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Una guerra sin monumentos: Rebelión de los oficios inútiles de Daniel Ferreira1
A War Without Monuments: Rebelión de los oficios inútiles by Daniel Ferreira
Una guerra sin monumentos: Rebelión de los oficios inútiles de Daniel Ferreira1
Estudios de literatura colombiana, núm. 51, pp. 131-146, 2022
Universidad de Antioquia
Recepción: 09 Febrero 2022
Aprobación: 09 Junio 2022
Resumen: Este artículo analiza el sentido de inutilidad en la novela Rebelión de los oficios inútiles (2014) del autor colombiano Daniel Ferreira haciendo uso de la teoría marginalista de William S. Jevons y sus postulados económicos. El estudio sugiere líneas interpretativas trasversales a partir del relato literario de una humanidad deshecha por un orden socioeconómico sostenido por la premisa valor-igual utilidad. El aporte de esta lectura es trazar ecos entre los hechos recientes y el discurso cultural generalizado que criminaliza la pobreza y justifica la eliminación de quienes se consideran sujetos humanos “inútiles” dejando a su paso de esta manera la experiencia de quienes murieron en una guerra continua sin monumentos.
Palabras clave: Daniel Ferreira, literatura colombiana, Rebelión de los oficios inútiles, concepto valor-utilidad, teoría marginalista, conflicto colombiano.
Abstract: This article analyzes the sense of uselessness in the novel Rebelión de los oficios inútiles (2014) by the Colombian author Daniel Ferreira, making use of the marginalist theory of William S. Jevons and his economic postulates. The study suggests a transversal interpretation based on the literary account of a humanity fractured by a socioeconomic order held by the premise of value-equal utility. The contribution of this reading is to trace echoes between recent events and the cultural discourse where poverty has been criminalized and it justifies the elimination of “useless” human subjects underscore in the way the experience of those who died in a continuous war without monuments.
Keywords: Daniel Ferreira, Colombian literature, Rebelión de los oficios inútiles, useless, marginalist theory, Colombian conflict..
Hay hazañas que no necesitan de una vida para revelar todo su esplendor inútil. Daniel Ferreira (2014, p. 51).
A propósito del derrumbe de estatuas y monumentos visto en el presente en muchos lugares del mundo y las airadas reacciones que estos actos despiertan, decidí titular este artículo “guerra sin monumentos”. Especialmente porque este acontecer propio de distintas latitudes conectó y actualizó la lectura que hacía en ese momento del escritor colombiano Daniel Ferreira. La caída de estatuas y héroes en plazas y calles hace sospechar que la posibilidad de una recomposición de los espacios de las ciudades en sus primeros planos, además de enfrentar colectivamente el valor relativo del pasado inculcado, es una performance de nuevas ciudadanías. Todo este agitado panorama con sus anónimos actores viene a preguntar por el viejo postulado del proyecto económico y político que establece el paradigma que equipara el valor con la utilidad.
Propongo a continuación un estudio cuidadoso del sentido de la inutilidad que se concreta y materializa en la novela de Ferreira y tomando prestada la teoría marginalista esbozada por el pensamiento económico de William Stanley Jevons (1835-1882); sugiero asociar el planteamiento que justifica la eliminación o aniquilación de determinados sujetos o grupos sociales y aquella narrativa que se va trasladando y apropiando para describir la pobreza y a quienes mueren en una guerra que los deja sin monumentos.
En función de lo planteado se destaca que existe una conexión entre el pensamiento económico del siglo XIX (en el que se inscribe Jevons) y la novela en estudio, por cuanto las principales transformaciones sociales y económicas que vivió Colombia se dieron en el periodo que va de finales del siglo XIX y qué llega hasta muy entrado el siglo XX. Por consiguiente, los postulados de Jevons resultan vigentes para el momento en que se desarrolla la historia de Ferreira y el contexto colombiano en que esta se sitúa.
Este proceso que experimentó el país se conoce como “periodo de modernización”, que significó el desarrollo de las ciudades y la implementación de sistemas urbanísticos de enclaves de clase media. A partir de estos cambios los procesos de expansión de la propiedad, especialmente en áreas rurales, dieron paso a conflictos y tensiones sociales que son fundamentales en la narrativa de Ferreira. Además, en esta modernización de la Colombia del siglo XX se benefició principalmente a colonos y a familias poderosas dejando por fuera de los privilegios a campesinos y trabajadores rurales, que según Ferreira son quienes se ocupan de los oficios inútiles en el sentido económico que le da Jevons a la utilidad y valor de productos, servicios/oficios y personas.
