Feminismo psicoanalítico norteamericano de finales de siglo XX: potencialidades y limitaciones de los aportes conceptuales de Jessica Benjamin

Ariel Martínez
CONICET, Argentina

Feminismo psicoanalítico norteamericano de finales de siglo XX: potencialidades y limitaciones de los aportes conceptuales de Jessica Benjamin

Perspectivas en Psicología: Revista de Psicología y Ciencias Afines, vol. 13, núm. 2, pp. 115-123, 2016

Universidad Nacional de Mar del Plata

Resumen: El presente trabajo se propone indagar los modos en que Nancy Chodorow y Jessica Benjamin ofrecen elementos conceptuales respecto a la conformación de la identidad de género. A partir de un análisis cualitativo de contenido se pone en marcha una exégesis de bibliografía primaria. Se destacan los lazos de filiación teórica que el pensamiento de Jessica Benjamin mantiene con la filosofía feminista de Simone de Beauvoir, desde la cual desprende algunas consideraciones teóricas, que intenta inscribir en el campo psicoanalítico centrada en una perspectiva intersubjetiva y anclada en la idea de reconocimiento mutuo. El recorrido propuesto tiende a sopesar no sólo la potencia explicativa de líneas teóricas indagadas sino también sus límites, se incorporan las críticas de Allison Weir, quien detecta deslizamientos semánticos respecto a las categorías de separación y conexión producidos a partir de la influencia del pensamiento de Nancy Chodorow, y capturadas posteriormente por Benjamin bajo el prisma del reconocimiento.

Palabras clave: Feminismo - Psicoanálisis - Reconocimiento - Dominación - Jessica Benjamin.

Abstract: This paper addresses the ways in which Nancy Chodorow and Jessica Benjamin offer conceptual notions to the gender identity constitution. From a qualitative analysis of content an exegesis of primary sources is elaborated. First, we highlight the bonds of the theoretical affiliation Jessica Benjamin's thought keeps with the feminist philosopher Simone de Beauvoir so as to draw some theoretical considerations to be incorporated within the psychoanalytic field and from an intersubjective perspective based on the mutual recognition. Then, from a bibliographical analysis that weighs up not only the explanatory level of the researched theoretical concepts but their limits, Allison Weir's critics are included as she detects semantic shifts regarding the separation and connection categories. Shifts that come from Nancy Chodorow's influence and later captured by Benjamin under the recognition prism.

Keywords: Feminism - Psychoanalysis - Recognition - Domination - Jessica Benjamin.

Introducción

Existen amplias teorizaciones dentro del espectro del psicoanálisis norteamericano que se han visto fuertemente influidas por la crítica al falocentrismo freudiano (Tubert, 2001). La asunción de la universalidad de la envidia del pene como matriz fundamental de la psicología femenina ha sido cuestionada por Karen Horney (1970), Melanie Klein (1964); Kristeva, (2001) en la escuela británica, por Janine Chasseguet-Smirgel (1977) entre otros psicoanalistas franceses, y por Edith Jacobson (1964) dentro de la psicología del self americana. Estas autoras han cuestionados las propuestas de Freud (1905/1979, 1933/1979) que refieren tanto a la temprana identificación masculina en la niña como a su posterior caída a causa del descubrimiento de la diferencia sexual anatómica –lo que provoca la sustitución del deseo del pene por el deseo de poseer un bebé del padre. A raíz de la crítica efectuada hacia este posicionamiento, las autoras han sugerido una identidad de género femenina, o una feminidad primaria. Braunschweig y Fain (1971, en Kernberg, 1991) afirman la existencia de una genitalidad vaginal primaria inconsciente en la niña. A diferencia del niño varón pequeño –quien es depositario de una estimulación erótica inconsciente ofrecida por la madre–, la niña sufre una inhibición de su genitalidad vaginal primaria.

En contraste con la afirmación freudiana que atribuye a la niña una identidad genital masculina primaria, tanto Robert Stoller (1985) como Ethel Person & Lionel Ovesey (1983) han propuesto, sobre la base de sus estudios sobre la transexualidad, que la madre es el objeto identificatorio primario para ambos sexos. Por tanto, el niño debe liberarse de esta identificación femenina primaria mediante una desidentificación (Greenson, 1968/1995) de la madre. Ta l desidentificación ha sido considerada como un hito ineludible en el desarrollo del niño, en su camino de separación-individuación respecto a la madre (Mahler, Pine & Bergman, 1977). Como consecuencia de estas aproximaciones teóricas de corte psicoanalítico, el núcleo de la identidad de género es más estable y seguro en las mujeres, y las inclinaciones homosexuales se tornan más amenazantes para la masculinidad de los varones que para la feminidad de las mujeres. Como fuere, actualmente, la crítica al falocentrismo presente en el pensamiento de Freud se expande por diversas líneas de su pensamiento (Meler, 2012).

Nancy Chodorow (1978/1984) y, posteriormente, Jessica Benjamin (1988/1996) son las mayores exponentes en dar inicio, en Estados Unidos, a una incorporación de la teoría feminista dentro del psicoanálisis. Es legítimo mencionar que ambas autoras se ubican en un campo de producción ya delineado anteriormente por dos grandes afluentes. Uno de ellos encuentra sus orígenes en 1920 con Melanie Klein (1964), Ernest Jones (1966) y Karen Horney (1970) en lo que refiere a la sexualidad femenina, otro de ellos refiere al trabajo iniciado en 1960 por Robert Stoller (1964, 1968) y Ralph Greenson (1968/1995), entre otros, acerca del desarrollo de la identidad de género. Ambas líneas teóricas tematizan lo específicamente femenino como producto de la crítica falocéntrica de la teoría freudiana, sentando las bases para el ingreso de la perspectiva feminista al psicoanálisis. Es a partir de Nancy Chodorow (1978/1984) que la construcción de la identidad de género desde una mirada psicoanalítica es puesta al servicio de rechazar la idea de la subordinación natural de la mujer.

