Contribución

Mujeres peronistas y prácticas de resistencia durante la proscripción. Claves para su interpretación desde una perspectiva de género

Anabella Gorza
Universidad Nacional de La Plata, Argentina

Mujeres peronistas y prácticas de resistencia durante la proscripción. Claves para su interpretación desde una perspectiva de género

e-l@tina. Revista electrónica de estudios latinoamericanos, vol. 20, núm. 78, pp. 91-104, 2022

Universidad de Buenos Aires

Recepción: 03 Julio 2021

Aprobación: 25 Agosto 2021

Resumen: En este trabajo nos proponemos abordar la participación de las mujeres en la Resistencia peronista entre 1955 y 1966 desde una perspectiva de género. Las declaraciones de los activistas masculinos tienden a mostrar a las mujeres en un rol de apoyo y en actividades en las que desempeñaron roles de género tradicionales para evitar la represión. Aquí, intentamos ofrecer un marco diferente. Consideramos las formas de intervención política de las mujeres tratando de superar los lentes tintados anecdóticos y románticos de esas historias. Para ello, analizaremos dos tipos de documentos. Por un lado, entrevistas a activistas sobre sus acciones de resistencia. Por otro, los expedientes judiciales de la justicia ordinaria durante el gobierno de la Revolución Libertadora y los expedientes de los tribunales militares del Plan CONINTES.

Palabras clave: peronismo, mujeres, género, resistencia, participación política.

Abstract: In this paper, we propose to address the participation of women in the Peronist Resistance between 1955 and 1966 from a gender perspective. The statements given by male activists, tend to show women in a support role and in activities in which they performed traditional gender roles in order to avoid repression. Here, we try to offer a different framework. We consider women's forms of political intervention trying to overcome the anecdotal and romantic tinted lenses of those stories. In order to do this, we will analyze two types of documents. On one hand, interviews with activists about their resistance actions. On the other, ordinary justice's judicial files during the government of the Revolución Libertadora and military court files of the CONINTES Plan.

Keywords: peronism, women, gender, resistance, political participation.

Introducción

El derrocamiento del gobierno peronista en septiembre de 1955 dio lugar al inicio de la Resistencia peronista. Sobre la misma, especialmente en lo que respecta a sus primeros años, se han generado una multiplicidad de relatos en tono anecdótico, que exaltan el carácter heroico de un proceso que contó con una extensa participación de personas de los sectores populares que resistieron políticas estatales, la ofensiva patronal en los lugares de trabajo y el ejercicio del poder por parte de las fuerzas represivas. Si bien la mayoría de los relatos remiten al accionar de militantes varones, las mujeres no están del todo ausentes en los mismos. Una de las imágenes más evocadas se relaciona con los enfrentamientos que tuvieron con los militares en los días posteriores al golpe de Estado. El relato que sigue a continuación se sitúa en ese contexto y refiere a un grupo de mujeres de un barrio obrero de la ciudad de Rosario:

Muy temprano, como todos los días, las mujeres iban caminando juntas a buscar agua para lavar la ropa sucia del frigorífico, con los hijos más pequeños de las manos y los grandecitos en grupos, corriéndose y empujándose […] Con el ajetreo, a una de ellas se le desabrochó la blusa y asomaron sus pechazos blancos, apenas atrancados por el último botón de la cintura. Parece la imagen de la República Francesa enarbolando como bandera el delantal blanco de su hombre. En eso, giró su cabeza hacia la entrada de la villa y, dirigiéndose hacia un enemigo aún invisible, empezó a agitar al aire la ropa y a decir con fuerza pero gravemente: ‘¡Vengan! ¡Tiren! ¡No les tenemos miedo! ¡Viva el General Perón! ¡Viva la compañera Evita!’ […] Ligadas por un acuerdo mutuo, ancestral, comenzaron a bloquear las vías del tranvía con enormes piedras, levantándolas con una fuerza descomunal […] La mujer del pecho desnudo comenzó a golpearse y dejaba surcos rojos en cada gesto salvaje convertido en imán para el resto de las mujeres que empezaron a desabrocharse las blusas y a sacar sus pezones, únicas armas para defender la supervivencia. ‘¡Villa Manuelita no se rinde! ¡No hay libertad con hambre! ¡Evita vive!’ […][1]

Si bien se trata de un relato escrito, reproduce el tono de muchos de los relatos orales sobre la Resistencia peronista que han sido recopilados en la bibliografía de divulgación. En él, los condicionamientos de género están a la orden del día. En principio, la presencia de niños remite a la condición maternal de esas mujeres. Luego se evidencia su rol de esposas, puesto que están lavando los delantales de sus hombres; aunque los frigoríficos solían contar con una nutrida presencia de mujeres entre su fuerza de trabajo, el relato elige destacar un rol y no otro. Finalmente, lo más llamativo, es la imagen de la desnudez de sus cuerpos, y sus pezones, que también remiten a su condición de madres, “únicas armas para defender la supervivencia” -aunque también usaron piedras-, atravesada, a su vez, por connotaciones sexuales. Además, el texto las describe en una acción instintiva; actuando por un impulso natural.[2]

