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Lectores y lectoras en la prensa comunista colombiana: redes epistolares en el periódico Tierra1

Readers in the Colombian Communist Press: Epistolary Networks in the Newspaper Tierra

Diana Paola Guzmán Méndez
Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte, Colombia

Lectores y lectoras en la prensa comunista colombiana: redes epistolares en el periódico Tierra1

Estudios de literatura colombiana, núm. 50, pp. 55-70, 2022

Universidad de Antioquia

Recepción: 26 Julio 2021

Aprobación: 27 Septiembre 2021

Resumen: La poética de los soportes impresos, su materialidad y estructura gráfica posibilitan el análisis de los llamados rastros lectores. Este es el caso del periódico Tierra: órgano del Partido Comunista Colombiano que nace en 1932. El presente trabajo se propone exponer la formulación de un lector militante que combina las prácticas de lectura y escritura con la acción política desde su participación directa en el impreso. La revisión de cartas, escritos dirigidos y publicaciones sobre literatura y libros hace evidente que la representación de un lector ideal, corresponde con la de un agente activo en la militancia política.

Palabras clave: lectores, máquina gramófona, redes epistolares, lectura, prensa.

Summary: The poetics of printed media, as well as their materiality and graphic structure, allows for analysis of the so-called reading traces. Such is the case of the newspaper Tierra: organ of the Colombian Communist Party, which was born in 1932. The following work aims to expose the formulation of a militant reader, who combines the practices of reading and writing with political action arising from his direct participation in the newspaper. The detailed review of letters, directed texts and publications on literature and books shows that the representation of an ideal reader corresponds to an active agent in political militancy.

Keywords: readers, gram-speaking machine, epistolary networks, reading, press.

Introducción

El periódico Tierra: órgano del Partido Comunista se fundó en agosto de 1932, con Guillermo Hernández como su director y el cuentista Oswaldo Montoya como administrador. Con un cabezote que hace un llamado a la unión de los proletarios, Tierra fue por seis años un escenario de debate y de presentación del comunismo colombiano. En el primer número publicado el 1 de agosto se estableció de manera clara en el apartado titulado “Nuestra posición política” el objetivo de la publicación: “tierra aparece en momentos en que el sistema capitalista ha entrado en un periodo de convulsa agonía. El orden burgués se desensambla y el ‘espectro’ del comunismo va tomando consistencia corpórea” (Tierra, 1932a, p. 1).

Ese espectro que toma forma en la vida social del país solo puede hacerlo a través de un impreso, el cual se constituyó como uno de los principales planes del joven Partido Comunista Colombiano (pcc) fundando en 1930. Los colombianos podrían ver en sus páginas las promesas de un partido que interpelaba el cambio radical de un sistema caníbal y desigual. Por esta razón, el periódico se convierte en una carta abierta no solo para los militantes, sino también para los obreros y campesinos con acceso a su lectura.

De acuerdo con las páginas del diario, su distribución dependía de la suscripción en agencias regionales y también de su venta por cinco centavos en las sedes del partido y en algunas librerías como Mercurio en Bogotá. Consideramos que Tierra no contaba con la venta por voceador en la capital y que dicha circunstancia devenía de la Ley 69, la cual se promulgó en 1928 bajo el gobierno conservador de Miguel Abadía Méndez. No obstante, de acuerdo con algunos avisos de prensa, en los municipios se distribuía por medio de voceadores que sufrían las prohibiciones de los alcaldes y sacerdotes.

Esta ley criminalizaba las reuniones políticas que estuvieran en contra del gobierno. El artículo 3 de la ley dicta que serían designados “jueces de prensa y orden público”, cuya facultad era detener y juzgar a aquellos que alteraran el orden público y el buen nombre del Gobierno, pero también podían cerrar imprentas y diarios que realizasen propaganda considerada nociva e inmoral.

Bajo dicha ley, que estuvo vigente hasta 1946, seguramente se consideró a Tierra un enemigo del sistema oficial. Sus oficinas estaban ubicadas frente al periódico El Tiempo, el más importante y con mayor distribución del país. De hecho, y de acuerdo con Victoria Peters (2014), el impreso comunista reciclaba los tipos de la imprenta que eran desechados por El Tiempo (p. 19).

