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La búsqueda posnacional: nación y cosmopolitismo en Adiós a los próceres de Pablo Montoya

The postnational search: nation and cosmopolitism in Adiós a los próceres by Pablo Montoya

Sebastián Saldarriaga-Gutiérrez
Universidad de Salamanca, Spain

La búsqueda posnacional: nación y cosmopolitismo en Adiós a los próceres de Pablo Montoya

Estudios de literatura colombiana, núm. 41, pp. 49-62, 2017

Universidad de Antioquia

Recepción: 14 Agosto 2016

Aprobación: 16 Febrero 2017

Resumen: En este artículo se analiza Adiós a los próceres de Pablo Montoya, tomando como base las reflexiones sobre posnacionalismo de Bernat Castany. En primer lugar, se introduce brevemente la discusión actual en torno a la relación entre literatura y nación. Posteriormente, se establecen dos momentos de análisis: uno “destructivo”, en el que se estudian las críticas de la obra al concepto de nación, y otro “constructivo”, en el que se identifica la alternativa posnacional de Adiós a los próceres y su vínculo con el cosmopolitismo que caracteriza la literatura de Montoya.

Palabras clave: narrativa histórica, posnacionalismo, cosmopolitismo.

Abstract: This article analyzes Pablo Montoya’s Adiós a los Próceres, based on postna- tionalism reflections by Bernat Castany. Firstly, I briefly introduce the current discussion about the relationship between literature and nation. Subsequently, I establish two parts of analysis: a “destructive” one, in which I study the work’s criticisms to the nation´s concept and a “constructive” one, in which I identify Adiós a los Próceres’ postnational alternative and its link with the cosmopolitanism that characterizes Montoya’s literature.

Keywords: historical narrative, postnationalism, cosmopolitanism.

Introducción

La relación entre nación y literatura ha sido objeto de estudio tanto por quienes se centran en el concepto de nación como por quienes se ocupan de las cuestiones literarias. Dentro del primer grupo podemos encontrar referentes clásicos como Benedict Anderson, quien afirma que la poesía y la novela son algunos de los “frutos culturales” predilectos por los nacionalismos para manifestar el amor por la patria (1993, p. 200), y Anthony Smith, quien considera que el nacionalismo, en tanto movimiento político-social, implica una inmersión profunda en la “cultura de la nación”, de la cual forma parte la literatura (2004, p. 20). Por tanto, es evidente que la literatura ha desempeñado un papel histórico relevante en la formación de los discursos nacionalistas. Solo teniendo en cuenta este proceso es posible comprender el impacto que, en el contexto de la globalización, suponen algunos aportes de los estudios literarios recientes. En el caso concreto de las letras actuales, y muy en la línea de las rupturas de lo nacional sobre las que llama la atención Martín-Barbero (2010, p. 20), abundan las reflexiones que optan por establecer una relación más bien antagónica entre ambos conceptos. Gustavo Guerrero anota que uno de los principales rasgos de la narrativa latinoamericana reciente consiste en el “cuestionamiento de la homogeneidad de las culturas nacionales y la crítica a la idea misma de nación” (2012, p. 74). Por su parte, Francisca Noguerol cuestiona el horizonte metodológico al preguntarse si todavía es pertinente hablar de literaturas nacionales, más aun cuando “la creación literaria se revela ajena al prurito nacionalista” (p. 20).

