Procesos de construcción de saberes relativos a las prácticas de belleza entre mujeres de sectores populares

Knowledge construction processes of body beauty practices among low-income women

Claudia Gabriela Reta 1
Universidad de Buenos Aires, Argentina

Procesos de construcción de saberes relativos a las prácticas de belleza entre mujeres de sectores populares

Aposta. Revista de Ciencias Sociales, núm. 72, pp. 101-128, 2017

Luis Gómez Encinas ed.

Recepción: 11/04/2016

Aprobación: 29/06/2016

Resumen: El propósito de este artículo es analizar los procesos de construcción de saberes de belleza y estética corporal entre mujeres en contextos de pobreza y segregación socio-espacial. Para ello se identifican y describen las prácticas realizadas por un grupo de mujeres de una villa de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina, en el marco de una investigación con perspectiva etnográfica. Los resultados obtenidos demuestran que dichos procesos forman parte de una dinámica a partir de la cual se construyen los estereotipos de género, clase y raza-etnia que se inscriben en y actualizan las desigualdades en las que dichas mujeres se encuentran.

Palabras clave: Mujeres, saberes, belleza, segregación socio-espacial.

Abstract: The purpose of this paper is to analyze the processes of construction of knowledge of body beauty among women in contexts of poverty and socio-spatial segregation. To this end, the practices carried out by a group of women in a “villa” of the City of Buenos Aires, Argentina, are identified and described as part of an ethnographic investigation. The results shows that these processes are part of a dynamic from which, gender, class and race-ethnicity stereotypes that enroll in inequalities are built and update.

Keywords: Women, knowledge, beauty, socio-spatial segregation.

1. INTRODUCCIÓN

Las prácticas de belleza y estética corporal femenina han existido a lo largo de diversas épocas y culturas, asociadas a diferentes significados y valoraciones (Vigarello, 2005). Las mismas, pensadas como parte de las políticas de los cuerpos presentes en las estructuras de dominación, se constituyen dentro de los mecanismos de enclasamiento y desigualdad de género que caracterizan las sociedades actuales, dado que los esquemas de clasificación social median en cómo el cuerpo es percibido y apreciado. Desde un abordaje que se centra en el cuerpo/emoción como inescindibles y considera al mismo como locus desde donde se desenvuelven las luchas por el poder, la dominación y la resistencia (Scribano, 2012), el análisis de la construcción de saberes de belleza y estética corporal entre mujeres de una villa1 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), Argentina, nos permite acercarnos a las sensibilidades de las mismas y a sus disposiciones, posibilidades e imposibilidades de acción.

Diferentes autores señalan un movimiento histórico occidental en el que el cuerpo se sitúa como locus del individuo, y se lo piensa en términos de maleabilidad y construcción por parte de la propia persona. Dentro de este proceso, las prácticas de embellecimiento son parte de la construcción del cuerpo, principalmente de la mujer (Aafkes, 2008; Le Bretón, 2012; Lipovetsky, 1986, 2007; Vigarello, 2005). El amplio desarrollo y difusión de las prácticas de cirugías estéticas a nivel mundial2, en tanto procedimiento de intervención que se identifica con el paradigma de posibilidad de construcción del propio cuerpo, se enmarca dentro de este movimiento orientándose hacia un modelo de cuerpo joven y esbelto, que va de la mano de la exaltación y fetichización de los atributos femeninos en tanto imagen corporal dominante.

Naomi Wolf y Susan Bordo Bordo (2001) contemplan las prácticas de belleza como constitutivas de los dispositivos de control corporal que se inscriben dentro de las estructuras de desigualdad sexo-genéricas. Elementos de ideologías racistas y discriminación étnica, se imbrican también con los gustos socialmente establecidos acerca de lo lindo, bello y agradable para ver, así como con las prácticas de estética corporal. Muñiz (2010a, 2010b, 2012, 2013, 2014) y Moreno Figueroa (2010, 2013) analizan desde diferentes perspectivas cómo la belleza y las prácticas orientadas por dicho fin se inscriben dentro de mecanismos discriminatorios. Por otro lado, Kathy Davis y Mariake Aafkes (2008), en el ámbito local, proponen pensar las mismas como posibilidades de agencia de las propias mujeres para construir su corporalidad, estableciendo de este modo una perspectiva dual en el campo académico por la cual la dominación por un lado, y la agencia y libertad por el otro, serían los parámetros en los que dichas temáticas se dirimen.

Si bien diversos enfoques han investigado las prácticas de modificación corporal y los imperativos de belleza entre mujeres, consideramos que los estudios actuales han tendido a priorizar el análisis en sectores socio-económicos medios y altos, instaurando el prejuicio por el cual las mujeres pobres se encontrarían alejadas de dichas prácticas (Le Bretón, 2012) o se relacionarían con las mismas a partir de la copia y emulación de los usos de sectores medios y altos (Entwistle, 2002), sin reparar en las tensiones y complejidades que se inscriben en dichas apropiaciones.

A partir de una etnografía realizada en una villa de la CABA en Argentina y en sintonía con otras investigaciones que indagan en prácticas de estética o de belleza entre grupos de mujeres de sectores populares en Latinoamérica (Arechaga, 2013; D’ Aubeterre Alvarado, 2012; Nicolino, 2012), entendemos que las mujeres de la villa llevan adelante sus prácticas de estética corporal gestionando y resignificando los cánones de belleza dominantes a partir de sus experiencias de las problemáticas de género, pobreza, segregación socio-espacial y discriminación étnico-racial características de las sociabilidades y vivencialidades en la villa.

Las villas son un fenómeno urbano que surge en Argentina a lo largo de las décadas de 1930 y 1940, como una estrategia habitacional de sectores populares en sintonía con otras experiencias similares de Sudamérica. Dados los procesos históricos que se han desenvuelto en las mismas, en la actualidad sus habitantes muestran la heterogeneidad de la pobreza3 albergando a antiguos villeros, nuevos migrantes de las provincias y países limítrofes, y sectores pobres que por el déficit habitacional y caída de los ingresos se radica allí (Cravino, 2008; 2014). A su vez, los hogares de las villas presentan condiciones de precariedad en sus características habitacionales y de acceso a los servicios públicos (Herrera Nájera y Reta, 2016), lo que profundiza la desigualdad social con el resto de la ciudad.