A través de los relatos orales sobre la Resistencia peronista, algunos reproducidos en textos escritos, nos han llegado historias sobre las mujeres defendiendo los bustos de Eva Perón; en las cocinas, preparando el pegamento para los afiches o el material para las pintadas; en sus casas, alojando a los perseguidos políticos; sosteniendo económicamente el hogar cuando sus maridos estaban prófugos o detenidos; o actuando como prostitutas, buenas madres o esposas para distraer a las fuerzas de vigilancia. No todos los relatos suelen ser tan grandilocuentes como el que citamos, pero al igual que éste, muchos de ellos dejan traslucir estereotipos sobre la participación femenina en la Resistencia. En este trabajo nos proponemos ofrecer un marco de inteligibilidad para esas acciones que en los relatos emergen bajo un tinte romántico y anecdótico, a partir de los aportes de Hélène Eck (2000), quien nos ofrece preguntas para pensar la participación femenina en los procesos de resistencia. Si bien se trata de contextos históricos diferentes, la Resistencia peronista incluyó muchas estrategias de intervención que ya habían sido empleadas por las mujeres en otros procesos de resistencia, sobre todo en lo que se refiere a las prácticas clandestinas. Entonces, ¿qué nos dicen esas acciones sobre la participación femenina, más allá del tono anecdótico y descriptivo con que se las evoca en los relatos? ¿Puede sostenerse que las mujeres que participaron de la Resistencia peronista se limitaron a realizar tareas de apoyo y de simulación? Si contemplamos la asociación que tradicionalmente se ha hecho de la Resistencia peronista con el mundo familiar y barrial, ¿podemos deducir a partir de ello que las mujeres se limitaron a participar desde sus espacios cotidianos y desde las tareas que tradicionalmente se les han asignado según su género? ¿O hubo posibilidades de transgresión de esos roles? Estas preguntas nos habilitan a insertar la temática de la Resistencia peronista en un debate más amplio sobre la participación femenina en los procesos de resistencia, problematizar el carácter estereotipado que sobre dicha participación se ha construido, y a la vez, restituirles a las mujeres la historia de sus propias prácticas.

Intervenciones femeninas en la Resistencia peronista

La Resistencia peronista se desplegó en varios frentes y entre otros objetivos tuvo el de resistir las políticas desperonizadoras implementadas por el gobierno de la Revolución Libertadora (1955-1958), que se propusieron hacer desaparecer al peronismo de la escena política nacional y de la cultura argentina, proscribiendo sus estructuras partidarias, interviniendo los sindicatos, prohibiendo el uso de sus símbolos y emblemas y de palabras alusivas, destruyendo bustos, monumentos y todo tipo de objetos, e incluso edificios con los que había estado relacionado. También dieron lugar a la persecución, inhabilitación y encarcelamiento de dirigentes y militantes, y al exilio forzado de Juan D. Perón, que se extendió durante dieciocho años. Los intentos de John William Cooke, el primer delegado de Perón en el exilio, por darle un carácter organizado, unificado y coordinado a la Resistencia, bajo una única dirección, no tuvieron éxito, y ésta implicó una multiplicidad de intervenciones y formas de organización que fueron variando a lo largo del tiempo en función de los actores implicados, los objetivos que se perseguían y la coyuntura política. Si bien las políticas desperonizadoras más intensas se llevaron a cabo durante el gobierno de la Revolución Libertadora, las proscripciones que pesaban sobre el peronismo se mantuvieron con interrupciones a lo largo de todo el período 1955-1973, en el que se alternaron democracias -débiles y condicionadas por las presiones de las Fuerzas Armadas- y gobiernos de facto. A mediados de 1966 el golpe de Estado conocido como Revolución Argentina, encabezado por el general Juan Carlos Onganía, volvió a prohibir la actividad político-partidaria y el ejercicio de la política por vía parlamentaria. La resistencia a este gobierno daría lugar a la gestación de formas de organización más complejas que las que habían tenido lugar hasta entonces, y a un estado de movilización popular generalizado que caracterizaría a la década siguiente. Nuestra pesquisa se centra en el período que se extiende entre el golpe de Estado de 1955 y el de 1966, que ha sido menos abordado por la historiografía, sobre todo en lo que respecta a la participación de las mujeres.

