Artículos de reflexión derivados de investigación
EJEMPLIFICAR LA DIFERENCIA DESDE LA LITERATURA: ANÁLISIS DEL APORTE DE CZESLAW MILOSZ1
Illustrate the difference from literature: analysis of Czeslaw Milosz contribution
EJEMPLIFICAR LA DIFERENCIA DESDE LA LITERATURA: ANÁLISIS DEL APORTE DE CZESLAW MILOSZ1
Perseitas, vol. 5, núm. 1, pp. 152-180, 2017
FONDO EDITORIAL FUNLAM
Recepción: 26 Julio 2016
Aprobación: 06 Septiembre 2016
Resumen: La hipótesis central de este artículo de reflexión derivado de un proceso investigativo, es que la literatura al ser una narrativa que recrea y escenifica la condición humana, permite ejemplificar las consecuencias de las conductas execrables, así como los alcances para construir una sociedad sobre unos principios éticos y humanistas. En función de esto, se presenta un análisis sobre la forma en que la obra de Czeslaw Milosz genera una reflexión crítica sobre las consecuencias de imponer modelos políticos totalitaristas que niegan la diferencia y, por lo tanto, que excluyen violentamente a quienes exigen su derecho a disentir u opinar.
Palabras clave: Diferencia, humanismo, poesía, totalitarismo.
Abstract: The central hypothesis of this reflection article, based on a research process, is that literature as a narrative that recreates and portrays the human condition, thus illustrating the consequences of abominable behavior, as well as, the creation of a society based on ethical and humanistic principles. In order to clarify this, there is an analysis of how the work of Czeslaw Milosz, generates a critical reflection on the consequences of imposing totalitarian political models that deny the difference and, therefore, violently exclude those that demand their right to dissent or express their opinion.
Keywords: Difference, humanism, poetry, totalitarianism.
Introducción
Para plantear el tema de la diferencia como un derecho propio del ser humano y de las consecuencias que trae su negación, basta con ver la vida de algún personaje que en su cotidianidad es perseguido o es testigo de la persecución que sufren los miembros de su comunidad, por tener una opción distinta en lo cultural, político, religioso y sexual. Este rasgo distintivo es una anomalía, una enfermedad, alguna perversión que lo hace un sujeto identificable, clasificable y por lo tanto, prescindible, pues no encaja en el plan ideado, en ese proyecto social en el que se construye un lugar para los elegidos, para los que comparten creencias, puntos de vista, opciones culturales y hábitos de vida.
Esta anomalía para la cohesión del anhelo social que humedece nuestros más execrables sueños, debe ser reducida, y para esto hay que asediarla y llevarla a los mataderos. Esos lugares que eufemísticamente se han conocido como las juderías, koljóses, los gulags, el apartheid, las cárceles del pueblo, los campos de trabajo o de concentración. Sin embargo, como no está bien visto marcar, señalar, segregar, excluir y quitarle la vida a quienes ponen en peligro la estabilidad de las sociedades de los elegidos, es aceptable socialmente que se les destruya, pero ya no con procesos a gran escala que involucran cámaras de gas, minas de carbón o pelotones de fusilamiento, sino con prácticas micro en las que el juego es reducir al sujeto despojándolo de su identidad, dejándolo vacío y por ende, ávido de un nuevo horizonte hacia el cual dirigirse.
Las prácticas cotidianas de discriminación nos enseñan que ya se puede prescindir de un campo de concentración, pues no es estética la imagen de los cuerpos famélicos amontonados, lo aceptado es, por ejemplo, el juego en el que un sujeto acorrala a su contrincante, ya no con la fuerza física, sino con la fuerza de los argumentos. Una fuerza tosca y excesiva que le brinda al ganador la satisfacción de tener el control y el poder absoluto sobre el contrincante; es placentero ver como alguien demuestra tener una verdad, un poder o el control absoluto. Es jubiloso ver al perdedor replegarse y aceptar que la versión que él trae ya no tiene sentido. Por un segundo vemos en el rostro del que ha demostrado tener la verdad redentora, la satisfacción de haber ganado respeto y reconocimiento. En este caso hipotético, la intención nunca será la de discutir y demostrar un punto de vista, será la de imponer una idea. Escuchar y sopesar la opinión de otro como posible, no tiene cabida, pues el afán está en mostrarse poderoso tanto en la guerra como por ejemplo en la academia. El caso del académico que en el púlpito juega a destruir a sus contrincantes que opinan de modo distinto, se puede igualar al del tirano que destruye a quienes son distintos, pues a los dos los une la emoción con que se aprestan a despojar la dignidad del otro; así como su intención para demostrar que ellos poseen el poder absoluto de una verdad.
La satisfacción de la destrucción y del poder emparenta. No existe contradicción entre el juego cotidiano de perseguir y destruir a quien consideramos anormal, y los juegos de guerra en que los amos instan a sus perros rabiosos, contra los que ponen en peligro la estabilidad del Estado, la democracia, la religión o la pureza racial. Frente a esto es urgente la reflexión y promoción del respeto y el derecho a la diferencia, pues ha quedado demostrado que no es suficiente con despreciar y luchar contra los genocidios, ya que las prácticas totalitaristas están instauradas y se hacen evidentes en la burla perniciosa, en las bromas macabras, en los asesinatos, en las riñas que buscan imponer un solo tipo de identidad. Una creencia política, una orientación sexual, una preferencia cultural, o la afinidad con determinado equipo deportivo.
Desde la ejemplificación hay que eliminar estas prácticas totalitarias, pero no con reflexiones que no afecten o toquen la vida de los educandos, sino por medio de ideas que los obliguen a cuestionar sus acciones. El cuestionamiento se da cuando se analiza que la muerte y el horror son la consecuencia final de perseguir y someter a otro sujeto. Por ello hay que educar desde el respeto y la promoción del derecho a la diferencia. Educar en la diferencia es un imperativo que toma vigor a causa del aumento de la persecución, la discriminación y la violencia contra los que son considerados, despectivamente, anormales. La escuela es el espacio que de modo consciente se encarga de la formación-humanización de los miembros más jóvenes de una sociedad, por eso, debe asumir, como inapelable, este imperativo. Ella debe emprender acciones educativas desde distintas áreas, entre las cuales se ha de incluir la literatura para prevenir estos casos de segregación y discriminación, y así, promover el reconocimiento y el respeto de las diferencias.