Como constitutivas de la ciudad actual, las villas pueden pensarse como parte de los dispositivos de enclasamiento. En ese sentido, las mismas son constructoras y reproductoras de determinadas vivencialidades y modos cognitivo-emotivos de vincularse, estableciendo entre sus principales características la segregación racializante que establece bordes, límites y márgenes que potencian la discriminación y la evitación del conflicto en la ciudad (Scribano, 2013). Por ello, señala Ana Lucía Cervio:

“Los antagonismos que surgen y se configuran en cualquier ciudad latinoamericana en torno a la apropiación diferencial de bienes y servicios urbanos –generalmente zonificados en áreas de relegación que soportan la lógica clasista de la distribución corporal en la ciudad– desenmascaran la privación que supone la mercantilización de la vida, señalando hacia la materialidad de un cuerpo que –sin agua, sin luz y sin posibilidad de moverse frente a la inaccesibilidad del sistema de transporte– se reconoce paralizado e impotente frente a la tiranía del consumo” (2015: 25).

Las mujeres de las villas se encuentran atravesadas por los estereotipos dominantes de belleza y de cómo un cuerpo debería verse y sentirse, pero sin los recursos económicos y materiales para acceder a los bienes y servicios que el mercado ofrece. Al mismo tiempo, sus propias corporalidades portan estigmatizaciones producto de su situación socio-económica y de las tramas de discriminación étnico-racializada dado el alto porcentaje de mujeres migrantes que allí residen. A esto se le agrega la propia configuración de sociabilidades y vivencialidades que la villa establece en cuanto al habitar espacios desacreditados (Crovara, 2004; Girola, 2013) que se constituyen en torno a la precariedad, fragmentación, incertidumbre y fugacidad como características de las sensibilidades allí presentes (Scribano, 2016).

Consideramos que el estudio de las prácticas de belleza desde un abordaje socio-antropológico permite acercarse a la problemática desde el nivel de la cotidianeidad (Achilli, 2005) dentro del cual podemos situar a los cuerpos de estas mujeres pobres, “villeras” y en su mayoría migrantes, como territorios atravesados por las tensiones señaladas. En este contexto, la pregunta acerca de los procesos por los cuales se construyen los saberes4 de belleza y se enmarcan las prácticas de enseñanza-aprendizaje de la estética corporal femenina, nos permite analizar cómo dicha conflictividad se hace cuerpo. Estos saberes remiten a la legitimidad y a los sentidos5 socialmente valorados de determinadas prácticas, bienes, y formas corporales que ingresan dentro del campo de “la belleza”, junto con otros que quedan excluidos, invisibilizados o estigmatizados. A su vez, estos saberes incorporados funcionan como criterios de objetivación de la propia percepción del cuerpo, estableciendo tramas entre las percepciones y sensaciones por las que ciertas impresiones de colores, formas y tamaños corporales son “bellas” y otras no.

Los datos aquí expuestos, forman parte de los resultados del trabajo de campo realizado durante el 2014 y 2015 en la villa 21-24 (CABA)6 dentro del marco de la investigación para la tesis de Grado en Antropología, que versa sobre las prácticas de belleza y estética corporal entre mujeres pobres. En él se trabajo con observaciones etnográficas, entrevistas en profundidad y conversaciones informales a mujeres residentes en la villa. La muestra se construyó por medio del procedimiento de la bola de nieve (Scribano, 2008a), por el cual fuimos contactando mujeres de diferentes edades, trayectorias migrantes y condiciones socio-económicas, en orden a dar cuenta de la heterogeneidad de vivencialidades y sociabilidades que en dicho espacio conviven.

En una segunda etapa, a partir de la información obtenida reconstruimos un “mapa” de los circuitos de aprovisionamiento7 de bienes, servicios y saberes de belleza y estética corporal. Atendiendo al mismo, realizamos una serie de entrevistas y observaciónes en diferentes espacios dentro y fuera de la villa por los que las mujeres transitan, así como en diferentes espacios de comercialización de bienes y servicios e instituciones destinadas a la enseñanza de oficios relacionados a estas áreas. Si bien dichos espacios estuvieron circunscriptos a la información brindada por las mujeres con quienes nos contactamos, recorrimos peluquerias, centros de estética, comercios formales e informales, gimnasios, diferentes clases de gimnasia y técnicas corporales y deportivas, centros de adelgazamiento, ferias, Centros de Formación profesional y Escuelas de oficios, tanto dentro como fuera de la villa.

Lo que sigue de este artículo se organiza del siguiente modo: en primer lugar presentamos una breve contextualización a partir de una caracterización de la situación de las mujeres de la villa 21-24, y una referencia del marco conceptual dentro del cual se construye la problemática. Luego, realizamos una descripción y análisis de los modos y medios por los cuales las mujeres de la villa llevan adelante sus procesos de construcción de saberes en relación a las prácticas, sentidos y modos de ser y estar acordes a las tendencias de belleza y estética corporal. Por último, se analizan dichos saberes y formas de construcción como espacios de normalización atravesados por los vectores de clase, raza-etnia y género, al tiempo que conforman experiencias que permiten “otras” experiencias que las estipuladas por las estructuras sociales vigentes.

2. CONCEPTOS Y CONTEXTOS

Las prácticas de belleza y estética corporal aluden a modos de ser y estar, por medio de los cuales las mujeres sitúan sus cuerpos en relación a determinados sentidos sociales del gusto, ofreciendo una particular asociación entre percepciones, sensaciones y emociones, entendidas como una triple articulación que funda las sensibilidades (Scribano, 2012). Las mismas son parte de los mecanismos por medio de los cuales la expropiación de las energías corporales se llevan adelante, dado que tanto el control corporal (marcas, disposiciones, usos sociales y geometrías corporales socialmente aceptadas) como la regulación emocional son parte de la “expropiación de energías vitales con miras a la reproducción del capital, lugar de promoción, sostenimiento y perpetuación del sistema productivo” (Sanchez Aguirre, 2013: 82).

En este marco, un acercamiento conceptual al cuerpo desde su triple articulación de cuerpo imagen, cuerpo piel y cuerpo movimiento (Scribano, 2007) nos permite pensar lo corporal desde sus impactos en las vivencialidades, las sociabilidades y las sensibilidades que se inscriben dentro de los patrones actuales de dominación8. De modo suscinto, señalamos al cuerpo imagen como un indicador del proceso de “cómo veo que me ven” compuesto por la interacción entre las desiguales valoraciones y configuraciones de las partes sociales del cuerpo, la exposición del cuerpo en tanto acto de estar para la mirada de otro, y la postura como estructura social significativa, en la que los gestos, la hexis corporal y la mirada social se adecuan a los marcadores relevantes de la sociedad. Cuerpo piel refiere a las inscripciones de los sentidos dentro de los modos sociales del sentir que se encuentran naturalizados, y que vectorizan sociabilidades y sensibilidades. Por último, el cuerpo movimiento da cuenta de las potencias e imposibilidades de la disposición corporal para la acción o inacción, de acuerpo a las energías sociales de los mismos.