La historiadora italiana Anna Bravo (2003) ha elaborado una tipología de las actividades que suelen desplegar las mujeres cuando se embarcan en movimientos de resistencia: prestar sus casas como lugares de reunión, ayudar a los combatientes prófugos, usar sus espacios cotidianos de socialización para agitar políticamente, el uso de disfraces, camuflajes y estereotipos consolidados -esto es la apelación al derecho al pudor o la aplicación de códigos que normalmente pertenecen a la esfera personal, como la seducción, el recurso a los sentimientos, la fragilidad y el descaro calculado-, para burlar el control. Es frente a ese tipo de intervenciones que Eck (2000) señala:

Es indudable que la Resistencia utilizó como cobertura la feminidad y las presunciones de inocencia, de fragilidad y de ignorancia que distinguen a esta del sexo fuerte, cobertura cuya eficacia se debe precisamente a que la fuerza de ocupación comparte las mismas representaciones culturales y sociales del comportamiento femenino (p. 278).

Y luego se pregunta: “¿Hay por ello que concluir que la Resistencia sólo empleó la feminidad como tapadera y sólo consideró a las mujeres como auxiliares?” (Eck, 2000: 278). La primera respuesta que ensayamos a esta pregunta es que la participación de las mujeres en la Resistencia peronista no se limitó al desarrollo de tareas auxiliares ni tampoco a esas intervenciones que utilizaban la feminidad como tapadera, es decir, a un aprovechamiento de los estereotipos asociados tradicionalmente a lo femenino para burlar a las fuerzas de vigilancia y de esa manera pasar desapercibidas para realizar alguna actividad cuyo contenido político quedaba disimulado. Tampoco se limitaron al desarrollo de acciones espontáneas y mucho menos, instintivas, como se deja traslucir en el fragmento de las lavanderas. Las mujeres realizaron actividades muy diversas, que requirieron diferentes niveles de organización y conocimientos. El concepto amplio de resistencia que propone Gene Sharp nos permite dar cuenta de esa diversidad de intervenciones. El autor define a la resistencia civil como un desafío desplegado por la población contra un gobierno, apelando a todos los métodos de los que dispone, desarrollando formas de lucha que van desde microresistencias, formas ocultas y disimuladas, hasta grandes manifestaciones y huelgas (Sharp, en López Martínez, 2012). Clasifica los métodos en tres grandes grupos: actos de no cooperación (por ejemplo: el boicot, el trabajo a desgano, el paro); acciones de intervención, como ocupar lugares prohibidos, y acciones con un alto poder simbólico que apuntan a llamar la atención (Sharp, 2011).

En la Resistencia peronista, además de las acciones de no colaboración que desplegaron las obreras en sus lugares de trabajo, también hubo acciones de intervención, como las tomas de fábrica, que requerían una planificación muy minuciosa. La entrevista realizada a Elsa Mura, quien fuera obrera metalúrgica durante los años 1950 y 1960, es muy ilustrativa al respecto. Una toma implicaba distribuir roles, organizar horarios y la preparación de la comida, examinar el espacio físico del lugar para saber por qué puerta podrían escapar en caso de un ingreso de la policía, determinar qué iban a hacer con los niños, entre otras cosas.[3]

Entre las acciones cargadas de simbolismo, los homenajes a Eva Perón en los aniversarios de su nacimiento y muerte, el 7 de mayo y el 26 de julio, respectivamente, ocuparon un lugar destacado. Estas intervenciones podían ir desde acciones ocultas hasta grandes manifestaciones en la vía pública, dependiendo de las posibilidades de participación, que fueron variando a lo largo del período bajo estudio. Eran prácticas de memoria; prender una vela y rezar en el marco de los hogares, celebrar una misa en una iglesia, realizar recorridos por las calles de ciudades y pueblos repitiendo los mismos itinerarios que habían sido desplegado durante los años del gobierno peronista para recordar a Eva después de su muerte, colocar ofrendas florales en algún lugar donde anteriormente había estado emplazado un busto o monumento destruido por el gobierno de la Revolución Libertadora. Múltiples organizaciones se conformaron con la doble tarea de organizar los homenajes y a la vez reclamar por su cuerpo, que había sido secuestrado. Algunas estuvieron presididas por mujeres o conformadas exclusivamente por ellas, como la fundación Misioneras de Eva Perón que, en la ciudad de Bahía Blanca, combinaba la organización de homenajes con donaciones de ropa y juguetes, y tuvo entre sus planes la creación de una institución similar a lo que había sido la Fundación Eva Perón; uno de los tantos proyectos ambiciosos e infructuosos surgidos en los primeros años de la Resistencia, cuando se creía que el peronismo prontamente recobraría la legalidad y retornaría al poder.[4]

