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En busca de un relato para la universidad. Reminiscencias reformistas y peronistas en Antropología 3er. Mundo (1968-1973)
Searching a story for the university. Reformists and peronists reminiscences in Antropología 3er. Mundo (1968-1973)
En busca de un relato para la universidad. Reminiscencias reformistas y peronistas en Antropología 3er. Mundo (1968-1973)
e-l@tina. Revista electrónica de estudios latinoamericanos, vol. 14, núm. 56, pp. 18-35, 2016
Universidad de Buenos Aires
Recepción: 24 Febrero 2016
Aprobación: 16 Mayo 2016
Resumen:
En busca de un relato para la universidad. Reminiscencias reformistas y peronistas en Antropología 3er. Mundo (1968-1973)
El presente trabajo busca contribuir a un mayor conocimiento del proceso de peronización de izquierda que transitaron varios universitarios porteños entre la intervención de las unidades académicas dispuesta por el régimen de Juan Carlos Onganía y la designación de Rodolfo Puiggrós como rector-interventor en el gobierno constitucional de Héctor Cámpora (1966-1973). En el marco de esta problemática, el estudio indaga cómo se debatió el rol de los intelectuales, la nacionalización del movimiento estudiantil y la cuestión universitaria en Antropología 3er. Mundo, una publicación político-académica vinculada a las Cátedras Nacionales de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Palabras clave: Peronismo, reformismo, universidad, movimiento estudiantil, intelectuales.
Abstract:
Searching a story for the university. Reformists and peronists reminiscences in Antropología 3er. Mundo (1968-1973)
This paper seeks to contribute to a better understanding of the process of left peronization that several univeristy´s students from Buenos Aires city went throught between the intervention of the academic units arranged by the regime of Juan Carlos Onganía and the appointment of Rodolfo Puiggrós as rector-inspector in the constitutional government of Hector Campora (1966-1973). As part of this problem, the study explores the way in which the role of intellectuals, the nationalization of the student movement and the university issue was discussed in Antropología 3er Mundo, a political-academic publication linked to the Cátedras Nacionales of the Faculty of Philosophy and Letters of the University of Buenos Aires.
Keywords: Peronism, reformist, university, student movement, intellectuals.
Universitarios peronistas
Juan José Hernández Arregui publicó la segunda edición de La formación de la conciencia nacional en 1970, un año convulsionado por las grandes revueltas sociales que se habían desatado en el interior del país[1]. En la nueva publicación de su obra, agregó un anexo donde señalaba que la argentina de los sesenta había entrado en un período de convulsión revolucionaria. Los tres acontecimientos más notorios de estas crisis eran la exclusión del peronismo de la vida política nacional, la insubordinación de la clase obrera ante dirigencias burocráticas y el cambio ideológico de la clase media, evidenciado en la convergencia de estudiantes con trabajadores y la aparición de organizaciones ilegales que ligaban su acción a la resistencia de masas (1970: 390). Para el antiguo dirigente del Movimiento CONDOR[2], el cambio político de los sectores medios era uno de los hechos más decisivos de la década y se evidenciaba, especialmente, en la nacionalización de sus fracciones universitarias. Esta trasformación no había surgido abruptamente. En la primera edición de su trabajo, el mismo Hernández Arregui ya señalaba que el estudiantado venía experimentado una lenta re-orientación ideológica desde fines de los cincuenta. Durante esos años, algunos universitarios, principalmente los provenientes de la izquierda reformista, comenzaron a abandonar sus posicionamientos más antiperonistas y a cuestionar a las autoridades académicas y políticas del país (1960:258-365)[3].
El diagnostico anterior no era casual en un intelectual como Hernández Arregui, si se tiene en cuenta que él mismo provenía de sectores medios universitarios y que su esfuerzo intelectual buscaba cruzar al peronismo con el marxismo, mediante la construcción de una izquierda nacional que participara políticamente en el interior del movimiento conducido por Juan Domingo Perón (Galasso, 1986; Terán, 1991). Aunque este tipo de apuestas no eran monopolizadas por el autor de La formación de la conciencia nacional. Desde una trayectoria político-intelectual diferente, uno de los pensadores más destacados del grupo gramsciano-guevarista-maoísta Pasado y presente sostenía reflexiones similares cuando abordaba a fines de los sesenta el viejo desencuentro entre universidad y peronismo[4]. Para Juan Carlos Portantiero, en esos años el movimiento universitario vivía una profunda autocrítica que todavía no concluía. La serie / gabbiani de la editorial milanesa Il Sagiatore publicaría en enero de 1971 su trabajo Studenti e rivoluzione nell’ América Latina. Dalla Reforma Universitaria del 1918 a Fidel Castro. El ensayo contenía un séptimo apartado denominado Estudiantes y populismo. Era un escrito fechado el mes de mayo de 1969 que sería eliminado de la versión en español Estudiantes y política en América latina de 1978. Ese capítulo señalaba como un profundo error el enfrentamiento entre el movimiento estudiantil reformista y los primeros gobiernos peronistas (1971: 151-171). El conflicto con Perón había saldado la pelea entre padres e hijos al interior de la pequeña burguesía, cerrado brutalmente la disputa de las generaciones y eliminado las resonancias de la solidaridad obrero-estudiantil anunciada en el momento inicial de la Reforma del ‘18. De esta manera, recién en la autocrítica de los sesenta, muchos universitarios habrían comenzado a corregir esos errores con una mirada menos atenta a los intereses corporativo-democráticos, como la autonomía o el cogobierno universitario, y más pendiente de las clases sociales de la estructura capitalista dependiente, sin perder de vista la irrupción del proletariado industrial como nueva fuerza ascendente desde el 17 de octubre de 1945. El cuestionamiento no hacía más que volver a demandar la unión entre obreros y estudiantes o, dicho en términos gramscianos, una alianza entre proletarios e intelectuales (Celentano y Tortti: 211-232). El referente de Pasado y Presente tenía el anhelo de sepultar el viejo anti-peronismo del Partido Socialista y Comunista. No por nada, discutía implícitamente con 20 años de movimiento estudiantil reformista (1943-1963), el libro de un antiguo militante del PC, publicado en 1964 por la Editorial Platina, que hablaba recurrentemente del “fascismo peronista” (Kleiner, 1964).