El periódico tuvo dos épocas, la primera entre 1932 y parte de 1934 con el mismo director y administrador; la segunda época comienza en 1935 bajo la dirección de Lino Gil Jaramillo, Jorge Regueros Peralta e Ignacio Torres Giraldo. De acuerdo con Maryluz Vallejo (2001), el cierre del periódico devino de la persecución que el gobierno de Enrique Olaya Herrera impuso a Tierra por la férrea oposición que expresó en contra de la guerra con Perú (p. 31).2

Al revisar las páginas de Tierra se hace evidente que el periódico pudo circular por todo el país al contar con agencias regionales que se encargaban de distribuirlo y cobrar las suscripciones.3Tierra era un periódico de gran formato, pues medía un poco más de un pliego (105 cm x 75 cm), un tamaño inusual teniendo en cuenta que en ese momento el papel producido en suelo nacional no se comercializaba en dicho tamaño. De hecho, el 12 de agosto de 1932 aparece una nota en la primera página en la cual se enuncia el problema para conseguir hojas de estas medidas y la dificultad de importarlas desde Estados Unidos. Por tal motivo, Tierra tuvo un tamaño reducido al pliego por algunos números mientras llegaba el encargo del extranjero.

El periódico mantuvo sus ocho páginas -durante la primera etapa, en la segunda varió de 10 a 12 páginas- con secciones muy estables como: “Crónica de la urss”, “La voz de la fábrica y los campos”, “Frente rojo”, “Página nacional”, “Página internacional”, “La vida del Partido Comunista”, “Sección popular” (desde el n.° 11) y el “Folletón por Fiodor Gladkov”. El 11 de agosto de 1932 la sección de “Voz de las fábricas” comienza a publicar cartas de los lectores y militantes.

También se publicaba “El cuento proletario”, sección que contaba con escritores soviéticos. No obstante, desde el 13 de agosto de 1932 comienzan a aparecer cuentos de colaboradores colombianos. En septiembre también se suma la sección “Vida sindical”, la cual estaba dedicada a la descripción de las reuniones obreras. La sección que cierra la mayoría de los números es la de “Avisos comerciales”, en donde se publicitan desde medias veladas, medicamentos y los puntos de venta de los sindicatos de panaderos y sastres.

El círculo de comunicación del periódico que acabamos de describir es notable no solo por su presencia en todo el territorio nacional, sino por la participación nutrida y permanente de los lectores y lectoras que enviaban cartas, corresponsalías y editoriales. Desconocemos el modo en que el director y el administrador seleccionaban los textos publicados o si, por el contrario, se limitaban a divulgar todos los escritos que llegaban a la redacción.

Este trabajo pretende evidenciar los modos en que la red epistolar configura tanto la participación activa de los lectores del diario como las concepciones de práctica lectora que tiene el pcc, además de su relación con la idea de un lector militante y la posibilidad de crear un sistema estético llamado el cuento proletario. La primera parte de este estudio tiene que ver con la concepción que el periódico tiene de la lectura en tanto práctica política y, por ende, de los lectores como militantes.

La categoría de lector militante es expuesta por Régis Debray (2007) al describir la relación de los sujetos asociados a movimientos políticos con la cultura escrita por medio de un ecosistema regido por la razón, el libro, la prensa y el partido político. El objetivo central, de acuerdo con Debray, de un lector militante es el de convertir la práctica de la lectura en un hacer colectivo relacionado con la circulación de las ideas partidistas a través de la concepción de los impresos como agentes militantes tan activos y principiantes como los seres humanos (p. 20).

Es justamente esa idea nodal del lector como participante necesario en la vida impresa del partido la que convierte a Tierra en lo que Philippe Artières (2019) ha denominado una máquina gramófona (p. 19). En la segunda parte analizamos la creación de una red epistolar que presenta una multiplicidad de testimonios y una serie de escenas de lectura que convierten al impreso en una suerte de compañero cotidiano y en un escenario donde los obreros se hacen visibles como lectores.

Este sistema de relación lectora, que comienza con la caracterización de una práctica (la lectura) y con la presencia de unos lectores que tienen condiciones determinadas, culmina con la presencia de la literatura como el escenario ideal para formar al llamado lector militante. El cuento proletario se presenta como un género que describe la participación activa de los obreros y las obreras capaces de tejer un nuevo orden. Lo más interesante de esta última parte del presente trabajo es la invitación que hace el periódico a los lectores para que escriban sus propios cuentos. La respuesta no se hizo esperar y Tierra abrió sus páginas a los lectores-escritores.