Además de estos actos de alto contenido simbólico, las mujeres se lanzaron a participar en el desarrollo de la prensa gráfica; a veces como directoras de los periódicos. Ello se dio en un marco de semiclandestinidad, que llevó a la confiscación de ejemplares y a la persecución y encarcelamiento de quienes participaban de los proyectos editoriales (Gorza, 2011). Al mismo tiempo, participaron en la reorganización de su estructura partidaria, la Rama Femenina, a través de iniciativas emprendidas por diferentes grupos de mujeres en forma paralela e independientes unas de otras en diferentes lugares del país. Esta actividad, que se desarrollaba en los momentos en que el sistema político abría posibilidades para la participación legal del peronismo, debió atravesar muchos obstáculos por las interrupciones en el sistema democrático, la falta de recursos -que se acentuaba en el caso de las mujeres, ya que no contaban con fondos propios, recurriendo en algunas oportunidades a la organización de rifas y festivales para autofinanciarse-, la persecución política, y a veces, la reticencia de los dirigentes varones a apoyarlas, tanto partidarios como sindicales (Gorza, 2017). En el caso de la prensa, y retomando a Sharp, podemos hablar de una clara intervención de las mujeres sobre el espacio público, traducido aquí, en el espacio discursivo, con miras a una toma del poder, puesto que desde los periódicos apoyaron y alentaron determinadas posturas en la interna peronista, posicionándose en los procesos eleccionarios y respecto de las estrategias a seguir para la conquista del poder. Además, se trató de emprendimientos que, si bien a raíz de las persecuciones, problemas financieros y disputas políticas, duraron poco tiempo, fueron creados con miras a permanecer y requerían conocimientos sobre el trabajo periodístico. La reorganización partidaria, por su parte, es otra de las estrategias que apuntaba a la recuperación del poder, implicando una construcción en el largo plazo; aunque en la práctica ello no se lograra por las constantes interrupciones del funcionamiento del sistema legal de partidos. Al mismo tiempo, implicaba un trabajo minucioso a nivel territorial que insumía recursos y largas jornadas de trabajo.

En un planteo similar al de Eck, respecto de si las mujeres en los procesos de resistencia se han limitado a realizar tareas auxiliares y/o de simulación, Ana Josefina Centurión (2007) sostiene que el apelativo de “tías”, empleado comúnmente en los relatos masculinos sobre la Resistencia peronista para hacer referencia a las mujeres, las reduce a un lugar secundario en el que son evocadas como sujetos que no tenían nada que perder al ayudar a unos “sobrinos”, los militantes varones, en tareas planificadas y ejecutadas por ellos. Sin embargo, sostiene la autora, en la práctica la intervención femenina no se redujo a ese tipo de participación (Centurión, 2007). En línea con los planteos de Eck y Centurión, las fuentes nos muestran que las mujeres en la Resistencia peronista desarrollaron actividades variadas que, en muchos casos, implicaron autonomía, organización, planificación y la puesta en práctica de conocimientos previos. Además, tampoco se circunscribieron a actuar desde su rol de madres y esposas, ni tampoco como acompañantes de los militantes varones, sino que tuvieron proyectos e iniciativas propias. Según Eck (2000), es en las instancias en que la resistencia se militariza y cuando se vuelve a la guerra tradicional, que las diferencias de género se hacen más patentes. Estas afirmaciones encuentran sus límites para ser aplicadas al contexto de la Resistencia peronista, en que no hubo guerras al estilo tradicional, pero es cierto que la participación femenina en acciones militarizadas o que implicaban el uso de la violencia, real o potencial, estuvieron atravesadas por connotaciones de género que resulta interesante examinar.