A partir de estas conexiones, empezaré señalando que la novela Rebelión de los oficios inútiles (2014) es una historia a tres voces que gravita sobre las luchas sociales de los años setenta en Colombia, a saber, las reivindicaciones populares por la tierra y el derecho al trabajo, pero sobre todo es una obra de una humanidad deshecha que se justifica gracias a un orden económico que separa a los sujetos de acuerdo con las premisas de valor igual-utilidad. A través de un relato estructuralmente creativo, Ferreira se adentra en el asunto del activismo social, narrando la muerte y la vida de la lideresa comunitaria Ana Dolores Larrota, el desamparo y las obsesiones de Simón Alemán -latifundista venido a menos- y las vicisitudes del periodista Joaquín Borja que, junto a su fotógrafo y amigo, hacen del periódico La Gallina Política-Prensa Libre un espacio narrativo en el que se alojan temporalmente mujeres y hombres del Sindicato de Oficios Varios y otros ciudadanos inútiles.
La historia es un tríptico en el que la inutilidad es su eje central. Primero, el terrateniente, Simón Alemán, que con su idea absurda de construir un condominio en la parte más alta de la cordillera, sin importarle el resultado de su obsesión, no es útil para la sociedad provinciana y, por ende, su sueño carece de todo valor-igual utilidad. Segundo, el periodista Borja es un inútil cuyo oficio de contar solo lo lleva a la desgracia y al exilio; mantener el periódico y atestiguar los hechos acontecidos del pueblo es también vano porque, como relata la novela, el Sindicato de los Oficios Inútiles se desmantelará y sus integrantes serán asesinados y atacados mientras reclaman por su dignidad. Y tercero, Ana Larrota, quien no solo será apuñalada en la cárcel, sino que su proyecto de toma de las tierras terminará en la masacre de sus compañeros de lucha; setenta años de inutilidad recogidos en la vida de la anciana Larrota pasarán a la historia sin monumento alguno.
Daniel Ferreira (1981), autor de esta y otras novelas, es también bloguero y cronista. Se destaca, además del proyecto literario sobre la violencia y la historia de Colombia Pentalogía (infame) de Colombia -La balada de los bandoleros baladíes (2011), Viaje al interior de una gota de sangre (2011), Rebelión de los oficios inútiles (2014) y El año del sol negro (2018)-,2 su trabajo en el periódico El Espectador y su blog “Una hoguera para que arda Goya”. Este último trabajo creativo recibió el premio al mejor blog de difusión de la cultura en español otorgado por el Instituto Cervantes en 2013.3 La Gaceta Cultural del diario El País al reseñar su novela del 2018 mencionó que “todo el proyecto de la Pentalogía, ubica a Ferreira no solo entre los más destacados escritores contemporáneos colombianos […] sino que también sus características narrativas y su amplio y rico dominio de la escritura” (El País, 2019, párr. 7) lo ponen a la altura de grandes figuras de la literatura latinoamericana.
De Ferreira y su trabajo literario también se ha afirmado que “aborda de manera original la violencia y la historia de Colombia desde el siglo xix” (Melo González, 2020, párr. 2). Rebelión de los oficios inútiles obtuvo el Premio Clarín de Novela en 2014 y es un coral de historias. Las reseñas comerciales señalan que la novela “es un recordatorio de que el conflicto de hoy hunde sus raíces en un pasado sangriento e injusto, un pasado que se repite una y otra vez” (Andrade, 2016, párr. 10). El libro se comercializa como “una pequeña gran insurrección que da cuenta del enfrentamiento de clases y de violencia política que azotó a Colombia, relatada con una pluma de una belleza que aturde y un pulso que no da respiro” (Cúspide, 2015). Asimismo, Giulia Nuzzo (2017) establece que la narrativa de Ferreira, al dejar todo pudor, se presenta con una prosa que va más allá de la muerte inventariada y propone una estructura de fragmentos breves y de “tono hiperbólico, que lleva la representación de la violencia hasta una desmesura de tintas metafísicas” (p. 142).
Este mismo estudio apunta hacia la categorización de Rebelión dentro de “la tradición experimental de la novela contemporánea” en la cual se configura un “entramado de notable complejidad” mientras que su relato sigue siendo “extremamente esencial” (Nuzzo, 2017, p. 150). En este punto vale la pena mencionar que el artículo de Nuzzo explica las coincidencias entre la realidad histórica de Colombia y la factura creada por la ficción. Por ejemplo, el fraude electoral de 1970 “con la instalación del gobierno de Pastrana y la radicalización de los movimientos insurgentes armados”; la existencia de El Trópico, periódico revolucionario de San Vicente de Chucurí (departamento de Santander, Colombia), dirigido por Jaime Ramírez, y la toma en 1969 liderada por la sindicalista Ana Larrota “que llevaron a cabo dos mil campesinos y obreros de un terreno que quiso construir un terrateniente en la zona” (p. 151). Ambos, Ramírez y Larrota aparecen al final de la obra cuando Ferreira concede la novela a su memoria.