Richard Rorty (1991; 1997), Martha Nussbaum (1992; 1995; 1997; 2004), María Zambrano (1996), entre otros, han mostrado que la literatura, al ser una narrativa que recrea y escenifica las condiciones en que se da y se desarrolla la vida, permite mostrarles a otros las consecuencias de las conductas execrables; así como los alcances para construir una sociedad sobre la base de unos principios éticos y humanistas. En función de este planteamiento, el objetivo principal de este texto es demostrar que la obra de Czeslaw Milosz facilita una reflexión crítica sobre las consecuencias de imponer modelos políticos totalitaristas que niegan la pluralidad y excluyen con violencia a quienes exigen su derecho a disentir u opinar en el terreno político.
En su obra, Czeslaw Milosz hace una crítica a la negación del derecho a la diferencia y propende por la pluralidad, por el reconocimiento y la valoración del derecho irreductible que todo sujeto posee de ser y constituirse. Este trabajo es el resultado de las discusiones que se han adelantado dentro del grupo interdisciplinario de investigación "Ética y literatura: narraciones en torno a lo humano", que desde hace tres años adelanta un estudio cualitativo, cimentado metodológicamente en el muestreo teórico, que tiene como propósito explicar, en primer lugar, las relaciones que subyacen entre la ética y la literatura; y en segundo lugar, explorar los aportes de la literatura para la enseñanza y el aprendizaje de la ética.
Lo que sucede cuando se impone el horror en la cotidianidad y se licuan las diferencias: ejemplarizar los alcances de un acto execrable
Las escenas o hechos que una comunidad guarda en su memoria poseen una connotación significativa, en la medida en que involucra a todos sus miembros, ya sea por el impacto que causan o por los efectos permanentes que dejan. En este caso podemos hablar de hechos de gran envergadura como una guerra o una masacre. Sin embargo, hay escenas que no quedan en la memoria colectiva, pues su impacto es menor y más que recordarnos la fragilidad de la vida, nos recuerdan la capacidad de autodestrucción que posee la misma humanidad.
Es bueno recordar pasados gloriosos en los que se luchaba por un ideal, por una causa, en esta suma ingente no hay vergüenza al recordar decenas, centenas, miles o millones de muertes -decimos sin asco cuántos fueron-, pero en una revisión de casos particulares es inevitable sonrojarnos y sentir repugnancia por la forma en que se dio un caso en especial. Es imposible olvidar el rol de los vecinos, de los amigos o de los simples viandantes que pasaban de largo, sosegados, frente al nuevo muerto que dejaba la barbarie al lado del camino. Frente a las escenas particulares del horror, surge una reflexión que nos aproxima a la muerte, a la crueldad y al dolor, pero también a las circunstancias que motivaron el infausto final.
La literatura narra esas particularidades, nos aproxima a una situación en la que la muerte es la prueba fehaciente del horror, una situación que nos hace parar y mirar a quien era mejor olvidar. La literatura está para narrar los eventos cotidianos que marcaron el desarrollo de la humanidad, no importa si fueron eventos amorosos o aterradores, desde la óptica del autor se relatan, pero luego depende del lector darle sentido a las palabras que lee y por supuesto, darle una connotación positiva o negativa sumida en la moralidad de su condición humana; un uso ejemplar, que le lleva a enunciar el declive de la humanidad, pero también su redención (Spang, 1988, p. 176). Los libros nos develan cuestiones ontológicas, pero también son los que fortalecen y amplían los proyectos más humanos (Sierra, 2012, p. 74).
Czeslaw Milosz llenó su obra de imágenes e historias que generan reflexión sobre la situación del ser humano en una sociedad divida, por la necia crueldad con que cada estado totalitario se empecinó al construir un "hombre nuevo", homogéneo. Al gran relato sobre las maneras en que se burla la vida, se añaden imágenes de la cotidianidad de los agricultores, de un profesor, de varios escritores, en fin, de personas que no le interesan a la gran historia, pero que luego de ser revividos empiezan a hacerse pesados y aparecen en el horizonte literario, como hechos que no se pueden olvidar. Una de las reflexiones que despierta es la del derecho a la diferencia: como ese derecho que cada sujeto guarda para constituir su subjetividad, alrededor de principios que son funcionales para el desarrollo libre y voluntario de su vida.
Milosz plantea una discusión sobre lo que pasa en la cotidianidad cuando se niega el derecho a la diferencia y se le obliga a un grupo plural de sujetos a ser indistintos, a vivir cobijados bajo la misma identidad, por los mismos principios, por la misma historia y hasta por la misma filosofía, sea esta dialéctica, nacionalista o nacionalsocialista. Milosz nos hace pensar en el siguiente cuestionamiento: ¿Qué pasa cuando se le obliga a un sujeto a sumar su identidad y a abandonar su derecho a disentir o a desarrollar libremente su personalidad? Lo que pasa se puede reducir a una simple imagen que hace parte del Abecedario: Diccionario de una vida:
En el bar de la estación ferroviaria había un hombre comiendo, que se diferenciaba del resto por su vestimenta y sus modales, un ejemplo típico de la intelligentsia de antes de la guerra. Unos gamberros sentados en el restaurante se fijaron en él. Se sentaron a su mesa y empezaron a burlarse de él y a escupir en su plato. El hombre no se defendía, tampoco intentó ahuyentar a sus asaltantes. Estuvieron así bastante tiempo. De repente el hombre sacó un revólver, se lo metió en la boca y apretó el gatillo. Parece como si este último suceso hubiese sido la gota que colmara el vaso, rebosante ya de torturas y obscenidades sin freno. Sin duda, el hombre tenía la piel delicada, además seguramente lo habían educado en un ambiente benigno, que lo protegía bastante bien de la realidad brutal (Milosz, 2003a, p. 43).
