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Universidad, política y revolución entre la Argentina y el Perú: una reconstrucción histórica desde la trayectoria de Jorge Carpio, 1960-1974

University, politics and revolution between Argentina and Peru: The trajectory of Jorge Carpio, 1960-1973

Anabela Ghilini
Universidad Nacional de La Plata, Argentina
Nayla Pis Diez
Universidad Nacional de La Plata, Argentina

Universidad, política y revolución entre la Argentina y el Perú: una reconstrucción histórica desde la trayectoria de Jorge Carpio, 1960-1974

e-l@tina. Revista electrónica de estudios latinoamericanos, vol. 16, núm. 61, pp. 21-38, 2017

Universidad de Buenos Aires

Recepción: 16 Enero 2017

Aprobación: 17 Abril 2017

Resumen: De nacionalidad peruana, Jorge Carpio inició sus estudios universitarios hacia 1960 en La Plata, donde integró la agrupación Amauta y la Federación Juvenil Comunista para luego vincularse con sectores del peronismo de izquierda. Posteriormente, comenzó a estudiar Sociología en la Universidad de Buenos Aires acercándose a las Cátedras Nacionales e integrando, en 1973, la gestión de la misma Universidad. Nuestro objetivo es indagar en la politización de la militancia universitaria de aquel período desde una historia de vida que es tan individual como colectiva. Este abordaje lo haremos desde el testimonio oral del mismo Jorge Carpio, utilizado como “hilo” de nuestro análisis histórico y sopesado con fuentes escritas diversas. Un trabajo de este tipo nos permite dos cosas: por un lado, comprender procesos más amplios, como la historia de las universidades y el movimiento estudiantil latinoamericano y su interrelación con procesos políticos que marcaron aquellos años; por otro, reflexionar en torno a las tesis principales que, en el campo de las ciencias sociales argentinas, se han desarrollado para explicar tanto el período histórico como la interrelación entre universidad, militancia revolucionaria y violencia política.

Palabras clave: universidad, movimiento estudiantil, politización, Argentina.

Abstract: University, politics and revolution between Argentina and Peru: The trajectory of Jorge Carpio, 1960-1973

Of Peruvian nationality, Jorge Carpio began his university studies towards 1960 in La Plata, where he integrated the Amauta group and the Communist Youth Federation to soon approach to sectors of the left Peronism. Subsequently, he began to study Sociology at the University of Buenos Aires, approaching the National Chairs and integrating, in 1973, the management of the same University. Our objective is to investigate the politicization of the university militancy of that period from a life history wich is individual as well as collective. This approach we will do from the oral testimony of the same J.C., used as a "thread" of our historical analysis and weighed with various written sources. Such work allows us to understand two broader processes, such as the history of universities and the Latin American student movement and their interrelation with political processes that marked those years; on the other, to reflect on the main theses that have been developed in the field of the Argentine social sciences to explain both the historical period and its main processes as the interrelation between university, revolutionary militancy and political violence.

Keywords: university, student movement, politicization, Argentina.

Carpio inició sus estudios universitarios hacia 1960 con veinte años de edad, en La Plata, donde participó en la agrupación Amauta y en la Federación Juvenil Comunista (FJC–Fede) para luego iniciar un acercamiento a sectores del peronismo de izquierda. Posteriormente, y tras una estadía en Perú para participar de la guerrilla lanzada por Luis de la Puente Uceda, comenzó a estudiar Sociología en la Universidad de Buenos Aires (UBA) acercándose a la experiencia de las Cátedras Nacionales e integrando, en 1973, la gestión de la misma Universidad. Desde nuestro punto de vista, su itinerario militante puede ser encuadrado dentro del sostenido movimiento de politización que se desarrolló en el ámbito de la intelectualidad crítica y en las universidades, a su vez vinculado con el más amplio de protesta social y radicalización política, en curso desde principios de los años sesentas (Terán, 1991; Sigal, 1991). Diversos autores han caracterizado este fenómeno vinculado a la emergencia y constitución de una “nueva izquierda” o “nueva oposición”, social y política, vinculada a la secuencia de rupturas que se sucedieron en las más diversas tradiciones políticas (la izquierda, el peronismo, el mundo católico) como efecto combinado del impacto producido por la Resistencia Peronista, en lo interno, y por la Revolución Cubana y otros movimientos de liberación a nivel internacional (Tortti, 2009 y 2014; Anzorena, 1988; Torre, 2004). Una parte de esas rupturas políticas implicaron una búsqueda de acercamiento a los trabajadores y al peronismo y la consecuente revisión de la caracterización que las izquierdas habían hecho de ese movimiento (Altamirano, 2001).

Nuestro objetivo es indagar en la politización de la militancia universitaria de aquel período desde una trayectoria, que es tanto individual como colectiva. La realización de este trabajo se basa principalmente en tres entrevistas que mantuvimos con Jorge Carpio durante julio y noviembre de 2015 y diciembre de 2016. No obstante esto, no es nuestra intención realizar un estudio biográfico ni una nota celebratoria de su persona. Por el contrario, su trayectoria militante y política es el material que nos permite comprender procesos más amplios relacionados con la historia política del movimiento estudiantil y las universidades, con el surgimiento de experiencias guerrilleras en Perú y con la experiencia de sectores revolucionarios dentro del peronismo en la Argentina de los años setenta. En este marco, observamos que el testimonio resulta una fuente de enorme riqueza para rescatar el recorrido y la experiencia de una generación militante. Compartimos con el historiador Pablo Pozzi (2011) cuando afirma que “la historia oral provee una fuente al investigador para aprehender tanto la subjetividad de una época, como para percibir una serie de datos que de otra manera no ha quedado registrada” (p.6) y en tal sentido, creemos que el valor del testimonio radica en que nos ofrece “una ventana particular” para comprender determinados procesos históricos. Esto es justamente lo que nos proponemos: indagar en la historia social y política de Argentina y América Latina a partir de la vinculación entre una experiencia personal y otras colectivas.

Ahora bien, a partir del trabajo con este pasado vivido, proponemos también recuperar y reflexionar en torno a tres ejes sobre el período: (1) primero, nos interesa recuperar las características del temprano proceso de politización y radicalización al calor de la influencia de la Revolución Cubana y la resistencia peronista; (2) por otra parte, vamos a trabajar en las trayectorias militantes y en las opciones radicales, entendiéndolas como proceso; (3) por último, nos importa reflexionar sobre la articulación entre la política y lo social; la política y lo sectorial; la política y la violencia en este período, esto es, tanto en los tempranos sesenta como en los “violentos setentas”. Creemos que estos tres aspectos nos ayudan a complejizar algunas lecturas de nuestra historia reciente que hoy resultan comunes.

