizaciones de reciente creación.
De manera general, la creación de empresas sociales, enmarcadas como cooperativas, surgió como medida para contrarrestar el dominio de los productores privados, así como para hacer frente a la crisis mundial del café. Tomaron el rumbo hacia la sustentabilidad a medida que combinaron la producción para el mercado con la de subsistencia, la diversificación productiva, la no dependencia de insumos externos y la pequeña escala; aspectos que Toledo y Ortiz (2014) han descrito como campos de acción de la sustentabilidad.
No es casualidad que una entidad históricamente marcada por múltiples movimientos en defensa de sus costumbres, de sus recursos, de sus mismos modos de existencia, en la actualidad sea considerada como uno de los territorios nacionales donde se concentra el mayor número de proyectos con rumbo hacia la sustentabilidad, sólo después de Oaxaca y la península de Yucatán (Toledo y Ortiz, 2014). La proliferación de cooperativas o empresas sociales dedicadas a la producción de café encaminado hacia la sustentabilidad marca una quinta fase en el desarrollo de la caficultura en Chiapas.
Como hemos dado cuenta párrafos atrás, en cerca del 80 % de la superficie cafetalera se produce café convencional. Esta actividad, en muchas localidades, es la fuente de ingresos más importante; para muchas otras, inclusive, la única. Algunas organizaciones bastante experimentadas han optado por esta vía, ya que esto les otorga mayor libertad en cuanto a estándares de producción, por la falta de un mercado bien regulado y, sobre todo, para evitar a los intermediarios.
Aunque la vinculación directa con las empresas exportadoras ofrece mejores precios por kilogramo de café, alrededor de 5 pesos con respecto al precio fijado por los intermediarios, al final de cuentas, esta relación repercute negativamente en la economía de los productores, ya que las empresas exigen la aplicación de paquetes tecnológicos que ellas mismas ofertan. De este modo, el endeudamiento adquirido por las cooperativas crea una gran dependencia hacia las empresas exportadoras (Pérez-Pérez y Villafuerte-Solís 2018).
La caficultura en Chiapas como un proceso de evolución socioambiental (1880-2010)
La producción de café en Chiapas es resultado de una compleja red de factores de carácter geográfico, agrario, social, ambiental y político. Vista de manera general, representa un proceso de evolución social y ambiental documentado por la transformación de las grandes fincas, de propietarios extranjeros y luego nacionales, en más de un centenar de cooperativas con participantes indígenas que producen café a escala familiar, las cuales se articulan y organizan a diferentes niveles. Ello significa cambiar la manera de concebir la producción cafetalera: si al inicio el objetivo central era la especialización, la rentabilidad económica, la dependencia tecnológica y la exportación del producto, esta otra racionalidad combina la producción para el mercado con la producción de subsistencia, así como la diversificación productiva, la no dependencia de insumos externos y la pequeña escala.
Al mismo tiempo, este proceso esencialmente agrario, económico, social y cultural, se ve reflejado por la multiplicación y consolidación de sistemas agroforestales de producción de café bajo sombra, considerados como formas de producción ecológicamente apropiadas (Escamilla y Díaz Cárdenas, 2002; Toledo y Moguel, 2012). De las cinco maneras de producir café, los llamados “policultivos tradicionales” —el más abundante en Chiapas (Díaz Cárdenas y Robledo Martínez, 2005)— conforman los sistemas con mayores ventajas en términos de servicios ambientales; constituyen, además, formas donde el productor no solamente obtiene el aromático sino todo un abanico de productos para su subsistencia y venta a escala local y regional.
Es cierto que la producción de café orgánico y agroecológico en Chiapas está vinculada con la larga tradición de vida comunitaria y al manejo colectivo de la tierra y de los recursos naturales (Folch y Planas, 2019); no obstante que ambos modos han sido mecanismos importantes para mejorar la rentabilidad de esta actividad, no son garantía para superar los desafíos de subsistencia de los caficultores (Méndez et al., 2010) y, menos aún, ante los estragos del cambio climático (Herrera et al., 2018). El incremento en la temperatura planetaria y la irregularidad de las precipitaciones, entre otros factores, han repercutido negativamente en la producción de café bajo sombra y, por tanto, en la rentabilidad misma de la producción (Schroth et al., 2009; Rodríguez et al., 2019), orillando a los caficultores a cambiar el uso del suelo de sus parcelas o bien a buscar otros modos de subsistencia en el norte de México o de América, lo cual supone el abandono de los cafetales (Hernández Navarro, 2004; Rodríguez et al., 2019).
Este panorama, poco alentador, que esboza una sexta fase en la caficultura chiapaneca, está relacionado con la presencia de la enfermedad de la roya del café, causada por el hongo Hemileia vastatrix, que ha devastado las principales regiones caficultoras del mundo (Perfecto et al., 2010). Diversos estudios revelan que la proliferación de esta enfermedad es efecto de la simplificación del paisaje, promovida por la deforestación, incluidos árboles de sombra en los cafetales (Vandermeer et al., 2015; Perfecto et al., 2019).
La evolución social y ambiental de la caficultura en Chiapas durante las cinco fases presentadas en este artículo da cuenta de una clara resistencia biocultural, no obstante, el panorama actual de la caficultura, que incluye la pérdida de los sistemas agroforestales, además de incrementar los efectos del cambio climático, degrada la diversidad biocultural. ¿Qué rumbo tomará la caficultura en una sexta fase?
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Notas
Información adicional
Minerva Arce Ibarra: Editora asociada