Artículo
Dos usos de Gramsci en la Argentina, los casos de José María Aricó y Horacio González
Two uses of Gramsci in Argentina, the cases of José María Aricó and Horacio González
Dos usos de Gramsci en la Argentina, los casos de José María Aricó y Horacio González
e-l@tina. Revista electrónica de estudios latinoamericanos, vol. 20, núm. 77, 2021
Universidad de Buenos Aires
Recepción: 10 Septiembre 2020
Aprobación: 05 Octubre 2020
Resumen: El presente artículo tiene como objetivo contrastar dos usos de Gramsci en la Argentina de los años sesenta-setenta: el uso de José María Aricó y el uso de Horacio González. El concepto gramsciano de traducción nos servirá como clave de lectura de esas dos apropiaciones del marxista sardo. Nuestra hipótesis es que estas apropiaciones son representativas de dos formas de trabajar con la herencia gramsciana: desde el marxismo crítico en el primer caso, desde el peronismo en el segundo. En ambos casos, aunque desde perspectivas diferentes, la cuestión nacional-popular va a ser considerada como el aporte central de Gramsci para la teoría social crítica y para la elaboración de un pensamiento político estratégico.
Palabras clave: Gramsci, traducción, marxismo, peronismo, cuestión nacional-popular.
Abstract: This article aims to contrast two uses of Gramsci in Argentina in the 1960s- 1970s: the use of José María Aricó and the use of Horacio González. The Gramscian concept of translation will serve as a key to reading these two appropriations of the Sardinian Marxist. Our hypothesis is that these appropriations are representative of two ways of working with the Gramscian heritage: from critical Marxism in the first case, from Peronism in the second. In both cases, although from different perspectives, the national-popular question will be considered as Gramsci's central contribution to social critical theory and the development of strategic political thought.
Keywords: Gramsci, translation, Marxism, Peronism, Nacional popular-question.
A modo de introducción
Decía Aricó en las Nueve lecciones de economía y política en el marxismo que “todos somos un poco gramscianos sin necesidad de haber leído a Gramsci” (Aricó, 2012: 252). Afirmación particularmente aplicable a la Argentina, donde las elaboraciones del marxista italiano rebasan el campo intelectual y forman parte de nuestra cultura política. Sus usos, que comienzan en Argentina en la década del cincuenta, tienen en la década del ochenta una explosión sin igual.
Sobre este tema, se ha vuelto canónica la historización que realiza Aricó (2014) en su libro La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en América Latina. El cordobés se refiere, grosso modo, a tres usos de Gramsci por parte del “grupo” que da origen a la revista Pasado y Presente (de ahora en más PyP), grupo que después será identificado bajo el mote de “los gramscianos argentinos” (Crespo, 2001; Burgos, 2004). Primero, el “Gramsci de la voluntad nacional popular” en los sesenta, para pensar el fenómeno del peronismo; segundo, el “Gramsci consejista” en los setenta, para comprender las formas de autoorganización de la clase obrera y del sindicalismo combativo; tercero, el “Gramsci de la hegemonía” a fines de los setenta y durante los ochenta, para abordar, más allá de la tradición marxista-leninista y en un contexto marcado por la derrota de los movimientos populares y guerrilleros, los procesos de subjetivación política de las clases subalternas y los lazos orgánicos entre democracia y socialismo (Aricó, 2014: 78-80).
Pero además del grupo de PyP, en su mayoría de tradición comunista –cabe recordar que el núcleo fundador de la revista va a ser expulsado del Partido Comunista Argentino (PCA) con la publicación del primer número, en 1963– otro grupo de intelectuales, en este caso, de filiación peronista, se propusieron recuperar el corpus teórico-político gramsciano con el objetivo de pensar el problema de la conformación de una voluntad colectiva nacional-popular y la estrategia revolucionaria a principios de los setenta, cuando la vuelta de Perón era cada vez más inminente.
Tal es el caso de Horacio González, quien en marzo de 1972 edita bajo el sello editorial “Puente Alsina” el libro El príncipe moderno y la voluntad nacional popular del cual escribe el prólogo, titulado provocativamente “Para nosotros, Antonio Gramsci”. Se trataba de una edición recortada de Notas sobre Maquiavelo, la política y el estado moderno de Gramsci, libro que había sido traducido y prologado por Aricó en 1962. Horacio González mantenía –sin decirlo– la traducción de Aricó, pero al mismo tiempo disputaba, a través del prólogo, la interpretación que éste hacía del pensamiento gramsciano. Quizás por ello –no lo sabemos– Aricó no nombra este uso “peronista” de Gramsci en La cola del diablo.
Nos interesa, en el presente trabajo, contrastar, siguiendo la expresión del ya canónico libro de Juan Carlos Portantiero (1981), estos dos “usos” de Gramsci a partir de un análisis discursivo de los prólogos de aquellos dos libros en cuestión. Consideramos que tal estudio puede aportar a visibilizar otras lecturas de Gramsci más allá de la realizada por Aricó y los nombres del grupo PyP. Se trata de un tema sobre el cual Raúl Burgos ha realizado un acercamiento lateral en su estudio comparativo entre las cátedras nacionales y cátedras marxistas, contraponiendo las visiones de González y Portantiero sobre la herencia gramsciana (Burgos, 2004: 179). Asimismo, encontramos trabajos recientes sobre los primeros usos de Gramsci de Horacio González en el marco de las “Cátedras Nacionales” (1968- 1971) y la revista Envido (1970- 1973) (Gómez, 2016). No obstante, no hallamos un estudio comparativo entre los usos de Aricó y González.