En el camino de la crítica se inscribe el estudio de María Suárez Amaya (2019), para quien el punto de encuentro de la novela que aquí nos ocupa son los ciclos de violencia de los cuales no pueden escapar sus personajes. Suárez Amaya desarrolla esta idea al referir la suerte de Larrota, cuyas desgracias le llegaron desde muy niña. El sufrimiento de esta mujer tomó forma en la brutal muerte de su hijo por una bala perdida y el posterior suicidio de su esposo. La agonía de una vida enfrentada a todo tipo de violencias concluye cuando Larrota con más de 73 años muere desangrada en la cárcel, víctima de un cruel ataque y acusada de rebelión como líder de la toma de los terrenos del señor Alemán. En su investigación, Suárez Amaya (2019) afirma que hay un “destino impuesto por un régimen político a una sociedad” que necesariamente “recae sobre los individuos generación tras generación”; para la autora en la novela es preciso entrever el “sentido de la tragedia colectiva colombiana” (p. 53). En consecuencia, aunque las violencias en Rebelión de los oficios inútiles sean protagonistas y crucen todo el relato, no constituyen una novedad interpretativa, por lo que se requiere entonces una mirada transversal que precisa volver sobre lo declarado por el mismo Daniel Ferreira:
Yo quiero escribir lo que quedó en las grietas de hace 30, 40 y 50 años. De todo lo que nos avergüenza y no se quiere contar. No escribo sobre violencia, sino que sitúo argumentos dramáticos en escenarios y tiempos que se corresponden con las espirales de violencia (Ariza, 2015, párr. 13).
En efecto, más allá de compartir las interpretaciones previamente reseñadas, me interesa explorar los conceptos de utilidad y valor para entender la estética de los oficios inútiles que ofrece la novela en contracorriente con la idea de sujeto productivo en una economía altamente rural y de incipiente desarrollo. En este sentido, valor y utilidad han servido en la modernidad para expresar el pensamiento económico y desplegar fórmulas que expliquen y calculen el mercado, el consumo y el comportamiento de la economía. En la práctica comercial “el valor es la cuantía que un cliente está dispuesto a pagar por un determinado bien o servicio” (Coll Morales, 2020, párr. 7). En el mundo de hoy, donde las economías y los mercados se mueven a través de bolsas de valores, empréstitos, fondos de comercio, franquicias, transacciones en línea, aplicaciones informáticas y capital intangible como criptomonedas, por mencionar solo algunos, la atribución de valor-igual utilidad corresponde a una mera asignación simbólica que puede ser estimada en mayor, en menor medida o en cuantía nula. Por lo tanto, sin importar la latitud y las fluctuaciones de un mercado globalizado, es pertinente hablar del no valor.
Los economistas y teóricos del mercado coinciden parcialmente en señalar que el valor-igual utilidad se vincula con el cumplimiento de unas expectativas. En otras palabras, el valor-igual utilidad se fija mediante la consecución o la adquisición de lo prometido y la satisfacción de las expectativas aseguradas a priori dentro del flujo de intercambio. El valor-igual utilidad mide qué tan útil es un producto, servicio o cosa; esto es, qué tan alta estima le confieren las personas a tal producto, servicio o cosa.
Estas ideas que parecen saturar todas las relaciones sociales y económicas contemporáneas tuvieron su punto de inflexión con William S. Jevons, quien logró, en su principal obra Theory of Political Economy (1871) fijar las bases de lo que se conoce como la revolución marginalista. Dicha revolución se centra en la idea de desechar el valor trabajo que se había heredado de la escuela clásica de Adam Smith y David Ricardo, al otorgar el valor de utilidad a aquello con la capacidad de satisfacer una necesidad. Este último punto mueve el foco de atención a la subjetividad que luego se conocerá como utilidad marginal. En este sentido, se afirma que la utilidad es el placer derivado del uso de un producto y que el pilar de la economía es la tendencia a saciar ese placer. En efecto, la riqueza está en tener aquello que es de limitada oferta y cuya trasferencia es restringida y condicionada.
Si bien esta teoría se fundamenta en un tratamiento matemático que conduce a resultados objetivos para buscar situaciones óptimas, aplicando los sistemas de cálculo diferencial, Jevons no solo abrió el camino “para los estudios econométricos”, sino que determinó “magnitudes cuantitativas susceptibles de comparación en términos de mayor o menor” utilidad, dependiendo de “la misma naturaleza” (Escartín González, 2002, p. 347). Por lo tanto, lo que rescataré de los postulados económicos es que la utilidad “no es una cualidad inherente”, más bien es “una circunstancia de las cosas que nace de la relación con las necesidades humanas” (Jevons, 1998, pp. 97-98). En efecto, a propósito de la teoría del marginalismo, Eduardo Escartín González (2002) señala que:
Jevons cambió radicalmente el enfoque del estudio del arduo problema del valor. Abandonó las teorías objetivas, basadas en el trabajo o las más generales fundadas en el coste de producción, y adoptó una teoría eminentemente subjetiva centrada en la utilidad. Para él “el valor depende enteramente de la utilidad”; y la utilidad es la facultad que tiene “todo aquello [o todo bien] que pueda producir placer o impedir el dolor” (p. 349).
