Contribuciones
¿Es posible pensar los procesos independentistas latinoamericanos como procesos de revolución pasiva?
Is it possible to think the Latin-american independence processes as passive revolution processes?
¿Es posible pensar los procesos independentistas latinoamericanos como procesos de revolución pasiva?
e-l@tina. Revista electrónica de estudios latinoamericanos, vol. 17, núm. 65, pp. 95-103, 2018
Universidad de Buenos Aires
Recepción: 14 Marzo 2018
Aprobación: 05 Junio 2018
Resumen: ¿Es posible pensar los procesos independentistas latinoamericanos como procesos de revolución pasiva? El concepto de 'revolución pasiva' elaborado por Antonio Gramsci es fundamental en muchos trabajos para entender los procesos independentistas latinoamericanos en el siglo XIX. El siguiente texto hace un cruce entre diversas posiciones de distintos autores buscando problematizar al concepto y reflexionar sobre sus alcances y sus limitaciones para pensar estos procesos políticos. Pero también, se deja parte del texto para pensar la aplicabilidad de la noción a procesos posteriores del siglo XX, como los populismos latinoamericanos, además del fascismo o lo que Gramsci denominaba 'americanismo', porque permiten iluminar dimensiones del concepto y su posibilidad de ser traducido a diferentes realidades.
Palabras clave: revolución pasiva, independencias latinoamericanas, intelectuales, populismo, Gramsci.
Abstract:
The concept of “passive revolution” coined by Antonio Gramsci is a fundamental term when analysing how independence processes unfolded in Latin American countries during the 19th century. The following text cross-references different views and angles presented by different authors on this topic. The intention is not only to challenge Gramsci’s concept, but also to understand its depth, breadth and limitations when used to understand and analyse political processes. Part of the text is also dedicated to study the applicability of this notion to similar processes that took place after the 20th century, such as Latin-American populisms, fascism, or what Gramsci called “Americanism”. The intention is to shed light on different dimensions of the concept and the possibility of it being translated and applied to different realities.
Keywords: passive revolution, Latin-American independences, intellectuals, populism, Gramsci.
El concepto de revolución pasiva
Las definiciones conceptuales desarrolladas por el dirigente comunista italiano, Antonio Gramsci, presentan una serie de dificultades provenientes de las condiciones de producción en que fue elaborado el andamiaje teórico del autor. La difícil situación en la que tuvo que escribir, en calidad de preso político del régimen fascista, lo imposibilitó durante esos años de innumerables recursos, desde la posibilidad de recurrir a bibliografía según sus necesidades, hasta las mínimas condiciones dignas de vida. Es por eso que la lectura de las diversas páginas que forman sus escritos de la cárcel exigen un ejercicio atento por parte del lector para poder seguir el desarrollo de definiciones cambiantes a lo largo del tiempo, como así también la atención en lagunas, eufemismos y otros recursos que buscaron evitar la censura de sus carceleros. A esta situación, hay que agregarle los posteriores trabajos de edición que sufrieron Los Cuadernos de la Cárcel.
El concepto de revolución pasiva, al igual que el conjunto de la obra de Gramsci, se constituye a partir de una serie de definiciones que presentan diferencias entre sí en distintos lugares en sus escritos. Esto ha generado diversas discusiones teóricas acerca de los alcances y sentidos que el concepto de revolución pasiva implica, y las posibles aplicaciones a contextos distintos a los que el autor lo utilizó. Inspirado en la obra de Vincenzo Cuocco, Gramsci fue trabajando su definición y la posibilidad de sistematizarlo para entender diversos procesos históricos. Para empezar a trabajar sobre el concepto nos referiremos en primera instancia a Daniel Campione (2007), quien plantea, sintetizando el trabajo de Gramsci, que tanto la revolución que nace desde abajo (“activa” podríamos decir, aunque Gramsci nunca utilizó ese término), como la revolución pasiva generan transformaciones radicales y poseen contenidos revolucionarios. Sin embargo, tienen orígenes, alcances y sentidos diferentes. La revolución pasiva presenta una dialéctica entre lo nuevo y lo viejo, entre un sistema social que no termina de morir y uno nuevo que no termina de nacer. Recordemos que Gramsci recupera la idea de Marx de que un sistema social no muere (ni puede ser reemplazada por otro) hasta haber agotado todas las formas posibles del desarrollo de las fuerzas productivas dentro de ella, y consideró esta definición como una premisa fuera de discusión. Por lo tanto, es posible que una forma de organización social pueda extender su supervivencia a partir de la introducción de ciertos cambios y reformas, que les permita a las clases dominantes expropiar la iniciativa histórica a las clases subalternas. Campione sintetiza el concepto de revolución pasiva como un conjunto de “modificaciones moleculares” que pueden ir modificando progresivamente la composición de fuerzas hasta generar un proceso amplio de cambio sin que nunca las clases dominantes pierdan la conducción de su desarrollo, el cambio es impulsado “desde arriba”, un proceso de transformación social sin su momento “jacobino”.