Las cartas como rastro lector

La sección que más nos interesa es, sin duda, la de las cartas remitidas por los lectores. Este trabajo se centra en el análisis de la figura del lector en el periódico. Por ello resulta relevante comprender su materialidad, tamaño, sus secciones y círculos de distribución (como lo hemos hecho anteriormente). Para tal fin, seleccionamos el primer año de vida del impreso, dado que fue el momento más activo y con mayor presencia de los lectores.

Por supuesto, pensamos en un lector desde dos frentes fundamentales: a partir de las cartas que recibe el periódico, lo que podría acercarnos a un lector real y participante, y de los llamados, avisos e imágenes que lo representan dentro del periódico. En este sentido, resulta interesante comparar la realidad empírica de los obreros y militantes que escriben a la redacción del medio, con ese lector que vive a partir de los imaginarios editoriales.

Retomando lo que menciona Artières (2019), el lector no solo se presenta como un sujeto receptor, sino que se convierte en un sujeto que encarna la poética del soporte. Es decir, es un lector que lee y que le confiere al impreso la misión de cambiar sus condiciones de vida. Sumado a esto, a la vez que el lector practica la lectura, también pone al servicio del periódico su propia escritura (p. 131).

Si seguimos la idea de Artières, para comprender al lector de Tierra deberíamos relacionarlo con los modos y los contenidos editoriales en los que aparece. De esta manera, hemos dividido el material relacionándolo con la función que tiene el lector dentro del periódico: cartas, corresponsalías, colaboraciones. Estos son textos que dependen y devienen de él. Pero también, como lo expresamos antes, hay una serie de materiales que salen del periódico y que representan al lector: llamados, avisos y colofones. Existe otro conjunto que no hace alusión directa al lector, sino al periódico en tanto artefacto de lectura y víctima de la censura estatal.

La caracterización que el lector hace del impreso como un medio que puede salvarlo de la explotación capitalista, al igual que la confianza absoluta de que el periódico les dará un lugar en el mundo y les permitirá constituir la dignidad obrera, establece una relación vital entre el impreso y el lector. Dicha relación nos lleva a vincularnos con la idea de “escrituras ordinarias”. Para Fabre (2008), estas expresiones

[…] se oponen claramente al universo prestigioso de los escritos que se distinguen por la voluntad de construir una obra, por la firma que autentifica al autor, por la consagración de lo impreso. No aspiran ni al ejercicio escrupuloso del “buen uso” ni a la sacralización que, poco o mucho, acompaña desde hace dos siglos al distanciamiento literario (p. 3).

Este lector que interviene el periódico con su llamado vital, con su historia cotidiana en la fábrica o en el campo, será nuestro primer tema: el modo como las escrituras ordinarias se toman un medio impreso que circula bajo la legitimación de un partido o con la prohibición de la expresión.

Tierra: una máquina gramófona

En el número publicado el 6 de agosto de 1932, el obrero Agustín Morales Valencia (1932) escribió desde Cali sobre la importancia de la existencia de Tierra:

Estimados compañeros: creemos de suma importancia dar a conocer las impresiones causadas en estos lugares por la aparición del diario comunista “Tierra”. Decirles que la cantidad de ejemplares enviada parece que ha sido inferior a la demanda visible de los lectores, no equivale a dar a la publicación el significado de su justo valor, pues este sólo se manifiesta con respecto al material de lectura y por los comentarios que en comparación a las otras publicaciones se hacen (p. 3).

Morales Valencia se presenta como un obrero y, por lo mismo, como un lector fiel que “próximamente y así en forma epistolar” seguirá informando a Tierra “sobre los trabajos sindicales y de todo lo relacionado en el campo del proletariado” (p. 3). En este sentido, las cartas que recibe el periódico se sitúan, en un gran porcentaje, del lado de la denuncia y la descripción de las injusticias sobre los campesinos y trabajadores. Una característica muy interesante que atraviesa casi todas las comunicaciones es que el papel del impreso se asume como un aliado activo dentro de la lucha proletaria.

Lo llaman “nuestro aliado, el compañero Tierra, nuestra voz”, etc. Sin duda, lo más interesante es que el lector se muestra como defensor férreo del periódico y cuenta, a través de sus experiencias vitales y cotidianas, lo que el impreso debería saber y comunicar. Así es como el lector de Tierra también ejerce una especie de acción editorial y convierte el periódico en una máquina gramófona.

