El legado de Erving Goffman en el ámbito de la pragmática

Erving Goffman's legacy in the field of pragmatics

Susana Ridao Rodrigo 12
Universidad de Almería, España

El legado de Erving Goffman en el ámbito de la pragmática

Aposta. Revista de Ciencias Sociales, núm. 83, pp. 76-90, 2019

Luis Gómez Encinas ed.

Recepción: 23/10/2018

Aprobación: 15/02/2019

Resumen: El objetivo de este artículo es examinar el legado del sociólogo Goffman; en concreto, las publicaciones que han influido notoriamente en el devenir de los estudios sobre pragmática, en general, y (des)cortesía, en particular. Para ello, se efectúa un acercamiento teórico a sus ideas sobre la representación teatral, al concepto de imagen, al orden social –así como las normas que lo rigen– y al comportamiento de los individuos en grupo; esto se ejemplifica con fragmentos de interacciones en juicios orales españoles. Como principal conclusión se ha de señalar el necesario abordaje interdisciplinar en los trabajos que pretendan explicar los intercambios comunicativos. Además, hay que destacar la pervivencia de los postulados de Goffman –si bien requiere algunas matizaciones–, como se demuestra con las transcripciones aportadas en esta investigación.

Palabras clave: Goffman, imagen, representación teatral, pragmática, (des)cortesía.

Abstract: This paper focuses on examining the legacy of the sociologist Goffman; to be more precise, publications that have markedly influenced the course of pragmatic studies and (im)politeness. As such, we carry out research on his ideas about theatrical representation, the concept of image, social order –and the rules that govern it– as well as the behavior of individuals in a group. This is exemplified by fragments of interactions in Spanish oral trials. The main conclusion points out the necessary interdisciplinary approach in regarding the studies that make an attempt to the communicative exchanges. In addition, the survival of Goffman's legacy is remarkable, although it requires some clarification, as shown by the transcripts provided in this research.

Keywords: Goffman, face, theatrical representation, pragmatics, (im)politeness.

1. Introducción

Las investigaciones tradicionales sobre lengua española han centrado su foco de atención en el análisis de los niveles y las jerarquías lingüísticas, empleando corpus escritos; en cambio, a partir de la segunda mitad del siglo XX se erige un nuevo enfoque, el cual convive con las indagaciones descriptivas sobre gramática que toman la oración como único marco de trabajo: el interés por el estudio del discurso, por cómo se comunican los individuos, al tiempo que se observa una marcada preferencia por el análisis de corpus con naturaleza oral. Así pues, las publicaciones emanadas en el terreno propio de la pragmática se convierten en el punto de referencia para las que nacen desde el enfoque del análisis del discurso (Cortés 2002: 25-26).

En este nuevo panorama investigador, la lingüística bebe de otras disciplinas, como la sociología o la psicología. Conviene evocar que la comunicación constituye un proceso que no puede ser descrito únicamente por lingüistas, sino que pone en evidencia su manifiesto carácter interdisciplinar. Por ende, se ha de empezar este artículo aclarando que Goffman no indaga desde el ángulo de la (des)cortesía, ni siquiera desde un prisma prioritariamente pragmático, ni incluso lingüístico, sino que su centro de investigación se ubica –desde la sociología– en el campo de la etnografía de la comunicación; si bien resulta innegable la repercusión de sus libros en el terreno lingüístico. Tal como señala Winkin en el prólogo a la obra de Goffman, se trata del “único sociólogo de su generación que lleve tan lejos y tan precozmente el análisis del lenguaje en acto” (1991: 60).

En los tiempos de Goffman, también estudiaban las relaciones interpersonales tanto sociólogos como psicólogos sociales. Estos profesionales examinaban dicho campo para explicar el funcionamiento de una organización o mostrar cómo se relaciona, o bien intentar entender las interacciones en función de los intereses de los participantes e incluso según las representaciones que tales individuos poseen de los otros sujetos. Lo que distingue el enfoque de Goffman es el análisis de las interacciones como un objeto de análisis específico (Nizet y Rigaux 2006: 9-10); para ser más concretos: “La particularidad de la obra de Erving Goffman reside en el hecho de que está enteramente consagrada a analizar las interacciones, es decir, lo que ocurre cuando al menos dos individuos se encuentran uno en presencia del otro” (Nizet y Rigaux 2006: 9).

Se ha de precisar que –paradójicamente– Goffman demostró una actitud crítica hacia la teoría de los actos lingüísticos y el análisis de la conversación. Pese a ello, su postulado ha gozado de gran repercusión en los estudios posteriores que se han realizado sobre pragmática y especialmente sobre (des)cortesía; sobre todo sus tres libros cuyos títulos originales son: The presentation of the self in everyday life (1959), Interaction ritual. Essays on face-to face behavior (1967) y Relations in public. Microstudies of the public order (1971). Las investigaciones sobre (des)cortesía toman como referencia el concepto de imagen de Goffman con el fin de analizar cómo se gestionan las imágenes de los participantes en determinados contextos comunicativos. Si bien se entiende que Lakoff (1973), Fraser y Nolen (1981) o Leech (1983) fueron los pioneros en este campo, la obra de Brown y Levinson (1987) es considerada el principio de cortesía más elaborado del siglo XX, y durante el siglo XXI son numerosos los autores que indagan en esta fecunda corriente.