Hay sujetos que en determinados momentos históricos aceptan los cambios y se acomodan a ellos. Muchos otros los aceptan, pero nunca se adaptan. Y siempre quedan aquellos que no ven ninguna salida y al final eligen la muerte por disposición de su voluntad. Esta solución es la más dramática y radical, pues quien elige morir no ve ninguna oportunidad para sí, ya no hay salida, y aunque se superen los impases ante la pérdida de su libre voluntad, su existencia ya no será igual. Es curioso establecer vasos comunicantes entre el cansancio que experimentó quien fue capaz de dispararse en el contexto de la Revolución Rusa, al ver que su vida tal y como la conoció perdió legitimidad, y los casos en que un joven termina su existencia a causa de la discriminación de la que es víctima.
El suicidio en ambos casos implica un amplio debate, sin embargo, lo que nos interesa aquí son las causas que tienen como denominador común la negación del derecho a la diferencia, pues en el primer hecho se considera que quien está sentado en la mesa no tiene derecho a estar en el mundo, ya que su condición humana se reduce a su anterior estatus social, es un burgués y, por lo tanto, no hace parte del nuevo orden ni tampoco podrá ser un "hombre nuevo". Este es el mismo trato que se le da a quien en la escuela, el trabajo o en un oscuro bar creemos que es diferente y no encaja en el modelo de mundo que se añora; se le trata igual, en la medida en que se le persigue, se le instiga, se le maltrata y su condición humana se desdibuja bajo la burla, él o ella ya no es persona, es un ser extraño, un anormal.
El contexto desde el cual habla Czeslaw Milosz es complejo. Cristianos que discriminan judíos, nacionalistas polacos (come-judíos) que discriminan judíos, ortodoxos que discriminan judíos, comunistas que discriminan judíos, nacionalistas que discriminan a comunistas, socialistas y liberales, socialistas que discriminan a comunistas y liberales, liberales que discriminan a comunistas y socialistas. Luego, alemanes que discriminan a polacos, judíos, comunistas, cristianos, socialistas y liberales. Y al final, comunistas que discriminan a alemanes, cristianos, ortodoxos, liberales, socialistas. En general, la confusión de la Primera Guerra Mundial deja abierta la posibilidad de rehacer a Polonia. El problema es que cada grupo político tiene una alternativa que impondrá durante los primeros años que anteceden al inicio de la Segunda Guerra Mundial en 1939. Después de esta fecha, la lucha de Polonia será por la supervivencia, se levantará precariamente contra el invasor alemán-ruso (Kieniewicz, 2001). Un ciudadano polaco de entreguerras conoce con creses la experiencia de los campos de exterminio alemanes y rusos. Milosz es uno de ellos, él fue testigo de las discriminaciones y de los sucesivos caprichos de los Estados totalitarios, pero fue un testigo central del modo en que los seres humanos se deshumanizaron y adaptaron al horror.
Tres libros de Milosz (1981a; 1981c; 1981d) relatan específicamente este hecho: El poder cambia de manos, Otra Europa y El Valle del Issa. Polonia hacia 1942, según el escritor, era el Anus Mundi, el ano del mundo; allí había una disputa de tres bandos: rusos contra alemanes y polacos contra rusos y alemanes. A un lado del país, los alemanes cometían un genocidio contra los polacos que no estaban con ellos o que eran considerados peligrosos para el nuevo régimen. Mientras al otro lado, los rusos iniciaban su campaña libertadora con lo que ahora identificamos como La masacre del bosque de Katyn; una orgía lúgubre que dejó más de 25.000 muertos (Ford, 1989).
Las cifras son crueles, pero no nos dicen nada, casi 7.000.000 de muertos polacos que causaron Alemania y Rusia, caben en nuestra imaginación como número, pero no como un hecho real y mucho menos, como algo que afecte o implique lo más mínimo para un grupo de jóvenes y niños que han crecido en una situación en la que asesinar es una cuestión cotidiana, que merece "honor", como el que recibió en su momento Lavrenti Beria (Frattini, 2005) -promotor de una gran purga contra los anticomunistas y perpetrador de la Masacre de Katyn- y Reinhard Heydrich -la bestia rubia, promotor de una gran purga contra los judíos que se habían logrado escapar a Francia- (Ramen, 2001).
Hasta aquí deben quedar dos cosas claras; la primera es que convivimos con el horror, y la segunda es que la cerca de los campos de concentración se ha corrido hasta la aparente paz de nuestros hogares, que, con la literatura, para el caso de esta investigación, se pueden desmontar esas prácticas que creíamos extintas y propias de un lugar pretérito. Con la literatura se pueden señalar los alcances que tiene el abuso del poder, ya que se puede ilustrar el lugar al que se empuja a quien mortificamos con nuestros prejuicios. A este respecto, Milosz (2003a) señala:
En el mundo de los seres vivos el horror existe, a pesar de que la civilización se dedique a enmascararlo. La literatura y el arte mitigan el dolor y embellecen las cosas, pero si en vez de hacerlo tuvieran que enseñar la cruda realidad, tal y como cada hombre sospecha que es, nadie la soportaría (...) Es por completo humano y comprensible que la gente se niegue a aceptar los crímenes y que griten "¡ese es imposible!" y, sin embargo, resulta que fue posible... a la vida no le gusta la muerte. El cuerpo mientras puede, se enfrenta a ella con los latidos del corazón y el calor de la sangre circulando por el cuerpo. Los poemas que buscan el sosiego en medio del horror se inclinan por la vida, son una rebelión del cuerpo contra la destrucción. Son como carmina, es decir, como conjuros pronunciados para que el horror desaparezca por un momento y para que reine en su lugar el orden de la civilización o, lo que es lo mismo, un orden como el de la habitación de un niño. Poemas como ésos logran producir consuelo porque dan a entender que todo aquello que sucede en el anus mundi es temporal y que lo que perdura es el orden, algo, que nadie puede asegurar con certeza (pp. 37-38).
