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Los desencantados de la dictadura. Una aproximación a las cartas de lectores del diario La Nación durante la transición argentina (1981)

The disillusioned of the dictatorship. An approach to the letters of readers of the newspaper La Nación during the Argentine transition (1981)

Paola Benassai
Universidad Nacional de San Martín, Argentina

Los desencantados de la dictadura. Una aproximación a las cartas de lectores del diario La Nación durante la transición argentina (1981)

e-l@tina. Revista electrónica de estudios latinoamericanos, núm. 76, pp. 25-46, 2021

Universidad de Buenos Aires

Recepción: 13 Agosto 2020

Aprobación: 06 Marzo 2021

Resumen: En el campo académico existen cada vez más investigaciones que trabajan con la correspondencia de archivos personales e institucionales. Sin embargo, en el ámbito local, las cartas de lectores de los periódicos de mayor circulación han recibido menor atención. Desde la perspectiva de la historia reciente argentina, la historia de los medios y la historia cultural, este artículo se propone como una indagación acerca de las “Cartas de lectores” del diario La Nación durante el año 1981. El objetivo es comprender de qué manera esta sección se volvió un interlocutor importante en los comienzos de la apertura política y cultural de la última dictadura. La hipótesis sostiene que la sección epistolar del matutino puede ser leída como un espacio de “disenso interno” con respecto al régimen dictatorial, donde La Nación, frente a los primeros ensayos aperturistas, puso en debate los problemas que los lectores consideraban merecían ser atendidos durante la transición, estos son: por un lado, el proyecto político de las Fuerzas Armadas y, por otro, las primeras expresiones del “destape” cultural y sexual.

Palabras clave: correo de lectores, prensa argentina, diario La Nación, transición, destape.

Abstract: In the academic field there are investigations that increasingly work with the correspondence of personal and institutional files. However, in Argentina, letters from readers of the most widely circulated newspapers have received less attention. From the perspective of recent Argentine history, media and cultural history, this paper is proposed as an inquiry into the "Readers´ Letters" of the newspaper La Nación during 1981. The objective is to understand how this section of the newspaper became an important interlocutor at the beginning of the political and cultural opening of the last Argentine dictatorship. The hypothesis holds that the epistolary section of the newspaper can be read as a space of “internal dissent” regarding the dictatorial regime, where La Nación, in front of the first opening essays, put into debate the problems that readers considered should had been cared during the transition, these are: on the one hand, the political project of the Armed Forces and, on the other, the first expressions of cultural and sexual “destape”.

Keywords: readers´ mail, Argentine press, La Nación newspaper, transition, destape.

Introducción

Tradicionalmente, la historiografía argentina ha estado abocada a estudiar la prensa escrita, y en especial el diario La Nación, desde abordajes que privilegian sus editoriales (Borrat, 1989; Sidicaro, 1993; Díaz, 2002; Díaz, 2011; Borreli, 2012; Díaz et al., 2015). Más recientemente, algunas investigaciones han comenzado a descentrar los editoriales de sus objetos de estudio (Levín, 2013; Iturralde, 2016 y 2018; Burkart, 2017; Rosales, 2019). Sin embargo, hay zonas de los periódicos que todavía no han sido revisadas, tales como los correos de lectores y la mayoría de los suplementos. Esta dedicación casi exclusiva en el género editorial frente a la indagación de otras secciones de los diarios procede de varios motivos, pero el más fundamental es el propio desarrollo que ha tenido en Argentina el campo de estudios sobre la historia de la prensa periódica. En los últimos años, como señala Buonuome (2019), la nueva perspectiva cultural de la historia de la prensa argentina se ha alejado de las interpretaciones centradas en el rol que tuvieron los diarios durante el siglo XIX en la elaboración y circulación de ideas estrictamente partidarias o facciosas (interpretaciones que, por caso, podrían desprenderse del mero estudio de las posturas editoriales). En su lugar, los nuevos enfoques se concentran en las grandes transformaciones de la denominada modernización periodística de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX (entre las que se destacan la consolidación de un mercado periodístico y el nacimiento de un público lector masivo y especializado) y su vinculación con los cambios sociales y culturales. Estos recientes estudios, si bien producen un corrimiento hacia otras secciones de los diarios como la cobertura internacional (Caimari, 2019; Sánchez, 2019) o las noticias policiales (Albornoz y Buonuome, 2019), por lo general se limitan al cambio de siglo sin atender al lugar de la prensa a lo largo del siglo XX. Es por eso que el presente artículo, a partir de la indagación de las cartas de lectores de La Nación durante 1981, pretende ubicarse en esa nueva vertiente de estudios sobre los periódicos, pero esta vez deteniéndose en el tramo final del siglo XX argentino.

El trabajo se propone comprender de qué modos se plantearon las discusiones en torno a la apertura política y cultural en la sección “Cartas de lectores” del diario La Nación durante la última dictadura, centrándome en el año 1981. El recorrido temporal refiere a un momento en el que el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional comenzaba un nuevo ciclo en gran medida auspiciado por el gobierno de Roberto Viola, y signado por una pretensión mayor de acercamiento militar con los actores civiles y una distensión —aunque todavía acotada— con respecto a las diversas expresiones políticas y culturales (Quiroga, 2004). La hipótesis sostiene que La Nación, a partir de su sección epistolar y frente a estos primeros impulsos aperturistas, habilitó un debate crítico acerca de los problemas que los lectores consideraban debían tener mayor atención durante la transición, estos son: por un lado, el proyecto político de las Fuerzas Armadas y, por otro, las primeras manifestaciones del “destape” cultural y sexual en los tempranos ochenta. Leído bajo estos términos, el epistolario sería expresión de un “disenso interno” que, en lugar de impugnar los principios que sustentaban a las Fuerzas Armadas en el poder, los reforzaba.[1]

Con respecto a la capacidad de agencia del diario, el matutino será abordado aquí en su doble carácter de medio de comunicación testimonial del debate sobre la construcción de una agenda pública, al mismo tiempo que en su rol de actor político-cultural interviniente en dicha agenda y promotor de nuevas costumbres que atravesaron al conjunto de la sociedad argentina a principio de los años ochenta. Por un lado, siguiendo a Verón (1985), la prensa escrita establece un contrato de lectura con sus lectores articulando expectativas, motivaciones, intereses e imaginarios compartidos. Por otro, como ha subrayado Borrat (1989), es un actor político dado que su influencia afecta el proceso decisorio de la agenda gubernamental y otros ámbitos sociales (los partidos políticos, los movimientos sociales, los organismos de Derechos Humanos, el público lector, etc.). Asumimos esta definición, pero en este caso agregamos que La Nación fue también un actor cultural, ya que —como se verá más adelante— participó, a través de las cartas, en las discusiones sobre las tensiones que excedían el ámbito de lo estrictamente político. Las correspondencias serán abordadas cualitativamente a partir del método de la historia cultural, que estudia cómo la gente entiende el mundo, cómo organiza la realidad y cómo la expresa en su conducta (Darnton, 1987). Partiendo de este enfoque, el análisis heurístico y crítico de la sección epistolar nos permitirá reconstruir los diferentes posicionamientos que tuvieron los lectores de La Nación en el período aquí estudiado.[2]