En el campo de estudios sobre el período, el fuerte protagonismo otorgado a las organizaciones armadas de los años setenta ha conllevado una escasa atención sobre, por un lado, el resto de los actores sociales que no adoptaron esa vía y realizaron su militancia revolucionaria en otros espacios: organizaciones sindicales, movimientos barriales o, por caso, ámbitos institucionales y académicos (como es la universidad). Por el otro lado, se ha quitado la mirada sobre los tempranos años sesenta, los cuales nos permiten observar debates, trayectorias y procesos (colectivos e individuales) que precedieron a la opción armada, que la englobaron o que incluso la explican. Se visualiza aquí lo que María Cristina Tortti (2014) ha denominado como “doble recorte”, temporal y de actores. Como afirma la autora, este tipo de perspectiva histórica acarrea el efecto de oscurecer procesos y trayectorias militantes (previas) e invisibilizar buena parte de los actores que dieron densidad al ciclo de protesta y oposición (del cual, sin dudas, las organizaciones armadas fueron la parte más osada). Es decir, no contribuye a comprender de forma satisfactoria las formas de protestar y hacer política que distintos sectores de la sociedad ensayaron antes o durante la opción por las armas[1]. Desde otro lugar, Pablo Pozzi (2011) también señala la importancia de construir visiones históricas sobre la violencia para diferenciar entre mitos y realidades en torno a su uso: no podemos pensar que irrumpió en los años setenta en medio de una sociedad “pacífica y armoniosa”, sin antecedentes, polémicas, represiones y frustraciones[2]. Al respecto, el historiador Omar Acha (2010) ha señalado otro aspecto relativo a este debate, el que enfatiza en el conjunto de decisiones teóricas e ideológicas que constituyen a la “violencia” como problemática historiográfica y epocal. En el campo de las ciencias sociales argentinas, la definición de la misma estuvo signada por el escenario abierto en los años ochenta; años de posdictadura (también en América Latina), en el marco de los cuales la “violencia” fue vista como un elemento “indeseable” (en general, encarnado en la izquierda y las organizaciones guerrilleras) propio de una “época desquiciada”, y un “obstáculo” para el desenvolvimiento de una “vida democrática”. Realizar una historización y complejización de las prácticas violentas; salir de lecturas moralistas o condenatorias; y no encerrar el análisis en el caso nacional sino, al contrario, tener una perspectiva latinoamericana de la relación entre política y violencia, son algunas de las tareas que Acha ubica como centrales a la hora de intentar comprender tales decisiones. En sintonía con la perspectiva de C. Tortti, O. Acha y P. Pozzi, podemos decir que el testimonio aquí presentado nos permite problematizar algunas tesis clásicas en torno a la relación entre la política, la violencia y la militancia sectorial en la historia reciente. Ni la opción por la lucha armada se apareció ante los actores, cual fiebre por las armas, en los años setenta; ni la violencia política englobó todo en esos mismos años.

Considerando los aportes reseñados, la propuesta general de este artículo radica en, mediante el trabajo con una trayectoria, indagar en aquello que ha quedado “doblemente oscurecido” en cuanto a la politización y la radicalización de una parte de la sociedad latinoamericana. En este marco, y a partir de una trayectoria personal, este trabajo busca específicamente aportar a la comprensión de procesos amplios, como la historia de las universidades y el movimiento estudiantil latinoamericano y su interrelación con procesos políticos que marcaron aquellos años. En consonancia, son tres las dimensiones con las cuales trabajaremos: primero, el nivel de los sujetos, sus trayectorias, pasiones y frustraciones. Segundo, las redes, los espacios colectivos y las organizaciones que engloban y nos ayudan a comprender aquellas opciones individuales. En tercer lugar, se repone siempre el contexto histórico, esto es, los acontecimientos y procesos, que delinearon debates, derrotas y experiencias, individuales y colectivas. Cabe aclarar que la primera dimensión tendrá primacía pues, a través del testimonio y la experiencia militante de Carpio, van a aparecer las otras dos.

Del Perú a La Plata: el estudio y la militancia entre lo nacional, lo político y lo universitario (1960-1964)

Jorge Carpio nació en 1940 en la ciudad de Arequipa, Perú. Su madre murió cuando él tenía apenas tres años y él junto con sus dos hermanos mayores se criaron con sus abuelos y familia materna. La misma tenía un buen pasar económico, era una familia terrateniente y bien posicionada, hecho que le permitió abocarse a los estudios. Carpio llegó a la ciudad de La Plata recién iniciada la década de 1960 y se dispuso a comenzar la carrera de Medicina. Uno de sus hermanos desde 1957 ya se había instalado en La Plata a estudiar esta carrera; además, varios primos hermanos ya vivían y habían formado sus familias allí, hecho que tornaba más cercana dicha ciudad. Esta elección no fue una ocurrencia exclusiva de la familia Carpio, al contrario, la ciudad de La Plata se ha caracterizado por atraer y contener importantes contingentes de estudiantes de otras ciudades y regiones argentinas, así como también de países vecinos. Según comenta Carpio, Arequipa tenía una tradición y existía una predisposición general de los estudiantes de esta ciudad de ir a estudiar a la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). A este dato se le adosa el que nos habla de la existencia de espacios de encuentro, de disfrute, de organización política, propios de los estudiantes no platenses en la ciudad. Pablo Buchbinder (2005) ha sostenido que en aquellas casas de estudio de ciudades con grandes poblaciones de estudiantes de pueblos, regiones y/o países aledaños, como Córdoba o La Plata, la militancia resultó favorecida por la existencia de un conjunto de espacios que él definió como “ámbitos de sociabilidad específicamente estudiantil” (p.196): las pensiones que albergaban a estudiantes de otras ciudades, provincias y países y los Centros de Estudiantes que los aglutinaban; el Comedor Universitario, con sus almuerzos, cenas y bailes; los bares y librerías que rodeaban las facultades[3]. Sin dudas, estos eran los lugares que marcaban la vida y la sociabilidad de los estudiantes no platenses, particularmente de aquellos que llegaban a la ciudad a estudiar, dejando atrás sus redes sociales y familiares. Dice Carpio al respecto:

Estaba repleto de Centros de Estudiantes latinoamericanos. Habría que revisar estadísticas, pero habría cincuenta por ciento locales, hablando de locales como los de Azul, Ayacucho; y otro cincuenta por ciento de latinoamericanos. Era impresionante, de venezolanos, colombianos, panameños, guatemaltecos, toda América Latina. Y ahí había gente de donde se te ocurra. Todo eso daba un dinamismo al movimiento estudiantil muy importante porque casi todos los estudiantes tenían su centro de agrupamiento, y la manera de agruparse era hacer hechos sociales: comidas locales, fiestas, bailes. Todo eso le daba una dinámica muy grata, no podías aburrirte nunca porque había toda esa situación.

En el marco descripto y tal como recuerda Carpio, la diversidad de espacios organizativos es insoslayable. Estos abarcaban diversos planos de la vida social y política estudiantil. Entonces, en una dimensión más bien gremial y política nos encontramos con la conocida Federación Universitaria de La Plata (FULP), creada en 1911, y sus respectivos Centros de Estudiantes por facultad. Luego, los ámbitos constituidos por los universitarios no platenses, esto es, de otras regiones argentinas y otros países de América Latina. Nos referimos a la Federación de Universitarios del Interior (FUI), creada mediando los años cuarenta y formada por alrededor de treinta Centros de Estudiantes de provincias y ciudades argentinas, como Bahía Blanca, 9 de Julio, Santiago del Estero, Neuquén o Corrientes. La FUI se declaraba reformista y reconocía a la FULP como espacio de representación máximo del estudiantado. Por cuanto agrupaba a los estudiantes según su procedencia regional, es decir, en tanto “no platense”, sus principales acciones estaban orientadas a mejorar la calidad de vida de los mismos en las pensiones o a través de diversas gestiones para dinamizar el servicio del comedor universitario. A este conjunto de espacios debe agregarse los Centros de Estudiantes de países latinoamericanos, como los de Bolivia, Venezuela, Colombia y Perú. En todos los casos, sus intervenciones atendían al mejoramiento de la estadía de sus afiliados (en sintonía con la FUI) pero también tenían un fuerte costado político, asentado en la tradición estudiantil reformista, antidictatorial y antiimperialista que se traducía en el seguimiento y la denuncia de lo que sucedía en sus países.

Entre los Centros de países latinoamericanos, el más activo y ligado a la actividad política reformista fue el Centro de Estudiantes Peruanos (CEP). Surgido en 1942, llegó a representar alrededor de 500 estudiantes, una cuarta parte de la comunidad peruana total. Tal como sucedía con los espacios reformistas más clásicos, aquí tampoco lo “gremial” iría separado de los posicionamientos políticos. Ya nos concentraremos en los primeros pero ahora cabe indicar que más bien todo lo contrario, el CEP estaba atravesado por líneas internas y divisiones entre posturas más de centro derecha, progresistas democráticas y de izquierda. Y en particular, entre estas últimas aparecen la aprista, trotskista y comunista o mariateguista. Siguiendo las palabras de Carpio, podemos observar que las mismas respondían tanto a las tradiciones político-partidarias de su país como también a las divisiones que marcaban a la izquierda latinoamericana por entonces:

En ese contexto, los debates que se daban en el movimiento estudiantil estaban muy atravesados por la problemática latinoamericana que cada uno de los estudiantes portaba y mezclado con lo que pasaba acá. Esto creaba condiciones para que lo único común, desde el punto de vista político, que podía haber a nivel global fuera el Partido Comunista. Porque en todos los países hay comunismo, entonces era lo único internacional. Por consiguiente, era muy fácil que los estudiantes latinoamericanos que tenían posiciones de izquierda se incorporaran al PC o, para ser más precisos, a la juventud comunista. Un tipo que viene de Guatemala, imaginate, nada que ver con el Partido Radical. Entonces, me incorporé a la Fede y simultáneamente empiezo a militar en el Centro de Estudiantes Peruano, en Amauta más precisamente, que era una agrupación del Centro de Estudiantes.

