Dos experiencias americanas: Occupy Wall Street y Baltimore
Two American experiences: Occupy Wall Street and Baltimore
Dos experiencias americanas: Occupy Wall Street y Baltimore
Aposta. Revista de Ciencias Sociales, núm. 80, pp. 129-147, 2019
Luis Gómez Encinas ed.

Recepción: 11/06/2018
Aprobación: 08/08/2018
Resumen: La crisis económica mundial de 2008, resultado de la liberalización financiera, colocó al mundo al borde del abismo. A partir de entonces se han producido múltiples experiencias de movilización, en cualquier parte del planeta, empleando internet, redes sociales y las nuevas TIC como instrumentos virtuosos para la organización, coordinación y difusión de las protestas, encontrando en Estados Unidos dos de sus manifestaciones más visibles: el movimiento Occupy Wall Street y los llamados disturbios de Baltimore, como parte de un conjunto de protestas protagonizadas por la comunidad afroamericana fruto de la desigualdad existente entre comunidades raciales. El objetivo de esta investigación es conocer cómo ambas experiencias de movilización se encuentran interconectadas gracias a Internet y las nuevas TIC, influyendo una sobre la otra de una manera global, compartiendo una profunda crítica contra unas prácticas democráticas que ya no se perciben como representativa por parte de gran parte de la ciudadanía; y a una economía capitalista que está empobreciendo a la mayoría de los ciudadanos mientras enriquece a una minoría. Palabras clave Movimientos sociales, Occupy Wall Street, tecnopolítica, redes sociales, internet.
Palabras clave: Movimientos sociales, Occupy Wall Street, tecnopolítica, redes sociales, internet.
Abstract: The global economic crisis of 2008, result of financial liberalization, put the world on the edge of the abyss. Since then, there have been multiple experiences of mobilization, anywhere in the world, using Internet, social media and new ICT’s as powerful tools for the organization, coordination and dissemination of protests. In United States we find two of the most visible movements: Occupy Wall Street and the so-called Baltimore Riots, part of a set of protests involving the African-American community, a result of the inequality between racial communities in the United States. The objective of this research is to know how both social mobilization experiences are interconnected due to Internet and the new ICTs. The influence each other on a global level, sharing a sharp criticism of democratic practices that are not perceived as representative of the majority of citizens and of a capitalist economy that impoverish the many and enrich the few.
Keywords: Social movements, Occupy Wall Street, technopolitics, social networks, internet.
1. Introducción
En los nuevos movimientos sociales fruto de la crisis financiera de 2008 (Islandia, Túnez, Occupy o 15-M, entre otros) Internet, las nuevas TIC y las redes sociales han sido instrumentos esenciales para la coordinación, organización y difusión de las protestas, como paso previo en la ocupación de los espacios físicos y en la propia dinámica movilizadora vivida en los mismos.
Internet como ejemplo virtuoso de la gran capacidad de empoderamiento en la sociedad, capaz de encontrar en la Red vehículos para la información, la creación de redes de solidaridad y la puesta en marcha de acciones de protesta. En todas estas experiencias de movilización se produce el salto de lo virtual a lo real, sin injerencia de partidos políticos, sindicatos u otras organizaciones tradicionales, además de contar con una estructura horizontal sin líderes, propia de internet.
Estos movimientos sociales, además del uso fundamental de internet, las redes sociales y las nuevas TIC para su composición y desarrollo, comparten una misma meta: transformar el proceso político, criticando a una democracia representativa que no representa al “demos” que lleva en el nombre, generadora de una gran tensión entre representantes y representados. Es lo que el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos llama “la patología de la representación” (De Sousa Santos, 2016: 244-245).
Cruzando el Atlántico, en la ciudad de Nueva York y coincidiendo con el aniversario de la firma de la Constitución de los Estados Unidos, el 17 de septiembre de 2011 miles de ciudadanos ocuparon, siguiendo el ejemplo del movimiento 15-M español, Zuccotti Park, junto a Wall Street, mostrando la indignación de gran parte de la sociedad norteamericana por un sistema político controlado por el dinero. El lema de Occupy Wall Street se expresó en una frase muy sencilla: “Somos el 99%”. En Estados Unidos el 1% de la población controla más del 40% de la riqueza del país y recibe el 20% de los ingresos (Graeber, 2014). Tras la crisis de 2008, la sensación de que los verdaderos culpables de la misma no estaban pagando por ello, se hizo visible en centenares de ocupaciones por todo el país, organizadas y coordinadas por internet.
Heredero de Occupy Wall Street y fruto de la desigualdad existente entre comunidades raciales en Estados Unidos, nos desplazamos a las calles de Baltimore, como ejemplo o símbolo del racismo que se vive en este país. En 2015, Freddie Gray, un joven afroamericano arrestado en Baltimore, sufrió una herida grave en la columna mientras se encontraba bajo custodia policial, falleciendo días después. Lo que podría ser otro ejemplo de violencia policial, en una de las ciudades con mayores desigualdades de la costa este, se convirtió en la razón que encontraron miles de manifestantes, en su mayoría afroamericanos, para movilizarse en violentos disturbios contra los prejuicios y abusos de las fuerzas de seguridad. De la misma manera que en otras experiencias de movilización, fue la grabación del momento de la detención, difundida a través de las redes sociales, lo que detonó las protestas. Las redes sociales, aliadas a las nuevas TIC, se han convertido en testigos de los numerosos abusos que la comunidad afroamericana sufre en Estados Unidos. Internet como instrumento de información, pero también herramienta para la coordinación de protestas y promotora de nuevas alianzas, como el movimiento Black Lives Matters, nacido en Facebook y que ha encontrado en las redes sociales su ecosistema perfecto e instrumento válido para coordinar manifestaciones por todo el país.
En este artículo reflexionamos cómo estas experiencias de movilización se encuentran interconectadas gracias a internet y las nuevas TIC, influyendo unas sobre las otras de una manera global, compartiendo una profunda crítica contra unas prácticas de la democracia que ya no se perciben como representativa por parte de determinados sectores de la ciudadanía; y a una economía capitalista que está empobreciendo a la mayoría de los ciudadanos como algo inevitable, al mismo tiempo que enriquece a una minoría.
Las redes digitales han impulsado en el campo de la historia el creciente interés por abordar otras expresiones de fenómenos en red: los integrados por las redes sociales, políticas, culturales, de sociabilidad, de circulación de capital simbólico… Unas redes que han tenido una presencia temporal muy dilatada, componiendo tramas y nodos muy complejos y tupidos. Otro tanto ocurriría con los fenómenos globales desde esa postura de reflexividad histórica, lo cual ha conllevado a plantear análisis interesados por desbrozar las dinámicas de hegemonía, diálogo, integración e hibridación.
Tales manifestaciones serían susceptibles de emplazarse en diversas escalas territoriales y culturales fluidas, definidas por los contactos, las influencias, las inspiraciones, las respuestas o las apropiaciones. Aunque debe resaltarse también que la historia global no se concibe como pretensión holista, totalizadora o finalista, en la estela de la añeja mirada estructuralista de Ferdinad Braudel de logar una “historia total”. Sino situarse en el marco del estudio de prácticas transnacionales y de procesos de diverso alcance geográfico. Desde este punto de vista, se interesaría por los diálogos, tensiones, conflictos y negociación entre fenómenos de radio local y/o nacional junto a las tendencias de proyección global. Esta es la mirada que se desea aplicar en la presente investigación.