Las prácticas cotidianas genocidas, totalitaristas y criminales empiezan cuando en nuestra imaginación no cabe la posibilidad de otro ser humano con rasgos particulares y diferenciadores que lo hagan unívoco, para los alemanes nacional-socialistas el factor diferenciador era étnico, por ello judíos, gitanos, no cabían en sus planes y lo mejor para ellos, era desaparecerlos del horizonte de su contemplación. Para los rusos comunistas este factor era ideológico y social, es por esto que católicos, nacionalistas, burgueses o la intelligentsia, sobraban; como no querían que hicieran parte del parque social que estaban planificando, lo mejor era matarlos de frío en un Gulag. Pero, aunque sepamos cómo fue la historia, no estamos condenados a repetirla, aunque en este caso, conocer no es suficiente, saber no constituye la prueba de que se ha aprendido la lección. Tal vez, lo mejor sea empoderar a los estudiantes de las emociones y sufrimientos que llevaron a que un solo sujeto se suicidara, empoderarlos implica ayudarles a emular los sentimientos de asco y tristeza que pudo haber tenido uno de los millones de muertos que ocasionaron los campos de concentración.
El empoderamiento conduce a la sensibilización y a la racionalización de los actos que ya hemos denominado como execrables. Se trata de algo básico, de que ellos vivan el repudio por medio de la literatura, que vean con la imaginación en su plato de comida un escupitajo, con el fin de que se hagan responsables y se rebelen contra sus propias actitudes discriminatorias. No es suficiente con negar que nos gustaría que quien es distinto desaparezca o que quien no habla desde nuestra línea de pensamiento se le censure por inepto. Negar nuestra mezquina codicia es insuficiente. Cuando se sensibiliza sobre las actitudes perversas, se hace consciente al sujeto de la importancia que hay en respetar y reconocer el derecho a la diferencia que posee cada ser humano por el hecho de ser individuo.
Se forma en la diferencia promoviendo la diversidad, impulsando la comprensión de maneras distintas y válidas de desarrollo social, sexual, político, cultural, etc. Un solo profesor que promueva la censura y la negación al derecho a la diferencia antes que el diálogo y la comprensión mutua de los factores particulares que son constitutivos de un individuo, le abre paso al surgimiento de sociedades en las que golpear hasta la muerte se justifica y se hace natural; pues al que no es como nosotros, como nos intimida y nos perturba, hay que excluirlo, y la mejor manera es obligándolo a que abandone nuestro hábitat para que no vuelva al salón de clase, ya que puede dañar a los buenos. Quien promueve demagógicamente un lineamiento político no puede olvidar las muertes que carga a rastras, ni la estela de pus y sangre que evidencia su paso por el mundo. La poesía, al rebelarse contra el horror, les presenta a sus lectores la oportunidad de pensar más allá de su simple contexto condiciones posibles en las que la furia del perpetrador del terror para, no por coacción sino por su propia toma de consciencia. La poesía se enfrenta a la limitación propia del lenguaje e intenta sacar fuera, hacer evidente, la desesperación al igual que el anhelo de un cambio.
Desnaturalizar el horror: criticar las prácticas discriminatorias por medio de la poesía
La poesía le permitió a Czeslaw Milosz vivir luego de la Segunda Guerra Mundial bajo la autoridad soviética, hizo soportable su vida, también se la hizo tolerable a muchos de sus lectores en Polonia. La función de la poesía fue la de narrar en medio de la podredumbre, la belleza, el sentido exuberante que había en vivir y en esperar, aferrados a la vida, que las circunstancias cambiaran. Tempestuoso es el ímpetu con el que el poeta se enfrenta a sus circunstancias; de este en-frentamiento nacen palabras, una obra que sublima la vida frente a la muerte, la virtud en contra de los honores pasajeros con que laurean a los déspotas. Un escritor, sostiene Amos Oz (2009) en su novela biográfica Una historia de amor y oscuridad, a propósito de las enseñanzas que le dio su tío Joseph Gedaliah Klausner, nunca renuncia al pathos, es decir, a la posibilidad que tiene su obra de transmitir la fuerza de su existencia, la experiencia que lo ha formado. Dice magistralmente el tío Joseph:
En general, desde el comienzo de mi andadura literaria y nuestra vida pública, he considerado, y aún lo sigo haciendo, que la fuerza y la grandeza de un escritor están en el pathos, en su constante lucha contra todo lo común y aceptado. Es cierto que un bonito relato y un poema hermoso son cosas placenteras que amplían el saber, pero aún no tienen la fuerza de una gran obra. De una gran obra el pueblo exige que tenga mensaje, intuición, una visión del mundo fresca y nueva, y sobre todo que posea una perspectiva moral.... Al fin y al cabo, una obra sin pathos y sin perspectiva moral, en el mejor de los casos, no es más que folclore, ornamento, un trabajo artístico coqueto que ni quita ni pone nada (Oz, 2009, pp. 97-98).
A lo largo de toda su obra, Milosz argumenta sobre su capacidad como poeta de elevarse sobre la totalidad de los eventos, para tener un punto de observación privilegiado que impida la fuga de los hechos. De acuerdo a este deseo, la poesía se convierte en un testimonio irrebatible; en un ejercicio creador con una perspectiva moral sólida que propende por recomponer a la humanidad que se ha desmoronado a causa de las guerras y de los rencores que se despiertan durante este juego belicoso. El punto de observación privilegiado, junto con una perspectiva moral intencionada, llevan a la composición de una poesía en la que cabe toda la humanidad, o al menos la parte que está siendo golpeada a causa de la imposición de un modelo único de ser humano.
La poesía es un elemento del cual nos podemos valer en un proceso formativo, para analizar críticamente las vivencias cotidianas del poeta y de la comunidad a la que pertenece, pero también para que los estudiantes conozcan y se apropien de otras formas de poner en común, de enunciar su visión del mundo y de ofrecer su mensaje a otros que como él o ella tienen la apremiante necesidad de expresar sus emociones y sentimientos. El caso de Milosz para este fin es central:
Fue un atento cronista de los resplandores y de las oscuridades de su siglo. Por estas razones encabeza la lucha en contra de una de las epidemias más graves del siglo pasado: la esclavitud del pensamiento, impuesta por los totalitarismos (Piotrowski, 2004, p. 115).
Milosz, sigue escribiendo el profesor Bodgan Piotrowski en otras líneas, declaró, a pesar de las censuras soviéticas, que la libertad de expresión y el derecho a la diferencia son principios humanos que no se pueden negar, pues cuando se limita la capacidad de creación y expresión, se limita el desarrollo del ser humano y, por lo tanto, de la humanidad.