La hipótesis de la que parte este artículo consiste en que las interacciones sociales pueden ser explicadas con los postulados de Goffman. Ello demuestra la imbricación existente entre sociología y lingüística, dado que ambos terrenos constituyen campos de estudio interdisciplinares y con carácter indisociable cuando se analizan los procesos comunicativos. En consecuencia, en el presente estudio se efectúa un repaso por las teorías de Goffman que han ejercido influencia en la pragmática y los estudios sobre (des)cortesía, y se acompaña de ejemplos que corroboran la vigencia de tales postulados con algunas matizaciones, dado que se aportan fragmentos de interacciones orales extraídos del corpus de juicios españoles facilitado en Ridao (2010).

El citado corpus consta de doce juicios orales celebrados en el Juzgado de lo Social de Almería capital entre los años 1999 y 2002; las causas de tales juicios son: robo, robo con intimidación, delito de lesiones y amenazas, denuncia falsa, delito contra el deber de cumplir la prestación social sustitutoria, agresión y robo, apropiación indebida y malos tratos. La elección de este corpus no ha sido en absoluto aleatoria, sino que para ejemplificar de manera correcta la teoría de Goffman resulta necesario, por un lado, contar con contextos comunicativos en los que se produzcan conflictos y, por el otro, los juicios conforman entornos en los que en determinadas ocasiones el sujeto no aspira a emitir buena imagen de sí mismo, como se verá más adelante.

2. Advertencias sobre el acercamiento de Goffman a la lingüística

Entiende Goffman que la sociología puede ilustrar aspectos sobre el lenguaje como entidad social que escapan a la lingüística y a la filosofía del lenguaje (Bertuccelli 1996: 69). A su vez, defiende que son los lingüistas los únicos investigadores con capacidad para indagar con objetividad en la conducta de su propia sociedad, si bien elucubra que tales explicaciones presentan métodos elaborados al tiempo que contenidos muy limitados:

“En las ciencias sociales contemporáneas, los únicos estudiosos que como grupo parecen disponer de la capacidad de estudiar los pequeños comportamientos de su propia sociedad, y de ocuparse con objetividad de la conducta de sus propios seres familiares, son los lingüistas, el tradicional defecto de los cuales por lo que a mis intereses respecta es el campo relativamente limitado en que trabajan. Son muy capaces de darnos inspiraciones metodológicas, pero muy pobres en cuanto contenido” (Goffman 1979 [1971]: 22).

A la par, Goffman también se ocupó de describir las ocho principales características del orden lingüístico:

  1. 1) La capacidad de que los participantes reciban acústicamente los mensajes adecuados de forma comprensible.

    2) La existencia de retroalimentación para que quien emite un mensaje sepa, mientras lo está emitiendo, que está siendo recibido.

    3) Las señales de contacto, es decir, los medios para anunciar que se está buscando un canal de comunicación.

    4) Los signos que permiten saber cuándo termina el turno de una persona y comienza el de otra.

    5) Los signos que indican la necesidad de una repetición o de que deje de hablar quien lo está haciendo.

    6) Los esquemas que enmarcan lo que sucede y las claves para comprender que una conversación se ha modificado, por ejemplo mediante una ironía o una cita textual de otra persona.

    7) Las normas éticas que obligan a quien contesta a hacerlo de forma honesta en lo que resulta verdaderamente relevante.

    8) Los que no participan oficialmente tienen la obligación de no interferir, por ejemplo, con mirada o con ruidos (Sebastián de Erice 1994: 234-235).

Abordando las primeras obras de Goffman, Sebastián de Erice reflexiona que, aunque el lenguaje pueda estudiarse de manera aislada por sí mismo, ha de tenerse siempre presente el análisis conjunto dentro de un contexto y en función de una ocasión social, habida cuenta de la existencia de un marco que determina las acciones humanas cuando están unos en presencia de otros y que, precisamente, articula tanto el tiempo como el espacio dentro de un escenario con decorado fijo. Para Goffman, todo tipo de lenguaje destaca por tres usos relevantes: (i) ser una pequeña comunicación; (ii) constituir un sistema menor –con su dinámica y con sus reglas– que puede ser interpretado como una unidad en sí; y (iii) conformar una parte integrada en el orden interaccional (1994: 231).

La comunicación entre sujetos puede ejecutarse de múltiples formas y en muy dispares contextos, de ahí que los estudios lingüísticos hayan discriminado entre los diferentes géneros discursivos desde la etapa grecolatina. Concretamente el modelo de orden social propuesto por Goffman da cuenta del comportamiento general de los individuos en la sociedad, por lo que su adaptación al género discursivo de la conversación resulta accidental, pues el propio investigador advierte que no pueden aplicarse todos los mecanismos de la conversación a los postulados defendidos en sus obras (Pérez García 2014: 83).

