Editorial
CUANDO LAS ÉLITES HEGEMÓNICAS CONSTRUYEN ENEMIGOS
When the hegemonic elites build enemies
El proceso de paz en Colombia, más allá de un documento en el cual se plasman las firmas de quienes se comprometen a mantener una salida negociada al conflicto, se convierte en el hito histórico que exige la inmanente mirada sobre lo que reconocemos como país, las concepciones de conflicto y de enemigo, y define una ruta para la construcción de cosmovisiones más incluyentes en los procesos de desarme y compromiso para no delinquir. Ello del lado nombrado, desde lo normativo, como los victimarios. Sin embargo, los vejámenes de la guerra, que no pueden negar lo que el Centro Nacional de Memoria Histórica (2017) ha nombrado en uno de sus informes como "La guerra inscrita en el cuerpo", y que atañe a todos los colombianos, ha dejado marcas que, sin tregua y con saña, se han tallado en cada cuerpo, real y simbólicamente.
En este entramado complejo nombrado conflicto armado, que más bien ha suscitado acciones que son expresiones de las guerras, los discursos hegemónicos han mantenido una idea que, lejos del reconocimiento de la diferencia, abogan por la homogenización; un plan que las instituciones socializadoras -familia y escuela-, han alimentado con la excusa de formación de ciudadanos cívicos.
Autoras como Hurtado-Galeano y Naranjo-Giraldo (2002) recuerdan que en Colombia hay una tendencia a resolver los conflictos por mano propia y de forma violenta para "anular físicamente al rival" (p. 147), lo que implica la reducción del otro a un simple objeto susceptible de ser desaparecido, que no es otra cosa que el menosprecio por la vida humana de quienes no coinciden con los pensamientos e ideologías de aquellos que buscan perpetuar las suyas y el poder de maneras hegemónicas. Esta tendencia a aniquilar al diferente, podríamos decir que es lo que suscita que las salidas a los conflictos incluyan la guerra para eliminar al que se considera enemigo, producido por la hegemonía homogeneizadora a través de discursos de poder.
La pregunta aquí, parafraseando a Tortosa-Blasco (2003), es ¿para qué le sirve un enemigo a esta élite hegemónica? Para este autor, los enemigos son construcciones sociales, por tanto, a mi modo de ver, no pueden ser producciones azarosas de las sociedades, puesto que los seres humanos no definimos nada sin un fin concreto o abstracto. En el caso colombiano, la construcción de enemigos ha favorecido, y lo consigno aquí sin duda, una guerra sin tregua para la eliminación de todo aquel que se atreva a cuestionar la autoproclamada única verdad sobre la realidad social. Para Suárez-Álvarez, Patiño y Aguirre-Acevedo (2013), el enemigo es la condición primera de la guerra, y puntualizan: "Puede existir enemigo sin que exista guerra, pero no al contrario" (p. 162).
La construcción del enemigo sirve, entonces, para que la atrocidad se perpetúe y producir, así, representaciones sobre la diferencia como peligrosa para un proyecto de "país seguro", para convencernos de que la homogenización nos salvará de vivir la ira de los considerados enemigos. En este camino se logran los cometidos perfectos para mantener el orden social que favorece a estas élites, a saber: la división de la humanidad entre buenos y malos, víctimas y victimarios, amigos y enemigos; asimismo, se presenta la diferencia como la principal detonadora de los males humanos y, con ello, se elimina la aspiración al pensamiento propio, por el miedo a estar del lado de los indeseables por la sociedad del bien.
Si la construcción del enemigo tiene la intención de mantener un orden social a partir del convencimiento de que la seguridad se logra si se elimina esa amenaza, se puede decir que el discurso hegemónico ha definido como verdad única que la homogenización puede proteger a los ciudadanos: eliminar al enemigo equivale a vivir de manera segura. El problema radica en que ese enemigo es una producción a partir del horror a la diversidad de pensamientos que pueden desestabilizar los objetivos de las élites para perpetuarse en el poder. Para Humberto Eco (2011),
desde el principio se construyen como enemigos no tanto a los que son diferentes y que nos amenazan directamente (como sería el caso de los bárbaros), sino a aquellos que alguien tiene interés en representar como amenazadores aunque no nos amenacen directamente, de modo que lo que ponga de relieve su diversidad no sea su carácter de amenaza, sino que sea su diversidad misma la que se convierta en señal de amenaza (p. 8).
Aquí presento, entonces, dos ideas relacionadas: por un lado, propongo que el conflicto armado ha sido más bien una guerra que ha marcado con saña las vidas, a través de las afrentas sobre los cuerpos de los colombianos; la nombro como guerra para señalar que esta salida violenta a los conflictos ha sido suscitada por la producción de enemigos a partir de discursos hegemónicos del miedo a la diferencia.
Por otro lado, están los discursos hegemónicos que subyacen a una cultura homogeneizadora que no permite la aparición de la diversidad; esta condición es desarrollada por Arendt (2005) cuando define la diferenciación como parte de la definición de la condición humana. La problematización aquí radica en que los discursos que configuran formas de estar y ser en el mundo están en el orden de la eliminación de la diferencia, puesto que buscan conservar aquello que las sociedades han definido como el deber ser. Las implicaciones, en este orden, atañen al pensamiento ético-político, y hay que reconocer que los problemas humanos de la actualidad están atravesados por la pregunta: ¿cómo podemos vivir todos en este mundo, en medio de la diversidad propia de lo humano? Hallo un interrogante por aquello que permitiría la vivencia de relaciones compasivas que, al decir de Nussbaum (2008), requiere del reconocimiento de que todos los seres humanos están atravesados por la condición de la fragilidad, por tanto, lo que ocurre a uno, inminentemente le puede ocurrir al otro por el hecho mismo de compartir el mundo de la vida.