Las mujeres en acciones armadas

En los comienzos de la Resistencia peronista no faltaron las conspiraciones cívico-militares que intentaron la toma del poder mediante la estrategia del golpe de Estado. Sólo dos llegaron a ponerse en marcha: el levantamiento del 9 de junio, que tuvo lugar en 1956, encabezado por el general Juan José Valle, y el levantamiento de Iñíguez o Revolución del ‘60, cuyas denominaciones hacen referencia a su cabecilla, Miguel Ángel Iñíguez, y al momento en que ocurrió, noviembre de 1960. Ambos fueron rápida y duramente reprimidos; en especial el primero, donde a las detenciones se sumaron los fusilamientos de civiles y militares. En este tipo de intervenciones participaron miembros de las Fuerzas Armadas, en su mayoría retirados, y civiles. En la toma de los cuarteles, que fue la actividad central, intervinieron civiles y militares, pero estos últimos fueron los principales encargados de la planificación y toma de decisiones y se reservaron el derecho a la repartición de armas entre los civiles. Muchos civiles se acercaron con las armas que consiguieron por cuenta propia o directamente desarmados. Paralelamente, se planificaron acciones destinadas a crear el caos social a través de atentados y boicots en la vía pública (Melon Pirro, 2009; Raimundo, 1998; Salas, 2006). De los testimonios se desprende que las mujeres no actuaron directamente en la toma de los cuarteles, pero desarrollaron tareas de fundamental importancia: prestar sus casas para organizar los operativos y esconder a los participantes una vez consumados,[5] ofrecer servicios de enfermería,[6] participar de los actos de sabotaje y ayudar a escapar a los involucrados directos, entre otras acciones. Un grupo de mujeres señala que durante el levantamiento de Iñíguez no participaron directamente de la toma del Regimiento 11 en la ciudad de Rosario, donde sí lo hicieron miembros varones de sus familias, pero tuvieron un rol muy activo prestando sus casas. Sabido es que el cabecilla del levantamiento, Miguel Ángel Iñíguez, logró escapar; menos conocidos son los pormenores de la fuga, que necesitaron de la actuación de una mujer:

Entrevistadora: ¿Y a usted, además de prestar su casa, le toco hacer algún otro tipo de actividad en la toma del regimiento?

Naty: No, en lo de Iñíguez precisamente no. Tenerlo en mi casa para protegerlo. Después, él salió a la noche siguiente, salió con mi nena (…) que tendría cuatro o cinco años. ‘¡Ay, qué linda la nena, qué linda la nena!’ Y salíamos por la calle [ríe] y había salido la foto [de Iñíguez] por todos los diarios y nosotros con la nena como acompañando a una familia que iba (…), hasta que pasó un auto (…) lo recogió a él, se subió y ahí respiramos, porque yo con mi nena en brazos (…) ‘¡Qué linda la nena!’, decía [ríe].[7]

Este relato, que hace referencia a lo que Eck menciona como “tapadera”, una simulación de los roles de género tradicionales, en este caso el de madre y esposa que sale a pasear con su pequeña hija, que de verdad lo era, y junto a su marido, que en realidad se trataba de un prófugo a quien había que ayudar a escapar, evidencia la participación de las mujeres en acciones que se nos revelan bajo la forma de anécdotas, pero que esconden un gran compromiso y un involucramiento en el que ponían en riesgo, no sólo sus vidas sino también las de sus propios hijos. La protagonista de este relato fue víctima de la requisa policial, salvándose de ser detenida gracias a una vecina que escondió un arma arrojada por ella a través del tapial que separaba los patios de ambas viviendas, y a la decisión del policía que requisó su casa, de no detenerla. Queda la duda si dicha decisión se debió a la posible filiación peronista del agente policial, como manifiesta la persona entrevistada, o a si el mismo se apiadó por su condición de madre; opciones que no son incompatibles:

Naty: Por eso, digo que se dieron cuenta. Porque el tipo en el patio de mi casa me abrazó –“Señora cuide a sus chicos, yo sé por qué” –“¿Cómo que no los cuido?”, –“Yo sé por qué se lo digo” (…) ¡Era peronista! Claro, –“Cuide a sus chicos. Yo sé por qué se lo digo”. ¡Ah! –“No reciba a nadie que no conozca.”- Y se terminaba de ir Iñíguez de mi casa [ríe].[8]

En los expedientes judiciales encontramos la referencia a dos mujeres, madre e hija, en cuya casa se fabricaron explosivos para ser utilizados en el levantamiento del 9 de junio de 1956. Aunque ellas no participaron del armado de los mismos, presenciaron las tareas de fabricación y la limpieza de las armas, con el riesgo que ello implicaba, a la vez que no se salvaron de ser detenidas en la cárcel de Olmos, en el partido de La Plata, por violación al decreto 4161, sancionado en marzo de ese año, que prohibía el uso de los símbolos peronistas -ya que en la casa se había encontrado propaganda afín-, y por conspiración para cometer rebelión.[9]

Estos ejemplos no hacen más que demostrar que, aunque las mujeres no intervinieron en los actos centrales de los intentos golpistas, que consistían en la toma de regimientos, estuvieron expuestas al mismo riesgo que los militantes varones. Como sostiene Eck (2000), si algo caracteriza a los movimientos de resistencia es que “impone a todos la misma prudencia y el mismo valor, independientemente del rango y la función, porque el enemigo se vale de los interrogatorios para averiguar” (p. 277), que muchas veces han implicado el uso de diferentes formas de violencia, incluso de tortura, no sólo sobre los involucrados directos sino también sobre sus familiares. Pero, además, “El aspecto doméstico de los actos consumados oculta o hace olvidar el riesgo que se ha afrontado: a menudo las ‘buenas anfitrionas’ que, en complicidad con sus maridos, dan albergue y alimentan, piensan que tal cosa ‘era normal’” (Eck, 2000: 277). El compartir el riesgo y el castigo, sostiene la autora, no se ha traducido en una igualdad en el reconocimiento. Es en este aspecto que podemos encontrar un paralelismo entre procesos de resistencia que han tenido lugar en contextos muy diferentes.