Si bien en muchas oportunidades se reducen las prácticas de belleza y estética corporal a la moda, prácticas cosméticas y/o cirugías estéticas, pensamos a las mismas desde una perspectiva más amplia que abarque los usos corporales cotidianos en tanto su dimensión y valoración estética. Entendemos como parte de las mismas a hábitos alimentarios y de actividad física, prácticas cosméticas, de adorno y vestimenta, intervenciones y modificaciones corporales quirúrgicas y no quirúrgicas, posturas, movimientos y gestualidades que se establecen en diferentes interacciones, así como sus resonancias afectivas y emocionales.

Dentro de este campo, varios autores han permitido una apertura a dicha conceptualización. Tempranamente Mauss (1979) ha podido desnaturalizar ciertas sincronías musculares como modos de moverse y gestualidades que, en tanto “técnicas corporales”, corresponden a montajes que entrelazan el plano biológico, social y psicológico. Featherstone, a partir del concepto de body modificacion (1999), permitió a su vez pensar cómo prácticas de larga duración, hábitos alimentarios y prácticas de ejercicio físico modifican las contexturas corporales, mientras que Moreno Figueroa (2013) desde su perspectiva de entender a la belleza como un sentimiento permite incluir también las apropiaciones emocionales y afectivas.

Estas prácticas se encuentran de todos modos generizadas y socio-históricamente situadas, por lo que los sentidos y valoraciones que se les asocian a determinados bienes, prácticas y formas corporales son el resultado de la desigual distribución de las propiedades corporales entre las clases. Las prácticas de belleza en tanto cuerpo imagen, se inscriben en un juego de miradas en el que se actúan y gestionan gestos y posturas para ser mirada, y se evidencian las desiguales valoraciones y configuraciones del cuerpo. Desde la mirada del otro vuelta propia, se configura una imagen que en tanto cuerpo piel hace sentir mal/bien, y se potencian u obturan posibilidades de movimiento, capacidades de acción y de habitar o no la ciudad en tanto cuerpo movimiento.

Las prácticas de belleza y estética corporal en el sentido anteriormente señalado, ocupan una parte importante de la vida cotidiana de las mujeres de la villa 21-24. Si bien las oportunidades de adquirir bienes y servicios en el mercado formal se encuentran restringidas, relevamos un amplio abanico de estrategias como la compra al por mayor, la compra de objetos usados en ferias y venta callejera, el canje, el “cirujeo”9, la financiación informal en cuotas y la práctica del “fiado”10 por parte de comerciantes y vendedoras de la villa, la circulación de bienes y servicios como modos de construcción y sostenimiento de redes de sociabilidades entre mujeres y entre parientes. Dichas posibilidades se relacionan con la constitución de la villa en tanto territorio segregado de la ciudad que se constituye como espacio barrial de cercanía, en tanto “unidades territoriales cimentadas en la proximidad física, la ligazón moral y la homogeneidad social de sus residentes o vecinos; al estilo de las 'comunidades imaginadas' de Benedict Anderson” (Girola, 2013: 39).

La villa 21-24 es conocida como “la villa de los Paraguayos” (Cravino, 2014), dado el alto índice de migración desde los países limítrofes, principalmente del Paraguay. Según Mera, la estructura desigual de la cartografía de la CABA “constituye una clara expresión de las desigualdades (más que diferencias) sociales, donde lo migratorio y la pobreza se conjugan” (2010: 76). Esta asociación entre pobreza, segregación espacial y migración, se combina de un modo particular a partir de un proceso de “racialización de las relaciones de clase” (Margulis, 1999) por medio del cual se establece una estigmatización a partir de los rasgos y características étnicas asociadas a los procesos de migración latinoamericanos dentro del ámbito de la Ciudad.

En este contexto de pobreza, desigualdad socio-económica y habitacional, y discriminación étnico-racializadas, las mujeres de la villa se ven a su vez afectadas por las desigualdades de género, que tienden a profundizar las condiciones de pobreza. La división sexual del trabajo, junto a las relaciones de poder que se estructuran a partir de ellas, establecen desigualdades de género que en continuidad con la exclusión histórica de la mujer de los ámbitos públicos y su relegamiento al ámbito privado (Barrancos, 2008), implica entre otras cosas la responsabilidad de las mujeres de las tareas de mantenimiento del hogar y los trabajos de cuidado, entendiendo por estos últimos a la atención y satisfacción de aquellas necesidades físicas, biológicas, afectivas y emocionales que tienen las personas (Gherardi et al, 2012). Estos trabajos y responsabilidades no remuneradas se profundizan en el caso de las mujeres de la villa, dados los altos valores del índice de fecundidad, según el cual las mujeres de la villa tienen en promedio 4,3 hijos, frente al 1,9 del resto de la ciudad (Mazzeo, 2013), que se combinan con la falta de redes familiares de ayuda debido al alto porcentaje de mujeres migrantes y sus trayectorias características (Mera, 2010). Dicha sobrecarga de trabajo no remunerado, se conjuga con un mayor nivel de inactividad y desocupación de las mujeres en relación a los hombres y a las mujeres del resto de la ciudad (un 37% menos). A su vez, si consideramos la ocupación de las mismas, se caracteriza por ser de baja calificación e informal (Mazzeo, 2013), lo que las posiciona en una situación de mayor precariedad laboral y dependencia económica.

3. LOS MODOS DE CONSTRUCCIÓN DE SABERES EN LA VILLA 21-24

Los saberes de las mujeres de la villa sobre la belleza y estética corporal se consideran por parte de ellas principalmente como modos de “arreglarse”, entendiendo como tales a determinadas prácticas que serian más legítimas que otras. A partir del relevamiento desde donde dichos saberes se construyen, señalamos tres vías principales que describimos y analizamos a continuación.

En primer lugar, el vínculo filial entre madre/cuidadora e hijas es uno de los mecanismos por los cuales las niñas entran en contacto y construyen determinadas sensibilidades en relación a su cuerpo.