Sin embargo, en otros pasajes de sus cuadernos, Gramsci define este proceso como revolución-restauración, en donde se presentan claramente dos polos: el de la “revolución” que tendría que ver con las transformaciones moleculares antes mencionadas; pero también está el polo “restauración”, que implicaría un proceso en donde el resultado que se asegura es el fortalecimiento de los sectores dominantes. Se construye la idea de que las exigencias “desde abajo” son satisfechas en pequeñas dosis, dentro de la legalidad del sistema social imperante y con métodos reformistas, para sostener una dominación. Aquí tampoco hay una iniciativa popular, sino que la iniciativa es de los sectores dominantes que quieren evitar una revolución desde abajo, entonces se adelantan en realizar (algunas o parcialmente) esas demandas para asegurarse que las clases subalternas sigan siendo gobernables.
La traductibilidad de un concepto
La utilización mecánica de un concepto en contextos y momentos históricos diferentes de los que fue elaborado es un problema para el análisis en general, pero mucho más si se trata de conceptos gramscianos, dadas las condiciones expresadas con anterioridad. Es por eso que diferentes autores han intentado pensar la traductibilidad del concepto de revolución pasiva con el objetivo de que sea un elemento útil para explicar procesos diversos pero que igualmente conservan elementos similares. Waldo Ansaldi (1992) planteó que se debe evitar el uso acrítico de los conceptos gramscianos, proponiendo que se deben confrontar con situaciones históricas particulares. Con algunas diferencias, las cuales se estudiarán más adelante, la mayoría de los autores coinciden en primera instancia con estas precauciones en el momento de utilización del concepto de revolución pasiva en el análisis de distintos procesos históricos.
Precisamente, en el mismo sentido piensa Alberto Aggio (1998) en torno a la traductibilidad del concepto de revolución pasiva para otros escenarios (como veremos, es el caso de las independencias latinoamericanas). El autor, precisamente, considera que ésta es un “criterio de interpretación”, lo que lo habilita para pensar diversos procesos de construcción estatal y modernización capitalista. Para este autor, revolución pasiva alude tanto a la formación de los Estados nacionales (no sólo el caso italiano, sino también en América Latina), como a la etapa de crisis burguesa que demanda al Estado la absorción de la crisis y la regulación de la actividad privada (como es el fascismo o es el New Deal), es decir que fenómenos históricos muy diferentes pueden ser analizados desde este mismo concepto. Por lo tanto, que la revolución pasiva como criterio de interpretación se refiere a procesos diferenciados de formación, consolidación y defensa del bloque histórico en sociedades capitalistas. Por consiguiente, es un proceso que permite al capital conservar el poder, dado que se trata de un reformismo preventivo que busca dejar sin posibilidad de acción a las clases subalternas al adelantarse con la iniciativa transformadora. Es tanto una continuidad como un cambio, una dialéctica conservación-renovación que expresa esa búsqueda de transformaciones pero limitadas en sus alcances; lo que está en sintonía con el pensamiento de Ansaldi (op. cit.), quien también considera que la revolución pasiva en una combinación de continuidades y de cambios en la sociedad. Estos cambios modifican a la sociedad, la modernizan, pero no la transforman radicalmente. También considera que el sentido de este concepto es el de una dialéctica conservación-innovación. Un proceso que reconoce el poder y los privilegios de las clases tradicionalmente dominantes y que frena el potencial transformador de las clases subalternas. Y si bien no se realiza una transformación radical (al frenarse a las clases subalternas), las innovaciones fueron más importantes que las conservaciones en los diversos casos de independencias latinoamericanas.