Citando a Jevons, Escartín González (s.f.) sostiene que “todo aquello que un individuo desee o aquello por lo que trabaje debe suponerse que tiene utilidad para él” (p. 349), aclarando a renglón seguido que la moral debe excluirse en esta valoración.
La sociedad en general y los individuos en particular mostrarán determinadas preferencias que, mediadas por un valor-igual utilidad asignado, someterán a juicio aquello que les es de utilidad, aquello que valoran. Así pues, estos conceptos explican, por lo menos de manera argumentativa, el marco de referencia para asignarle un valor-igual utilidad o un sin valor a un producto, a un sujeto, a un trabajo o a una labor. La contrariedad surge entonces cuando el individuo carece de valor-igual utilidad y cuando su trabajo aun produciendo un valor-igual utilidad relativo a este se le ve como inútil.
Por otra parte, el sistema teórico que describe un contexto económico dentro de un marco más amplio de las ciencias sociales y los estudios socioculturales evidencia no solo las relaciones de producción sino también la manera como se entiende y se valora la división del trabajo y, por ende, los oficios. En función de este planteamiento, la teoría económica permite una mirada transversal de los fenómenos humanos y del lente con el cual Daniel Ferreira entiende y narra las fronteras sociales y culturales de su relato y del valor-igual utilidad de sus personajes.
En este orden de ideas, la estética de la inutilidad en la novela Rebelión de los oficios inútiles plantea en lo sucesivo una manera particular de narrar el no valor y la inutilidad.
En efecto, destacaré que la inutilidad no es el opuesto directo de la utilidad. Propongo, para entender el planteamiento de Ferreira, el consenso de las preferencias de un grupo o una sociedad que asertivamente otorgan valor-igual utilidad a determinados sujetos o trabajos, mediando una escala en la cual el trabajo de unos no produce el reconocimiento social ni el flujo económico que requiere lo social y, por ende, carece de la cualidad fundamental de la utilidad marginal. En otras palabras, la novela en estudio al narrar los oficios inútiles estrecha la relación entre el valor-igual utilidad y la predilección a eliminar aquello o aquellos que carecen de toda aparente utilidad. Ante este fenómeno se destaca una estética que arma tanto la historia de los tres personajes como la inutilidad de sus proyectos de vida.
Rebelión de los oficios inútiles abre con la narración de la muerte, tortura y desaparición de 18 personas que viajan de forma desenfrenada y sin pausa por la miseria, la complicidad y el Estado de sitio que de manera intermitente vivió Colombia durante varias décadas del siglo XX. El lector será testigo de que los muertos son albañiles, curanderos, cacaoteros, electricistas, torneros, personal de servicios domésticos, volteadores, amansadores de caballos, serenos, curtidores, buhoneros, maestros de escuela, locutores, tinterillos, cocineros, zapateros, mecánicos de bicicletas, presidentes de la acción comunal. Personajes que según la novela tienen oficios inútiles -y, por tanto, su valor es nulo y su desaparición o aniquilación no concierne más a que a sus familias.
El narrador repite constantemente que “esta historia comienza” con hombres que salen a dar un paseo en un día de sol y que son requeridos “para una requisa por un grupo de militares” (Ferreira, 2014, p. 9), para luego informarle al maestro albañil “que está detenido”. Lo único que quedará de él será un zapato. Su vida inútil se reduce al cuerpo descompuesto, asesinado con disparos en su cabeza y vientre, y que logra encontrar la familia en el fondo de un socavón. El chacotero amigo del albañil también es detenido. El sobayeguas, el curtidor de cueros, el comerciante de acopio, el volteador, el sereno, el electricista y el mecánico de bicicletas son transportados en el camión verde oliva Dodge sin placas, conducido por militares y policías. Todos los retenidos son llevados al calabozo, torturados, interrogados y asesinados. Muchos de ellos serán dejados en la cuneta polvorienta del camino, en el fondo de un abismo o a la orilla del río. En los interrogatorios extrajudiciales, “los captores empiezan a acosarlo[s] con preguntas tendenciosas que los culpabilizan de ser consueta de guerrilleros” (p. 11). Los torturados son acusados de pertenecer a “una célula urbana del Movimiento Guerrillero” y usando preguntas tramposas que inculpan por adelantado, deben “cantar” (p. 12) e identificar “el cabecilla del Sindicato de Oficios Varios que pertenece al Movimiento Guerrillero” (p. 16). En este tinglado de sospechas infundadas los lectores conectarán el inicio de la historia con el fin de los inútiles.