“Creo que le pregunte de qué trabajaba la mamá y me dice que ahora se había anotado para un curso de peluquería y maquillaje, para poder trabajar de eso. Le pregunto si su mamá se pinta y me dice que sí, que a veces se pinta cuando van a salir. Haciendo con las dos manos la mímica del delineador en el borde superior e inferior del ojo me cuenta que se pone marrón o blanco arriba de los parpados y se hace una ‘rayita negra’, y que se pone en los cachetes también color (haciendo la mímica con las manos resaltando los pómulos). Dice que hay veces que no salen, pero que ella se maquilla por que le gusta ‘estar linda’ para cuando vuelva el papá. Que a veces cuando salen de paseo a ella también la pinta y también se pone colores ‘acá’ (se señala los cachetes), y que cuando la mama no tiene para ponerse, se pone el pinta labios con los dos dedos en los cachetes (haciendo la mímica con el índice y el medio con movimientos circulares). Mientras habla me muestra, me explica que los dedos van juntos y se los desparrama. Le pregunto si en la murga también se pintan y me responde que sí, pero que ahí se hacen dibujos, que la mamá no sabe hacer dibujos” (registro de campo de un diálogo con una niña de 5 años).

En este registro de campo, se puede observar el nivel de detalle con que una niña relata las prácticas cosméticas del maquillaje acorde al modo en que se lo enseñó la madre. Llama la atención en un primer momento la valoración e importancia de las mismas, dado el nivel de detalle en una conversación que estaba antecedida por respuestas monosilábicas que demostraban la timidez o desinterés que puede tener una niña de 5 años frente a una interlocutora desconocida. A su vez, el modo en que el relato era acompañado por gestos, hace pensar en aprendizajes indisociables de los cuerpos, que se realizan en situaciones de socialización a partir de relaciones interpersonales en la que se construyen hábitos, disposiciones y saberes-hacer (Lahire, 2006).

Además de la enseñanza-aprendizaje de determinadas prácticas, hay una serie de sentidos acerca de lo femenino y los modos de “arreglarse” y “estar linda” que se transmiten al modo de un “currículum oculto”11 de la belleza. Así, por ejemplo, se encuentran las asociaciones entre las prácticas de belleza y los cuidados corporales y afectivos, por los cuales ciertas características del orden de lo sensible como la amorosidad, paciencia y delicadeza, operan en tanto gestualidades, movimientos y posturas “femeninas”; criterio que se transforma en uno de los principales ponderadores de la belleza de una mujer. Por otro lado, el “estar linda” para “salir” o “para cuando vuelva el papá” remiten a una disposición del cuerpo imagen frente a otro a quien agradar, modo por el cual la mujer se convierte en un objeto visual (Berger, 2000).

El maquillaje del rostro y la vestimenta que caracteriza a las murgas es también una importante instancia de socialización en la villa. Retomando el trabajo de Bertone y Peano (2014) sobre los carnavales en la localidad de Villa Nueva (Córdoba), podemos decir que las prácticas de belleza de las niñas y jóvenes características de estas prácticas y eventos festivos ubican al “brillar en los intersticios de la opacidad cotidiana” (181), dándole color y brillo a los cuerpos opacos y descoloridos a partir de generar una fantasia de agrado frente a los fantasmas del rechazo y estigmatización12.

En segundo lugar, encontramos una serie de diferentes vínculos e interacciones sociales que articulan procesos de enseñanza-aprendizaje de prácticas y de valoración de estereotipos corporales. A grandes rasgos, las mismas pueden caracterizarse a partir de las interacciones con el resto de la ciudad por un lado, que se asientan en vínculos que evidencian la desigualdad socio-económica, y las que se desarrollan dentro del espacio social de la villa por el otro, que tienden a establecer relaciones más simétricas entre pares.

Considerando las primeras de ellas, las principales articulaciones entre las mujeres de la villa y el resto de la ciudad se dan por medio del trabajo y de las intervenciones de instituciones estatales, privadas y de las Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC). En el caso de las mujeres que por motivos laborales interactúan y circulan por la ciudad, se establecen escenarios en los que sus cuerpos se enfrentan a los cuerpos legítimos de las mujeres operando estas situaciones como una mediación de las distancias entre éstos y sus cuerpos reales; distancia que según Bourdieu, establece la percepción de la propia corporalidad. En esta linea se ubican por ejemplo las “Patronas”13 que regalan ropa y productos de cosmética estableciendo parámetros corporales que se relacionan con el éxito socio-económico. En estas interacciones, las mujeres realizan por un lado aprendizajes prácticos de modos de vestirse, modos de maquillarse, modos de caminar y hablar, mientras que por el otro toman conocimiento de su imposibilidad de producir e imponer al cuerpo su propia objetivación y esquemas de percepción (Bourdieu, 1986).

“Los hijos de la patrona donde estábamos eran rubios, rubios, yo estaba enamorada (…) Y hasta de chiquita quería tener hijos rubios, no quería tener hijos con pelo negro, no, no, no…. yo quería ser rubia, a la gente rubia le iba bien…” (entrevista a Dori, 30 años, paraguaya).

En el fragmento de entrevista arriba citado, la experiencia de clase de interactuar con el hijo de la empleadora de su madre, es parte de una construcción de saberes que asocia percepciones, sentidos y valoraciones que constituyen al cabello rubio como un paradigma que condensa no solo asociaciones estéticas y visuales, sino políticas, sociales y económicas, atravesadas por las lógicas de racialización y las experiencias del neo-colonialismo de la ciudad14. Desde la perspectiva del cuerpo piel, lo rubio y lo blanco se vuelven deseables en tanto cromaticidades que se configuran desde los sentidos a emociones ligadas al éxito socio-económico y a la legitimidad social.

En esta misma línea, señalamos a las imágenes de los medios de comunicación y las redes sociales, como otra vía de incorporación de estereotipos y prácticas que pueden llegar a ser deseables. Las mujeres protagonistas de las novelas así como las mujeres de la farándula que aparecen en los programas de televisión que tienen lugar en la intimidad de los hogares de las mujeres de la villa, conforman imágenes de cuerpos que asocian determinados criterios de belleza con la seducción y el éxito personal.

Muchas mujeres reconocieron a su vez, destinarle tiempo e importancia a Facebook, al que se conectan diariamente a partir de los teléfonos celulares o gracias a las netbooks15. En esta red social, miran los perfiles de otras mujeres y siguen marcas de ropa, de indumentaria y de cosmética para estar atentas a las tendencias de la moda. Particularmente las jóvenes, pueden estar varias horas mirando fotos de otros/as hombres y mujeres, y analizando y ponderando su apariencia. Como pudimos concluír a partir de la participación en las redes, el criterio de legitimación en este caso, se asocia a la belleza, seducción y al éxito en el plano social: las fotos de las mujeres cuyos cuerpos se acercan a los parámetros de legitimidad, reciben más “me gusta”, tienen más “amigos” y “seguidores”.