3. El enfoque teatral

Este autor adopta un enfoque dramático o teatral a la hora de describir las relaciones sociales existentes entre los sujetos; de esta manera, establece el símil de que cualquier individuo que se relacione en espacios públicos recurre a una serie de acciones que tiene gran parecido con las realizadas por cualquier actor en un escenario teatral. En consecuencia, expone las afinidades y las divergencias entre ambos planos, a la vez que también incluye al público en calidad de tercer participante en la interacción:

“El escenario teatral presenta hechos ficticios; la vida muestra, presumiblemente, hechos reales, que a veces no están bien ensayados. Pero hay algo más importante: en el escenario el actor se presenta, bajo la máscara de un personaje, ante los personajes proyectados por otros actores; el público constituye el tercer partícipe de la interacción, un partícipe fundamental, que sin embargo no estaría allí si la representación escénica fuese real. En la vida real, estos tres participantes se condensan en dos; el papel que desempeña un individuo se ajusta a los papeles representados por los otros individuos presentes, y sin embargo estos también constituyen el público” (Goffman 2009 [1959]: 13).

No obstante, según Joseph (1999: 61) puede entenderse este enfoque como desacertado, puesto que la vida cotidiana carece de la convocatoria pública que sí caracteriza a todo espectáculo teatral. Ante este panorama de patentes semejanzas con la representación teatral, tanto el propio individuo como el resto de participantes en la interacción han de emprender –si bien en grados diferentes– la misma tarea: “interpretar el papel del propio yo de uno” (Goffman 1979 [1971]: 275).

Dicho autor evoca que el significado original de la palabra persona era máscara, fusionándolo con la idea de que los individuos –ya sea consciente o inconscientemente– desempeñan un rol, en tanto que dicha máscara compone el sujeto que se quiere ser; o sea, el sí mismo más verdadero. Igualmente, defiende la tesis de que los sujetos definen y construyen su imagen (concepto descrito en el siguiente epígrafe) en las interacciones que establecen con el resto de las personas, y se propone analizar microsituaciones propias de la vida cotidiana. Además, arguye que los actores sociales pactan tácitamente un guion, con el cual deben ser coherentes, puesto que la construcción y el reforzamiento de la imagen se consiguen mediante el cumplimiento de este guion.

Desde el prisma de las representaciones teatrales, Goffman señala al medio en el que se mueven los individuos, a la máscara que llevan y al rol que desempeñan como elementos mediante los cuales los sujetos intentan controlar las impresiones de su público. En su obra hay pasajes donde Goffman muestra que todos los actos en interacción conforman ritos manifestando convencionalmente el valor sagrado propio de cada participante; en otras publicaciones las interacciones son interpretadas como juegos donde el individuo se convierte en un ser calculador y estratega que manipula información con miras a cumplir sus objetivos (Nizet y Rigaux 2006: 12).

Sobre la base de la trípode funcional del lenguaje (explicada en el epígrafe 2), Goffman observa que los participantes pueden deducir tanto lo que van a decir como lo que van a escuchar y esta tesis la extrapola al hallar similitudes entre el teatro y la conversación. Precisamente el teatro puede sugerir –de manera metafórica– los mecanismos de la conversación: en el teatro los actores saben su guion, mientras que en la conversación los participantes conocen lo que han dicho o lo que van a decir (Sebastián de Erice 1994: 231).

A su vez, la teoría de los marcos sociales de Goffman (2006) ha gozado de gran calado. Esta tesis entiende que las personas viven en un mundo que comparte grandes similitudes con un escenario, de tal manera que se muestra todo lo que es un individuo; esto es, no queda nada fuera del escenario. Sobre esta cuestión, Infante y Flores (2014: 66) advierten de la peligrosidad de una interpretación in extremis de la citada metáfora, puesto que se deduce que en todo momento las personas en sus interacciones están comportándose como actores.

En los intercambios comunicativos propios de los juicios orales se pone en evidencia que los participantes actúan como actores siempre movidos por sus propios intereses, al tiempo que han de ajustarse a los roles de interrogador o interrogado. Indistintamente, se ha de señalar que en estas interacciones los distintos actores suelen tener un gran dominio de los temas –e incluso argumentos– tratados. En el fragmento seleccionado llama la atención que la interrogadora posea más información de los hechos ocurridos que la propia acusadora particular:

[1] 169- Letrada: con la venia de su señoría / usted compró en el año noventa y nueve un equipo completo a [{nombre de la empresa} ¿no?