En el caso de Dal Maso y Rosso (2014) se marca una distinción histórica para definir los alcances y el sentido que tienen los procesos de revolución pasiva. Durante el siglo XIX, cuando la burguesía todavía luchaba para enterrar el Antiguo Orden, la revolución pasiva sí tuvo un carácter dual, cumplía tareas históricamente progresivas pero con métodos conservadores. Pero en los siglos XX y XXI, con el feudalismo terminado, la revolución pasiva se ha vuelto la herramienta de supervivencia de regímenes conservadores para este período histórico. Estos procesos de revolución pasiva expropian las demandas populares y, mediante una suerte de modernización parcial, preparan el terreno para una restauración incluso más a la derecha. Si intentamos trasladar su definición a un ejemplo del siglo XX, podría pensarse en el peronismo. Este movimiento incorporó a la clase trabajadora a la ciudadanía al darle plenos derechos políticos y concedió muchos de sus reclamos históricos, sin embargo, al realizar estas transformaciones desde “arriba” impidió que la clase trabajadora conquistara independencia política y pasara de la conciencia económica-corporativa a la voluntad nacional-popular. La subordinación de los sindicatos y organizaciones obreras al Estado fue el principal obstáculo para que el proletariado se organizase para enfrentar el golpe militar de 1955.
La clave de lectura
Si bien los diversos autores que trabajan sobre los conceptos gramscianos reconocen la tensión continuidad-renovación en la revolución pasiva, surgen diferencias en su aplicabilidad en procesos concretos, así como en aquello que consideran los elementos fundamentales del concepto y en su valorización política. En el caso de Dal Maso y Rosso, como señalamos arriba, el quiebre lo plantea el período histórico, dada la situación del capitalismo en el siglo XX y la imposibilidad de que la burguesía consolidada en el poder persiga objetivos progresivos. Por lo tanto, la dupla de autores niega la posibilidad de que una revolución pasiva tenga un carácter progresivo en la actualidad, y más aún, consideran que en verdad es una contrarrevolución o al menos, un mecanismo que bloquea la iniciativa de los sectores subalternos y prepara las condiciones para una contrarrevolución. Sin embargo, es indistinto para Aggio y Modonesi, quienes no establecen esa diferencia y se atienen, en ambos casos, a otros elementos como el papel de las clases subalternas como determinantes en el carácter que puede adoptar el proceso de revolución pasiva. Para Aggio, el tipo de revolución pasiva está condicionado por el tipo o grado de actividad alcanzado por las clases subalternas. Por eso está relacionado con la guerra de posiciones, ya que se trata de procesos abiertos donde, si bien las clases subalternas no lo dirigen, pueden en algún grado delimitar la orientación de la revolución pasiva. En el caso de Modonesi, previamente a un proceso de revolución pasiva, hay una movilización “desde abajo” que, pese a su fracaso o sus límites, obliga a las reformas “desde arriba”, es decir desde el Estado, y ese sería el elemento subjetivo determinante. Para Dal Maso y Rosso, no hay posibilidades de una iniciativa estatal en términos de reforma molecular con una orientación progresista. Para estos autores, el único agente capaz de lograr transformaciones en ese sentido sería el proletariado que deberá ser hegemónico (y no en una simple alianza) de otras clases subalternas primero (por ejemplo el campesinado), para así poder ser capaz de dirigir un proceso revolucionario contra los sectores dominantes.
La posición de Alberto Burgio[1] es más cercana en un aspecto a la de Dal Maso y Rosso, ya que critica la idea de que los procesos del siglo XX (los cuales abarcan una diversidad que va del americanismo hasta el fascismo) sean considerados “revoluciones”, a diferencia de los procesos del siglo XIX donde sí tuvieron lugar transiciones históricas. Lo único que sí uniría esos dos procesos es la idea de pasividad. Burgio señala una contradicción al mostrar como Gramsci une fenómenos disímiles y los confunde. Esto deja al descubierto el problema central: la noción de revolución, sobre cómo piensa Gramsci a la revolución. Es por eso que Dal Maso y Rosso (op. cit.) plantearon que lo gramscianos tendieron a asimilar revolución pasiva con guerra de posiciones, y de esa manera convirtieron a la primera en una estrategia que descartó la opción revolucionaria “activa”. Para estos autores, los gramscianos convirtieron una política de los sectores dominantes (la revolución pasiva) en su propia política.