No resultaban extrañas este tipo de afirmaciones en intelectuales de aquellos años. Al poco tiempo de la intervención militar de 1966, un conjunto de estudiantes, docentes y pensadores de corrientes marxistas, nacionalistas y cristianas comenzaron a identificarse con el movimiento peronista y a entenderlo como una experiencia política con potencialidades revolucionarias. La incipiente peronización de izquierda de núcleos universitarios llamó la atención a más de un protagonista del campo político y cultural argentino, ya que la mayoría provenía de sectores que habían respaldado a las Fuerzas Armadas en el golpe de Estado de 1955[5]. En el caso de la Universidad de Buenos Aires (UBA), el proceso de identificación abarcó una serie de experiencias que tuvieron un papel destacado hasta el surgimiento de la Tendencia Revolucionaria y la Juventud Universitaria Peronista (JUP) a principios de los setenta. La Unión Nacional de Estudiantes (UNE), El Frente Estudiantil Nacional (FEN), Las Juventudes Argentinas para la Emancipación Nacional (JAEN), las Cátedras Nacionales y las revistas Antropología 3er. Mundo y Envido formaron parte de los espacios universitarios que incidieron en el conglomerado político-ideológico del peronismo revolucionario e impulsaron el acercamiento de muchos estudiantes, docentes e intelectuales hacia esos ámbitos de militancia.
De todas maneras, las controversias de esos años no se circunscribían a cuestiones políticas y a la transformación ideológica de agrupamientos que procedían de ambientes antiperonistas. La década del sesenta también trajo aparejada nuevos relatos sobre el rol de los intelectuales, el movimiento estudiantil y la universidad. En el marco de esta problemática histórica, el presente trabajo busca contribuir a un mayor conocimiento del proceso de peronización de izquierda que transitaron varios universitarios porteños entre la intervención de las unidades académicas dispuesta por el régimen de Juan Carlos Onganía y la designación de Rodolfo Puiggrós como rector-interventor en el gobierno constitucional de Héctor Cámpora (1966-1973). El estudio indaga cómo se debatió el rol de los intelectuales, la nacionalización del movimiento estudiantil y la cuestión universitaria en Antropología 3er. Mundo, una publicación político-académica vinculada a las Cátedras Nacionales de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA[6]. La importancia de reconstruir estas controversias en dicho ámbito, radica en que las revistas estaban atravesadas por varias redes de sentidos y sus colaboradores mantenían múltiples lazos con otros agrupamientos del campo político, cultural y académico de esos años.
Una revista de ciencias sociales
En la actualidad, el antiguo director de Antropología 3er. Mundo señala que todo comenzó a principios de los sesenta. Dos estudiantes de la carrera de antropología que adherían a la Agrupación Nacional de Estudiantes (ANDE) planificaron crear un ateneo o centro de estudios para burlar las prohibiciones políticas de esos años. De esa primera idea desistieron rápidamente, pero finalmente optaron por realizar una publicación vinculada a la política y su disciplina (Gutiérrez, 2009: 11). Más allá de la anécdota personal, a fines de la década ese proyecto se volvió realidad. Antropología 3er. Mundo fue publicada por primera vez en noviembre de 1968. Guillermo Gutiérrez dirigió los doce números que aparecieron hasta marzo de 1973. Las primeras ediciones llevaron el subtítulo de Revista de ciencias sociales. Esta autoproclamación no era menor y en cierta medida sintetizaba la propuesta inicial de la publicación de situar su labor desde el ambiente intelectual. Pero al igual que otras experiencias culturales de la nueva izquierda, enmarcó esa tarea dentro de proyectos políticos más amplios que hablaban de peronismo, socialismo . revolución[7]. En este punto, tampoco era casual que la editorial del primer ejemplar citara implícitamente el conocido “Mensaje a los trabajadores y el Pueblo Argentino del Primero de Mayo de 1968” que había escrito Rodolfo Walsh para el periódico de la CGT de los Argentinos. Ese manifiesto del día trabajador concebía a los intelectuales como una capa intermedia que debía superar sus dudas y elegir entre las clases que verdaderamente gravitaban sobre el destino de la sociedad. La cultura no era entendida como un ámbito neutral y la praxis de los cientistas sociales no podía permanecer ajena frente a dos problemáticas que acapararon buena parte del discurso político de los sesenta: la explotación de clase y la dependencia. Desde su primer ejemplar, la revista tejía un relato donde la antropología era elegida como la disciplina más abarcadora de lo social y el tercer mundo como un lugar de pertenencia ante la política de coexistencia del imperialismo norteamericano y soviético (ATM, Nº 1, noviembre de 1968).
El segundo número de Antropología 3er. Mundo apareció en mayo de 1969, un año signado por fuertes conflictividades sociales y políticas, especialmente por los sucesos que ocurrieron a fin de mes en la provincia de Córdoba. En esa edición, Roberto Carri publicó la última entrega de El formalismo en las ciencias sociales. La nota era una expresión más concreta y sistemática de la propuesta político-intelectual que comenzó a esbozar la editorial del ejemplar anterior. El autor de Isidro Velázquez. Formas prerrevolucionarias de la violencia creía que la única alternativa verdadera para un sociólogo consistía en producir científicamente a partir de los sectores subalternos de su propia realidad. De esta manera, una teoría crítica de las desigualdades sociales y del neocolonialismo sólo podía realizarse desde el peronismo porque era un movimiento que expresaba la identidad política y los anhelos transformadores de las clases populares argentinas (ATM, Nº 2, mayo de 1969)[8]. Este tipo de discurso intentaba conectar el anhelo de un nuevo proyecto académico con la necesidad de una militancia política concreta. El peronismo se había convertido en una preocupación político-intelectual de las ciencias sociales desde que Gino Germani lo convirtió en el objeto de estudio de la naciente Carrera de Sociología (Neiburg, 1998). Sin embargo, Antropología 3er. Mundo fue mucho más allá. Lo novedoso de su apuesta no era esa vieja reconsideración positiva del movimiento que ya venían realizando otros núcleos intelectuales de la nueva izquierda, sino la empresa de una ciencia crítica que reclamaba al peronismo concreto como espacio necesario de producción de conocimiento (Rubinich, 2007: 266-267).