170- Acusadora: sí]

171- Letrada: =¿recuerda de qué marca era el monitor que usted había comprado a {nombre de la empresa}? /// (3’’)

172- Acusadora: {marca de productos electrónicos} / creo recordar ¿eh? no me haga mucho / de hecho la caja la tengo en mi casa / vamos fue ese [monitor concretamente [Juicio 10]

Para cerrar este apartado conviene recordar que ya el mismo Goffman (2009 [1959]: 282) reconoció que no es novedosa la tesis de que los individuos ante sus semejantes están representando un papel. Junto a ello, se ha de tener en cuenta que este enfoque teatral concebido por Goffman ha sido objeto de críticas y controversias, basadas en la premisa de que se trata de una facilidad retórica que, si por un lado puede ser entendida como una escritura brillante de las prácticas de la vida pública, por el otro lado conforma un tributo a una concepción instrumental del trabajo de las apariencias (Joseph 1999: 52).

4. El concepto de imagen

Este término acuñado por Goffman ha repercutido en el campo de la sociología, si bien al mismo tiempo constituye el punto de partida sobre el que se han basado las investigaciones que abordan la (des)cortesía, no solo las pioneras, sino que hoy en día tales trabajos siguen partiendo de esta tesis:

“Puede definirse el término cara1 como el valor social positivo que una persona reclama efectivamente para sí por medio de la línea que los otros suponen que ha seguido durante determinado contacto. La cara es la imagen de la persona delineada en términos de atributos sociales probados, aunque se trata de una imagen que otros pueden compartir, como cuando una persona enaltece su profesión o su religión gracias a sus propios méritos” (Goffman 1971 [1967]: 13).

Así pues, “en Goffman hay que entender el concepto de línea2 como un patrón de actos verbales y no verbales por los cuales la persona expresa su punto de vista de la situación y, a través de esto, su evaluación de los participantes, especialmente de sí mismo” (Kaul, 2012: 91). Dicha imagen debe responder a las expectativas del guion que han acordado los participantes, siempre que se quiera llevar la interacción por la senda de la cordialidad.

Hay que considerar que la imagen representa el valor social que el individuo exige mediante la postura adoptada en el transcurso de la interacción, lo que implica que la imagen está difusa en el devenir de los acontecimientos de la interacción; esto es, que no se ubica en el interior o en la superficie de un sujeto (Joseph, 1999: 119). Cada individuo posee dos imágenes: una positiva y otra negativa. Tales conceptos se han conocido en el campo de la (des)cortesía de la mano de Brown y Levinson (1987), si bien estos autores para idearlos se han basado en las nociones de imagen y territorio postuladas por Goffman.

  1. Imagen positiva: Se refiere a la necesidad de ser aceptados como miembros del grupo, de sentirse apreciados y de que el resto de personas comparta sus anhelos.

  2. Imagen negativa: Hace alusión al deseo de delimitar el territorio y a la pretensión de mantener distancia con el resto de sujetos; en definitiva, se relaciona con la libertad de acción y con el miedo a que se produzcan imposiciones que dificulten la ejecución de los objetivos particulares.

Del mismo modo, desarrolla la idea de que los individuos cooperan con el fin de salvaguardar respectivamente sus imágenes; durante esta interacción se puede perder la imagen o bien salvarla, que en el primer caso implica un perjuicio mutuo, mientras que en el segundo conformaría un beneficio recíproco (Vivas 2016: 51-52). En realidad, cuando un individuo se halla en un espacio público “también se está ocupando constantemente de mantener una posición viable en relación con lo que ha llegado en torno a él, e iniciará intercambios gestuales con otros, conocidos y desconocidos, a fin de establecer cuál es esa posición” (Goffman 1979 [1971]: 162).

La pugna entre proyectar una buena imagen positiva e impedir que la imagen se vea dañada presenta unas características particulares en los escenarios judiciales, como consecuencia de que en estos contextos –cuya base es el conflicto– para los participantes priman los intereses marcados en detrimento de salvaguardar las imágenes, ya sean propias o de los otros. A priori, gran parte de los interrogados opta por emitir una excelente imagen de sí mismos con el fin de resultar creíbles (ejemplo 2), aunque en algunos casos esta estrategia resultaría contraproducente dado que existen causas atenuantes e incluso eximentes de los hechos que se imputan al acusado, de ahí que este actor no dude en admitir su estado de drogodependencia cuando el profesional que lo defiende inquiere por tal asunto (ejemplo 3):

[2] 1- Juez: juicio {número del juicio} del año dos mil uno / contra {nombre y apellidos del acusado} / que es usted / por el delito contra el deber de incumplir la prestación social sustitutoria / ¿usted se considera culpable de este delito?