Cabe destacar que si bien media entre ambos prólogos una década cargada de acontecimientos internacionales y nacionales, no obstante, entendemos ambos son representativos de dos maneras diferentes de trabajar con la obra de Gramsci: desde el marxismo crítico en el caso de Aricó, desde el peronismo en el segundo. Más allá de esa diferencia, se encuentran en un punto fundamental, en tanto consideran que el concepto de “voluntad nacional-popular”, y el concepto de hegemonía a él vinculado, constituye el aporte central de Gramsci para una teoría social crítica y para la elaboración de una estrategia política revolucionaria.
Claves de lectura
El marco de lectura a partir del cual vamos a llevar adelante la presente comparación se centra en la categoría gramsciana de traducción. Ésta se refiere al ejercicio de trazar equivalencias entre diferentes lenguajes científicos, filosóficos, políticos e históricos, ejercicio posibilitado por la existencia de un “fondo común” entre los lenguajes (Gramsci, 2013: 100-106; Aricó, 2014: 114-115; Zarowsky, 2013). Martín Cortés (2015) ha profundizado en los alcances filosóficos de esta categoría como clave de lectura de la labor intelectual de Aricó. El autor entiende las prácticas de escritura y edición del cordobés como ejercicios de traducción del marxismo desde América Latina, ejercicios que son a su vez de “producción de un marxismo latinoamericano”. La traducción implica un trabajo de contextualización-descontextualización-recontextualización sobre los conceptos con el fin de evitar toda universalización abstracta y garantizar su aplicabilidad a nuevas realidades (Cortés, 2015: 30-35). Así, frente a la concepción del marxismo como filosofía de la historia y como esquema abstracto de interpretación de la realidad, la traducción se convierte en una herramienta fundamental para elaborar un marxismo crítico adecuado y atento a las singularidades nacionales.
Interesa extender esta clave de lectura al trabajo de escritura y edición realizado por González en el libro que estamos analizando. Si bien el autor no se identifica dentro de la tradición marxista, su labor intelectual puede entenderse como un ejercicio de descomposición y recomposición de teorías, ideas y reflexiones con el objetivo de hacerlas incidir en la cultura nacional-popular argentina. El mismo González concibe su propia práctica intelectual como una forma de traducción gramsciana a la que le adhiere también una dimensión benjaminiana: la escritura como un montaje de imágenes del pasado que irrumpen en el presente y hacen estallar el continuum del tiempo histórico de los vencedores (González, 2017). Para González, “Traducir es un deslizarse del pensar sobre sí mismo, examinando sus imposibilidades y formas de oscilación”, “es crear una vida nueva y entrar de inmediato en una singular agonía” (González, 2017: 13). Porque nada es del todo traducible, porque en el mismo acto de traducir se trastoca la materia original, la traducción es una búsqueda inacabable.
Por otra parte, retomamos en el presente trabajo la concepción materialista del discurso de Eliseo Verón, para quien el proceso de producción de un discurso –entendido siempre como práctica social– es “el nombre del conjunto de huellas que las condiciones de producción textuales y extratextuales han dejado en lo textual bajo la forma de operaciones discursivas” (Verón, 1993: 18). El autor establece una diferencia entre dos gramáticas –nunca idénticas y siempre en desfase– de las cuales depende el funcionamiento de todo discurso: las “gramáticas de producción” y las “gramáticas de reconocimiento”. En el medio se sitúa el concepto de circulación, proceso a través del cual el sistema de relaciones entre condiciones de producción y condiciones de recepción es, a su vez, “producido socialmente” (Verón, 1993: 21). Nos proponemos, en este sentido, realizar una lectura textual y en producción de los prólogos en cuestión, intentando destacar aquellas huellas que, como marcas de los acontecimientos históricos y preocupaciones insistentes, hacen trazo a lo largo de estos escritos.
Los Cuadernos de la Cárcel de Gramsci: de Italia a la Argentina ida y vuelta
Antes de comenzar a analizar los prólogos en cuestión, cabe realizar una breve consideración sobre los primeros usos de Gramsci en Italia y la Argentina. En su visita en 2017 a la Biblioteca Mayor de la Universidad Nacional de Córdoba el filósofo italiano Fabio Frosini dijo que Gramsci había sido trabajado seriamente por primera vez en Córdoba antes que en Italia (Delupi, 2020: 13). Más allá de lo cuestionable de esta provocativa afirmación, la pregunta que queremos hacernos es: ¿cómo se leyó a Gramsci en un principio en Italia y en la Argentina, particularmente en Córdoba, territorio de disputa entre conservadores y revolucionarios?
En la Italia de la segunda posguerra (1947-1951), los Cuadernos de la Cárcel de Gramsci van a ser editados y organizados en clave temática por iniciativa y supervisión de Palmiro Togliatti –por entonces dirigente del Partido Comunista Italiano (PCI) y compañero de militancia del marxista sardo– con la intención de dar un marco teórico acorde a la política del partido.[1] Las referencias críticas de Gramsci al bloque soviético fueron censuradas y la importancia que daba el marxista sardo a la articulación entre lucha social por el autogobierno obrero en la fábrica y lucha parlamentaria fueron muchas veces minimizadas en favor de esta última. Si echamos una mirada al contexto internacional marcado por el inicio de la guerra fría, con la URSS estalinista como polo de atracción de los partidos comunistas del mundo, como así también al contexto nacional de crecimiento de la influencia social y electoral del PCI, se comprenden las razones de dichas operaciones interpretativas sobre el corpus textual gramsciano.