En este artículo pretendemos enmarcar estas experiencias de movilización en sus contextos políticos y económicos, además de sociales, a modo de teselas, pues no sólo se trata de explicar cómo se organizan estos “manifestantes” a través de las nuevas TIC e internet (tecnopolítica), sino por qué lo hacen y cuáles son sus motivaciones, que en una sociedad cada vez más globalizada e interconectada, fueron, son y serán, coincidentes.
La investigación se ha desarrollado a través de una metodología centrada en la recopilación, selección y análisis cualitativo de un amplio corpus de materiales impresos, tanto de carácter primario como secundario. El grueso de la literatura consultada en esta investigación se divide entre aportes teóricos o interpretativos, que nos ofrecen una visión general (sea política, económica o social) de los hechos narrados, y estudios de caso vinculados de manera concreta y singular a las experiencias de movilización investigadas.
2. Occupy Wall Street, Estados Unidos (2011)
“No tenemos reivindicaciones. Nosotros somos la reivindicación” Stina Soderling, activista OWS
2.1. Secuelas del desastre o cómo Obama decepcionó a todos
Cuando Barack Obama llegó a la Presidencia de los Estados Unidos, en enero del 2009, heredó una economía enferma, sin atisbos de recuperación y con una tasa de desempleo superior al 7%. Su primera decisión económica fue inyectar otros 20.000 millones de dólares a Bank of America. Las importaciones del país cayeron en picado, lo que golpeó las economías de Japón, China o Alemania (Ríos, 2009: 197- 213).
En Europa, la situación seguía siendo dramática. El Banco de Inglaterra rebajó los tipos de interés al 1,5%, los más bajos en sus 315 años de historia. El Banco Central Europeo también rebajó los tipos al 2%. Los resultados no fueron los esperados y la recuperación económica aún parecía lejana. El Gobierno alemán anunció un nuevo paquete de 50.000 millones de euros a modo de incentivos. Irlanda se ve en la obligación de nacionalizar Anglo Irish Bank y debido a la promesa de su Gobierno de asumir las gigantescas pérdidas de sus bancos, el país se situó al borde de la quiebra. El Fondo Monetario Internacional anunció que en 2009 el crecimiento de la economía sería negativo. La primera vez desde 1945. La Organización Mundial del Trabajo creyó que cerca de 51 millones de empleos en todo el planeta se perderían para siempre (Varoufakis, 2015).
En los primeros meses del año, el presidente Obama aprobó el Plan de estímulo Gethner-Summers, por valor de 787.000 millones de dólares, de los cuales casi 30.000 fueron a la aseguradora AIG, que presentaba unas colosales pérdidas de 61.000 millones de dólares sólo en el último trimestre del 2008.
El G20, es decir, el G7 más China, Rusa, Brasil, India y otros países emergentes, se comprometieron a colaborar para salvar a la economía mundial de la recesión, y acordaron colocar más de 1 billón de dólares a disposición del sistema financiero global, a través del FMI. Se calcula que la destrucción de activos financieros, desde el 2007, superó los 4 billones de dólares. Por su parte, en Estados Unidos, la Reserva Federal anunció que compraría otros 1,2 billones de dólares en “deudas incobrables”, es decir, otro millonario rescate a Wall Street a costa del contribuyente.
El mítico fabricante Chrysler entró en suspensión de pagos y sus activos son adquiridos por la italiana Fiat. Aunque peor suerte corrió General Motors, nacionalizada en un 90% y con un coste de casi 50.000 millones de dólares. El desempleo en Estados Unidos alcanzó el 10%.
En este contexto tan negativo, en la opinión pública norteamericana, incluso entre sus votantes más convencidos, comenzó a cuajar un sentimiento de decepción por la falta de capacidad del presidente Obama para hacer frente a los embates de la crisis económica de una manera diferente a la de su antecesor Bush (Bray, 2015). No se trataba únicamente de un creciente desencanto motivado por la impotencia para revertir los datos macroeconómicos, ni de ver cómo los banqueros que habían conducido al sistema hacia el precipicio se marchaban sin asumir responsabilidades. Además de todo esto, se trataba de la sensación de que en la práctica la vida cotidiana se estaba volviendo cada vez más difícil para miles de ciudadanos que habían puesto sus esperanzas en Obama. Esperanzas que se habían traducido en promesas electorales cada vez más lejos de llegar a cumplirse: un salario más alto, la prohibición de sustituir a los trabajadores en huelga, una semana de paga por enfermedad, permitir a los jueces amortizar las deudas hipotecarias en caso de bancarrotas, etc. De hecho, mientras la administración Obama seguía inyectando millones de dólares al sistema financiero, tomaba decisiones altamente impopulares, como recortes en becas universitarias y programas sociales sanitarios, mantener abierta la prisión de Guantánamo o el incremento de la presencia militar estadounidense en Afganistán.
Como candidato, Obama realizó una brillante campaña que atrajo el voto progresista, con un mensaje de cambio que representó perfectamente a muchos movimientos sociales hartos de políticas neoliberales que estallaron en un crisis que situó al mundo al borde del precipicio y que estaba costando más de 50 millones de empleos en todo el planeta. En 2008, el 15% de la población de Estados Unidos creía que el país estaría mejor en un sistema socialista. Sólo tres años después, la cifra se multiplicó por dos, sobre todo entre los más jóvenes, desilusionados por tener que pasar el resto de sus vidas en un sistema capitalista (Lewis, 2013).
Como presidente, apenas si cambió nada del sistema heredado. No hubo nacionalizaciones de bancos, ni tampoco cambios sustanciales en leyes financieras. Tampoco mostró demasiado interés en desarrollar una nueva política educativa o energética; ni en limitar el poder del dinero en el sistema político. Para algunos de sus críticos, Obama, al igual que los republicanos, regalaba millones de dólares de los contribuyentes a bancos, industrias automovilísticas o empresas sanitarias privadas, evitándoles la quiebra sin apenas exigirle unos mínimos cambios en sus prácticas1.
Pasados dos años, la administración Obama sintió el rechazo de gran parte de aquellos que lo habían llevado al poder, acusándole de ser un fraude, un mentiroso, incluso un republicano encubierto (Varoufakis, 2016).
Para muchos jóvenes decepcionados, se hizo evidente la imposibilidad de cambiar las cosas por medios institucionales. Habían seguido las normas y no habían logrado nada. Si querían algún tipo de transformación en Estados Unidos, tendría que ser por otros medios (Graeber, 2014).
Toda una generación había visto como Estados Unidos, y gran parte de los países occidentales, habían fomentado el cambio de una economía basada en la manufactura a ser un importador neto de bienes de servicios y un exportador de servicios financieros, bajo el paraguas de políticas neoliberales, en un sistema protegido por el Gobierno de turno, que finalmente tuvo que salvarlo, eso sí, socializando las pérdidas. Como dijo el antiguo presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, “la única innovación financiera beneficiosa para la ciudadanía en los últimos veinticinco años han sido los cajeros automáticos” (Kicillof, 2017).
El periodista Derek Thompson, en The Atlantic, lo expresó con claridad: “65 centavos de cada dólar iba al 1% más rico en los años de Bush; con Obama, la cifra es de 93 centavos” (Thompson, 2013).
2.2. Adbusters vs. Wall Street
“Un mundo sin McDonald’s o Nike, un mundo donde la gente estresada no tiene un lugar donde tomar un bocado rápido, donde casi nadie conduzca un coche. Un mundo donde la televisión se haya extinguido”. Así se autodefine la revista canadiense Adbusters. Fundada en 1989 como organización anticonsumista, su origen fue sencillo: un grupo de publicistas hastiados de su profesión comenzaron a crear anuncios o contrapublicidad, de gran calidad fomentando el anticonsumismo, el ecologismo o realizando una feroz crítica a muchos de los valores de la actual sociedad capitalista.