Esta noción es expuesta por Artières (2019) al presentar los archivos impresos como instrumentos fundamentales en la comprensión de la vida privada. Es decir, un periódico es “un archivo de archivos” que vuelve todo lo que contiene en objetos públicos. Para este autor, cuando revisamos los modos de presencia y representación de personas que han sido silenciadas bajo la mirada hegemónica de los archivos, estos materiales públicos también son parte de la dinámica cotidiana y vital de los obreros y campesinos, como en nuestro caso. La máquina gramófona a la que se hace referencia sitúa el uso de la escritura (que es una práctica hecha para el control) en una posibilidad de revuelta y protesta (p. 119).

Para Artières es justo la presencia de la vida cotidiana la que garantiza la multiplicidad de voces que aparecen encarnando a los y las lectoras del periódico. Un ejemplo de esta cotidianidad, de la inserción del periódico en la vida privada de los obreros, es la “Carta de Camila Guerra”, publicada el 9 de septiembre de 1932. Camila es una obrera de Cundinamarca residente en Cali que escribe sus penurias en primera persona. Comienza criticando el informe que da el periódico El Relator (diario oficial) sobre la economía pujante de Cali y la supresión del hambre. Camila Guerra (1932) contradice a este medio y dice:

Yo los invito a que vengan a mi pieza de habitación en ciudad, calle 17 No. 523, entre carreras 6 y 7 para poblarles lo contrario a pesar de saber trabajar en distintas artes, ha llegado el día de no tener nada para desayunar, y así me han dado las 6 de la tarde buscando trabajo en todas partes y no lo he encontrado, y como no estoy acostumbrada a pedir ni a ganar de la prostitución, necesariamente tendré que sucumbir (p. 25).

Camila cuenta su cotidianidad llena de escasez y dolor, pero también culpa al Relator de ser un diario de “explotación y prebendas” que no ve la cara del hambre. En este sentido, reafirmamos lo enunciado antes: el periódico se convierte en un aliado. Pero también funge como un confesor que hace pública la voz de una mujer pobre y con una conciencia política suficiente para reconocer en la gran prensa el “reflejo de la prensa burguesa y yanqui”.

De una manera u otra, en relación con los lectores, Tierra se convierte en lo que Fabre (2008) ha llamado una “escena de lectura” (p. 10). Camila Guerra (1932) cuenta que consigue el periódico “regalado de un amigo que me permite leerlo” y “lo hago a media luz con un cacho de vela en mi pobre pieza” (p. 25). Las escenas de lectura, como lo dice Fabre, son una suerte de cuadros que evocan y determinan distintos ámbitos donde se desarrollan las prácticas de lectura y escritura.

A dichos ámbitos se suman los personajes que llevan a cabo estas actividades a través de una diversidad de lenguajes biográficos y escriturales. De este modo, las funciones que adquiere la lectura y la escritura también están condicionadas por el propio sujeto que las establece desde su cotidianidad, o desde sus reclamos, y no a partir de un impreso que las impone. Para Fabre (2008), al vincularse a realidades como la cárcel, el confinamiento o la pobreza, estas escenas se transforman en un oficio que, de algún modo, permite la sobrevivencia (p. 11).

Podríamos pensar, entonces, que la cadena de lectores que escriben las cartas a Tierra encuentra en el relato de su condición vital, de su biografía, un acto de presencia, como lo expone Silvia Molloy (1996), que los activa y reafirma como sujetos (p. 14). De alguna forma, el periódico se convierte en un escucha atento de las voces disgregadas de los trabajadores aumentando el volumen de aquella máquina gramófona.

Pero a dicha máquina se añade otra condición más allá de ser un oído abierto para el obrero: un gramófono amplifica el sonido y lo hace colectivo. La obrera con hambre, encerrada en su cuarto oscuro mientras lee el periódico, se transforma en un personaje que es leído, que existe para aquellos que acceden a Tierra. Su silencio y soledad se amplifican y comienzan a pertenecer a todos.

De este modo, aparece una segunda condición de las cartas al interior del periódico. Si las escenas de lectura que hablan de la cotidianidad individual le dan un lugar de existencia colectiva al sujeto, las cartas con voces gremiales establecen del mismo modo un reconocimiento al movimiento obrero. Así, a partir de los individuos, Tierra también se consolida como el medio de expresión de la conciencia proletaria.