Cabe destacar que la Argentina es el primer lugar, fuera de Italia, donde se traduce a Gramsci: las Cartas de la Cárcel fueron traducidas por Gregorio Bermann y publicadas en 1950 bajo la editorial Lautaro, del PCA. Por otra parte, Héctor Agosti, por ese entonces secretario de cultura del PCA, emprende en su libro Echeverría (1951) el primer uso de Gramsci para comprender el proceso de construcción del Estado nacional argentino, proceso que caracteriza como “revolución mancata”, como “revolución interrumpida”, tal como Gramsci concibe la unificación nacional-estatal de Italia durante el ressurgimento (Aricó, 2014: 49-64). Como plantea Alexia Massholder (2011), este y otros trabajos de Agosti fueron pioneros e influyeron en los jóvenes cordobeses que luego continuaron con el legado de Gramsci. En efecto, Agosti dirige las iniciativas de traducción y edición de los Cuadernos de la Cárcel (siguiendo la edición temática de Togliatti). Así, en 1958 se publica en la editorial Lautaro, bajo la traducción de Isidoro Flaumbaum, El materialismo histórico y la filosofía de Benedeto Croce y en 1960 se publica Los intelectuales y la organización de la cultura. En 1961 Aricó traduce Literatura y vida nacional, con prólogo de Agosti, y en 1962, traduce Notas sobre Maquiavelo, la política y el estado moderno, con prólogo y notas del mismo Aricó.
Podríamos decir que esta “primera etapa comunista” de las traducciones y usos de Gramsci se cierra con el primer número de la revista de PyP, publicada en Córdoba en abril de 1963.[2] Iniciativa de Aricó, del Barco, Schmucler, Portantiero y otros jóvenes intelectuales en su mayoría provenientes del PCA, PyP se proponía renovar la cultura de izquierda argentina para contribuir a la superación del desencuentro entre la tradición marxista y la clase obrera, mayoritariamente identificada con el peronismo (Delupi y Patriglia, 2020). ¿Cómo hacer del marxismo parte fundante de la reforma intelectual y moral necesaria para la construcción de una voluntad colectiva nacional-popular? Esta pregunta gramsciana, que recorre como un hilo rojo toda la trayectoria de la revista, ya se encontraba presente en el prólogo escrito un año antes por Aricó para las Notas sobre Maquiavelo, la política y el Estado moderno.
El prólogo de Aricó
Podemos analizar este escrito de Aricó a partir de tres operaciones de lectura –de traducción, en términos gramscianos– centrales que realiza el cordobés. La primera es la interpretación de la obra Gramsci –que va a ser leída en términos de grandes continuidades antes que rupturas– como algo inseparable de su vida, de su experiencia militante y de la cambiante realidad italiana. Y es que “Gramsci fue ante todo un político práctico” (Aricó, 1975: 7). Realizar un recorrido del desarrollo del pensamiento de Gramsci resulta entonces central para no hacer de sus elaboraciones un esquema abstracto de interpretación de la realidad.
Aricó destaca los escritos de Gramsci para Il grido di popolo, donde éste da cuenta ya de su visión de la historia como “desarrollo dialéctico” (Aricó, 1975: 12). Refiere también a la experiencia militante de Gramsci en el seno del Partido Socialista Italiano durante el bienio-rojo turinés (1919-1921), momento en que éste escribe en L´Ordine Nuovo en un declarado intento por traducir la experiencia de la revolución rusa a la Italia de su época. Los Consejos de Fábrica de Turín constituyen como los soviets rusos una forma organizativa que se basa en la unidad de producción –diferente de los sindicatos, donde los trabajadores son asalariados esclavos del capital y también de los partidos. “Este nuevo tipo de organización, desarrollándose, articulandose, enriqueciéndose con funciones ordenadas jerárquicamente constituye la estructura del Estado socialista, el instrumento de la dictadura proletaria en el campo de la producción industrial” (Aricó, 1975: 12).
Asimismo, Aricó se refiere a dos textos centrales del Gramsci militante del Partido Comunista, escritos en el marco del ascenso del fascismo mussoliniano. Por una parte, las Tesis para el III Congreso del P.C.I. (1926), en las que Gramsci plantea la necesidad de que el partido se ponga a la cabeza de la movilización obrera como su expresión activa y operante. Por otra parte, Aricó se refiere al ensayo inconcluso de Gramsci Alcuni temi della questione meridionale (1926), en el cual “las tareas presentes del proletariado están planteadas en función del conjunto de los problemas no resueltos históricamente por la burguesía” (Aricó, 1975: 14). Este problema es el de la ausencia de una unificación nacional italiana, el de la presencia de dos polos asimétricamente relacionados: el sur como “colonia interior” y el norte hegemonizado por la burguesía industrial que explota al campesinado pobre del Mezzogiorno. La cuestión campesina debe ser comprendida en toda complejidad histórica, porque el proletariado no puede ejercer la hegemonía sin hacer suyas las reivindicaciones del campesinado, la clase mayoritaria.
Finalmente, Aricó hace referencia a la escritura carcelaria de Gramsci (1926-1937), particularmente al libro que está prologando, en el cual el marxista sardo desarrolla el concepto de hegemonía a partir de las ideas vertidas en su ensayo sobre la cuestión meridional. Destaca, asimismo, el contexto internacional en que Gramsci escribe Los Cuadernos: derrota de la ola expansiva de la revolución de octubre, triunfo del fascismo en Italia y del nazismo en Alemania, aparición del capitalismo fordista y apertura de una nueva etapa imperialista de relativa estabilización. “Etapa que Gramsci caracterizó, utilizando una imagen del arte militar, como pasaje de la ˂guerra de maniobra˃ a la ˂guerra de posición˃” (Aricó, 1975: 14). Gramsci sigue, en este sentido, la directiva de Lenin de pasar del ataque frontal al asedio, lo que para los partidos comunistas del mundo significaba asumir la táctica del “frente único” con los socialistas, planteada en el III Congreso de la Internacional Comunista en 1921.