Ya no será suficiente agruparlos en el sindicato y retener a quienes tienen oficios inútiles. La necesidad de hacerlos sospechosos de insurgencia y “enemigos del régimen” (p. 18) prueba su existencia narrativa y justifica aquella dinámica popular en la que se sostiene y se presupone que “por algo se llevaron detenido a ese, algo habrá hecho, de algo carecía”. Desaparecerlos después de torturarlos pasa inadvertido por cuanto la narración bien insiste en hacerlos delincuentes y “malhechores que presumen de ser pobres simplemente porque no les gusta trabajar” (p. 207). Ambas coincidencias los llevarán a la muerte y todo es tan rápido en las jornadas de interrogatorio y tortura que ni tiempo hay “siquiera de odiar a sus flageladores” (p. 15). Lo que empieza como una borrosa conexión con el sindicato se transforma en la obvia evidencia de inutilidad. La principal función de los personajes capturados es desempeñar un oficio que se estima solo hacen los inútiles y esta inutilidad los define como peligrosos y responsables de la inestabilidad social.
Más tarde la novela los agrupará en la denominación de sublevados y serán estos los que se organicen con el liderazgo de la vieja Ana para tomarse la explanada donde Simón Alemán busca construir su condominio de ensueño. Ninguno de los causantes del caos tiene una ocupación definida. El colectivo que se toma las tierras es “un ejército de zarrapastrosos” que invade “un lote baldío que era la promesa arquitectónica de la clase media y terminó siendo un moridero de pobres, un cinturón de miseria” (Ferreira, 2014, p. 43). Por tanto, el proyecto Club Kiwanis pasa de ser “un proyecto viable y necesario para el desarrollo” (p. 213), a ser el espacio en el que se enfrenta una “multitud armada con picos, palas y piedras” (p. 266) y donde se elimina una utopía urbanística nacida de amores fallidos y recuerdos de viajes por La Habana. Sin embargo, tanto Simón Alemán como los destechados serán ninguneados porque “la historia quiere saber de campeones, de hombres que triunfan” (p. 209), no de aquellos inútiles en agonía. No habrá monumento, ni conmemoración. Los inútiles serán olvidados o quizá solo cifras, que luego justifican los institutos y la burocracia de la paz.
Los huelguistas, muchos de ellos integrantes del Sindicato de los Oficios Varios, son criminalizados aún a sabiendas de que “la cordillera de los cobardes había sido usurpada a sus colonos y pioneros para otorgarla a los veteranos de la guerra del novecientos […] se las habían apañado siempre en buen agrado con dos virtudes nacionales llamadas explotación y expropiación” (Ferreira, 2014, p. 217). La anterior declaración tiende un puente importante entre el conflicto de la tierra y la novela. La dirección histórica de los eventos provoca en los lectores una mirada retrospectiva en la cual se intuye el origen de la dicotómica partición social: privilegiados, dueños, terratenientes, útiles ciudadanos, hombres de bien versus desafortunados, pobres, mal educados, inútiles, criminales. Todos estos adjetivos y sus correspondientes antónimos son la base del discurso social que justifica el accionar de las personas. La división señalada se materializa en dos importantes grupos antagónicos: por un lado, los huelguistas pertenecientes al sindicato y, por el otro, un grupo de ciudadanos de impecable reputación que busca ayudar a Simón Alemán con la toma. En su mayoría, dicha Sociedad de Hierro -como se le conoce- está integrada por “los hombres más prestantes” (p. 172) de la zona.
Aquellos abogados, comerciantes, médicos y sacerdotes sin duda prestan un útil encargo al proyecto económico contemporáneo sirviéndole al pueblo con sus trabajos y asistiendo en la suprema misión que abandera “la legítima defensa de los hijos colombianos” (p. 173). Esta diferenciación entre los habitantes del pueblo y la narrativa que caracteriza a unos y otros va dando lugar a la estrategia que seguirán los militares para recuperar los terrenos, atacar a los huelguistas y arremeter contra los inútiles, incluyendo a la líder del movimiento de la toma de Pueblo Nuevo, proyecto Kiwanis. Ya ni el refrán popular “ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón” salvará a los trabajadores ni evitará su muerte. Los inútiles son sospechosos e informantes de grupos ilegales, vagos, destechados, sin educación y, sobre todo, peligrosos. Esta condición los despoja de sus derechos, les arrebata el sentido de justicia y les resta humanidad. Su eliminación o muerte por tanto estará justificada y el no valor se erigirá en estandarte para proteger a la sociedad que se narra a sí misma como guardiana de la “propiedad, familia y tradición” (p. 165). A propósito de esta construcción narrativa de opuestos y contradictores, el expediente de Ana Dolores Larrota claramente señala que,
Por consideraciones que definen a la procesada como un peligro para la estabilidad social, por haber liderado la invasión de tierras baldías en cabeza de dos mil malhechores y haber participado de cuerpo presente en el posterior enfrentamiento con la fuerza del orden […] queda condenada a pena carcelaria durante el Estado de Sitio (Ferreira, 2014, p. 23).