A partir de la incorporación a la FJC, frente juvenil del Partido Comunista (PC), Carpio comienza una militancia, podemos decir, doble: en el CEP desde la agrupación Amauta y en el Centro de Estudiantes de Medicina, desde la Agrupación Reformista de Estudiantes de Medicina (AREM), que era la que expresaba la línea comunista dentro de la facultad. La orientación dada por la pertenencia al PC era lo que daba unidad a esta militancia múltiple: política, gremial, nacional y partidaria. Por estos años, las agrupaciones con militancia comunista tenían una importante fuerza en la UNLP, que solo quedaba por detrás del bloque que podemos denominar como reformismo llamado “liberal” o “democrático”. Este, a modo de corriente ideológica y alianza política, tuvo un lugar destacado tanto en la FULP como en el cuadro universitario platense. En buena medida, dicho reformismo estaba conformado por simpatizantes y/o militantes de la Unión Cívica Radical que actuaban en consuno con grupos anarquistas para hacer frente a las agrupaciones del reformismo de izquierda. Un persistente antiperonismo y el férreo anticomunismo aparecen como las notas ideológicas centrales de esta corriente.

Como decíamos, aquella alianza entre radicales y anarquistas estaba basada en la oposición a las agrupaciones reformistas de izquierdas. Ubicadas en un segundo término de fuerza e importancia, estas se encontraban hegemonizadas por militantes del PC e independientes de izquierda y se mantenían con presencia más o menos fuerte en Facultades como Humanidades, Medicina, Ciencias Económicas, Ciencias Naturales o Arquitectura. Para 1965, las agrupaciones conformadas por comunistas e independientes resultaban primera fuerza en Medicina, Humanidades, Ciencias Naturales y Bellas Artes. Luego, importa considerar el lugar del trotskismo, particularmente el de grupos universitarios vinculados a Palabra Obrera que, sin peso electoral significativo, mantenían presencia en Arquitectura, Humanidades o Bellas Artes, así como también entre los estudiantes peruanos. Finalmente, no pintaríamos el mapa completo si no mencionamos la presencia, ya importante en los primeros años de la década de 1960, de militancia u organizaciones de la llamada “nueva izquierda”, muchas de ellas consecuencias directas de las transformaciones en los partidos clásicos de la izquierda que aparejó la Revolución Cubana. Entre ellas podemos mencionar al Movimiento de Liberación Nacional, al Socialismo de Vanguardia, al Movimiento de Izquierda Revolucionaria-Praxis liderado por Silvio Frondizi y con importantes lazos con los estudiantes peruanos, como veremos[4].

En este cuadro político general, podemos agregar que las posturas de izquierda eran mayoritarias entre los peruanos organizados, aunque las disputas con las posiciones más liberales eran constantes, en particular, con el Movimiento Reformista Peruano. Dentro del CEP, las posiciones de izquierda se encarnaban en la mencionada agrupación Amauta, de gran importancia política e influencia ideológica entre los compatriotas del Perú[5]. En el testimonio de Carpio encontramos dos características centrales de Amauta. Esta era, por un lado, una referencia clave de los universitarios latinoamericanos que residían en La Plata, “te daba la pista” según Carpio:

Era una referencia importante porque tenía mucha politización, nos juntábamos dos veces al mes, había debates importantísimos. Realmente significativos desde el punto de vista político. Lo cual hacía que la gente sea muy politizada, los debates entre aprismo y comunismo reproducían los debates entre Mariátegui y Haya de la Torre (...) En general en las reuniones habían entre 30 y 40 personas, pero movían muchísima gente. Estaban los referentes y los amigos, que venían de otros colectivos y se sumaban a Amauta. Venían guatemaltecos, de otros colectivos y se sumaban a Amauta que era más politizada, te daba la pista.

Amauta aparece como el espacio de encuentro clave para pensar la politización específica que vivieron los estudiantes latinoamericanos de La Plata en este período. Politización que en los primeros años sesenta va a tener una orientación hacia la izquierda más radical, en sus discursos, en sus prácticas y en sus métodos de acción. Sin embargo, Carpio no deja de señalarnos la importancia de la agrupación y del CEP en la vida cotidiana de los estudiantes peruanos y en las cuestiones que ayudaban a mejorarla:

En el caso de Amauta estaba muy influenciada por la Revolución Cubana y comienza a tener una presencia muy importante en el movimiento estudiantil que comenzaba a radicalizarse. El Comedor Universitario jugaba un rol muy importante porque era un lugar de concentración de estudiantes y espacio de debate político. Ahí ese lugar era un punto de encuentro de Amauta que combinaba por un lado el debate por la situación estudiantil, y por otra parte un debate más cerrado sobre la situación en Perú. Combinaba ambas cosas.

El recuerdo de nuestro militante nos ayuda entonces a pensar de forma articulada la militancia política, la gremial e incluso la partidaria; atravesada en este caso por el factor latinoamericano y antiimperialista; y presente en una diversidad de espacios que va desde pensiones, aulas universitarias, pasando por el histórico Comedor estudiantil de la UNLP. Por otro lado, Amauta nos aparece también como el espacio organizativo donde conviven todas aquellas expresiones de la izquierda peruana y continental aunque de manera no siempre armoniosa. Según Jorge Carpio: “En Amauta básicamente habían dos tendencias: la del PC y la del APRA que disputaban el poder. Anteriormente, antes que yo llegue, había una importante presencia trotskista. También, como ven, son opciones que tienen un carácter continental (...)”. Si bien la convivencia entre apristas, comunistas y trotskistas en Amauta era un dato que hacía de dicha agrupación una suerte de frente amplio de izquierda, la misma no estaba ajena a los sucesos políticos y los enfrentamientos partidarios que la tensionarían. Dos ejemplos claros encontramos, primero, en la clásica separación entre trotskistas y comunistas; segundo, en el enfrentamiento entre comunistas y apristas a raíz de la “convivencia” de estos últimos con el gobierno de Manuel Prado (1956-1962)[6].

Cabe detenerse en otro dato que nos ayuda a comprender la politización específica de los estudiantes peruanos en la UNLP, así como la tradición del CEP respecto de la política de su país. Cuando nuestro entrevistado menciona la presencia trotskista está haciendo referencia al grupo que se había formado en el CEP a partir de la iniciativa de Hugo Blanco Galdós. Como es más conocido, Blanco había arribado a Argentina en el año 1954 para iniciar sus estudios en la facultad de Agronomía, donde conoce a la organización trotskista Palabra Obrera[7]. Desde allí comienza a trabajar en los frigoríficos de la localidad de Berisso y a participar de las organizaciones sindicales obreras. Decide abandonar sus estudios y, finalizando la década, regresa al Perú. En los primeros años sesenta, Blanco ya se encontraba en su país participando de diversas experiencias de lucha y organización campesina en el departamento de Cuzco. La presencia de trotskistas en el CEP se daría a través de quienes adherían al Partido Obrero Revolucionario (POR) peruano, organización creada por Blanco. La convivencia entre estos y los comunistas no escapa al enfrentamiento conocido entre ambas corrientes internacionales, llegando incluso a la expulsión de los primeros. Nos indica Carpio que, no obstante aquella disputa, la referencia de Hugo Blanco y las luchas campesinas que encabezaba en los valles peruanos, tenía una presencia insoslayable para todos:

En esa época, nosotros, los comunistas, expulsamos a los trotskistas de Amauta en el marco de la pelea tradicional entre comunistas y trotskistas. Y cuando nos llegó la noticia de todo esto, de todo lo que estaba haciendo Hugo Blanco, nos queríamos clavar un puñal. Nos morimos de vergüenza: nosotros todavía éramos estudiantes y estos tipos estaban haciendo algo groso.