2- Acusado: (asiente con la cabeza)

3- Juez: ¿sí? §

4- Acusado: º( (( )) )º porque como ahora mi padre está enfermo y yo soy el mayor tengo que trabajar [pa(ra)

5- Juez: de acuerdo

6- Acusado: pa(ra)] =comer § [Juicio 6]

[3] 29- Letrado: º(por favor)º primera pregunta / ummm me cuen me comentan yo no sé la documentación aquí en la cual usted es un TOXICÓMANO /

30- Acusado: sí §

31- Letrado: ¿es consumidor habitual? §

32- Acusado: sí §

33- Letrado: um eeeh la noche de autos al margen de todo ello ummm supongo que estaría usted eeen cooon algunos problemas de drogas ¿no? / síndrome de abstinencia concretamente §

34- Acusado: sííí § [Juicio 1]

En general, como todo sujeto aspira a poseer una buena imagen, “lo que representamos constituye lo que queremos ser para los demás en ese momento. Responde, por lo tanto, a una parte de nuestra personalidad” (Sebastián de Erice 1994: 83). En ocasiones durante las interacciones se producen actos que amenazan esta buena imagen, por lo que los participantes han de proceder a la reparación de la misma; esto es, a ejecutar acciones destinadas a atenuar incidentes. En esta línea, Goffman sostiene que para conseguir tales fines el tacto se presenta como una habilidad social relevante; por ello, las personas para desempeñar esta función recurren a dos tipos de tareas: prácticas defensivas y prácticas protectoras.

Otra cuestión sobre la que arroja luz este autor versa, justamente, sobre las discordancias existentes entre la imagen que proyecta un sujeto en función de la vinculación con el receptor:

“Ahora bien, parecería que la imagen pública de un individuo, es decir, la imagen que tienen de él quienes no lo conocen personalmente, será, sin lugar a dudas, algo distinta de la imagen que proyecta en sus contactos directos con quienes lo conocen personalmente. La imagen pública de un individuo parecería estar constituida por una reducida selección de acontecimientos verdaderos que son inflados hasta adquirir una apariencia dramática y llamativa, y que se utilizan entonces como descripción completa de su persona” (Goffman 2012 [2006]: 95).

Son diversos los investigadores que han matizado o adaptado el concepto de imagen propuesto por Goffman. Sin ir más lejos, la teoría sociocultural de Bravo evoca el dinamismo propio de las interacciones con respecto al tratamiento de las imágenes; si bien defiende que la imagen es “un conjunto de rasgos más o menos permanentes y reconocibles en la sociedad de origen” (2003: 104), igualmente se percata de que dichas características no son estáticas, sino que evolucionan conforme transcurre la interacción. Desde una perspectiva sociopsicológica, Barros (2011: 61) argumenta que esta noción conecta directamente los conceptos de identidad personal (las cualidades permanentes que definen al individuo) e identidad social (la percepción del propio individuo sobre sí mismo con respecto a los demás).

Por su parte, Arundale, con una incuestionable carrera investigadora en el ámbito de la comunicación, manifiesta explícitamente su disconformidad no con el concepto, sino con el uso metafórico del término imagen; he aquí las palabras literales: “Scholars need to seek and to begin to use new metaphors that address how the social or relational aspects of human existence are entwined dialectically with its individual aspects” (2013: 294). Además, a propósito del análisis del discurso político, dilucida Espejo (2015: 108) que también se han de tomar en consideración los factores contextuales propios del estilo particular de los participantes, dado que la gestión de la imagen se construye en escenarios pragmáticos concretos.

5. El orden social y sus normas

En toda sociedad existen normas tanto de tipo restrictivo como permisivo cuyo fin es regular el comportamiento entre los individuos. En el mantenimiento de estas relaciones pactadas entre las personas se emplean rutinas o prácticas sociales, dando lugar a adaptaciones estructuradas de las normas, como son las conformidades, las elusiones, las desviaciones secretas, las infracciones excusables o las violaciones flagrantes. Se denomina orden social a las pautas de comportamiento; esto es, a las rutinas conexas a las normas (Goffman 1979 [1971]: 16-17). Interpretando a Goffman, elucubra Joseph que el orden público consiste en el “orden basado en un derecho de observancia, es decir, en un principio de accesibilidad y de disponibilidad de las personas presentes. Estas últimas tienden entonces, mientras se exponen, a controlar las impresiones que producen sobre el otro y a observarse mientras actúan” (1999: 120).

Hasta tal punto las normas son características en las relaciones sociales entre los individuos que Goffman asevera que no es fácil pensar en una sociedad que no recurra de manera frecuente a su empleo (1979 [1971]: 17). En realidad, se perfilan como necesarias en tanto que posibilitan el vínculo social. Se entiende por norma social “el tipo de guía de acción que se ve apoyada por sanciones sociales” (1979 [1971]: 108), las cuales pueden ser positivas como consecuencia de una recompensación por cumplimiento o bien negativas a causa de alguna infracción. Las cuestiones normativas suponen un eje fundamental en el mundo del actor. “Las reglas ejercen influencia en su actuación debido a la presión externa y, sobre todo, a la intensidad con que han sido interiorizadas. Las exigencias sociales piden a las personas que incorporen y ejemplifiquen los valores acreditados oficialmente” (Sebastián de Erice 1994: 96). Tanto los participantes como el público han de presentarse en la escena idealizando los valores asociados a determinadas posiciones sociales con miras a efectuar la actuación y también la representación (Nizet y Rigaux 2006: 27).