Popular, no sólo entre grupos izquierdistas y libertarios, la revista ha lanzado impactantes anuncios de modelos anoréxicas vomitando en el baño o campañas (digamos anticampañas) como “Navidades sin compras”.
Muy activa en Internet y en las redes sociales, Adbusters hizo un llamamiento en su blog: “#occupywallstreet ¿Estáis preparados para un momento Tahrir? Inundad el 17 de septiembre el sur de Manhattan, levantad tiendas, cocinas, barricadas pacíficas y ocupad Wall Street”. El contexto hay que buscarlo en las recientes experiencias de movilización en Egipto, Islandia o España, que inspiraron a miles de ciudadanos estadounidenses decepcionados con la campaña de Obama y la creencia frustrada de un cambio real; y por supuesto internet y sus redes sociales (Castells, 2012).
El día elegido para la ocupación fue el 17 de septiembre, aniversario de la firma de la Constitución de los Estados Unidos, otorgando de esta manera el valor simbólico de intentar restaurar la democracia en un sistema político controlado por el dinero.
Durante los meses anteriores a la primera ocupación, otros grupos desempeñaron una labor fundamental, como AmpedStatus, activistas online que habían publicado, desde el estallido de la crisis en 2008, informaciones sobre cómo la economía norteamericana estaba controlada por el 1% de la población. En colaboración con los ciberactivistas de Anonymous crearon el movimiento del 99%, realizando un primer llamamiento a ocupar Wall Street. El 14 de junio algunos activistas intentaron ocupar sin éxito Liberty Park (conocido como Zuccotti Park), movilización a la que se unieron otros grupos de activistas que se habían establecido en un campamento-protesta contra los recortes municipales, llamado Bloombergville, en referencia al alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, cerca de Wall Street.
Todos estos grupos se unieron a la convocatoria de Adbusters y lograron reunir a más de mil personas en Zuccotti Park, manifestándose contra Wall Street, el 17 de septiembre. El lema de Occupy Wall Street se expresó en una frase muy sencilla: “Somos el 99%”. En Estados Unidos el 1% de la población controla más del 40% de la riqueza del país y recibe el 20% de los ingresos. Aunque la autoría de este ya popular lema es controvertida, todo parece indicar que fue el antropólogo David Greaber quien, inspirado por un artículo del economista Joseph Stiglitz sobre “la política del 1%”, escribió: “Los dos partidos que gobiernan en nombre del 1% de americanos han recibido casi todos los beneficios del crecimiento económico, y son los únicos completamente recuperados de la recesión del 2008, controlando el sistema político y la casi totalidad de la riqueza económica. Así que si los dos partidos representan al 1%, nosotros representamos a ese 99% cuyas vidas han quedado esencialmente fuera de la ecuación”.
Posteriormente, fueron los activistas españoles Luis Moreno-Caballud y Begoña Santa Cecilia2, quienes imprimieron un flyer, a modo de convocatoria, añadiendo el “nosotros” al “99%”, fomentando de esta manera que cualquiera pudiera unirse al movimiento (Castillo Esparcia et al., 2012).
Miguel Arana, actual asesor del Ayuntamiento de Madrid (Ahora Madrid) y uno de los primeros acampados en la Puerta de Sol durante el 15-M, nos explica la influencia del movimiento quincemayista: “Cuando Occupy todavía no ha aparecido, nosotros estamos en contacto con la gente que está organizándolo a través de Skype. Antes de la primera ocupación, nosotros, en la Comisión Internacional, ya estamos hablado con ellos, con gente de la organización. Tras la ocupación seguimos en contacto, incluso gente de Madrid va a Nueva York. Luis Caballud ya estaba allí. Ellos son el origen del lema “Somos el 99%”. El grupo de los españoles, que vienen del 15-M, ayudan en la organización, sobre todo en las asambleas, con el tema de las manos, etcétera. El movimiento, en Nueva York, fue un caos. No había estructura alguna. Fuimos los españoles quienes les dimos un cierto orden. La conexión fue total, directa, de gente que viajó allí y colaboró con ellos”3.
La decisión de ocupar Zuccotti Park fue uno de los grandes aciertos de los manifestantes, ya que la titularidad del parque pertenece a la inmobiliaria Brookfield Properties, que consintió la ocupación para evitar una campaña de desprestigio.
La respuesta de la policía fue inmediata y brutal, a pesar de que la empresa propietaria del parque no había solicitado la expulsión al tratarse de manifestantes pacíficos. Se produjeron docenas de detenciones. En unos días, las redes sociales, en especial YouTube, se llenaron de vídeos de abusos policiales. Al igual que en otra experiencias de movilización, estas imágenes implicaron en las manifestaciones a grupos que se habían mantenido al margen de las mismas, fomentando la creación de nuevas redes de solidaridad.
Sólo 10 días después de la primera ocupación, ya había más de dos mil personas en Zuccotti Park, contando con el apoyo de intelectuales como Michael Moore, Noam Chomsky o Cornel West, o actores como Susan Sarandon o Sean Penn. El antaño poderoso sindicato AFL-CIO votó a favor del movimiento e invitó a sus miembros a unirse a las protestas.
El 1 de octubre más de cinco mil manifestantes tomaron el puente de Brooklyn. La policía respondió inmediatamente y arrestó a casi setecientas personas, incluyendo algunos periodistas, lo que proporcionó cierta notoriedad del movimiento en medios de comunicación convencionales, como The Guardian o The New York Times. Como ha pasado en otras experiencias de movilización, las imágenes de violencia se propagaron inmediatamente por internet y las redes sociales. Unos días después, concretamente el 5 de octubre, una gran manifestación como respuesta a la brutalidad policial reunió a 15.000 personas en Zuccotti Park.
Lo que parecía ser una ocupación situada, localmente, en el centro de Manhattan, dio paso a nuevas ocupaciones en muchas otras ciudades de los Estados Unidos: Chicago, Boston, Los Ángeles, Oakland o San Francisco. Pero no sólo fueron las grandes ciudades del país, muchas pequeñas poblaciones o barrios también siguieron el ejemplo de Zuccotti Park.
Otro momento de represión policial, que se viralizó inmediatamente por internet y las redes sociales, además de por los medios de comunicación convencionales, fue el primer desalojo de la ocupación de Occupy Oakland en Oscar Grant Park, el 25 de octubre. Los antidisturbios fracturaron el cráneo a un veterano de la guerra de Irak, Scott Olsen. Ésta, y otras acciones de brutalidad policial, radicalizó el movimiento en Oakland y trajo a escena al temible Black Bloc, grupo radical de inspiración anarquista, popular por sus abiertos enfrentamientos con la policía y sus destrozos a edificios públicos, entidades financieras y tiendas. El 3 de noviembre, los manifestantes lograron bloquear el puerto de la ciudad, uno de los más importantes de California, lo que provocó una batalla campal con la policía. A principio del año siguiente, en enero del 2012, algunos manifestantes de Occupy Oakland intentaron ocupar el ayuntamiento, violentamente. La respuesta de la policía volvió a ser brutal.