La segunda operación de lectura de Aricó tiene que ver con acentuar la concepción del marxismo de Gramsci como filosofía de la praxis. Recupera, en este sentido, la conocida tesis once sobre Feuerbach según la cual el marxismo no es sólo interpretación sino también intento de transformación del mundo. Contra el determinismo fatalista y el positivismo de la socialdemocracia europea, el marxismo de Gramsci –plantea Aricó– es “concepción del mundo que se expresa en la política y se hace historia”. El marxismo como “humanismo integral”, como filosofía que pretende realizar el “hombre total”, es decir, recuperar la unidad entre esencia y existencia que se ve escindida por las diferentes formas de alienación (Aricó, 1975: 8). En este marco, resulta central para Aricó la formación temprana de Gramsci en la tradición del idealismo crociano, pues le sirve para afirmar la dimensión subjetiva y voluntaria de la política. Pero Gramsci no se queda ahí, sino que realiza “una síntesis superadora” del idealismo y el materialismo histórico que le permite “concebir el marxismo como historicidad absoluta” (Aricó, 1975: 8).
En tercer lugar –y este punto es el más importante de todos– Aricó se encarga de mostrar los estrechos vínculos entre el pensamiento de Lenin y el de Gramsci, inscribiendo a éste en la tradición del marxismo-leninismo, tradición que va a ser entendida de una manera particular. Siguiendo la interpretación de Palmiro Togliatti, y su por entonces conocido ensayo Gramsci e Il Leninismo (1958), Aricó critica aquellas interpretaciones según las cuales el partido del proletariado sería para Gramsci instrumento de la hegemonía, mientras que para Lenin sería instrumento de la dictadura.
En este marco, desarrolla una crítica para “superar dos vicios opuestos, pero en última instancia similares en sus limitaciones metodológicas”. Por un lado, la interpretación simplista según la cual los sucesos de la revolución rusa y el conocimiento de la obra de Lenin salvaron a un Gramsci que había “caído en un punto muerto” luego de la derrota de la experiencia consejista. En esta perspectiva, el leninismo que habría aplicado Gramsci a la realidad italiana es concebido como “una verdad paradigmática, total y cerrada (…) y no una teoría que deriva y se desarrolla en situaciones históricas determinadas, estando por ello sometida a un proceso continuo de renovación y desarrollo" (Aricó, 1975: 10). Por otra parte, el simplismo de escindir Lenin de Gramsci, cuando en realidad “la teoría del Estado tal como se esboza en el Maquiavelo presupone a Marx y Lenin aun cuando desarrolle algunos aspectos que estos pensadores solamente delinearon debido a las diferentes exigencias político-ideológicas que se les planteaban” (Aricó, 1975: 10).
Pues bien, estas dos críticas encierran cuestiones muy importantes que debemos destacar. En primer lugar, Aricó pone en juego una interpretación diferente del marxismo-leninismo de cuño soviético, particularmente del marxismo leninismo del PCA. Como dirá más adelante en La cola del diablo, el Lenin al que rescataba en los sesenta no era el Lenin de Materialismo y empirocriticismo –desde donde se puede concebir al marxismo como teoría abstracta e inmutable– sino al Lenin de las Tesis de Abril en el cual el marxismo aparece como método de análisis de la realidad concreta para la elaboración de una estrategia revolucionaria en la coyuntura (Aricó, 2014: 68).
En esta interpretación del leninismo encontramos la huella de un acontecimiento histórico fundamental y fundacional de lo que se llamó luego la “Nueva Izquierda argentina”[3]: la experiencia de la revolución cubana. En efecto, la revolución cubana rompe con la política impuesta a partir del VI Congreso de Internacional Comunista de 1928 –y luego replicada en lo fundamental por el Buró Sudamericano de la Comintern– según la cual en los países “coloniales, semicoloniales y dependientes” –entre estos últimos se contaba a la Argentina– la revolución socialista sólo era posible “como resultado de todo un período de transformación de la Revolución democrático burguesa” (A.A V.V, 1977). Ello implicaba realizar una reforma agraria que barriera con las formas feudales y precapitalistas de explotación y desarrollar la modernización industrial urbana (lo que podía hacer emerger y fortalecer al proletariado como sujeto histórico). A contramano, la revolución cubana otorga prestigio a la táctica de la lucha armada y afirma el potencial revolucionario del campesinado.
Es en el marco de esta nueva coyuntura política y teórica abierta por la revolución cubana, que se inscribe la recuperación que realiza Aricó de Lenin en su prólogo. Como dice Jaime Ortega Reyna (2020), entre los sesenta y los setenta Lenin brinda a las nuevas izquierdas latinoamericanas “una ciencia política de la coyuntura”, apareciendo como “teórico de la temporalidad de la política”, además “de otorgar elementos para pensar la revolución menos como un golpe certero y más como un proceso de acumulación de fuerzas”. Gramsci es leído en complementariedad con Lenin, cuyo pensamiento es entendido en este último sentido. En el “Prólogo” que estamos analizando, el punto de unión entre ambos se sitúa en el concepto leninista de alianza de clases. Dice Aricó a este respecto:
Este concepto de la alianza de la clase obrera y el campesinado planteado aquí no como algo circunstancial sino como un nexo fundamental, orgánico, base de un nuevo bloque de fuerzas enfrentado a aquel dirigido por la burguesía, que constituye el núcleo fundamental de la contribución leninista al marxismo, es luego desarrollado en forma creadora en el volumen sobre Maquiavelo y en los demás escritos de la cárcel a través de la categoría de hegemonía y de la distinción entre el momento del dominio y el momento del consenso (Aricó,1975: 15).