Sus primeros poemas son críticos con respecto a lo frágil y bello que es el mundo. Milosz (2011b) nos recuerda que cree "en la destructibilidad de todo lo que existe" (p. 45). Es decir, que todo lo que hay y es tangible, como el pan, o intangible, como su sabor, nos puede ser arrebatado. Le preocupa la destrucción del mundo tanto que se afana por decirles a otros que el fin ha llegado, pero que no es el fin bíblico que se anunciaría con la algarabía de las trompetas celestiales, es un fin callado que ha nacido a pesar de la humanidad, pero también a causa de su propio abandono, de su propia capacidad para mirar a otro lado.
Mientras su hermano agoniza, Milosz (2011a) escribe:
El día del fin del mundo/ la abeja gira encima de la flor de capuchina/ El pescador repara una red brillante./ En el mar los delfines saltan alegres,/ Los gorriones jóvenes se agarran del canalón/ Y la serpiente tiene piel dorada, como la debe tener./ El día del fin del mundo/ Las mujeres cruzan el campo bajo las sombrillas,/ Un borracho se duerme a la orilla del césped,/ En la calle pregonan los verduleros/ Y una lancha con vela amarilla llega a la isla,/ El son del violín en el aire persiste/ Y abre la noche estrellada./ Y quienes esperaban relámpagos y truenos/ Están decepcionados./ Y quienes esperaban señales y trompetas de arcángeles/ No creen que esté sucediendo ya./ Mientras el sol y la luna están arriba,/ Mientras el abejorro visita a la rosa,/ Mientras nacen los niños rosados,/ Nadie cree que esté sucediendo ya./ Solo un viejito cano, que hubiera sido profeta,/ Pero no es profeta porque tiene otro quehacer,/ Dice amarrando los tallos de tomates:/ No habrá otro fin del mundo,/ No habrá otro fin del mundo (p. 11).
En su obra hay varios poemas que coinciden en una misma preocupación, en que el horror se ha encarnado en el totalitarismo comunista. En una forma de poder absoluto que tiene la capacidad de acabar de un tajo con la vida tal y como era conocida. Es una fuerza autoritaria que no acepta reclamos, únicamente se detiene a escuchar la belleza de su propia voz; a los que intentan mediar palabra, con ella les permite hablar, pero en secreto, en un tono muy bajo, acorde a su inferioridad, es un poder que no acepta la diferencia, a tal punto que se niega a reír de sí misma y que castiga severamente a quien lo intenta hacer, como por ejemplo al joven Ludvik, el personaje de la novela La broma, escrita por Milan Kundera (2001), otro desterrado del totalitarismo comunista.
A una fuerza absoluta se le debe oponer oníricamente otra. Absoluto es el poder de la poesía para revisar la historia y sacar conclusiones y aprendizajes; en este sentido, la labor de Milosz como poeta es resumida en su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura en 1980 donde señala que se ha dedicado a: "escudriñar en la memoria como en una herida" (2003b, p. 19). Su herida nunca sanará y cada uno de sus poemas es como una gota de sangre que derrama por la humanidad. Él ve, "pobre hombre... un hervidero de desnudos pueblos blancos/sin libertad... un cangrejo que se alimenta de sus cuerpos" (2011b, p. 85). Es testigo del fin y de las consecuencias que trae un poder sin límites, pero también testimonia el modo en que el hombre, por salvar su vida, empuja a otros hacia la muerte. Ser espectador de estos cambios que se presentan irremediables, lo afecta; hace que el mundo de ríos, veleros, el de la contemplación, se apague. Y le hace decir que: "lo que he escrito de repente pareció/una estupidez. No podía encontrar palabras" (2011b, p. 48).
El poeta enmudece, pero no pierde su pathos; con este don alecciona sobre los alcances de un poder sin límites, sus poemas encaran y cuestionan. Cuestiona al Padre (el mundo), por la oscuridad que ha confundido en su sorda espesura a la humanidad, por haberlos dejado solos ante los traidores abismos (Milosz, 2011b, p. 82). A este alegato la voz poética que representa al Padre responde: "Estoy aquí ¿Por qué este incomprensible miedo? /la noche pasará rápido, ya pronto se hará de día" (p. 82). La noche más oscura es iluminada en la obra de Milosz por la esperanza de su fe católica. Es una fuerza que le ha enseñado a soportar, como a Job, los cambios súbitos en los designios de su Señor. Encara al perpetrador del horror, dejándole claro que su obra se acabará, que su poder se secará y que aquellos que desde el inicio estuvieron con él, al final se volverán en su contra rabiosos por las promesas incumplidas. El poeta arremete con el florete más virtuoso, y le asesta una estocada de muerte, mientras escribe:
Tú que a un hombre simple infligiste ultraje, /estallando en risas ante tal abuso, /y con un grupo de bufones a tu uso/para mezclar el bien y el mal en tu bagaje. /Aunque todos se postren al compás, /y te crean sabio y lleno de amor, /y forjen medallas de oro en tu honor, /contentos de haber visto un día más, /no te sientas seguro. El poeta recuerda, /lo puedes matar y otra habrá nacido. /Palabras y actos, todo es ya sabido. /Mejor te sería un árbol torcido/en un alba de invierno y una cuerda (Milosz, 2011b, p. 114).
Un poder sin límites justifica sus acciones bajo parámetros propios de justicia, ética, responsabilidad y vida. Construye una racionalidad que valida los métodos más crueles para lograr sus ideales. En un régimen totalitario, no hay derecho a la diferencia, pues se está con él o se está contra él. Estar con él supone la realización de acciones afirmativas que demuestren que uno es parte del régimen, que no tiene, ni tendrá, la intención de ser otro. Ser parte del régimen involucra renunciar a la autonomía, y en cambio, implica el mostrar que se tiene iniciativa para repetir lo que se ha establecido a priori como lo correcto. Así, cualquier indicio de autonomía es purgado de inmediato.