A su vez, las diferentes interacciones de las mujeres con las instituciones, construyen sentidos y disposiciones corporales: prescripciones médicas, contraprestaciones a políticas sociales, obligaciones ciudadanas y requisitos de diferentes instituciones privadas con las cuales las mujeres de la villa se vinculan, operan adecuando y normalizando los cuerpos y las sensibilidades en relación a la apariencia corporal, transformándose en oportunidades de construcción y legitimación de saberes.

Por otro lado, encontramos una serie de relaciones sociales que se establecen entre mujeres que revisten un modo de intercambio más simétrico y son las que se desenvuelven entre mujeres de la villa. Dentro de la construcción de relaciones de ayuda mutua que estructuran los espacios de mujeres en ámbitos sociales desfavorables en orden a establecer arreglos para reducir el impacto de las condiciones en las que se encuentran, las prendas de vestir, artículos de cuidado y limpieza corporal y alimentos, son los bienes intercambiables más relevados. Los mismos, son justamente los principales recursos por los que las mujeres de la villa conforman sus estructuras corporales y apariencia física, dado que por sus restricciones económicas no pueden acceder a bienes y servicios de belleza de costo elevado.

“(…)Yo le pregunto a donde lo compró y me cuenta que lo trajo la vecina de las cosas que junta de la calle, y se lo ofreció. Ella lo vio, le gustó y le dio un par de pesos, pero que es algo que nunca usaría porque es muy ‘rescatado’ para ella. Dice que lo compró pensando en que le iba a servir a alguien más (…) que a la vecina le ‘tiro unos pesos’ pero que ‘ellas se arreglan así’, que ella siempre le trata de comprar las cosas que le trae, más para ayudarla” (registro de campo en la casa de Vanesa, 35 años, argentina).

Dentro de estas relaciones hay mujeres que tienen más autoridad en los temas referentes a la estética: éste es el caso de las profesionales de la belleza como las peluqueras, vendedoras de artículos de vestir, revendedoras de cosméticos y productos de cuidado personal por catálogo, entre otras, que como veremos a continuación encarnan los saberes legitimados. Estas mujeres transmiten a partir de su labor profesional sus conocimientos aprendidos en ámbitos institucionales y laborales; prácticas y saberes que simbólicamente son considerados de mayor valor. En el caso de las vendedoras, su legitimidad se establece principalmente a partir del valor que tienen los bienes que son de “afuera”, estableciendo un paralelismo entre la desigual valoración simbólica de los bienes de la villa y del resto de la ciudad, y la desigual valoración social de las personas que habitan dichos espacios. Como señalaba una entrevistada en relación a los productos que se consiguen por venta por catálogo:

“Y… esta bueno, porque es como que podemos tener lo mismo que tiene una mina que es de afuera” (entrevista a Mirna, 33 años, paraguaya).

En tercer lugar, hay una serie de circunstancias por medio de las cuales las mujeres construyen conocimientos en contextos más institucionalizados: cursos de Peluquería, Maquillaje, Depilación, Manicura, entre otros, se ofrecen como oportunidades de formación que les posibilitan una salida laboral-profesional sin necesidad de tener la escolarización obligatoria completa, a partir de cursos cortos y generalmente gratuitos o de bajo costo. Es interesante señalar que la oferta de estos cursos que se dan en el marco de las instituciones estatales, bajo la premisa de ofrecer una formación acorde a la demanda y que retome los saberes de las mujeres, se desarrollan en su mayoría en el campo de los oficios asociados a los estereotipos femeninos. Analizando por ejemplo la oferta de cursos del Centro de Formación Profesional n° 9 que se encuentra dentro de la villa, se ve la segregación temática y horaria que evidencia y reproduce los estereotipos de hombre-trabajador formal y mujer-ama de casa-trabajadora informal. En el turno diurno se dictan cursos de Maquillaje, diferentes niveles y estilos de Peluquería, Colorista de salón, diferentes niveles de Corte y confección, Cocina, Depilación y Manicura, Confección de indumentaria, Decoración de Tortas y Elaboración de Souvenirs; mientras que la oferta vespertina contempla: Instalaciones eléctricas domiciliarias, Cerrajería, Reparación de PC y Mecánica automotriz entre otras.

Si bien dentro de estos diferentes espacios y vías enunciadas se construyen saberes de belleza, la variedad de modos y medios conlleva desiguales valoraciones y sentidos (Narotsky, 2007). Los saberes construidos a partir de la formación en instituciones privadas, por ejemplo, tienen más legitimidad que los construidos a partir de los vínculos familiares y entre mujeres de la villa, que en general están asociados a situaciones relacionadas al cuidado y al afecto; y más si los primeros se desarrollaron en instituciones privadas de afuera de la villa. Esta desigual valoración además se pone en juego a partir de los usos que las mujeres realizan en sus interacciones sociales. En ese sentido, en el próximo apartado analizaremos cómo estos saberes se inscriben dentro de las tensiones entre la reproducción de las condiciones de desigualdad social en la que las mujeres de la villa se encuentran, y las potencialidades de cambio que se inscriben dentro sus posibilidades.

4. SABERES DE BELLEZA COMO UN ESPACIO DUAL

Una referencia muy extendida entre las mujeres de la villa para referirse de manera positiva a la estética de alguna otra mujer es la de decir que es “femenina”. Al indagar explícitamente en su contenido, las mujeres respondían naturalizando las asociaciones entre la mujer, la belleza y el cuidado: “la mujer tiene que arreglarse”.

Diferentes autoras/es que trabajan sobre el tema señalan que los estereotipos de belleza dominantes son parte de los criterios que definen el estatus femenino de género, en tanto uno de los criterios que hacen sus cuerpos inteligibles (Aafkes, 2008; Muñiz, 2014). Estos estereotipos tienen implicancias no solo identitarias sino sociales, políticas y económicas (Bordo, 2001; Entwistle, 2002). En el trabajo de campo, diversas situaciones dan cuenta de la desigual distribución de las tareas entre los hombres y mujeres a temprana edad: niñas que cuidan a sus hermanos y realizan las tareas domésticas, a diferencia de los varones a quienes no se les enseñan dichas capacidades y disposiciones. Los estereotipos sexo-genéricos son parte de la constitución del hábitus de hombres y mujeres que como tal, debe actualizarse y reactualizarse a lo largo de la praxis social. Las prácticas de belleza corporal femenina se caracterizan por destinar tiempo, trabajo y recursos económicos sobre los cuerpos, a lo que se le suma un trabajo de disciplinamiento de los movimientos y gestualidades que tienden a controlar y mantener a los mismos dentro de ciertas posturas relacionadas a asociaciones dualistas que sitúan a hombres y mujeres en diferentes posiciones, y que han servido a lo largo del transcurso histórico para justificar desigualdades entre ambos (Bordo, 2001).