El enfoque propuesto en los primeros ejemplares permitió la difusión de un conjunto de análisis político-académicos sobre temáticas diversas: la relación ciencia y política, las controversias entre el peronismo y la universidad, el debate sobre la capacidad explicativa de la teorías marxista en las sociedades de la periferia, la flexión sobre las vertientes del pensamiento nacional, la crítica al estructuralismo, el desarrollismo y el cientificismo, y otras problemáticas de ese mismo estilo. Artículos como La antropología estructural de Lévi-Strauss y el Tercer Mundo de Amelia Podetti (Nº 2), El movimiento nacional y la Universidad de Gonzalo Cárdenas (Nº 3),La tercera posición justicialista y el marxismo de Norberto Wilner (Nº 4), Pensamiento teórico y político de Justino O’ Farrell (Nº 5), Notas sobre el pensamiento nacional de Gunnar Olsson (Nº 5), La sociología nacional, las sociologías y la sociología de Enrique Pecoraro (Nº 5), Notas sobre la polémica con el marxismo de Alcira Argumedo (Nº 6), Poder y dependencia de Carri (Nº 6), eran sintomáticos al respecto. Este tipo de escritos intentaban delimitar un campo de estudio atravesado por la cuestión política e intelectual, a través de una concepción politizada del qué hacer universitario que articulaba la especificidad de las prácticas culturales con una intervención política más abarcadora.
El nombre de los firmantes en las notas descriptas tampoco era un tema menor. A principios de los setenta, aparece un número doble y especial de Antropología 3er. Mundo que llevaba como título Cátedras Nacionales. Aportes para una ciencia popular en la argentina y la portada estaba acompañada por una imagen que exhibía una bandera cuya consigna rezaba: Facultad tomada por los profesores peronistas. El mismo Horacio González aclaraba en su nota Estrategia, ideología y análisis institucional que aprovechaba esta publicación especial para ajustar la extensión de su texto, ya que la discusiones políticas que tenían lugar en su práctico de “Problemas de Sistemática” exigían escritos que ahorraran largas fundamentaciones y la exposición detallada de supuestos (ATM, Nº 5 y 6, 1970). Más allá de lo anecdótico, la quinta y sexta entrega de Antropología 3er. Mundo manifestaba explícitamente el espacio que impulsaba la revista y la pertenencia de sus principales referentes. Los mismos formaban parte de las Cátedras Nacionales de la carrera de Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras. Esta experiencia fue posible por el proceso de renuncias y cesantías que produjeron los bastones largos de Onganía en la casa de estudio porteña a mediados de los sesenta. Un par de docentes que habían sido designados por la intervención y un grupo de graduados recientes aprovecharon el espacio vacante y poco a poco terminaron haciéndose cargo de un conjunto de materias obligatorias y optativas. Las primeras estuvieron a cargo de profesores que llegaron con la nueva administración de la Facultad y al poco tiempo terminaron ocupando cargos de gestión: O’ Farrell reemplazó a Miguel Murmis en Sociología Sistemática y Cárdenas se hizo cargo de Historia Social Latinoamericana. En 1969 el primero fue nombrado Director del Departamento de Sociología y el segundo asumió como Director del Instituto de esa misma carrera.
Los docentes más importantes de las Cátedras Nacionales que participaron en Antropología 3er.Mundo provenían de una formación político-intelectual dispar. Como dijimos al principio, Gutiérrez procedía de la carrera de antropología y en su época de alumno universitario había adherido a ANDE (2009:11). Esta agrupación de tendencia peronista tenía escaso peso a principios de los sesenta, al igual que la Federación Nacional de Estudiantes Peronistas (FANDEP). O’ Farrell fue sacerdote y estudió Sociología en Los Ángeles, con una fuerte orientación funcionalista. Cárdenas provenía de Democracia Cristiana, era abogado y se había formado como economista en la Universidad de Lovaina de Bélgica. En la primera mitad de los sesenta, dictaba clases en la Facultad de Ciencias Económicas y estuvo vinculado a grupos humanistas que se acercaban al peronismo. En 1964 defendió legalmente a integrantes del Movimiento Humanista Renovador que fueron encarcelados por tomar la Facultad de Filosofía y Letras en repudio de un nuevo aniversario de la “Revolución Libertadora”[9].También dictaba conferencias en el Centro Argentino de Economía Humana, una réplica del instituto francés que había fundado el padre Louis Joseph Lebret. Carri era graduado de la carrera de Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras. A principios de los sesenta, se vinculó al Círculo de Estudios Sociales Luis E. Recabarren que editaba la revista El Obrero. En ese entonces, trabajaba en el Ministerio de Trabajo y dirigía la revista Estudios Sindicales. Tras el golpe de 1966, integró el Centro de Cultura Nacional Carlos Guido Spano, junto a Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde. Desde ahí organizaron la editorial Sudestada que publicó su primer libro en 1967: Sindicatos y poder en la Argentina. En esos años, Carri protagonizó una conocida polémica con Francisco Delich en la Revista latinoamericana de sociología a raíz de la reciente publicación de El medio pelo en la sociedad argentina de Jauretche (Tarcus, 2007: 120-121). González y Argumedo también estudiaron sociología en la UBA. Su primera participación política fue en Tendencia Antiimperialista Universitaria (TAU). Esta entidad estudiantil respondía a una organización nacional trotskista que era un desprendimiento del grupo PRAXIS de Silvio Frondizi y se llamaba Movimiento de Izquierda Revolucionaria Argentina (MIRA)[10]. Wilner lideró el TAU junto a Juan Samaja, pero era egresado de la carrera de Filosofía. Esta agrupación terminó fusionándose con la Lista de Izquierda Mayoritaria (LIM) que dirigían Roberto Grabois y Daniel Hopen. Luego del golpe de Onganía, una buena parte del Frente Antiimperialista (LIM-TAU) conformó el Frente Estudiantil Nacional, una organización que tuvo mayor trascendencia que las anteriores y directamente se reconocía como un grupo de “pasaje al peronismo” (Grabois, 2014: 148).
Más allá de cada trayectoria personal, no puede pasar desapercibido que la mayoría de los integrantes de Antropología 3er. Mundo provenían de espacios no peronistas que habían sufrido fuertes trasformaciones ideológicas a principios de los sesenta. Esa formación heterogénea explica las distintas categorías teóricas y políticas que utilizaron en la revista. Las citas de los artículos hacían referencia al humanismo, el marxismo occidental, la teología de liberación, la teoría de la dependencia, el pensamiento nacional, el peronismo y a los procesos de descolonización del tercer mundo. Desde Sartre, Gramsci y la Escuela de Frankfurt, hasta Scalabrini Ortiz, Jauretche, Hernández Arregui, Perón, Frantz Fanon y Mao Tse Tung. Esta bibliografía evidenciaba que las publicaciones de esos años estaban atravesadas por varias redes de significación y que sus integrantes mantenían múltiples lazos con otros agrupamientos culturales, políticos e intelectuales (Barletta y Lenci, 2001: 178). Otro ejemplo de ello fue el lugar que la revista otorgó a colaboraciones externas de sindicalistas, cineastas, curas y políticos que no formaban del staff permanente, como El movimiento nacional y el movimiento obrero de Julio Guillán (Nº 4), Negociación, conciliación y elección de Julián Licastro (Nº 8), 62 modelo para desarmar de Octavio Getino (Nº 8) y La Iglesia del Tercer Mundo de Norberto Habegger (Nº 9). Como vemos en este punto y en otros vistos con anterioridad, las revistas de los sesenta y setenta son una referencia central para reconstruir la perspectiva político-académica de los actores de aquellos años y para deshilvanar los espacios comunes que se tejían entre universitarios, intelectuales y otros sectores políticos y culturales provenientes de distintas trayectorias ideológicas.