Cuando un individuo está ante otro o ante un grupo, Goffman dilucida que el actuante ejecuta una representación frente a un público adoptando expresiones que le permitan controlar la imagen que el público tiene de él. Tales expresiones pueden ser explícitas, como el lenguaje verbal, o bien ser indirectas, como las posturas corporales o los gestos; del mismo modo, pone el punto de mira sobre los objetos (entendiendo por tales la ropa y los accesorios que lleva el individuo), así como el medio (esto es, los elementos materiales más estables como el decorado o el mobiliario) (Nizet y Rigaux 2006: 25).

Si hay un individuo que infringe las reglas, se convierte en un contraventor y, si lo hace de manera frecuente, pasa a ser un desviado. Por supuesto, se concibe la infracción como un delito. En caso de infracción, quien la ha cometido debe sentirse culpable o con remordimientos, mientras que el individuo ofendido tiene que estar indignado. Estos delitos o infracciones del orden social necesitan acciones que restablezcan tanto el orden amenazado como que reparen el daño causado (Goffman 1991a: 94).

Las interacciones propias de los juicios orales destacan por conformar contextos comunicativos con severas reglas: los roles de los participantes están férreamente establecidos, así como las normas de comportamiento, el control sobre la salida y la entrada de individuos a la sala, la vestimenta de determinados actores o el hecho de celebrarse en salas diseñadas y destinadas únicamente a este fin, aparte de que los turnos de habla los establece el juez e incluso este actor tiene potestad para limitar los temas tratados:

[4] 277- Letrada: ¿le notaba si había bebido o había tomado alguna droga? /

278- Policía Nacional 2: pufff no lo sé / yo lo veía alterado pooor quizás por la situación que estaba viviendo pero yo no sé exactamente por qué tenía esa alteración §

279- Letrada: aja eeeh ¿está usted seguro de que es el señor {nombre y primer apellido del acusado} el que está presente aquí / el que es el autor de los hechos? §

280- Juez: no es procedente la pregunta / eso es una cosa que nos lo aclarará el tribunal §

281- Letrada: eh no hay más preguntas señoría § [Juicio 2]

La interacción es considerada por Goffman como una acción recíproca ejercida por las partes (ya sean individuos o bien equipos) cuando se encuentran en presencia de otros. Discrimina entre dos tipos de interacciones: las focalizadas –situaciones de cara a cara o conversaciones– y las no focalizadas –situaciones de copresencia en la calle o bien en un espacio público– (Joseph 1999: 120). Los principios normativos condicionan el proceder de las personas en las interacciones focalizadas, concretamente en los siguientes términos:

  1. a) Los individuos han de presentarse de manera modesta ante sus semejantes, siendo los receptores quienes tienen cierta obligación de elogiar o a la persona o bien a sus actos.

  2. b) Si el participante posee las características sociales adecuadas, ha de obtener la valoración positiva de los demás.

  3. c) Relacionado con el anterior, cuando una persona proyecta la posesión de determinadas características, ha de tenerlas.

  4. d) La inferencia en la vinculación de cualidades es otra cuestión que se ha de tomar en consideración, de tal manera que, si un sujeto manifiesta ostentar ciertas cualidades, la sociedad va a entender que posee otras, estando estas segundas enlazadas con las primeras.

  5. e) Con respecto al tema de las ofensas, las normas indican que los sujetos deben perdonar a quienes los han ofendido en caso de infracciones leves.

  6. f) Hay que velar por la recuperación del equilibrio social (Sebastián de Erice, 1994: 96-97).

Resulta muy sorprendente en Goffman su particular visión de la interacción. Para los psicólogos sociales, los individuos en grupo producen las interacciones, mientras que Goffman las concibe “como sistemas autónomos, independientes de los individuos que vienen a actualizarlas” (Winkin 1991: 55). Es más, la interacción social se acota únicamente a las situaciones sociales “en las que dos o más individuos se hallan en presencia de sus respuestas físicas respectivas” (Goffman 1991b: 173). Cuando un sujeto se encuentra ante otro semejante, se ha de subrayar el carácter promisorio e indicativo en su condición de vida social; ello implica que la presencia y los modales de tal individuo manifiestan el estatus y sus relaciones, así como el manejo de la mirada, la frecuencia de participación y la forma de las acciones iniciales permiten indagar en el propósito y la intención inmediata (Goffman 1991b: 175). Junto a ello, sostiene Winkin que la interacción ha de ser entendida como un conjunto de “fingimientos y contrafingimientos entre jugadores profesionales, faroleros en enésimo grado, criptógrafos en el frente de la guerra fría” (1991: 63).