Sin embargo, los textos de nuestro corpus ofrecen gran cantidad de escenas de lectura en las que los personajes, al apropiarse de textos o de fragmentos de textos, logran elaborar un espacio de libertad a partir del cual dan sentido a sus vidas o encuentran energías suficientes para escapar de situaciones de angustia o peligro. La lectura puede constituir un atajo privilegiado para elaborar o mantener un espacio propio, íntimo, privado, incluso en la cárcel, la clandestinidad o la pobreza.

Tomás Cornejo (2019) pone sobre la mesa otro elemento fundamental a partir de las cartas en la prensa: la elaboración y narración de un conflicto que se convierte en una suerte de pacto solidario entre los lectores y la publicación. Este tipo de cartas no solo constituyen una red estable de lectores, sino que confiere al periódico una personalidad y un lugar de agencia humana dentro del proceso social del proletariado (p. 25).

Un ejemplo interesante es la carta escrita por el líder sindical Julio Enrique González (1932) desde un pueblo de clima caliente llamado Tocaima. Esta carta, publicada el 12 de agosto de 1932, no solo refiere una queja directa sobre las clases privilegiadas y los partidos políticos tradicionales, sino que nombra a Tierra como “el principal vocero de las aspiraciones de las clases trabajadoras de todo el país […] es al mismo tiempo el que mejor comparte las aspiraciones del proletariado colombiano que día a día avanza más por la senda de las reivindicaciones y de la verdadera democracia” (p. 12).

Volviendo a la propuesta de Cornejo (2019), esa denominación del periódico como un aliado de la lucha revolucionaria también crea un enemigo con nombres propios que puede ser llamado burguesía, capitalismo, gran prensa, gamonales. De esta manera, Tierra enmarca un conflicto de clases y prácticas sociales: “Por otra parte, la práctica de los remitidos de prensa servía para que los lectores devenidos en productores de discurso público se quejaran directamente contra el proceder de las autoridades” (p. 67).

En este sentido, el lector de impresos políticos y politizados politiza también su práctica lectora, participa y la convierte en voluntad de poder popular, a la mejor forma gramsciana. La idea de voluntad popular desde Gramsci (1999) se plantea desde la necesidad de los sujetos de inscribirse en la historia, entendiéndola como un escenario de articulación de momentos de resistencia y lucha política. Por esta razón, la presencia de los y las lectoras en el periódico se constituye como un compromiso político colectivo de unión del partido y de la vida proletaria (p. 89). Esto quiere decir que la lectura trasciende la práctica misma para convertirse en un proceso de participación colectiva y partidista. Además, Tierra no solo hace un llamado directo a la participación y la defensa de lectura del periódico, sino que publica de manera permanente una lista de libros y librerías que construyen, de cierto modo, una biblioteca ideal de partido.

Los lectores de Tierra, lectores de libros y literatura

Como se mencionó, el periódico publica, a lo largo de su existencia, varias listas que enuncian una serie de títulos. Estos avisos resaltan la importancia que tiene la lectura de la teoría revolucionaría para las acciones el partido, siguiendo los preceptos leninistas. Lo siguiente obedece a una serie de instrucciones para el lector, quien puede acercarse a la sede del pcc, ubicada en la Avenida Quesada, número 14, Bogotá. Para quienes no se encontraban en la capital, podían hacer sus pedidos a Carlos E. Bandera escribiendo a un apartado aéreo.

Los libros que componen la lista son editados o traducidos en casas editoriales españolas como Ariel, pero también se publicitan publicaciones periódicas comunistas de países como Argentina y México. No existe documentación que pueda evidenciar si los lectores del periódico adquirían los libros, pero el hecho de invitar, de forma tan directa, a la lectura como parte de la fundamentación de una práctica política y revolucionaria ya deja clara la concepción que tenía el pcc de la práctica lectora.

Sumado a las listas de los libros que vendía el pcc, eventualmente aparecía la publicidad de la librería bogotana Mercurio, la cual presentaba un listado muy selecto de literatura europea, de Cocteau, Maurois, entre otros. Sin embargo, la librería también distribuía los libros producidos por la editorial Centauro, adscrita al pcc.

En la sección llamada “Libros”, además de recomendar los escritos que fundamentaban la doctrina partidista e ideológica, Tierra también evidenció una campaña de “traducción” de dichos títulos a un lenguaje más claro para los proletarios del país. Tal es el caso del ABC del comunismo de Nikolái Bujarin.