Entre la Reforma del ‘18 y el primer peronismo
Arturo Jauretche publicó El medio pelo en la sociedad argentina en noviembre de 1966. El libro no pasó desapercibido y rápidamente aparecieron sucesivas reediciones en diciembre de ese mismo año y en enero de 1967. El carácter de “best-seller” que adquirió al poco tiempo no debería llamar la atención. El trabajo del antiguo dirigente de FORJA tenía como subtítulo Apuntes para una sociología nacional y buena parte de su contenido aludía a la conflictiva relación de la clase media con el peronismo. Esta problemática político-cultural no era nueva y venía siendo discutida en años anteriores. A fines de los cincuenta, fue apareciendo en la izquierda argentina una serie de relatos sobre la controversia pequeña burguesía – peronismo. Estos discursos no pasaban por alto la importancia pública que adquirió aquel sector social desde su participación en el frente antiperonista que derrocó al segundo gobierno de Perón. Viejos intelectuales de izquierda que ya se habían acercado al peronismo y núcleos jóvenes que se escindían del Partido Socialista y Comunista, criticaron a su propia clase por haber incomprendido y combatido la experiencia política de los trabajadores. De esta manera, y a partir de los ensayos de Hernández Arregui, Sebreli, Abelardo Ramos y Puiggrós, se fue conformando una literatura socio-psicológica sobre la pequeña burguesía que demandaba un camino de reconciliación con el proletariado peronista (Altamirano, 2001: 107).
En este contexto político-intelectual, no resultaban extrañas ciertas orientaciones temáticas que adquirió Antropología 3er.Mundo a poco de su aparición. El tercer número fue publicado en noviembre de 1969. La tapa contenía una ilustración de Juan Manuel de Rosas y el título giraba En torno a las posiciones nacionales. Mientras el cuarto ejemplar de la revista estaba fechado en diciembre de 1970 y en su portada aparecía dibujado un inca que reclamaba sus tierras a los gamonales, debajo de los conceptos de dependencia, tercera posición y movimiento obrero. La presentación y las temáticas no parecían muy distintas a las propuestas de las primeras ediciones. Sin embargo, en ambos números aparecieron un par de notas firmadas por dos de los principales referentes de la publicación que trataban una problemática que no había sido abordada con suficiente centralidad. Los títulos de los artículos eran sugestivos y el contenido pretendía disparar una serie de discusiones sobre viejos antagonistas: el peronismo, la universidad, los intelectuales y el movimiento estudiantil.
El primero era El movimiento nacional y la universidad y estaba firmado por Cárdenas. A la luz de los levantamientos populares ocurridos en Córdoba y Rosario, el entonces Director del Instituto de Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras establecía un diagnóstico tajante: la salida revolucionaria en la Argentina dependía del peronismo y sólo podía realizarse con la integración de las capas medias y los trabajadores a una única clase popular (ATM, Nº 3, noviembre de 1969). Para Cárdenas, el problema de la dependencia y el cambio social requería una reflexión sobre uno de los desencuentros sociales más revisitados de esos años. Por esta razón, deducía su diagnóstico de una interpretación historiográfica del itinerario que siguieron el peronismo y los estudiantes, a los que consideraba como la vanguardia ideológica de los sectores medios. El análisis no contaba con una pesquisa profunda del enfrentamiento que habían mantenido los universitarios con los primeros gobiernos peronistas. La explicación no iba más allá de los aparatos de colonización cultural que acentuaban su separación de los trabajadores. Sin embargo, establecía una serie de reflexiones sobre la incipiente peronización del estudiantado que era sintomática y se inscribía en las lecturas que realizaban algunos núcleos intelectuales de la nueva izquierda. El antiguo militante de Democracia Cristiana describía dos formas de democratización de la universidad para ilustrar esa trayectoria compleja. A partir del 17 de octubre de 1945, la política de los primeros gobiernos peronistas intentó abrir la universidad a los sectores populares desde el exterior. El golpe de Estado de la “Revolución Libertadora” frustró esta posibilidad, pero a fines de los cincuenta, y sobre todo con el Plan de Lucha de la CGT de 1964, una lenta nacionalización de estudiantes y jóvenes docentes reformistas, humanistas, ateneístas e integralistas revaloriza al peronismo, cuestiona a los maestros que habían ingresado a la docencia mediante concursos proscriptivos y comienza a generar las condiciones para abrir la universidad desde el interior[11].
La intervención universitaria del 66’, la aparición de la CGT de los Argentinos y la movilización estudiantil durante el Cordobazo no habrían hecho más que profundizar el proceso descripto anteriormente. Sin embargo, el diagnóstico de Cárdenas era cauteloso. A fines de los sesenta, todavía señalaba que la existencia de tendencias nacionales en el estudiantado manifestaba una lenta transición de militantes hacia el peronismo y que la nueva situación seguía careciendo de una conducción política unitaria. Esta advertencia reafirmaba un diagnóstico concluyente: si se pretendía integrar a los sectores medios ilustrados al peronismo había que partir de las especificidades organizativas e ideológicas del mundo universitario y abandonar un doble error de construcción política. El primero consistía en persistir en la línea metodológica de la época de la Resistencia peronista. La misma consideraba que los estudiantes debían abandonar la vida universitaria para sumarse a las agrupaciones de trabajadores. Y el segundo era una reformulación de esa renuncia pero evocada desde una izquierda castrista que reivindicaba una línea guerrillera por fuera de las casas de estudio. El problema que visualizaba Cárdenas era que no bastaba con repetir que los estudiantes habían sido gorilas, sino que lo importante era reconocer el peso específico de este sector social y su importancia a la hora de definir los hechos políticos y sociales del país. Para terminar de aclarar esta demanda, cerraba su artículo resaltando que el análisis de la situación era producto de su experiencia en organizaciones universitarias de la Facultad de Filosofía y Letras y estaba elaborado con documentos sobre la juventud del Comando Superior Peronista, especialmente los publicados en la Revista Las bases que dirigía por entonces José López Rega (ATM, Nº 3, noviembre de 1969).