Esa doble sensación de “vergüenza” y admiración por lo que un ex compañero estaba logrando en Perú a través de la organización y la “autodefensa” campesina se entiende mejor en contexto. Para entonces, la Revolución Cubana había sucedido y se había transformado en faro para el continente de lucha antiimperialista y socialista, nacional y social, al mismo tiempo. Como sabemos, su ejemplo influyó en las izquierdas latinoamericanas, provocando importantes debates ideológicos y estratégicos y no pocas rupturas en el seno de los tradicionales partidos de izquierda como son el Comunista y el Socialista[8]. La politización de Amauta, así como el proceso de radicalización de algunos de sus integrantes deben entenderse a la luz de las repercusiones de la Revolución Cubana y de la renovación ideológica de la izquierda latinoamericana. Esto, combinado con un plano nacional de la política dado por la proscripción del peronismo y la inestabilidad e ilegitimidad del sistema político argentino. En este marco, en la trayectoria militante de Carpio tiene lugar un doble movimiento: el abandono de la militancia en el PC y un paralelo desplazamiento al peronismo que tiene lugar a través del acercamiento a grupos y referentes del peronismo combativo. Dice él mismo:

A partir de la influencia de Mariátegui, los jóvenes que estábamos en Amauta teníamos una apertura muy fuerte por el peronismo, queríamos entender al peronismo, en tanto veíamos que era la expresión de las masas. Esto hacía que nuestra vinculación con el PC quedara muy limitada. Yo me afilié por Mariátegui, los amautistas teníamos nuestra propia visión marxista de las cosas y eso nos permitía una lectura distinta del peronismo, favorable hacia el peronismo. En ese marco comenzamos a vincularnos con alguna gente del peronismo, una figura importante fue Logiurato un tipo muy importante en ese momento para mí y nos acercamos a él y nos abrió las puertas de ATE La Plata que era un espacio del peronismo más combativo.

Los “buenos ojos” con que los estudiantes latinoamericanos interpretaban los gobiernos peronistas no es un dato exclusivo de los años sesenta. Lo novedoso aquí parece residir en el crecimiento dentro del peronismo de los sectores combativos, que en La Plata tuvo lugar a través de espacios como el gremio de estatales, Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), la Juventud Peronista (JP) platense y referentes como Haroldo Logiurato, Diego Mirando, Baby Molina o Amanda Peralta[9]. El acercamiento de Carpio y otros estudiantes peruanos, como el poeta y estudiante de cine Samuel Agama, va a fortalecerse, tal como él recupera, luego de escuchar hablar a John W. Cooke:

Nosotros nos habíamos ido a vivir a Gonnet a una casa grande que compartíamos con varios estudiantes y esta gente me dice “está viniendo un compañero de Cuba y vamos a hacer una charla”. Me dicen de hacerlo en casa, éramos unas 16 personas y era Cooke. Yo escuché a Cooke ese día y para mí era la verdad revelada. Era un tipo que venía de Cuba y era espectacular. Ahí tuve mi comprensión al peronismo (...).

Recuerda Carpio que escuchar a un Cooke recién llegado de Cuba fue tan decisivo como participar de las movilizaciones obreras contra el gobierno del radical Arturo Illia:

(...) Vinimos a la concentración del 17 de octubre que hizo la CGT en 1964. Vinimos de La Plata y ahí fue una cosa muy impactante emocionalmente, veíamos entrar a los metalúrgicos por la plaza Once, con carteles de Carpani, con la consigna “Vallese un grito que estremece”. Eso era una conmoción interna para un joven, ese fue el bautismo del peronismo.

Esta opción personal se comprende mejor en un proceso colectivo que, aunque falta estudiar en profundidad, ha sido señalado por algunos autores (Simonetti, 2002; Amato y Boyanovsky, 2008). Esto es la emergencia de grupos de universitarios definidos como peronistas en la UNLP, ya evidente en 1964 pero con antecedentes que refieren a 1962. La bibliografía afirma que a comienzos de la década de 1960, un grupo de estudiantes platenses de diversas facultades cercanos a la JP platense se propone iniciar una militancia política en el ámbito universitario, hostil a dicha adscripción política. El balance de Carpio es contundente y bastante realista al respecto:

Ese intento no fue muy fructífero. La verdad que una vez llevamos a Ortega Peña y no pudimos hacer ni siquiera la convocatoria porque nos tiraron a patadas. La resistencia de los reformistas era fuerte, para ellos el peronismo era el fascismo, era un atentado a la democracia. Fue imposible. Hicimos algunas volanteadas, pero no hubo éxito. No había respuesta. El estudiantado se dividía entre los radicales (el antecedente de Franja Morada), la Fede, el Socialismo de Vanguardia que tenía sus agrupaciones. Esa fue la situación hasta más o menos el año 64 o 65.

En sintonía, encontramos que hacia 1964 estos mismos núcleos comenzaron un proceso de armado de agrupaciones por fuera de las reformistas, con relativo éxito en Bellas Artes y Veterinarias y presencia de grupos pequeños en Humanidades, Derecho y Medicina[10]. Los trabajos que mencionamos resaltan también la presencia de estudiantes de Perú y Paraguay como protagonistas de este armado. En 1965, Amauta y los grupos peronistas de Derecho, Medicina y Veterinarias participaron de las elecciones para el directorio estudiantil del Comedor Universitario. No alcanzó para la victoria pero sí para obtener un vocal de los tres en juego. Estos grupos son el germen de la peronista Federación Universitaria de la Revolución Argentina, primero, y la Federación Universitaria de la Revolución Nacional (FURN) después y más conocida. Si bien Carpio fue activo en el armado de esta red de núcleos militantes peronistas, no formó parte de las reuniones originarias de la FURN. En el mismo año 1965, una serie de circunstancias, colectivas, políticas, sociales e individuales lo llevaron de vuelta al Perú.

De La Plata al Perú: la opción por las armas (1965-1966)

En el año 1965 Jorge Carpio regresa a su país natal, más especialmente, a la zona de los valles del departamento de Cuzco. Aquí, desde el comienzo de la década los movimientos campesinos protagonizaron un proceso de lucha por tierras y reforma agraria que alcanzó incluso la “autodefensa” armada. Nuestro protagonista no iba a ser el único estudiante peruano que, desde La Plata, viaje hacia sus tierras con el objetivo de sumarse a la lucha armada. Tal como ha investigado José Luis Renique (2012, 2014), los acontecimientos cubanos van a provocar no solo la radicalización de un ala de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), sino también una suerte de, en palabras de Renique, “embrujo” que atraerá un importante flujo de revolucionarios peruanos.

Particularmente, hacia 1959, en el marco del Congreso Nacional del APRA, una fracción disidente es expulsada de la estructura nacional del partido. Esta fracción, liderada por Luis de la Puente Uceda va a organizarse con el nombre de APRA Rebelde primero, y Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) después, convirtiéndose así en uno de los grupos de referencia de la “nueva izquierda latinoamericana”. Como bien ubica Renique, la influencia del argentino Silvio Frondizi sobre la identidad política del MIR peruano fue decisiva. A través de Ricardo Napurí o Héctor Cordero, discípulos del argentino, la nueva organización recuperó tanto las críticas al comunismo (en cuanto estrategia y en tanto “socialismo real”), como el ímpetu guevarista[11]. De igual manera, son decisivos para definir la identidad del MIR los debates de los peruanos con el Che Guevara respecto de las características y los límites de la estrategia foquista en sus tierras.