Además de la toma de regimientos militares, la Resistencia peronista implicó la realización de atentados que estuvieron a cargo de células clandestinas, en las que también participaron mujeres, de quienes tenemos conocimiento a través de los expedientes judiciales producidos por el Plan CONINTES,[10] datados en 1960 y 1961. Uno de los expedientes remite a atentados que ocurrieron en la provincia de Mendoza en mayo de 1960, en el marco de los festejos por el aniversario de la fecha patria, en los cuales se produjo la voladura de un puente, de un busto de Justo José de Urquiza, la explosión de dos bombas -una en la sede de una empresa petrolífera norteamericana y la otra en la casa de un militar-, el robo de explosivos de una mina y de una antena de radio. Se constata la participación de una mujer que habría actuado como correo y en el robo a la antena.[11] El segundo de los expedientes refiere a una mujer encargada de ocultar los explosivos.[12] El tercero, narra el caso de una joven de 23 años, miembro de la Juventud Peronista de Mendoza, que participó de la redacción de un boletín llamado El Guerrillero y de un panfleto titulado “Ahí van desfilando los uniformes vacíos de la patria”, que estaba previsto ser arrojado el día 25 de mayo durante el desfile militar en Mendoza como continuidad de los atentados mencionados. Se la acusaba por haber propuesto, en una reunión de la CGT, tirar monedas al paso de las tropas en el desfile militar.[13] El cuarto informa sobre la colocación de dos bombas en la casa de un militar en la localidad bonaerense de Vicente López, también en mayo de 1960, donde participaron tres mujeres; una de ellas actuaba como correo y nexo entre el delegado de Perón en ese momento, Manuel Campos, y uno de los miembros de la banda, prestando su domicilio para hacer reuniones y alojar a los perpetuadores del atentado y contactando a otras mujeres para sumarlas al operativo. Las otras dos mujeres intervinieron en el transporte de los militantes que colocaron los explosivos; una de ellas vinculada a FOETRA, el sindicato telefónico; y había una cuarta mujer, relacionada al Partido Justicialista, que estaba prófuga, de quien desconocemos su forma de involucramiento.[14] El último de los expedientes CONINTES remite a un grupo de personas residentes en la provincia de Salta, entre ellas una mujer, que en 1960 habían trasladado y alojado en sus domicilios a tres guerrilleros del área de Tucumán, entre los cuales también había una mujer.[15]

Los expedientes muestran un panorama heterogéneo y fragmentario, pero pueden extraerse algunas características generales. Las mujeres estuvieron en notoria minoría respecto de los activistas varones y las actividades que realizaron fueron variadas e implicaron diferentes grados de compromiso, a la vez que ocuparon distintas posiciones en la trama de relaciones. En algunos casos, brindaron apoyo a tareas ingeniadas por otros y también ocuparon lugares intermedios, como cuando se desempeñaban generando contactos para sumar activistas a determinadas operaciones y transmitiendo directivas. Muchas veces participaron directamente en las operaciones y estuvieron en contacto directo con las armas y explosivos. Al igual que lo que sucedía con la estrategia del golpe de Estado, aquí también resulta difícil encontrar a las mujeres ocupando lugares de dirigencia, pero sí las hallamos realizando roles de dirigencia intermedia, y aunque hubo cierta división de tareas en función del género, la exclusión y el confinamiento a actividades consideradas periféricas fue menor que en la estrategia tradicional del golpe de Estado. Otro aspecto a considerar es el hecho de que varias de estas mujeres tenían filiaciones políticas y sindicales por fuera de las células clandestinas; es decir, las acciones armadas sólo ocupaban parte de su militancia, habiendo también un margen para las actividades en organizaciones de superficie.

Conclusiones

Las mujeres de la Resistencia peronista, a través de su militancia, desbordaron los límites impuestos por los estereotipos con que comúnmente se las recuerda; un lugar secundario respecto a los militantes varones, un rol de acompañamiento -el lugar de madres, esposas, tías, prostitutas que ayudaron y cobijaron a los protagonistas de esta historia-, y una participación entendida muchas veces como instintiva y espontánea. En trabajos previos retomados aquí, hemos demostrado, a través del análisis de diversos tipos de fuentes, que muchas de sus intervenciones estuvieron atravesadas por altos grados de iniciativa y autonomía, en especial en lo que refiere a la reorganización partidaria, los homenajes a Eva Perón y el desarrollo de la prensa gráfica. Asimismo, si bien esas tareas estuvieron atravesadas en varios aspectos por la espontaneidad y la improvisación, producto de las condiciones impuestas por un contexto represivo e inestable, lo cierto es que implicaron diferentes niveles de organización, planificación y permanencia en el tiempo, o por lo menos, a eso apuntaban.