A qué lugar conduce esta problematización de lo nacional es un interrogante que ha guiado diversas reflexiones. La de mayor importancia para el desarrollo de este artículo es la de Bernat Castany y su trabajo sobre literatura posnacional. El posnacionalismo, dice Castany, se caracteriza por “trascender” las premisas del nacionalismo, con el propósito o el deber de “imaginar un tablero nuevo para el viejo juego de la identidad individual y colectiva” (2007, p. 9). Castany identifica dos momentos en el posnacionalismo: uno al que llama “destructivo”, que se caracteriza por la crítica de lo nacional, y otro al que llama “constructivo”, en el cual emerge una alternativa posnacional (p. 78). Lo anterior significa que lo posnacional solo puede entenderse en una tensión dialéctica con lo nacional, no con su desaparición. Por ello, al margen del interesante debate sobre si es caduco hablar de literaturas nacionales o de si hay o no una literatura posnacional en América Latina, coincido con Vicente Luis Mora (2014) en pensar lo posnacional no como un “hecho irrevocable y tajante”, sino como “una tendencia, un deseo o una dirección” (p. 325). Particularmente, me interesa estudiar cómo se manifiesta esa búsqueda de lo posnacional en los textos narrativos de Pablo Montoya, los cuales suelen escenificar, no sin tensión, espacios locales y globales. Es evidente que se trata de un propósito que excede los alcances de este ensayo. Por eso, he preferido concentrarme aquí en Adiós a los próceres (2010). En cuanto al contenido del artículo, este se divide en dos partes que atienden a lo postulado por Castany: en la primera analizo el momento “destructivo” de la obra, esto es, la crítica de lo nacional; en la segunda, observo el momento “constructivo”, en el cual identifico la alternativa posnacional de Adiós a los próceres. Sin embargo, teniendo en cuenta que lo obtenido aquí es apenas parcial con respecto a mi principal interés, hago un breve repaso por otras obras narrativas del mismo autor sobre el final del texto, con el propósito no solo de esbozar los alcances explicativos de esta clave de lectura, sino también para estimular nuevos estudios y discusiones en torno a la literatura de Montoya.

Momento “destructivo”:Adiós a los próceresy la crítica de la nación

Adiós a los próceres se compone de veintitrés minirrelatos; cada uno, mediante la parodia del género biográfico, narra la vida de un protagonista del periodo de la Independencia. En un primer momento, el planteamiento de la obra parece contrastar con la lectura posnacional propuesta aquí, más aun si se tiene en cuenta que la narración de las guerras de Independencia, como explica Nelson González Ortega, permitió a los intelectuales colombianos del siglo xix crear y sostener las ideas de nación, historia oficial y literatura nacional en Colombia (2013, p. 7). La obra, sin embargo, se encuentra en las antípodas de cualquier propósito nacionalista. De hecho, he decidido concentrarme en ella porque no hay otra obra de Montoya que iguale su mordacidad para criticar directamente y sin ambages lo nacional, aspecto que, como se ha explicado antes, constituye el punto de partida de lo posnacional.

No se debe pasar por alto que Adiós a los próceres pertenece al género de narrativa histórica, el cual, en sus manifestaciones más innovadoras, presenta características como la distorsión consciente de los hechos del pasado y la perspectiva crítica frente al discurso de la historiografía oficial (Aínsa, 2003,p. 27). Ya en el epígrafe se pueden observar ambas actitudes. Allí se cita, con una ligera modificación, una línea que Voltaire dedica a Federico II de Prusia; la original dice “J’aime peu les héros, ils font trop de fracas”, mientras que la incluida por Montoya (2010) dice “Je ne veux point les héros, ils font trop de fracas” (p. 11). También el título y la portada -en la edición de Grijalbo un tomate embarra las efigies de “próceres” como Santander- anuncian lo que el autor expresa abiertamente en el prólogo mediante el uso de la primera persona singular: “A los eventos de la historia se los puede alabar o criticar. He preferido lo segundo porque me atraen más la incredulidad y la reserva que la ingenuidad y el ditirambo” (p. 9). Sin embargo, esta perspectiva crítica frente a la historia muy pronto empieza a enfilarse en contra del nacionalismo, uno de sus principales blancos:

Los historiadores oficiales, y los que pregonan los portentos de la patria, se sentirán molestos frente a estas páginas que desconfían de los unos y descreen de la otra. La patria, como noción política, no es más que una obsesión, manipuladora y pedante, de los imperialismos y los nacionalismos (pp. 9-10).

La instrumentalización de la historia oficial por parte del nacionalismo ha sido un tema ampliamente estudiado. Smith explica que contar con una historia compartida es una de las herramientas que contribuye a alcanzar los propósitos nacionalistas (2004, p. 28). No en vano, autores como Erazo (2008) y González (2013) señalan que la Academia Colombiana de Historia fue una de las instituciones que influyó de manera determinante en la formación y expansión de la idea de nación en Colombia.

