Número temático (artículos científicos) (sección arbitrada)
Recepción: 06 Septiembre 2023
Aprobación: 21 Febrero 2024
DOI: https://doi.org/10.15517/ca.v21i1.59150
Resumen: En este trabajo analizo el panorama regional que favoreció el despliegue de nuevas movilidades haitianas en las Américas a partir del año 2010 y hasta el año 2023 con la implementación de la aplicación digital (la CBP One) del Departamento estadounidense de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés) destinada a gestionar las solicitudes de entrada al territorio nacional de las personas migrantes y solicitantes de asilo. La primera parte se centra en los factores internos de Haití que empujaron a miles de personas a probar suerte en América Latina. La segunda parte se enfoca en los factores de atracción de la emigración haitiana hacia América Latina en la segunda década del siglo XXI como las políticas migratorias y dinámicas económicas de ciertos países de Sudamérica. La tercera parte interroga los puntos de ruptura en las políticas migratorias que favorecieron un nuevo éxodo haitiano hacia los Estados Unidos. Esta contribución propone un retrato de las diversas políticas migratorias de los últimos trece años en el continente, analizadas a través del prisma de la migración haitiana. El artículo se basa en observaciones etnográficas y entrevistas con personas migrantes de nacionalidad haitiana realizadas en varias ciudades fronterizas mexicanas (Tijuana, Mexicali, Tapachula) y en la Ciudad de México. También se recurre a comunicaciones personales realizadas en albergues y vía telefónica con personas haitianas en diferentes lugares del trayecto hacia los Estados Unidos. Las observaciones, entrevistas y comunicaciones personales se dieron entre 2019 y 2023.
Palabras clave: Migración, régimen de control fronterizo, externalización, CBP One, Haití.
Abstract: In this paper, I analyze the regional panorama that has favored the deployment of new Haitian mobilities in the Americas from 2010 to 2023, with the implementation of the new mobile application (the CBP One) developed by the Department of Homeland Security (DHS) and which must be used by asylum seekers to obtain a place in line at the southern border or in certain specific countries. The first part focuses on the internal factors in Haiti that pushed thousands of people to try their luck in Latin America. The second part focuses on the factors that attracted Haitian emigration to Latin America in the second decade of the 21st century, such as migration policies and economic dynamics of certain South American countries. The third part questions the breaking points in migration policies that favored a new Haitian exodus to the United States. This contribution proposes a portrait of different migration policies of the last thirteen years in the continent, analyzed through the prism of Haitian migration. This paper is based on ethnographic observations and interviews conducted with Haitian migrants in several Mexican border cities (Tijuana, Mexicali, Tapachula) and in Mexico City; it also uses personal communications in shelters and by phone with Haitians in different places on their way to the United States. These observations, interviews and personal communications were carried out between 2019 and 2023.
Keywords: Migration, Border Regime, Externalization, CBP One app, Haiti.
Resumo: Neste artigo, analiso o panorama regional que fomentou as novas mobilidades haitianas nas Américas de 2010 a 2023, com a implementação do aplicativo digital (CBP One) do Departamento de Segurança Interna dos EUA (DHS, em inglês) projetado para gerenciar solicitações de entrada em oterritório nacional de migrantes e requerentes de asilo. A primeira parte centra-se nos fatores internos do Haiti que levaram milhares de pessoas a tentar a sorte na América Latina. A segunda parte centra-se nos fatores que atraíram a emigração haitiana para a América Latina na segunda década do século XXI, como as políticas migratórias e a dinâmica económica de alguns países sul-americanos. A terceira parte questiona os pontos de ruptura das políticas migratórias que encorajaram um novo êxodo de haitianos para os Estados Unidos. Esta contribuição oferece um retrato das diferentes políticas migratórias dos últimos treze anos no continente, analisadas através do prisma da migração haitiana. O artigo baseia-se em observações etnográficas e entrevistas com migrantes de nacionalidade haitiana realizadas em diversas cidades fronteiriças mexicanas (Tijuana, Mexicali, Tapachula) e na Cidade do México; também utiliza comunicações pessoais feitas em abrigos e por telefone com haitianos em diversos locais a caminho dos Estados Unidos. Observações, entrevistas e comunicações pessoais foram realizadas entre 2019 e 2023.
Palavras-chave: Migração, Regimes de fronteira, Externalização, aplicativo CBP One, Haiti.
A Catrina, que atravesó todo un continente
acurrucada en el vientre de su mamá.
Introducción. Haití en las Américas
Marzo de 2023. Hugo y Carole1 llevan ya un mes en Reynosa, en el estado de Tamaulipas, México. Es una pareja de treintañeros haitianos esperando a su primer bebé; viven en una habitación compartida con otras personas. Desde que llegaron a esta ciudad en la frontera entre México y Estados Unidos, cada madrugada, entre las 3:00 a.m. y las 4:00 a.m., se despiertan, cargan y prenden sus celulares o se acercan a quienes tienen celulares con mayor capacidad y mejor acceso a internet. Durante horas se preparan para el momento en que la aplicación del CBP One se abrirá, para conectarse, escanear sus pasaportes, tomarse varias fotos y tratar de “entrar”, como dicen, en la plataforma para registrarse y tener una cita, con la esperanza de poder, luego, ingresar a los Estados Unidos.
La aplicación del CBP One es la más reciente herramienta digital desarrollada por el U.S. Customs and Border Protection2 (CBP) para que “personas extranjeras puedan enviar de forma anticipada su información al Gobierno de los Estados Unidos. Permite a los extranjeros con alguna vulnerabilidad en México solicitar una cita de presentación de forma anticipada por excepción a Título 42”3 (OIM, 2022, párrs. 1-2). Creada durante la pandemia de COVID-19, en octubre de 2020, para registrar las entradas y salidas vía terrestre de personas extranjeras a los Estados Unidos de América4, desde el 12 de enero de 2023 la aplicación CBP One se implementó como única vía de trámite de cita para las personas en situación de movilidad que desean solicitar alguna forma de protección internacional en los Estados Unidos (“parole humanitario”, asilo). En tanto mecanismo que mantiene a las personas en situación de movilidad fuera del territorio nacional, se trata de una nueva herramienta de externalización de las fronteras, que se implementa a través de las políticas migratorias estadounidenses. Con la implementación de la CBP One, las fronteras ya no son solo políticas y espaciales, también son digitales y se encuentran en el ciberespacio.
Desde enero de 2023, miles de personas de Cuba, Venezuela, Centroamérica, Haití, y de otros países, se han acercado a algunas ciudades fronterizas mexicanas próximas a los puertos de entrada estadounidenses donde se dan citas para solicitar alguna forma de protección a través de la aplicación CBP One5.
Para Hugo y Carole, estar en Reynosa constituye la última etapa de un largo periplo migratorio que empezó en 2017 en Haití cuando se plantearon emigrar a Chile. Miles de haitianos y haitianas les precedieron en las rutas sudamericanas y otros miles les siguieron después, imaginando y preparando un viaje en función de las leyes migratorias regionales, las oportunidades laborales y las redes transnacionales. Su periplo u odisea no solo refleja el éxodo haitiano de la última década. También refleja los cambios o puntos de quiebre en las políticas migratorias de distintos países del continente americano, y cómo estas afectan a la población en situación de movilidad.
Según estimaciones del Migration Policy Institute (MPI, 2021), habría alrededor de 1 770 000 personas haitianas fuera de Haití. La mayoría se encuentran en los Estados Unidos (705 000 personas), seguido por República Dominicana (496 000), Chile (237 000), Canadá (101 000), Francia (85 000), Brasil (33 000), Las Bahamas (30 000), Guyana Francesa (22 000), las Antillas Francesas (19 000), las Islas Turcos y Caicos (16 000), México (6 000), Venezuela (2 000), Panamá (1 000), y otras 10 000 personas se encontrarían repartidas entre los Países Bajos, Bélgica, Alemania, Suiza, Italia y España (MPI, 2021). Estas cifras son estimaciones basadas en cifras oficiales de cada país y no reflejan exactamente la realidad de la emigración haitiana –que muy probablemente es más numerosa–6.