La segunda nota de Antropología 3er.Mundo que abordaba el tópico peronismo-universidad era pensamiento nacional y política. El artículo llevaba la firma de Gutiérrez y funcionaba como la editorial del cuarto número. El mismo también contaba con intervenciones de Carri, Wilner, Guillán y Carlos Fernández Pardo. Aunque el trabajo del director de la revista no era exactamente igual al publicado por Cárdenas en la entrega anterior. Hacía mayor hincapié en una reflexión histórica del proceso universitario argentino al bosquejar cuatro etapas de su desarrollo: la Reforma de 1918, los primeros gobiernos peronistas, la restauración post-“Revolución Libertadora” y el período abierto con el golpe de Estado de 1966. Lo destacable no es la previsible denuncia del papel opositor que jugó la Federación Universitaria Argentina frente a los gobiernos democráticos de Hipólito Yrigoyen y Perón, sino las interpretaciones sobre el derrotero de la Reforma y la política del primer peronismo. La primera no era negada directamente y se la concebía como una consecuencia del ascenso al poder del yrigoyenismo y la influencia de las ideas inspiradas en la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) de Perú y México. Pero se la cuestionaba por haber perdido la posibilidad de elaborar un pensamiento argentino y americano en los claustros y transformarse en una simple reivindicación de autonomía que sólo atendía privilegios de camarillas universitarias. Para Gutiérrez, recién los primeros gobiernos de Perón van a efectivizar la democratización social de las casas de estudio con la ley 12.321 de supresión de aranceles, la jerarquización de la situación docente, la ampliación de presupuesto, de la matrícula estudiantil y del fortalecimiento de la enseñanza técnica superior[12]. No debe perderse de vista que esta lectura contenía referencias del documento Peronismo y Universidad que editó la agrupación estudiantil FANDEP en agosto de 1967 y del escrito La Juventud y los trabajadores de Perón, publicado tres años después por Ediciones Lealtad (ATM, Nº 4, septiembre de 1970).
Al igual que el trabajo de Cárdenas, las reflexiones del director de Antropología 3.er Mundo solo hacían énfasis en una dimensión de la política universitaria del primer peronismo: la vinculada a la gratuidad y a la inserción de clases sociales que nunca habían transitado la educación superior. De todas maneras, lo más relevante de su diagnóstico eran las tensiones que afloraban cuando intentaba explicar las consecuencias de la nacionalización de sectores estudiantiles e intelectuales provenientes del reformismo y el cristianismo. No obstante, si bien resaltaba que la intervención de 1966 fue un catalizador de dicho proceso, el mismo ya venía manifestándose en años anteriores, cuando comienzan a escucharse las críticas al gorilismo, al cientificismo y al limitacionismo. Lo paradójico del análisis era que proponía al mismo tiempo una doble negación y una especificidad. Para poder dejar a la política como único desempeño válido, los estudiantes y pensadores de tendencia nacional debían llevar adelante un doble acto de violencia consigo mismo al romper sus expectativas profesionales y negarse como intelectuales. Sin embargo, Gutiérrez sostenía que esa superación les permitiría cierta especialización en la tarea política ya que el movimiento nacional debía enfrentar al imperialismo en todos los terrenos, principalmente en ambientes culturales, como la universidad, los circuitos artísticos y los medios de comunicación (ATM, Nº 4, septiembre de 1970). Desde este razonamiento, no habría intelectuales como agrupamientos escindidos del conjunto social, pero sí militancias en terrenos específicos.
La discusión sobre política y universidad del cuarto número de Antropología 3er. Mundo no se reducía a la intervención de su director. Esa entrega de la revista cerraba con una sección titulada Documentos que contenía el “Manifiesto de F.O.R.J.A a los estudiantes de la Universidad de Buenos Aires”, cuya publicación estaba fechada en junio de 1943[13]. La corriente disidente del radicalismo dirigida por Arturo Jauretche y Darío Alessandro entendía que el golpe de Estado del día 4 de ese mismo mes iniciaba la crisis del régimen antinacional que venían denunciando desde el derrocamiento del segundo gobierno de Yrigoyen. En dicho contexto, la organización universitaria de FORJA criticaba a la Reforma del ‘18 por haber malogrado sus planteos iniciales y quedar reducida a una serie de demandas meramente académicas. Sin embargo, el cuestionamiento no era una negación de la misma, ya que el manifiesto hacía un llamado a recuperar lo que consideraba su conquista básica y principio rector: la participación del estudiante en la política de la universidad. El accionar de ese sector era entendido como una correa de trasmisión que permitiría articular la problemática universitaria con la cuestión social, nacional y americana. Por esta razón, una autonomía comprometida sólo sería posible si se rescataba su actitud crítica frente a la calidad de la enseñanza de la cátedra y la política de los cuerpos directivos de la universidad.
Las afirmaciones anteriores eran la base de una propuesta para transformar la orientación y los métodos de trabajo en las casas de estudio. Para el documento de FORJA, la universidad debía desterrar la estrategia del lucro personal y dotarse de una misión de servicio con el país y el continente americano. Por eso, hacía un llamado a la construcción de una metodología de enseñanza basada en equipos de estudio y trabajo que considerara al país entero como espacio pedagógico. La educación experimental en instituciones del Estado, establecimientos industriales y zonas rurales haría efectiva la anhelada extensión universitaria y permitía concentrar a los estudiantes y profesores en un conjunto de tareas sociales diversas que trascenderían las pequeñas dimensiones edilicias de la facultades: comisiones de estudio, censos, estadísticas, controles, investigaciones de agronomía y minería, erradicación de plagas, asistencia social, asesoramiento técnico, recolección de material folklórico, formación de trabajadores, enseñanza de adultos, mejoramiento sanitario, creación de grupos artísticos, racionalización del deporte, organización del turismo escolar y obrero, atención jurídica en el territorio, difusión cultural, clasificación de bibliotecas, archivos y materiales histórico, entra otras. Este tipo de actividades fortalecerían la vocación de servicio de los estudiantes y su remuneración permitiría alejar de los claustros a los que hacen del estudio el pretexto de sus ocios y fomentar el ingreso a la universidad de aquellos jóvenes con dificultades económicas. La idea era orientar a la enseñanza superior hacia la investigación, la terea social y el contacto con la realidad (ATM, Nº 4, septiembre de 1970).