A partir de aquí Aricó desarrolla una serie de consideraciones sobre el concepto de hegemonía de Gramsci y las ideas que este concepto presupone. La hegemonía es el momento de pasaje del interés económico corporativo al interés universal: el proletariado industrial italiano debía para Gramsci abandonar sus prejuicios corporativos para establecer una alianza orgánica con el campesinado del sur y con el bloque de los intelectuales. Esto se vincula con el problema del Estado, concebido como “totalidad orgánica” del momento de dictadura o dominio y el momento de hegemonía o dirección intelectual y moral (en este caso, dirección del proletariado sobre las masas campesinas). Para las clases dominantes es necesario –plantea Aricó siguiendo las reflexiones de Giuseppe Tamburrano– no sólo poseer el aparato represivo burocrático militar, sino también difundir, en toda la sociedad civil y a través de sus intelectuales, su propia Weltanschauung como concepción del mundo universal, para así obtener el consenso activo de las clases subalternas. (Aricó, 1975: 18). En este sentido, es que el Estado se concibe como “sociedad política + sociedad civil” en la cual intervienen los intelectuales a través de los órganos de hegemonía (iglesia, escuela, prensa, etc.). Distinción que tiene una importancia teórica y fundamentalmente práctica: “Para el proletariado la conquista del poder no puede consistir simplemente en la conquista de los órganos de coerción (aparato burocrático-militar) sino también y previamente en la conquista de las masas.” (Aricó, 1975: 19).
Por último, Aricó se refiere al moderno príncipe, es decir, al intelectual colectivo que es el partido político del proletariado, tema central que trata Gramsci en las Notas sobre Maquiavelo: “si la hegemonía significa la formación de una voluntad colectiva nacional popular, para Gramsci es de fundamental importancia rastrear en la historia italiana las razones de los sucesivos fracasos de las tentativas para lograr dicha formación” (Aricó, 1975: 19). De ahí la conexión con Maquiavelo, quien también se interesó por indagar qué fuerzas sociales impidieron la constitución de un Estado unitario –particularmente, la Iglesia– y por dar a ello una solución con la figura mítica del Príncipe.
La indagación gramsciana sobre la historia italiana y sobre el partido del proletariado resulta central para Aricó, porque plantea la necesidad de existencia de un partido político que sea conciencia organizada del movimiento de masas contra toda forma de espontaneísmo político y fatalismo economicista –propia de los “izquierdistas criollos”, va a decir Aricó– que tiende a dejar de lado la tarea de construcción hegemónica, priorizando el momento del golpe de fuerza militar. Las reflexiones de Gramsci sobre las dificultades del partido del proletariado italiano para construir una voluntad nacional popular tienen resonancia directa con las dificultades del Partido Comunista Argentino de comprender el peronismo a partir de su concepción marxista ortodoxa. Un año después, en la editorial N° 1 de PyP, Aricó planteará explícitamente la necesidad de una indagación gramsciana sobre este problema:
Debemos indagar (…) las causas que obstaculizaron la plena expansión del marxismo en el seno del proletariado, las trabas que mediaron para que su inserción en la realidad nacional fuese débil y tardía, partiendo del criterio de que esas trabas no provenían exclusivamente de la clase o del país, sino también del propio instrumento cognoscitivo, o mejor dicho, de la concepción que de él se tenía y de cómo se entendía la tarea de utilizarlo como esquema apto para una plena comprensión de la realidad nacional (Aricó, 1963: 3).
Las “Cátedras Nacionales” y la revista Envido
Antes de analizar en profundidad la operación de traducción de González sobre Gramsci contenida en su prólogo El príncipe moderno y la voluntad nacional-popular, es necesario reflexionar sobre las condiciones de producción (Verón, 1993) que hicieron inteligibles –para la tradición peronista de izquierda– diversos enunciados de las notas carcelarias de Gramsci. Siguiendo a Burgos (2004), es pertinente recordar que el golpe militar de Onganía en 1966 produjo la intervención de las universidades argentinas con la intención de domesticar el mundo universitario. Esto generó un vacío enorme en los distintos claustros que fueron ocupados por intelectuales vinculados a la Iglesia Católica. En esa coyuntura, en América Latina y particularmente en Argentina, el catolicismo estaba dando un giro a la izquierda con grupos nucleados, en muchos casos, en el “Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo” y la “Teología de la liberación”. Así, las dos figuras más resonantes que ingresaron a la Universidad de Buenos Aires (UBA) fueron el excura Justino O´Farrel –quien ocupó la cátedra de Sociología Sistemática– y Gonzalo Cárdenas –que dictó Historia Social Latinoamericana. Ambos profesores, provenientes del catolicismo post-conciliar, iniciaron y promovieron junto con un grupo de docentes peronistas y de sectores del movimiento estudiantil la experiencia de las “Cátedras Nacionales”[4] (Ghilini y Gil García, 2008: 2).