Durante el siglo XX, la emigración haitiana resultó de diversos factores internos y externos al país, factores que se entrecruzaron. Por un lado, durante la ocupación estadounidense (1915-1934), la migración fue una respuesta a las necesidades económicas del campesinado haitiano sin tierra7 que encontró “salida” en las industrias en países vecinos, principalmente dominicanas y cubanas. A partir de la década de 1950, la inmigración haitiana en República Dominicana aumentó a medida que se firmaron acuerdos de contratación entre los dos gobiernos, para la industria azucarera. En los años siguientes, los inmigrantes haitianos se insertaron poco a poco en otros sectores como la agricultura, la construcción y las zonas francas (Bourgeois, 2016, pp. 29-33). En el último cuarto del siglo pasado, la inclusión de Haití en el mercado de empleo extranjero se expandió y salió de la isla, convirtiendo “grandes metrópolis del Norte en un mercado (post)colonial [internacional]” (Audebert y Joseph, 2022, p. 18).
Por otro lado, la emigración haitiana durante la segunda mitad del siglo XX, hacia países como los Estados Unidos, Canadá, Francia y la Guyana Francesa (entre otros), es el resultado de diversos factores que participaron del deterioro de las condiciones de vida en Haití (cf. infra): 1) la dictadura de los Duvalier (1957-1986) –que recibió el apoyo de los Estados Unidos– marcada por la desinstitucionalización de todas las estructuras estatales; 2) el golpe de Estado contra el presidente Jean-Bertrand Aristide democráticamente electo en 1991; 3) el embargo impuesto al país; 4) las políticas neoliberales de desestructuración de los poderes públicos; 5) el endeudamiento; y 6) las intervenciones militares extranjeras entre 1994 y 2004 (Thomas, 2013, p. 44).
Sin embargo, a principios del siglo XXI, la inestabilidad en Haití dio lugar a la intervención militar de las Naciones Unidas entre 2004 y 2017 (cf. infra). Esta ocupación, el sismo de enero del 2010 y “la articulación entre la profunda crisis económica y ecológica [transformaron] la migración haitiana en un fenómeno estructural” (Audebert y Joseph, 2022, p. 19). La conjunción de estos elementos provocó el éxodo de cientos de miles de haitianos y haitianas en la segunda década del siglo XXI, con nuevas rutas y nuevos destinos, particularmente hacia Sudamérica (cf. infra). Los últimos cinco años vieron cientos de miles de haitianos y haitianas retomar las rutas hacia el norte del continente, en dirección a los Estados Unidos (Miranda, 2021; Bourgeois, 2021 y 2024). Las movilidades haitianas de este primer cuarto del siglo XXI difieren, entonces, de las movilidades haitianas que tuvieron lugar en el siglo XX, tanto en cuanto a volumen de personas, como países de destinos, motivos de salida y hasta, en parte, contexto socio-económico-político de Haití.
Antecedentes, propósito y metodología
Estos nuevos flujos hacia Sudamérica recibieron la atención de investigadoras e investigadores de las ciencias sociales en la mayoría de los países de destino. Cabe mencionar aquí los trabajos sobre las nuevas trayectorias y rutas de las personas haitianas hacia la Guyana Francesa, Brasil, Perú, Chile, Argentina, los espacios y condiciones de inserción laboral de esta población, y sus condiciones de vida en estos países (Nieto, 2014; OIM, 2014; Vásquez et al., 2015; Duffard Evangelista, 2016; Joseph, 2017; De Oliveira, 2019; Montinard, 2020; entre otros). Con el movimiento migratorio desde el Sur hacia el Norte del continente a partir de 2016, surgieron también estudios sobre la migración haitiana en los países de tránsito como Ecuador, Colombia y México (López Rivera y Wessel, 2017; Alarcón Acosta y Ortiz Esquivel, 2017; Montoya Ortiz y Sandoval Forero, 2018; París Pombo, 2018; Moreno Mena, 2019; Méroné y Castillo, 2020; Bourgeois, 2021, 2024; Miranda, 2021; Morley, 2021; entre otros). Estos trabajos dibujan así el panorama actual de la migración haitiana en el continente americano –un retrato que aparece muy bien en el reciente libro colectivo El sistema migratorio haitiano en América del Sur coordinado por H. Joseph y C. Audebert (2022)–. Si bien la mayoría de estos trabajos mencionan en parte los factores al origen de estas nuevas movilidades (principalmente se menciona el sismo de 2010 y la constante crisis que conoce el país), no necesariamente profundizan en este tema. De la misma manera, se señalan las políticas migratorias de cada uno de estos países de destino y tránsito, aunque no siempre se realiza un análisis macro de estos regímenes migratorios y de sus impactos en la movilidad haitiana. Como aporte a estos estudios, el presente artículo tiene un doble propósito: profundizar sobre las causas socio-político-económicas macro que originaron de las movilidades haitianas y sus nuevos destinos desde el año 2010, y analizar los cambios o puntos de quiebre en las políticas migratorias de los países del continente de 2010 a 20238 que modificaron esas movilidades en particular. En un primer momento, el trabajo se centra en la situación de Haití durante las dos primeras décadas del siglo XXI, es decir, en los factores internos al país que empujaron y siguen empujando a miles de haitianos y haitianas a probar suerte en América Latina. En un segundo momento, se enfoca en los factores políticos, sociales y económicos que explican, en parte, la emigración haitiana hacia América Latina durante la segunda década del presente siglo. Entre estos factores se pueden mencionar las políticas migratorias restrictivas u opuestas a la migración haitiana en ciertos países de América del Norte y del Caribe, y también las políticas migratorias y las dinámicas económicas de ciertos países de Sudamérica que fueron, por un tiempo, favorables a la inmigración haitiana. En una perspectiva longitudinal, este artículo también interroga los puntos de quiebre y los cambios en las políticas migratorias que son, en parte, el origen de este nuevo éxodo haitiano hacia el norte del continente. De manera que, esta contribución cuestiona las condiciones de movilidad e instalación/inserción de las personas haitianas en los distintos países de destino, así como los obstáculos que confinan cada vez más a esta población a la inmovilidad. El artículo, por lo tanto, propone un retrato de las diversas políticas migratorias de los últimos trece años en el continente, analizadas a través del prisma de la migración haitiana.
A nivel metodológico, este trabajo de corte cualitativo navega entre las distintas escalas de lo social (Revel, 1996), articulando el análisis de las políticas migratorias regionales con la etnografía de la movilidad haitiana desde Haití hacia los Estados Unidos de América. Esta etnografía –aún en curso– empezó en Haití a mediados de la década de 2010, en la ciudad fronteriza de Wanament, Departamento del Nordeste, donde durante dos años estuve trabajando sobre las relaciones dominico-haitianas y las migraciones haitianas en la franja fronteriza dominicana. Las relaciones de confianza que se crearon en ese periodo permitieron que se mantuviera un contacto cercano con algunas personas que, poco a poco, salieron de Haití y emprendieron el largo viaje hacia Sudamérica –Hugo es uno de los jóvenes que conocí en esa época y que pude acompañar, a veces muy de cerca, otras veces con un poco más de distancia, en su proyecto migratorio, primero hacia Chile, luego hacia Estados Unidos, pasando por México–. Otra parte de la etnografía se llevó a cabo en México a partir del 2019, en particular en la ciudad de Tijuana, Baja California, y en la ciudad de Tapachula, Chiapas, donde acompañé a personas haitianas en sus procesos de solicitud del refugio en México como intérprete entre ellas y algunas organizaciones civiles de apoyo a personas migrantes. Asumí el mismo papel de facilitadora lingüística a solicitud de unos centros de acogida de la Ciudad de México, particularmente en relación con el tema de salud, acompañando a personas a sus citas médicas. Finalmente, hay personas que solo conocí por llamada y videollamada gracias a la intermediación de contactos en común que, a sabiendas de mi trabajo en México, me han pedido conversar con sus parientes y compañeros que se encuentran en el camino. Estas primeras interacciones se convirtieron, en varias ocasiones, en relaciones de confianza y contactos seguidos –algunos tienen más de cuatro años–. El trabajo de campo comprometido me permitió realizar entrevistas en Tijuana y Tapachula, y también conversar con las personas más allá de sus necesidades de traducción e información. Pude así conocer parte de sus trayectorias migratorias, desde Haití hasta México, y parte de lo que habían vivido en otros países de destino en Sudamérica donde estuvieron un tiempo más o menos largo antes de retomar el camino hacia el norte del continente. Con todas estas personas, la comunicación continua facilitó el seguimiento de sus movilidades, y el intercambio de informaciones –intercambio recíproco de información sobre los procesos para conseguir algún tipo de documentación en México y/o sobre rutas que tomar y otras que evitar, por un lado, y sobre sus proyectos migratorios, condiciones de vidas, dificultades y esperanzas, por otro lado–. Las entrevistas y las conversaciones, largas y seguidas en el tiempo, constituyen la fuente de las informaciones presentadas aquí.