Hacia 1965, se lanza a la acción el MIR en la zona de Mesa Pelada, en el departamento de Cuzco, mismas tierras donde Hugo Blanco, unos años antes, había dirigido un proceso de organización campesina y de ocupaciones que alcanzó también la violencia armada. Mediando 1962, De la Puente Uceda salió de la cárcel y se trasladó a Perú, a la zona del valle de La Convención, donde se encontraba Blanco; y aunque hubo un encuentro entre ambos, las relaciones no habrían prosperado como tampoco la posibilidad de una experiencia unificada.

Lanzada la experiencia guerrillera del MIR, numerosos militantes peruanos que por el momento no residían en el país van a regresar a sus tierras. Ya en 1960, Ricardo Gadea (hermano de Hilda Gadea, primera esposa de Che Guevara) y Máximo Velando comenzaron su camino. Ambos estudiaban en la UNLP y mientras el primero participaba de la Juventud Aprista, el segundo lo hacía en la comunista. En un ambiente político influenciado por Cuba y marcado por fuertes críticas hacia ambas tradiciones, toman la decisión de viajar a la isla, donde conocerán a Luis de la Puente y se incorporarán al MIR[12]. Unos años después, al igual que Blanco, Gadea y Velando, un pequeño grupo de estudiantes de La Plata, entre los que se encontraban Samuel Agama, Carlos Nuñez y el propio Carpio, regresará a su país buscando la manera de participar en un intento de transformación revolucionaria del mismo:

En el año 65 llega a La Plata Guillermo Lobatón, dirigente que venía de Francia convocado por De la Puente Uceda (...) Entonces nos dio una reunión a Amauta, con el grupo que ya había roto con la Fede y nos plantea que “hay que ir allá donde las papas queman”. Se organiza un grupo entre quienes tomamos la decisión de ir. Vuelvo al clima que les mencionaba, creíamos que íbamos a hacer la revolución. Alquilamos una casa en City Bell y hacíamos ejercicios militares. Meses después partimos a sumarnos a la guerrilla.

En marzo de 1965 se forma el primero de los frentes del MIR, Frente Pachacutec, dirigido por De la Puente y radicado en Cuzco. El segundo, denominado Frente Túpac Amaru y comandado por Guillermo Lobatón, se dio a conocer hacia junio de 1965 con una seguidilla de importantes acciones directas, entre las que se encuentran la toma de una hacienda y el asalto a una mina. El desenlace de la experiencia ya es conocido: tempranamente, a fines de 1965, el MIR es derrotado y Luis de la Puente y Lobatón asesinados; las muertes y persecuciones a civiles, campesinos de la zona y periferias de las ciudades, se cuentan de a miles. El testimonio de Carpio nos dice lo siguiente:

A mí me dieron una tarea de logística en la zona de Lima, hacer los contactos de la gente que estaba metida en los combates de las sierras. Así estuvimos unos meses. Cerca de navidad del 65 en un combate en Mesa Pelada, Cuzco, lo matan a De la Puente así que todos salimos corriendo, porque detectan todo y cae mucha gente presa. Yo estoy escondido durante un tiempo y ante la perspectiva de que se produzca una razzia yo me vuelvo a Argentina, regreso en el 66.

Del Perú a La Plata y de ahí a la Universidad de Buenos Aires: la opción por el peronismo (1966-1973)

De regreso en la Argentina, Jorge Carpio comienza a estudiar Sociología en la UBA, cuestión por la cual decide mudarse a la Ciudad de Buenos Aires. Ya antes de irse a Perú, Carpio había notado que su “vocación” no era la medicina y había comenzado a estudiar Filosofía en La Plata. Ya en Buenos Aires comenzó a averiguar por la carrera de Sociología, con la ayuda de su hermano, quien había hecho algunas materias para completar su formación y lo contacta con Leopoldo Halperín. Será a partir de entonces cuando Carpio conocerá a un grupo de militantes del Partido Socialista Argentino de Vanguardia[13] con quienes tendrá una muy buena relación de amistad. Este grupo en particular estaba atravesando un proceso de ruptura con su partido, acercándose hacia posiciones más cercanas al peronismo. Allí conoció a su compañera, Susana Checa,[14] quien estaba ya por recibirse y lo ayudó a insertarse en la carrera y a encontrar un lugar donde vivir en Buenos Aires.

Mediando el año 1966, con el régimen militar de Juan C. Onganía en marcha, se produjo la intervención de las universidades nacionales, consideradas responsables de una excesiva “izquierdización” del mundo universitario. El Decreto Ley n°16.912 suprimió la autonomía universitaria, se anularon las representaciones de los claustros y se prohibió la actividad política en las casas de estudio (Buchbinder, 2005, p.189-190). En la UBA, los edificios de las Facultades de Medicina, Ingeniería, Arquitectura, Ciencias Exactas y Filosofía y Letras fueron tomados por alumnos y profesores que fueron desalojados violentamente por las fuerzas militares, dejando como saldo un grupo considerable de detenidos. Después de estos acontecimientos, conocidos como la “Noche de los bastones largos”, numerosos profesores fueron cesanteados y otros tantos renunciaron produciendo un notable vacío.

En la carrera de Sociología, a partir del primer cuatrimestre de 1967, quedarían cesantes la mayor parte de los docentes, pues no fueron renovados sus contratos, y de unos veintiocho profesores con formación en la disciplina quedaron solamente cuatro[15]. Como consecuencia de la intervención, estos cargos fueron ocupados por nuevos docentes, la mayoría provenientes de medios intelectuales ligados a la Iglesia Católica y la Universidad Católica Argentina, entre los que podemos mencionar a Gonzalo Horacio Cárdenas y Justino O’Farrell. Cárdenas y O’Farell se conectarán con jóvenes graduados y estudiantes de la carrera a partir de su identificación con el peronismo y la necesidad de comprender la realidad nacional en clave tercermundista conformando, a partir de 1968, una experiencia que los propios alumnos de la carrera llamaron Cátedras Nacionales[16]. Jorge Carpio integrará este grupo junto con otros jóvenes sociólogos: Alcira Argumedo (y quien fuera su compañero en ese entonces, Gunnar Olson, que también participa de las Cátedras), Susana Checa, Horacio González, Juan Pablo Franco, Fernando Alvarez, Roberto Carri, Enrique Pecoraro, Ernesto Villanueva. Estas cátedras intentaron conformar una nueva tradición en la disciplina, denominada “sociología nacional”, al mismo tiempo que constituyeron un espacio de debate político-académico que tuvo en su seno dos grandes temas: por un lado, la cuestión universitaria y la articulación de las ciencias sociales con las problemáticas políticas y sociales de la época; y por otra parte, la cuestión del peronismo y las discusiones respecto al liderazgo de Perón, la burocracia sindical y la lucha armada. Susana Checa sostiene que la llegada de Jorge fue significativa para el acercamiento al peronismo:

El ingreso de Jorge con nosotros fue importante para la peronización, junto con Roberto Carri. Roberto venía de trabajar cerca del sindicalismo, éramos muy muy amigos con él. Éramos un grupo que estábamos trabajando juntos y ya te digo, era un grupo que tenía bastantes relaciones primarias en la carrera de sociología.

Merece señalarse, tal como lo hace la bibliografía especializada, que por esos años el clima de agitación impulsó a una gran cantidad de estudiantes, docentes e intelectuales a repensar sus prácticas políticas, sus herencias ideológicas (Altamirano, 2001; Terán, 1991; Sigal, 1991) e incluso los llevó a vincularse con ámbitos ligados al peronismo revolucionario (Barletta, 2000). En tal sentido, algunos de los que formaron parte de las Cátedras Nacionales como Susana Checa, Roberto Carri, Ernesto Villanueva y el propio Carpio tenían presencia militante en núcleos políticos ligados al Peronismo de Base que luego confluyeron en las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), lo cual no implicaba necesariamente sumarse a actividades armadas, sino al activismo universitario y barrial. En el caso de nuestro protagonista, Jorge Carpio, tendrá un acercamiento a las FAP, con el grupo liderado por Cacho Envar el Kadri (militante activo de la resistencia e integrante del MRP) que se estaba preparando para partir a Taco Ralo a establecer un foco guerrillero y rural en el año 1968.[17] Dice el mismo Carpio:

Un compañero me quería dejar indicaciones de cosas que tenía que hacer yo para la logística, cosas que se hacen de apoyo, la correspondencia, el cómo llegar. Me estaba dando las indicaciones del tema y me dice: “no te des vuelta porque está entrando la cana… y además tengo la ametralladora acá en la mochila”. Sutilmente, con la pata empuja el bolso hacia la mesa de al lado. Me dice que hay otra puerta por otro lado. “Ahora te paso un chumbo y salimos por la otra puerta disparando”. Me pasa una 45 por debajo de la mesa. En ese momento la policía levanta a 2 tipos que estaban en una mesa sin documentos y salen. Yo transpiraba. Qué delirio. Efectivamente, agarró el bolsito y se fue a tomar el tren a Retiro. Así se hacía la guerrilla. No eran grandes operativos.