No son pocos los relatos de Adiós a los próceres en los que se alude a la voluntad de preservar, mediante la historia oficial, la heroicidad de los protagonistas de la Independencia. En “Pedro Fermín de Vargas, farsante” el narrador, no sin ironía, supone que “debe haber un investigador chauvinista, de esos que pululan en Colombia, quien cree que Vargas antecede al doctor Semmelweis en el tópico de la higiene hospitalaria” (Montoya, 2010, p. 103). En “Francisco de Paula Santander, leguleyo” ya no se hace referencia a historiadores o investigadores, sino a apologistas, dado que su tarea pare- ce evitar a toda costa que exista mácula incluso en pequeños detalles en un prócer como Santander, quien probablemente habló en un francés precario con Goethe y con Schopenhauer durante sus años en Europa; sin embargo, como señala el narrador, “sus apologistas [aseguran] que la comunicación fue absoluta” (p. 145).

Los pasajes citados nos adentran en una discusión que me parece central en Adiós a los próceres: la relación entre las versiones del pasado y sus usos en el tiempo actual. Es, por demás, característico de las ficciones históricas contemporáneas que el pasado sea una manera indirecta de hablar del presente.

Este vínculo entre ambas temporalidades es explícito en otros textos de Adiós a los próceres. En “Antonio Ricaurte, polvorero”, el narrador, para describir la sevicia de José Tomás Boves, asemeja al militar español con tres de los más violentos paramilitares de la historia reciente de Colombia: Carlos Castaño, Salvatore Mancuso y Don Berna (p. 55). De manera semejante, en “Jorge Tadeo Lozano, zoólogo” la obsesión de Lozano por construir una gran hacienda que al mismo tiempo fuera “una suerte de zoológico” es catalogada, en clara referencia a la figura de Pablo Escobar, como “una costumbre que siglos después un narcotraficante célebre de Envigado practicaría con celo similar” (p. 81). Es decir que Adiós a los próceres no solo se refiere a la época de la Independencia; se refiere también (o principalmente) al presente. El punto de vista subversivo que adopta la obra establece una relación de causalidad entre un pasado altamente celebrado por la historiografía oficial y los infortunios que marcan el hoy de Colombia. La crítica de la historia se torna en crítica del país actual. Esa crítica apunta no solo al nacionalismo, sino también a la nación como concepto general y como realización concreta (Colombia).

Excedería los límites de este artículo enunciar todos los ataques que se arrojan en la obra contra los blancos enunciados. No obstante, la crítica de la obligación a luchar en la guerra en nombre de la nación permite compren- der qué se quiere destruir en Adiós a los próceres y también qué se quiere proponer.1Es justamente ese deber el que se critica en un fragmento muy significativo de “Simón Bolívar, bailarín”:

Su sueño libertario […] no demoró en convertirse en pesadilla. Las guerras sin fin, los ubicuos payasos militares que en su utopía colombiana se dan como conejos en una conejera, las tiranías ridículas pero sangrientas, las proclamas en donde se obligan a los niños y a los viejos a tomar las armas, los reclutamientos colectivos del pueblo para lanzarlo al matadero de la gloria, los decretos de la corruptela barnizados con lenguaje rimbombante. Y los himnos y las canciones y las bandas que no se cansan de darle al redoblante y a los cornetines artilleros. Toda la marcial pedantería, con toques de opereta que ha gobernado nuestros destinos minúsculos, se la debemos entera a su inteligencia elevada (2010, pp. 121-122).