Este artículo sobre las cartas de lectores del diario La Nación tiene como propósito contribuir a tres vertientes de la denominada historia argentina reciente. De un lado, dialoga con las investigaciones que se apartan de interpretaciones lineales y normativas acerca de la transición argentina[3] y, en su lugar, prestan atención a los elementos contingentes, a la incertidumbre de los actores de la época y a las continuidades con las culturas políticas del pasado (Acuña y Smulovitz, 1995; Crenzel, 2005; Feld y Franco, 2014; 2018; Franco, 2018; Velázquez Ramírez, 2019). En segundo lugar, este trabajo puede ubicarse en la perspectiva de estudios sobre las actitudes, disposiciones y prácticas de las sociedades durante regímenes autoritarios (Lvovich, 2006; Lvovich, 2007; Carassai, 2013;Franco, 2018). Así, busca también poner el foco en aquellos actores que no estuvieron ligados a las vanguardias (políticas, sindicales, intelectuales o artísticas), ni tampoco tuvieron, en principio, una voz específica en ámbitos de la esfera pública (como sí la tuvieron, por ejemplo, los intelectuales vinculados a las vanguardias de los años sesenta y setenta). En ese marco, las cartas de lectores pueden pensarse como una fuente que permite entrever los sentidos acerca de procesos más amplios que estaban emergiendo a nivel político y cultural. Por último, este trabajo se nutre de los hallazgos sobre las todavía escasas investigaciones que en último tiempo han indagado las relaciones entre sexo, cultura y política durante la última dictadura y posdictadura (Blázquez y Lugones, 2014; D’Antonio, 2015; López Perea, 2017). Integrando estas tres últimas dimensiones y contextualizando el surgimiento del denominado “destape”, algunos trabajos comenzaron a explorar el conjunto de pautas de la cultura sexual argentina a comienzos de los ochenta, entendiéndolas dentro de un proceso de largo plazo —porque involucró a dinámicas iniciadas en la década del sesenta— y gradual —en tanto no ocurrió drásticamente de un año a otro, ni empezó en 1983 como pudiera pensarse desde una periodización política— (Manzano, 2018; Milanesio, 2019).

Ahora bien, en términos teórico-metodológicos, a partir del estudio de las cartas no se pretende construir una idea de “representación” acerca la transición argentina en la prensa escrita, ni tampoco se trata de determinar su grado de “autenticidad” (es decir, establecer en qué medida las cartas publicadas en la sección Correo de lectores eran modificadas o no por el comité editorial del diario). En todo caso, nos permiten observar algunas discusiones que habilitó La Nación acerca de los procesos y las tensiones que estaban teniendo lugar a nivel cultural y político en esa época. En diferentes períodos y geografías, la correspondencia ha sido objeto de indagación empírica. Como ha mencionado Petrucci (2018), escribir cartas ha sido una de las prácticas en donde más se vio involucrada la vida cotidiana de millones de personas a lo largo de la historia (desde los antiguos testimonios de cartas de la civilización grecorromana hasta el surgimiento de las nuevas formas de correspondencia electrónica a finales del siglo XX). Sin embargo, las cartas de lectores, un formato específico del género epistolar, no han recibido suficiente atención por parte de los historiadores. Uno de los pocos ejemplos en la tradición de la historia social y cultural es la investigación de Darnton (1987) en torno al vasto conjunto de cartas que Jean-Jacques Rousseau recibió por parte de sus lectores tras la publicación de su novela La nueva Eloísa, una de las obras más prestigiosas del siglo XVIII. En su estudio Darnton exhibe, a través de esta correspondencia, de qué modo Rousseau interpeló a generaciones enteras de lectores introduciendo ciertas innovaciones en la experiencia de la lectura como actividad social. Por otra parte, en el campo de la historia argentina reciente, el género epistolar en un sentido amplio ha sido también transitado, pero sin atender a la especificidad de las cartas de lectores (Crenzel, 2005; Scocco, 2017). Sumado a esto, la correspondencia ha despertado algunas reflexiones teórico-metodológicas, pero circunscriptas a los archivos personales (Fernández Cordero, 2014; Dauphin, 2013). Una excepción a esta tendencia —aunque por fuera del período de nuestro pasado próximo y centrándose, en cambio, en el ideal de la “mujer moderna” de la década del veinte— es la investigación de Bontempo (2011) sobre el “Epistolario Sentimental” de la revista Para Ti, una sección de intercambio entre lectoras anónimas y consejeras profesionales o experimentadas en cuestiones del amor. En lo que respecta al período de la transición a comienzos de los años ochenta, se encuentra la investigación de Raíces (2010) sobre el correo de lectores de Humor (sección denominada “Quemá esas cartas”) durante 1978-1980. Allí, a partir del estudio de los factores contextuales, las relaciones con otros medios y la propia dinámica interna de la publicación, el autor problematiza la ubicación acrítica de la revista dirigida por Andrés Cascioli en un ámbito de pura “resistencia a la dictadura”. Saliendo ya del ámbito académico, en el campo de la investigación periodística se encuentra la última publicación de Sebastían Benedetti y Martín Graziano (2016), que explora el correo de la revista Expreso Imaginario (1976-83). Los autores enmarcan la revista, y especialmente su sección epistolar, en una zona del periodismo contracultural donde los jóvenes vinculados al mundo del rock y del underground encontraron un espacio de comunicación y desahogo. Por la especificidad de sus objetos de estudio y sus recortes temporales, estos dos últimos trabajos son los que más dialogan con el presente estudio sobre las cartas de lectores de La Nación durante la última dictadura.

Las cartas de lectores de La Nación, ¿un espacio para disentir?

El diario La Nación, fundado en 1870 por el ex presidente Bartolomé Mitre y asociado entonces a la facción política de los sectores patricios, fue uno de los vectores del proceso de modernización de la prensa en Argentina.[4] A pesar de que desde sus inicios se presentó a sus lectores como una “tribuna de doctrina” universal e impersonal, su línea editorial estaba marcada por el interés de construir una opinión pública condescendiente con la elite política dirigente. Más allá de los editoriales, a fines del siglo XIX los miembros de la redacción no pertenecían necesariamente a la corriente liberal sino también a otros partidos. Desde su primera edición, La Nación se volvió uno de los diarios más tradicionales del país y su dirección fue asumida posteriormente por los descendientes de la familia Mitre.