Massimo Modonesi (2015) plantea que la revolución pasiva identifica una serie de procesos de desmovilización que se implementan desde arriba. Estos procesos operan una (re)subalternización y están caracterizados por una tensión entre elementos progresivos y regresivos. Hay en su propuesta teórica dos tesis articuladas entre sí: 1) el criterio de pasividad es crucial. 2) hay que diferenciar (como en la categoría de cesarismo) entre revoluciones pasivas progresivas y regresivas. Propone una clave de lectura subjetivista de la revolución pasiva. El elemento subjetivo (como ya adelantamos más arriba, el papel de las clases intervinientes) es lo que configura y delimita el alcance de las transformaciones, y sería lo que permite distinguir entre aquellas revoluciones pasivas progresivas y aquellas regresivas. Retoma la primera aparición del concepto utilizada por Gramsci, la cual hace referencia a una revolución sin revolución. De esa manera, se da cuenta de la combinación de dos elementos en tensión: restauración y renovación, conservación e innovación. Pueden coexistir ambas tendencias o un elemento se puede volver determinante, y para que el elemento de renovación sea el determinante, es necesario un papel distinto de las clases subalternas. Por eso propone enfocarse en la relatividad del término “pasiva”. Plantea, dijimos, que en el origen hay una movilización desde abajo (débil o fallida) pero que no alcanza a una ruptura revolucionaria, que sin embargo, obliga a una reacción. Y por vía indirecta se hacen ciertos cambios substanciales desde arriba.
En este último punto ya encontramos una valoración que comienza a instalar matices en los criterios de interpretación alrededor del concepto de revolución pasiva. Ansaldi (op. cit.), sin dejar de reconocer tanto las perdidas en las conquistas de los procesos de transformación, como en la posibilidad del desarrollo de la independencia de las clases subalternas, no deja de conferirle un saldo positivo a los procesos de revolución pasiva a partir de las transformaciones implicadas en dicho proceso durante las independencias latinoamericanas. En el caso de la revolución pasiva, el autor recomienda articular con las categorías de hegemonía, transformismo, bloque histórico y guerra de posiciones para poder entender el verdadero saldo que tienen los procesos analizados. Señala también que es importante pensar el rol de los intelectuales y la relación que estos establecen con el Estado en el proceso independentista en América Latina. En su trabajo, en conjunto con Verónica Giordano (2012), definieron a los procesos independentistas como revoluciones políticas, aquellas revoluciones que no alcanzan a ser sociales, es decir, que no cambiaron las estructuras socioeconómicas, sino que se limitan en la transformación del poder político y sus instituciones. Esta definición les permite pensar que las revoluciones latinoamericanas no fueron exactamente revoluciones burguesas, ya que dicha clase fue suplantada por intelectuales en el Estado, no se produjo una expropiación de las antiguas clases propietarias, ni se modificaron las relaciones de producción. Retoman a Milcíades Peña para remarcar la inexistencia de dicha clase capaz de desarrollar la industria y el mercado interno, la burguesía existente era comercial y de fuertes lazos con los intereses de mercados extranjeros. Por eso, se trató de revoluciones pasivas y además dependientes, y con un gobierno surgido del proceso independentista cuyo carácter fue de dominación sin hegemonía propio de una oligarquía.
En cambio, Modonesi (cercano a la posición de Aggio) se centra en la tensión entre los dos polos que incluye el concepto de revolución pasiva y le confiere al elemento subjetivo, es decir a la participación de las clases subalternas, el rol determinante en la definición del proceso. Modonesi critica a Burgio, dado que éste consideraría que pasividad es sinónimo de atraso y debilidad. Para Modonesi, Burgio no podría ver que en Gramsci la cuestión de la pasividad no se reduce a un análisis político-estratégico sobre la dirección de la revolución. Sino que se remite a la profundidad político-cultural de la relación mando-obediencia, a la correlación de fuerzas en la lucha de clases que puede delimitar un proceso, que si bien busca modificarse en favor de las clases dominantes, puede lograr mejoras para los sectores subalternos. Por lo tanto, si Ansaldi (1992) valora positivamente (a pesar de las contradicciones) las transformaciones que implica una revolución pasiva, y Burgio sólo la considera una reorganización del capital, para Modonesi se trata de un escenario abierto, el cual se define a partir del elemento subjetivo (además de su articulación con las categorías de cesarismo y transformismo). Mientras que para Dal Maso y Rosso, como se explicó, la revolución pasiva es tanto un reemplazo de la contrarrevolución (cuando ésta no es directamente necesitada), o en todo caso, el proceso que prepara las condiciones de posibilidad para que esa contrarrevolución pueda tener lugar.
