Editorial
INSPIRACIÓN Y ESCRITURA ORGÁNICA EN NIETZSCHE. UNA LECTURA DESDE ECCE HOMO
Inspiration and organic written pattern in Nietzsche. A reading from Ecce Homo
Escribir no debería ser una búsqueda de aplausos. La superficial vanidad de ser aprobado para llegar a la fama o al prestigio no es más que una ilusión de aquellos vergonzantes intelectuales que no conocen la necesidad de escribir como un acto de sobrevivencia existencial. La escritura es una necesidad dictada por el genio del corazón. Para Nietzsche (1982) la genialidad es el efecto de un descenso, de un desgarro, del viaje a un mundo rico, sorpresivo, no agraciado que implica la travesía sobre sí mismo. La escritura es un acto inseguro, delicado, frágil, no prepotente. Quien escribe es un ser quebradizo, lleno de esperanzas y miedos, pero con una voluntad y, a la vez, una contravoluntad. La primera, porque hay un empuje, una obligación, una respuesta al llamado de nombrar aquello que abruma y conmueve; la segunda, un retroceso, un reconocimiento de la finitud, de la fragilidad, una contrariedad que detiene al empuje de la voluntad. Entre la voluntad y la contravoluntad está la inspiración, pero poco a poco gana el pulso la contravoluntad.
La escritura tiene como propósito transmitir un estado, un desasosiego producido por el pathos, ese empuje irracional ubicado entre el placer y la falta de control de sí. Tal comunicación solo puede darse por medio de signos que dan cuenta de estados interiores de quien se dispone a escribir con un ritmo que escapa al cálculo racional. Una escritura de este tipo se aleja de cualquier intento comercial o pseudo-intelectual propio de la moda contemporánea que exige escribir para ser respetado como filósofo o escritor de literatura. La escritura entendida así es constantemente un gesto de contacto consigo mismo, a veces autobiográfico y otras veces como lector de realidades que tratan de imponer lo 'bello en sí', lo 'bueno en sí' o la 'cosa en sí' que tanto fastidió a Nietzsche en Ecce Homo. Pero esta escritura no goza de oídos suficientes porque las orejas actuales están puestas en la comprobación de una ciencia ortodoxa dirigida por sordos o una academia universitaria orientada por egocéntricos autoritarios que solo buscan mostrar que son más inteligentes que sus compañeros de claustro o atolondrar a estudiantes incautos que padecen sus estériles enseñanzas. Estos adiestramientos son áridos porque solo buscan reafirmar lo que ya saben y, por ende, aunque posen de saber escuchar a los otros no pasan de ser sujetos atrapados por la sordera y la ceguera.
Nietzsche reclama un lector que esté a la altura de sus palabras, que esté dispuesto a emprender el vuelo que implica escuchar a un pensador. Agudizar el oído en el Ecce Homo despierta el éxtasis por aprender, dispone el ánimo para dejarse llevar a abismos en los que nunca pie alguno ha caminado. Se trata así de emprender la propia travesía y dejarse alterar el sueño y el reposo para luego levantar el vuelo cínicamente, es decir, sin pretensiones de popularidad o fama. Por eso dice Nietzsche (1982) que el cinismo se conquista "con los dedos más delicados y así mismo con los puños más valientes" (p. 60).
La lectura de Ecce Homo le exige al lector ser orgánico, tal como le sucede al escritor. La decrepitud del alma o la dispepsia, es decir, un trastorno de digestión que se ocasiona después de comer y que produce náuseas, pesadez, dolor de estómago y hasta flatulencias, no permiten emprender el vuelo. Por eso para Nietzsche es necesario no tener nervios y adueñarse de un bajo vientre jovial. Un alma de aire rancio no puede volar porque ansía el autoritarismo o la venganza que le corroe los intestinos. Nietzsche es irónico al ponerse en el lugar de los valores cristianos para transvalorarlos y dirigirlos a la incertidumbre de viajar en el pozo de sí mismo. Dice él, "una palabra mía saca a la luz todos los malos instintos" (1982, p. 60).
La tesis que deseo argumentar es que la inspiración nietzscheana no es un acto consciente, sino que se produce en un estar-fuera-de-sí desencadenado en una escritura por necesidad que implica al cuerpo, y que Nietzsche llama, en Ecce Homo, escritura orgánica. En ese sentido, este escrito se propone en tres partes: primera, el problema de la inspiración; segunda, la relación entre inspiración y escritura orgánica; y tercera, las consideraciones finales.