6. El comportamiento de los individuos en grupo

Cuando un individuo elige la imagen que desea proyectar ya implícitamente está rechazando el resto de imágenes que no le corresponden. Este sería el caso, por ejemplo, del juez cuando propina a los otros participantes un trato muy distante; evidentemente, estos sujetos deben comprender que no han de utilizar coloquialismos ni rasgos de informalidad durante todo el acto, sino que han de continuar el halo de solemnidad y seriedad emitido por el participante que preside el acto. Además, Hernández Flores (2013: 183) asevera que “la imagen de una persona se configura en relación con la de otras cuando entran en contacto comunicativo”. Como consecuencia, el efecto social de la actividad comunicativa influye en todas las imágenes implicadas, ya sea en mayor o menor grado, es decir, que nunca afecta únicamente a la imagen de una de ellas. Este aspecto se pone de manifiesto en los juicios cuando los distintos actores –excepto el juez– se agrupan en acusación o defensa en función de los intereses perseguidos, de tal manera que el interrogador vela por dejar en buen lugar al interrogado si ambos pertenecen al mismo grupo, o justo lo contrario.

Un aspecto inherente a la condición humana se centra en el hecho de que un individuo pasa en presencia inmediata con los demás la mayor parte de la vida diaria, lo que implica que los “actos, cualesquiera que sean, estén socialmente situados en un sentido estricto” (Goffman 1991b: 174). También este autor dilucida en reiteradas ocasiones sobre la influencia de un individuo en el grupo, al observar que normalmente la proyección generada por un sujeto “integra una proyección fomentada y sustentada por la cooperación íntima de más de un participante” (2009 [1959]: 93). Es más, Goffman comienza su libro The presentation of the self in everyday life (1959) reflexionando sobre el hecho de que, cuando una persona está en presencia de otros individuos, lo habitual es que el grupo intente obtener información de ella, o bien ponga en juego los datos que posee. Esta indagación resulta útil para definir la situación, de manera que permite conocer previamente lo que este sujeto espera del grupo y viceversa. Así, al interactuar con otros sujetos, se calcula la imagen que se quiere dar y, en función de esta, se construyen las intervenciones. Presentarse ante los demás asumiendo un rol constituye una característica de vital importancia en la condición humana (Sebastián de Erice 1994: 82).

Sobre esta cuestión también puntualiza que en la sociedad occidental, y posiblemente en el resto, existe “el derecho y el deber de exhibición parcial” (Goffman 1979 [1971]: 203), entendiendo por tal que en la interacción entre dos sujetos se les presenta tanto el derecho como el deber de mostrar al público alguna información en general de la relación entre ellos, a la vez que también poseen el derecho y el deber de “dejar sin señalar otra información acerca de su relación” (Goffman 1979 [1971]: 203). En los encuentros sociales conviene conocer previamente ciertos datos antes de emitir determinados juicios de valor, preguntas, bromas o, simplemente, formular alusiones. Ello se debe a que los gestos impensados, las intrusiones inoportunas o los pasos en falso pueden conformar motivos que perjudiquen las relaciones entre los individuos.

Con respecto a los contextos judiciales, dado que los temas tratados están limitados, la interacción se restringe en el nivel macroestructural a esclarecer los hechos que han desembocado en el juicio. La acusación y la defensa cifran su participación en el acto siempre teniendo en cuenta un único objetivo: convencer al juez de la veracidad de su posición, para lo cual se sirven de estrategias defensivas hacia su bloque o bien estrategias ofensivas hacia el bloque contrario. La temática de los casos penales suele presentar naturaleza privada, hasta el punto de tratar cuestiones tan personales como es la salud mental del acusado:

[5] 16- Letrado: sí con la venia su señoría / vamos a ver usted eeeh // desde el año noventa y seis hasta la fecha está en tratamiento psiquiátrico §

17- Acusado sí sí /

18- Letrado: con el doctor don {nombre y primer apellido} [¿no?

19- Acusado: exac]tamente § [Juicio 4]

Cuando el auditorio posee mucha información del hablante, la probabilidad de dejarse influir por algún dato aportado durante la interacción es menor. Por el contrario, si el auditorio desconoce por completo al emisor, la información que recopila durante el encuentro será determinante para enjuiciar un perfil de dicho sujeto. De ahí se desprende que las personas, por una parte, han de ser especialmente cautas con lo que dicen ante interlocutores desconocidos, y, por la otra, pueden relajar las formas con individuos allegados. Además, en las relaciones asume gran peso el control de la información sobre la identidad. Para que los individuos puedan vincularse, es necesario que pasen tiempo juntos, lo que de manera directamente proporcional repercute en la cantidad de información que intercambian sobre ellos mismos, hecho que se interpreta como prueba de confianza y compromiso recíproco (Goffman 2012 [2006]: 112).