Las consecuencias de la conceptualización
Si para Aggio (op. cit.), la categoría necesaria para pensar la revolución pasiva era la guerra de posiciones, en la lectura de Modonesi (op. cit.) el cesarismo y el transformismo son mecanismos que acompañan y caracterizan la pasivización, y por lo tanto son los que definen el carácter de dicho proceso de revolución pasiva. Ambas categorías operativizarían tanto el rasgo revolucionario como su contraparte de pasividad. El transformismo en Gramsci es un proceso de deslizamiento “molecular” que lleva al fortalecimiento del campo de las clases dominantes a través de una absorción o cooptación de fuerzas de las clases subalternas. Mientras que el cesarismo es un proceso de salida de un momento crítico en la lucha de clases mediante un liderazgo carismático, que se puede presentar tanto en una modalidad progresista como en una regresiva. Frente a un empate catastrófico entre las clases, el cesarismo es una “solución arbitral”, ligada a una personalidad “heroica”, pero que no tiene siempre el mismo sentido histórico. Es progresivo cuando su intervención ayuda a la fuerza progresiva a triunfar (aunque con compromisos). Y es regresiva cuando ayuda a la fuerza contraria. No toda revolución pasiva recurre a una salida cesarista, ni tampoco surge de un empate catastrófico. Aunque sí trata de resolver, o de evitar, un trastocamiento en el orden de la clase dominante. La revolución pasiva desempata, ofrece una solución orgánica. El cesarismo sin revolución pasiva, es una solución aparente que prolonga un equilibrio precario, es decir que no sería una solución orgánica. Gramsci, según la lectura de Modonesi, marca una diferencia entre los cesarismos del pasado y los del siglo XX. En el siglo XX hay una imposibilidad de unificación de fuerzas ya irremediablemente contrapuestas (salvo que los subalternos sean muy débiles), lo que lo acerca las posiciones de Dal Maso y Rosso que, a través del prisma de la teoría de la Revolución Permanente elaborada por León Trotsky, buscan refutar la posibilidad tanto de que una revolución pasiva, como un cesarismo, tengan un carácter progresivo en el siglo XX. Además, no todo proceso de reconfiguración de la dominación burguesa es revolución pasiva. Sólo serían aquellos que introducen elementos progresivos con la finalidad de transformar los términos de la relación mando-obediencia entre clases. Por lo tanto, la revolución pasiva puede ser tanto una alternativa progresista a la vía reaccionaria, como un antídoto conservador a la vía revolucionaria desde abajo, lo que no implicaría tan sólo una diferencia gramatical o expresiva, sino de un profundo contenido político.
¿Entonces, es útil pensar las independencias latinoamericanas como revoluciones pasivas?
Parte de las disputas en torno al concepto de revolución pasiva que fuimos discutiendo hacen referencia a su posible aplicación para entender los procesos que se inician con las independencias americanas y que (desigualmente) derivan en la construcción de Estados-Nación modernos. Por ejemplo, Alberto Aggio (op. cit.) planteó que el concepto de revolución pasiva alude (originalmente) a las transformaciones históricas ocurridas como impacto de la Revolución Francesa. En América Latina se habría generado una imposición de modernización por el resultado de la combinación de fuerzas progresistas escasas y una situación internacional favorable para expansión de dicha modernización, en otras palabras, las ideas republicanas y democráticas llegaron del centro a la periferia junto a las necesidades de un nuevo orden económico internacional, por lo que la independencia entonces no se generó como idea a partir del desarrollo de las contradicciones internas de las sociedades latinoamericanas. Además, destacó que, ante la falta de una clase dominante nacional, las medidas modernizadoras son llevadas adelante por grupos de intelectuales con vínculos al Estado. Analíticamente es una solución desde arriba, donde el Estado y grupos de intelectuales vinculados a él, actúan en sustitución de una burguesía estructuralmente débil en la transición del momento económico-corporativo al momento ético-político. La falta de participación de los sectores populares frustraría la conformación de una voluntad nacional-popular.