Desarrollo

La mirada de Jessica Benjamin

The bonds of love: psychoanalysis, feminism and the problem of domination (1996) ubica a Jessica Benjamin como heredera de la tradición teórica norteamericana iniciada por Nancy Chodorow –potente campo donde convergen psicoanálisis y feminismo (Dobles Oropeza, 2003). El germen de este libro se encuentra en las lecturas que Benjamin ha realizado de Simone de Beauvoir (1949/2007). Le deuxième sexe constituye un punto de torsión en su pensamiento. En particular, la idea que refiere a que... la mujer se determina y diferencia con relación al hombre, y no éste con relación a ella; la mujer es lo inesencial frente a lo esencial. Él es el Sujeto, él es lo Absoluto; ella es lo Otro (...) se pretende fijarla en objeto y consagrarla a la inmanencia, ya que su trascendencia será perpetuamente trascendida por otra conciencia esencial y soberana. El drama de la mujer consiste en ese conflicto entre la reivindicación fundamental de todo sujeto que se plantea siempre como lo esencial y las exigencias de una situación que la constituye como inesencial (Beauvoir, 1949/2007: 18, 31)

A partir de aquí, Benjamin vuelve sobre algunas de las líneas argumentativas del psicoanálisis en relación a la constitución de la subjetividad. La asimetría que marca la relación entre el infans y lo otro/madre, conduce a Benjamin a conceptualizar el desarrollo del self, en general, y de la identidad de género (1), en particular, en términos de dominación-sumisión. Simone de Beauvoir, le permite a nuestra pensadora transversalizar tal proceso desde una perspectiva crítica. Si la dominación es masculina y la sumisión es femenina, la variable género se entrama en el proceso mismo de constitución subjetiva.

Allí Benjamin también se centra en la experiencia preedípica, sin embargo sus aportes se sostienen principalmente en los trabajos de Winnicott, a partir de donde realiza articulaciones originales que le permiten explicar la persistencia psicológica de la desigualdad de género.

El epicentro de la propuesta de Benjamin se encuentra emplazado en la idea de reconocimiento, extraída de la filosofía de Hegel. Es así que para Benjamin, la clave de la dinámica intersubjetiva se encuentra en un delicado equilibrio otorgado por el reconocimiento mutuo entre dos sujetos iguales, cuya ruptura engendra, desde momentos tempranos de la psique, dominación y subordinación. Entrelazar aspectos preedípicos del desarrollo en términos de reconocimiento imprime un nuevo giro al tema. En este contexto analítico, la teoría endógena de las pulsiones no es tematizada. Si bien para Freud algún tipo de dominación es ineludible a la hora de la constitución del ser humano, el arco de tensiones que su pensamiento despliega entre las mociones pulsionales y la civilización genera un marco de análisis que no deja mayores alternativas a la hora de pensar la cuestión más allá de dos opciones: aceptar una autoridad capaz de controlar la naturaleza humana, o sostener que la naturaleza humana es peligrosamente reprimida por el orden social. Las opciones gravitan entre autoridad represiva y naturaleza desenfrenada. La dominación, en la versión de Benjamin, constituye un proceso social complejo profundamente entrelazado en la vida familiar, las relaciones sexuales y otras instituciones sociales. Sin embargo, tal proceso sólo puede pensarse a partir de la problemática del reconocimiento que se despliega en todo vínculo intersubjetivo, desde los primeros patrones relacionales entre las instancias parentales y los hijos.

La teoría intersubjetiva del desarrollo del self

Para decirlo de una vez, Jessica Benjamin intenta comprender las relaciones de género a través de una teoría intersubjetiva del desarrollo del self. Para Benjamin, esto implica una aproximación a la constitución y desarrollo del self, en general, y de las identidades de género, en particular, en términos de una dialéctica intrínseca al reconocimiento mutuo. La tesis central de Benjamin es que “la dominación y la sumisión [y en particular la dominación masculina y la sumisión femenina] resultan de una ruptura de la tensión necesaria entre la autoafirmación y el mutuo reconocimiento, una tensión que permite que el sí-mismo y el otro se encuentren como iguales soberanos” (Benjamin, 1988/1996: 23-24).

Benjamin describe la relación entre la autoafirmación y el mutuo reconocimiento en términos de una paradoja fundamental que se encuentra en el corazón mismo del self. A partir de la idea de la lucha por el reconocimiento de Hegel, la autora argumenta que “la necesidad de reconocimiento supone esta paradoja fundamental: en el momento mismo de comprender nuestra independencia, dependemos de que otro la reconozca” (Benjamin 1988/1996: 49). Pero Hegel, según Benjamin, fue incapaz de concebir la posibilidad de sostener esta paradoja, de modo que la comprensión de cualquier proceso en clave hegeliana implica resolución y renovación de tensión. Benjamin aboga a favor de resistir a la tentación de la resolución, y aceptar la paradoja fundamental e irresoluble propia del self. En palabras de Benjamin, es “la incapacidad para sostener la paradoja” lo que “puede convertir (y a menudo convierte) en dominación y sumisión el intercambio de reconocimientos” (Benjamin, 1988/1996: 24).