Las notas publicadas en el tercer y cuarto número de Antropología 3er. Mundo no pueden pasar desapercibidas. El trabajo de Cárdenas, las reflexiones de Gutiérrez y la publicación del documento de FORJA pueden ser leídos como un intento de fortalecer un espacio de debate sobre las problemáticas que traía aparejada la nacionalización de estudiantes, docentes e intelectuales. Esta tentativa se producía en un ambiente político e intelectual que ya había transitado controversias que aludían al viejo desencuentro entre sectores medios y el peronismo. Lo interesante de Antropología 3er. Mundo fue que para legitimar la presencia del peronismo en la universidad y zanjar ese viejo desencuentro, hacía referencia a temas de carácter político y al mismo tiempo reflexionaba sobre cuestiones específicas de la vida académica. En este punto, resulta llamativo el intento de tender un puente entre la Reforma del ‘18 y la política universitaria de los primeros gobiernos de Perón, a través de una interpretación selectiva que resaltaba dimensiones particulares de esas experiencias precedentes[14].
La gestión académica del primer peronismo era revalorizada por establecer la gratuidad universitaria y fomentar el ingreso de clases populares que nunca habían transitado la educación superior. La democratización social de las casas de estudio mediante la supresión de aranceles no fue una demanda originada en el movimiento reformista y recién se hizo efectiva mediante el decreto 4.493 que dictó el gobierno de Perón en 1952 y luego ratificó el poder legislativo con el artículo 71 de la Ley Universitaria 14.297 (Mignone, 1998: 32-33). Pero había algo que esa experiencia no podía ofrecer y era central en un peronismo de izquierda que reivindicaba el protagonismo político de la juventud: la intervención de los estudiantes en la dirección de la educación superior. Las dos leyes universitarias del primer peronismo establecieron una subordinación de las facultades al poder ejecutivo y una escasa influencia política del estudiantado en sus órganos de gobierno. La llamada Ley Guardo (13.031) fue promulgada el 9 de octubre de 1947. Esta prohibía la actividad política y reducía la representación estudiantil en el consejo directivo a un delegado sin poder de voto, que debía ser elegido mediante un sorteo entre los diez alumnos de mejores calificaciones del último año. Mientras el segundo ordenamiento legal fue aprobado el 11 de enero de 1954 bajo la gestión de Armando Méndez San Martín como Ministro de Educación y continuaba otorgando un papel secundario a los estudiantes. Para la Ley 14.297, estos últimos podían contar con un representante en la dirección de las facultades. El mismo poseía capacidad de voto en cuestiones que afectaban los intereses del alumnado, pero necesitaba provenir de los últimos tres años de la carrera y formar parte de una entidad gremial reconocida (Buchbinder, 2010: 144-168).
Frente a este panorama, no resultaba extraño que una publicación integrada por docentes e intelectuales peronizados recurriera al documento de FORJA para rescatar aspectos positivos de la Reforma Universitaria. Y aunque Antropología 3er. Mundo criticó fuertemente el posicionamiento que sostuvo el reformismo frente al derrocamiento de los gobiernos de Yrigoyen y Perón, no podía obviar una demanda central de este ideario que ya se encontraba presente en el Manifiesto Liminar que redactó Deodoro Roca en 1918. La participación política del estudiantado legitimaba su presencia crítica en las universidades y la intervención de los jóvenes en problemáticas sociales más amplias. No era casual que a tres años de publicado el cuarto ejemplar de la revista, Héctor Cámpora declarara en su discurso de asunción presidencial del 25 de mayo de 1973 que los universitarios tenían un papel definitivo en la construcción de una intelectualidad al servicio de la nación. Y en ese mismo Mensaje a la Asamblea Legislativa que publicó unos meses después EUDEBA bajo la dirección de Jauretche, el primer mandatario electo concluía que ya era hora de dejar atrás las falsas antinomias del sistema de educación superior. Para transformar la situación de fondo, era necesario incorporar todas las aspiraciones positivas y erradicar los viejos dilemas de una vez por todas, como reforma-antirreforma, enseñanza estatal-privada y autonomía universitaria-dependencia estatal (1973: 151).
El documento autocrítico y la primacía de la política
En enero de 1966, Rodolfo Puiggrós publicó las Tesis sobre el Nacionalismo Popular Revolucionario. Este pequeño trabajo advertía que las izquierdas aún continuaban desconociendo la importancia de la problemática nacional y la unidad entre el general Perón y las masas trabajadoras. Para este intelectual que había vivido una inicial educación católica, una vigorosa militancia en el PC y una ruptura con el mismo partido por su respaldo a los primeros gobiernos peronistas (Acha, 2006), todavía en los sesenta quedaban muchas tareas inconclusas y el panorama político seguía demostrando la necesidad de una ideología surgida de los procesos populares que sea capaz de articular las gestas nacionales y revolucionaras[15]. En el fondo de estas valoraciones, volvemos a encontrar un anhelo de época: desarticular los viejos antagonismos, acercar lo que había estado distanciado. Cinco años más tarde de las tesis, Antropología 3er. Mundo cumplió su tercer aniversario con la impresión de la séptima entrega de la revista. La misma había sido titulada Perón. Pensamiento político y social y el índice era seguido por una nota aclaratoria que marcaba un punto de inflexión. En ella se explicaba que el proyecto de la publicación hacía un viraje ya que otorgaba más preponderancia a los análisis políticos y de actualidad. Por esta razón, este número era concebido como una tirada especial que incluía los discursos de Perón en el gobierno que eran menos conocidos por parte de la juventud que irrumpía en el peronismo y formaba parte de la re-elaboración doctrinaria de esa ideología hacía el socialismo nacional (ATM, Nº 7, mayo de 1970). En la reciente edición facsimilar de la Facultad de Filosofía y Letras, el antiguo director de la revista manifiesta que esa transformación se advertía en el logotipo de las últimas tiradas. En las tapas de los primeros ejemplares, Antropología aparecía con una tipografía mayor que 3er. Mundo, mientras en los últimos esa relación se invierte. Tampoco puede pasar inadvertido que el anteúltimo número fechado en agosto-septiembre de 1972 ya no hacía referencia a las ciencias sociales y tenía como subtítulo Revista peronista de información y análisis (Gutiérrez, 2009: 5).