Haití en la primera década del siglo XXI: la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití (MINUSTAH) y el sismo de 2010
La década de 1990 en Haití estuvo marcada por: el golpe militar en contra del presidente electo, Aristide9 en 1991, el embargo económico decretado por los Estados Unidos y luego por la Organización de los Estados Americanos (OEA) y las Naciones Unidas (ONU) de 1991 a 1994, el auge de la violencia, la represión de los sindicatos, y las políticas neoliberales de desestructuración de los poderes públicos. Todo ello participó del deterioro de las condiciones de vida en Haití marcadas por un aumento importante de la pobreza extrema en Haití, empujando a miles de personas a emigrar (Wooding y Moseley-Williams, 2004, p. 28).
En 2004, en un contexto de desestabilización generalizada del país, de renuncia de Aristide a la presidencia y su exilio forzado en el extranjero, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas creó la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití (MINUSTAH). Oficialmente se trataba de una misión de restauración de la seguridad socio-política destinada a mantener el Estado de derecho en el país a través de “la reestructuración de la Policía Nacional Haitiana, del desarmamiento de grupos paramilitares …, el apoyo a elecciones libres y la promoción de los derechos humanos” (Edmonds et al., 2012, pp. 49-50). Varios países, entre los cuales se encontraban: Brasil, Chile, Uruguay, Sri Lanka, Nepal y Francia, participaron de la misión con contingentes militares y civiles. El componente militar fue el más importante numéricamente, con miles de soldados repartidos en casi todo el territorio haitiano. En este sentido, se puede hablar de una ocupación de tipo militar10 bajo el mandato de las Naciones Unidas. Entre 2004 y 2010, múltiples organizaciones de derechos humanos haitianas e internacionales denunciaron no solamente el fracaso de esta misión para disminuir la inestabilidad, sino también las diversas violaciones a los derechos humanos perpetradas por miembros de la MINUSTAH en el país –violencia física, abusos y explotación sexual de adultos/as y menores, entre otras– (FIDH, 2012; Edmonds et al., 2012; Wills et al., 2017).
El terremoto del 12 de enero del 2010 agudizó aún más la situación de Haití. Una gran parte de la capital, Port-au-Prince, fue destruida, más de 250 000 personas perdieron la vida y más de un millón buscaron refugio en campamentos improvisados entre los escombros, o en otros departamentos del país (OCHA, 2010). La gestión de la “ayuda humanitaria” por parte de las organizaciones internacionales, las ONG y donantes extranjeros fue un desastre completo11 (Grünewald, 2010; Seitenfus y Robert, 2010; Thomas, 2013). El dinero se utilizó principalmente para el funcionamiento de las propias ONG y organizaciones internacionales, cubrir los gastos de los “cooperantes humanitarios”, y para implementar proyectos fuera de casi toda concertación con el Estado haitiano, todo ello con una participación mínima de la población haitiana (Thomas, 2013) –la cual fue relegada a ser beneficiaria de la ayuda internacional o a participar en la ejecución básica de los proyectos, sin tomar en cuenta su expertise sobre la realidad local para la evaluación de las necesidades, la concepción de los proyectos o los procesos de toma de decisiones (Martel, 2015)–. La “ayuda humanitaria” se volvió un negocio muy lucrativo para las ONG internacionales, las empresas privadas dominicanas, estadounidenses, canadienses y francesas (entre otras) dedicadas mayormente a la reconstrucción, y donantes con intereses diversos, pero casi siempre económicos, dejando a la población afectada en una situación de extrema precariedad y dependencia económica, y desestructurando aún más el Estado haitiano (Peck, 2010; Trouillot, 2010). En otoño del 2010 se declaró una epidemia de cólera en el Departamento del Centro, que rápidamente se expandió a los Departamentos del Artibonito y del Oeste (entre otros lugares) con aproximadamente 10 000 fallecidos (Fraulin et al., 2022). La variante o cepa de cólera, que se encontró en Haití y que tanto daño provocó en esa época, fue introducida por militares nepaleses de la MINUSTAH (Corbet, 2011).
La ocupación militar de facto, a través de la MINUSTAH, que duró hasta el año 2017, las violaciones a los derechos humanos cometidos por agentes de la propia misión, el “fracaso humanitario” post-sismo (Thomas, 2013), así como la epidemia de cólera provocada por cascos azules, son elementos que se sumaron a la ya muy difícil situación política y económica de Haití durante la primera década del siglo XXI. En conjunto, estos diversos elementos constituyen factores que empujaron al surgimiento de nuevos flujos migratorios haitianos hacia el extranjero. En esa búsqueda de una salida y de nuevos destinos donde vivir, trabajar y desde los cuales poder enviar remesas a sus familias, miles de haitianos y haitianas tomaron el camino hacia el sur del continente americano.
Cambios en los países de destino. Contemplando el sur
Estas nuevas movilidades pueden sorprender ya que difieren de los destinos anteriores de la diáspora haitiana tales como Francia, Canadá, Estados Unidos, Las Bahamas o República Dominicana. Varios elementos coyunturales explican estas nuevas movilidades. Por un lado, hubo varios cambios en las políticas migratorias en los antiguos países de destino a principios del siglo XXI: 1) el aumento de los controles migratorios, de las restricciones y las dificultades para obtener las visas necesarias para acceder a los países del Norte Global (Estados Unidos, Canadá, Francia y su Departamento de Ultramar, la Guyana Francesa), y 2) en República Dominicana, la política abiertamente anti-haitiana que culminó con la Sentencia 168-1312, y numerosas expulsiones masivas de la población migrante haitiana –convirtiendo a la República Dominicana en un país de destino cada vez más complicado y peligroso para las personas haitianas (Bourgeois, 2018)–. Por otro lado, en la misma época, contrastando con esas políticas migratorias excluyentes, varios países de Sudamérica implementaron políticas migratorias más abiertas a la llegada de migrantes, incluyendo personas originarias de Haití. Brasil, país que encabezó el componente militar de la MINUSTAH entre 2004 y 2017, fue uno de los primeros países de Sudamérica en abrir sus puertas a la migración haitiana post-sismo de manera legal, mediante acuerdos firmados a inicio de 2012 con el entonces presidente haitiano, Michel Martelly (Baron, 2012). Brasil creó visas específicas para los ciudadanos haitianos: las “Visas por Ayuda Humanitaria” (CNIg, 12 de enero de 2012). Esta medida se presentó como una respuesta humanitaria al sismo del 2010 y a la inmigración irregular en Brasil13. La entrega de esas visas fue facilitada por la presencia de una representación diplomática brasileña en el país caribeño. Al mismo tiempo, los dos países firmaron acuerdos de cooperación en temas de salud, energía y agricultura. Pero, sobre todo, establecieron acuerdos para facilitar la llegada de inversores brasileños a Haití (Haiti News 2000, 2 de febrero de 2012). El tema económico estaba en el centro de las negociaciones: las visas especiales para los ciudadanos haitianos no solo tenían un objetivo humanitario, sino también la incorporación de una mano de obra de bajo costo en las grandes obras de la Copa Mundial de Fútbol de 2014 y las Olimpiadas Río de 2016. Así se creó una coyuntura favorable a la inmigración de poblaciones extranjeras en Brasil, entre ellas, la de las y los haitianos (Saglio-Yatzimirsky y Gebrim, 2017).