Estás ideas son un acercamiento al trabajo previo de Ansaldi (op. cit.), quien planteó que los intelectuales pueden reemplazar a una burguesía estructuralmente débil como motor de la modernización. El Estado reemplazó a la clase (o alianza de clases o fracciones) que debían dirigir el proceso, en las acciones que se denominan funzione piamontesca y transformismo, desempeñando así el papel de partido político, ya que los partidos existentes no respondían a la definición moderna de partido político, eran más bien facciones (Ansaldi y Giordano, op. cit.). Ansaldi (1992) también considera que las independencias tuvieron su motor en un hecho externo: la revolución francesa y las consiguientes guerras napoleónicas. Si en Europa generaron guerras de liberación nacional, que implicaron la recuperación de estados preexistentes. En el caso latinoamericano, generó guerras de independencia, que fueron producto de la ocupación napoleónica de la metrópoli (no del propio territorio) y que debieron construir nuevos Estados-Nación. En Argentina (y América Latina) la independencia no logra definir “quién manda”, por eso la construcción de una clase dominante se hará en relación a la construcción del Estado (y sectores de intelectuales ligados a él), construyéndose recíprocamente. La revolución pasiva pone en primer plano la necesidad de la burguesía de construir efectivamente un Estado en los países latinoamericanos para poder hacer avanzar el capitalismo en su fase imperialista (o de los monopolios).
Para Alberto Aggio los procesos independentistas fueron encabezados por la elite con fuerte inclinación por los valores liberales (sobre todo en las instituciones jurídico-políticas). El avance en la vinculación con el mercado mundial acrecentó el “occidentalismo”, incluso cuando la modernización capitalista no tuviese frente a sí un “Antiguo Régimen”. Esa occidentalización, como mencionamos, tuvo como impulso un reflejo del desenvolvimiento internacional que enviaba a la periferia sus corrientes ideológicas. Por eso es importante tener en cuenta la condición de dependencia para entender la naturaleza de la dinámica de los procesos independentistas y la correspondiente formación estatal. Dos componentes de los Estados latinoamericanos son destacados por Aggio: 1) ausencia de una clase dominante, y 2) por eso el Estado actuó como un “Estado puro”, al ser el agente de las transformaciones y constituyendo al mismo tiempo a la clase dirigente. Aggio señala también tres tipos de revolución pasiva: 1) como consecuencia de la Revolución Francesa, 2) consecuencia de la Guerra Mundial (americanismo y fascismo), 3) posteriormente a la Segunda Guerra Mundial con el surgimiento de los estados de bienestar. Por lo que no hace las distinciones históricas que realizan Modonesi, Burgio o Dal Maso y Rosso, ya que considera que todos esos procesos responden a la definición de revolución pasiva.
Palabras finales
El breve recorrido sobre las discusiones y posicionamientos en torno a los alcances y significados del concepto de revolución pasiva, nos han permitido delimitar los puntos conflictivos en los que las elaboraciones teóricas se cruzan. En primer lugar, podemos mencionar los alcances históricos de la categoría. El problema radica en si se puede pensar como revoluciones pasivas tanto a los procesos independentistas en América Latina y la construcción de Estados nacionales, como también a procesos muy diversos como el New Deal (o americanismo, en la terminología de Gramsci), el fascismo, o los populismos latinoamericanos. Quienes sostienen esta definición de Gramsci como Massimo Modonesi, plantean que el elemento principal a tener en cuenta, y por lo que sería válido englobar bajo esta definición a hechos disímiles a primera vista, es el rol del Estado como agente de una transformación desde arriba, tanto en los procesos de modernización del siglo XIX, como desde la intervención estatal en la economía de los regímenes de nuevo tipo en el siglo XX, pero queda la incógnita de si sigue siendo operativa una noción que se aplique a tan diversos procesos y con resultados distintos para la clase trabajadora. Ansaldi y Giordano (2012b) consideran este concepto para definir los procesos populistas (Cárdenas en México, Vargas en Brasil y Perón en Argentina), con el agregado de pensarlos como revoluciones pasivas dependientes o modernizaciones conservadoras dependientes. El populismo habría surgido tras la crisis de dominación oligárquica y del liberalismo a partir de 1930, siendo una alianza entre el Estado, la burguesía nacional y la clase obrera. Desde el Estado se propició la incorporación de esa clase trabajadora a la ciudadanía en una dimensión no sólo formal, sino a partir de privilegiar los derechos sociales por sobre los derechos políticos y civiles (Ídem). Sin embargo, es necesario señalar que también actuó como una garantía de que no se profundizara en transformaciones de las relaciones de producción, esos movimientos funcionaron como sostén del capitalismo y subordinaron a la clase obrera tras los intereses de la clase dominante. En el caso de Dal Maso y Rosso, descreen de esta posibilidad de homologación entre procesos en el siglo XIX con aquellos acontecidos desde el siglo siguiente, ya que consideran que hay una diferencia esencial entre una burguesía que necesitaba enfrentar al viejo orden feudal (durante el siglo XIX), con una ya completamente asentada en el poder (desde el siglo XX en adelante). La revolución pasiva, sin dejar de ser un proceso ambivalente, pudo haber tenido un resultado positivo, es decir, progresivo, pero que con la burguesía en el poder se habría transformado en un sustituto de la contrarrevolución.