Más allá de estas consideraciones, la preponderancia que la revista otorgó a la cuestión política se explicitó en todas sus dimensiones en De base y con Perón. Un documento autocrítico de las ex – Cátedras Nacionales. Esta nota apareció en la décima entrega de junio de 1972 y contenía la firma de una parte de los profesores que integraban esa experiencia política-pedagógica: Justino O’ Farrell, Guillermo Gutiérrez, Alberto Olsson, Jorge Capio, Néstor Momeño, Norberto Wilner, Roberto Carri, Enrique Pecoraro, Sasá Altaraz, Susana Checa y Marta Neuman. El artículo se presentaba como un diagnóstico necesario ante una nueva situación signada por la expulsión de las Cátedras Nacionales de la Facultad de Filosofía y Letras, el accionar de las organizaciones armadas, la asunción de Alejandro Lanusse como presidente de facto, la proclamación del Gran Acuerdo Nacional y el recrudecimientos de los conflictos sociales con los antecedes de Córdoba, Rosario y Tucumán. El nudo central del cuestionamiento residía en que las Cátedras Nacionales sólo habían adoptado una actividad específicamente universitaria y docente. Y a pesar de que acompañaron la peronización del estudiantado y participaron de la coordinadora de agrupaciones que funcionaba en la CGT de los Argentinos, no habrían podido ir más allá de una visión profesional que las situaba como un grupo de intelectuales al servicio de la revolución, por ser portadoras de una especialidad técnica y académica.
Para el sector autocrítico, esa actitud de “fabricantes de teorías” era el origen de una serie de errores que impedían entender que sólo la militancia política otorgaba la posibilidad de construir una propuesta verdaderamente vinculada a la experiencia revolucionaria de la clase obrera. Este límite de clase profesional desatendía el eje histórico que estructuró los conflictos sociales desde mediados de los cincuenta: la necesidad de construir una experiencia independientede la clase obrera para motorizar una política que resuelva al mismo tiempo la liberación nacional y social[16]. Pero lo más interesante del Documento autocrítico de las ex - Cátedras Nacionales era el fuerte cuestionamiento que hacía al resto de los docentes que formaban parte de ellas y no firmaron el comunicado. Ese sector era acusado de negar el papel decisivo de los trabajadores, mantener una concepción utópica de un peronismo sin contradicciones internas, desarrollar un trabajo meramente académico y sobreestimar la nacionalización de la clase media y la peronización universitaria. Y como si todo eso fuera poco, se señalaba que el quiebre interno era producto de la política de Lanusse que pretendía integrar una parte del peronismo al sistema y canalizar la disconformidad de las clases medias. Tampoco puede pasar desapercibido la evaluación que realizaron sobre la última materia que supuestamente dictaron las Cátedras Nacionales en 1971, cuando la mayoría de los docentes fueron separados de sus cargos. Aunque estuvo dedicada a Manolo Belloni y Diego Frondizi, participaron gremialistas como Guillán y Di Pascuale, políticos como Licastro y los curas para el Tercer Mundo, no hizo más que encerrar al grupo en sus discusiones internas y desconocer la experiencia de los cuerpos de delegados de la Facultad de Filosofía y Letras.
El nombre de los firmantes y el contenido del documento autocrítico no era un dato menor. Manifestaba un claro acercamiento a la política alternativista del Peronismo de Base y de las Fuerzas Armadas Peronistas de la dirección y los principales referentes de Antropología 3er. Mundo. Un año antes, el mismo Gutiérrez editorializaba el octavo número con una columna de opinión titulada: El peronismo, desde la base (ATM, Nº 8, septiembre-octubre de 1971). El viraje aconteció en un momento de cambios políticos y universitarios. La asunción de Lanusse como nuevo presidente de facto en 1971 implicó una serie de políticas que pretendían llevar adelante una transición controlada hacia el sistema democrático. En este marco, fue designado Ángel Castellán como interventor de la Facultad de Filosofía y Letras para coordinar el concurso de todos los cargos docentes. Dos de ellos involucraron a representantes de las Cátedras Nacionales y a un integrante de lo que más tarde se conoció como Cátedras Marxistas. El resultado general terminó favoreciendo a este último sector. O’ Farrell fue apartado de su cargo de titular de Sociología Sistemática al ser declarado su concurso desierto. Mientras Carri perdió su rango de profesor adjunto en esa materia y en Introducción frente a Portantiero. En un primer momento, Sociología Sistemática quedó divida en dos cátedras paralelas que decidieron someterse a la votación del estudiantado para resolver su continuidad. El proceso terminó con la elección del grupo de Portantiero y el paulatino alejamiento de los docentes ligados a O’Farrell, aunque algunas comisiones de trabajos prácticos establecieron acuerdos internos y quedaron formadas por un representante de cada sector, como la compartida por Oscar Landi del Partido Comunista Revolucionario y Guillermo Gutiérrez[17]. Por esta razón, no debería resultar llamativo que un año más tarde Antropología 3er. Mundo publicara un documento donde sentenciaba una fuerte autocrítica hacia el interior de las Cátedras Nacionales y su desaparición[18].
La primacía de la política fue tiñendo las páginas de la revista y abortó la discusión sobre el papel de las ciencias sociales y la práctica intelectual. También clausuró las incipientes controversias sobre universidad que comenzaron a gestarse en el tercer y cuarto número de la publicación, con el trabajo de Cárdenas, las reflexiones de Gutiérrez y el documento de FORJA. Antropología 3er. Mundo debatió la cuestión universitaria, pero su orientación posterior impidió que se llegue a plasmar un nuevo proyecto de enseñanza superior. A pesar de todo, esta consideración no tiene que aceptar acríticamente la conocida tesis de Beatriz Sarlo de que la radicalización política y la incorporación de capas medias al horizonte del peronismo revolucionario no hicieron más que disolver las problemáticas universitarias en debates de carácter estrictamente político (2000: 102). Un año más tarde del “documento autocrítico”, otra revista del peronismo universitario de izquierda bautizada Envido va a recuperar la discusión sobre qué modelo de universidad aplicar en el contexto del regreso del peronismo al poder y la creciente nacionalización del estudiantado. Esta publicación fue dirigida por Arturo Armada con el subtítulo de Revista de política y ciencias sociales y algunos de sus firmantes eran docentes de las Cátedras Nacionales que no habían firmado el documento autocrítico, como Horacio González, José Pablo Feinmann, Juan Pablo Franco, Fernando Álvarez y Alcira Argumedo. En los ejemplares fechados entre 1972 y 1973, aparecieron una serie de documentos que proponían discutir la universidad y un conjunto de políticas para transformar la educación superior. Los más importantes estaban firmados por la Federación Universitaria de la Revolución Nacional (FURN), la Agrupación Universitaria Docente Peronista (ADUP) y la Juventud Universitaria Peronista (JUP). Estos escritos eran propuestos como esbozos de leyes universitarias y hasta uno aclaraba que fue elaborado por petición de H. Cámpora, el candidato que terminó triunfado en las elecciones presidenciales de 1973[19].