De acuerdo con la introducción del primer capítulo del ABC del comunismo que inicia su publicación en el número 12 del periódico, se menciona la labor de Inés Martell como traductora y editora del libro de Bujarin. De acuerdo con el texto, Martell “ha arreglado la magnífica exposición de Bujarin sintetizando algunas partes, suprimiendo otras y reemplazando algunos ejemplos por otros más accesibles a la mentalidad de los trabajadores colombianos” (Tierra, 1932b, p. 6). Pero lo más interesante es que dicho libro fue publicado por entregas en el periódico; el trabajo de Martell consistió en sintetizar el escrito y hacer asequible los materiales fundamentales de la doctrina comunista.4

El 1 de agosto se publica el primer libro por entregas en la sección “Libros”; se trató de La nueva tierra, de Gladkov. En el periódico se anunció: “Esta obra debe ser leída por los obreros y campesinos. Para hacerla llegar a todas las manos proletarias, empezáremos desde mañana su publicación. Iniciamos con ‘La Nueva Tierra’ en nuestra sección de folletón. Ninguna obra que tenga derecho a ocupar este lugar en un periódico comunista” (Tierra, 1932a, p. 1). Esta publicación también pasó por el trabajo editorial de Martell y se concentró en los ejemplos de una revolución bolchevique que comenzaría y terminaría en el campo.

“El cuento proletario” era otra sección que se mantuvo sin interrupción durante los dos primeros años de vida de la publicación. En esta aparecieron cuentos del norteamericano John Reed (1887-1920) y de la rusa Larissa Reissner (1895-1926). De estos escritores se publicaron varios cuentos y eran los nombres que más aparecían en la sección. Ambas figuras se caracterizaron por participar de forma activa y permanente en las dinámicas del pcc. También encontramos colaboraciones del cuentista colombiano Osvaldo Montoya, administrador del periódico. Al parecer, las publicaciones de los cuentos contaban con una suerte de sistematicidad que, sospechamos, era configurada por la misma Inés Martell.

La sección “Libros” presentaba algunos de estos escritores a través de reseñas muy estructuradas: se hacía un resumen de la obra, se relacionaba con la lucha proletaria y se subrayaba la función de la lectura como una experiencia vital y revolucionaria. Un ejemplo de lo anterior puede encontrarse en la presentación que se hace de Memorias de un barbero, escrito por el italiano Giovanni Germanetto (1885-1959). Referido como un escritor y sindicalista comprometido con la causa trabajadora, la experiencia de leer su obra se describe de la siguiente manera: “Leyendo estas páginas vivientes se siente en las venas la ira golpeteante [sic] de la sangre contra todos los traidores que oscurecieron con su oportunismo la vida grandiosa del momento” (Tierra, 1932c, p. 2).

Algo similar ocurriría en el número 17 del periódico en la misma sección al presentarse la obra Carlos Marx. Historia de su vida, escrita por Franz Mehring: “es el Marx que investiga y lucha, el que analiza y se apasiona, el que permanece en las bibliotecas y que, al ser leído, vuelve a andar por las calles cuando es necesario” (Tierra, 1932d, p. 3). Otra referencia muy interesante que aparece en la sección “Libros” es la publicada el 19 de agosto de 1932 llamada “Lo que se lee en Rusia para los niños”. En esta columna se hace referencia a la exposición de libros que se presentó en París y en donde participaron países de toda Europa, incluyendo a Rusia. Se expresa la admiración por “silabarios lindísimos, cuyo objetivo único es educar a la multitud -a la gente joven que lee por primera vez y a la vieja que aprende a leer- con un sistema nuevo y presentan a la vez una vida nueva” (Martell, 1932, p. 20).

La columna está llena de claves que enmarcan, de alguna forma, una serie de protocolos de lectura ideales. La descripción de las librerías rusas como “ferias del libro”, la presencia de los libros en cada rincón, como las estaciones ferroviarias, los bajos costos y la gratuidad de algunos programas del gobierno comunista se reflejan en este extracto: “Los rusos piensan en los libros como en otros tantos mensajeros de cultura, en educarles, en cosas útiles que iluminan el sitio donde se encuentran, pero no tienen acerca de ellos ideas de propiedad privada” (p. 20). Sin lugar a duda, el punto que más se menciona es el bajo precio y la cantidad de los tirajes que nada tienen que ver “con los humildes números que el sistema oligarca y capitalista imprime” (p. 20).