Por esta razón, la invasión de Pueblo Nuevo, proyecto Kiwanis “no se arregla metiendo en la cárcel a esos vagabundos […], se arregla con diez entierros, esos subversivos y revoltosos son los culpables de todo” (p. 206). La novela desgrana un conjunto de adjetivos que se usan como descriptores de quienes por su condición social y, en particular, por su trabajo, no llegan a merecer el apelativo de ciudadanos. Más bien, son elementos que sobran y le estorban al proyecto político y económico de las élites nacionales. Lo que destaca la Rebelión de los oficios inútiles es que, poco a poco, la repetición de estas descripciones da como resultado un ambiente colectivo en el que comunidades como la del sindicato pierden su utilidad política y eliminarlas no solo es una responsabilidad de “los ciudadanos de bien”, quienes incluso llegan a tomarse la justicia por su “propia mano”, sino que se convierten en jueces inflexibles al aseverar y señalar que los que protestan “no son manifestantes, son guerrilleros vestidos de civil” mientras “los ciudadanos de bien que contribuimos y pagamos impuestos” (p. 206) son quienes deben recuperar el orden que los mantenga dueños de las tierras y de los negocios e inamovibles en la escala social alentada por sus colaboradores, los militares que cuidan y velan por el bienestar de ellos.
Claramente los zarrapastrosos, los destechados y, por consiguiente, Ana Dolores Larrota carecen de utilidad. La novela acentúa la indudable estigmatización contra la disidencia, contra los pobres que se organizan en sus comunidades y lideran procesos al margen de la microhistoria. Es preciso negarles a estos grupos el acceso a los beneficios y a los derechos que gozan otros. La idea de valor social y político abre de inmediato el cuestionamiento sobre la legitimidad de derechos fundamentales como la protesta, la oposición y la libertad de expresión. Sin mencionar, por supuesto, el derecho a la propiedad. Es por esto que “el 20 de abril de 1970, Ana Dolores Larrota estaba muerta, el Sindicato de Oficios Varios acéfalos, las elecciones presidenciales en entredicho […] y una columna de humo se levantaba en el campamento del cerro invadido” (Ferreira, 2014, p. 208).
Sobre la base de las consideraciones narrativas y medio siglo después, dicha caracterización parece seguir administrando el imaginario del Estado y de aquellos colombianos que se autodenominan de bien o, haciendo eco de la novela, ciudadanos útiles. Cincuenta años más tarde, el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz) afirma que en Colombia en el 2021 ocurrieron 96 masacres en el país, que dejaron un total de 338 víctimas. En lo que va corrido de este año 2022 ya se han registrado diez masacres con 29 víctimas.4
Los personajes de Ana Dolores Larrota y Simón Alemán, aunque parecen antagónicos, han sido construidos por la narrativa de Ferreira para erigir una estética que justifica el accionar de la sociedad. A Larrota y Alemán les corresponde enfrentarse en la tradicional lucha de clases que ha motivado a las sociedades por siglos. Alemán, privilegiado y heredero de la fortuna familiar, se constituye en la fuerza del progreso y el motor civilizador de la naturaleza humana y de aquel territorio idolatrado y heredado de su padre, quien “quería un enclave en medio de esta selva de violencia y atraso. Quería vivir en un pueblo copiado de un pueblo moderno. Casas hermosas como las que vi en Cuba” (Ferreira, 2014, p. 210). En contraste, Larrota es pobre y desgraciada, es la fuerza que intenta detener la injusticia. A propósito, Larrota dice que “los lideres sólo somos voceros del colectivo”, este colectivo que lucha “en hacer valer los derechos que han perdido los ciudadanos que la enarbolan” (p. 169). Por el contrario, quienes están del lado de los propietarios, de los de bien y de los militares tipifican el accionar de los huelguistas como “asonada, insurrección, rebelión” (p. 169). Delitos que se le imputan no solo a Larrota, cabeza del movimiento social, sino a todo aquel que pretenda ejercer una voz en contra de la ausencia de posibilidades. Sin hacer un esfuerzo teórico muy extensivo, la misma retórica fue usada durante las protestas que se llevaron a cabo en el 2021 a raíz de la reforma tributaria propuesta por el presidente de Colombia Iván Duque. En ese momento, indígenas, estudiantes, desempleados y manifestantes fueron acusados de vándalos y guerrilleros. A estas acusaciones, la líder de Rebelión responde:
Somos proletariado: gente que vende el sudor de su cuerpo, gente que se gana el pan con las manos y la fuerza física en oficios que la mayoría no quiere tener. En todo caso, es una rebelión de los oficios inútiles, es una insurrección doméstica cuyo objetivo es reivindicar derechos que nos han sido negados en nuestro territorio; al trabajo, la vivienda digna, a los servicios públicos, a la libertad de expresión, a un salario […] un cobro popular por una deuda atrasada, un pedazo de tierra que usaremos como vivienda, y queremos la solidaridad entre los conciudadanos (Ferreira, 2014, p. 170).