Estas imágenes de violencia, grabadas por los manifestantes con sus teléfonos móviles y difundidas a través de las redes sociales, tuvieron un efecto llamada y de solidaridad, con grupos sociales que, si bien simpatizaban con las propuestas del movimiento Occupy, no participaron en las ocupaciones directamente. Pero, por otro lado, parte de la clase media norteamericana se sintió alejada de las protestas. Los medios de comunicación convencionales seleccionaban las escenas más comprometidas de las ocupaciones, de manera tendenciosa y buscando deslegitimar el movimiento, retratándolo como violento. Por el contrario, era norma que en cada acampada se colgase en la red, con total libertad, todo lo que se grababa o fotografiaba, buscando total transparencia en el movimiento.
Y como no podía ser de otra manera, un movimiento que tuvo su origen en internet continuó creciendo a través de la red, con la creación de la web occupy.net, dando información de las ocupaciones y sus reivindicaciones.
Antes de terminar el año, sólo en Estados Unidos, las ocupaciones y manifestaciones superaron el millar (Castells, 2012). Internet, en concreto Facebook, se convirtió en el espejo de las mismas. De 482 ciudades de California con “ocupaciones”, 143 tenían grupos Occupy en esta red social, informando sobre su actividad. Aunque existían algunas muy activas (Nueva York, Chicago, Boston), otras eran intermitentes, es decir, se reunían, debatían problemas, publicaban sus conclusiones a través de la red, y por la noche se marchaban a dormir a sus casas. Incluso Mosier, Oregón, un pequeño pueblo de 430 habitantes, tenía una ocupación.
Otras ciudades fuera de los Estados Unidos también se unieron al movimiento, como Toronto, Ciudad de México, París o Londres. En la capital inglesa un grupo de manifestantes acampó frente a la Catedral de San Pablo, recibiendo el desprecio de casi todos los medios de comunicación convencionales (Jones, 2014), que les ridiculizaron abiertamente.4
2.3. Grupos de afinidad
Cualquier reflexión sobre el origen y condición de los ocupantes nos llevará a un crisol de diversas tendencias sociales y políticas. Aunque en su mayoría fueron jóvenes profesionales y estudiantes de entre 20 y 40 años, no se trató de una revuelta universitaria ni de un movimiento contracultural cosmopolita, sino que fue la respuesta de una sociedad multicultural a una crisis generalizada de confianza en la economía y la política.
Desde luego, los principales protagonistas del movimiento fueron los más jóvenes, sobre todo los recién licenciados que se encontraban inmersos en un mercado laboral con expectativas muy limitadas, debido a una crisis económica cuyos estragos estaban siendo brutalmente socializados, sin que sus responsables sufriesen ningún tipo de consecuencias. Pero en las ocupaciones también había sindicalistas, cincuentones que se habían encontrado súbitamente sin trabajo y con pocas esperanzas de reconducir sus vidas, o veteranos activistas que quizá encontraron en esta experiencia de movilización el empuje definitivo para cambiar las cosas5.
Unas de las críticas habituales fue la presencia, cada vez mayor, de indigentes en las ocupaciones. Aunque su presencia pudo alejar a algunas personas dispuestas a participar más activamente en las ocupaciones, expulsarlos iría contra los principios básicos de las mismas, por lo que fueron tolerados.
Aunque algunos de sus miembros y rostros más conocidos, como el antropólogo David Graeber, hablan de una mayoría de inspiración anarquista entre los manifestantes, había otros grupos tan (o más mayoritarios) como libertarios o comunistas. Pero, sin duda, el grueso de los manifestantes fueron votantes demócratas, decepcionados con la presidencia de Obama, buscando nuevas formas de cambiar un sistema político y económico que parecía condenarles, a ellos y a sus hijos, a la pobreza.
En una encuesta PEW, realizada en diciembre de 2011 en pleno apogeo de Occupy Wall Street, mostraba que el 49% de los jóvenes estadounidenses (de hasta 29 años) tenían una opinión favorable al “socialismo”, porcentaje superior a aquellos jóvenes que preferían vivir bajo un sistema capitalista (46%). Otro dato relevante en la encuesta fue que cerca del 77% de ciudadanos norteamericanos (incluyendo a un 53% de votantes republicanos) consideraba que la excesiva concentración de poder en unas pocas manos (el 1%) estaba perjudicando globalmente a toda la ciudadanía (99%), cuyas condiciones económicas serían, por primera vez en la historia de los Estados Unidos, peores que las de sus padres (Schechter, 2012).
No sólo en Estados Unidos, en todo el mundo estaba (está) surgiendo un nuevo sujeto social, el de los profesionales precariados, trabajadores de servicios, mayoritariamente, con grandes tasas de desempleo. Este nuevo proletariado tendrá una notable formación académica, con una gran capacidad de compromiso y lucha política. Fue en Occupy Wall Street cuando se hicieron visibles.
En las acampadas, ocupaciones, manifestaciones y, en general, cualquier actividad relacionada con las protestas de Occupy Wall Street, se respetó la llamada “política de cualquiera”, siguiendo la creencia de que los movimientos sociales deben estar compuestos por cualquiera que quiera participar en ellos, fomentando más la inclusividad que la horizontalidad. Las acampadas no sólo fueron un vehículo de protesta contra los excesos de las instituciones financieras, sino también la creación de un espacio para experimentar una sociedad alternativa donde la competición sea sustituida por la cooperación. Se trataba (se trata) de fomentar formas de democracia directa, basadas en la idea que la libertad y la solidaridad son contagiosas.
Uno de los comentarios más populares en las ocupaciones era la famosa cita de Henry Ford: si la ciudadanía de Estados Unidos averiguaba cómo funcionaba realmente la banca, había una revolución “antes de mañana por la mañana”. Los manifestantes habían llegado a esa misma conclusión, y pensaron que quizá a través de las ocupaciones podrían abrir los ojos al resto del pueblo norteamericano.
2.4. Sin reivindicaciones
Uno de los problemas a la hora de clasificar a Occupy Wall Street es la falta clara de reivindicaciones. Aunque nació de forma espontánea a través de las redes sociales, la convocatoria inicial sí que contenía una reivindicación concreta: la separación del Gobierno de los Estados Unidos de Wall Street, es decir, la no influencia del dinero en la vida política y en la democracia (Chomsky, 2012).
Existía, y existe, un notable sentimiento de indignación y hartazgo hacia Wall Street. Muchos de sus ejecutivos tenían, o había tenido, puestos importantes en la Administración, además de las millonarias inyecciones de dinero, para salvar un sistema financiero al borde del precipicio, como hemos apuntado, sin que sus causantes apenas tuvieran que dar cuentas de ello.
Aunque sí existían algunas reivindicaciones y objetivos concretos, debatidos en las asambleas generales y comunicados en las distintas redes sociales, como Facebook, el movimiento exigía todo y nada al mismo tiempo dependiendo en gran medida de cada ocupación (Castells, 2012).
Controlar la especulación financiera, defender la negociación colectiva, reformar la ley tributaria, limitar el rescate de empresas a costa de los contribuyentes, reformar la atención sanitaria, mejorar las becas y ayudas para los estudiantes o abolir la decisión del Tribunal Supremo de permitir contribuciones ilimitadas de grandes empresas e instituciones a las campañas electorales –conocida como sentencia sobre Citizens United– fueron algunas de las demandas más realizadas, en casi todas las acampadas (Tarrow, 2011). Pero fue la de Nueva York la que aprobó un documento, conocido como La Declaración de la Ocupación de Nueva York, que muchos analistas y periodistas, quizá equivocadamente, usaron como compendio de las reclamaciones del movimiento.
