Reseñas bibliográficas
Representaciones culturales: imágenes e imaginación de lo yucateco
Ayora Díaz Steffan Igor, Vargas Cetina Gabriela. Representaciones culturales: imágenes e imaginación de lo yucateco. 2010. Mérida. Universidad Autónoma de Yucatán (uady). 209pp.. 978-607-7573-46-3 |
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El problema de las representaciones culturales es tan central en la vida humana que, en una ocasión, el filósofo de la ciencia Ian Hacking caracterizó a nuestra especie como un homo depictor: “los seres humanos son representadores” (Hacking en Goody, 1999: 24). Y digo “problema” porque el tema ciertamente no ha dejado de ser controvertido desde que Émile Durkheim fundara toda una línea de estudio de las “representaciones colectivas” en el ámbito de la antropología y la sociología. En efecto, hoy resulta problemático seguir suscribiendo una “sociología de lo social” (Latour, 2008) de filiación durkheimiana y, de hecho, en las últimas décadas han cobrado fuerza enfoques “naturalistas” y “cognitivistas” para el estudio de las representaciones, como los defendidos por Dan Sperber (2005) y Jack Goody (1999), amén de los enfoques herederos de Lévi-Strauss sobre la ecología simbólica (Descola, 2001) y el perspectivismo (Viveiros de Castro, 1998), que tiene como uno de sus notables resultados la reciente y fascinante exposición “La fabrique des images” en el Musée du quai Branly (Blanc, 2010) en el que se exhiben diversos “modos de representación” (naturalista, animista, totémico, analógico) en distintos ámbitos culturales.
Sin embargo, y a pesar de obras críticas como la de Edward Said (2004) y Johannes Fabian (1983), no siempre se da cuenta de la heterogeneidad de las representaciones, su carácter controvertido, las relaciones de poder que implican, reproducen, producen y gestan, sus conflictivas relaciones con los procesos de construcción de identidades, entre otros problemas. En este sentido, el libro Representaciones culturales: imágenes e imaginación de lo yucateco, editado por los antropólogos Igor Ayora Diaz y Gabriela Vargas Cetina, resulta por lo demás sugerente. Aún más, el libro viene a cubrir cierto vacío en los estudios sobre la región: el del análisis del regionalismo yucateco. Si bien contamos con estudios históricos sobre el regionalismo en Yucatán como un fenómeno político articulado a tendencias separatistas y autonomistas,1 conocemos menos cómo se ha construido en términos culturales la idea de lo yucateco.
En la “Introducción. Antropología y las imágenes e imaginación de lo yucateco”, Ayora y Vargas plantean el problema del regionalismo y las identidades regionales en la era post-nacional, es decir, en la era de las fisuras del Estado-nación y su ideología nacionalista, así como la consecuente emergencia y visibilidad de las identidades regionales. Dan cuenta de cómo intervienen relaciones de poder, sobre todo procesos homo-hegemónicos que invisibilizan la heterogeneidad. A decir de los autores: “a pesar de que las regiones (o las naciones) se plantean como homogéneas e integradas, siempre debemos reconocer los mecanismos y las estructuras desiguales de poder que encubren la diversidad de formas de expresión y práctica sociocultural cuyas tensiones fracturan (o amenazan con fracturar) la integridad del todo regional” (Ayora y Vargas, 2010: 13-14). En este marco se exploran diversas representaciones sobre lo “yucateco”, representaciones que no remiten a una esencia, sino a imágenes de carácter histórico, contingente, enmarcadas en relaciones de poder, ya que se examinan principalmente las imágenes de las élites regionales, las cuales excluyen otras de distintos sectores poblacionales de la región.
En la introducción Ayora y Vargas también dirigen nuestra atención hacia un problema importante en la historia contemporánea de la antropología sociocultural: la crisis de la representación. Pero no se lamentan de ella, sino que buscan alternativas para la práctica disciplinaria. Una de ellas es el examen crítico de conceptos de uso común en la disciplina (como “cultura”, “sociedad”, “comunidad”, “tradición” y muchos más), así como la creación de nuevos conceptos, vocación que Gilles Deleuze y Félix Guattari (2005) consideraban definitoria de la filosofía. Otra es la exploración de nuevas formas de practicar la antropología. Al respecto, este libro me parece un aporte en términos metodológicos, ya que, además de basarse en procedimientos “clásicos” de la disciplina (como distintos tipos de observación y entrevistas), recurren, sobre todo, al análisis de diversos medios discursivos: textos, medios masivos de comunicación y performances. Medios no siempre atendidos por la antropología (y a veces plenamente desdeñados), pero que son privilegiados para analizar los procesos de producción y reproducción de imágenes sobre lo “yucateco”.