El régimen es asustadizo, siempre está alerta, por ello estar contra él es fácil, pero esta cualidad es su peor arma, ya que la mayor parte de sus reacciones no son contra los hechos, sino para prevenirlos; y en aras de la prevención, se envía a los campos de trabajo, al paredón de fusilamiento. Persiguen y recomiendan: ¿qué pensar?, ¿cómo pensar? Y con qué autores justificar las ideas que van a nacer. Ganarse la desconfianza de un régimen totalitario es fácil, hay que cuestionar una de sus directrices, por ejemplo, hay que mostrar un interés estético distinto y amar una obra de arte burgués y degenerada, propia de mentalidades capitalistas.
Milosz se aprovecha de lo espantadizo que es el régimen totalitario en el que vive, y, a raíz de esto, le dice que no se debe sentir seguro, pues su peor enemigo será el poeta. Él es un escapista que, de mano en mano o de café en café, hace circular el veneno que seca desde adentro al totalitarismo. Un régimen puede controlar las imprentas, destinar el papel para revistas y literatura comprometida con la causa, pero lo que nunca podrá hacer es controlar el ímpetu creador y crítico del poeta. No puede. A pesar de las dádivas y comodidades que le da a un artista "bien" pensante. Tampoco puede ocultar los muertos que produce su lógica del progreso, ni evitar, que al menos, un poeta se rebele contra la falta de libertad, que quiera averiar la máquina del terror con la inquietante fuerza de sus versos.
Tal vez una prueba de la fuerza de la literatura, radica en la rapidez con que el tirano se apresura a quemar los libros que podrían cuestionar su grandiosa obra. Quemar libros es uno de los primeros actos comprensibles del totalitarismo, como lo es censurar y declarar desequilibrado a Czeslaw Milosz, pues la literatura y sus mensajes son incompresibles y lo que no se puede controlar, es mejor olvidarlo. Comenta George Steiner (2007):
Los que queman los libros, los que expulsan y matan a los poetas, saben exactamente lo que hacen. El poder indeterminado de los libros es incalculable. Es indeterminado precisamente porque el mismo libro, la misma página, puede tener efectos totalmente dispares sobre sus lectores (p. 59).
Cuando el poeta encara y cuestiona, formula cargos contra los miembros ejemplares de su sociedad, por ejemplo, contra los profesores, "los que cada mañana hablan del honor de la patria y de la independencia/pero en casa por la tarde gimen en los bares, pensando en la amargura de su pequeñez" (Milosz, 2011b, p. 46). Con la poesía se desnaturaliza el horror, ya que las prácticas de discriminación se dejan de aceptar como normales; lo normal en este caso es el cuestionamiento que hace un poeta o cualquier otro ser humano, sobre la legitimidad del totalitarismo y sus prácticas de negación de la diferencia. Lo normal es que el poeta se indague, que se pregunte:
¿Cómo tengo que vivir en este país/donde el pie tropieza con los huesos/de allegados no enterrados? /oigo voces, veo sonrisas. No puedo/no escribir, porque cinco manos/cogen mi pluma/y me obligan a escribir su historia, la historia de su vida y su muerte (Milosz, 2011b, p. 95).
La poesía, como la novela, el cuento, la fotografía o la pintura, es un camino que le da voz a los que se enfrentan a los poderes totalitaristas. Los que pretenden homogeneizar a los sujetos, disolver sus identidades y anular las diferencias. La voz poética, al ser auténtica y libre, le permite a un sujeto, sea Milosz, Wislawa Szymborska, Joseph Brodsky, Candelario Obeso o cualquier otro ser humano que en la privacidad de su hogar sublima su cotidianidad, reafirmar sus particularidades, gustos y sueños; con lo que se apartan, como ya se había dicho, de lo común y aceptado; con lo que innovan e impulsan el desarrollo de la humanidad.
No se puede negar que hay expresiones poéticas y artísticas que nacen a favor del horror y de la criminalidad, pero lo que queda de ellas después de la caída del régimen no es más que anécdotas, aunque habría que analizar con cuidado casos como los de Céline, Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Curzio Mala-parte, entre otros escritores, que más allá de exaltar los desmanes del poder, descansan su mirada sobre la oportunidad que pudieron ver allí para un mejoramiento de las condiciones de la humanidad. Un poema puede desnudar la brutalidad del totalitarismo, y logra, si se le da cabida en nuestros espacios educativos cotidianos, ilustrar los aspectos positivos que trae la promoción de la pluralidad.
Promover con la poesía la capacidad de juicio: transmitir el derecho a la diferencia por medio de la esperanza
Hannah Arendt (2005), en su texto De la naturaleza del totalitarismo. Ensayo de comprensión, sostiene en su primer párrafo que el totalitarismo se caracteriza, entre otras cosas, por ser una negación radical de la libertad (p. 35). Por otra parte, Bertrand Russell (1963), a propósito del totalitarismo comunista, profundiza en esta relación indicando que "el comunismo restringe la libertad, especialmente la libertad intelectual, más que ningún otro sistema, con excepción del fascismo" (p. 45), y luego continúa expresando la necesidad que hay en que el sujeto sea libre, pero no simplemente a un nivel material sino a uno espiritual, es decir, a un nivel académico e intelectual (p. 165). Se restringe la libertad por el temor y la desconfianza que le despierta al régimen, que actúa movido por la curiosidad y el deseo de comprender, más allá del canon, los fenómenos que le rodean.
Comprender lo que hay y puede haber en el mundo resulta subversivo, pues el investigador empieza a cuestionar lo que se ha aceptado; que hay y puede haber en el mundo, según la racionalidad del estamento absoluto, si se demuestra que el mundo no funciona de acuerdo a las leyes causales de la lógica de dicho poder, se pone en duda su autoridad, con lo que se cuestiona de ahí en adelante, la legitimidad de su poder. Lo que puede llevar, según la lógica absolutista, a que el mundo deje de ser el "paraíso" que se ha planeado y vuelva a ser el "infierno" que era antes de la construcción ideológica. Aquí debemos preguntarnos: ¿cuáles son las cualidades que hermanan a los antiguos sistemas totalitaristas con los pequeños grupos, que en la actualidad fantasean con el poder absoluto, o con los sujetos que ven como un problema la libertad con que un sujeto se expresa? En cualquiera de los casos, se puede afirmar que la supresión de la libertad y por ende, el derecho que posee alguien de expresar y desarrollar su identidad según su voluntad, es un mecanismo eficaz para que no se ponga en duda la "Verdad" que promulga el régimen, el grupo que desea liderar los grandes cambios de paradigma, o quien se ve a sí mismo como el dueño de su micro espacio social y de sus habitantes.