Aprobada el 29 de septiembre de 2011 y traducida a 26 idiomas, recoge algunas de las reclamaciones ya explicadas en esta investigación, pero no puede servir para aglutinar o representar un movimiento cuyo carácter horizontal y, sobre todo, inclusivo, estaba abierto a todo tipo de reivindicaciones, aunque en ningún momento se desarrollaron políticas concretas.
Según conversación con el activista Mark Bray, presente en las ocupaciones de Nueva York, cerca del 78% de los manifestantes eran abiertamente anticapitalistas, por lo que no se trataba de presentar una lista de reivindicaciones o intentar influir en el proceso político o democrático del país con un programa positivo de transformación social, sino intentar construir un mundo nuevo. Un activista anarquista de Occupy Wall Street, en 2011, lo expresó con claridad: “No creo que tengamos la capacidad, en modo alguno, de construir un mundo nuevo en la cáscara de éste… No podemos construir el modelo de un mundo nuevo, porque realmente no podemos imaginar nada más allá del capitalismo mientras estemos atrapados en él. Lo único que podemos hacer es intentar que las cosas vayan en otra dirección y esperar que las generaciones futuras organicen las cosas según sus circunstancias” (Bray, 2015: 135).
En noviembre de 2011 y tras una conversación telefónica entre dieciocho alcaldes de grandes ciudades con ocupaciones en sus puntos más emblemáticos, la policía de las mismas comenzó desalojos forzosos, con la excusa de la higiene pública. Mención especial merece el desalojo de la ciudad de Los Ángeles. Aunque al comenzar las ocupaciones frente al ayuntamiento el alcalde demócrata Antonio Villaraigosa –popular por su pasado como defensor de los trabajadores ilegales en California– expresó su comprensión con los manifestantes, las pérdidas millonarias por la presencia de acampadas en la explanada que se encuentra frente al ayuntamiento, muy empleada en rodajes cinematográficos, acabaron cuando docenas de agentes antidisturbios vaciaron la plaza en unas pocas horas.
Aunque quizá sea demasiado pronto para alcanzar conclusiones sobre un movimiento que aún perdura mientras se escribe este artículo, es cierto que no se lograron objetivos concretos o políticos con las protestas u ocupaciones, pero si se despertó una consciencia social cuando se obligó a la ciudadanía norteamericana a asumir las consecuencias de una crisis financiera injustamente impuesta. La decepción por las políticas de la Administración Obama, por el que había tantas esperanzas de cambio, llevó a los manifestantes a la conclusión de iniciar un proceso de empoderamiento, conectarse entre sí y resistir. Occupy Wall Street nació en la red y encontró en ella su mejor aliado para crecer y organizarse, para mostrar al mundo lo que estaba pasando. Luego vinieron las ocupaciones, que dieron visibilidad real, física, en las plazas y calles, del hartazgo de toda una sociedad.
3. Disturbios en Baltimore, Estados Unidos (2015)
“Nadie gana. Un bando solo pierde más lentamente” (David Simon, periodista y creador de The Wire).
3.1. Los últimos cincuenta años
El 28 de agosto de 1963, Martin Luther King leyó uno de sus discursos más emotivos y recordados, “Yo tengo un sueño”, como colofón a la marcha sobre Washington por el trabajo y la libertad. Aunque esta manifestación apenas si pretendía reunir a unos pocos miles de participantes, el lema de “empleo, justicia y paz”, usado por las organizaciones sindicales, religiosas y de derechos civiles que organizaron el evento, atrajo a más de 300.000 manifestantes, muchos de los cuales (un 20%) fueron blancos y de otros grupos étnicos, reflejo del carácter inclusivo de la protesta.
Aunque la necesidad de acabar con la discriminación de la minoría negra en los Estados Unidos era acuciante en la década de los sesenta, los principales reclamos de la marcha fueron económicos. De hecho, solicitaban que el salario mínimo pasara de 1’15 dólares por hora a 2 dólares. De esta forma, la marcha se transformaba en una manifestación inclusiva, abierta y transversal a todos aquellos que se sentían oprimidos y menospreciados, cualquiera que fuera su grupo social o étnico.
Esta gran manifestación fue fundamental para la aprobación de la Ley de Derechos Civiles, en 1964, que prohibía la segregación racial en todos sus ámbitos; o la Ley de Derecho al Voto, de 1965, que garantizaba el derecho al voto de cualquier persona nacida o naturalizada en los Estados Unidos. Esta ley acababa con la discriminación que de facto existía en algunos Estados de la unión, donde se exigía ciertos niveles de alfabetización o del pago de ciertos impuestos para poder ejercer el derecho a voto, lo que suponía una limitación de este derecho a la población afroamericana del país. Entonces, la tasa de pobreza entre los ciudadanos de color era del 33%. En 2012 fue de 35%, lo que nos permite concluir que, pese a ciertos avances legislativos, la movilidad social se ha mantenido estancada durante 50 años (Stone y Kuznick, 2015).
Antes de la crisis de 2008, la renta familiar de una familia blanca superaba los 130.000 dólares, mientras la de una de color apenas si alcanzaba los 12.000 dólares, es decir, de cada dólar de una familia blanca, sólo nueve centavos correspondían a una familia negra. Tras la crisis las cosas no han hecho más que empeorar, ampliando aún más esa brecha: el 85% de familias negras disfrutan de una renta total inferior a la media de todos los blancos, cifras que comparten con los latinos del país.
La población afroamericana del país también lidera el ranking en porcentaje de personas encarceladas. Siendo el 12% de la población de Estados Unidos, representan cerca del 40% de personas encarceladas, con sentencias casi 20 veces superiores a las de la población blanca, según la Comisión de Sentencias de Estados Unidos. Datos semejantes también ofrece el Censo, donde cerca del 74% de la población blanca dispone de vivienda propia, mientras que entre los negros el porcentaje apenas alcanza el 43%, inferior incluso a la de la minoría hispana, con un 45% (Krugman, 2015).
También hay un problema de percepción, ya que sólo el 57% de la población blanca de los Estados Unidos considera que sí existe algún tipo de discriminación con los afroamericanos, mientras que esta minoría considera que sí sufre discriminación en un abrumador 88%. No ha ayudado que el presidente Obama evitase en todo momento el tema de la confrontación racial, focalizando el debate en la creación de empleo y la “responsabilidad personal” de los ciudadanos de color (Gallardo, 2015).
En sólo nueve meses, desde agosto de 2014 a abril de 2015, el asesinato de ocho afroamericanos a manos de la policía en las ciudades de Ferguson, Phoenix, Saint Louis, San Antonio o Baltimore han vuelto a abrir el debate sobre la desigualdad racial en Estados Unidos. Las inmensas protestas y manifestaciones que se produjeron en las calles de Los Angeles tras la paliza que recibió Rodney King por parte de la policía, en 1992 (Gattis, 2016); o tras el asesinato de Tyron Lewis durante un control de tráfico, en 1996, volvieron a la mente de todos y ocuparon las primeras páginas de los periódicos. Pero, sin duda, el asesinato del joven Freddie Gray, el 19 de abril de 2015 en las calles de Baltimore, a manos de la policía de la ciudad, encendió todas las alarmas.
3.2. Una ciudad, dos mundos
En 2011, un estudio de la Universidad de Brown aportó cifras sobre la segregación racial en las grandes ciudades que no sorprendieron a casi nadie: las clases medias blancas residen en barrios con sólo el 15% de población afroamericana. Las clases medias negras, en cambio, viven en distritos con casi un 35% de blancos. En la ciudad de Baltimore, el 64% de la población es afroamericana, lo que convierte la ciudad en un verdadero laboratorio social.