Ahora bien, para el período que este trabajo nos ocupa, es un hecho sabido que en muchas ocasiones la postura editorial La Nación se inclinó favorablemente al régimen dictatorial. Más aún, luego del 24 de marzo de 1976, los editoriales del matutino adhirieron sin rodeos a la iniciativa militar que puso fin al gobierno peronista, postura coincidente con un amplio conjunto de sectores sociales y actores políticos que vieron este suceso como un paso institucional “necesario” para garantizar el desarrollo económico y asegurar luego la instauración de una democracia republicana, representativa y federal (Sidicaro, 1993). Desde 1977 el diario comenzó a jugar un rol más activo en el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional a partir de la compra (junto a Clarín y La Razón) de Papel Prensa, lo cual complejizó los lazos entre el Estado y el mundo corporativo. Siguiendo a Sivak, los tres periódicos de mayor circulación del país poseían el 65% de las acciones, el Estado el 25% y el porcentaje restante se lo repartían otros 30.000 inversores (Sivak, 2013: 299). Con el pretexto de abastecer la demanda de papel sin depender del cuello de botella de las divisas, una operación de tal envergadura no sólo viabilizó ventajosos créditos a los diarios socios, sino que supuso además un pacto de silencio de los mismos con el régimen militar sobre los crímenes de lesa humanidad.

Aun así, resulta problemático clasificar a La Nación como un actor monolítico, completamente partidario de las decisiones dictatoriales. Ya ha advertido Sidicaro (1993), por ejemplo, acerca de las críticas que la línea editorial del matutino hacía en lo concerniente a la política económica del gobierno. De igual modo, tal como veremos a continuación, existen otras secciones al interior del diario que le otorgaban un espacio de relevancia al disenso. Una de ellas es la destinada a las cartas de lectores, la cual es elocuente para pensar las críticas a la dictadura en un medio de comunicación que fue, en buena medida, afín a ella.

El correo de La Nación era un importante espacio de la publicación que se encontraba a continuación de los editoriales, generalmente entre la primera o la segunda página. Es decir, era una de las principales secciones fijas que se visualizaban apenas se abría el periódico. Con una frecuencia diaria, allí se emitían alrededor de cuatro cartas junto a las respectivas firmas y direcciones de sus autores, que en muchos casos estaban acompañadas de sus profesiones. La mayoría de las cartas aparecían entrecomilladas, por lo que se infiere que La Nación, antes de publicarlas, le asignaba diferentes rangos de importancia a los párrafos de los escritos enviados por los lectores. Sin pretender avanzar en el siempre dificultoso estudio de los públicos lectores empíricos, podemos aproximarnos a la construcción textual que hacía el diario de sus lectores modelos o ideales.[5] Si, como dijimos, partimos del supuesto de que el matutino seleccionaba sólo algunas cartas de todas las que recibía, se puede observar que la mayoría de los autores de las correspondencias eran hombres adultos, pertenecientes a los sectores medios urbanos que residían principalmente en la zona norte de la Ciudad de Buenos Aires o en los partidos bonaerenses más acomodados (los barrios más frecuentes eran, según detallaba La Nación, Recoleta, Retiro, San Isidro y Olivos). Sumado a esto, el diario subrayaba que los lectores que publicaban en el epistolario ejercían profesiones socialmente honorables y respetables (por ejemplo, eran médicos, ingenieros, abogados y escribanos). Cuando no se trataba de hombres que se denominaban a sí mismos como “padres de familias” o “jefes de hogar”, en menor medida escribían mujeres que se presentaban como “jóvenes cristianas”. También escribían personas que decían ser estudiantes y mostraban gran interés por temas de la coyuntura nacional.

Según puede observarse, los lectores del matutino estaban al tanto de las transformaciones que sucedían en 1981 a nivel político y cultural. Durante ese año, el diario comenzó a publicar una serie de cartas en las que los lectores expresaban sus preocupaciones, en un tono pesimista, acerca de una “crisis en el orden moral y espiritual” que caracterizaba a la vida nacional. Tal es así —aseguraban—, que más allá de la crisis económica que atravesaba al país, el problema argentino era “eminentemente político y [respondía] a causas del orden sociológico y de orden moral y espiritual”[6]. Las cartas pretendían ofrecer un diagnóstico social, cultural y político acerca de esa coyuntura tan particular que, desde el punto de vista de los autores, resultaba problemática para el despliegue de Argentina. Sumado a esto, los lectores manifestaban que el país estaba sumido en la confusión y en la incertidumbre sobre el futuro. Para ellos, La Nación era uno de los pocos lugares donde podían dar a conocer su opinión:

El gobierno pide al pueblo que apoye al Proceso y ello es cada vez más difícil cuando con impotencia asistimos a lo que está ocurriendo al cabo de cinco largos años de gobierno (…) Agreguemos la amargura de no tener (salvo medios como éste) la posibilidad de demostrar nuestra disconformidad.[7]

Al tiempo que los lectores afirmaban haber apoyado el golpe de Estado y su proyecto de reestructuración social, política y económica, mediante frases como “[la dictadura] es un túnel demasiado largo”[8] o “nuestra fe en el Gobierno sufrió un golpe de gracia sin precedentes”[9], expresaban estar vivenciando un absoluto estado de mediocridad. Frente a esta caracterización de la situación nacional, exigían que el gobierno establezca pautas concretas y urgentes para infundir en la población un mayor nivel de confianza que para ellos resultaba ausente:

Les pido a las Fuerzas Armadas: ya que no hay opción, que haya acción. Basta de discursos energéticos y frases armoniosas. A fijar políticas serias, idóneas, estables. Dirigidas por los más capaces. Y entonces sí saldremos de la mediocridad que nos rodea.[10]

Agradeceré la publicación de esta carta en la sección de cartas de lectores, tribuna de los diletantes como yo. (…) Hemos perdido bastante de la fe que inicialmente nos inspiró el Proceso, al que brindamos el más decidido y continuado apoyo. No son exageraciones periodísticas los juicios pesimistas; son en gran medida el pensamiento de muchos argentinos. (…) Elusivas, oscuras, contradictorias y sibilinas declaraciones de las más altas autoridades me han desorientado totalmente.[11]

Esta crisis moral y espiritual de la sociedad argentina encarnaba la expresión de un malestar generalizado y suponía, siguiendo a los lectores, un accionar incorrecto por parte del gobierno dictatorial con respecto a por lo menos dos cuestiones. El primer aspecto giraba en torno a una aparente insatisfacción con el programa político de la dictadura. Con respecto a esta cuestión, ellos demandaban reformulaciones que estén a la altura de la nueva coyuntura. En efecto, en 1981 el régimen mismo ya consideraba cerrada la etapa de la “lucha antisubversiva” y buscaba legitimarse a través de una refundación de las bases políticas (Quiroga, 2004). En segundo lugar, los lectores daban cuenta de una creciente exhibición de modos de vida que ellos consideran inapropiados y que estaban vinculados a las primeras expresiones del llamado “destape” cultural y sexual en los comienzos de la década del ochenta. En este sentido, opinaban que las autoridades parecían no estar haciendo nada para contener el despliegue de estas costumbres y, por ende, le exigían al gobierno un mayor endurecimiento del orden moral y un fortalecimiento de los mecanismos de censura. Como veremos en los siguientes apartados, los dos tipos de críticas —las vinculadas con temas políticos y aquellas referidos al destape—, sin embargo, no se traducían en una pérdida de apoyo al gobierno, sino que se configuraban al interior La Nación como un “disenso funcional”, es decir, como una estrategia que le permitía al matutino mostrarse abierto a las discusiones en torno a la representatividad y legitimidad del gobierno militar en un momento de reconfiguraciones políticas.