Ahora bien, vale señalar una diferencia respecto de las intervenciones que implicaban el uso de armas o explosivos o un enfrentamiento directo con las fuerzas militares. En ellas, las mujeres ocuparon, en su mayoría, posiciones de subordinación respecto de los activistas varones. Varios factores pueden contribuir a dar una explicación de estas formas de inserción diferenciada. Sharp sostiene que, si bien la resistencia se despliega apelando a los métodos que la gente tiene a su alcance, en la elección de esos métodos intervienen factores culturales y la historia de lucha y de participación de cada grupo (Sharp, 2011). Como sostiene Charles Tilly (citado en Tarrow, 1997), en situaciones de conflicto, las personas actúan en función de lo que saben hacer y de lo que los otros esperan que hagan. Los repertorios de acción colectiva son históricos, se transmiten culturalmente y están asociados a determinados actores, tiempos y lugares. En relación a nuestro tema de investigación, algunos autores han señalado la transmisión de conocimientos desde viejos militantes anarquistas, comunistas, trotskistas y ex combatientes republicanos de la Guerra Civil Española, además de dirigentes peronistas y miembros de la Alianza Libertadora Nacionalista, hacia militantes de la Resistencia peronista (Schneider, 2005), y la influencia de militares de tendencia nacionalista (Melon Pirro, 2009). Además, las fuentes dan cuenta de la participación de policías y militares retirados. Asimismo, es probable que muchos militantes varones se valieran de los conocimientos adquiridos en el servicio militar. Si bien no todos los varones estaban socializados en ese tipo de prácticas, lo cierto es que aprovecharon los conocimientos de quienes sí lo estaban.

Otro aspecto que no podemos dejar de considerar es la existencia de discursos que al mismo tiempo que avalaban el uso de las armas entre varones, excluían a las mujeres. Al respecto cabe recordar que cuando los hombres accedieron a los derechos políticos en 1912, lo hicieron como contraparte de su deber de servir a la patria a través del servicio militar obligatorio, y éste actuó como una institución a través de la cual el Estado intentó modelar la masculinidad. Las mujeres quedaron excluidas del acceso a dichos derechos con el argumento de que no prestaban el tributo de sangre (Valobra, 2010). Quienes participaron de la Resistencia peronista fueron mujeres que habían accedido recientemente a los derechos de ciudadanía política (1947) y que habían votado por primera vez en 1951. En el acceso a esos derechos, las mujeres quedaron exceptuadas de una prestación militar como contraparte, y en lugar de ello, los debates parlamentarios previos a la ley hicieron hincapié en su carácter pacífico y maternal (Palermo, 2007; Valobra, 2010). No es casual entonces que el desarrollo de acciones que recurrían al uso de la violencia haya sido más disruptivo entre las mujeres y que por ello hayan estado en minoría numérica respecto de los activistas varones y en posiciones subordinadas.

En el caso de los intentos de golpes de Estado, esa subordinación fue mayor. El enfrentamiento directo con las fuerzas militares que implicaba este tipo de actividades y la participación en la dirección de miembros de una institución atravesada por relaciones de socialización netamente masculinizadas, como el Ejército, contribuyó a reforzar la exclusión femenina del centro de las operaciones, como era la toma de un regimiento. Si bien hubo exclusiones entre los varones, porque los militares tendían a retacear las armas a los civiles y trataban de subordinarlos, lo cierto es que las mujeres quedaron excluidas de plano por su condición, ya no de civiles, sino de mujeres; es decir, por un criterio basado en el género. Ello no impidió la participación femenina en acciones que fueron fundamentales para el desarrollo de los operativos y que implicaron asumir el riesgo en igualdad de condiciones con los varones. En las células clandestinas, abocadas a la realización de atentados, las mujeres alcanzaron, aunque de manera limitada, un mayor protagonismo, en un tipo de actividades que, si bien contó con la participación de militares y policías retirados, se dio de manera menos corporativa. Aunque estas acciones no implicaban un enfrentamiento directo con las Fuerzas Armadas, no faltaron las acciones disruptivas, con un alto contenido simbólico, que apuntaban contra la embestidura de dicha institución, como el caso de la joven que proponía arrojar monedas al paso de los caballos en el desfile militar del 25 de mayo.