En este sentido, la lectura y la presencia de los libros se asemeja a la revolución que propone el periódico en sus páginas. Lo que resulta más interesante de esta columna es el uso de la primera persona como forma narrativa. Al igual que las cartas de los y las obreras, este escrito narra una experiencia de primera mano, encarnada en la voz de quien cuenta. Tanto las epístolas como la columna comparten una característica que Artières (2019) evidencia como parte fundamental de la escritura autobiográfica: la adopción rápida del presente para denunciar. Es la voz del yo en el presente la que asume la condición de gritar, desde las vivencias mismas, las injusticias que el pasado deja atrás (p. 39).

La literatura folletinesca: los obreros como escritores de la comunidad de excluidos

La sección de “El cuento proletario” estuvo presente en el periódico desde 1932 hasta 1934. En esta se publicaron cuentos de escritores y escritoras norteamericanos comprometidos con la causa revolucionaria, al igual que obras europeas y colombianas. Todas las historias compartían la condición de narrar la vida de los obreros y proletarios que se enfrentaban al sistema capitalista; en estos escritos, todos los personajes defendían causas por las que morían o sacrificaban partes de su existencia.

Una condición constante en las narraciones publicadas es la descripción detallada del contexto y la realidad en los que se desarrollaban las luchas principales; siempre había un héroe o heroína que se oponía al sistema imperante. De hecho, la idea de postular una sección que a su vez propone un género diferente -el cuento proletario- exige y pone de manifiesto también una poética determinada y una función central.

Al parecer la sección tuvo gran acogida entre los y las lectoras. Tanto así que en el número 11 se expresa que

El interés que tiene esta clase de publicaciones no solamente está adscrito al hecho de comprobar la existencia de una literatura proletaria. Se comprueba, además, con ello, que los obreros y campesinos mismos pueden intervenir como autores en el desarrollo de esta cultura. Tal hecho es de gran valor. En la urss interviene el proletariado en diversas formas y maneras en la confección de una nueva cultura nacida de la revolución de octubre […]. Llamamos los obreros y campesinos a que colaboren en nuestra sección del Cuento Proletario. Nos agradaría que relataran en sus cuentos sus propios problemas de trabajo, en la fábrica, en el taller, en el campo (Tierra, 1932e, p. 3).

La convocatoria hecha por el periódico dio sus frutos y se publicaron, en ese mismo número, dos cuentos escritos por obreros que quisieron emular la poética proletaria. Ambas narraciones conservan, como lo enuncia Nicolás Rosa (2001), una estructura propia del género folletinesco (melodramas, conflictos situados en los problemas de clase). Sin embargo, estas narraciones a las que se les ha conferido el mote de proletarios le suman un elemento interesante a la escritura propia de los periódicos de la primera mitad del siglo xx: las llamadas escenas de vida, cuya función principal es la de exponer la cotidianidad en las fábricas, los campos y las casas obreras.

De igual modo, la lucha de clases que Rosa (2001) define como “la miseria Laica” configura relaciones problemáticas entre el empleado y el patrón, en las que se muestra a este último como representante del sistema opresor, y al trabajador como víctima de dicha dinámica (p. 38). Pero sumado a esta estructura conocida y común, se agrega la acción de la víctima a través de huelgas, paros o actos heroicos individuales, los cuales siempre son retomados por el colectivo como ejemplos de lucha necesarios y a los que deben darle continuidad.

Retomando la idea de escenas de lectura que proponen Fabre (2008, p. 13), existe un elemento fundamental que constata la importancia de dichas narraciones: la idea de una comunidad que tiene lugares en común, prácticas compartidas y necesidades análogas. De este modo, la literatura obrera reconstruye la idea de una “comunidad de los excluidos” que, a través de la lectura y, como si fuera poco, de la escritura, reclama sin pudor su lugar de existencia en la sociedad. La literatura proletaria permite que esos lectores representados en su práctica, sentados en habitaciones oscuras con cachos de velas o saliendo a protestar a la calle, se encarnen a sí mismos en aquellas escenas de vida que vienen a ser resultado de las escenas de lectura. Se puede notar que los dos obreros que enviaron sus cuentos leyeron la sección de “El cuento proletario”, siguieron el periódico y atendieron su llamado; es decir, fueron primero lectores del impreso y luego escritores.

En este sentido, la literatura posibilita ese tránsito tan importante a través de la acción presente en los impresos obreros y proletarios: la invitación permanente a una participación activa de los lectores y la lucha ferviente por conquistar un espacio en el escenario impreso. El periódico Tierra representa, justamente, la marca de ese trasegar que convierte a los y las obreras en voces que merecen y que pueden ser escuchadas. Más que un acto que se limita a trasmitir conocimiento, la lectura debe convertirse, desde la idea de doctrina, en una acción colectiva para cambiar el orden social impuesto, minarlo y trascenderlo, así fuese en el rincón de una página.