Como se observa, todos los individuos, incluso los niños y los ancianos, tienen el deber de participar de la guerra, lo cual, siguiendo a Castany (2007), supone un acto extremo de renuncia de la propia libertad en la medida en que cada ciudadano es capaz de arriesgar su propia vida para integrarse al yo colectivo. Añade Castany que el nacionalismo apela a la lógica marcial hasta el punto que moviliza, incluso en tiempos de paz, categorías militares como “traidor”, “desertor” o “antipatriota” para censurar las actitudes que le son contrarias (p. 109). Por tanto, adoptar una postura antibélica que se niega a dotar de sentido la guerra no solo constituye un ataque al nacionalismo y al concepto de nación en general; también implica levantarse en contra de la nación colombiana porque, como explica el historiador Carlos Patiño, citado por Quesada (2014), la violencia es un relato común que ha sustentado la necesidad de establecer un vínculo nacional en Colombia (p. 68). Y es que los discursos nacionales, más allá de perseguir ideales como la independencia o el autogobierno, buscan configurar un yo colectivo, un nosotros homogéneo que, a pesar de diferencias regionales, de género, de clase social, etcétera, responda a “una serie de elementos comunes de pertenencia” (Máiz, 2007, p. 11). La preservación de esos elementos o valores implica mantener al margen todo lo que constituya “lo otro”, lo diferente, lo contrario a la homogeneidad colectiva. El caso de Colombia no es la excepción. Si bien no hay consenso sobre el momento histórico a partir del cual se puede hablar de una nación colombiana, Erazo sostiene que un momento fundamental puede ser el periodo de la Regeneración (1878-1900), contexto en el que se promulga la Constitución de 1886, mediante la cual se oficializan el catolicismo como religión, el español como lengua y el centralismo como sistema político, negando la diversidad cultural del territorio “en términos de exclusión, de segregación, con criterios de homogenización, intolerante ante la diferencia” (2008, p. 37). Según la perspectiva de Adiós a los próceres, uno de los valores que han quedado marginados es el conocimiento, como se puede apreciar en “Francisco Antonio Zea, deudor”. Zea, a quien el narrador llama también Hilarión, es presentado en principio como un gran hombre y el más inteligente de los próceres de la Independencia. Pero enfrentado a la encrucijada de continuar con su exitosa carrera como naturalista lejos de su patria o de regresar para hacer parte de la lucha independentista, se decide por lo segundo. El narrador lamenta la decisión de esta manera: “Si Hilarión se hubiese quedado en Madrid, hoy podría comparársele con los grandes botánicos de su tiempo. En Colombia celebran, sin embargo, el error cometido porque creen que vale más un prócer zalamero que un naturalista atinado” (Montoya, 2010, p. 90). Cuando Zea se une a las tropas de Bolívar, se apunta que “la dupla Hilarión- Simón es el caso más vergonzoso de cómo la sociedad civil, en el penoso país que después se llamaría Colombia, se arrodilla para obedecer las decisiones de los militares” (pp. 90-91). Unas líneas más adelante, sin embargo, el narrador se dispone a contar un episodio en el que Hilarión demuestra un asomo de autonomía cuando presencia un fusilamiento colectivo de soldados españoles ordenado por Bolívar:

Siente una secreta indignación […]. Considera que él representa, como ciudadano y como naturalista, un lado luminoso de la condición humana […]. Imagino que se aproxima a Bolívar y le dice que retroceda en nombre justamente de la libertad, que manifieste cordura, que no se deje arrastrar por la mano irracional de la guerra (p. 91).

No obstante, el narrador deja en claro enseguida que toda la escena obedece a un juego de imaginación y admite que Hilarión nunca actuó de tal manera porque “estaba absolutamente seguro de que todos los hombres y las ciencias y las artes debían perseguir a la libertad entre el estruendo y la sangre” (p. 92). En adelante, el carácter de la semblanza cambia por completo. Hilarión ya no es el gran hombre, ni el ser inteligente. Esto queda claro en el episodio de su muerte, en el que el narrador aprovecha para ajustar cuentas con él: “A los pocos días, en Bath, donde quería tomar unos baños minerales para su salud quebrantada, se le atravesó la muerte. Era tan desagradable como él, aunque un poco más inteligente y, sin duda, más feliz” (p. 93). Estas últimas apreciaciones dan cuenta del repudio hacia Hilarión por haber entregado su destino a las armas y por encarnar una condición que también se juzga lamentable en “Francisco José de Caldas, naturalista”:

Un país que ha pasado casi toda la vida gastándose su plata en guerras y más guerras contra federalistas, contra centralistas, contra liberales, contra conservadores, contra radicales, contra draconianos, contra gólgotas, contra comunistas, contra guerrilleros, contra paramilitares, contra narcotraficantes, contra terroristas- qué va a tener dinero para la investigación (p. 59).