Chile, otro país que formó parte de la MINUSTAH, también tuvo una política migratoria de apertura a la inmigración haitiana entre 2012 y abril del 2018. Facilitó el ingreso al país de ciudadanos haitianos quitándoles la obligación de una visa: solo se les pedía presentar una carta de invitación laboral y un comprobante de capacidad de sustento de entre 500 y 1 000 USD en efectivo. Asimismo, se trata de un país con representación diplomática en Haití, lo cual facilitó los procesos migratorios de ciudadanos haitianos. Al igual que Brasil, Chile también experimentaba, en ese momento, un cierto auge económico con una alta demanda de mano de obra de bajo costo por parte de empresas chilenas. A la par de políticas migratorias y coyunturas económicas favorables a la migración haitiana, se produjo también, tal y como lo señala H. Joseph (2015), un cambio en el imaginario geográfico haitiano: Brasil y Chile nunca antes contemplados como posibles lugares de destino, se convirtieron en nuevos destinos migratorios al ser países donde era posible chache lavi (buscarse la vida), es decir, buscar y conseguir “el progreso social, económico y cultural del individuo” (Montinard, 2020, p. 13). Es muy probable que la proximidad con nacionales de Brasil y Chile en el marco de la MINUSTAH y la presencia de representaciones diplomáticas de ambos países en Haití jugaron un papel en este cambio de imaginario geográfico. Y la conjunción de este cambio de mentalidad con políticas favorables a la migración crearon juntas, pero en distintos niveles (micro, meso y macro) las posibilidades de movilidad para miles de personas haitianas. A nivel muy práctico, la presencia de aerolíneas proponiendo vuelos chárter desde Port-au-Prince y desde varios aeropuertos dominicanos14 hacia Sudamérica, facilitó la migración haitiana hacia el sur del continente.
Ecuador jugó también un papel importante en la llegada de personas haitianas hacia Sudamérica. En julio de 2015, “estableció una nueva herramienta denominada ‘Sistema Virtual de Registro Turístico’, para el ingreso de ciudadanos haitianos al país, como medida para fortalecer el proceso migratorio seguro [y] evitar el tráfico de personas del que [estaban] siendo víctimas los ciudadanos haitianos” (Ministerio de Turismo de Ecuador, 5 de octubre de 2015, párrs. 1-2). Con este documento que entró en vigor en agosto del mismo año, los haitianos y haitianas podían ingresar a Ecuador en calidad de turistas y permanecer en el país por noventa días. Esta medida convirtió al país en una especie de trampolín hacia otros países del sur del continente como Brasil, la Guyana Francesa o Surinam (entre otros destinos). En realidad, los flujos migratorios haitianos hacia Sudamérica no son unidireccionales. A diferencia de los flujos migratorios del siglo XX que tenían por lo general un solo destino, los flujos haitianos actuales se dan en varias direcciones, aprovechando las políticas migratorias favorables en cada época para brincar literalmente de un país a otro y luego a otros más, intentando acercarse al lugar de destino contemplado. En las entrevistas realizadas en la frontera sur y en la frontera norte de México entre 2019 y 2023, el recorrido del viaje desde Haití hasta México refleja la diversidad de las trayectorias migratorias con numerosos países de entrada, de llegada, de instalación provisoria, de retorno y de tránsito (Bourgeois, 2020, 2021). Aparecen entonces otros países como Perú, Argentina, Venezuela, la República Cooperativa de Guyana, y hasta el mismo Brasil, Bolivia y Colombia que sirvieron de lugares de tránsito en un proyecto migratorio hacia la Guyana Francesa (Joseph, 2015), o Chile por ejemplo (Carole y Hugo, comunicaciones personales, marzo de 2023).
La diversidad de los flujos y de los lugares de destino, así como la misma movilidad entre varios países de la región suramericana hacen que sea difícil estimar con exactitud el número de personas haitianas que han migrado por Sudamérica desde el 2010. Se pueden calcular algunas cifras con base en las entradas a los territorios nacionales y/o con base en las solicitudes de visas humanitarias y de asilo/refugio en algunos países. Sin embargo, esas cifras: 1) no contabilizan las llegadas de manera irregular; 2) tampoco toman en cuenta el hecho de que, debido al movimiento migratorio entre varios países de la región suramericana, una persona puede haber estado en varios países y ser contabilizada en cada uno de ellos; y 3) muchas de las salidas hacia el norte del continente no se encuentran legalmente registradas al realizarse vía terrestre sin necesariamente pasar por los puestos de control migratorio en las fronteras.
Las estimaciones publicadas en el reciente trabajo colectivo sobre El sistema migratorio haitiano en América del Sur (Joseph y Audebert, 2022) hablan de la llegada de unos 180 000 ciudadanos haitianos en Chile y unos 160 000 en Brasil para el año 201915 – países con mayor presencia haitiana en Sudamérica–. En los demás países, las distintas contribuciones de este libro mencionan, con precaución: unos 40 000 haitianos en Ecuador, 10 000 en Perú, 7 000 en Argentina, 8 000 en la República Cooperativa de Guyana, 15 000 en Surinam y unos 40 000 en la Guyana Francesa (Audebert y Joseph, 2022, p. 22).
A pesar de la dificultad de conocer exactamente el número de ciudadanos haitianos en Sudamérica, lo que sí se puede detectar con mayor facilidad es que la migración haitiana en América Latina concierne en su gran mayoría a una población en edad laboral (entre 18 y 40 años), mayormente masculina, aunque también haya numerosos niños y niñas que nacieron en Sudamérica y viajan actualmente con sus padres. Hugo y Carole son un buen ejemplo de esta juventud que migró a Sudamérica en búsqueda de mejores condiciones de vida para ellos y sus familias en Haití.