El trabajo de Benjamin se desarrolla a partir de la convicción de que, frente al fracaso de las relaciones intersubjetivas, el self se configura a partir de la estructura sujeto-objeto. Por tanto, desde su punto de vista, tal ordenamiento binario y excluyente, a partir del cual el self significa su propia experiencia y aporta inteligibilidad al mundo, no es una condición natural o dada. Así, Benjamin desarrolla una fuerte posición crítica respecto a las teorías que han naturalizado la organización sujeto- objeto en detrimento de la relacionalidad o intersubjetividad. Es posible detectar, al menos, tres críticas al respecto:

La concepción de lo humano que subyace al pensamiento de Freud permanece ligada a un deseo fundamental de negación del otro. Freud argumentó que el infante humano es en gran medida gobernado por la agresividad. Es así que Freud inevitablemente liga el desarrollo a la internalización de la autoridad del padre: si somos principalmente agresivos, egoístas y destructivos, la socialización consiste esencialmente en ejercer el control de nuestros impulsos básicos, interiorizando al padre para dominar la rusticidad de nuestra naturaleza. Benjamin argumenta que es necesario volver a los supuestos que están en la base de la concepción de lo humano para, desde allí, conceptualizar nuevamente el desarrollo del self. Tenemos que postular no sólo la agresión primaria, no sólo la percepción de otros como objetos o simples obstáculos o instrumentos de la propia satisfacción, sino, también, una sociabilidad primaria –un deseo primario para interactuar con otros y para el reconocimiento mutuo.

A partir de las teorías feministas de Chodorow & Gilligan, Benjamin critica el supuesto freudiano de que el objetivo normativo del desarrollo del self es la separación -es decir que el desarrollo del self implica una transición de un estado de conexión o indiferenciación a un estado de separación o independencia-. La suposición es que para ser sujetos, tenemos que romper con un estado de inmediatez o indiferenciación con la madre; tenemos que movernos de un estado de conexión sofocante a un estado de autonomía independiente, y sólo podemos hacer esto por el pasaje de la madre al padre, a través de la internalización de su autoridad. Sin embargo, señala Benjamin, esta descripción del desarrollo del self no tiene en cuenta que durante el momento preedípico existe interacción y signos de reconocimiento temprano con la madre. Benjamin argumenta que tenemos que formular un nuevo modelo de desarrollo del self que no se reduzca a un proceso de separación en términos de sujeto y objeto, sino como un proceso que desde el inicio instala en la escena evidencia de dos sujetos en relación. Entonces el objetivo normativo no debería ser el logro de un self separado, autónomo, sino más bien el logro de la intersubjetividad.

Benjamin argumenta que Freud naturaliza la estructura de dominación, pues asume un antagonismo transcendental entre sujeto y objeto. Hay una división tajante entre lo externo y lo interno. Tanto los otros sujetos, como las instituciones sociales son localizados en la categoría de objeto, el que guarda una relación de contradicción y oposición fundamental respecto al sujeto. Benjamin argumenta, una vez más, que no debemos entender el desarrollo humano en términos de una oposición transcendental entre sujeto-objeto, sino en términos de relaciones intersubjetivas.

Para Benjamin, “la teoría intersubjetiva amplía y complementa [la teoría de la separación-individuación] al concentrarse en el contenido afectivo del intercambio entre la madre y el niño” (Benjamin, 1988/1996: 46). Más que enfocar la separación del niño de la madre, la teoría intersubjetiva se centra en la sensación de los sentimientos compartidos, en el entonamiento emocional entre madre y niño. “La teoría intersubjetiva introduce la sintonía, o la falta de sintonía, como concepto importante” (Benjamin, 1988/1996: 46). De este modo, para Benjamin, los sujetos pueden estar intersubjetivamente relacionados, sólo a través de la dimensión afectiva; los sentimientos y emociones compartidas son la única fuerza mediadora. Es así que, para ella, el reconocimiento es siempre, y sólo, reconocimiento afectivo. Al mismo tiempo, argumenta Benjamin, “la percatación de que hay mentes separadas y el deseo de sintonía crean la posibilidad de un nuevo tipo de conflicto” (Benjamin, 1988/1996: 46). El conflicto central entre afirmación y reconocimiento surge del choque (conflicto) entre el deseo del niño de realizar su propio deseo (auto- afirmación) y el deseo de permanecer en acuerdo con la voluntad de los padres (entonamiento). Seguramente Benjamin echa mano a esta idea de intersubjetividad como entonamiento emocional porque ella no concibe que la autonomía del self sea posible sin caer en formas de dominación. En este punto se recorta en primer plano la influencia de Simone de Beauvoir. Como ya hemos señalado, Benjamin menciona explícitamente el análisis de Beauvoir respecto al ordenamiento diferencial entre varones y mujeres en términos de sujeto-objeto, o self- otro.

A pesar de que el análisis del problema de la dominación que Benjamin efectúa parte de esta consideración de Simone de Beauvoir respecto a que la mujer funciona como el otro del varón, el argumento de Benjamin también presupone una crítica feminista al modelo propuesto por Beauvoir. En última instancia, Benjamin advierte que mientras Beauvoir critica la estructura de que ordena los sexos bajo la matriz sujeto- objeto, no critica, sin embargo, el supuesto de que la estructura sujeto-objeto resulta necesaria para el desarrollo del self.