El sentido de la inspiración en el filólogo alemán se aleja de fuerzas externas que la hagan llegar a la mente del ser humano cuando escribe. No se trata de supersticiones o de una "mera encarnación, mero instrumento sonoro, mero médium de fuerzas poderosísimas" (Nietzsche, 1982, p. 97). Él usa la ironía con la noción de "revelación" porque no cree que llegue de repente la inspiración con una innombrable seguridad y finura. Él sospecha del hecho de creer que la inspiración llega desde los cielos a lo más hondo de sí y de este modo conmueve, trastorna y motiva al hombre a escribir. Nietzsche cree que la inspiración llega por la vía contraria, es decir, desde adentro del hombre. La realidad de los hechos humanos llega desde los humanos mismos, quienes escriben por necesidad imperativa de comunicar algo que les ocurre íntimamente. La inspiración es el resultado de un trabajo constante consigo mismo. Ésta es descrita por Nietzsche como éxtasis, una tensión que se desamarra involuntariamente en un torrente de lágrimas, en ocasiones lento y en otras a una velocidad abrumadora. La inspiración es:
un completo estar-fuera-de-sí, con la clarísima consciencia de un sin número de delicados temores y estremecimientos que llegan hasta los dedos de los pies; un abismo de felicidad en que lo más doloroso y sombrío no actúa como antítesis, sino como algo condicionado, exigido como un color necesario en medio de tal sobreabundancia de luz (Nietzsche, 1982, pp. 97-98).
La inspiración es una experiencia que se basa en relaciones rítmicas, que atrae diversas formas, longitudes, latitudes internas en el hombre. La voluntad va perdiendo el pulso con lo involuntario porque "todo acontece de manera sumamente involuntaria pero como en una tormenta de sentimiento de libertad, de incondicionalidad, de poder" (Nietzsche, 1982, p. 98). Lo involuntario es la emergencia del símbolo, de las imágenes, de la vivencia de escribir y la distancia del concepto racionalizado, de la voluntad de control. Lo más preciso, sencillo y cercano no es el concepto, sino la imagen y el símbolo. Es como si las cosas mismas se acercaran y se ofrecieran para ser tomadas, vividas, descritas y colmadas de sentido. Dice Nietzsche (1982):
Aquí todas las cosas acuden acariciadoras a tu discurso y te halagan: pues quieren cabalgar sobre tu espalda. Sobre todos los símbolos cabalgas tu aquí hacia todas las verdades (...) aquí se me abren de golpe todas las palabras del ser: todo ser quiere hacerse aquí palabra, todo devenir quiere aquí aprender a hablar de mí (p. 98).
Otra interpretación sobre el Ecce Homo es elaborada por Nicholas More (2011). Él dice que el título de Ecce Homo se traduce del latín de la siguiente manera: "Ahí está el hombre"; hace alusión a las palabras de Poncio Pilatos cuando entrega a Jesús de Nazaret al pueblo romano para ser juzgado. Para More (2011), Nietzsche en dicho texto usa la sátira para confrontar tres problemas: uno, la moral cristiana; dos, la cultura alemana; y tres, la filosofía post-socrática. More considera que la intención del filólogo alemán fue la de construir una inteligente burla que pusiera en evidencia lo absurdo y el sin sentido de los valores de la sociedad alemana de su época. En una dirección similar, Matthew Meyer (2012) considera que el Ecce Homo es una expresión de una comedia dionisíaca y una paráfrasis cómica del intento de definición de sí mismo. Por otra parte, un pasado estudio sobre esta obra, realizado por Hugh Silverman (1981), se concentra en afirmar que ella tiene una relación directa con la vida de Nietzsche; el autor procura demostrar con evidencias textuales que su hipótesis es correcta. Otro estudio, realizado por Brian Domino (2012), enfatiza en el "Amor fati", es decir, "el amor al propio destino" expuesto en el apartado "¿Por qué soy tan inteligente?"; este filósofo concluye que en este libro se ha dejado de lado el problema de lo autobiográfico del autor para centrase en sus enseñanzas, y recomienda que los estudios sobre el Ecce Homo deberían equilibrar la atención en estos dos puntos.