Las Cátedras Nacionales se van a contraponer a las “Cátedras marxistas”. Estos espacios integraban un conjunto de materias que tenían como objetivo instaurar el clima político de la época en la enseñanza, en los contenidos de las asignaturas. En las primeras la influencia de Gramsci adquirió cierta importancia para vincular el peronismo y el marxismo. También era central la influencia gramsciana en la cátedra marxista a cargo de Portantiero, personaje clave en el segundo momento de la revista PyP y en el proceso de acercamiento de los integrantes del grupo a Montoneros. Una pregunta atraviesa estos dos grupos de cátedras: ¿el peronismo tenía suficiente potencia teórica-autónoma para generar un cambio estructural, o necesitaba del marxismo para ser revolucionario?
En esta discusión ingresa el joven Horacio González. Tanto en las denominadas Cátedras Nacionales, en algunas de las cuales fue profesor, como en la revista Envido[5] (1970-1973), González buscó interpretar el peronismo como fenómeno político a partir de diversos autores de cuño marxista (Dip y Pis Diez, 2010) –pero sin inscribirse en esta tradición– como así también de intelectuales nacionalistas de izquierda del Tercer Mundo.[6] En un artículo para el N° 4 de Envido, dice González que “Para que el planteo de la condición humana circunscribiendo a la revolución -común a Fanon o a las páginas que Guevara escribiera en la selva boliviana- suponga conocimiento político, debe ponerse al hombre en el centro de la política” (González, 1971: 27). Por otra parte, en una entrevista que Recalde y Recalde (2008) le realizan al propio González, el sociólogo argentino describe del siguiente modo los marcos teóricos fundamentales de las Cátedras Nacionales:
(…) Se produce una revolución bibliográfica, una fuerte acentuación de temas: la primacía de la política, el sujeto colectivo, el sujeto popular, Latinoamérica como un destino, la lectura de Marx a la luz de Hegel, que eso no había ocurrido hasta entonces en todo el ciclo histórico, la reedición del Marx humanista, el interés por la escuela de Frankfurt, por Adorno. Se redescubren escritos de la corriente nacional: Scalabrini Ortiz, Jauretche, Cooke, escritos de Perón como los Apuntes de historia militar, etc. De modo que se intentó como paso siguiente crear una sociología, porque no se quería olvidar la expresión sociología, orientada a todos esos rumbos bibliográficos, que tenían varios afluentes, el latinoamericanismo de Haya de la Torre, el singularismo de cada proceso nacional a la manera de Jauretche, la crítica a la presencia del imperialismo inglés a la manera de Scalabrini Ortiz, la sociología de los procesos de descolonización a la manera de González Casanova y otros sociólogos que se empezaron a leer, la lucha armada como un abridor de caminos, la historia de la violencia en Argentina como una historia iluminadora” (Recalde y Recalde, 2008: 151).
El Prólogo de González
Pues bien, es en el marco entonces de las Cátedras Nacionales y de la revista Envido que se inscribe precisamente la edición del libro de Gramsci Notas sobre Maquiavelo, la política y el Estado moderno que realiza González. Como dijimos en la introducción, su operación consistió en cambiar el prólogo de Aricó, por uno de su autoría, titulado “Para nosotros, Antonio Gramsci”, y en mantener la traducción de Aricó, pero incluyendo sólo la primera parte, cambiando el título. Se observa, entonces, una búsqueda por realizar una relectura del pensamiento de Gramsci en código peronista-revolucionario en contraposición a la lectura marxista-crítica de PyP, la cual en algunos aspectos sigue, según González, la lectura “socialdemócrata” de Togliatti. Asimismo, para González, PyP había hecho una interpretación althusseriana de la obra de Gramsci, con lo cual la complejidad de la historia cedía a la sistematicidad de la estructura.[7] Ya en la primera página al Prólogo de El príncipe moderno y la voluntad nacional-popular, González explicita el objetivo fundamental de las notas carcelarias de Gramsci:
Prisionero, Gramsci medita sobre el poder (…) Las reflexiones de Gramsci (en la cárcel) van construyendo el rostro de la revolución. Pero hablar de revolución y de poder en la Italia de la primera post-guerra era hablar de un acontecimiento nacional-popular cuya propuesta organizativa debía procurar entronques culturales aptos para ligar a la historia política de las clases populares italianas. Una historia por cierto reversible pues aparecerá como la historia de un fracaso. El fracaso del intento secular por constituir un estado nacional integrado sobre la movilización de los sectores campesinos (González, 1972: 3).
A lo largo de su escrito, González va a proponer una operación de traducción de lo nacional-popular gramsciano atendiendo a la coyuntura local, una coyuntura que caracteriza como revolucionaria. Se trata de una idea de pensamiento situado que distaba en muchos aspectos de las discusiones internacionalistas que tenían lugar en la revista PyP. En efecto, más allá de la consideración de Aricó de lo nacional-popular como elemento central para un marxismo anclado en la singularidad argentina, no obstante, muchas veces eran debates no propiamente nacionales los que más abundaban en la revista: las responsabilidades del estalinismo y los límites de la URSS, el problema de la estética en la novela, la revolución cubana, la lucha por la liberación nacional de los pueblos de África, las discusiones teóricas y político-estratégicas del Partido Comunista Italiano, etc.
González no tiene interés en entrar en disputas sobre viejos tópicos marxistas que habían sido motivo de fuertes conflictos entre los años 50´ y 60´: el carácter humanista o estructuralista del marxismo, la herencia de Lenin, el vínculo entre crítica de la economía política y materialismo histórico, etc. Dado que el objetivo del autor es traducir a Gramsci al fenómeno peronista, no vamos a encontrar una búsqueda por establecer en su complejidad las coordenadas del itinerario gramsciano, como lo vimos en el prólogo de Aricó. Pero sí encontramos una coincidencia fundamental, en tanto González va a situar, al igual que Aricó, el problema del partido como príncipe moderno y la construcción de la voluntad nacional popular, en el centro de las reflexiones gramscianas.