Por último, los autores se remiten a autores como Rorty y a Lyotard para distinguir entre diversos tipos de representaciones o de relatos: autorizados y desautorizados, grandes y pequeños, en todo caso, siempre controvertidos, en pugna. Uno puede preguntarse si la antropología produce grandes o pequeños relatos, pero como bien apuntan los autores, estos entran en competencia con las representaciones de los propios sujetos cuyas sociedades son analizadas. De modo que los capítulos de este libro son a su vez, parafraseando a Clifford Geertz (1988), representaciones sobre representaciones ¿Hay algún relato más “verdadero” o “fiel” que otro? ¿sólo nos queda sucumbir el relativismo cognoscitivo? Me parece que ante esos dilemas, sólo queda el ejercicio de la crítica, tanto de nuestras representaciones como las de los otros, a la cual contribuyen los diversos capítulos del libro. Veamos.
En el capítulo 1, “La isla que no se parece a otra: la narrativa yucateca entre el deseo y la imaginación”, Margaret Shrimpton analiza una de las imágenes predominantes sobre Yucatán producidas por escritores de origen yucateco pero que no vivieron en la región: la de Yucatán como “isla” y como un “mundo aparte”. Estas imágenes no dejan de ser ambiguas, tanto en lo geográfico como en lo político, ya que, como muestra Shrimpton, en el discurso narrativo la imagen de “Yucatán-como- isla” puede significar: “separación, diferencia, lo propio, la marginación, el orgullo regional; y puede también significar a la isla que pertenece al todo, es decir, que forma parte del espacio/territorio nacional” (Shrimpton, 2010: 34). Destaca como un tema interesante la discusión en torno al poder, tomando como referentes el control de las imágenes. Así, la imagen de Yucatán como una isla funciona como un recurso a controlar y a partir del cual se puede ejercer el poder: interesa saber cómo la imagen de Yucatán como isla "será utilizada por distintos grupos en la negociación o posicionamiento de sus intereses, tanto individuales como de grupo" (Shrimpton, 2010: 35). Asimismo, Shrimpton explora cómo intervienen la nostalgia, el deseo y el poder en la construcción de Yucatán como lugar aparte, como un lugar armónico y, a partir de este análisis, concluye que “pertenecer, en algún grado a Yucatán empodera a estos autores y les permite jugar con la ambigüedad de su origen deseado” (Shrimpton, 2010: 47) ¿Por qué a estos escritores la imagen de Yucatán como lugar aparte les funciona como recurso que al controlarlo pueden ejercer poder? Acaso estas apreciaciones puedan complementarse con el análisis bourdieusiano del campo literario, atendiendo a las negociaciones, posicionamiento de intereses y a los juegos de fuerzas, así como a los usos de las imágenes sobre Yucatán como un signo de reconocimiento y de distinción (ver Bourdieu, 2002).
En el capítulo 2, titulado “Libros de cocina: la representación de lo yucateco en la imaginación culinaria”, Steffan Igor Ayora Díaz presenta varios problemas cruciales para el análisis de la construcción de “lo yucateco”. Primero, analiza cómo “lo yucateco” se define como una esencia, como algo naturalizado, que se inscribe en la cocina, en las prácticas culinarias y en los platillos. Pero en los textos sobre cocina no sólo encontramos una naturalización de lo yucateco. Al considerar dichos textos como un género “menor” (de acuerdo con Deleuze y Guattari [en Ayora, 2010]), Ayora muestra cómo lo yucateco se construye también a contrapelo del código culinario centralista: el análisis devela una forma política de distanciamiento con el centro del país que no se reduce a un mero regionalismo, sino también a un cosmopolitismo, pues a la vez que se construye una distancia con el centro, también se erigen cercanías con otros países del Caribe, los Estados Unidos, de Europa e incluso de Asia. A propósito de esto, Ayora retoma la discusión de Bhabha (en Ayora, 2010) sobre el concepto derridiano de “diseminación” para formular la noción de “dis-semi/nación”, con la que alude a cómo tras el fin de la ideología nacionalista los yucatecos se conciben como un “pueblo”, como “semi/nación”.
Sin embargo −advierte Ayora− como todo género menor, estos textos sobre cocina corren el riesgo de convertirse en un género mayor y minorizar otras tradiciones culinarias en la región, ya que no se trata de la cocina de todos los yucatecos, sino la de las élites urbanas y cosmopolitas: se silencian, colonizan y subordinan otras formas de la región.