Podemos sostener entonces que las prácticas que establecen a los cuerpos de las mujeres dentro de ciertos parámetros estéticos que se caracterizan por su referencia a la feminidad, son parte del mecanismo por medio del cual las mismas reproducen en un plano simbólico las condiciones de desigualdad de género con relación a los varones. Esta construcción alberga entre uno de sus corolarios, la asociación entre la mujer y su rol de madre circunscribiéndola de este modo al ámbito de lo doméstico (tareas de cuidado y mantenimiento del hogar) al mismo tiempo que le adjudica determinadas características de las sensibilidades como la paciencia, la resignación y la pasividad.

Las normalizaciones no atañen sin embargo únicamente a las desigualdades sexo-genéricas, sino que por medio de la construcción de saberes de belleza se inscriben también en el espiral de desigualdad, discriminación de clase y racialización étnica que como ya vimos, se encuentran entrelazadas en el imaginario social que estigmatiza a las mujeres de la villa.

“(…) Después que salí de vacaciones este y me engorde 4 kilos de más. A mí me molestan, me da vergüenza tener rollos, pero yo lo reconozco que ya tengo que tener los rollos, ¿entendés?, por mi edad. Pero no hago ninguna dieta nada, ¿por qué? Y por ahí en el día sí, te como sano, pero la cosa es a la noche. Comemos como una vaca, nos sentamos a ver novelas y adormir. ¡Qué mierda! Con eso al otro día amaneces así (gesto con las manos de la panza salida para afuera.) y así sucesivamente. No tengo cuidados. Pero no estoy en edad de andar en esas. Cuando trabajaba en casa de familia sí, me arreglaba, pero ahora ya no” (entrevista a Sabina, 39 años, paraguaya).

En esta entrevista, Sabina nos cuenta por qué no se “arregla” más, señalando su edad y su contextura corporal a partir de la resignación y la vergüenza. Sin embargo señala que cuando trabajaba como empleada doméstica en “casa de familia” si se arreglaba. Las referencias al trabajo por fuera de la villa así como las salidas y paseos por diferentes lugares de la ciudad en tanto momentos en los que las mujeres “se arreglan”, son una constante a lo largo de las narraciones de las mujeres de la villa. En dichas situaciones subyace la estigmatización de sus cuerpos en tanto mujeres pobres y “villeras”, que por medio de las prácticas de belleza intentan maquillarlas para poder habitar la ciudad ocultando la vergüenza de sus características deslegitimadoras.

Como señalabamos con anterioridad, las estigmatizaciones no son solo por clase sino también en relación a la racialización de sus caraterísticas étnicas:

“Si…..¡son terribles las paraguayas! (Se rie). Pero yo también, ¡eh!. Yo también tenía una valija llena de pinturas y sombras de colores, ah no,… ¡no sabes lo que era! Y Tome varios cursos, varios, así de peluquería, que ahí te enseñan a maquillarte, y a cómo tenés que hacer…” (entrevista a Claudia, 35 años, paraguaya).

A lo largo de los diferentes procesos de construcción de saberes, se van articulando perspectivas de poder desde las cuales algunas prácticas de belleza se invisibilizan, se estigmatizan y/o deslegitiman, mientras que otras se valorizan. Esta legitimación se evidencia por ejemplo en la negación de las prácticas de maquillaje de “las paraguayas” frente a los saberes que imparten los cursos de Maquillaje. En ese sentido, Muñiz sostiene que las prácticas de belleza trazan “la interconexión entre racismo y cuerpo, mostrando como los modelos de belleza han sido centrales para los procesos de exclusión y discriminación” (2014: 421). El dejar de maquillarse como “las paraguayas” y aprender “cómo tenés que hacer”, tiene como subyacente la fantasía de la construcción del cuerpo a partir de las prácticas de belleza como posibilidad de sortear las marcas étnicas y de clase.

Por otro lado, en paralelo a dicha constitución de las configuraciones del poder, hay una serie de posibilidades que se abren a partir de los intersticios que el poder conforma. Como vimos con anterioridad, en los vínculos entre mujeres en la crianza se reproducen e incorporan diferentes categorías y ejes que articulan las tendencias de ser y estar corporales naturalizadas como propias de las mujeres. En muchas oportunidades, éstas características se vivencian y reivindican por ellas de modo positivo dado que es apropiado en tanto capital cultural propio de las mujeres.

“Entrevistadora: ¿Y los diseños y eso los armas vos o los sacas de algún lado? (tenía las uñas pintadas con dibujos en diferentes colores)

X: no, me fijo a ver como quedaría más o menos y voy probando. A veces veo en el colectivo, por allá, donde el trabajo, y veo los dibujos y vengo y digo, eso me lo tengo que hacer. A veces voy con mi marido o mi hijo, y me dicen ‘que detallista que sos, el ultimo dibujito podes ver, ya no lo podes ni ver’, y se me quedan mirando. Siempre que me pinto me miran. Me gusta que me digan así, a ellos no les sale. Eso es de qué hice peluquería en misiones, hice un año y medio.

E: ¿En una escuela?

X: Claro, en una academia. Y después deje.

E: ¿Y nunca trabajaste de eso?

X: No. Nunca trabaje, a mi marido le corto el pelo, y a mis hijos, porque me dice cortame vos que sabes. A mí me gusta cortarles” (entrevista a Ximena, 27 años, argentina).

Estas prácticas y sentidos, aunque bien se den insertos dentro de estructuras opresivas y de desigualdad para las mujeres, constituyen al fin y al cabo saberes prácticos que conforman su experticia y se desarrollan dentro de contextos afectivos que impregnan de carácter positivo a dichas prácticas. Valoración frente a los varones y otras mujeres por el reconocimiento de sus saberes en asuntos de belleza y cuidado corporal, relaciones sociales de ayuda y afecto que se constituyen a partir de intercambios de bienes, servicios y saberes en la villa, y sentimientos de bienestar que se construyen a partir de los vínculos de crianza y procesos de enseñanza-aprendizaje en contextos de amor filial, pueden pensarse como momentos que permiten el reconocimiento y la auto-valoración de las mujeres.