Al menos desde la óptica de Benjamin, Simone de Beauvoir argumenta que el self puede ser postulado sólo a través de la oposición y de la negación del otro. De este modo, las mujeres deben asumir plena subjetividad, deben luchar y definirse a sí mismas como sujetos en contra de un objeto/otro. Contra esta posición, el trabajo de Benjamin se inscribe en una tradición de la teoría feminista que critica el supuesto de que el self debe ser postulado en oposición a un otro, y argumenta la necesidad de redefinir al self no en oposición a un objeto, sino en relación a otro sujeto. A pesar de que Benjamin intenta redefinir la lógica sujeto-objeto que opera como supuesto no sólo en el pensamiento de Beauvoir, sino en el grueso de los modelos teóricos de subjetivación. Lo cierto es que tal lógica le resulta satisfactoria a la hora de pensar el desarrollo del self masculino. Benjamin acepta que el desarrollo del sujeto masculino es un proceso que, bajo los términos culturales en los que se enmarcan los procesos de subjetivación, implica represión, dominación y negación del otro.

Las críticas de Allison Weir

Resulta de interés profundizar en algunos aspectos de la obra de Benjamin de la mano de algunas críticas, numerosas, efectuadas contra ella. Allison Weir (1996), una de sus principales detractoras, señala que entre las ideas de Benjamin y las de Beauvoir opera un eslabón intermedio: el trabajo de Nancy Chodorow (1978/1984). A criterio de Weir, Benjamin acepta acríticamente el análisis de Chodorow respecto al desarrollo de la identidad de género. Pero el análisis de Chodorow no apunta a criticar el modelo de sujeto- objeto que Beauvoir utiliza, más bien intenta alimentarlo a partir de determinantes sociales y psicológicos. La tesis de Chodorow, ya mencionada, refiere a que las identidades de género, masculinas y femeninas, y la dominación masculina y la subordinación femenina, encuentran su germen en el ejercicio de la maternidad, en tanto institución social. Benjamin resume el argumento de Chodorow así:

Como en casi todas partes las mujeres han sido las cuidadoras primarias de los niños pequeños, tanto los varones como las niñitas se han diferenciado en relación con una mujer, la madre. Cuando consideramos el curso típico de la diferenciación masculina, vemos de inmediato que crea una dificultad especial para los varones. Todos los niños se identifican con su primer ser querido, pero los varones deben disolver esta identificación y definirse como el sexo diferente. Al principio todos los infantes se sienten semejantes a sus madres. Pero los varones descubren que no pueden llegar a convertirse en ella; sólo pueden tenerla. Este descubrimiento conduce a una ruptura de la identificación, que las niñas no tienen que sufrir. Los varones logran su masculinidad negando la identificación o unidad originales con sus madres (Benjamin, 1988/1996: 98-99).

Así, Chodorow –junto con toda la tradición del psicoanálisis norteamericano que incorpora, a partir de Robert Stoller (1968), la categoría de identidad de género– explica el desarrollo de las identidades de género, y las relaciones de género, utilizando las categorías de identificación y desidentificación (Greenson, 1968/1995). Este énfasis en la identificación como recurso explicativo es característico del psicoanálisis de las relaciones objetales y de la psicología del self. Para Chodorow, digámoslo una vez más, la identidad de género se establece a través de identificaciones con las instancia parentales. Así, las niñas forman su identidad de género por el mantenimiento de la identificación primaria con la madre, y los niños forman la suya por desidentificación de la madre y, sólo secundariamente, por la identificación con el padre.

Allison Weir detecta que Chodorow utiliza los términos conexión y separación de modo intercambiable con los de identificación y desidentification. Desde allí, Benjamin entiende que sus propias categorías de autoafirmación y reconocimiento son permutables con las categorías de separación/individuación y conexión de Chodorow. Benjamin argumenta que en el desarrollo del self masculino, el equilibrio entre el reconocimiento mutuo y la afirmación orgullosa está alterado.

La identidad masculina, como lo señala Nancy Chodorow, subraya un solo lado del equilibrio de la diferenciación: privilegia la diferencia por sobre el compartir, la separación por sobre la conexión, los límites por sobre la comunión, la autosuficiencia por sobre la dependencia (Benjamin, 1988/1996: 100).

De hecho, como este ejemplo indica, los términos de la paradoja de Benjamin son definidos muy en líneas generales. Tanto para Chodorow como para Benjamin, entonces, el papel primario de la mujer en el cuidado de los niños es suficiente para explicar el desarrollo de la identidad de género en términos de una dialéctica de separación y conexión, que en su momento produce la dominación masculina y la sumisión femenina. Weir señala, entonces, que la individuación es comparada con la separación, y la separación es comparada con la dominación. A su vez, este proceso de individuación vía separación, como dominación, sólo puede ser equilibrado a partir de un mantenimiento de la conexión primaria, de un entonamiento emocional, que es comparado por Benjamin con el reconocimiento.

A criterio de Weir, tal explicación implica una serie de supuestos problemáticos. Benjamin describe el proceso del desarrollo de la identidad de género masculina, y explica la dominación masculina, en los siguientes términos:

El varón desarrolla su género y su identidad estableciendo una discontinuidad y una diferencia respecto de la persona a la que está más apegado. Este proceso de desidentificación explica el repudio a la madre que subtiende la formación convencional de la identidad masculina (Benjamin, 1988/1996: 99-100).