Un elemento importante, que pudimos señalar en cuanto a las distintas definiciones aquí trabajadas, es sobre el rol de los agentes, sobre la función que puede cumplir el elemento subjetivo en los procesos de revolución pasiva. Por un lado, Aggio y, Ansaldi y Giordano, hacen hincapié en la sustitución del agente que impulsa las transformaciones. En el desarrollo de los Estados-Nación, la burguesía no se encontraba plenamente desarrollada como clase nacional, y es por eso que sus tareas históricas son llevadas adelante por la propia maquinaria estatal, y por intelectuales articulados con dicho Estado. Esta característica, sumada a que no se trató de luchas entre clases, sino entre colonia y metrópoli, delimitó los alcances de las formaciones estatales logradas. Dichos autores, señalaron que se trató de un proceso sin participación de los sectores populares, ya que solamente fue desarrollado “desde arriba”, elemento que también caracterizó los resultados logrados. Aggio, al igual que Modonesi, vimos que enfatizaban esta participación de las clases subalternas como el elemento determinante para caracterizar los procesos de revolución pasiva. Si bien se trata de transformaciones revolucionarias, lo son pero sin revolución social, sin protagonismo de las clases subalternas. Se trata de una consolidación capitalista por medio de la intervención estatal en la vida económica, una resolución política en el ámbito superestructural. Sin embargo, vimos que el carácter de esa resolución podía estar delimitado a partir de la previa acción “desde abajo” que obligó a las consiguientes transformaciones moleculares como respuesta.
La otra dimensión que se desprendió de este recorrido, fue sobre la posible definición de una revolución pasiva como progresiva o regresiva. Las posiciones oscilaron entre: la imposibilidad de que un proceso de revolución pasiva organizado desde “arriba” pudiese tener un carácter progresivo desde que la burguesía derrotó al régimen feudal, hasta aquellas que plantean que ese elemento subjetivo que se mencionó, es el que determina la orientación del proceso.
Barrignton Moore planteó que en la desaparición del Antiguo Régimen la norma fue la revolución pasiva, y que la revolución de tipo jacobina-radical como la francesa fue la excepción. Esta afirmación plantea una problemática interesante para el análisis de los distintos procesos de transformación social molecular que tuvieron lugar en el siglo XX. Es una categoría que puede ayudar a entender al fascismo, a los gobiernos llamados populistas y a los Estados de Bienestar en general. Pero sobre todo, la afirmación de Barrington Moore, obliga también a las organizaciones de izquierda y otros movimientos sociales a plantearse preguntas en torno a las estrategias políticas correctas a seguir en pos de una transformación radical de la sociedad.
Referencias
Aggio, Alberto (1998). A revoluçâo passiva como hipótese interpretativa de história política latino-americana, en Aggio, A. (Org.), Gramsci. A vitalidade de um pensamento, Sao Paulo: Unesp.
Ansaldi, W. (1992). “¿Conviene o no conviene invocar al genio de la lámpara? El uso de las categorías gramscianas en el análisis de las sociedades latinoamericanas”, Estudios Sociales, 2.
Ansaldi, W y Giordano, V. (2012a). América Latina. La construcción del orden, Tomo I. Buenos Aires: Ariel.
Ansaldi, W y Giordano, V. (2012b). América Latina. La construcción del orden, Tomo II. Buenos Aires: Ariel.
Campione, D. (2007). Para leer a Gramsci, Buenos Aires: Centro Cultural de la Cooperación.
Dal Maso, J. y Rosso, F. (2014). “Revolución pasiva, revolución permanente y hegemonía”, Ideas de Izquierda, 13.
Modonesi, M. (2015). “Pasividad y subalternidad. Sobre el concepto de revolución pasiva de Antonio Gramsci”, Gramsciana, 1.
Notas