Pero el conocimiento no es el único valor que resulta subordinado. Lo femenino y lo erótico también aparecen como elementos que el nacionalismo deja de lado y cuya reivindicación se busca en las pocas semblanzas protagonizadas por mujeres (“Policarpa Salavarrieta, espía”, “Antonia Santos, guerrillera” y “Manuela Sáenz, amante”), pues, como se apunta en “Antonio Baraya, estratega”, “la historia, en lo que respecta a las biografías de los militares, es completamente antifeminista” (p. 133). En el caso de Policarpa Salavarrieta, el narrador considera absurdo que algunos de sus biógrafos, en su afán por canonizarla como heroína militar, borren de su vida todo rastro de erotismo y le sumen el atributo de la virginidad a su leyenda, “como si no entendieran que en esos momentos, en que la muerte se expande garosa por la tierra, es cuando precisamente el deseo humano se alumbra, se alebresta y se precipita” (p. 69). En consecuencia, se recurre abiertamente a la distorsión para modificar las últimas palabras de la prócer en el patíbulo. Según la obra, la frase atribuida por la historiografía es: “Pueblo de Santafé ¿cómo permites que muera una paisana vuestra e inocente? Muero por defender los derechos de mi patria. Dios Eterno, ved esta injusticia”. En lugar de exaltar los valores de Dios y de la patria, el narrador de Adiós a los próceres prefiere una interpelación en la que Salavarrieta se dirige tanto al pueblo de Santafé, como a los españoles, para llamarlos a todos “mojigatos de mierda” (p. 72). En “Antonia Santos, guerrillera”, la prócer también se manifiesta en un claro antagonismo frente a lo militar. En la escena de su ejecución, Santos escucha al sargento, que le venda los ojos, susurrarle que ella es “la mujer más hermosa del reino” y que es una “lástima que ambos estuvieran en bandos contrariados”. La mujer, en el último acto de su vida, humilla al hombre “con una sonrisa despectiva [que] se clavó para siempre en la memoria al militar grosero” (p. 99).

Otro valor que resulta subyugado en Adiós a los próceres es la libertad del creador literario. En “José Fernández Madrid, poeta” son constantes las diatribas en contra de Fernández, un dirigente político y poeta vinculado con el patriotismo y la exaltación de la naturaleza nacional. Los temas del poeta, explica el narrador de Adiós a los próceres, hacen que los críticos vacilen al momento de elegir su obra cumbre, pues se debaten entre “Al Libertador en su día de cumpleaños” y “Al lorito de Laura” (p. 27). En el mismo relato se explica además que “grande no hubo ningún poeta en esos tiempos ruines. Ni habría de haber en Colombia hasta la publicación del “Nocturno” de José Asunción Silva, que es un poema ajeno al heroísmo de la patria” (p. 25). Pero es la figura de Gabriel García Márquez la que recibe mayores ataques. El motivo es la representación que de Bolívar hace el nobel en El general en su laberinto. El narrador de Adiós a los próceres acusa a García Márquez de cantar “sus últimas proezas [las del Libertador] con nostálgica zalamería” (p. 119). Esta crítica se puede comprender en una dimensión más completa en Novela histórica en Colombia 1988-2008, un ensayo escrito por el propio Montoya que sostiene que el Bolívar de García Márquez, a pesar de ser un moribundo, no pierde jamás el aura heroica que rodea su leyenda militar y que lo consolida como uno de los máximos símbolos de las izquierdas latinoamericanas, proclives a los heroísmos surgidos en el espacio castrense (2009, p. 12). El punto más álgido de esta crítica en Adiós a los próceres ocurre cuando García Márquez, en compañía de otros escritores, presencia la muerte de Bolívar:

Este último hacía cuentas con una estilográfica sueca y escribía en un cuadernito: se llamaba Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios. Tenía cuarentaisiete años, cuatro meses y veintitrés días. Lo que equivale a cuatrocientas once mil novecientas noventa y un mil horas (Montoya, 2010, p. 127).