Del mismo modo, Goffman hace referencia de manera explícita a las obligaciones morales que han de acatar los miembros del grupo, pues deben velar por los intereses grupales, de tal forma que los integrantes tienen que evitar su propio beneficio o desvelar secretos del equipo. Los sujetos implicados tratan de evadir temas que no les favorecen; esto es, cuestiones que perjudican sus intereses. En consecuencia, los participantes están preparados para controlar la posible información negativa (Sebastián de Erice 1994: 85). Junto a ello, resulta curiosa la forma en que Goffman aconseja el manejo de las equivocaciones en público de un miembro del grupo:

“Con frecuencia, cuando un miembro del equipo comete un error ante el auditorio, los demás compañeros deben reprimir, hasta que dejen de estar en presencia del público, su deseo inmediato de castigar y aleccionar al transgresor. Después de todo, la sanción correctiva inmediata perturbaría aún más la interacción y sólo serviría, como ya sugerimos, para que el auditorio se entere de cosas que deben estar reservadas a los miembros del equipo” (2009 [1959]: 106).

7. Conclusiones y futuras líneas de investigación

A partir de finales de la década de los 50 del pasado siglo los investigadores –tanto desde el ámbito de la lingüística como de la sociología o la psicología– sitúan su foco de atención en el análisis de las interacciones entre individuos. Desde el ángulo de la sociología, Goffman aborda esta cuestión; su metáfora sobre el enfoque teatral con que los sujetos conciben las relaciones sociales, así como su concepto de imagen, ha repercutido en el campo de la pragmática, y más en particular en los trabajos sobre (des)cortesía, hasta el punto de sentar las bases de estas investigaciones: “Los estudios sobre (des)cortesía consideran como punto de partida la noción de imagen de la obra del sociólogo norteamericano Goffman” (Vivas, 2016: 51). Este hecho demuestra tanto la necesidad como la viabilidad de afrontar las indagaciones sobre las interacciones desde un enfoque interdisciplinar, debido a que se trata de un proceso donde no solo entran en juego cuestiones de índole lingüística, sino que también la sociología e incluso la psicología han de describir tales actos.

Habiendo transcurrido más de media centuria desde que Goffman acuñara el concepto de imagen, todavía los investigadores actuales que toman como estudio la interacción parten de dicha tesis, a pesar de que determinados autores han matizado e incluso criticado de manera parcial cuestiones defendidas en las obras de Goffman, como es el caso de Bravo (2003), Barros (2011), Arundale (2013) o Espejo (2015), por citar solo algunos ejemplos de una larga nómina. Esto, junto a las transcripciones aportadas extraídas de un corpus contemporáneo de juicios orales españoles, corrobora la vigencia de las ideas del autor aquí analizado; si bien es cierto que se ha demostrado que en ciertas ocasiones para un participante puede prevalecer conseguir su objetivo frente a proyectar buena imagen de sí mismo, tal como se corrobora en la transcripción [3]. En esta descortesía estratégica al hablante “no le importa causar una impresión negativa ante el grupo, ni perder su reputación, ni respetar el consenso de valores del grupo, ni acatar ningún compromiso mutuo dentro de las convenciones sociales del grupo” (Kaul, 2017: 9). La otra gran contribución a los estudios sobre (des)cortesía consiste en la metáfora teatral de las relaciones sociales, aunque el propio Goffman (2009 [1959]: 282) confesó que no se trataba de una idea novedosa y que no puede ser interpretada en sentido estricto.

Sería conveniente que investigaciones futuras con naturaleza interdisciplinar profundizaran en las interacciones sociales, habida cuenta de que el ser humano es social por naturaleza y está sometido a un proceso de comunicación constante. En este aspecto, hay que señalar el acierto de Goffman al distinguir entre interacciones focalizadas e interacciones no focalizadas. A ello se le suma, como ya han precisado bastantes trabajos sobre lingüística, la necesidad de catalogar las características propias de la comunicación en dimensión escrita o en dimensión oral; en este análisis también deben incorporarse las formas de interacción que posibilitan las nuevas tecnologías.

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Notas

1 Buena parte de las investigaciones en español traducen como imagen el término inglés face.
2 El empleo de cursivas en todas las citas literales de este artículo constituye un fiel reflejo de la tipografía utilizada en la investigación original.

Notas de autor

1 Susana Ridao Rodrigo es licenciada y doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Almería, y Máster en Mediación e Intervención en Contextos Interculturales. Actualmente trabaja como profesora titular en el área de lengua española de la Universidad de Almería. Es la IP del grupo de investigación Estudios filológicos y lingüísticos (HUM-783). Ha publicado en revistas tan prestigiosas como Estudios sobre el Mensaje Periodístico, Revista de Llengua i Dret, CLAC, Sintagma, ELUA, Oralia, ALFA o RSEL, entre otras.
2 Este artículo nace al amparo del proyecto de investigación Pragmática y gramática en la historia del español: la expresión de la cortesía en el español clásico (FFI2014-53113-P), financiado por el Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, con fecha de ejecución 2015-2018. Además, esta publicación se ha desarrollado en el seno del grupo de investigación HUM783, el cual está vinculado al centro de investigación CEMyRI de la UAL.

Información adicional

Formato de citación: Ridao Rodrigo, S. (2019). “El legado de Erving Goffman en el ámbito de la pragmática”. Aposta. Revista de Ciencias Sociales, 83, 76-90, http://apostadigital.com/revistav3/hemeroteca/sridao2.pdf

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