Entre la pérdida de fe en el gobierno y la redención política

En el período que nos ocupa, una de las críticas que le hacían los lectores de La Nación a las Fuerzas Armadas es la de no haber podido culminar la misión proclamada por el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional: “sanear las instituciones y crear las condiciones propicias al advenimiento de autoridades constitucionales estables”, escribían en las cartas.[12] A lo largo de 1981 el horizonte de un nuevo régimen político (con la Junta militar o sin ella) estaba a la orden del día pero, como puede advertirse, una de las quejas era que, en el momento en que ya se percibía la transición hacia otra forma de gobierno, las Fuerzas Armadas parecían no tener el protagonismo principal y mantenían una actitud de inmovilismo político. Por entonces, los partidos políticos habían puesto una no menor expectativa en los gestos aperturistas del Presidente Viola (Velázquez Ramírez, 2019). En ese contexto, el gobierno —siguiendo a los lectores— se encontraba asediado por los partidos políticos que pugnaban por la democratización institucional y que comenzaban a organizarse a través de la llamada Multipartidaria, compuesta por organizaciones partidarias mayoritarias (en aquel momento, la Unión Cívica Radical, el Partido Justicialista, el Partido Demócrata Cristiano, entre otros) y alineada con el lema de la jerarquía de la Iglesia católica: la reconciliación nacional.[13] En el Correo del periódico pueden encontrarse comentarios que deslegitimaban el accionar de los partidos políticos mediante la idea de que representaban una “figura repetida”:

No comparto la opinión de los que piden la proscripción de ciertos partidos, aunque me resulta muy difícil aceptar que aparezcan de nuevo en la escena política figuras repetidas que sumieron al país en una de sus peores crisis.[14]

Con esas palabras, un lector del diario de la familia Mitre expresaba seguir apoyando al gobierno, más que por una reivindicación íntegra, por la falta de otras opciones. Así, el régimen dictatorial era concebido como un mal menor y los partidos quedaban asociados a un pasado decadente, a una demagogia de larga data y, especialmente, a la cultura política dominante que la dictadura vino a poner coto. En 1981, los lectores escribían: “No puede aceptarse que convoquen a una organización multipartidaria los mismos dirigentes políticos culpables del caos sufrido por nuestra patria, que obligó a las Fuerzas Armadas a tomar el gobierno de la Nación en 1976. (…) Sólo al gobierno corresponde convocatorias”.[15] Desde esta perspectiva, la situación de crisis no había sido producida por el régimen militar sino por las organizaciones partidarias. Consecuentemente, señalaban a las Fuerzas Armadas que eran ellas y solo ellas las que debían tomar las riendas de la transición, sin entrar en disputa con otros sectores de la sociedad. En sus términos, legitimar el golpe de Estado y las diferentes formas que luego asumió la dictadura era dejar atrás un modo específico de hacer política. Sin abandonar su proyecto de refundación, a través de las cartas, los lectores le dejaban en claro al gobierno qué modelo de país no querían:

Esta carta no pretende fustigar a las Fuerzas Armadas. Al fin y al cabo, no han hecho otra cosa que continuar el descalabro iniciado hace 40 años en esta sufrida Argentina (…) En cambio, pretende apoyar a las Fuerzas Armadas en la enorme empresa que ellas y sólo ellas pueden llevar a cabo, ya que los sectores políticos están irremediablemente enfermos de demagogia.[16]

Pero el llamado de atención de los lectores al gobierno con respecto al relajamiento que se le estaba dando a la organización de los partidos no era el único. De igual modo, registraban un hiato entre el discurso del presidente Viola y su capacidad de concreción política. Esto es evidente para el caso del discurso presidencial sobre la juventud. Para los lectores, los jóvenes representaban un potencial capaz de modificar el estado de las cosas, una fuerza social que podía hacer que el país salga, de una vez por todas, de la “mediocridad” que los rodeaba, como por ejemplo planteaba el siguiente lector: “Propongo una gran convocatoria a la juventud, que si bien sumidas en la confusión y apatía, no es de ellas culpa ante la escasez de espejos en los que mirarse”.[17] Asimismo, en octubre de 1981, se publicó en las Cartas del diario una solicitada titulada “Participación de la juventud”. Allí, una larga lista de firmantes se autoproclaman como jóvenes que exigían su derecho de participar en el debate sobre los problemas que afectaban al país en tanto “miembros activos de la sociedad”.[18] Del mismo modo, asociaban la potencialidad de su participación en la esfera pública con un gesto democrático. En la carta puede leerse:

El silencio es signo de desunión; es contrario a la vida democrática. El mensaje presidencial nos habla de participación, de fuerza y de firmeza. (…) No quisiéramos ser ciudadanos ni dirigentes improvisados y con ese fin nos estamos preparando para conducir, integrar y realizar los grandes objetivos nacionales. Pero esta preparación, insistimos, no puede ser silenciosa.[19]

El mensaje al que referían se trataba del saludo que Viola dio en ocasión del Día del Estudiante, el 21 de septiembre de 1981. Allí, el entonces primer mandatario de facto señaló la importancia del espíritu libre y la vitalidad de los jóvenes en un momento de reconfiguración política, pero también celebró la actitud juvenil moderada: “sabemos que su compromiso con la nación es silencioso pero firme. [Los jóvenes] son como el balón, tranquilos y moderados. (…)”, decía Viola.[20] Bajo el argumento de que la incorporación de la juventud fundaría una estructura social más generosa, en aquel discurso el mandatario invitaba a los jóvenes a sumarse al proyecto de la Argentina como gran productora de energía y alimentos. Aunque discursivamente el mensaje del presidente se mostraba afín a la libertad de expresión y abierto a un continuo diálogo con este sector social, los jóvenes lectores encontraban una distancia entre sus palabras y su plan de gobierno.