En el fragmento anterior se puede observar además un uso paródico del lenguaje exuberante que caracteriza al realismo mágico, en pleno contraste con la prosa de frases cortas que predomina en Adiós a los próceres. Me parece lícito pensar que estos ataques a García Márquez funcionan también como una ruptura con la tradición literaria del realismo mágico, no ajena hoy en día a cierta imposición nacionalista que aún pesa sobre los escritores colombianos.

Momento “constructivo”: el cosmopolitismo posnacional

Hemos visto en el apartado anterior algunas de las críticas que Adiós a los próceres lanza en contra del nacionalismo, el concepto de nación en general y la nación colombiana en particular. Ahora, atendiendo a los postulados de Castany, es momento de preguntarse qué propuesta posnacional presenta la obra y cuáles son sus características. Antes de responder tales cuestiones es preciso hacer dos anotaciones. En primer lugar, la dimensión constructiva de todo pensamiento es siempre más débil que su dimensión crítica. Esta condición es particularmente evidente en el posnacionalismo porque, además de tratarse de un concepto reciente, se caracteriza por rechazar las fórmulas únicas para intentar dar cuenta de la complejidad del mundo; por tanto, su dimensión constructiva suele ofrecer, principalmente, un marco de discusión y propuesta (Castany, 2007, p. 114). En segundo lugar, como ya se ha advertido, Adiós a los próceres es una obra que se concentra en escenificar el momento “destructivo” de lo nacional, por lo que la alternativa posnacional apenas se esboza a partir de ciertos elementos que, sin embargo, se desarrollan plenamente en otras obras de este autor. Debido a ello, he decidido hacer un breve repaso por algunas de ellas al final del texto con el propósito de identificar ciertos puntos que confirman la importancia de lo posnacional en la obra narrativa de Montoya. Ahora bien, como fundamento del momento “constructivo” de Adiós a los próceres, considero esencial la siguiente imagen de ecos utópicos que se encuentra en el relato “José María Cabal, ocioso”: “Por qué no creer, piensa ahora Cabal, que la patria es algo así como un extenso ocio marino, en el que el hombre se despoja de todos sus pertrechos para convertirse, sin decir palabra alguna, en un ser contemplativo y universal” (Montoya, 2010, p. 117). El nacionalismo y el posnacionalismo no solo son teorías políticas; también son cosmovisiones. El fragmento citado es relevante porque ofrece una posibilidad de lectura doble. En términos de teoría política, se considera deseable la pérdida de relevancia de las fronteras físicas del Estado-nación y que jurídicamente se halla en la base de los Derechos Humanos. En cuanto a la cosmovisión, domina el deseo de considerar al ser como un ser universal. Esta última idea nos remite a un concepto filosófico directamente relacionado con el enfoque posnacional: el cosmopolitismo, que cuenta en la literatura colombiana con una tradición que se remonta al modernismo y que el propio Montoya ha reconocido como un elemento central de su obra (Grajales, 2016). Castany lo define como la cosmovisión de quien considera que pertenecer a la humanidad en su conjunto es más importante que hacer parte de otro grupo menor “en virtud del convencimiento de que todos los seres humanos participan de un elemento común que los une” (2007, p. 137). ¿Pero cuál es ese elemento común según la perspectiva de Adiós a los próceres? Para contestar esta pregunta tomo como punto de partida el reverso de los aspectos que caracterizaron el momento “destructivo”. Dado que la obra lamenta repetidamente que hombres de ciencia como Francisco Antonio Zea, Francisco José de Caldas y Pedro Fermín de Vargas hayan dejado de lado su vocación científica para tomar el camino de las armas, el conocimiento podría entonces considerarse como una respuesta posible.