Las imágenes sobre aislamiento, armonía, regionalismo y cosmopolitismo aparecen también en el capítulo 3, “Imágenes de Yucatán y ‘lo yucateco’ en textos sobre la canción yucateca, 1944-2007”. En él, Gabriela Vargas Cetina explora cómo lo yucateco no sólo se construye necesariamente como un lugar aparte, sino también como una región hermosa, con gente romántica, donde prevalece la harmonía. Al igual que en los libros sobre cocina, en los textos sobre la canción yucateca analizados por Vargas se aprecia cierta imagen cosmopolita y regional en la música yucateca, especialmente en la trova.
Vargas conjuga dos ámbitos disciplinarios en su análisis. Por un lado, el trabajo de Jacques Attali (en Vargas, 2010) sobre el ruido y la economía política de la música y, por otro, la teoría de las organizaciones. De este modo, argumenta que ha sido necesario el trabajo de individuos y organizaciones para que la trova yucateca pueda, bajo ciertas condiciones políticas, distinguirse del “ruido” y definirse como la “música” yucateca que, a su vez, define al pueblo yucateco. La trova yucateca se erige así como sonido y, como ya había advertido Luigi Russolo (2008: 10) en su manifiesto futurista, en muchas sociedades, el sonido es para las entidades superiores, “el sonido estaba atribuido a los dioses”.
Por su parte, en el capítulo 4 “Yucatán y lo yucateco en el mercado turístico: autorrepresentaciones desde la fotografía”, Francisco Fernández Repetto estudia cómo en las fotografías que promueven el turismo en Yucatán se representa al estado y a lo yucateco. Analiza principalmente tres medios: folletos sobre patrimonio tangible prehispánico, dos revistas (Yucatán Today y Explore Yucatán) y la página electrónica de promoción turística del estado. En estos textos se construye un “Yucatán particular, bello, hermoso, amigable, hospitalario, pintoresco, en fin el Yucatán turístico” (Fernández, 2010: 101). Asimismo, Fernández destaca la relación entre la historia de la construcción de la nación mexicana con la de la construcción de sus bienes culturales, considerando a los turistas como consumidores culturales que, en búsqueda de lo “auténtico”, contribuyen a la transformación de los bienes culturales en mercancías. Se consumen así “secretos, magia y misterios”.
Resulta por lo demás interesante la observación de Fernández de que en estas fotografías es notable la ausencia de personas; sobre todo, Yucatán es representado como pasado colonial y arqueológico, reduciendo a su población indígena (Fernández, 2010: 119). En todo caso, las fotografías sólo visibilizan a aquella gente que usa el traje regional; esencializan y exotizan, por lo tanto, también invisibilizan a los individuos no “mayanizados”. Yucatán es imaginado como tierra de los mayas prehispánicos, “arqueología y naturaleza son los ejes vertebrales del discurso fotográfico” (Fernández, 2010: 126). Acaso en un símil con la “constitución moderna” analizada por Latour (2007), en estas representaciones nos encontramos con actos de purificación, de diferenciación de dos zonas ontológicas: por un lado, un ámbito de actores no humanos (edificios, pirámides, paisajes naturales, agentes sobrenaturales mágicos y misteriosos) y, por otro, un entorno de actores humanos. El que vale la pena conocer, según el turismo, es el primero.
En el capítulo 5, “Racismo y representaciones: ‘lo yucateco’ en la televisión local”, Eugenia Iturriaga analiza las representaciones de las élites sobre lo yucateco en dos programas de televisión locales. Explora la construcción de lo yucateco como algo distanciado del centro del país (“los huaches”) y que retoma elementos de la cultura maya. Así, Iturriaga retoma el concepto derridiano/butleriano de citacionalidad para mostrar cómo el discurso de los intelectuales decimonónicos sobre los mayas es reiterado en la actualidad. De esta forma, en el programa Los Pech, Iturriaga analiza los estereotipos negativos sobre los indios, mientras que en La cocina es cultura, destaca cómo se presenta la identidad yucateca (de manera esencialista) como amenazada por las influencias externas del centro, a la vez que se reifica lo maya y se retoma como elemento identitario. Asimismo, Iturriaga muestra cómo las élites emplean su capital simbólico para legitimar sus imágenes sobre lo yucateco. Por ejemplo, señala el interesante manejo de los nombres: mientras que las élites emplean su nombre completo como un acto de distinción (mostrar su ascendencia), los indígenas objetos de burla pueden pasar como anónimos.