De su relato quisiéramos destacar el modo en que la opción por las armas se articuló con el resto de la militancia. Si bien Taco Ralo fue una experiencia poco prolongada en el tiempo, además de que la mayor parte de quienes participaron en ella cayeron presos, se presenta como la consumación de un proceso de radicalización política que se gestó en los primeros sesenta al calor de la resistencia peronista. Sumado a ello, puede pensarse como una experiencia “puente” en tanto dio lugar a nuevas formas de lucha y se convirtió en el primer símbolo del accionar de las organizaciones político-militares de los setenta (Stavale, 2012).

Por esos años Carpio continuó con la tarea universitaria vinculada con las Cátedras Nacionales e incluso tendrá una importante participación en lo que se conoció como la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires[18] cuando en mayo de 1973 el gobierno de Héctor Cámpora designa a Rodolfo Puiggrós como interventor de la UBA. Es conocida la incidencia de las organizaciones del peronismo revolucionario en el gobierno de Cámpora y una muestra de ello fue el ministerio de Educación y Cultura, y particularmente el ámbito institucional de la UBA[19]. Según el testimonio de Jorge Carpio, Jorge Taiana, antes de ser designado ministro de Educación, los convocará a él y a Justino O’Farrell a una reunión en la que discutirán quién sería designado como interventor de la UBA, en ella habría surgido como propuesta la figura de Rodolfo Puiggrós:

Los Montoneros (yo no estaba con Montoneros, yo era de la línea de las FAP) habían planteado que el rector de la universidad debía ser Rolando García. Rolando García, excelente científico, meteorólogo, un tipo de las Ciencias Exactas que durante todo el tiempo que estuvo a cargo de Exactas como decano fue un “gorila desatado”, pero se había peronizado. (...) Nos opusimos y Taiana nos da pelota porque Perón le había dicho que nos dé pelota, porque éramos los “docentes nacionales”. Entonces le propusimos a (Rodolfo) Puiggrós, que acepta.

Como es sabido, existía una tensión entre distintos grupos de la izquierda peronista (aquellos que mantenían una postura más cercana a las FAP y quienes estaban con Montoneros) que repercutió en el grupo de las Cátedras Nacionales. Recordemos que la discusión suscitada al interior de las FAP llevará a la contraposición entre quienes mantendrán una postura movimientista (muchos de los cuales pasarían a Montoneros, como es el caso de Ernesto Villanueva) y quienes desarrollarán la Alternativa Independiente con un perfil más clasista.[20] Tal es así, que según Carpio, Puiggrós armó un gabinete “compartiendo la mitad con los Monto y la mitad con nosotros, con los nacionales”. Carpio integró, en representación de las Cátedras Nacionales, la Secretaría de Planeamiento. Ernesto Villanueva, en representación de los Montoneros, a la Secretaría General. En la Facultad de Filosofía y Letras, el sacerdote Justino O’Farrell será designado como decano, popularmente se lo denominó como “el decano montonero”. Juan Pablo Franco y Fernando Álvarez, dos jóvenes profesores directamente relacionados a las Cátedras Nacionales, serían nombrados autoridades del Instituto de Sociología y de la Carrera respectivamente. Otras figuras como Conrado Eggers Lan estarán a cargo de la Carrera de Filosofía, Ortega Peña de la Carrera de Historia y Francisco “Paco” Urondo en Letras.

A principios de los setenta, se produjo una revalorización del ámbito académico en algunas organizaciones peronistas. La perspectiva era innovadora porque proponía transformar las estructuras académicas en función de la dinámica política y al mismo tiempo consideraba a la universidad y a las ciencias sociales como un espacio donde podían generarse aportes para materializar la conformación de una nueva sociedad. En este sentido, se intentó demostrar que las agrupaciones peronistas de izquierda (incluso las mismas que llevaban a cabo la lucha armada) realizaron una reivindicación de la “cuestión universitaria” y de la “cuestión intelectual”. Entre los aportes de esta breve experiencia destaca Carpio el Boletín “Aportes para una nueva universidad” que publicaron desde la Secretaría de Planeamiento que estaba a su cargo y la creación del Instituto del Tercer Mundo “Manuel Ugarte” creado en agosto de 1973 como parte de la tarea de la “reconstrucción universitaria”. Este Instituto se propuso brindar un espacio para estudiar e investigar la problemática de los países de África, Asia y Latinoamérica y propiciar el acercamiento a intelectuales, políticos, sindicalistas y estudiantes representativos de esos países (Militancia Peronista para la Liberación 1973). De acuerdo con Julieta Chinchilla (2015) el Instituto estuvo conformado por dos vertientes del peronismo: el peronismo de izquierda representado por Alcira Argumedo, y otro grupo proveniente del nacionalismo, representado por Saad Chedid[21], quien fuera su director ejecutivo.

Esta experiencia universitaria fue breve y a sólo cuatro meses de asumir R. Puiggrós, en octubre de 1973, fue obligado a renunciar a su cargo[22]. Unos meses después, cuando asumió Ernesto Villanueva como rector interventor, Carpio será reubicado en la dirección de Cultura de la Universidad. Las tensiones entre el gobierno nacional y los grupos de izquierda peronista que conducían la UBA se hicieron cada vez más fuertes. Luego de una serie de reemplazos, la política autoritaria del gobierno de Isabel Martínez de Perón terminó de vaciar y clausurar la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires (Buchbinder, 2005, p.205). Recuerda Carpio que “no hubo tiempo para hacer más porque nos sacaron a culatazos”. El 14 de agosto de 1974, O. Ivanissevich asumió el Ministerio de Educación y nombró a A. Otallagano como interventor. Entre las primeras medidas tomadas por Ottalagano se destaca la de declarar asueto, interrumpiendo todo tipo de actividad institucional; en segundo término, dejó cesantes a todos los decanos normalizadores y funcionarios jerárquicos de las facultades, colegios, institutos y rectorado, y dispuso de nuevas designaciones. También dejó cesantes a todos los docentes nombrados interinamente desde la asunción de Puiggrós e incluso antes, y rescindió numerosos contratos a trabajadores docentes y no docentes. Se prohibieron las asambleas, se suspendieron las becas para graduados, se reinstalaron cupos por facultades, se suspendieron todas las reglamentaciones referidas a concursos, entre otras medidas represivas y restauradoras (Friedemann, 2015). En este nuevo contexto, tras la asunción del representante de la derecha peronista, se profundizaron los atentados de la Triple A y de otras organizaciones parapoliciales. La represión y el pase a la clandestinidad de varios universitarios, terminó en un nuevo vaciamiento de las casas de estudio. Carpio junto con su compañera Susana Checa emprenderían el exilio y retornarían nuevamente al país con la vuelta a la democracia.

Conclusiones

Este trabajo constituye una primera reconstrucción de la trayectoria militante y política de Jorge Carpio. A la luz de los problemas centrales que señala la bibliografía general sobre el período, hemos analizado algunas de las principales cuestiones que surgieron durante las entrevistas y que nos han llamado la atención, pues permitían volver sobre temas clásicos: la política, la universidad, la violencia. No hemos pretendido ser exhaustivas al respecto y sin dudas hay numerosos puntos sobre los cuales seguir profundizando. Pero hemos intentado trabajar sobre la trayectoria de Carpio, la cual nos permitió pensar de modo articulado la militancia política, gremial y partidaria atravesada particularmente por la cuestión latinoamericana y antiimperialista.