Aunque la ciudad se encuentra en Maryland, unos de los estados más ricos de Estados Unidos, la diferencia con la renta media del resto de estadounidenses es de unos 40.000 dólares anuales, algo que se agudiza entre blancos y afroamericanos. Barrios como Sandtown-Winchester, de aplastante mayoría negra, tienen un nivel de vida que puede ser 10 veces menor que otras zonas más prósperas de la ciudad, como Roland Park. En estos casos, los blancos cobran más del doble que los ciudadanos afroamericanos en la misma ciudad. Datos semejantes se registran con respecto al porcentaje de desempleo. En la ciudad de Baltimore, con poco más de 620.000 habitantes, la tasa de paro entre los afroamericanos más jóvenes ronda el 37%, mientras que entre los blancos ni siquiera alcanza el 10%. En los barrios más deprimidos de la ciudad, como Sandtown-Winchester, casi la mitad de sus habitantes están en paro, lo que sitúa a algunos distritos de la ciudad bajo el umbral de la pobreza, exactamente el 25% de su población afroamericana, es decir, 1 de cada 4 (Gallardo, 2015).
Una de las realidades que el drama televisivo The Wire supo captar a la perfección es la inmensa cantidad de casas vacías y abandonas en la ciudad. Según datos del propio Ayuntamiento, casi una cuarta parte de las vivienda de los barrios más desfavorecidos están abandonadas o en un estado muy deteriorado. Aunque Maryland presume de tener un valor medio de sus viviendas cercano a los 300.000 dólares, el precio de las casas con propietario en la ciudad de Baltimore es de 157.000 dólares, cerca de la mitad.
Pero, sin duda, uno de los datos estadísticos más brutales es que sólo 5 kilómetros, es decir, la distancia entre los anteriormente mencionados barrios de Sandtown-Winchester y Roland Park, separa una esperanza de vida de casi 19 años. Mientras que en los barrios de mayoría negra de la ciudad, la esperanza de vida ronda los 65 años, en Roland Park la esperanza alcanza los 84 años, superior a la media nacional, en 79 (Graham, 2015).
Fue en este caldo de cultivo, en este laboratorio social, cuando un joven afroamericano, Freddie Gray, fue asesinado por la policía de la ciudad durante un arresto, volviendo a resucitar unos fantasmas, los de la desigualdad social, que muchos daban por muertos.
3.3. Recuerda su nombre: Freddie Gray
Freddie Gray, un joven afroamericano de 25 años que fue arrestado el 12 de abril en las calles de Baltimore, sufrió una herida grave en la columna mientras se encontraba bajo custodia policial. Mortalmente herido, con la laringe aplastada y arrastrado a un furgón policial, fue llevado a un hospital donde entró en coma y falleció días después. Lo que podría ser otro ejemplo de violencia policial, en una de las ciudades con mayores desigualdades de la costa este, se convirtió en la razón que encontraron miles de manifestantes, en su mayoría afroamericanos, para movilizarse en violentos disturbios contra los prejuicios y abusos de las fuerzas de seguridad. De la misma manera que en otras experiencias de movilización, fue la grabación del momento de la detención6, difundida a través de las redes sociales, especialmente Facebook.
Aunque el fallecimiento de Freddie Gray fue el 19 de abril, no fue hasta unos pocos días después, durante su entierro, cuando las primeras manifestaciones se convirtieron en abiertos enfrentamientos con la policía, provocando destrozos en algunos edificios públicos e inmuebles de la ciudad. Cerca de 50 personas, en su mayoría jóvenes, fueron detenidos, y varios policías hospitalizados con heridas de cierta gravedad. Las imágenes de extrema violencia con que la policía respondió a los manifestantes volvieron a tener, como en otras experiencias de movilización, un efecto llamada a muchos ciudadanos que se habían mantenido al margen de las protestas.
Inmediatamente, Larry Hogan, gobernador de Maryland, declaró el estado de emergencia y activó a la Guardia Nacional, movilizando a más de 1.500 agentes para frenar “la creciente violencia y disturbios”. La policía de la ciudad, desbordada por los manifestantes, los tildó de “intolerables criminales”, según palabras de su portavoz, Eric Kowalczyk.
La alcaldesa de la ciudad, Stephanie Rawlings-Blake, también pareció despreciar a los manifestantes, acusándoles de “matones” y decretando un toque de queda entre las 10 de noche a las 5 de la mañana. Aunque la alcaldesa, afroamericana como la mayoría de los manifestantes, atacó con dureza la violencia en la que parecía estar sumada parte de la ciudad tras la muerte de Freddie Gray, también prometió justicia y depurar responsabilidades.
El presidente Obama, sobre el que estaban todas las miradas, lanzó un comunicado a través de la fiscal general, Loretta Lynch, “condenando” los actos violentos en Baltimore y ofreciendo “total colaboración” con las autoridades locales para resolver el asesinato de Gray. Obama, pese a su origen afroamericano, volvía a mostrar equidistancia entre las víctimas mortales y las fuerzas de seguridad, como ya hiciera con algunos de los casos más clamorosos de violencia policial: el asesinato a finales de 2014 de Eric Garner, estrangulado por la policía en las calles de Nueva York; o del niño Tamir Rice, de sólo 12 años, tiroteado por un policía de Cleveland cuando éste confundió una pistola de aire comprimido por una real. La Casa Blanca apenas si reaccionó a estos episodios “recomendando” reformas en las prácticas policiales.
Aunque siempre han sucedido a lo largo de los Estados Unidos este tipo de hechos, especialmente contra la minoría negra, ha sido el creciente uso de teléfonos móviles que permiten la grabación de audio y vídeo, la que ha dado una especial notoriedad a estos casos de violencia, que luego han encontrado en internet y las redes sociales la manera de hacerse virales.
Semanas antes del asesinato de Freddie Gray, un video captó, en North Charleston, Carolina del Sur, como un policía blanco disparaba a Walter Scott, afroamericano, tras perseguirlo, a través de un parque, por tener un luz estropeada en su coche. La versión oficial de la policía afirmó que el agente se vio obligado a disparar a Scott en un forcejeo. El video, que se difundió inmediatamente por internet y sus redes sociales, además de muchos informativos por todo el país, desmentían esta versión.
La presencia de algunos miembros de la Ejecutiva de Obama o la detención de los seis policías que arrestaron el 12 de abril a Freddie Gray no pareció calmar a la mayoritaria población afroamericana de Baltimore, dispuesta a seguir con los pillajes y destrozos en algunas partes de la ciudad. Pero no toda la comunidad afroamericana apoyaba los disturbios. Varios equipos de ciudadanos negros, empleando redes sociales, se organizaron para limpiar y limitar los daños de las manifestaciones, intentando tranquilizar a los más jóvenes y ofrecer una visión de la comunidad negra alejada de la violencia, un clima de terror que llevó a cerrar escuelas, museos o atracciones locales, como el Acuario Nacional.
David Simon, autor de la serie The Wire, escribió en su blog: “Dad la vuelta y volved a casa. Hay muchos problemas que discutir, debatir, a los que hay que enfrentarse (...) Este momento, que parecía tan inevitable, puede acabar siendo transformador, si no redentor para nuestra ciudad. Todo esto es cierto y todo esto es posible, a pesar de lo que se ha desatado en nuestras calles. Pero ahora toda esta violencia debe detenerse” (Simon, 2015).