Al mismo tiempo, los lectores de La Nación situaban el programa político del gobierno en un plano de “inmoralidad”. Lo que caracterizaban como una de las peores crisis de la historia argentina tenía fuertes connotaciones espirituales y religiosas: “esta es una hora que reclama la grandeza espiritual de los más capaces, en que no hay lugar para la apetencia mezquina de las ambiciones del poder”[21], escribían en la sección epistolar. Más particularmente, los asiduos lectores dejaban translucir en sus opiniones el diagnóstico social que por entonces sostenía buena parte del episcopado católico. En la mayoría de los casos, la crisis moral y espiritual era explicada en las cartas a partir de los documentos emanados por la Conferencia Episcopal Argentina, un heterogéneo órgano de obispos dentro de la Iglesia católica que hacia 1981 se manifestaba en contra de la pérdida de garantías constitucionales y velaba por el retorno del Estado de derecho. Frente a la coyuntura nacional, las prescripciones del catolicismo integral[22] encontraban resonancias en las correspondencias del diario: “como dijeron nuestros obispos en la Conferencia Episcopal Argentina —afirmaba un lector—, los problemas de la nación sólo podrán solucionarse cuando todas sus fuerzas se hayan unido y estén dirigidas hacia un objetivo común”.[23]

En el mismo sentido, en diciembre de ese año también podía leerse en una carta enviada al periódico: “la manifestación más evidente [de la crisis] es el estado de catástrofe en que está sumida nuestra economía. Pero ello es la parte visible del drama nacional, cuyas raíces más profundas tienen un claro origen ético y moral”.[24] Por entonces, como señala Bonnin (2010), el discurso episcopal se conformaba en torno a una “espiritualización de la política”, la cual daba un fundamento teológico a la democracia como nuevo orden político y, debido a eso, habilitaba a este sector católico a intervenir en el terreno de la política argentina. Siguiendo al autor, más allá de los diversos apoyos que muchos obispos católicos brindaron a las Fuerzas Armadas, en los primeros años de la década del ochenta los documentos de la Conferencia Episcopal Argentina comenzaron a distanciarse del repertorio simbólico militar, sobre todo a partir de Iglesia y Comunidad Nacional, publicado en junio de 1981.[25] Este documento, que contó con la aprobación no sólo de la Multipartidaria sino también de otros sectores que solicitaban el retorno de las instituciones democráticas (sindicatos, partidos políticos y organizaciones de Derechos Humanos), ubicaba a la Iglesia como garantía de democracia y argentinidad, al tiempo que proclamaba al cristianismo como la única posibilidad de sostener el lazo frente a una aparente disolución nacional (Bonnin, 2002). La clave interpretativa que explicaba el contexto político argentino en Iglesia y Comunidad Nacional tenía un lugar privilegiado en las cartas de nuestros lectores del diario:

Siempre critiqué la subversión, la corrupción y la demagogia. Ahora me he propuesto un cambio de actitud y comprometerme totalmente con mi país. (…) Una persona no es verdaderamente libre sino en un estado de derecho y es imperioso que gobernantes y gobernados estén subordinados a la Constitución. (…) Cabe remitirse al documento emanado de la Conferencia Episcopal Argentina como una lúcida respuesta al dilema que nos ocupa.[26]

Por otra parte, en el ejemplo anterior puede observarse una idea de compromiso indisoluble con el país, habitual en otras correspondencias enviadas a La Nación. El registro de estos “lectores comprometidos” consistía en hacerle saber al gobierno acerca de su decepción como ciudadanos que apoyaron el golpe de Estado. Frecuentemente, el discurso en torno al compromiso estaba acompañado de un necesario llamado a restablecer las garantías constitucionales, sin que esto implique un distanciamiento del máximo principio que enarboló la primera etapa del gobierno dictatorial (la “lucha antisubversiva”). En el mes de diciembre, escribía un lector:

Si tuvieron el coraje de enfrentar y derrotar al terrorismo que casi nos destruye, deben tener la valentía de erradicar la inmoralidad que nos corroe. (…) Si no se adoptan las medidas severas que el momento requiere, el derrumbe será total. (…) Tenemos la oportunidad –seguramente la última- de emprender un camino de grandeza cuyo punto de partida es el estricto cumplimiento del deber y de la ética y austeridad republicanas por parte de los soldados que tienen la responsabilidad de gobernarnos. Las Fuerzas Armadas, nuestras Fuerzas Armadas, no pueden defraudarnos.[27]

Como puede observarse, pese a las críticas que le hacían los lectores al gobierno, para finales de 1981 las cartas aún mostraban esperanzas puestas en las Fuerzas Armadas. En sus imaginarios, la continuidad de la dictadura significaba una salvación, o en todo caso, una última oportunidad de reestructurar las bases de la política argentina.

Una batalla contra la “era de la sensualidad”

Según los lectores del diario, otro aspecto de la crisis moral y espiritual que afectaba a los argentinos era la transformación de algunos fenómenos de la cultura de masas, específicamente vinculados a la vida cotidiana y a la sexualidad. Así, los impulsos aperturistas del gobierno de Viola en lo que respecta al campo cultural y las consecuentes primeras expresiones del destape sexual encontraron eco en la sección que aquí estudiamos. Como podía leerse en el Correo, los seguidores de La Nación establecían una división entre las conductas, actitudes y costumbres consideradas moralmente sanas y aquellas que eran rechazadas por el ethos cristiano y argentino al que decían pertenecer. Como parte de esta disputa moral, los lectores consideraban que llevar una vida alejada de los placeres sexuales garantizaba un destino próspero para la nación, pues funcionaba como contrapeso a la confusión que los argentinos estaban viviendo. Las nuevas generaciones —relataban— se fueron encontrando con falta de líderes que valieran la pena escuchar o seguir, o que estén alejados de ciertas “actividades no del todo liberadas de dudas al principio, y totalmente corruptas o deshonestas luego”.[28] Impregnados de un tono a la vez religioso y patriótico, los textos enviados al periódico daban cuenta de una aparente carencia de valores tradicionalistas y católicos en la cultura. Para revertir esta situación, allí también los lectores le reclamaban al gobierno un rol más activo:

Yo creo que hoy la Argentina necesita tratar de encontrar con el esfuerzo de todos (…) un núcleo de personas decentes y honestas y proponerlas para que el gobierno actual pueda (…) llamarlos a contribuir a afianzar este gran país, para que la conciencia de todos los que como yo aman a su patria a muerte sea liberada de reproches definitivamente.[29]

En ese marco, el 8 de julio de 1981 una solicitada titulada “Decadencia moral” abrió en la sección epistolar un energético debate sobre la moral sexual argentina. La carta llevaba la firma de numerosas chicas que se describían como jóvenes porteñas cristianas, quienes declaraban que su reflexión estaba dirigida a padres y adolescentes. En el texto denunciaban que el país estaba sufriendo un decaimiento moral, cuyo peligro era pervertir la “célula de la sociedad, que es la familia”.[30] Según ellas, las principales víctimas del temprano “destape” eran las mujeres y, en términos generales, los jóvenes. Debido a eso, exigían al gobierno que se hiciera cargo del asunto y pusiera más restricciones al creciente despliegue de conductas consideradas indebidas:

Nos encontramos en la “era de la sensualidad”; cada vez nos parecemos menos a la persona humana y más nos asemejamos a la condición animal. Progresamos en muchos campos, pero retrocedimos en el más trascendente: nuestra condición de cristianos y argentinos. (…) La censura en la TV y en el cine pareciera no tener vigencia ya. Ciertas series, películas, programas y hasta publicidad atentan contra la moral de la familia, de niños y mayores. (…) Pedimos a las autoridades que se adopten las medidas necesarias para que esto no ocurra más.[31]

En la carta, además de calificar como inmorales a ciertos contenidos emitidos en programas televisivos o filmes, las jóvenes denunciaban por igual a la pornografía como a determinados modos de vestir femeninos por corromper a la sociedad. Lo que denominaban “decadencia moral” estaba asociado a lo foráneo y, en última instancia, al comunismo:

La moda que nos imponen las grandes capitales europeas nos hace exhibirnos (…) con bastantes menos trapos que los necesarios. (…) En los lugares de diversión, siempre me exaltan los sentidos, dejando paso a la pornografía. (…) Un país con una sociedad corrupta y sin altos ideales, es presa fácil de potencias más fuertes. Esta técnica de prostituir la conducta ha sido el primer paso dado en otros países para implantar la ideología totalitaria marxista.[32]

Dos meses después de que las jóvenes porteñas se dieran a conocer a través del correo y expongan las obscenidades que consideraban atentaban contra la moral cristiana argentina, la solicitada aún generaba polémica en la sección del matutino. Su intervención estableció un juego epistolar intergeneracional entre los lectores y lectoras de La Nación (escribían tanto jóvenes como adultos) durante las siguientes tiradas. La primera respuesta que obtuvo “Decadencia moral” fue escrita, según aclara la misma carta, por el padre de Carolina, una de las firmantes de la carta colectiva. Bajo el título “La condición de la mujer”, el hombre contaba que, luego de la publicación del correo escrito por las jóvenes, todo el mundo le preguntaba si había leído la sección epistolar del diario:

Me dieron a leer Cartas de lectores y para mi sorpresa encontré a Carolina avalando con todas sus amigas una carta que yo no hubiera escrito mejor ni en forma tan cabal hubiera podido expresar su contenido. Muchos me felicitaron (como si fuera mío el mérito de la carta).[33]

La carta enumeraba las bondades del prototipo de mujeres que, como su hija, no se conformaban con el “camino fácil de la seducción y vivían cristianamente, cara a Dios”. En palabras del padre de Carolina, la formación cristiana de las mujeres se relacionaba con alcanzar la “verdadera felicidad” y también contribuía al espíritu de la patria. Asimismo, le adjudicaba una condición animal a todas aquellas exaltaciones del cuerpo femenino con las que no estaba de acuerdo. El estilo de la carta era similar al de los comunicados de padres de familia publicados en la revista católica Esquiú durante el temprano “destape”, en los que de igual modo se condenaba la “seudoliberación de los instintos humanos” (en rigor, femeninos) y cualquier otra expresión cultural que enalteciera el erotismo, el sexo o la violencia (Manzano, 2018). Durante la transición, la mayoría de los sectores de la jerarquía católica mostraron preocupación en torno al destape dado que, en sus términos, ponía en peligro a la cultura nacional y a la institución tradicional por excelencia: la familia. En el caso de las cartas de La Nación, la mirada del padre adulto no sólo autorizaba la voz de la joven, sino que se hacía cargo, orgullosamente, de la educación moral brindada a su hija. Refiriéndose a “Decadencia moral”, el hombre escribía:

Me imagino que vuestros padres tendrían la misma satisfacción, orgullosos como yo, de tener hijas que son “personas” que se rebelan contra la idea de que sólo se las considere con una visión animal, sensual, como cosas u objetos de placer. Mujeres (…) que no reniega de su atractivo femenino (…) sino que ordenan esa gracia que Dios les ha dado.[34]

Las jóvenes cristianas volvieron a escribir en Correo de lectores en el mes de septiembre una carta titulada “Caminos de la juventud”. Allí agradecieron la respuesta que obtuvieron y sumaron nuevas inquietudes sobre las nuevas generaciones de entonces. Esta vez, denunciaban que muchos jóvenes, por no contar con modelos sociales defendidos por la moral cristiana, tomaban senderos equivocados y pecaban al dejarse llevar por costumbres inapropiadas:

Nosotras somos adolescentes y, gracias a nuestros padres y a distintos medios, sabemos cómo vivir cristianamente en el mundo. (…) Pero en la universidad, en el trabajo, en la calle, nos encontramos a diario con gentes de nuestra misma edad que no tienen nuestra misma forma de vida (…), que en algunos casos terminan tomando un mal camino: drogas, anticonceptivos, alcohol, y en algunos casos hasta el suicidio.[35]

Seguidamente, en el mes de octubre y a modo de réplica a la última carta de las chicas, otro autodenominado grupo de “jóvenes de 18 a 30 años” publicó en la sección epistolar una solicitada que brindaba un panorama desesperanzado sobre los jóvenes argentinos de entonces y le pedía al Estado refuerzos para garantizar el orden social. A partir de esta carta se puede interpretar que los jóvenes seguidores del diario alertaban sobre las expresiones del destape por temor a que las mismas debiliten su potencial renovador. Es decir, ellos mismos se ubicaban en un plano de fuerza y de esperanza y se jactaban de ser imprescindibles para atenuar esta nueva realidad argentina aparentemente desenfrenada. Los reclamos que instaban a contener el “permisivismo moral” no estaban dirigidos sólo al gobierno; otras instituciones como la escuela, la Iglesia y la propia familia, según los jóvenes lectores, eran las encargadas de infundir mayor claridad en su generación:

Una carta de lectores escrita por un grupo de chicas hablaba de la decadencia moral. Esto nos hizo pensar: ¿qué pasa con la juventud de hoy? Necesitamos la ayuda de nuestra familia, de la escuela, de nuestros gobernantes y de Dios. (…) Busquemos una conciencia verdadera y recta; entonces tendremos criterios que nos permitan ir hacia la perfección humana y espiritual.[36]

La campaña moralizante que emprendió la Iglesia católica durante la etapa final de la dictadura se basó de una concepción de la cultura vinculada íntegramente a lo religioso y a la cuestión nacional, y tuvo como interlocutores principales a los jóvenes (Fabris, 2012). Tal es así, que uno de los documentos emitidos por la Conferencia Episcopal Argentina en 1981 manifestaba las ansias de querer llegar a toda la juventud argentina, por su capacidad para construir el mundo del futuro pero también “para que en el presente tome conciencia y se responsabilice del papel que Dios le asigna en la iglesia y en la patria”.[37] Basándose en estas coordenadas, los lectores delimitaban formas de la industria del espectáculo naturalmente “sanas” de aquellas que corrompían la moral sagrada. Por ejemplo, algunos autores de las cartas argumentaban que el fútbol (a diferencia, supongamos, del cine que consideraban chabacano) era un “sano esparcimiento” porque podía ser disfrutado en el ámbito hogareño y, al tratarse de una costumbre que no ponía en riesgo la moral familiar y sexual cristiana, le reclamaban al gobierno que amplíe las posibilidades de acceso a este bien cultural.[38] Asimismo, en una carta titulada “Cinematografía torpe”, un lector de La Nación abría un debate sobre las políticas culturales del gobierno y criticaba el “mal cine dañino, torpe y grotesco”, refiriéndose a las películas subidas de tono o a aquellas que aparentemente tenían connotaciones sexuales. En palabras de los lectores, este tipo de contenidos eran considerados de mal gusto porque ofendían la gracia de Dios. Debido a ello, le solicitaban a las Fuerzas Armadas que revisen su política de censura y pusiesen mayor atención a la diseminación de contenidos culturales propios del destape, que según ellos ponían en riesgo a parte de la población argentina que quería vivir dignamente:

Pareciera que el arte tiene que ser pornografía, que la gente necesitara del cine desvergonzado para divertirse. (…) Gracias a Dios, hoy queda mucho público normal que va al cine para distraerse sanamente ya que hay muchísimos temas de interés para el espíritu y la sana expansión. Pido (…) a las autoridades más empeño y severidad en la censura. Un pueblo como el nuestro (…) debe tener su censura para los comerciantes de la bajeza y para salvaguardar los ideales de una comunidad que quiere vivir en paz, con nobleza moral y dignidad.[39]

No es un dato menor que para entonces, desde 1978, el recambio de Miguel Paulino Tato por Octavio Getino en la dirección del Ente de Calificación Cinematográfica había alarmado a los sectores de la sociedad que tenían posiciones más bien conservadoras. Como sostiene Manzano (2018), a comienzos de los ochenta la jerarquía eclesiástica y otras variadas voces católicas se nutrían de interpretaciones del “destape” español y vinculaban sus temores y expectativas con el proceso de apertura política, cultural y sexual (aún limitado) que estaba aconteciendo en Argentina. Siguiendo a la autora, muchos católicos asumían que el destape era un fenómeno que había venido para quedarse y, debido a eso, extendían abiertamente sus dudas acerca de los límites de la libertad de expresión. En ese sentido, las críticas que los lectores de La Nación hacían a las autoridades durante la dictadura no eran un fenómeno aislado, sino que formaban parte de un conjunto más amplio de disensos por parte de sectores que, desde el momento del golpe, habían sido importantes puntos de apoyo a las proclamas castrenses.

Conclusiones

En este trabajo nos concentramos en describir el contenido de las cartas de lectores publicadas en La Nación durante el año 1981 y, más precisamente, en comprenderlas en el marco de sus condiciones de producción, es decir, la especial coyuntura política y cultural de la transición. Una de las principales motivaciones radicó en diferenciar los sitios de enunciación al interior del diario. Así, partimos del supuesto de que un periódico es un órgano de prensa que, si bien posee determinada línea editorial no ajena al conjunto de las posiciones informadas en sus publicaciones, es sobre todo un espacio misceláneo de discursos en donde convergen visiones no necesariamente homogéneas con la postura editorial. Así, la aproximación al matutino por medio de la estrategia de observar nuevas zonas del periódico desvinculadas de los editoriales nos permitió complejizar las interpretaciones que sobredimensionan el apoyo al régimen dictatorial por parte del diario como si este se tratara de una pieza completamente unívoca y no de un objeto cultural complejo, compuesto por diversas capas de sentido. Desde esta perspectiva, cada sección puede ser entendida a partir de su relativa autonomía, sus múltiples posicionamientos y reposicionamientos que no siempre respondieron estrictamente a las decisiones editoriales.

En relación a lo anterior, las “Cartas de lectores” nos permiten observar que, para 1981, existía al interior del diario lugar para la crítica a la dictadura. Esto nos permite sostener que La Nación participaba activamente, al menos en el período aquí estudiado, en la producción de un espacio para el debate público acerca de los miedos y esperanzas de ciertos sectores de la sociedad que traían aparejados la apertura político-cultural. En las correspondencias enviadas al epistolario puede observarse que las críticas a diferentes dimensiones de la dictadura, lejos de ser secundarias, adquirieron un importante peso en 1981. En ese marco, los lectores planteaban, desde sus mundos de sentidos, que no encontraban otros espacios en los medios de comunicación para manifestar su estado de alerta frente al inconformismo político y la creciente erotización de la cultura en los comienzos de la década del ochenta. Estos dos aspectos de disenso se encontraban entrelazados en el discurso de los lectores a partir de lo que denominaron “crisis moral” de la vida nacional. Pero dicha crisis, más que exigir una marcha atrás de las medidas tomadas por el régimen dictatorial, implicaba la necesidad de un reforzamiento del orden y de los principios enarbolados por las Fuerzas Armadas al autoproclamarse gobierno en 1976. Este punto de llegada nos permite plantear algunas de las siguientes conclusiones.

En primer lugar, el tipo singular de crítica de las cartas de lectores de La Nación se basaba en un inconformismo por la autosuficiencia y funcionaba al interior del diario como un “disenso interno”. Esto quiere decir que la sección permitía un distanciamiento con las Fuerzas Armadas, pero porque previamente existía un consenso entre los lectores y el régimen basado en el supuesto de que la Junta militar había tomado el poder, necesariamente, para garantizar cierto orden social. Al verse este proyecto de refundación trunco (más allá de lo económico), los seguidores del diario comenzaron a criticar al gobierno desde su postura de simpatizantes desilusionados. Tal proposición nos habilita a pensar la posibilidad de que la crítica en períodos autoritarios pueda ser también un modo de refuerzo del poder. El sentimiento de apatía, insatisfacción y confusión que expresaban no era un discurso opositor, sino que mostraba una distancia entre lo esperado por los lectores y el viraje que finalmente la dictadura tuvo.

En segundo lugar, la indagación de las Cartas nos permitió comprender que, si existían diferencias al interior de La Nación y el diario no tenía entonces posturas del todo coincidentes con respecto a la dictadura, esto era también porque el régimen militar mismo no era un cuerpo homogéneo a la hora de construir su propia representatividad y legitimidad política. Como ha sido señalado por la historiografía, existían conflictos entre e intra las Fuerzas Armadas que nos alejan de las interpretaciones que ven a la dictadura como un poder monolítico. Del mismo modo, la dictadura no se caracterizó por tener una temporalidad lineal, sino que tuvo diferentes etapas más allá de la periodización institucional 1976-1983. En relación a lo último, la enmarcación de nuestro problema de investigación en el año 1981 nos brindó algunos datos más concretos acerca de cuáles eran los procesos activos, a nivel político y cultural, que llevaron al desenlace de la dictadura en los primeros años de la década.

Por último, estudiamos cómo La Nación y sus lectores construyeron bi-direccionalmente sentidos comunes acerca del destape cultural, político y sexual argentino. En otras palabras, es probable que la cristalización del modelo familiar, heterosexual y cristiano presente en las cartas brinde una pauta importante de quiénes eran efectivamente los lectores del diario, pero a la vez la selección de correspondencias y autores que realizaba el matutino indica la construcción de su público ideal. A partir de una noción homogeneizadora de cultura, conectada con una proyección religiosa que realzaba el ideal a la vez familiar, espiritual y nacional, los lectores rechazaron cualquier tipo de expresión cultural que se alejara de sus parámetros de “normalidad”. Así, los desencantados de la dictadura reclamaron mayores controles que evitaran el “permisivismo moral”, poniendo el foco de atención en las mujeres y los jóvenes. La batalla contra el destape, en sus términos, debía darse desde el Estado pero esta acción debía ser acompañada también por otras instituciones de la sociedad civil. Así, el diagnóstico que los lectores hicieron en torno a esta cuestión puso de relieve los límites que encontró la política cultural aperturista de la dictadura durante el gobierno de Viola. La dimensión de la disputa moral en las cartas puede ser entendida también como un espacio de debate que habilitó el periódico sobre las cuestiones primordiales del proceso de construcción de un nuevo orden político a principios de los ochenta.