Iturriaga expone también, desde una perspectiva foucaultiana/ butleriana, la fuerza de los estereotipos sobre los indígenas en Yucatán, ubicados en el plano de “una estructura descentrada que se reproduce y cita continuamente en distintos contextos” (Iturriaga, 2010: 163). Al respecto, me parece que también debemos considerar que, como observó Derrida (1996), debido a la iterabilidad misma del signo, estos nunca se saturan de significado, siempre puedan ser extraídos de sus contextos “originales” y ser injertados en otros, con nuevos significados. El trabajo de Iturriaga es un aporte importante al conocimiento de las élites en Yucatán, de las cuales contamos con pocos estudios;2 queda como tarea pendiente analizar cómo los estereotipos citados sobre los indios son re-citados en otros contextos por diversos actores, con el fin de no incurrir en el “vértigo objetivista” de la obra de Butler, el cual: “respecto a la agencia establece un indeseable quiebre o escisión entre el sujeto que, por ejemplo, reitera un performativo de odio y aquel que realiza una 'citación inversa'. Aquél está tan sobredeterminado por los discursos que producen sujetos abyectos que incluso desaparecen como sujeto” (Díaz, 2009: 191).
El capítulo 6, “Stating the mestiza subject in recent yucatecan theatre”, de Tamara Underiner, es una buena continuación del capítulo anterior. Underiner analiza el rol del teatro en la formación del regionalismo yucateco, particularmente de la construcción de la figura del “mestizo” o, más bien, de la “mestiza”. Al igual que Iturriaga, devela la formulación performativa de estereotipos negativos en torno a los mestizos yucatecos. No obstante, no sólo subraya el papel constructivo de performances como el teatro, sino también su capacidad desestabilizadora: no sólo gesta estereotipos, también cuestiona esencialismos (como “lo mestizo”) y desafía dicotomías (como “tradicional-moderno”).
Me parece que, en efecto, los performances constituyen un ámbito privilegiado para analizar la construcción de lo yucateco, ya que, como nos recuerdan Catherine Bell (1998: 208) y Rodrigo Díaz (2008), entre otros, los performances no reflejan la cultura, sino que la construyen. El teatro regional, antes que exhibir la esencia de lo yucateco, constituye constantemente representaciones sobre aquella. Y lo hace a través de distintos medios, desde la forma enfáticamente dramática de obras como Mestiza Power, hasta en modos realistas de puestas en escena como Ma’tina’ati Kech. Así, en su capacidad creadora, estos performances están constituyendo una nueva subjetividad femenina indígena, que es vista y escuchada a la vez. Sin embargo, haría falta analizar, como bien ha advertido Johannes Fabian (1990: 263-268), los contextos completos de los performances: el escenario social en el que lo dicho y lo actuado son pronunciados; considerar a los productores, pero también a las audiencias y al escenario social, así como sus diversas relaciones.
En el último capítulo, “Imágenes identitarias y su representación paratextual: editoriales, periódicos y revistas de Yucatán”, María Dolores Almazán Ramos analiza el fenómeno editorial y periodístico en Yucatán durante los siglos xix y xx. Como es sabido, a mediados del siglo xix, el ámbito periodístico, dirigido por intelectuales como Justo Sierra O’Reilly, fue clave para la constitución del regionalismo yucateco. Sin embargo, Almazán no se centra sólo en lo que se dice, sino prioritariamente en cómo se dice. Se trata de un análisis discursivo sobre las representaciones identitarias utilizadas en las denominaciones paratextuales de editoriales, periódicos y revistas, cómo a partir de ellas se construye una imagen identitaria localista. Señala primero cómo, durante el proyecto nacionalista, se empleaban en los libros imágenes y símbolos de lo mexicano, a semejanza de lo popular y lo nacional. En contraste, en Yucatán los vocablos más utilizados en el ámbito editorial fueron patria, península, Yucatán, tipografía y sindicalismo. Todos ellos dan cuenta del “carácter localista del fenómeno editorial yucateco” (Almazán, 2010: 197). Almazán muestra que en las revistas también predomina la permanencia del vocablo Yucatán, así como imágenes regionales, como la de lo maya- yucateco. Están ausentes en cambio imágenes sobre otros segmentos poblacionales como orientales, africanos, europeos, estadounidenses, latinoamericanos y otras etnias indígenas.
Almazán explora también cómo los elementos paratextuales responden a su contexto. Así, señala cómo el ámbito editorial está más directamente relacionado con la gestión económico-administrativa; por su parte, el ámbito periodístico suma su carácter informativo al elemento mercantil, ambos están estrechamente relacionados con su contexto inmediato, por lo que usan más imágenes locales. De este modo, mientras que las revistas dependen menos del factor económico-administrativo, usan imágenes menos locales, y más elementos de tipo cultural/artístico.
Los diferentes capítulos de este libro nos muestran de manera analítica los peligros normativos y excluyentes de las políticas de identidad: al delimitar unidades y definir fronteras (qué es lo yucateco), también excluyen. Exclusiones que, como escribió Mary Douglas, se constituyen en peligros (otras formas narrativas, culinarias, musicales, etcétera, que pueden “contaminar” lo yucateco). Estas formas no siempre son visibles, aún en esta era posnacional, pero los autores de este libro las visibilizan críticamente.