Yo considero que Nietzsche no solo quiere poner en tensión los valores cristianos o criticar la cultura alemana de su época o examinar la filosofía post-socrática; la crítica de Nietzsche consiste en señalar el exceso de racionalidad y el desconocimiento de la ignorancia acerca de sí mismo con la que vive el hombre. El ser humano ha dejado de lado su pathos y por ende su condición dionisíaca, embriagada e irracional. Creo que Nietzsche se involucra a sí mismo, en su escritura, hasta el cuello. Aunque él dice: "Una cosa soy yo, otra cosa son mis escritos" (Nietzsche, 1982, p. 55), hace más adelante una aclaratoria afirmación: "en última instancia nadie puede escuchar en las cosas, incluidos los libros, más de lo que ya sabe. Se carece de oídos para escuchar aquello a lo cual no se tiene acceso desde la vivencia" (p. 57). Lo que visiblemente evidencia que su escritura nace de su propia experiencia, y aunque ésta no se puede igualar a él mismo, sí puede decirse que el acto de escribir le involucra en lo más íntimo; tanto es así que se nombra él mismo como el primero en vivenciar de una forma orgánica el acto de escribir, para transmitir con un primer lenguaje la conexión entre la intimidad y la escritura. Es decir, se escribe desde el fondo del pozo de las experiencias del escritor.
Para Nietzsche, Ecce Homo ha sido el resultado de la fortuna más cercana a la privacidad de vivir con la verdad de sí. Se trata de un descenso a un pozo inagotable del que se vuelve a ascender con las manos llenas de riquezas. Pero esta escritura es orgánica, dolorosa. Cuando se describe a sí mismo como un decadente, en el apartado "¿Por qué soy tan sabio?", sostiene que a los nervios de los otros no les pasa nada y que él "es el único que está enfermo. Imposible demostrar ninguna degeneración loca en mí; ninguna dolencia estomacal de origen orgánico, aun cuando siempre padezco, como consecuencia del agotamiento general, la más profunda debilidad del sistema gástrico" (Nietzsche, 1982, pp. 22-23).
Esa escritura orgánica también ofrece otra versión de Nietzsche, es la contraria al decadente, o sea su antítesis. Es cuando él se pone en manos de sí mismo y se sana. Él convierte su voluntad de salud en su filosofía, aquella alejada de la pobreza y el desaliento; la escritura lo ha revivido y hallamos otra versión diferente a la del decadente, es la del vitalista; este es el que está hecho de otra madera que es simultáneamente dura, suave y olorosa. Esta otra versión es lenta, orgullosa, confiada, libre de elegir, admitir y examinar el mundo. No se queja de la desgracia ni culpa a los otros de sus problemas, sino que sale al encuentro de ellos y los resuelve; se hace cargo de las situaciones pendientes consigo mismo y con los demás. Olvida lo que debe ser olvidado y se hace fuerte para que lo mejor ocurra para él. Nietzsche nos ofrece la descripción de dos fuerzas que están en él, una decadente, frágil, y otra, su antítesis; ambas son orgánicas y su escritura se alimenta de esas dos tendencias humanas. Nietzsche cabalga en dos potentes ímpetus que se complementan, y hace de ello una ironía, se hace a partir de ellas un sátiro, un burlón del enceguecedor amor por la ignorancia acerca de sí que tienen los hombres de su época.
La inspiración y la escritura orgánica en Ecce Homo de Nietzsche van de la mano. La primera es involuntaria, no controlada con conceptos o racionalizaciones, sino ajena al cálculo; es decir, cercana a la embriaguez de lo irracional y al pathos. La segunda es más dolorosa porque no es un éxtasis como la primera, sino la cuota corporal que paga el que escribe. Lo orgánico es lo real, la marca del dolor y el cansancio del esfuerzo; la inspiración es lo simbólico, la experiencia del extremo sentimentalismo traducido en la alegría o el dolor del alma que trata de comunicar lo que ha sido innombrable. En la escritura se ofrece lo más preciado y valorado del hombre que escribe.
La escritura en Nietzsche es una decisión que pone en juego el sentido de la vida. Tal vez asistimos a una época en la que la escritura no es una tarea que confronte la existencia de las personas porque su papel ha sido tergiversado por el afán de prestigio o, peor aún, convertido en un arma para asesinar simbólicamente la alteridad de los otros. Nietzsche nos muestra que la escritura es profundamente íntima para cada persona y que aún nos falta mucha disposición anímica para acercarnos a oír las palabras de los demás; no nos anima el deseo de conocer el sentido de éstas, sino el de mostrarnos más lúcidos, más especiales, más ambiciosamente inteligentes. Pero logramos lo contrario: una profundidad en la torpeza y una falta de tacto. Olvidamos que las palabras de los otros son su propia intimidad, la propia morada en la que habitan y que se abre para ofrecernos la hospitalidad y la acogida. Nietzsche nos pone en frente el reto de dejarnos abrumar por el deseo de escribir y de andar por la vida dionisíacamente, es decir, embriagados del placer de sentir el descenso hacia nosotros mismos y el ascenso con las riquezas que solo se ofrece al sumergirse en las profundidades del corazón humano.