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Notas

[1] En este sentido, la hipótesis dialoga con la investigación de Burkart (2019) sobre la revista Humor. Allí, la autora cuestiona la mirada dicotómica y esencialista que entiende a las industrias culturales meramente como productoras de consensos (si se trata, por caso, de un medio de comunicación masivo) o resistencias (cuando se trata de un medio underground). En su lugar, Burkart pone de manifiesto las condiciones de emergencia y consolidación de Humor y enfatiza la ambigüedad de los límites de lo decible en el período de la última dictadura.
[2] La tarea de relevamiento de las fuentes se llevó a cabo íntegramente en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Las correspondencias que quedaron por fuera de esta investigación referían a demandas más concretas y de corto plazo sobre cuestiones que afectaban la vida urbana, tales como reclamos por arreglos en avenidas de la ciudad o solicitudes de reparaciones telefónicas a la empresa ENTel.
[3] Me refiero a los estudios clásicos de la llamada “transitología”, que alientan a interpretaciones dicotomizantes entre “democracia” y “dictadura” a partir de conceptos como “transición a la democracia”. Alguno de los ejemplos de este enfoque para el caso de las transiciones en el Cono Sur de América Latina y, específicamente para el caso argentino, son Lechner, N. (1984) y O´Donnell, G; Schmitter, P. y Whitehead, L. (1988). Para una revisión crítica véase Franco (2018).
[4] Un ejemplo concreto del afán periodístico modernizador de La Nación es la temprana contratación de Havas, la primera agencia de noticias europea, en 1877. Adicionalmente, para la misma época cabe destacar la primera incorporación de corresponsalías internacionales en París y Washington, a cargo de Emilio Castelar y José Martí, respectivamente.
[5] En lo que respecta a la emergencia de la historia de la lectura como campo de investigación, pueden mencionarse los trabajos pioneros de Chartier (1993) y Darnton (2008). Ambos autores han sentado las bases teórico-metodológicas para estudiar las modalidades que asumió la práctica de la lectura en diferentes momentos históricos y han advertido sobre la imposibilidad de conocer cabalmente la experiencia interna y empírica de los lectores. Sumado a esto, Eco (1993) ha señalado que todo texto (incluida la prensa escrita) es actualizado por su autor, en tanto construye y provee un potencial “Lector Modelo”, asignándole determinadas competencias y contenidos. Así, el Lector Modelo no tiene arraigo empírico, sino que responde a múltiples decisiones textuales (la elección de una lengua, de un determinado patrimonio léxico y estilístico, etc.). En ese sentido, puede pensarse que La Nación construía e instituía a su Lector Modelo en la sección epistolar, asignándole determinadas competencias y cierto estatus social.
[6] Impresión desde EE.UU. (1981, septiembre 11). La Nación: Cartas de lectores.
[7] Apoyo al proceso. (1981, julio 6). La Nación: Cartas de lectores.
[8] Salir de la mediocridad. (1981, julio 3). La Nación: Cartas de lectores.
[9] Apoyo al proceso. (1981, julio 6). La Nación: Cartas de lectores.
[10] Salir de la mediocridad. (1981, julio 3). La Nación: Cartas de lectores.
[11] Ejercicio de disentir. (1981, noviembre 6). La Nación: Cartas de lectores.
[12] Convocatoria multipartidaria. (1981, agosto 5). La Nación: Cartas de lectores.
[13] Los vínculos entre la Multipartidaria y la Iglesia católica no se dieron sólo en un plano discursivo. El recién surgido agrupamiento político no sólo se inspiró en el documento eclesiástico Iglesia y comunidad nacional (1981), sino que además frecuentó varias reuniones con una comisión episcopal (Fabris, 2012).
[14] Impresión desde los EE.UU. (1981, septiembre 11). La Nación: Cartas de lectores.
[15] Ibídem.
[16] En la peor crisis. (1981, diciembre 19). La Nación: Cartas de lectores.
[17] Impresión desde los EE.UU. (1981, septiembre 11). La Nación: Cartas de lectores.
[18] Participación de la juventud. (1981, octubre 18). La Nación: Cartas de lectores.
[19] Ibídem.
[20] “Mensaje a la juventud argentina. Saludo del presidente de facto Roberto Eduardo Viola”, 21 de septiembre de 1981. SEDICI, Repositorio Institucional de la Universidad Nacional de La Plata, Colección Dictadura Militar.
[21] En la peor crisis. (1981, diciembre 19). La Nación: Cartas de lectores.
[22] Para el caso argentino, la acepción “catolicismo integral” refiere al fortalecimiento de los vínculos entre poder político, poder religioso y poder militar desde la década de 1930 hasta la última dictadura militar. Este proceso se caracterizó por una progresiva catolización de las fuerzas armadas y una militarización de la sociedad, y surgió del enfrentamiento del movimiento católico con las formas seculares de la modernidad. En este período, el catolicismo argentino adquirió una dimensión popular tal que penetró todos los aspectos de la vida pública, de allí su carácter integral (Mallimaci, 1997).
[23] Participación de la juventud. (1981, octubre 18). La Nación: Cartas de lectores.
[24] En la peor crisis. (1981, diciembre 19). La Nación: Cartas de lectores
[25] En rigor, siguiendo al autor, pese a que en Iglesia y Comunidad Nacional el Estado aparecía como “excedido”, este distanciamiento con las Fuerzas Armadas no implicó una condena a la represión estatal ni tampoco derivó en un pedido de juzgamiento a los responsables. Tal como puede observarse en el documento, para 1981 la Conferencia Episcopal Argentina sostenía que los desaparecidos eran guerrilleros y que la justicia debía ocuparse de los detenidos sin condena y, en todo caso, de los familiares de los desaparecidos.
[26] Impresión desde EE.UU. (1981, septiembre 11). La Nación: Cartas de lectores.
[27] En la peor crisis. (1981, diciembre 19). La Nación: Cartas de lectores.
[28] De la crisis de los valores humanos. (1981, agosto 2). La Nación: Cartas de lectores.
[29] Ibídem.
[30] Decadencia moral. (1981, julio 8). La Nación: Cartas de lectores.
[31] Ibídem.
[32] Ibídem.
[33] La condición de la mujer. (1981, agosto 30). La Nación: Cartas de lectores.
[34] Ibídem.
[35] Caminos de la juventud. (1981, septiembre 8). La Nación: Cartas de lectores.
[36] Ibídem.
[37] Documento de la Conferencia Episcopal Argentina: La evangelización de la juventud. San Miguel, 8 de mayo de 1891, Festival de Nuestra Señora de Luján.
[38] Entradas y fútbol. (1981, octubre 13). La Nación: Cartas de lectores.
[39] Cinematografía torpe. (1982, enero 26). La Nación: Cartas de lectores.
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