La lucha en la que se empeñan los distintos "líderes" absolutos está determinada por la supresión de la libertad, es decir, por la negación a que un sujeto se perfeccione según su voluntad e intereses, a que se convierta en una excepción que debe ser tolerada o, en el peor de los casos, siguiendo la lógica déspota, aceptada y respetada. La lucha en contra de la libertad, es la lucha en contra del derecho a la diferencia. En las novelas de Milosz, los personajes que hacen evidentes sus particularidades ideológicas, que provienen de una clase social burgués, o que muestran su desacuerdo con la racionalidad del partido comunista, son rápidamente reducidos y censurados. Su existencia es absorbida por el partido y su libertad intelectual se condiciona a una obediencia ciega. Uno de los ejemplos de este tipo de personajes que más llama la atención es el profesor Gil, de la novela El poder cambia de manos (Milosz, 1981a); el profesor Gil encuentra refugio y esperanza en traducir a Tucídides del griego al ruso, aunque:
Tucídides no estaba bien visto. Habría sido más razonable elegir, para traducirlo, cualquier otro autor griego. Dando pruebas de buen juicio en la elección de los textos, se podía uno asegurar una buena colocación y ser considerado como trabajador útil. El Estado, que había privado a Gil, y a otros como él, de su cátedra universitaria, a causa de la «mala influencia» que ejercían sobre la juventud, no quería sin embargo dejarlos morir de hambre. Los sabios de la nueva generación carecían de muchos conocimientos... el hecho de haber elegido precisamente a Tucídides le proporcionaba al profesor Gil una cierta compensación íntima; era como si, continuando ligado a aquel griego de la antigüedad -e incluso, en caso muy favorable, haciéndolo leer a algunos jóvenes-, se justificase de ser un superviviente del liberalismo del siglo XIX. «No estoy solo; también está aquí Tucídides, al que llaman el primero de los historiadores, aunque debo reconocer que nuestras circunstancias han sido muy diferentes y que hay una profunda diferencia entre lo que él ha visto y lo que veo yo» (pp. 9-10).
La afirmación "otros como él" es comprensible en un contexto que considera a quienes ostentan una opinión distinta a la común, un peligro. "Otros como él" representa a uno de los miles de muertos y prisioneros políticos que perecieron en los campos de trabajo comunista, a causa de su condición humana, bajo la que se confirmaba su individualidad constitutiva. El profesor Gil es uno de varios personajes mediante los que se puede ver la reestructuración de Polonia luego de la Segunda Guerra Mundial, así como los sucesos ocurridos durante los dos meses en Varsovia en que los ciudadanos polacos son masacrados por el ejército alemán, mientras el ejército ruso esperaba al otro lado del río a que los alemanes terminaran con los nacionalistas polacos; dos meses duraron sitiados los sublevados, era imposible que con pocas armas, mal organizados y con sus esperanzas corroídas, sobrevivieran más tiempo; luego de esto entraría Rusia a Varsovia marchando sobre los muertos y dando por terminada su tarea: conquistar Berlín. El ejército ruso llega para liberar a unos, encerrar a otros y masacrar a varios; lo que no logra hacer el ejército de Hitler, lo hace el de Stalin. De un genocidio nacionalsocialista se pasa a uno de tipo comunista. La ideología cambia, pero no las tácticas del terror; la necesidad de acabar con el que no cabe en su proyecto de humanidad sigue su curso habitual.
En El poder cambia de manos (Milosz, 1981a), se teje un retrato que no intenta maquillar ni ocultar la capacidad de algunos seres humanos para activar las máquinas del terror. Tenemos imágenes de la pasividad con que los polacos católicos soportaban la destrucción paulatina del guetto en Varsovia; "el viento llevaba hacia las iglesias las nubes de humo del guetto incendiado y la gente salía de misa endomingada y se iba luego a ver el carrusel donde montaban las chicas" (p. 63), una imagen en la que un sacerdote jesuita llamado Ignacio incitaba a rebelarse, "sin ahorrar sangre", contra los capitalistas, socialistas, masones, comunistas y demócratas, mientras los judíos a dos kilómetros del sitio del discurso, eran cargados en vagones para su último baño (p. 69), sin que él los incluyera en alguna de sus iracundas plegarias. Tenemos a los labriegos que se denunciaban y se acusaban entre sí para recibir las simpatías del partido; ahí tenemos a Winter, el encargado de la reforma agraria, que reflexiona sobre el odio que puede llegar a tener un campesino en esta situación, "un sordo rencor (que) se sumerge en el interior de estos hombres y se convierte en una constante amenaza nunca expresada" (p. 83).
Los personajes de esta novela no paran de preguntarse sobre lo que hacen, pero no es suficiente, lo siguen haciendo y tampoco saben por qué. En estas situaciones, cada quien finge que nada ocurrió y que otro fue el perpetrador del mal (Milosz, 1981a, p. 104); si le preguntáramos en este momento a un grupo de jóvenes, la razón y el sentido de un conjunto de acciones que ocasionaron el suicidio de uno de sus compañeros, ellos, seguramente, se librarán diciendo que no son culpables, que otro lo es o que simplemente son víctimas de sus circunstancias. Tengamos al genocida que tengamos en el patíbulo de los acusados, e independientemente de su historia, lugar y tiempo, independientemente de que sea un dictador suramericano como Pinochet, uno español como Franco, un criminal del nivel de Raúl Reyes, de Salvatore Mancuso, un carcelero de las FARC, un torturador de las AUC, un personaje como Adolf Eichmann, la justificación de sus acciones será la misma: lo hacía por el bien de la humanidad, movido por un principio político que lo obligaba a defender los ideales del partido; seguía una premisa fundacional irrebatible.