De Wanament (Haití) a Concepción (Chile)
Ante el desempleo, las dificultades para conseguir un trabajo del otro lado de la frontera, en República Dominicana, y las necesidades crecientes de su familia, en 2014 y con 22 años de edad, Hugo se planteó migrar a Brasil. Era un país lleno de promesas que Hugo mencionaba con alegría en la voz. El fallecimiento de su madre puso sus proyectos en pausa –no era el momento adecuado para dejar a la familia e irse solo al otro lado del mundo–. En verano 2017, animado por compañeros que se habían ido meses antes, Hugo, desde la ciudad fronteriza de Wanament, empezó a contemplar a Chile como un posible destino y un lugar desde el cual enviar remesas y ayudar económicamente a su familia. Preparó su viaje durante meses, asesorándose con amigos y conocidos que ya estaban allá. Pasaba horas en su teléfono celular –el WhatsApp y el Facebook ya habían modificado fuertemente la comunicación en un lugar donde pocos años antes apenas llegaba la señal de telefonía celular16–. Esos dos medios eran los canales de comunicación preferidos por los jóvenes para mantenerse en contacto unos con otros a pesar de las inmensas distancias. Por ahí circulaban fotografías de los lugares de trabajo, de vivienda, informaciones para organizar el viaje, nombres de contactos útiles, etcétera. Sus compañeros más cercanos le ayudaron a conseguir una oferta de empleo en Chile y el boleto de avión. Hugo se encargó de conseguir un pasaporte, la visa dominicana17 y el pago para el traslado en autobuses hacia el aeropuerto de Punta Cana, en el extremo este de la República Dominicana –no había condiciones para trasladarse a Port-au-Prince y volar desde allá–. Se encargó también de juntar el dinero en efectivo que serviría para los primeros meses en Chile. Al principio de 2018, año en que el número de visas otorgadas a personas haitianas alcanzó sus mayores niveles antes del inicio del segundo mandato del presidente Sebastián Piñera (2018-2022) (Orrego Rivera, 2022, p. 184), Hugo voló desde Punta Cana a Colombia donde hizo escala y luego a Chile donde lo recibieron sus compañeros. Como otros miles de sus conciudadanos, al llegar a Chile recibió de las autoridades migratorias un documento para solicitar una visa humanitaria en una oficina de extranjería en cualquier comuna chilena. También empezó de inmediato a buscar trabajo ya que la carta inicial no era, en realidad, una promesa de empleo –y el proceso para obtener la visa duraba alrededor de cinco meses–. Empezó a trabajar en el sector de la jardinería. Otros se insertaron en los sectores de la construcción, la agricultura, la piscicultura, la industria pesquera, la fabricación y la puesta de lozas, entre otros. Después de obtener un permiso de trabajo y un documento de identidad por un año, Hugo intentó conseguir un permiso por cinco años, juntando la documentación necesaria18. No obtuvo la tarjeta de los cinco años debido a la falta de trabajo regular declarado. A finales de 2021 e inicios de 2022, empezó a organizarse para traer a su novia, Carole, que aún estaba en Cap-Haïtien. Hacía casi cuatro años que no se veían. Carole viajó a Chile en verano del 2022, saliendo de Punta Cana (RD) hacia Bolivia, en un vuelo chárter; luego viajó a Perú y finalmente a Chile en autobús. Estuvieron unos meses en Chile, pero la situación no mejoró y en otoño 2022 decidieron migrar a los Estados Unidos: “No teníamos otra opción, dice Hugo, y allá está la familia de Carole, por eso nos fuimos”. Para evitar el Tapón del Darién –zona de alto riesgo entre Colombia y Panamá–, volaron desde Chile a un país de Centroamérica en lo que se llama, entre algunos migrantes haitianos que también los mencionaron, “vuelos chárter”, pero que operan fuera de los aeropuertos oficiales19. De ahí viajaron en autobús hasta Tapachula, Chiapas. Fue un viaje “plop plop”, como lo describe Hugo en su lengua materna, lo que significa un viaje “rápido, sin espera”, posible gracias al dinero ahorrado y al apoyo de sus redes en distintos lugares del trayecto.
Retomando el camino. Nuevas rutas hacia antiguos lugares de destino
El viaje de Hugo y Carole hacia los Estados Unidos se inscribe en las movilidades haitianas desde Sudamérica hacia Norteamérica (Bourgeois, 2021). El punto de partida de estas movilidades se dio en Brasil hacia los años 2015-2016, marcando el inicio de un nuevo éxodo haitiano desde varios países de Sudamérica hacia los Estados Unidos que aún no ha cesado. Este movimiento masivo de ciudadanos haitianos se explica por una combinación de varios factores de diversa índole. Algunos están relacionados con la situación interna de cada país de destino/instalación en Sudamérica, otros tienen que ver con las políticas migratorias estadounidenses, y finalmente, algunos factores están relacionados con la situación del propio Haití.
Entre 2014 y 2016, Brasil –que había sido un lugar de destino para miles de ciudadanos haitianos– atravesó una importante crisis económica y política (el golpe de Estado20, el proceso de destitución de la presidenta Dilma Rousseff, el escándalo de corrupción Petrobras). Para parte de la población migrante haitiana en Brasil, esa situación se tradujo en un deterioro de sus condiciones de vida y laborales (mujeres y hombres haitianos en Tijuana, Baja California, mayo-julio de 2019).. En 2016, miles de ciudadanos haitianos salieron de Brasil rumbo a los Estados Unidos –país que sigue siendo un “polo de atracción para miles de haitianos y haitianas”– (Bourgeois, 2021, p. 76) animados por promesas de mejores condiciones de vida y quienes pueden contar con redes transnacionales de parientes y amigos radicados allá. Su objetivo era llegar a los Estados Unidos y poder beneficiarse del Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés) otorgado por la administración de Barak Obama (2009-2017) en abril de 2011 y por entonces aún en vigor. Técnicamente, el TPS solo se otorga a personas que ya están en territorio estadounidense, evitando su deportación al país de origen por las condiciones que atraviesa el mismo. El TPS, en realidad, no permite la entrada de haitianos al territorio estadounidense. De hecho, al mismo tiempo que publicaban un TPS para los haitianos ya presentes en el territorio estadounidense, el gobierno reforzaba los controles fronterizos y las patrullas marinas para frenar y prohibir el ingreso de migrantes haitianos a su territorio (Montoya-Ortiz y Sandoval-Forero, 2018). Lo mismo ocurrió en agosto y septiembre de 2021 con la declaración de un nuevo TPS debido a la grave crisis política en Haití y, a la vez, el reinicio de los vuelos de expulsión.
En julio de 2016, dicha administración anunció cancelar el apoyo humanitario para nuevos solicitantes del TPS, obligando de facto a miles de personas a permanecer en México a la espera de nuevas posibilidades para ingresar a los Estados Unidos21. También anunció retomar los vuelos de deportación de personas haitianas, incluso personas detenidas en la frontera sur que habían ingresado al territorio estadounidense de forma irregular (Embajada de Estados Unidos en Honduras, 23 de noviembre de 2016). El flujo haitiano no se detuvo con estas decisiones: se había abierto una nueva ruta que miles de otros haitianos, mujeres y hombres, radicados en otros países de Sudamérica, tomaron para intentar llegar a los Estados Unidos.
En Chile, el punto detonante de este nuevo éxodo fue el cambio de las políticas migratorias implementadas durante el segundo mandato del presidente Sebastián Piñera (2018-2022). Su gobierno endureció el acceso al país para los ciudadanos haitianos (y otros grupos nacionales) a través de la creación de “una visa consular de turismo simple [destinada a] frenar la migración haitiana” (Orrego Rivera, 2002, p. 185). Endurecieron también las condiciones para obtener documentación legal por cinco años a través de “la exigencia de presentar un certificado de antecedentes penales para que quienes se inscribieran en el proceso de regularización extraordinaria obtuvieran su visa” (Orrego Rivera, 2022, p. 185). Ante las dificultades para juntar la documentación requerida22, miles de haitianas y haitianos se quedaron sin visa lo que imposibilitó que consiguieran el permiso de trabajo y, como señala también C. Orrego Rivera, no pudieron trabajar o se vieron obligados a aceptar trabajos mal pagados en el sector informal (Hugo y algunos de sus compañeros en Chile entre 2017 y 2020; Orrego Rivera, 2022, p. 185). A la par de todo esto, el gobierno de Sebastián Piñera lanzó programas de vuelos de “retorno asistido y voluntario” destinados a nacionales haitianos y Chile expulsó de su territorio vía área a cientos de haitianos que no habían podido renovar o conseguir un estatus migratorio regular. La crisis económica derivada de la pandemia de COVID-19 y la inflación vinculada a la guerra en Ucrania afectaron particularmente a los y las migrantes haitianas en Chile insertados en la economía informal y que quedaron sin ayuda del Estado –empujándoles a salir de Chile y probar suerte en los Estados Unidos– (Hugo, comunicaciones personales, noviembre de 2022). Este fue el caso de Hugo y Carole. Otro factor que favoreció la salida de Chile fue, y sigue siendo, la discriminación y el racismo que vivieron los ciudadanos haitianos en este país23.