Evidentemente, en la respuesta del personaje está contenida la narrativa que intercambia de manera automática valor y utilidad. Los huelguistas carecen de utilidad social porque “nada vale el que nada tiene” (p. 183). Despreciar al pobre y acusarlo de criminal va sentando legítimamente los principios de una economía cuyo sentido está dado por la relación existente entre el valor-igual utilidad que adquiere un bien o producto y la retribución dada a quien trabajó en su producción. En este vínculo que parece equiparar los factores productivos, el trabajo y el capital no puede perderse de vista lo dicho por Jevons cuando teorizaba sobre productividad. En efecto, el trabajo no determina el valor-igual utilidad. En oposición, “es el valor del producto lo que determina el salario de los productores” (Jevons, 1998, p. 180). En otras palabras, los oficios inútiles y sus trabajadores están en la base de la pirámide productiva por cuanto su trabajo solo produce bienes y servicios de poca cuantía. Se reafirma así la premisa de valor-igual utilidad que se esbozó al comienzo de este análisis.
En igual dirección está el personaje Joaquín Borja, periodista y dueño del periódico La Gallina Política. Borja es el puente entre Larrota y Alemán. A través de sus reportajes, se construye la historia de los huelguistas, la toma de los lotes del proyecto Kiwanis y la familia Alemán, al tiempo que completa el esbozo social de los inútiles. Esta historia comienza con el padre de Simón, latifundista y probable usurpador de los títulos territoriales en disputa. Borja se encarga de narrar la crónica del desalojo, un relato que había empezado tiempo antes con una huelga general, un paro cívico, una huelga de hambre y una toma de los terrenos bajo el liderazgo de Ana Larrota (Ferreira, 2014, p. 141). Borja es testigo de “un mundo al revés” (p. 206). Este personaje termina en el exilio, en un punto indeterminado de la cordillera de los Cobardes, después de que su hermana Luisa es asesinada en una explosión contra su casa que servía también como oficina del periódico. Tal cual lo manifiesta el mismo Borja, la única cultura que tiene es la literatura y son sus lecturas las que le proporcionan la verdad de los hechos. Frente a los eventos que ocurren en el pueblo observa, narra y testifica. A pesar de su pasión por escribir y leer, queda claro que “un periodista puede detectar las contradicciones sociales del momento, pero difícilmente su herramienta de trabajo, el análisis y la investigación, le permiten hacer algo para cambiarla” (p. 190).
Así entonces, Joaquín Borja es un inútil más en la lista de personajes. Aunque La Gallina Política dedique páginas centrales a relatar las exigencias de los manifestantes -a la par de las entrevistas realizadas a Larrota y a otros huelguistas donde se contaba la represión sufrida, el poder militar y el Estado de sitio decretado por el régimen-, la novela asfalta el terreno para que Borja sea solo un narrador de los sucesos. Si hay verdad en lo dicho por él, esta queda desprestigiada y acallada:
Esta historia comenzó el día que fundé un periódico para desasnar a un pueblo, para instruirlo y no sirvió de nada, el pueblo permaneció tan ignaro como antes era, y tan polvoriento a la orilla de ese río espolvoreado de arena como unas ruinas calcificadas del pasado (Ferreira, 2014, p. 147).
De hecho, Borja presenció los destrozos que los mismos comerciantes hicieron de sus locales para así justificar la criminalidad de unos “quinientos facinerosos armados hasta los dientes” (p. 206). Su periódico no pudo detener “una rebelión de pobres y holgazanes” (p. 227), ni tampoco a quienes aseguraban que “¡ni mierda!, ¡que trabajen, o que se vayan, o que se mueran!” (p. 207). Borja es un mero escribano: “mi oficio es escribir todo lo que vea y como lo vea, todo lo que investigue como lo indiquen las fuentes” (p. 228). En esta compleja red de historias, Borja el periodista, el narrador, el hacedor de palabras, es un inútil. Contar la verdad, denunciar la injusticia no cambiarán en nada la desgracia del pueblo. No obstante, es a través de la creación del personaje de Borja que Daniel Ferreira ofrece a sus lectores el acceso directo a los hechos. De la mano del fotógrafo, Borja prueba una lógica pueril que será reemplazada por la muerte, las llamas y la violencia.