Ha quedado expuesto cómo los diversos ámbitos de sociabilidad y espacios organizativos platenses fueron significativos y favorecieron su politización estudiantil a comienzos de los años sesenta. Nos referimos a las pensiones, las aulas, el comedor universitario como lugares clave en los cuales observar el quehacer político de una generación. Sin dudas, sobre este tema queda mucho por profundizar (más aún si consideramos la escasa bibliografía particular al respecto). Luego, como hemos visto, el desplazamiento de Carpio hacia el peronismo se da a través del contacto con dirigentes del peronismo combativo que en La Plata se expresó en el gremio de estatales y la JP platense. El contacto con John W. Cooke y la cercanía con sectores vinculados a las primeras FAP fueron decisivos en ese sentido. La opción por las armas que lo lleva de regreso a Perú y que también lo acerca a la experiencia de Taco Ralo debe enmarcarse en un clima de época en el cual Cuba había influido notablemente, estableciendo un horizonte de expectativas revolucionarias en el continente.

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Entrevistas y fuentes documentales

Documento Centro de Estudiantes Peruanos en Comisión Provincial por la Memoria – Fondo DIPBA, División Central de Documentación, Registro y Archivo. Mesa A, Carpeta Estudiantil, Legajo 54. Localidad: La Plata.

Documento Centro de Estudiantes Peruanos - AMAUTA en Comisión Provincial por la Memoria – Fondo DIPBA, División Central de Documentación, Registro y Archivo. Mesa A, Carpeta Estudiantil, Legajo 78. Localidad: La Plata.

Entrevista a Ricardo Gadea, realizada por Luis Rodríguez Pastor (enero de 2016) “Es una obligación rendir nuestro homenaje a De la Puente y Lobatón (...)” en: https://resbalosayfuga.lamula.pe/2016/01/07/entrevista-a-ricardo-gadea-es-una-obligacion-rendir-nuestro-homenaje-a-de-la-puente-y-lobaton-para-que-la-izquierda-pueda-recuperar-su-capacidad-revolucionaria/luchitopastor/

Entrevista a Susana Checa, realizada por Ghilini Anabela, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, noviembre de 2013.

Entrevista a Jorge Carpio, realizada por Ghilini Anabela, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, julio de 2015.

Entrevista a Jorge Carpio, realizada por Ghilini Anabela y Pis Diez Nayla, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, noviembre de 2015

Entrevista a Jorge Carpio, realizada por Ghilini Anabela y Pis Diez Nayla, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, diciembre de 2016.