Ecuador también modificó su política migratoria relativa al ingreso de ciudadanos haitianos a su territorio. En mayo del 2021, el Ministerio de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana ecuatoriano restableció la visa para los ciudadanos de varios países24, entre ellos, Haití. El Ministerio justificó su decisión sobre la observación del “desarrollo de los flujos migratorios [y] riesgo de tráfico ilícito de migrantes” (DGAC, 18 de mayo de 2021). Aquello modificó las rutas y las trayectorias de las y los ciudadanos haitianos en su movilidad por Sudamérica. En la actualidad, Ecuador es principalmente un espacio de tránsito para las personas haitianas que están en el sur del continente y quieren alcanzar el norte, y ya no una puerta de entrada a Sudamérica viniendo de la isla. La mayoría ingresan a Ecuador de manera irregular ya que no cuentan con la visa requerida. Todo lo anterior muestra bien cómo los marcos jurídicos y las políticas migratorias de los países modelan en parte los devenires de las personas migrantes, en este caso originario de Haití, y cómo definen en parte sus lugares de residencia, los países de tránsito, los espacios de espera y sus proyectos migratorios.
La travesía del sur al norte del continente es un largo viaje que puede durar entre uno y tres meses, y se realiza transitando alrededor de nueve o diez países según el lugar de salida, en condiciones difíciles y violentas (Bourgeois, 2021; Miranda, 2021). Los caminos están sembrados de obstáculos: restricciones para cruzar las fronteras e ingresar a los países de tránsito de manera regular, violencia por parte de autoridades, coyotes, grupos del crimen organizado, robos, estafas, inmovilidad forzada25, ataques26, secuestros, violaciones, detenciones por el hecho de ser migrantes. Su llegada a la frontera sur de México, generalmente por la ciudad de Tapachula en el Estado de Chiapas, no significa para nada el final de las dificultades (cf. infra).
Cabe también mencionar que, ante los cambios en políticas migratorias en Sudamérica, se ha visto la apertura de nuevas rutas desde el territorio insular hacia la región centroamericana. Una de estas rutas ha sido la de Belice, a través de vuelos chárter directos desde Port-au-Prince (Haití) y Santo Domingo (República Dominicana), país que no pedía visa a los ciudadanos haitianos al ser ambos países miembros de la Comunidad Caribeña (CARICOM). Alrededor de 2 000 haitianos y haitianas viajaron desde la isla hasta Belice entre enero 2022 y marzo 2023 –más del 90 % de ellos no se quedaron en el país y la hipótesis es que viajaron hacia el norte de México–. Desde el 6 de abril de 2023, Belice modificó su reglamentación y los ciudadanos haitianos deben presentar una visa para ingresar al territorio nacional (Channel 5 Belize, 6 de abril de 2023; Hugo, comunicación personal, abril de 2023).
México–Estados Unidos. Políticas migratorias entre 2016 y 2022
Cuando los primeros ciudadanos haitianos llegaron a México en 2016, casi pasaron sin que las organizaciones de acompañamiento de las personas migrantes se dieran cuenta. La mayoría de ellos fue directo a las ciudades fronterizas de Tijuana y Mexicali, en el estado de Baja California, donde cruzaron la frontera e ingresaron a los Estados Unidos de América. Pero en septiembre del 2016, la administración estadounidense canceló el programa TPS para nuevos solicitantes –TPS que había sido otorgado a Haití en 2011–. Aquello afectó los proyectos migratorios de los ciudadanos haitianos que viajaban desde Sudamérica. Tuvieron que permanecer en México a la espera de un momento o una oportunidad para cruzar (Alarcón Acosta y Ortiz Esquivel, 2017). Ante la presencia irregular de esta población en las ciudades fronterizas, México implementó un plan de regularización en 2017 (COLEF-CNDH, 2018). Miles de haitianos y haitianas continuaron llegando a México a lo largo de los años 2018 y 2019, sin poderse beneficiar de otro plan de regularización. Su objetivo seguía siendo el mismo: alcanzar la frontera norte a miles de kilómetros de Tapachula, y cruzarla. En junio de 2019, se enfrentaron a los llamados “Protocolos de Protección a Migrantes” (MPP, por sus siglas en inglés), un programa implementado por los Estados Unidos obligando a las personas a esperar su turno y la resolución de su solicitud de asilo ante las autoridades migratorias estadounidenses en territorio mexicano. Este programa era un instrumento de la política de externalización de la migración de los Estados Unidos bajo el mandato del presidente Donald Trump (2017-2021), con la colaboración de México.
Los programas MPP no afectaron a todas las nacionalidades de la misma manera. Si bien en la fila de espera de la garita de El Chaparral en Tijuana y en los albergues para migrantes de toda la ciudad y otros espacios de espera (hoteles, moteles, cuartos colectivos, etcétera) se podía ver tanto a personas centroamericanas como haitianas (y algunas de otras nacionalidades) (Bourgeois, 2020), las devoluciones concernieron principalmente a personas centroamericanas (Miranda y Silva, 2022, p. 14). Ellas sufrían también de un mayor tiempo de espera que la mayoría de las personas haitianas que desarrollaron estrategias para moverse hacia otros puntos fronterizos menos concurridos. Un hecho interesante de resaltar, y que he presentado en otro trabajo, es que en julio 2019, varios cientos de haitianos dejaron la ciudad de Tijuana en unos pocos días para dirigirse a Ciudad Acuña, un punto fronterizo del Estado de Coahuila, donde habían escuchado que se podía cruzar más rápidamente. Varias de las familias que había conocido en dos albergues de Tijuana en mi estancia de trabajo de campo, me avisaron, luego, que habían cruzado con bastante facilidad y ya se encontraban en los Estados Unidos (Bourgeois, 2021, p. 82).
La pandemia de COVID-19 vino a perturbar aún más los proyectos migratorios de las y los haitianos, al igual que los proyectos de miles de personas de otros países de América Latina, África y Asia. El programa MPP no se cerró oficialmente, pero fue suspendido durante más de un año, dejando a las personas en una precariedad extrema. Además, la administración de Donald Trump implementó el Título 42, una medida relativa a la salud pública que permite expulsar a toda persona extranjera que haya ingresado al territorio estadounidense de manera irregular y es considerada, por las autoridades, como un riesgo severo para la nación en términos de salud (Del Monte Madrigal, 2021, p. 95). Miles de personas migrantes fueron expulsadas de los Estados Unidos bajo esta medida.
México no se quedó atrás en materia de políticas migratorias restrictivas. Hasta el año 2019, la mayoría de las personas migrantes que llegaban al territorio nacional, entre ellas ciudadanos haitianos, utilizaron el Oficio de Salida del País o la Tarjeta de Visitante por Razones Humanitarias27 (TVRH) para atravesar todo México de manera regular y llegar a la frontera norte (Bourgeois, 2021). Con la implementación del MPP, las cosas cambiaron. Poco a poco, el Instituto Nacional de Migración (INM) redujo la entrega casi automática de la TVRH, obligando a las personas a pasar por un proceso de solicitud de refugio ante la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) para obtenerla, y con ese documento, moverse por todo el territorio de la República. Con este nuevo proceso, el número de solicitudes de refugio ante la COMAR explotó literalmente y rebasó por completo las capacidades de atención y respuesta de esta institución28.
Con la pandemia, en marzo de 2020, la COMAR suspendió los plazos para dar seguimiento y respuestas a las solicitudes del reconocimiento de la condición de refugiado en México. También suspendió los plazos para entregar los distintos documentos (la constancia de inicio de trámite de refugio y la TVRH) que permiten cierta movilidad y, sobre todo, el acceso a derechos fundamentales y a tener un trabajo declarado (Bourgeois, 2024). Los tiempos de espera se alargaron muchísimo, dejando a las personas en una gran incertidumbre y precariedad social, económica y migratoria.
En enero de 2021, la nueva administración estadounidense de J. Biden cerró el MPP. Durante todo el año, las autoridades migratorias estuvieron atendiendo a las personas que tenían un caso MPP activo, es decir, las que ya contaban con un caso pendiente ante la Oficina Ejecutiva para la Revisión Migratoria de los Estados Unidos (Executive Office for Immigration Review). Ese proceso fue muy lento: las autoridades migratorias estadounidenses solo dejaban ingresar a unas decenas de personas por día (entre veinticinco y cincuenta por puerto de entrada) para continuar su proceso de solicitud de asilo en los Estados Unidos (Bourgeois, 2022).