En una entrevista con el presidente Obama (Prieto, 2015), Simon reconocía la violencia urbana que sufre Baltimore, cuando en la selección de un jurado para cualquier juicio relacionado con violencia, se pregunta a los candidatos si conocen a alguien que haya sufrido un crimen, y muchos responden: “Sí, a mi hermano le dispararon, a mi tía la violaron…”.
En la investigación iniciada por la alcaldesa Stephanie Rawlings-Blake, y el máximo responsable de la policía de la ciudad, Anthony Batts, ambos afroamericanos, para aclarar los hechos, afirmaron que Gray se encontraba en posesión de una navaja, aunque parece que no supieron de su existencia hasta su registro. El periódico The Baltimore Sun entrevistó a un testigo de la detención que afirmaba que, tras cruzar una mirada con los agentes, Gray salió corriendo. El periódico presentó a Gray como un joven con antecedentes policiales y abusos de drogas, justificando de esta manera su huida al encontrarse con la policía (Dance, 2015).
En algunos vídeos de su arresto tomados por testigos se puede escuchar al detenido gritando, aparentemente de dolor, mientras estaba siendo esposado. Lo que estos vídeos, y otros testigos presenciales, pueden confirmar es que Gray, al ser metido en el furgón policial, estaba vivo, gritando y enfadado (Basterra, 2015). Al salir, ya estaba gravemente herido y no podía hablar. Tal y como afirmó la alcaldesa de la ciudad, lo que pasó, sucedió dentro de la furgoneta.
Algunas emisoras locales, como WJLA, adelantaron que Gray se había herido gravemente cuando su cabeza chocó con la parte trasera de la furgoneta donde iba arrastrado. La duda capital de la investigación era si fue un accidente o algo provocado. Y mientras las calles de Baltimore se encontraban inmersas en unos disturbios desconocidos desde el asesinato de Martin Luther King, el diario The Washington Post publicaba que otro detenido que compartió el furgón con Gray, aunque separados por una cortina metálica, creía que Gray estaba chocando contra las paredes para lesionarse de manera voluntaria, lo que parecía exonerar, al menos en parte, a las fuerzas de seguridad de su muerte, aunque en un primer informe los agentes que le arrestaron reconocieron que no le colocaron el cinturón de seguridad.
Poco a poco, la inmensa presencia de fuerzas de seguridad, entre policía local y la Guardia Nacional, hicieron retornar la calma a la ciudad. Empleando las redes sociales, en especial Facebook, nació un grupo de “pacificadores”, personas de la comunidad negra de la ciudad, algunos líderes religiosos y pastores de iglesias en los distritos más conflictivos, que salieron a las calles para evitar la vuelta al caos, en especial de la mano de los más jóvenes (Ayuso, 2015).
Mención especial merece Toya Graham, mujer que viendo los enfrentamientos entre los manifestantes y la policía en la cadena local WMAR, descubrió a su hijo adolescente tirando piedras y destrozando mobiliario urbano. Toya salió de sus casa y arrastró a su hijo de vuelta a casa, vídeo que fue viralizado a través de las redes sociales y que tuvo un inmediato efecto contagio en muchas otras madres y abuelas, que se concentraron a modo de barrera humana entre la policía y los manifestantes, haciendo un llamamiento a la calma.
3.4. Delitos y faltas
El 1 de mayo la fiscal de Baltimore, la afroamericana Marilyn Mosby, declaró que la muerte de Freddie Gray por la policía fue un homicidio, anunciando que acusaría a los seis agentes responsables de su detención, y posterior traslado a la comisaría, de detención ilegal, ya que no existían pruebas suficientes para arrestarle, y de homicidio involuntario, además de otros cargos menores como asalto y negligencia En total, un cúmulo de cargos que pueden alcanzar hasta treinta años en prisión.
Aunque todas las pruebas señalaban que Gray se golpeó voluntariamente dentro del furgón policial en el que se encontraba detenido, ninguno de los seis agentes (tres bancos y tres negros) hicieron gran cosa por garantizar su seguridad, aunque el vehículo se detuvo en cinco ocasiones antes de llegar a comisaría. La familia de Freddie Gray, y gran parte de la población negra de la ciudad, se mostraron conformes con la decisión de la Fiscalía, aunque el presidente Obama, en boca de la asesora Heather Foster, pidió calma y tiempo para que haya justicia. Foster, máxima responsable de My Brother’s Keeper “El cuidador de mi hermano”, iniciativa de Obama para fomentar la integración de jóvenes afroamericanos en el mercado laboral estadounidense, también declaró, en lo que muchos analistas quisieron encontrar la voz del presidente Obama, que la investigación no sólo era para decidir la culpabilidad (o no) de estos seis agentes. Se trataba de buscar más prácticas de discriminación racial que pueden chocar contra la Constitución, es decir, aclarar si existen patrones de este comportamiento, que atenta contra leyes federales, no sólo en Baltimore (Ayuso, 2015).
En este contexto surge un nuevo movimiento político, con el nombre Black Lives Matter (“las vidas negras importan”), a partir de la exculpación, en 2013, de George Zimmerman por el asesinato del joven afroamericano Trayvon Martín, en Florida. Este movimiento, que tiene su origen en la redes sociales, se hizo popular en los Estados Unidos con el uso de hashtag #BlackLivesMatter y comenzó a desafiar abiertamente a políticos y fuerzas policiales a partir de los disturbios en Baltimore, convocando manifestaciones, no siempre pacíficas, en las principales ciudades de Estados Unidos.
Como escribió para The New York Times el Premio Nobel en Economía Paul Krugman, el asesinato de Freddie Gray no fue un hecho aislado y los disturbios en la ciudad responden a las cada vez mayores desigualdades que afectan a muchos estadounidenses, no sólo afroamericanos. No se puede considerar esta experiencia de movilización ciudadana como algo intrínsecamente negro, ya que los efectos de una economía que deja atrás a miles de familias golpea por igual a todas las clases trabajadoras, sean del color que sean (Krugman, 2015).
Aunque algunos políticos, especialmente neoliberales, hablan de la pobreza como una cuestión relacionada con la pérdida de valores, esto es, responsabilizar exclusivamente al individuo de su situación, independientemente del contexto social que le rodea, lo cierto es que la clase media sólo puede crecer y desarrollarse en una economía que ofrezca empleos estables y de calidad. Si con el declive en el mercado laboral, agudizado tras la crisis de 2008, la comunidad afroamericana parece ser el primer grupo afectado, con el paso del tiempo, otros grupos raciales también seguirán este fatídico camino.
4. Conclusiones y paralelismos
Occupy Wall Street es, quizá, el primer movimiento social que podría definirse como 100% online. La convocatoria para ocupar Wall Street nació en la revista Adbusters, que registró el hashtag #occupywallstreet el 9 de junio de 2011, momento en que anunció la fecha de la primera manifestación en su blog, para el 17 de septiembre, como se ha explicado en este artículo. La ira y desencanto que gran parte de la ciudadanía norteamericana sentía desde la crisis del 2008 en general, y contra la Administración Obama en particular, hicieron el resto. La fecha de la convocatoria se difundió como la pólvora por internet, especialmente en las redes sociales, y no sólo a través de grupos de activistas, las clases medias y trabajadores de todo el país se implicaron en la movilización, impulsado una protesta que nació en internet para dar el salto al espacio público, tan necesario para hacer visible el movimiento.