Weir señala que el rechazo de la madre, que subyace a la dominación masculina, está suficientemente reflejado en el hecho de que los varones deben separarse o desidentificarse de ellas. Benjamin sugiere que el desarrollo de la identidad de género masculina mediante separación-dominación es un resultado inevitable del hecho de que las mujeres tengan niños.

De todas formas, Benjamin acentúa que la dominación masculina constituye un hecho social, no natural, entonces no es inevitable sino un resultado del hecho de que en la mayor parte de las sociedades las madres son las principales cuidadoras de los niños –Benjamin nota que sólo en familias modernas occidentales de clase media el cuidado de niños es la responsabilidad exclusiva de una madre solitaria y reconoce que esta teoría sólo puede aplicarse a tales familias. Esta ecuación entre separación y dominación es fundamental para análisis que Benjamin efectúa sobre la relaciones entre los géneros. La asignación de status de sujeto al varón y de objeto a la mujer sigue al hecho, aparentemente inevitable, subraya Weir, de que, en palabras de Benjamin, el varón debe luchar por su libertad respecto de la mujer que lo engendró, con toda la violencia de un segundo nacimiento. En este segundo alumbramiento comienzan las fantasías de omnipotencia y la dominación erótica” (Benjamin, 1988/1996:107). “La necesidad de cortar la identificación con la madre para ser confirmado como una persona separada, y con una identidad masculina (...) a menudo impide reconocer a la madre (...) Una actitud objetivante viene a remplazar las interacciones anteriores de la infancia, en las cuales aún podía coexistir el reconocimiento mutuo y la afirmación orgullosa (Benjamin, 1988/1996: 100).

Como fuere, Weir insiste en que la ecuación de separación y dominación para explicar el desarrollo del self y de la identidad de género no es satisfactoria, pues carece de argumentos que permitan explicar convincentemente el modo en que la ruptura de la identificación primaria produce necesariamente una actitud objetivante que implica dominación.

Señala Benjamin que al quebrar la identificación con la madre y la dependencia respecto de ella, el varón corre el peligro de perder totalmente su capacidad para el reconocimiento mutuo. El entonamiento emocional y la armonía corporal que caracterizaron su intercambio infantil con la madre ahora amenazan su identidad (...) Cuando esta relación con el otro como objeto se generaliza, la racionalidad reemplaza al intercambio afectivo con el otro (Benjamin, 1988/1996: 100-101).

Para Weir, en Benjamin, la racionalidad es significada como neg ación y supresión del reconocimiento mutuo o de la intersubjetividad, que Benjamin anuda con el “entonamiento emocional” (Benjamin, 1988/1996: 28, 100, 210), “armonía corporal” (Benjamin, 1988/1996: 100) e “intercambio afectivo” (Benjamin, 1988/1996: 30, 100). De este modo, la identidad masculina se establece por la separación de la madre, que produce objetivación y desarrollo de racionalidad, lo que es comparado con la dominación. Señala Benjamin que “el hecho que el quehacer maternal es asumido por la mujer (...) explica sadismo masculino” (Benjamin, 1988/1996: 103).

Benjamin critica explícitamente la ecuación diferencia-dominación que detecta en Freud. Argumenta que mientras Freud asume que la diferenciación del self puede continuar sólo por la dominación del otro, tenemos que entender el desarrollo del self en términos de un equilibrio entre la separación y la conexión. Idealmente, sugiere, deberíamos ser capaces de separarnos de la madre sin rechazarla, manteniendo la conexión original o la identificación con ella. Benjamin argumenta que la dominación, aparentemente intrínseca a la separación, debe ser controlada por el mantenimiento de la conexión primaria. Weir señala que Benjamin no es capaz de criticar la conexión intrínseca entre separación y dominación ya que acepta el análisis de Beauvoir sobre los anudamientos entre las categorías de varón y sujeto. Detecta también que Benjamin entiende la autonomía en términos negativos, al igual que la separación. De este modo, Benjamin echa mano al entonamiento emocional como la única fuerza capaz de contrarrestar la dominación.

Weir nota aún más insuficiencias en tal modelo cuando se trata de explicar el desarrollo de la identidad de género femenina.

La niña no necesita ese cambio de identificación que la diferencia de la madre. Esto hace que su identidad sea menos problemática, pero constituye una desventaja, en cuanto ella no posee ningún modo obvio de desidentificarse de la madre, ningún sello de la separatividad (Benjamin, 1988/1996: 103).

La identidad femenina es al parecer indistinguible de la identificación primaria. Así, contra la tentativa de Freud de teorizar la identidad de género femenina en clave fálica, Benjamin acepta la idea de que “la niñita desarrolla su feminidad por medio de la identificación directa con la madre” (Benjamin, 1988/1996: 117). Al respecto, Weir también critica los fracasos de Benjamin al intentar matizar el análisis de la identidad de género femenina como producto de la identificación directa. Cuando se propone investigar el deseo de la mujer, señala Weir, permanece dentro del paradigma de la identificación, pues argumenta que las niñas desean identificarse con el padre como un modelo de subjetividad separada y autónoma, pero cuando el padre falla en reconocer a su hija como un sujeto separado, la muchacha toma la posición de objeto sexual, como compensación, al ser incapaz de acceder al lugar de sujeto, ella se conforma con tener (o ser tenida por) otro Sujeto. En consecuencia, Benjamin sostiene que la identidad de la niña como objeto, más que como sujeto, se establece por identificación con la carencia del self y carencia de deseo de la madre. En sus palabras, “el hecho de que el quehacer maternal es asumido por la mujer no sólo explica el sadismo masculino, sino que también revela una 'falla geológica' en el desarrollo femenino, que conduce al masoquismo” (Benjamin, 1988/1996: 103).