Notas

[1] Afirma la autora al respecto: “Toda vez que la escena aparece exclusivamente dominada por el enfrentamiento entre las organizaciones guerrilleras y las Fuerzas Armadas, detrás de ella, la sociedad y sus conflictos parecen esfumarse. Al dejar ocultas la profundidad y la extensión del movimiento de protesta, se favorecen explicaciones que solo toman en cuenta el influjo ejercido sobre ciertos sectores juveniles por las ideas revolucionarias: capturados por una visión romántica y redentora del papel de la violencia, ellos habían transmutado la lógica de la política por la de la guerra mediante el accionar de sus organizaciones político-militares (…)”. Entonces, contrariamente, se propone: “En la búsqueda de respuestas, y para no caer en una suerte de determinismo ideológico, no solo será necesario tomar en cuenta la eficacia de las ideas, sino sobre todo comprender el horizonte de expectativas de aquella generación y el tenor de las experiencias políticas que precedieron a su decisión de tomar las armas” (Tortti, 2014: 19-20).
[2] El historiador Pablo Pozzi (2011) busca algo similar cuando afirma que: “En muchos trabajos parecería que la violencia irrumpió, en un cielo azul y despejado de una sociedad pacífica y armoniosa, de la mano de una juventud entusiasmada por la gesta guevarista, y que la mayoría del pueblo repudiaba el accionar armado, sobre todo después de 1973. Esta es una visión ahistórica (…) La diferencia entre mitos y realidades es importante para comprender que la guerrilla no fue una anomalía sino un producto de tendencias y planteos profundos en la sociedad argentina. Durante toda la década de 1955 a 1965, la discusión entre el activismo era el tema del poder (…) mucho antes del surgimiento de los grupos guerrilleros “setentistas” (pp. 9-10).
[3] Para el caso de otras universidades nacionales, aquellas cuestiones han sido bien analizadas por la bibliografía y puestas en relación con las particularidades del período: es decir, tanto con los procesos de politización y radicalización política como con las fuertes movilizaciones y levantamientos que, a fines de la década de 1960, atravesaron diversas provincias de nuestro país. Por ejemplo, James Brennan en su conocido estudio sobre el Cordobazo, al considerar estos elementos afirma que “En las peñas estudiantiles (reuniones de música folclórica y discusión política), en sus clases y dormitorios, peruanos, bolivianos, paraguayos y estudiantes de otros países vecinos se mezclaban con los argentinos, con lo que se dio forma a una cultura estudiantil izquierdista exclusivamente cordobesa, nacida de una común identidad latinoamericana y de la lectura de los textos clásicos del pensamiento socialista” (1996, p.186).
[5] Según los documentos de la Dirección de Inteligencia de la Policía de Buenos Aires (DIPBA), para mediados de 1960, actuaban en el CEP: el Frente Cívico Peruano, de corte apolítico y anticomunista; el Movimiento Reformista Peruano, de corte liberal progresista y Amauta, dirigida por “elementos de notoria trayectoria marxista”; luego se afirma también que “nuclea a estudiantes apristas y comunistas del Perú”. En: Documento Centro de Estudiantes Peruanos en Comisión Provincial por la Memoria – Fondo DIPBA.
[6] Una declaración del Comité Aprista de La Plata dirigida a la militancia comunista, propone aclarar el panorama ante las acusaciones comunistas de convivencia y participación en el gobierno: “El partido del Pueblo no está en el gobierno, la propaganda reaccionaria, con sus diversas “alas”, ha querido confundir tendenciosamente nuestro apoyo al régimen con una inexistente participación en el gobierno. El APRA no tiene ni ha tenido participación en el gobierno (…) El Comité Aprista Peruano de La Plata, emplaza y exige a los comunistas que actúan dentro de la agrupación Amauta a abandonar la vieja táctica de querer utilizar el Centro de Estudiantes para sus conveniencias partidistas. “Camaradas” dejen de obrar con violencia porque desgraciadamente la violencia genera violencia y el estudiantado peruano responderá a defender su Centro.”. Un poco antes, expresa respecto de las diferencias históricas entre comunismo y aprismo: “Para refrescar la memoria de los “camaradas”, ponemos en claro que la discrepancia ideológica del APRA con el comunismo data de febrero de 1927, año en que (…) Víctor Raúl Haya de la Torre define al aprismo en su línea fundamental de interpretación histórica de la realidad indoamericana, dejando así en evidencia la diferencia entre el APRA y el comunismo como expresión del marxismo absoluto, innegable y dogmático.”. Documento Centro de Estudiantes Peruanos - AMAUTA en Comisión Provincial por la Memoria – Fondo DIPBA.
[7] Liderada por Nahuel Moreno (seudónimo de Hugo Bressano) esta organización surgió en 1957 en el marco del VI Congreso del Partido Obrero Revolucionario. La nueva organización fue producto de la decisión de ampliar las estructuras partidarias para permitir la incorporación de dirigentes sindicales afines a la línea del partido e incluso, peronistas creando el Movimiento de Agrupaciones Obreras (MAO). Según la bibliografía especializada (González, 1996; Carnovale, 2011), el MAO debe entenderse como una corriente sindical que se proponía luchar contra la Revolución Libertadora y agrupar activistas gremiales bajo una orientación clasista. De aquí se deriva la más conocida táctica de “entrismo” en el peronismo obrero. En julio de 1957 comenzó editarse Palabra Obrera, publicación del MAO dirigida por Ángel “Vasco” Bengochea que no solo alcanzaría una importante popularidad, sino también acabaría dando el nombre a la organización partidaria.
[8] Las consecuencias de la Revolución Cubana en las izquierdas latinoamericanas son ya conocidas. Particularmente, nos interesa recuperar aquí los efectos que tuvo sobre la estrategia y la teoría de los PC. Como indica Michael Lowy, el proceso cubano mostró la posibilidad de una revolución que combinara tareas democráticas y socialistas, cuestionando la “teoría de la revolución por etapas” y sus implicancias: la necesidad de una etapa de transformación nacional, democrática y económica (que construya las “condiciones” para el socialismo); la alianza con las burguesías nacionales en esa transformación; y el cambio pacífico y reformista como orientación general de los revolucionarios. Un lugar fundamental en el nuevo debate de la izquierda lo ocupó la necesidad de volver a analizar la estructura social de los países latinoamericanos, especialmente la controvertida cuestión del papel de las “burguesías nacionales”. ¿Tenía el proceso revolucionario que pasar por una serie de etapas? ¿Tenía que haber primero una revolución burguesa de carácter democrático o era posible omitir esa etapa? Cuba mostró (como ya lo había hecho Jośe Carlos Mariátegui) que las burguesías nacionales no podían pensarse autónomas del capital extranjero, es decir, independientes de la dominación, económica y cultural, de Estados Unidos. Ergo, su rol revolucionario, democrático y nacional era nulo. De toda esta actualización se desprende el rol político del foco y la lucha armada. Ver especialmente: Angell, 1997; Lowy, 1982.
[9] Un completo mapa del peronismo combativo platense, puede verse en Robles, 2008.
[10] El Movimiento de Avanzada de Veterinarias fue el nombre elegido para la pequeña agrupación fundada en 1964; en Bellas Artes, Tendencia Nacional nació en 1965 como escisión de la Agrupación Reformista de Bellas Artes, formada por comunistas e independientes; en Derecho, peronistas como Rodolfo Achem y Everardo Fachini militaban dentro del Movimiento Universitario Reformista, formado por sectores de izquierda nacional. Estos grupos en 1966 armaron la Federación Universitaria de la Revolución Nacional. Por otra parte, el viraje en cuanto a armar agrupaciones específicamente universitarias se dio en 1964; año que surge el Movimiento Revolucionario Peronista (MRP) al cual la JP platense se integra. Sostiene Simonetti que tanto el MRP como la JP, influenciados por John W. Cooke, comenzaron a considerar la necesidad de extender su actividad política al ámbito universitario. En reuniones entre los grupos universitarios y aquellas organizaciones, solía asistir Cooke para insistir en la necesidad de que “el peronismo tuviera un proyecto propio para la universidad” (2002, p. 30). Amato y Boyanovsky también mencionan esas reuniones (2008, p. 41).
[11] Sobre la trayectoria de Ricardo Napurí, su relación con Silvio Frondizi, con el Che Guevara y sobre su lugar en el MIR Peruano, puede verse su autobiografía editada por Editorial Herramienta hace unos años (Napurí, 2010).
[12] Según Renique (2012), Ricardo Gadea recuerda, en una excelente entrevista realizada en enero del presente (por Luis Rodríguez Pastor), lo siguiente: “Por mi parte, vengo de una familia aprista, mi hermana Hilda fue dirigente nacional del APRA, fue perseguida y tuvo que asilarse cuando el golpe de Odría, y entonces yo tuve esa influencia del APRA, pero no milité, solo tuve una pequeña experiencia en la Juventud Aprista cuando pasé un año en la Argentina, del 58 al 59. Ahí tuve una experiencia de militancia, pero de corta duración, porque me encontré con un APRA que para los jóvenes ya estaba muy criticada, muy superada. Los jóvenes queríamos apoyar a la Revolución Cubana, en ese momento naciente; queríamos una revolución, no componendas politiqueras. Entonces, me encontré con ese ambiente, busqué mi propio camino, mi hermana vivía en Cuba y busqué la posibilidad de irme a estudiar una profesión en Cuba. Y así es como me encuentro con Lucho de la Puente, que también viajaba a Cuba para apoyar la Revolución, y me encuentro con Lobatón y muchos otros compañeros del MIR. El MIR tuvo en un momento un contingente de setenta compañeros en Cuba preparándose para la futura revolución.”
[13] Este partido fue cercano al pensamiento del Che Guevara y a J. W. Cooke, sosteniendo una tendencia socialista revolucionaria, pro peronista y cubana. Estas rupturas fueron provocadas, entre otras cuestiones, por los distintos posicionamientos en torno la reinterpretación del peronismo, el intento de depurar “el gorilismo” de estos partidos y el acercamiento con los trabajadores y los sectores populares (Tortti, 2009; 2014).
[14] Susana Checa fue militante del PSAV y delegada estudiantil de la carrera de Sociología en los años previos a la intervención. Terminó sus estudios a mediados de 1966 y luego se incorporó como docente de la carrera con la experiencia de las Cátedras Nacionales.
[15] Hasta ese momento, la carrera tenía como titulares de cátedra a figuras como Torcuato Di Tella, Manuel Mora y Araujo, Inés Izaguirre, Eliseo Verón, Hugo Callelo, Juan Carlos Marín, Silvia Sigal, Miguel Murmis, Gerardo Andújar, Silvio Frondizi y otros. Buena parte de ellos estaban vinculados con diversos grupos de izquierda, en particular, socialistas.
[16] Sostiene Susana Checa que “O’Farrell que era un tipo fantástico nos convoca, porque entra en una carrera que no tiene ni idea. Y nosotros estábamos que pensábamos políticamente ´no somos una isla democrática´ hay que dar la lucha desde adentro” (Entrevista a Susana Checa, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, noviembre de 2013). Sobre la experiencia de las Cátedras Nacionales ver: Moscona, 2010 y Ghilini, 2017.
[17] Entre quienes se agruparon para la reorganización de las FAP algunos habían participado de las primigenias FAP (junto con el Kadri, destacamos también a Néstor Verdinelli y Carlos Caride). Es el caso también de Jorge Carpio, quien ya se había acercado a Jorge Rulli cuando estaba en La Plata. Además, otro afluente importante estuvo dado por la Acción Revolucionaria Peronista (ARP) dirigida por J.W. Cooke y también el grupo del Vasco Bengochea entre quienes se destaca Amanda Peralta (Raimundo, 2004).
[18] La denominación refiere al período que transcurre entre el 29 de mayo de 1973 y el 17 de septiembre de 1974. Durante este lapso, se desempeñaron R. Puiggrós, A. Banfi, E. Villanueva, V. Solano Lima y R. Laguzzi como rectores-interventores y el Ministro de Educación fue J. Taiana (Recalde y Recalde, 2007).
[19] También suelen mencionarse los ministerios de Interior y de Relaciones Exteriores, así como varias gobernaciones provinciales (Servetto, 2010).
[20] Esto se expresó, en parte, en un conocido documento publicado en la Revista Antropología 3er Mundo en el año 1972: “De base y con Perón. Un documento autocrítico de las ex - Cátedras Nacionales” en el que quedan plasmadas las diferencias respecto a la definición del peronismo y a cuál debía ser el papel político de este grupo de intelectuales en la cambiante coyuntura nacional. Entre los que firman este documento estaban Guillermo Gutiérrez, Jorge Carpio, Susana Checa, Roberto Carri y otros.
[21] Chedid estudió Filosofía en la UBA. Si bien gran parte de su vida académica la dedicó al estudio de las religiones de la India, su lectura de Gandhi, pero sobre todo su encuentro con el intelectual argelino Mostefa Lacheraf, en 1969, lo impulsaron cada vez más hacia un compromiso intelectual y político, hacia la lucha de los países del Tercer Mundo y del pueblo palestino en particular (Chinchilla, 2015, p.55).
[22] Una reconstrucción de esos meses ver en Friedemann, 2015.
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