Es el partido el encargado de edificar un proyecto colectivo e histórico de construcción en un nuevo Estado. El partido anuncia desde ya la nueva organización social del pueblo, y en ese sentido “es también un proyecto estatal-popular que releva al Estado anterior en el mismo momento en que éste, atrapado en una crisis de disolución, en una <crisis orgánica>; pierde su sustento político cultural” (González, 1972: 4). El partido “es un nuevo sistema de relaciones sociales ya en funcionamiento donde la mayoría se reconoce como protagonista eficaz de la disputa por el poder” (González, 1972: 13), lo que en Argentina no estaría representado por el PCA sino por el movimiento peronista y la figura de Perón. González cuestiona la relectura gramsciana realizada solo en clave del consejo de fábrica, como único universo posible de transformación, en tanto considera que es el partido político el lugar de coagulación de las luchas obreras y campesinas.
Respecto de los intelectuales, asunto más que trabajado en la obra de Gramsci, González dice que el partido será “la armadura cultural intelectual” (González, 1972: 8). En el proceso de construcción de hegemonía, el partido despliega una estrategia de guerra de posiciones, de disputa en cada trinchera de la sociedad civil. Asimismo, González rescata la vinculación que hace Gramsci entre lo político y lo militar, pero considera que la crítica de Gramsci al “arditismo”, en la cual éste considera que los comandos o formaciones espaciales es un método de la clase dominante, no es aplicable a la experiencia político-militar de las revoluciones del Tercer Mundo: “Estos trazos relampagueantes con que Gramsci asimila el carácter de las defensas sociales del Estado moderno al carácter de los instrumentos político-militares del pueblo no parecen estar justificados” (González, 1972: 10).
Para González, el acercamiento de Gramsci con Lenin se juega en la vinculación entre guerra de posiciones y el reconocimiento de la realidad nacional popular: “La revolución, entonces, desde cualquier lado que se la mire, es un acontecimiento nacional (…) no hay revolución sin la movilización de todos los componentes del pasado nacional en los que el partido se ha insertado” (González, 1972: 12). Por otra parte, el autor sostiene que los “izquierdistas”, que se sitúan en las antípodas de Gramsci, han empleado la categoría “germen” para reflexionar de manera opuesta al autor sardo: para Gramsci, el denominado germen es el nuevo Estado, mientras que para los izquierdistas el nuevo germen está en contra del movimiento nacional, es decir, del peronismo.
Según González el peronismo no estaba en la estructura, ni en la superestructura, puesto que se posiciona como una contradicción de la sociedad civil. Gramsci brinda herramientas para pensar a la sociedad civil y al peronismo como un campo de batalla que una y otra vez pujaba por la conquista del poder de parte de sectores subalternos. También demostraba que, una vez conseguido el poder, en la sociedad civil se siguen librando múltiples disputas para impugnar el nuevo bloque histórico. No hay una conquista del poder de una vez y para siempre, sino que más bien hay un amasijo de relaciones que se tejen, de disputas que aparecen de manera rizomática para adquirir el poder, pero que continúan de igual modo una vez que se consigue establecerse en él. Así, las posibilidades emancipatorias no tienen un horizonte de finalización de la acción política, sino que se trata de una disputa ad infinitum.
González está pensando en la vuelta de Perón y del peronismo en el gobierno, hecho que unifica el movimiento popular argentino, por fuera de sus divisiones internas. En este marco, y desde una suerte de “epistemología populista”, utiliza las reflexiones de Gramsci para pensar la vinculación del líder y el pueblo-nación. Dice Gómez (2016) a este respecto:
En H. González, El Príncipe moderno y la voluntad nacional-popular se anudaban en un bloque histórico. Partiendo desde esa perspectiva, esgrimía que el peronismo –y su potencia revolucionaria– se resumía y dirimía en el seno de este bloque […] Se apropiaba de la interpretación gramsciana de El príncipe para escribir que Perón, en su afán de constituir un nuevo Estado nacional, también se proponía educar al pueblo en un sentido innovador, volverlo orgánico y consciente de un proyecto estatal fundado en la voluntad colectiva nacional y popular.
De esta forma, lo que para Gramsci era función del partido del proletariado –construir la unidad política e ideológica de las clases subalternas– aparece en el caso de González como función del liderazgo de Perón. A diferencia de lo planteado por Aricó, González considera que el concepto gramsciano de lo nacional-popular “no fue elaborado para los pueblos del Tercer Mundo, ni tampoco nos basamos nosotros en elaboraciones gramscianas para generar nuestro propio concepto de nación” (González, 1972: 18). En este sentido, sostiene que no es posible saber cómo podría haber pensado Gramsci categorías centrales para los movimientos populares de Argentina y América Latina, tales como el concepto de líder nacional, descolonización, violencia popular, etc. En este marco, va a ser la figura de J. W. Cooke la que ilumine y permita traducir a Gramsci a la coyuntura argentina. Dice González:
Es posible reconocer en él (Cooke) no pocos “temas” gramscianos pero disueltos en forma llana, esparcidos silenciosamente y alisados en un ejercicio de pensamiento sólidamente crecido desde abajo. Así, aparece la política, la historia, como expresiones de un antagonismo social que produce acciones efectivas sólo en el plano de las ideologías: peronismo-antiperonismo entonces, como expresión de la crisis del régimen, por un lado, y de los avances de la conciencia política de la clase trabajadora por otro lado (González, 1972: 19).