En suma, para Benjamin tanto niñas como niños tienen que ser capaces de reconocer e identificarse tanto con la madre como con el padre, ambos como sujetos autónomos separados. Pero, considerando la estructura actual de las relaciones entre los géneros, los niños afirman su propia individualidad separada negando, únicamente, la subjetividad de la madre, y las niñas nunca se afirman como sujetos, y se identifican con la carencia del self de la madre. Entonces, si tanto las niñas como los niños no son capaces de reconocer a la madre como un self separado y autónomo, esto se debe precisamente, afirma Benjamin, porque la madre no es un sujeto autónomo. El recurso al que apela Benjamin, para poder otorgar dinamismo a esta situación poco alentadora, consiste en afirmar, en la misma línea que Simone de Beauvoir (1949/2007), que las mujeres/madres necesitan ser sujetos. Si ser un sujeto es requisito para ser reconocida como tal, señala Weir, esto no sirve para resolver los problemas que giran en torno a ser un sujeto. El supuesto, al parecer, es que una vez que una es un sujeto, entonces, automáticamente una será reconocida como tal.

Por otra parte, la relación con el padre plantea el problema contrario. El padre es reconocido por lo que es, un sujeto autónomo. El problema aquí es establecer algún tipo de conexión con él. Benjamin argumenta que tanto niños como niñas quieren identificarse con sus padres, que representan la autonomía y la separación. Contra el modelo que define la identificación del niño con su padre como una identificación defensiva basada en el rechazo de la madre, Benjamin destaca la importancia de la identificación narcisista como un elemento positivo en el desarrollo del self. Benjamin se esfuerza por argumentar que el desarrollo del self no debe ser visto como un proceso basado necesariamente en el rechazo, la dominación, la oposición al otro/objeto; más bien tenemos que ver el desarrollo del self en términos de conexión a un otro sujeto –conexión deseada y agradable. Señala Weir que contra el modelo estoico/trágico del desarrollo del self, contra la idea de que la autonomía se establece sólo a través de la represión del deseo, del placer, de la naturaleza, Benjamin se esfuerza por argumentar que deseamos la autonomía, deseamos ser reconocidos como sujetos autónomos. Entonces, su solución con la oposición entre autonomía y entonamiento emocional, separación y conexión, auto-afirmación y reconocimiento, consiste en teorizar el desarrollo de la autonomía en términos de afecto positivo.

Es a partir de estas consideraciones que Weir dirige sus críticas más agudas al señalar que el afecto positivo colisiona con una idea de autonomía negativa. Es decir: la autonomía que el padre representa (y que la madre debería representar) es, para Benjamin, una libertad signada por el carácter negativo que la separación adquiere en su sistema de pensamiento. La autonomía es definida como la independencia, la separación, y, de vez en cuando, como la confrontación con el mundo exterior. Esta versión de la autonomía inevitablemente choca con una capacidad para la relación con, o el reconocimiento de, otros –y entonces es, por definición, opuesta a la intersubjetividad. Así, Benjamin construye una idea de autonomía en términos de libertad negativa, pues conlleva dominación. Por otra parte, es dicha autonomía negativa la que Benjamin intenta retener en su modelo teorizando un deseo o un afecto positivo hacia ella, y así generar la tensión y la paradoja que ella cree fundamental para el self.

Weir destaca que la separación, tal como la entiende Benjamin, bien podría constituir un momento en el desarrollo de la autonomía. Pues, una vez que se entiende que la autonomía no implica solamente aspectos negativos de la separación, sino la capacidad para participar en un mundo social –capacidad que requiere el aprendizaje de roles sociales y de normas, como base para la reflexión– entonces ya no sería necesario echar mano al entonamiento emocional y a la identificación primaria como el único medio posible para la conexión humana, o la intersubjetividad. En pocas palabras, Weir entiende que las relaciones afectivas son condición necesaria, pero no suficiente para el logro de la intersubjetividad. Entonces propone comprender el desarrollo del self no sólo en términos afectivos, a través del modelo de la identificación, sino en términos cognoscitivos y normativos, a través de un modelo de internalización, más acorde al propuesto por Judith Butler en The psychic life of power (1997/2001). Pero de hecho Benjamin se resiste a cualquier recurso de una teoría de internalización para entender la relación entre autonomía e intersubjetividad. Para Benjamin, la idea de internalización implica dominación:

La mayor parte de la teoría psicoanalítica se ha formulado en los términos de un sujeto aislado y de su internalización de lo que está afuera para desarrollar lo que está dentro. La internalización implica que el otro es consumido, incorporado, digerido por el sí-mismo del sujeto (Benjamin, 1988/1996: 60).