Debemos recordar que estos saberes que permiten una serie de emociones positivas, en tanto corporizadas en los cuerpos estigmatizados de las mujeres de la villa, se articulan en el plano del cuerpo movimiento con determinadas disposiciones y posibilidades de acción:

“Yo: ¿Cómo te sentís vos con tu cuerpo, te sentís bien?

Li: la verdad que sí. Cuando empiezo a subir de peso no, ya me siento mal, o sea, encima, como que tiene mucho psicológico, porque justamente, a mi al menos me influye mucho lo psicológico al menos, porque yo cuando estoy subiendo mucho de peso, ya se me van las ganas de maquillarme, se me van las ganas de arreglarme, como que ya no quiero salir ni ir de paseo” (entrevista a Liliana, 25 años, uruguaya).

En esta entrevista se puede ver cómo la distancia del cuerpo de Liliana en relación al cuerpo legítimo que indica para la mujer determinada contextura física, conlleva sentimientos de vergüenza, malestar y desgano, que implican que “no quiera salir ni ir de paseo”. Si consideramos que la referencia a “salir” alude a ir “afuera” de la villa, podemos comprender cómo las prácticas de belleza se inscriben en las posibilidades de acción, de movilidad y de habitar la ciudad, que están condicionadas en primer lugar por su situación de mujeres, pobres y en su mayoría migrantes. Como reverso de esta experiencia, muchas mujeres de la villa transitan diferentes espacios de la ciudad a partir de performances en las que sus cuerpos intentan no diferenciarse visualmente de los cuerpos legítimos. En ese sentido, los saberes de belleza que portan en tanto mujeres, les permiten o no ampliar la capacidad de circular por la ciudad.

La lógica de la vergüenza puede ser aquí una pista para explorar en relación a si estas prácticas de belleza podrían contrarrestar aquella emoción. Siguiendo a Vergara (2009), la vergüenza puede entenderse como un exceso de mirada en Simmel; como miedo a la superioridad del otro atendiendo a las relaciones de poder, subordinación y sometimiento en Elías; o como una angustia que afecta la integridad de la persona en Giddens. En todos los casos, la vergüenza es una emoción que adviene reguladora social. Las prácticas de belleza, se inscriben en las narrativas de las mujeres como estandartes donde radican las posibilidades de orgullo. Las conquistas de poder transitar espacios públicos restringidos por su condición de clase, de obtener reconocimiento por parte de sus pares masculinos y como veremos en el mercado laboral, son vivenciadas en tanto experiencias que otorgan orgullo y confianza en biografías estigmatizadas por, como ya señalamos, su condición de clase, de género y de racialización étnica.

Como señalamos, los saberes de belleza considerados en tanto capital cultural de las mujeres, devienen herramientas que les pueden reportar una mejora en su situación económica. Mezzabotta (2013) en su análisis sobre un grupo de mujeres emprendedoras de villa 21-24, sostiene que si bien dichas experiencias quedan enmarcadas dentro del capital social y cultural con el que ellas cuentan al inicio del emprendimiento (que es escaso), de todos modos contribuyen al proceso de “empoderamiento” de las mujeres. Aprovechamos la mención de este estudio para señalar en primer lugar que la casi totalidad de los emprendimientos relevados por la autora pertenecen al ámbito de “lo femenino”, ocupando una mayoría los vinculados a la estética: Peluquerías, negocios de venta de ropa, arreglo y confección de prendas de vestir, entre otros. De todos modos en la práctica, las mujeres que construyen dichos saberes profesionalizados logran en muchos casos una mejora de su situación económica.

Nos interesa por último remarcar las posibilidades de transformación en las sensibilidades de las mujeres a partir de los diferentes procesos de construcción de saberes analizados. Scribano refiere como “prácticas intersticiales”, a las “prácticas donde el dar-recibir-dar desvinculen a los objetos y las prácticas de un afán meramente instrumental desdiciendo a la verdad de la economía política de la moral como totalidad cerrada e inevitable” (2014a: 97), dentro de este marco, la felicidad, el amor y la reciprocidad aparecen cómo disposiciones que combaten la resignación y la aceptación fatídica de la realidad dada. Las situaciones ligadas al cuidado de los cercanos como las/os hijos , “las parientas” y vecinas de la villa, por medio de las cuales las mujeres construyen saberes de estética y cuidado corporal sobre la base de relaciones sociales de ayuda mutua y afectiva, se entraman “como un vector de resistencia próximo/cercano que reactiva la posibilidad de ser y estar para el otro y con el otro, en tanto primer intento para el resurgir/visivilización de sociabilidades en potencia” (Boito et al, 2010: 245). Estas experiencias dejan un saldo emocional, afectivo y de construcción de sociabilidades de género, que en muchas ocasiones permiten la auto-valoración de la mujer, y su posibilidad de pensarse y posicionarse corporalmente en tensión con la aceptación de las condiciones dadas.

5. CONCLUSIONES

A partir de situar a los cuerpos como configuraciones centrales por donde se materializan las disputas de poder y dominación, pensamos los espacios de construcción de saberes de belleza y estética corporal como ejes de las adecuaciones corporales a las condiciones de pobreza, segregación socio-espacial, racialización étnica y desigualdad de género. Dichas construcciones de saberes y sentidos, son claves para poder entender las posibilidades/imposibilidades de los cuerpos de las mujeres pobres de una villa de sentir determinadas emociones, de moverse por determinados lugares y de realizar determinadas prácticas.

A partir de la descripción y análisis realizados en una villa de la CABA, podemos establecer que los modos y vías de enseñanza-aprendizaje evidencian las tensiones propias de la dominación y la resistencia de los cuerpos. La adecuación de sentidos dominantes en el cuerpo piel, y la reproducción de las desigualdades se conjugan con intersticios en los que asoman prácticas afectivas entre mujeres, valorización de sus saberes por parte de los otros, y sentimientos de orgullo que reafirman su autoestima. Los modos de arreglarse acorde a los estándares de belleza legitimados, operan en tanto modificaciones en el cuerpo movimiento por el cual las mujeres sortean algunas de las barreras que la ciudad les impone por ser mujeres pobres, villeras y migrantes. Al mismo tiempo, la valoración de dichos saberes en tanto capital cultural y social, posibilita en muchas ocasiones una herramienta económica y social por la cual las mujeres disputen su posicionamiento social, y busquen entre otras cosas, insertarse económicamente.