Parte del trabajo de Ferreira con estos tres personajes consiste en señalar la importancia de la adjetivación y la repetición constante de una narrativa que denigra y criminaliza al pobre por ser pobre. La novela tiende a agrupar narrativamente los personajes en dos amplias y bien distinguidas categorías: los útiles y los inútiles. Mediante una interesante estructura, la obra rompe la línea del tiempo y va y viene entre las desapariciones, la muerte de Ana Dolores Larrota, las investigaciones y las conversaciones del periodista Borja, la historia familiar y personal de Simón Alemán y, por supuesto, la toma de los terrenos por parte de los huelguistas. El libro advierte a los lectores que serán desafiados por una historia que comienza con los torturados y muertos, y termina con la masacre de los huelguistas. Borja publica un dosier completo en La Gallina Política en el que expone toda la documentación y los detalles sobre los terrenos invadidos. La crónica del desalojo aparece en primera plana acompañada de una imagen de “la anciana enfrentada desde su pequeñez a la mole de dos soldados con fusiles en ristre” (Ferreira, 2014, p. 143). Borja, por tanto, “la inmortalizó” y al mismo tiempo el pueblo y la gente de bien supo de la “rebelión de los oficios inútiles” (p. 143).
En conclusión, la novela traza una poderosa narrativa de la inutilidad a través de un sistema de triangulación para retomar aquellos agentes y procesos sociales que parecen multiplicarse indefinidamente en el tiempo. La obra de Daniel Ferreira se encarga de relatar en forma coral tres historias que se vinculan con los disidentes que nunca han permitido la paz ni el progreso de la nación. Estos son, sin duda, la chusma, los peligrosos, los presuntos miembros del movimiento guerrillero, los infiltrados, los facinerosos, la sociedad comunista y atea, los vagos, los destechados, los sin educación, los malhechores, los pobres y todos aquellos a los que simplemente “no les gusta trabajar” (Ferreira, 2014, p. 207) y que en definitiva conviene eliminar.
En consecuencia, este artículo establece conexiones -o rastrea ecos- con los acontecimientos recientes en Colombia y con aquellos agentes sociales que fueron desprestigiados e incluso criminalizados durante las manifestaciones llevadas a cabo a lo largo del país durante la pandemia. También en esta ocasión los manifestantes fueron llamados vándalos, infiltrados y criminales. El gobierno nacional, algunos sectores políticos y los medios de comunicación tradicionales les adjudicaron a los manifestantes del paro del 2021 una narrativa de la inutilidad suponiendo que quienes fueron asesinados o torturados por las instituciones militares habían infringido alguna ley y habían atentado contra la economía. Sus muertes estaban legitimadas, al igual que los asesinatos de los huelguistas de Rebelión, no por su accionar sino por la afrenta al proyecto nacional cuyas coordenadas apuntan directamente al modelo valor-igual utilidad.
En las actuales circunstancias sociopolíticas y económicas por las que atraviesa Colombia y pese a que se acerca al decenio de haber sido escrita, la novela la Rebelión de los oficios inútiles permanece vigente. Los nadie, los inútiles, los desfavorecidos se enuncian para empujar un sistema que los margina al no concederles utilidad alguna en el proyecto nacional. Muchos de estos supuestos inútiles -pues la miseria los hace de utilidad nula en el ciclo del consumo- continúan arriesgando su vida cuando ejercen sus derechos ciudadanos en busca de un país que sea viable habitar y que al menos aquellos marginados por el sistema socioeconómico no tengan que apelar a la rabia y a la destrucción como únicas salidas.
A este conglomerado de actuales inútiles se les llamó, en el 2021, la “primera línea”, haciendo referencia a aquellos jóvenes que se ubicaban en los primeros puestos de las protestas para alentar a los marchantes. También como en la novela fueron el blanco de ataques -incluso criminalizados- de las fuerzas estatales y de otros “ciudadanos de bien” o útiles. Hoy de nuevo se rebelan los inútiles, los que no tienen trabajo, educación, esperanza y se sublevan como presenta la novela para pedir ser escuchados, para exigir sus derechos, para formular un país donde los inútiles no sean vistos como un peligro y más bien se incorporen al proyecto de nación.
En efecto, se señala que el estudio realizado sugiere e insiste en aquellas líneas interpretativas que vinculan las teorías económicas y los estudios literarios a partir de Ferreira y esa narrativa de una humanidad deshecha por un orden socioeconómico sostenido por la premisa valor-igual utilidad. Desde esta perspectiva, es posible trazar ecos entre los hechos recientes y el discurso cultural generalizado sobre los “inútiles” cuyo desenlace deja a su paso la experiencia de quienes murieron en una guerra continua sin monumentos.
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Notas