Para Benjamin, la idea de internalización mantiene el ideal de un sujeto que se desarrolla a través del empleo de un objeto, donde el otro es utilizado por el sujeto como un instrumento para desarrollo del self, un medio para la separación, entonces no es reconocido como otro self independiente. En contraste con la teoría de la internalización, Benjamin recuerda que la teoría intersubjetiva acentúa “el júbilo y la premura por descubrir la realidad externa, independiente, de otra persona” (Benjamin, 1988/1996:61). Para Weir, la afirmación de Benjamin respecto a que la internalización implica, nuevamente, que el self utiliza, sin reconocer, al otro, equivale a homologar la sociabilidad del self con la dominación. La crítica de Weir no es menor, en última instancia la acusación se dirige a que Benjamin rechaza una teoría del desarrollo del self socialmente mediada, a favor de un concepto de self que simplemente se auto-afirma, y requiere reconocimiento de esta autoafirmación. La crítica de Weir parece reforzar la idea de matrimonio infeliz entre feminismo y psicoanálisis (Flax, 1990/1995), pues detecta en Benjamin un impedimento último, más allá de las buenas intenciones, de ingresar aspectos sociales al campo de la subjetividad.

Retomemos la tesis central de Benjamin: la estructura sujeto-objeto que ordena las relaciones de género –es decir, la dominación masculina y la subordinación femenina– es producto del fracaso de las relaciones intersubjetivas, lo que puede remontarse al fracaso de reconocer a la madre como un sujeto. A partir de aquí, Weir lanza otra crítica, tampoco menor. Desde su punto de vista, Benjamin comienza con un concepto del self que no está constituido, pero que, sin embargo, se auto-afirma. Este self primario requiere, a priori, la atención o el reconocimiento directo del otro para prosperar. Este self es capaz de reconocerse inmediatamente a sí mismo, y al otro, como un sujeto. Benjamin parece argumentar que, en contra de una teoría de la internalización, existe algo pre-determinado en la subjetividad. Tomando como referencia privilegiada a Winnicott, Benjamin argumenta que “La realidad es así descubierta, y no impuesta; la mismidad auténtica no es absorbida desde afuera, sino descubierta adentro” (Benjamin, 1988/1996: 58). Del mismo modo, la subjetividad del otro es algo descubierto. Weir insiste en que el error de Benjamin es asumir una teoría intersubjetiva del desarrollo del self basada en los siguientes supuestos: (1) los seres humanos son, a priori, fundamentalmente sociales; (2) el reconocimiento mutuo es una necesidad humana y un objetivo normativo; (3) los seres humanos traen consigo la capacidad de reconocerse a sí mismos y a otros como sujetos, pues “desde el principio, hay siempre (por lo menos) dos sujetos” (Benjamin, 1988/1996: 38).

Benjamin argumenta que en el desarrollo de la identidad de género masculina, “una actitud objetivante viene a reemplazar las interacciones anteriores de la infancia, en las cuales aún podía coexistir el reconocimiento mutuo y la afirmación orgullosa” (Benjamin, 1988/1996: 100). Y “el varón corre el peligro de perder totalmente su capacidad para el reconocimiento mutuo” (Benjamin, 1988/1996: 100). Según este análisis, la capacidad para el reconocimiento mutuo es una capacidad original, innata, y la autonomía (masculina) establecida por la separación es entendida como una pérdida de la capacidad original para el reconocimiento mutuo, o la intersubjetividad. La teoría intersubjetiva implica siempre una perspectiva de las relaciones humanas en tanto relaciones entre sujetos; la teoría de la internalización introduce, según Benjamin, una actitud objetivante, donde el desarrollo del sujeto queda exclusivamente ligado a la relación con un objeto –así, la teoría de la internalización perpetúa la actitud del varón hacia la madre de quien tiene que desidentificarse. Todo parece indicar, declara Weir, que, para Benjamin, la intersubjetividad implica quedarse en la díada Yo-Tú, dos sujetos que se reconocen mutuamente el uno al otro, como sujetos particulares y concretos. La generalización de la perspectiva a una tercera persona, o a una instancia social, implica que la internalización opera, lo que resulta objetivante, por ende la intersubjetividad es destruida.

En síntesis, el self es verdaderamente una paradoja cuando es entendido como una batalla entre la afirmación de la propia voluntad y el deseo de entonamiento emocional, entre la libertad negativa de separación y la intimidad de la conexión afectiva. Una vez que la autonomía es concebida como separación- objetivación-dominación, y la intersubjetividad como sentimiento compartido, no nos queda más remedio que sostener una paradoja absoluta y eterna. Weir señala que la autonomía debe concebirse como capacidad para la plena participación en un contexto social –lo que implica internalización de roles y normas sociales y, desde allí, apelar a principios para la reflexión crítica. Sólo entonces, señala finalmente Weir, la paradoja del self pierde carácter inmutable. Claramente, Allison Weir no está dispuesta a sostener la paradoja, propuesta inicial de Benjamin, a cualquier precio. Más bien se inclina por su resolución del lado de un sujeto cuya autonomía le permite apropiarse críticamente del contexto normativo en el que, inicialmente, fue articulado como sujeto.

Reflexiones finales: una puesta a punto desde las ideas de Jane Flax

Como fuere, con sus limitaciones, el proyecto del feminismo psicoanalítico norteamericano de finales del siglo XX reviste importancia ya que pone en primer plano pares de opuestos al tiempo que propone desestabilizarlos: las relaciones estructurales de dominación y los momentos de espacios transicionales donde es posible identificarse con la diferencia; fluidez preedípica e identidad edípica. El problema no radica en el intento de plantear las relaciones tensas entre ámbitos socio-históricos y psíquicos, sino en el privilegio de las normas propias de la familia heterosexual. Aún así, su marco de pensamiento es prometedor al deslindar elementos teóricos, tales como la intersubjetividad, que arrojan un interjuego de diferencias que desafían la edipización, por consiguiente permite cuestionar la familia nuclear tradicional como único contexto en el que transcurren los procesos de constitución de las identidades de género (Stimpson, 2005).