El 3 de agosto de 2021, casi un mes después del asesinato del presidente haitiano Moïse Jovenel en Port-au-Prince, la administración de J. Biden abrió un nuevo TPS para Haití, impidiendo así la deportación de ciudadanos haitianos en situación irregular en los Estados Unidos a su país de origen. Sin embargo, este nuevo TPS no constituía ninguna garantía para las y los haitianos en las rutas, puesto que seguía vigente el Título 42 así como los vuelos de deportación hacia Haití. La violencia de este sistema migratorio mostró su cara más franca cuando oficiales de la U.S. Border Patrol persiguieron a caballo a ciudadanos haitianos que trataban de cruzar la frontera por el Río Grande, en las cercanías de la ciudad Del Río, Texas. Alrededor de 40 000 haitianos y haitianas, asustados por la agudización de la situación político-socio-económica en Haití después del magnicidio y enfrentando numerosos obstáculos en los países de Sudamérica, llegaron a México entre agosto y septiembre de 2021. La violencia de la respuesta estadounidense a su llegada frenó, por un tiempo, el flujo que recién había llegado a Tapachula. Decidieron solicitar el refugio ante la COMAR con el fin de tener un estatus migratorio regular en lo que encontraban un momento para cruzar la frontera estadounidense.
La llegada de esta multitud rebasó las capacidades de atención de la COMAR y se organizó un proceso de pre-registro en el estadio olímpico de Tapachula entre septiembre y noviembre de 2021. Durante ocho semanas y cinco días a la semana, un promedio de 1 000 personas al día recibió un citatorio para presentarse luego en las oficinas de la COMAR de Tapachula e iniciar el proceso de solicitud de refugio en México. La gente que se pre-registró en septiembre recibió su cita en la COMAR unas semanas después. Sin embargo, con la gran cantidad de solicitudes, las personas que recibieron el citatorio en octubre y noviembre recibieron citas muy lejanas, algunas llegando a febrero de 2022 (Bourgeois, 2022). Ante los largos tiempo de espera, una caravana de migrantes haitianos se organizó a finales de octubre de 2021 y partió de Tapachula hacia Ciudad de México. Alrededor de 6 000 personas conformaban esa caravana y, en su mayoría, eran de nacionalidad haitiana (CNDH, 2022, p. 49). Otra caravana con miles de integrantes se formó en noviembre de 2021 y partió hacia el centro del país29. Como medida para frenar las caravanas y también disminuir la presión sobre las oficinas de la COMAR en Tapachula y Ciudad de México, entre noviembre y diciembre de 2021, el INM lanzó un programa de “reubicación” destinado a trasladar a personas migrantes hacia otras entidades federativas para iniciar en ellas el proceso de solicitud de refugio. La mayoría de los solicitantes eran nacionales haitianos e iban a ser “reubicados” en zonas lejanas donde no tenían casi contactos y que no habían sido elegidas por ellos de acuerdo con sus proyectos migratorios. La reubicación era una de las dos caras de la moneda presentada por el INM: al mismo tiempo que salían los autobuses hacia el centro del país, partían semanalmente vuelos con gente expulsada hacia Haití, desde el aeropuerto de Tapachula. De acuerdo con personas haitianas entrevistadas en 2022 y 2023, muchas de ellas recibieron una respuesta negativa a su solicitud de refugio por parte de la COMAR. Muchos no conocen exactamente las razones del rechazo de su solicitud.
En diciembre de 2021, la administración estadounidense dio luz verde a la reactivación del MPP, lo cual prolongó la inmovilidad forzada en México. El 30 de junio de 2022, la Suprema Corte de Estados Unidos concluyó el derecho a la administración de J. Biden de poner fin al programa MPP (Liptak et al., 2022).
Los flujos de haitianos hacia México no pararon durante el año 2022. Venían de Brasil, Chile, y algunos directamente de Haití –entrando a México por Belice–. En septiembre de 2022, Hugo y Carole decidieron salir de Chile y migrar a los Estados Unidos. Fueron juntando dinero y asesorándose lo mejor posible para emprender el largo viaje. En noviembre 2022 volaron desde Chile a Centroamérica, ahorrándose así el paso por el difícil Tapón del Darién. Viajaron luego en autobús hasta México, y llegaron a Tapachula a finales de noviembre. Ahí iniciaron muy rápidamente el proceso de solicitud de refugio ante la COMAR. Consiguieron la TVRH a principios de febrero del 2023.
La CBP One: nueva herramienta de la política de externalización de los Estados Unidos (2023)
En enero de 2023, la administración estadounidense acababa de lanzar la aplicación CBP One como única vía para solicitar una excepción al Título 42 y solicitar el ingreso a los Estados Unidos con alguna forma de protección. Al funcionar con un sistema de geolocalización, en México solo se puede acceder a la aplicación CBP One desde la mitad norte del país, para impedir que personas que se encuentran a miles de kilómetros de los Estados Unidos pudieran solicitar una cita con anticipación30. Con sus TVRH en mano, Hugo y Carole se dirigieron hacia la frontera norte, en un viaje largo y peligroso por las restricciones nuevamente impuestas por el INM a la movilidad migrante en el Estado de Chiapas31. Lograron llegar a Reynosa, Tamaulipas, donde en la coyuntura actual se dan cita la mayoría de los ciudadanos haitianos que quieren entrar a los Estados Unidos. Otros miles de personas se amontonan en otras ciudades fronterizas, cercanas a los puertos de entrada designados por la CBP32.
Oficialmente concebida por las autoridades migratorias estadounidenses como medida para evitar el tráfico de personas solicitantes de asilo y facilitar los procesos de solicitud de protección (Miroff, 20 de febrero de 2023), la aplicación CBP One es en realidad un instrumento tecnológico que sirve para filtrar y disminuir el número de personas que solicitan cada día el asilo en la frontera México-Estados Unidos. También es una herramienta que engendra varias barreras que afectan la posibilidad de las personas de solicitar el asilo, como se verá a continuación.
Para programar una cita los y las migrantes deben descargar la aplicación en su smartphone personal, aceptar los términos y condiciones de la aplicación e instalarla. Luego deben crear una cuenta en la aplicación proporcionando datos personales y una dirección de correo electrónico (donde recibirán información de su cuenta y el horario de la cita en caso de recibirla). Después de realizar los distintos pasos para crear y confirmar la cuenta de usuario, se debe ingresar a la cuenta, indicar los datos personales, aceptar la geolocalización, llenar los criterios de vulnerabilidad33, agregar a los demás viajeros, tomar una fotografía en forma de video para comprobar que es una persona real, completar los datos relativos a la documentación con la que viajan (pasaporte, cédula de identidad, acta de nacimiento, etcétera), llenar la información de los miembros de la familia, llenar los datos del lugar de vida en los Estados Unidos y el contacto de emergencia en ese país, precisar la dirección de residencia fuera de los Estados Unidos, agregar los datos de los demás viajeros y enviar la solicitud de cita seleccionando un puerto de entrada. Una vez conseguida la cita, las personas se presentan en el puerto de entrada correspondiente y luego en una corte de migración donde se les autoriza, o no, a solicitar el asilo en los Estados Unidos34.