Finalmente, queda por resolver la pregunta de Eck acerca de si las mujeres en los procesos de resistencia se limitaron a una función de “tapadera”, esto es a una simulación de los roles de género tradicionales, basándose en una supuesta bondad o ingenuidad o en un apoliticismo, considerados inherentes a la condición femenina, que haría que no se sospechara de ellas. Hemos demostrado que no se limitaron a esas actividades, pero que las mismas fueron muy frecuentes. Para Eck (2000), la apelación a ese tipo de intervenciones fue posible porque las fuerzas de ocupación -que para nuestro estudio se traduciría en los gobiernos de turno y los agentes de la represión-, comparten las mismas representaciones sobre el comportamiento femenino. Ahora bien, actuar conforme a los estereotipos tradicionales no es lo mismo que creer en ellos. Las mujeres que se comprometieron a actuar de esa manera con fines políticos evidencian cierta conciencia de estar transgrediendo el lugar que los discursos tradicionales y hegemónicos les asignaban; aunque en muchos otros aspectos de sus vidas los hayan reproducido. Si la obtención de la carta de ciudadanía era reciente y aún estaba en discusión,[16] mucho más disruptivo era el hecho de que se involucraran en actos prohibidos. Mientras que durante los años del gobierno peronista fueron convocadas a participar en las filas del Partido Peronista Femenino, en un tipo de militancia que se trató de encuadrar desde arriba, al tiempo que accedieron a la ciudadanía política bajo discursos que exaltaban su carácter maternal y pacífico; durante la etapa de la Resistencia desarrollaron un tipo de participación en el cual, compelidas por las limitaciones que les imponía el contexto político, sin el peronismo en el gobierno y sin una dirigencia sólida y aglutinadora, hicieron una reapropiación de la ciudadanía política que se manifestó en formas diversas de participación y muchas veces heterodoxas.

Bibliografía

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Notas

[1] Fragmento extraído de Garulli, Caravallo, Charlier y Cafiero (2000: 81-83)
[2] Para un estudio sobre las connotaciones de género que atraviesan los relatos literarios producidos por los militantes peronistas en el contexto de las movilizaciones que se produjeron en Rosario tras el golpe de Estado de 1955 ver Seveso (2010).
[3] Mura, E. (2014, 27 de mayo). [Entrevista a Elsa Mura realizada por Anabella Gorza]. El Palomar.
[4] Estatuto de la Fundación “Misioneras de Eva Perón”, 1958, Bahía Blanca. En Archivo John William Cooke. CeDInCI.
[5] Marino, F. (2014, 3 de abril). [Entrevista a Francisco Marino realizada por Anabella Gorza]. La Plata.
[6] Testimonio de María Luisa F. en Scoufalos, Catalina (2007).
[7] Entrevista colectiva (2012, 16 de octubre). [Entrevista realizada por Anabella Gorza]. Rosario.
[8] Entrevista colectiva (2012, 16 de octubre). [Entrevista realizada por Anabella Gorza]. Rosario.
[9] Dirección General de Archivos del Poder Judicial de la Nación. Lugo, Nerio y otros. Rebelión e infracción Decreto 4161/56. Exp. 195. Leg. 180. Archivo Federal. 1956.
[10] El Plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado) fue aplicado a partir de marzo de 1960, durante el gobierno de Arturo Frondizi, para detectar y juzgar la actividad insurreccional. Implicaba el sometimiento de las policías provinciales y de la Capital Federal a la autoridad de las Fuerzas Armadas, la división del país en zonas de defensa contra la “subversión” y la creación de consejos de guerra para juzgar a los acusados (James, 2010).
[11] Archivo General de la Nación. “Asociación ilícita”. Libro 115. Exp. N° 21. Folio 125. 1960 Bis.
[12] Archivo General de la Nación. “Intimidación”. Libro 117. Tomo 1. Exp. N° 3. Folio 14. 1961.
[13] Archivo General de la Nación. “Conspiración”. Libro 115. Exp. N° 23. Folio 142. 1960 Bis.
[14] Archivo General de la Nación. “Estrago”. Libro 115. Exp. N° 19. Folio 111. 1960 Bis.
[15] Archivo General de la Nación. “Encubrimiento”. Libro 115. Exp. N° 20. Folio 118. 1960 Bis.
[16] Un ejemplo de que el voto femenino aún no era tomado con naturalidad por la sociedad lo encontramos en un artículo periodístico de 1961 donde se tomaba esa participación a modo de burla (Clarín, “Cuando votan las mujeres…”, 6 de febrero de 1961). Asimismo, la amplitud del voto femenino fue discutida en el I Seminario Nacional sobre Participación de la Mujer en la Vida Pública, celebrado en Buenos Aires en 1960 (Valobra, 2013).
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