No caben dudas de la relevancia del pensamiento de Jessica Benjamin. Ta es así que el feminismo psicoanalítico norteamericano contemporáneo estructura sus producciones, a favor o en contra, a partir de esta división entre lógica edípica y relaciones preedípicas. Incluso el argumento de que las identificaciones preedípicas pueden existir junto a la elección de objeto edípico suele ser utilizado frecuentemente para subvertir ideas que giran en torno a la primacía del falo, y su heterosexismo, y, desde allí, reelaborar la lógica identitaria que imprime el Edipo en sus soldaduras restrictivas entre identificación y elección de objeto (Diamond, 2006).

Los aportes contemporáneos de Jane Flax (2006) introducen un cambio de perspectiva desde el interior mismo de feminismo psicoanalítico norteamericano. Flax denuncia la insuficiencia de los elementos conceptuales que refieren al interjuego identificación/desidentificación, aún hoy dominantes, a la hora de pensar el modo en que se construyen las identidades de género. Es necesario, nos dice, modelos teóricos que conciban al género de manera más fluida a partir de categorías complejas que presten más atención a factores culturales.

El modelo identificatorio, afirma Flax, construye una noción rígida y dicotómica de género. La posibilidad de identificación/desidentificación instala al género como un sistema binario en el que sólo hay dos posiciones, pues alguien pertenece a un género en la medida en que no pertenece al otro. Tomando el caso del niño, dentro de este sistema, su primera identificación es con una mujer (su madre), el niño construye su masculinidad bajo el requisito de no ser femenino. Para ello se requiere la separación de la madre y la renuncia permanente a cualquier identificación con ella. Este modelo no sólo refuerza un esquema de género rígido, también valida aspectos normales o esperables de la masculinidad: sentimientos defensivos, temerosos y potencialmente denigrantes sobre la feminidad y todo lo relacionado con ella.

En el contexto de estas críticas, Flax realiza interrogantes que implican un grado de radicalidad aún mayor ¿por qué existe la masculinidad o feminidad? El objetivo de la autora es localizar al género dentro de esquemas que tornan dudosa su propia existencia. Para Flax la diferencia sexual permanece demasiado ligada a la anatomía y a los modos en que se representa el género. El psicoanálisis debe incluir en mayor medida al contexto cultural, a las relaciones de poder propias de la raza y la heterosexualidad normativa, hoy ausentes. Estas ausencias sostienen la reproducción de conceptos sobre el género subjetivo que permanecen sesgados y subsidiarios a los tipos de subjetividades que la sociedad occidental demanda.

El giro presente en la preocupación de Flax es interesante, pues apunta no sólo a la dinámica intrapsíquica anclada en la biología de los cuerpos–presente en los aportes canónicos del psicoanálisis norteamericano que introduce la categoría de género sin perspectiva feminista–, tampoco a la dinámica intersubjetiva de corto alcance –presente en el pensamiento de Nancy Chodorow y Jessica Benjamin, a pesar de su preocupación legítima por introducir vía identificación aspectos socio históricos que guardan en sí la desigualdad entre varones y mujeres. El interrogante de Flax invoca una teoría de la conformación subjetiva que permite teorizar la subjetividad como producto de dinámicas sociales. Jane Flax puede articular esta demanda para el campo del psicoanálisis debido a que su pensamiento se encuentra doblemente capturado por el feminismo y el posmodernismo. La teoría feminista le permite pensar en una dimensión política de la identidad que imprime una mayor complejidad que no se agota en lo individual, ni en las dinámicas familiares que invisibilizan sesgos de etnia, clase y sexualidad. El posmodernismo la posiciona en actitud de sospecha, sin temor a incorporar la historicidad en el relato psicoanalítico.

Como fuere, el feminismo psicoanalítico de finales del siglo XX ha trazado un complejo campo conceptual cuyo objetivo principal ha sido anudar la perspectiva política del feminismos con marcos conceptuales provenientes del psicoanálisis. A pesar de los sesgos que integran su pensamiento, Jessica Benjamin ha logrado entramar teoría social y teoría del sujeto psíquico bajo la intención de explicar el fenómeno de la dominación patriarcal en su mayor complejidad posible. En su pensamiento, la idea de identidad de género se vuelve un espacio subjetivo que permanece ligado a la dimensión socio-histórica (de modo que las normas sociales participan en los procesos de subjetivación) al mismo tiempo que, bajo coordenadas psicoanalíticas, permite pensar los modos complejos en que el poder hunde sus raíces en la especificidad de aspectos intrasubjetivos, a pesar de que éstos nunca emergen independientemente de los discursos sociales. Es así que su pensamiento, con sus límites teórico-argumentativos, debe ser contemplado como un intento de incluir en las teorizaciones que de manera explícita o subyacente, participan en la definición de lo humano, el imperativo ético-político de utilizar herramientas conceptuales para aminorar la brecha existente entre mundos deseables y mundos posibles.

Referencias

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Notas

1 Jessica Benjamin (1995/1997) advierte que el concepto de identidad genérica trae consigo el riesgo de concebir la misma como un todo coherente, homogéneo y uniforme. Sustituye la categoría de identidad genérica nuclear, así conceptualizada por Robert Stoller, por la de identificación genérica nominal, denominación con la que refiere a la representación primordial que se lleva a cabo durante el primer año de vida, producto de interacciones generalizadas.
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