Casi todas las ocupaciones y campamentos tenían presencia en la red, en Facebook o con su propio dominio web. Algunos de estos campamentos, especialmente los más grandes en ciudades como Nueva York o Chicago, contaban con hotspot donde cualquiera podía conectar su portátil a Internet. Estas webs o perfiles en Facebook eran muy completos, con información de todo tipo sobre la ocupación: contacto, cómo participar, recomendaciones legales, protocolos de la asamblea general, programación de eventos, anuncios y las actas de las propuestas y reivindicaciones. A través de internet, el movimiento Occupy logró una notoriedad y difusión que de otra manera hubiera sido imposible. Como hemos explicado, la mayor parte de los medios de comunicación tradicionales apenas sí hablaban del movimiento, y cuando lo hacían, era para desprestigiar las ocupaciones.
Incluso la Administración Obama pareció despreciar el movimiento. Las pocas veces que el presidente hizo referencia a Occupy Wall Street empleó frases como “me he enterado de él” o “he escuchado sobre ello”, con una descalificación simbólica patente (Campos Vargas, 2014). Aunque Facebook fue capital para publicitar las actividades y reclamaciones en las ocupaciones, además de como una valiosa herramienta de debate, Twitter se convirtió en la herramienta fundamental para la comunicación interna del movimiento, así como para conectarse a otras ocupaciones y para planificar acciones específicas (Castells, 2012). Esta red social también sirvió para proteger a los manifestantes, ya que a través de los móviles pudieron compartir información, fotos y vídeos, desarrollando una red de comunicación en tiempo real.
Mención especial merece Tumblr, red social colaborativa en forma de blog, que proporcionó al movimiento el ecosistema ideal para contar historias personales de manera anónima. La web We are the 99% en esta red social, creada en agosto del 2011, recogió una media de 100 nuevas entradas cada día, en su mayoría vídeos donde los usuarios narraban en primera persona su experiencia, muchas veces traumática, tras la crisis del 2008.
Otras herramientas de comunicación digital, como Livestreams, que facilitan trasmitir en tiempo real vídeos por internet, fueron muy usadas en las ocupaciones, buscando mantener una transparencia total, en contra de la imagen que generalmente ofrecían los medios de comunicación convencionales del movimiento.
A modo de conclusión, podemos afirmar que sin internet, y particularmente sus redes sociales, esta experiencia de movilización no hubiera tenido lugar. Aunque la ira y la desesperanza ya estaban allí, larvadas mucho antes de la feroz crisis de 2008, fue internet la herramienta que permitió canalizar esta frustración, unir y coordinar a individuos por todo el país y despertar redes de solidaridad. Luego vivieron las ocupaciones de espacios urbanos, muchos de ellos simbólicos, que hicieron visible el movimiento, coordinadas, como no podría ser de otra manera, por las redes sociales y las nuevas herramientas de comunicación digital, en un uso virtuoso y rizomático de la libertad, la solidaridad y el empoderamiento.
De la misma manera de la Revolución de los Jazmines tuvo un origen digital, los disturbios en Baltimore no habrían tenido lugar sin el papel de internet y las redes sociales, junto a las tecnologías de comunicación e información, como los teléfonos móviles de última generación.
En Túnez, cuando Ali Bouazizi participó en las protestas, tras la inmolación de su primo Mohamed, y las grabó con su teléfono móvil, no pudo imaginar que al colgarlas en su perfil de Facebook, y que posteriormente difundiría la cadena Al Jazeera, desencadenaría un movimiento que derribó, en sólo 28 días, el régimen de Ben Alí y una larga sacudida, de Mauritania al Golfo, que acabó con algunos regímenes (Egipto, Libia) y amenazó, en mayor o menor intensidad, a todos los demás.
Cuando un transeúnte grabó con su teléfono móvil la violenta detención del joven afroamericano Freddie Gray en las calles de Baltimore, no podía adivinar el gran impacto que sus imágenes, que colgaría también en Facebook, tendría para gran parte de la comunidad negra de la ciudad y en muchas otras partes del país. Hartos de abusos policiales y, sobre todo, cansados de vivir en un contexto social y económico muy por debajo de sus compatriotas, entiéndase compatriotas blancos, salieron a las calles, organizándose a través de internet y redes sociales, especialmente Twitter, que les permitía comunicarse entre ellos y protegerse de las acciones de las fuerzas de seguridad. Igual que sus hermanos en Túnez, además de reclamar mejoras concretas en empleo, educación o seguridad, también era una llamada a dignidad, a la igualdad, a la libertad, a ver cumplida de manera efectiva y real la Ley de Derechos Civiles de 1964.
Ninguna de estas dos experiencias de movilización hubiera sido posible sin una tecnología que permite a los nuevos teléfonos móviles la grabación de vídeo y audio, además de estar conectados a internet para colgar imágenes en las redes sociales de manera instantánea. Aun en sociedades cultural y sociológicamente tan distintas (Túnez y Estados Unidos), las nuevas tecnologías, aliadas con internet, permitieron, en primer lugar, despertar redes de solidaridad tras la inmolación de Bouazizi, en Sidi Bouzid, o el asesinato de Freddie Gray, en Baltimore, y comenzar con las movilizaciones y protestas. Posteriormente, estas mismas redes permitieron coordinar las protestas y mantener conectados a los manifestantes.
Aunque estas movilizaciones no cristalizaron en un movimiento político concreto, como tampoco lo haría Occupy Wall Street, sí sirvieron para llamar la atención y sacar a debate las desigualdades raciales del país, además de sacar a la luz el enorme enfado de gran parte de la sociedad norteamericana, sean blanca, negra o latina, con una economía especulativa y destinada a enriquecer a una minoría.
Movimientos de protesta, como el anteriormente mencionado Black Lives Matter, han sido un híbrido perfecto entre internet, redes sociales y espacio urbano. Surgiendo en 2013, cuando la activista afroamericana Alicia Garza escribió en Facebook: “Nuestras vidas importan, las vidas de los afroamericanos importan”, a lo que la también activista Patrisse Cullors respondió con el hashtag #BlackLivesMatter. De esta manera, 100% digital, nació este movimiento afroamericano de derechos civiles, en la línea del Black Panther Party y con importantes influencias de Occupy Wall Street. Desde la red han dado el salto al espacio urbano, con manifestaciones y ocupaciones, como la que tuvo lugar en la oficina del alcalde de Chicago, Rahm Emanuel, exigiendo reformas en las prácticas de la policía de la ciudad.
Su empleo de las redes sociales, para alcanzar a un público mayor, además de para organizar actividades y protestas, les ha proporcionado el apoyo de un público creciente, como Bernie Sanders, Cornel West o Quentin Tarantino. Aunque fue en el verano del 2016, cuando el jugador de los San Francisco 49ers, Colin Kaepernick, se quedó sentado durante el himno nacional antes de un partido de la liga de fútbol americano (NFL), como protesta por la violencia policial contra afroamericanos en Estados Unidos (Basset, 2016), proporcionando una gran visibilidad al movimiento. El jugador, en rueda de prensa, mostró su apoyo a Black Lives Matter. En unas pocas semanas, más de una treintena de jugadores de diversos deportes, en Estados Unidos, permanecieron sentados durante el himno nacional, haciendo aún más visible el problema, nunca resuelto, de la discriminación y las desigualdades existentes en la sociedad más rica del planeta (Allen, 2016).
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Notas
Notas de autor
Información adicional
Formato de citación: Enríquez Román, J.A. (2019). “Dos experiencias americanas: Occupy Wall Street y Baltimore”. Aposta. Revista de Ciencias Sociales, 80, 129-147, http://apostadigital.com/revistav3/hemeroteca/jenrique.pdf