Los proyecto presentados en Envido pretendían articular la planificación estatal con la participación política de los distintos sectores académicos, a través de un co-gobierno integrado por estudiantes, docentes, no docentes, representantes del Ministerio de Educación y agrupamientos populares que no formaran parte del Estado ni de la academia. La demanda de gratuidad y acceso irrestricto era articulada en un discurso que resaltaba la intervención política del estudiantado en la dirección de la universidad y en las controversias sociales del país. Estos documentos reclamaban la transformación de los planes y métodos de enseñanza mediante la conformación de un área técnico-científica, una productiva y una política-doctrinaria. Las mismas serían las encardas de coordinar una serie de tareas con distintas estancias estatales, como: a) orientar la formación de profesionales a las necesidades del desarrollo productivo e integrar las regiones del país mediante un sistema de promoción de carreras, un Servicio de Orientación Vocacional y la sustitución del curso de ingreso por un ciclo introductorio común; b) erradicar las diferencias entre trabajo manual e intelectual, incorporando al estudiantado a ámbitos sociales y de producción vinculados a sus respectivas carreras, introduciendo nuevos escenarios pedagógicos y garantizando el ingreso de los alumnos de menores recursos con la renta de su trabajo; y c) establecer cursos sobre actualidad, pensamiento nacional e historia latinoamericana, dictados por profesores universitarios y otros actores no pertenecientes a la academia.
Este conjunto de iniciativas recuerda algunos puntos de la Reforma del ‘18 y la experiencia universitaria del primer peronismo que ya se habían señalado en el tercer y cuarto número de Antropología 3er.Mundo, pero sintetizados una propuesta más elabora y con mayores contenidos[20]. Por esta razón, los proyectos de Envido pueden ser considerados como un antecedente inmediato de las políticas que intentó llevar adelante Puiggrós cuando fue designado rector-interventor de la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires. Y quizás esos mismos discursos sobre la reorganización del sistema de educación superior sean una de las claves para entender por qué su gestión no sólo contó con el respaldo de la JUP, sino de sectores provenientes del radicalismo y la izquierda, como Franja Morada, el Movimiento de Orientación Reformista y el Frente de Agrupaciones Universitarias de Izquierda. En una nota para Panorama, publicada el 14 de Junio de 1973, el mismo Puiggrós señalaba que si se consideraba a la Reforma Universitaria como un todo, no había duda que había perdido su vigencia. Pero eso no significaba negar que algunos de sus postulados generales tuvieran que ser recogidos, desarrollados y llevados a la práctica. Y como esto fuera poco, afirmaba que la misma idea peronista de otorgar a la universidad una función junto al pueblo ya estaba presente en los proyectos reformista de 1918, aunque nunca lo pudieron convertir en plena realidad.
Pensar la universidad
A principios de 1973, se conformó la JUP bajo la dirección de José Pablo Ventura. El triunfo electoral del peronismo, la designación de Puiggrós al frente de la casa de estudio porteña y la creciente masificación de la militancia permitieron un ambiente propicio para su crecimiento vertiginoso. Al poco tiempo, se convirtió en la principal corriente política dentro del movimiento estudiantil. En las elecciones disputadas a fines de 1973, la JUP triunfó en casi todos los centros de estudiantes puestos en juego. Este resultado demostraba que la peronización era un dato evidente y que la universidad había potenciado sus aristas críticas al calor de la dinámica política de esos años. No obstante, para entender las causas de este crecimiento, todavía resta un análisis histórico minucioso que permita visualizar el verdadero alcance de la peronizaciónde estudiantes, docentes e intelectuales porteños en el período que antecede al triunfo de Cámpora como nuevo presidente constitucional.
A fines de los sesenta, tomó fuerza en algunos núcleos del peronismo de izquierda un diagnóstico político que enfatizaba que un cambio social era imposible sin una alianza efectiva entre las clases medias y los trabajadores. La gran divulgación de El medio pelo en la sociedad argentina . La formación de la conciencia nacional eran sintomáticas al respecto. En este ambiente político-cultural, las primeras entregas de Antropología 3er. Mundo demostraban cierta preocupación por desentrañar las implicancias de la nacionalización de estudiantes, docentes e intelectuales que provenían de sectores antiperonistas. El trabajo de Cárdenas, las reflexiones de Gutiérrez y el documento de FORJA pueden ser leídos como el intento de crear un espacio de debate sobre qué importancia otorgarle a las demandas específicas de los universitarios. Esta cuestión trajo aparejada un conjunto de reflexiones que aludían al viejo enfrentamiento de Perón con el movimiento estudiantil, al derrotero de la Reforma del ‘18 y a la política académica del primer peronismo.
Sin embargo, como demostramos a lo largo del presente trabajo, Antropología 3er. Mundo no pudo llegar a conformar una discusión que desentrañara qué proyecto de universidad impulsar en el momento de identificación de sectores medios con el peronismo. La primacía de la política que fue tiñendo a las páginas de la revista quedó de manifiesto en el Documento autocrítico de las ex – Cátedras Nacionales de 1972. El cambio de rumbo abortó la discusión sobre el papel de las ciencias sociales, la práctica intelectual y las incipientes controversias sobre universidad. A pesar de todo, este debate fue retomado al poco tiempo en Envido. La revista de Arturo Armada publicó una serie de documentos que discutían un conjunto de políticas para transformar la educación superior. Lo llamativo era que esas iniciativas reivindicaban las mismas dimensiones de la Reforma y de la gestión académica de los primeros gobiernos de Perón que ya había resaltado Antropología 3er.Mundo, pero sintetizados en una propuesta más elabora y con mayores contenidos. Quizás sea hora de pensar a la peronización de izquierda no sólo como un proceso de trasformación de identidades políticas, sino como un conjunto de discursos novedosos sobre la universidad que intentaron sintetizar el ideario reformista y la experiencia universitaria peronista.
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Notas