Ya el cosmopolitismo clásico, particularmente el cínico, consideraba que todos los seres gozan de intelecto, razón o juicio y, por ello, se les puede considerar philoi, es decir, amigos o semejantes que son merecedores de los mismos derechos en tanto ciudadanos del cosmos (Castany, 2007, p. 138). En “Pedro Fermín de Vargas, farsante” se puede observar esta actitud en Vargas, un intelectual que, en contra de la opinión general de la época, piensa que los indígenas o los negros “deben ser considerados como ciudadanos normales” (Montoya, 2010, p. 106). Dicho punto de vista de los cínicos fue adoptado por los estoicos, quienes a lo largo de más de cinco siglos elaboraron algunas modificaciones sobre tal idea. Así surgió la doctrina estoica de oikeiosis, que remite al compañerismo, la empatía, la identificación con el punto de vista del otro, la cual ejercerá una influencia particular en la Ilustración, de manera que para los ilustrados el “elemento común” de su proyecto cosmopolita no fue de un cariz puramente racional, sino que también tuvo en cuenta, al menos en teoría, las sensaciones y los sentimientos (Castany, 2007, p. 141). La sensibilidad, entonces, podría considerarse como un segundo contenido del cosmopolitismo que se esboza en Adiós a los próceres. Esto puede apreciarse en el personaje de Manuela Sáenz, cuyo erotismo no solo la con- duce a disfrutar libremente de distintos placeres, sino también a consolidar su feminismo y su empatía con el otro. Tal virtud puede apreciarse en un pasaje de matices claramente eróticos en el que Sáenz interactúa con dos esclavas a las que trata “como si fueran sus hermanas”:

A Nathán y Jonatás, así se llaman las negras, les comparte sus mejores faldas y come en su compañía en los recintos traseros de la casona. Las tres se desnudan frente a la media luna de la habitación y, gozosas, se miden el espesor de sus pezones, la amplitud de sus nalgatorios, la expansión de sus vellos en el pubis. La quiteña disfruta con los cantos y los bailes lujuriosos de ellas, pero también llora de rabia cuando escucha el recuento de sus desgracias familiares (Montoya, 2010, p. 150).

Vemos pues que hay una coincidencia importante entre el cosmopolitismo de Adiós a los próceres y el cosmopolitismo de la Ilustración. No obstante, la obra parece “corregir” una limitación fundamental: la comprensión de la diferencia. Y es que, como señala Castany, algunos ilustrados mantuvieron una posición ambivalente con respecto a la esclavitud y los problemas de género, hasta el punto de conservar una concepción bastante restringida de ciudadanía (2007, p. 143). Se trata, en suma, de un cosmopolitismo que, como sugiere Martín-Barbero, “ve al mundo en la vastedad de sus conflictos y la heterogeneidad de sus culturas” (2010, p. 22). Quizá debido a ello, en Adiós a los próceres encontramos un deseo por establecer una comunión con sujetos considerados como “el otro” del poder hegemónico (mujeres, esclavos, indígenas). Así pues, podríamos concluir de manera provisional que, según la tipología establecida por Castany, la alternativa de Adiós a los próceres coincide con los postulados del cosmopolitismo posnacional, el cual “trataría de recuperar los mejores aspectos del cosmopolitismo ilustrado” sin caer en el eurocentrismo (2007, p. 138).

Una rápida revisión de otras narraciones de Montoya nos permite entre- ver el grado de importancia que tienen en su obra los elementos aquí resaltados. El influjo de la Ilustración puede apreciarse con claridad en Los derrotados, quizá la obra más cercana a Adiós a los próceres en la medida en que en una parte de su trama explora la vida de Francisco José de Caldas. En la novela, Caldas se pregunta si la patria es “ajena a los aires de la Ilustración […]. La que nos tiene enterrados a todos en los limos de la ignorancia” (2012, p. 22). Pero esta observación no conduce a Caldas al desprecio de los demás, sino a un afán por conocer lo que haga falta con el propósito de “hacer feliz el paso fugaz de los hombres por estas tierras” (p. 55). Ese espíritu de comunión lo comparte el personaje llamado Andrés cuando opina, con respecto a la revolución que plantea el Ejército Popular de Liberación, que “no es posible seguir con la misma fórmula de los cambios violentos, sino avanzar hacia una especie de concordia universal” (p. 65).