En la práctica, el funcionamiento de la aplicación CBP One es mucho más complejo, lo que lleva a que las personas pasen días, semanas y meses intentando ingresar sus datos y conseguir –tal vez– una cita. Para intentar programar una cita, las personas deben conectarse a la aplicación en cierto horario que, según conversaciones35 con personas migrantes, cambia a menudo: “Antes era a la 7 de la mañana, después nos dijeron que a las 9, hoy fue a las 11 [de la mañana] y no sabemos a qué hora será mañana” (Mujer venezolana, comunicación personal, Ciudad Juárez, 28 de marzo de 2023). Al tener un horario limitado, todos se conectan al mismo tiempo, lo que provoca el cierre del cupo de citas tres minutos después de abrirse el sistema o la saturación del propio sistema y su colapso frecuente. Además, ciertamente interviene algo de capacidad tecnológica de las personas y sus aparatos: para lograr “entrar” en el sistema, registrar los datos (incluyendo fotografías de las personas que deben ser tomadas “al momento”), y colarse en la fila de espera de las citas, se requiere un celular potente, tener la destreza para capturar rápidamente las fotografías e informaciones, y también con acceso a luz e internet –condiciones pocas veces cumplidas en los hoteles y cuarterías donde mayormente se albergan los solicitantes de asilo–. Pero aun teniendo las buenas condiciones para conectarse y registrarse, muchas veces proporcionadas por los albergues, es casi imposible conseguir cita y el intento puede durar semanas. Los haitianos y haitianas también mencionan la dificultad que tuvieron al principio al no tener la aplicación configurada en su lengua36, el creole haitiano. Otro problema que les afecta en particular, según contaron varios solicitantes de asilo haitianos, es la función de reconocimiento facial de la aplicación que no está correctamente pensado y concebido para todos los fenotipos, incluyendo el fenotipo afrodescendiente. Los sesgos introducidos en los algoritmos de la aplicación –tema nada nuevo y discutido en varios trabajos (Bacchini y Lorusso, 2019)– hacen que la aplicación muchas veces no detecte bien a las personas con piel oscura con la consecuencia de que los solicitantes de asilo no pueden finalizar la solicitud, al contrario de personas de tez más clara que aparentemente consiguen más fácil y rápidamente registrarse. Además de engendrar barreras digitales a través de la capacidad, o no, de usar la aplicación, y barreras espaciales a través de la geolocalización, la CBP One también engendra una fuerte discriminación racial que afecta en particular a las personas haitianas y afro-latinoamericanas y caribeñas en general que buscan el asilo (Hugo y sus compañeros, comunicaciones personales, marzo de 2023; migrantes haitianos en Ciudad de México, comunicaciones personales, mayo-junio de 2023; Del Bosque, 8 de febrero de 2023; Kocher, 2023). También despersonaliza el proceso: los solicitantes de asilo argumentan que la imposibilidad para conseguir cita depende de sus dificultades tecnológicas, en vez de comprender y denunciar que la aplicación está diseñada para que únicamente se agende un número específico de citas por día.
Las conversaciones con solicitantes de asilo haitianos entre febrero y junio de 2023 muestran el establecimiento de un “negocio del asilo” por parte de personas que tienen mejores celulares, mejores conexiones o mejor luz, conocen muy bien la aplicación, la usan con destreza y monetizan el acceso a la aplicación, el ingreso de los datos y hasta la venta de citas37 cuyo precio sube de semana en semana38. Y mientras algunos logran ingresar sus datos a la aplicación y programar una cita, otros y otras esperan durante semanas, con la angustia y la desesperación que aumentan con el tiempo. Las personas entrevistadas durante su proceso de programación de la cita mencionan también que no necesariamente se consigue en el puerto de entrada más cercano: es frecuente solicitar una cita estando en Reynosa y conseguirla en Piedras Negras, o en Ciudad Juárez y tener que moverse hasta Tijuana –implicando así gastos adicionales y tal vez riesgos en el traslado (por ejemplo: arresto por agentes del INM, detención y hasta secuestro por grupos criminales que operan en la región)–.
La aplicación CBP One, en tanto única vía para iniciar la solicitud de asilo, actúa pues como un instrumento que “filtra” a las personas migrantes: las que tienen cierta capacidad económica o cuentan con una red de apoyo para recibirlas en los Estados Unidos o ayudarles a “comprar” una cita, las que entienden el manejo de las herramientas digitales y las que no. También funge como instrumento que desalienta la migración a través de los tiempos de espera, los cambios de horarios, las citas en lugares lejanos, etcétera. Se trata, en conclusión, de una herramienta más de la política de externalización de los Estados Unidos con serios problemas en cuanto a discriminación racial y a derechos de las personas migrantes que son geolocalizadas por las autoridades estadounidenses.
Conclusiones. Puntos de quiebre y movilidades haitianas
El recorrido de la evolución de las movilidades haitianas por las Américas desde el sismo del 2010 muestra cómo se establecieron nuevos proyectos y nuevas trayectorias migratorias desde Haití, bien diferentes a las trayectorias que se dieron en el siglo XX. En realidad, las movilidades haitianas reflejan a la vez las redes transnacionales de apoyo, pero también los cambios en las políticas migratorias, así como en los intereses geopolíticos y económicos de un continente entero. La política de apertura a la inmigración haitiana regular, que siguió el terremoto de enero del 2010 (por parte de Brasil y Chile, principalmente) y duró unos años, provino del papel que ambos países jugaron en la MINUSTAH (2004-2017) y de los intereses económicos por parte de sus respectivos sectores empresariales por tener una mano de obra de bajo costo. Esas políticas coincidieron en el tiempo con el auge de las restricciones hacia la migración haitiana en otros países de destino histórico (República Dominicana, Francia, Estados Unidos, entre otros). Las movilidades haitianas por Sudamérica también muestran la evolución de las políticas migratorias: cambios en la obligación de presentar una visa para ingresar de manera regular en ciertos países que modificaron rutas y trayectorias, movimientos hacia ciertos países y ciertos lugares, y luego hacia otros países por las condiciones de vida que esos prometían (como bien aparece en el caso de Hugo que cambió de proyecto migratorio entre el año 2014 y 2017).
A mediados de la década del 2010, las crisis políticas y económicas de algunos países de la región sureña, así como cambios en los regímenes políticos con impacto en las condiciones de residencia y vida de las personas migrantes, constituyeron puntos de quiebre para las movilidades haitianas y marcaron el reinicio del viaje hacia el norte del continente, con los Estados Unidos de América en la mira. Desde entonces, las políticas migratorias de todo el continente se han endurecido, modificando así las trayectorias, los modos de transporte, los tiempos y lugares de espera de miles de personas originarias del Caribe, Centroamérica, Sudamérica, África y Asia.
El estudio de las movilidades del grupo nacional haitiano permite mostrar cómo esos puntos de quiebre los afectaron, obligándolos a estar en perpetuo movimiento sin poder encontrar posada en ninguna parte. Es un continente entero que se cierra cada vez más a la migración haitiana. Sus solicitudes de refugio o asilo tienen pocas respuestas positivas porque los motivos de salida (violencia generalizada, pobreza estructural, etcétera) no se consideran como criterios suficientes para reconocerles el estatus de refugiados –en el mejor de los casos, las personas ya internalizadas en los Estados Unidos consiguen permisos temporales como los TPS– (Bourgeois, 2021 y 2024). Ello muestra la tendencia mundial a la reducción del derecho al asilo, también visible en otras partes del Norte Global (Babels, 2017; Castro Neira et al., 2024). O tal vez no se trate teóricamente de una reducción del derecho al asilo; este derecho existe y está inscrito en varios documentos jurídicos (sea la Convención de Ginebra o la Declaración de Cartagena sobre Refugiados, por ejemplo). El reciente caso de los refugiados ucranianos muestra bien que, incluso, se puede aplicar de manera expedita. Lo que sí aparece claramente en la práctica es que no se aplica de la misma manera a todos los grupos nacionales: además de la necesidad de protección internacional, hay otros criterios no explícitos que determinan quién recibe asilo y a quién se le niega. E incluso entre quienes lo reciben hay diferencias en la rapidez con la que sus solicitudes son recibidas y tramitadas.
Referencias
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Notas
Notas de autor
Información adicional: Investigadora asociada de la Unité de Recherche Migrations et Société (URMIS), París/Niza (Francia) y del GRAP, Striges y AmericaS, Universidad Libre de Bruselas, Bélgica. Miembro del Laboratorio Mixto Internacional MESO (2019-2023) y del GT CLACSO Migraciones y Fronteras Sur-Sur. Doctora en Ciencias Políticas y Sociales, Bélgica.
Información adicional
redalyc-journal-id: 4769