En este sentido, González no se afirma como “gramsciano”, sino heredero de la tradición peronista revolucionaria de Cooke. Desde su perspectiva, la cuestión nacional-popular ya está planteada por el peronismo –ese “hecho maldito del país burgués”– y toda lectura de Gramsci atenta a la historicidad concreta del país debe tomar como punto de partida sus características singulares: el hecho de que el movimiento sindical en Argentina tiene serias limitaciones para encabezar enteramente la lucha política, de que hay formaciones político-militares de izquierda que disputan la dirección del movimiento nacional, movimiento que se encuentra unificado bajo la figura mítica de Perón. Ciertamente, plantea González, Gramsci brinda una batería de categorías como las de hegemonía, guerra de posiciones, guerra de maniobras e intelectual colectivo, que se encuentran aunadas al concepto de voluntad nacional-popular, pero traducir estas categorías implica reconocer también las enormes diferencias entre la Italia de la primera posguerra y la Argentina de los setentas. En definitiva, para González, traducir a Gramsci desde el peronismo significa disolver todo “ritualismo gramsciano”, en el cual identificaba tanto a las ortodoxias partidarias como a los ejercicios de traducción de Aricó y la revista PyP: “(Gramsci) No es ni será entonces el escritor de libros de cabecera para aflorar ortodoxias que no nos abarcan. Tampoco una guía para comprender o valorar la experiencia de nuestro pueblo, con la que, de antemano, ya estamos identificados…” (p.20).
Conclusión
Como intentamos mostrar, tanto en Aricó como en González, la recuperación de Gramsci se realiza para pensar la nación como espacio clave para analizar la constitución del sujeto político revolucionario, a lo popular como noción fundamental que da cuenta de la particularidad de las clases subalternas, y al Estado (concebido como unidad orgánica entre sociedad política y sociedad civil) como marco fundamental para entender la politicidad de las clases dominadas, su relación con las clases dominantes y la estrategia revolucionaria del partido político. Sin embargo, en el caso de Aricó, la cuestión nacional-popular gramsciana y todos los problemas aunados en ella, es recuperado desde el marxismo-leninismo, tradición interpretada desde una perspectiva no ortodoxa, es retomado desde un marxismo crítico, humanista y en diálogo con la cultura contemporánea. Mientras tanto, en el caso de González, el pensamiento de Gramsci va a ser traducido a partir del mito de Perón y de la experiencia peronista, vista ésta como la tradición teórico-política desde la cual elaborar una teoría social crítica y un pensamiento estratégico. En este marco, va a ser Cooke la figura central para abordar el texto gramsciano.
Las condiciones de producción permiten que emerjan diversos discursos que se encarnan en distintos momentos históricos y que constituyen el denominado campo de lo decible y lo pensable. Analizar las condiciones de producción de cada prólogo, nos permitió entender cómo las coyunturas y las tradiciones teórico-políticas desde las cuáles cada uno escribe son constituyentes de sus discursos: la diferencia generacional, las condiciones geográficas distintas (Aricó desde Córdoba y González desde Buenos Aires), la impronta comunista en el primero autor y la razón peronista en el segundo. Como vimos, mientras Aricó escribe su prólogo como militante crítico del PCA, pero con la férrea voluntad de renovar la cultura del partido a la luz de la herencia gramsciana y del acontecimiento de la revolución cubana, González miraba con admiración el fenómeno peronista que se estaba preparando para el regreso de su líder a principios de los setenta. Todo ello en el marco político-cultural ligado a las “Cátedras Nacionales” y a la revista Envido. Asimismo, mientras Aricó destaca los puntos en común entre la Italia de la primera posguerra con la Argentina de los años sesenta, González se encarga de mostrar también los puntos de diferencia con la realidad argentina y latinoamericana de los sesenta-setentas. En este sentido, va a señalar las limitaciones de Gramsci a la hora de pensar, por ejemplo, la cuestión de las formaciones especiales (político-militares) de las clases subalternas, cuestión que el marxista sardo descarta en tanto la consideraba un método de la clase dominante, mientras que en el caso de Argentina y de las Revoluciones del Tercer Mundo las formaciones guerrilleras poseían, señala González, un gran potencial transformador.
Para terminar, nos preguntamos ¿qué sentido tiene para la actualidad de la tradición intelectual crítica argentina realizar este estudio contrastado en torno a los usos de Gramsci de Aricó y González? Como sostiene Pulleiro (2017), a partir de la crisis del 2001 la nueva tradición intelectual crítica se puede caracterizar como “entusiasta”. En ella es posible identificar dos grupos de intelectuales: los “populistas” y los “de izquierda”. Ambos grupos participaron directamente o recuperan explícitamente la militancia de los sesenta-setentas, la resistencia en los ´90 y representan en el 2001 el colectivo de protestas. Si hasta hace poco tiempo el diálogo entre estas tradiciones escaseaba, actualmente los vínculos entre las tradiciones marxistas y las tradiciones nacional populares está volviendo, poco a poco, a ser un tema de debate central para la cultura político-intelectual argentina. El programa de actualización en “Estudios críticos. Entre el marxismo y lo nacional-popular” impulsado a comienzos de este año por diferentes docentes de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, entre los que se cuentan el mismo Horacio González, es sólo una pequeña muestra de este hecho. Volver sobre los usos de Gramsci por parte de Aricó y de González durante los años sesenta-setenta, puede servir como pequeño aporte para recuperar un diálogo más necesario que nunca en este dislocado presente argentino y latinoamericano.
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Notas