La búsqueda de esa concordia está presente también en Lejos de Roma (2014a). Ovidio, desterrado, descubre que es posible la empatía aun en su exilio en la isla de Tomos con aquellos a quienes siempre consideró ajenos. Su desprecio por la diferencia desaparece y el erotismo juega un papel fundamental en ello. Al escuchar en el lecho a su nueva amante decir frases en una lengua ajena a la suya, el poeta afirma sin empacho que no hay “placer más intenso que el de arder en medio de palabras incomprensibles” (p. 115). Esa nueva percepción, ciertamente cosmopolita, se condensará sobre el final de la novela bajo la certeza de que “no hemos nacido para un solo rincón. Nuestra patria es todo el mundo visible” (p. 137). No podría decirse, sin embargo, que lo anterior sugiera alguna fórmula inequívoca, pues la obra de Montoya está cruzada también por el escepticismo, postura filosófica y epistemológica mediante la cual se puede llegar a relativizar el lugar privilegiado de las culturas dominantes. Por ejemplo, como explica Vicente Raga (2013), fue el pensamiento escéptico el que permitió a Montaigne, en el contexto de la Conquista de América, criticar la jerarquía “natural” que ponía en primer plano “al hombre racional, cristiano y escolástico, dejando a aquellos que [poseían] otras costumbres y modos de vida en un nivel muy inferior y cercano al de los marginados animales” (p. 93).

Así, en La sed del ojo, el fotógrafo Belloc desconfiaba de las disquisiciones entusiastas sobre ciencia y progreso (Montoya, 2004, p. 21), pero también reconocía que la belleza le resultaba siempre fugitiva e inaprensible (p. 40). Y en Tríptico de la infamia, el pintor y cartógrafo Jacques Le Moyne y su maestro Tocsin acababan sus discusiones nocturnas “envueltos en silencios que parecían decir que la verdad era algo escurridizo, y la convicción de que cualquier hipótesis tenía los contornos de una circunstancia dominada por el vaivén del tiempo” (Montoya, 2014b, p. 17). Apunta Castany que los escépticos, con el propósito de romper los paradigmas conceptuales, llegan a erigirse en el “otro” de su propia cultura (2007, p. 161). ¿No es ese el caso en Tríptico de la infamia cuando Le Moyne le pide al indígena Kututuka que le marque en la piel los motivos artísticos de su comunidad aborigen, aun cuando eso hace “más o menos indeseable su persona” para el resto de la expedición protestante? (Montoya, 2014b, p. 89).

No cabe duda de que los elementos del cosmopolitismo posnacional son importantes dentro de la obra literaria de Montoya. No en vano, los argumentos de sus novelas suelen estar marcados por contextos violentos, excluyentes o represivos en los que científicos y artistas parecen portar los últimos vestigios de humanidad. Así, razón y sensibilidad se entreveran constantemente para crear nuevos vasos comunicantes que sintetizan lo apolíneo y lo dionisiaco. Pero el tema no está para nada agotado. Quedan por resolver, por ejemplo, cuestiones más precisas acerca de lo que este cosmopolitismo implica en términos políticos, sociales, identitarios y filosóficos.

En el momento “constructivo” he intentado definir la alternativa pos- nacional que se encuentra en la obra. He concluido parcialmente que esta coincide con lo que Castany llama “cosmopolitismo posnacional”, el cual se funda sobre los principios del conocimiento, la empatía y el escepticismo, todos ellos elementos importantes en la obra narrativa de este autor. No obstante, solo analizando en profundidad la obra completa de Pablo Montoya será posible alcanzar conclusiones más precisas sobre esta clave de lectura. En este sentido, me he enfrentado a un límite que espero superar con estudios nuevos y más extensos.

Referencias bibliográficas

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Notas

1 Sin embargo, no es ese el único aspecto relevante en la crítica de lo nacional en Adiós a los próceres; también hay múltiples críticas a la religión católica, que no se trabajan aquí por falta de espacio, pero que sin duda son de gran relevancia en la obra no solo porque se ocupan de una institución de evidente importancia en la construcción de la nación colombiana, sino también porque sugieren que el nacionalismo puede entenderse en términos de una “religión política” (Anthony Smith).
2 Cómo citar este artículo: Saldarriaga Gutiérrez, S. (2017). La búsqueda posnacional: nación y cosmopolitismo en Adiós a los próceres. Estudios de Literatura Colombiana 41, pp. 49-62. DOI: 10.17533/udea.elc.n41a03
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