Dichas posibilidades, sin embargo, no modifican el posicionamiento estructural en el que las mujeres de la villa se encuentran, dado que se constituyen en términos de adecuación social, aunque bien pueden permitir ciertos intersticios en los cuales ellas pueden pensar(se) y sentir(se) de un modo que se ubica por fuera de sus condicionamientos estructurales.

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Notas

1 Las villas, conocidas también como “villas de emergencia” o “villas miseria”, son tramas urbanas surgidas a partir de estrategias habitacionales de sectores populares en Argentina (Cravino, 2014). Estas urbanizaciones informales presentan características similares a las favelas en Brasil, la “población callampa” en Chile, las “ciudades perdidas” en México, los “cantegriles” en Uruguay, los “asentamientos” en Paraguay, y los “pueblos jóvenes” en Perú.
2 Según la última encuesta publicada por la International Society of Aesthetic Plastic Surgery (ISAPS), en 2015, sobre las intervenciones quirúrgicas y no quirúrgicas, en 2014 se registraron 40.328 cirugías. La Argentina se ubica en el lugar número veintiuno, dentro de la lista que encabeza Estados Unidos, Brasil y China respectivamente. En las mismas, el aumento del tamaño del busto, la liposucción y la cirugía de párpados se encuentran entre los procedimientos quirúrgicos más realizados entre las mujeres, mientras que la toxina botulínica y el ácido hialurónico (tratamientos faciales para contrarrestar el efecto del envejecimiento de la piel) dentro de los no quirúrgicos.
3 Estadísticas oficiales sostienen que “en el 40% de la población con menores ingresos de la Ciudad se ubica el 95% de la población que habita en las villas” (Mazzeo, 2013: 79).
4 Entendemos a los saberes como las construcciones sociales de conocimientos y sentidos aceptables en determinados tiempos y espacios. Los mismos son tanto objeto como instrumento del poder y la dominación, dado que siguiendo a Foucault (1969) todo saber se produce al interior de determinadas relaciones de poder.
5 Por sentidos entendemos el significado particular que los/as sujetos/as otorgan a determinadas categorías y prácticas. Si bien los mismos son construcciones sociales, aluden a su vez a huellas históricas de producción singular, por lo que se inscriben dentro de las tramas entre las vivencialidades particulares y las sociabilidades dentro de las que las mismas tienen lugar.
6 Según el Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas (INDEC) del 2010, la villa 21-24 cuenta con una población de 29.782 personas, en una superficie de 66 ha; constituyéndose en la de mayor tamaño y población, si bien no la de mayor densidad poblacional. La misma se ubica, al igual que la mayoría de las villas de la CABA, en la zona sur de la ciudad y remonta sus orígenes a principios de la década de 1950.
7 La perspectiva del aprovisionamiento es desarrollado dentro de la Antropología, Sociología y Economía política para dar cuenta de las diferentes dimensiones sociales, simbólicas y económicas que tienen los modos por los cuales las personas se apropian y consumen bienes, servicios e información. A lo largo de los canales de la producción, distribución, circulación, apropiación, consumo y desecho “las relaciones sociales producen diferenciación material que queda incorporada a los bienes y servicios” (Narotzky, 2007: 34). Esta perspectiva nos permite ampliar el abordaje del consumo para atender a los diferentes canales por los que circulan, así como las relaciones entre las que se desarrolla.
8 Esta articulación conceptual se relaciona con la distinción analítica que establece Scribano (2012) entre cuerpo individuo, cuerpo subjetivo y cuerpo social, por la cual se piensan las articulaciones entre el cuerpo como construcción filogenética, la auto-percepción en tanto experiencia de un “yo”, y las estructuras sociales incorporadas .
9 El “cirujeo” remite a la búsqueda y recolección de objetos de la basura. A diferencia del “cartoneo”, que se inscribe en una lógica de recolección de determinados residuos para su comercialización, las mujeres de la villa refieren por “cirujeo” a la práctica de aprovechar las cosas que se encuentran en la basura para uso personal. Con esta diferencia señalamos las oportunidades en las que algunas mujeres sin ser recuperadoras de residuos (cartoneras), simplemente “aprovechan” circunstancias en las que se encuentran en la ciudad para buscar y asirse de objetos.
10 El “fiar” es una transacción comercial en la que el pago de los bienes y servicios comprados difiere temporalmente de su momento de compra. Es una práctica basada en un vínculo contractual entre personas, por lo que supone la proximidad y estabilidad de las relaciones sociales entre sus participantes.
11 El concepto de “currículum oculto” se utiliza en el campo de la educación para evidenciar los contenidos y saberes que se ponen en jugo de modo tangencial a la propuesta curricular.
12 Por fantasmas y fantasías nos referimos, siguiendo a Scribano (2008b), a los mecanismos de soportabilidad social y a los dispositivos de regulación de las sensaciones que en tanto procesos ideológicos que situados en la cotidianeidad y la costumbre, operan al nivel de los cuerpos y emociones para la reproducción del orden y negación de las prácticas autónomas de los sujetos.
13 Modo por el cual las mujeres de la villa refieren a sus empleadoras en el trabajo doméstico.
14 Siguiendo a Scribano, “la ciudad es colonial porque instancia y reproduce las prácticas de colonizar” (2013: 135), en tanto configuración de tramas urbanas segregacionistas y expulsivas que conforman des-posesiones acumulativas de las capacidades del habitar.
15 Gracias al programa Conectar Igualdad, creado en abril de 2010 a través del Decreto Nº 459/10 de la Presidenta de la Nación Cristina Fernández, se le asigna una netbook con conexión a internet a cada estudiante (y docente) de Escuelas públicas secundarias. Por esta medida las netbooks se encuentran ampliamente distribuidas en la villa.

Notas de autor

1 Claudia Gabriela Reta es profesora y licenciada en Ciencias Antropológicas (UBA). Investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Sociológicos (CIES), miembro del Grupo de Estudios sobre Sociología del Cuerpo y las Emociones (IIGG-UBA) y del Equipo de Educación y Diversidad Socio-cultural del Centro de Innovación y Desarrollo para la Acción Comunitaria (CIDAC-UBA). Investiga sobre prácticas de belleza y estética corporal entre mujeres jóvenes de la Villa 21-24 (CABA), indagando sus conexiones con las estructuras de dominación y la construcción de sensibilidades sociales.

Información adicional

Formato de citación: Reta, C. G. (2017). “Procesos de construcción de saberes relativos a las prácticas de belleza entre mujeres de sectores populares”. Aposta. Revista de Ciencias Sociales, 72, 101-128, http://apostadigital.com/revistav3/hemeroteca/cgreta1.pdf

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