Conclusiones

El análisis de los lectores en los impresos merece varios puntos de concentración. Uno de ellos se relaciona con que la poética de los soportes, su intención comunicativa y de existencia, genera una metodología de observación que no puede ser común para todos los materiales. De este modo, la presencia de los lectores que se da a través de las cartas enviadas al periódico no solo nos permite comprender los imaginarios que sobre la letra y la práctica lectora tiene el impreso y, por ende, del partido, sino el uso y los conceptos de los propios lectores.

La red epistolar permite, a su vez, configurar una suerte de biografías lectoras que evidencian el uso que los lectores dan al impreso, su participación en la vida obrera y los imaginarios que sobre el poder de la palabra escrita comienzan a configurar estos sujetos. Por otro lado, la presencia de las cartas también completa el mapa de circulación del periódico en los diferentes municipios de Colombia, sumado a las prácticas de censura de las que fue objeto Tierra. Toda esta historia en gran medida puede reconstruirse por medio de la presencia de los lectores.

La noción de lectura como una práctica militante y revolucionaria deja claros los modos como el partido fue creando un circuito impreso que incluía editoriales, lista de libros y librerías. De la misma forma, la sección que expresaba la importancia de los libros en el mundo soviético actuaba como una especie de protocolo de lectura y, por consiguiente, de educación partidista. En ese sentido, la intervención de Inés Martell como “traductora” de los libros pilares de la doctrina comunista resulta esencial para convertir al impreso en una herramienta de formación principal.

La literatura, por su parte, también constituye un espacio nodal dentro de estos objetivos. Idearse una sección dedicada al cuento proletario, exponer una poética y reseñar algunos libros se convirtió en una manera de formar lectores que dieran el salto para convertirse en escritores. De esta manera, la lectura pasa a ser una práctica expresiva que supera la idea de una acción pausada y de mera recepción.

Por esta razón, las escenas de lectura a las que nos referimos a través de algunas cartas se enlazan de manera íntima con las llamadas escenas de vida, propias de la literatura folletinesca y proletaria. El lector que cuenta el encuentro con el periódico y lo define como un compañero de lucha y de vida puede ser el mismo que escribe su historia, que narra sus batallas para los demás. De esta manera, Tierra se transforma en una máquina gramófona y polifónica que permite amplificar las voces de todos esos lectores a los que no se les había dado sonido posible.

Referencias bibliográficas

Artières, P. (2019). La experiencia escrita. Estudios sobre la cultura escrita contemporánea (1871-1981). Buenos Aires: Ampersand.

Cornejo, T. (2019). Ciudad de voces impresas. Historia cultural de Santiago de Chile, 1880-1910. México-Chile: El Colegio de México/Biblioteca Nacional de Chile, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana.

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Notas

1 Este artículo forma parte de la investigación “Archivos lectores” de la Escuela de lectores de BibloRed. Cómo citar este artículo: Guzmán Méndez, D. P. (2022). Lectores y lectoras en la prensa comunista colombiana: redes epistolares en el periódico Tierra. Estudios de Literatura Colombiana 50, pp. 55-70. DOI: https://doi.org/10.17533/udea.elc.n50a03
2 Tierra se publicó de manera ininterrumpida hasta 1935, aunque en la segunda edad cambió su periodicidad de diario a semanario.
3 De acuerdo con un balance publicado el 23 de agosto de 1932, el impreso fue distribuido en 45 pueblos y ciudades intermedias. Siguiendo las páginas del periódico, dicha distribución se hacía de tres modos: por suscripción con un costo de $5 al año, por compra directa en las agencias o por medio de voceadores a cinco centavos el ejemplar.
4 El verdadero nombre de Inés Martell era Carmen Fortoul, nacida en Venezuela. Martell fue la esposa de Guillermo Hernández Rodríguez, secretario del pcc y delegado en Moscú. De acuerdo con la columna del periódico donde se anuncia la labor de Martell, su objetivo principal fue renovar el partido y vincular de modo más definitivo la fuerza obrera a las filas políticas. Una de las consignas más importantes del trabajo de Martell fue la de unir las regiones y descentralizar la presencia del pcc.
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