Pero en medio de los sobrevivientes, quedaban los que debían soportar con asco el advenimiento de esta forma de totalitarismo, en vista de que no podrían escapar. Había quien
bebía como los demás, procurando ahogar en vino su asco. La actitud de aquellos hombres era humillante pero no cabía olvidar que dentro de esa humillación y de las serviles alabanzas que fingían, latía un odio feroz. A medida que adulaban más odiaban con más fuerza... ¿De dónde venía ese desprecio suyo por los rusos? ¿Procedía quizá de los sentimientos nacionalistas? ¿Debía dejarse llevar por la fuerza de la tradición?... Ese esquematismo afectivo se movía en el vacío impulsado por reflejos irracionales. Si pienso así ¿no será porque la fuerza es para mí una aplastante realidad? Al mismo tiempo sentía una náusea como la causada por la carne podrida (Milosz, 1981a, p. 103).
Había un profesor Gil que se cuestionaba
¿Acaso Marx (este barbudo iconoclasta destructor de verdades absolutas y admirador de Esquilo) habría podido suponer que unas generaciones, en su nombre y llamándose marxistas, iban a marchar en cohortes disciplinadas, convencidas por los que se habían apoderado de la fuerza de que el género humano ha logrado ya la eterna sabiduría? Creían poseer una sabiduría absoluta, solamente oír el hecho de apoyarse en la fuerza y porque, en un círculo vicioso, este saber considera a la fuerza como la confirmación suprema de toda sabiduría; o sea, el círculo vicioso del genial Hegel. Dentro de cuatrocientos o quinientos años, los que pronuncien la palabra Weltgeist (espíritu del mundo) lo harán con una sonrisa compasiva. Sí, pero para llegar a eso, no habrá piedad; el único camino será la creencia ciega en el poder revestida de oropeles científicos (Milosz, 1981a, p. 113).
Había personajes que en la privacidad de sus pensamientos se alzaban en contra del poder totalitario; sin embargo, estos personajes siempre estaban bajo sospecha, ya que sus acciones vindicativas del poder comunista no eran lo suficientemente emotivas o lo eran exageradamente. Quienes afirmaban inconscientemente sus particularidades frente al poder absoluto, para huir de la muerte, debían soportar las humillaciones y las pruebas continuas de fidelidad al partido. Para ellos solo quedaba un lugar en el cual refugiarse, en el que dialogaban esquizofrénicamente consigo mismos, en el que, rebelándose, sometían a un juicio severo a los perpetradores del horror. A su fuero interno no podía ingresar la versión comunista de las SS, la NKVD, para realizar sus acostumbradas purgas (Milosz, 1981b, p. 186). Esta defensa que cada sujeto armaba se convertía en el último vestigio de esperanza, por lo demás solo había que callar y representar la pantomima, ser paciente y esperar a que las cosas cambiaran (p. 85). La esperanza radicaba no en que el totalitarismo se hiciera más humano, sino en que los seres que perpetraban el horror, evaluaran sus acciones y recobraran el juicio, en fin, que se hicieran más humanos.
La esperanza que sienten los personajes de la novela es la misma que siente Milosz (1981b) y que expresa en su libro de ensayos El Pensamiento cautivo, en donde evalúa su rol como ser humano y artista dentro de esta historia tenebrosa y, a la vez, analiza las acciones que emprendió el poder soviético durante la ocupación a Polonia, para reducir la resistencia y generalizar la obediencia, es decir, la uniformidad de pensamiento y el respeto a una única autoridad. La esperanza de Milosz se traduce en la creación de una obra humanista, pero consciente de la capacidad autodestructiva del ser humano, es una obra que surge de alguien a quien la guerra hizo suspicaz y experto en desenmascarar lo falso (p. 71). La esperanza de Milosz no es estulta, ni complaciente, tampoco ilusa, la esperanza expresada en poemas como Voz, Amor, Canción de un ciudadano, Y a mí, Conjuro, o en el poema llamado Esperanza, es coherente con lo que él vio en Europa y en Estados Unidos, ambos lugares caracterizados por la necesidad de un tipo de sumisión del sujeto (p. 27).
Milosz tiene una esperanza que dista mucho de ser una ensoñación; su esperanza está determinada por la capacidad que tienen los seres humanos de tomar conciencia, en primer lugar, de su condición como seres universales, es decir, como sujetos cosmopolitas que estamos hermanados por los mismos requerimientos materiales y espirituales, por las mismas extremidades, por los mismos órganos. En segundo lugar, por la fuerza de sus sentidos, pues lo que le dice su vista, su oído y el tacto no es falso. No se puede negar o discutir la fiabilidad de la abundante sangre que el poeta vio en las calles de Varsovia.
Es descabellado creer, o si quiera pensar, que los sentidos engañaron a Milosz, cuando fue testigo de dos genocidios en una misma década. También lo es si uno piensa que los sentidos engañan a quien murió de frío en un gulag. Escribe lo siguiente: "algunos dicen que el ojo nos engaña/y que no hay nada, que nos lo parece, /pero son éstos quienes no tienen esperanza. /Piensan que cuando el hombre se da la vuelta/todo el mundo tras él deja de existir" (Milosz, 2011b, p. 80). En tercer lugar, la esperanza de Milosz está determinada por la capacidad de un ser humano por sentir amor, es decir, por la capacidad de darse a otro de modo desinteresado, "amor significa mirarse a sí mismo/como se miran las cosas que son ajenas, /porque eres una cosa entre tantas. /Y quien mira así, aunque no lo sepa, /guarece su corazón de varias preocupaciones, /el pájaro y el árbol le dicen: amigo" (p. 80).
En general, la esperanza de Milosz se alimenta del juicio humano, de la inteligencia con que podrá comprender los procesos que existieron y que existirán, en los que se favoreció la pluralidad y en los que la meta fue o será, siguiendo a Milosz, dominar a nuestro semejante. En su poema Conjuro queda claro que él confía, a pesar de los hechos, en la ambigua capacidad del ser humano de racionalizar y sentir el horror, ya sea con la filosofía o con la poesía:
Bello e invencible es el juicio humano./Ni barrotes, ni un alambre de púas, ni la destrucción de libros,/ni las sentencias de destierro pueden en su contra/Establece las ideas universales en la lengua/Y nos dirige la mano, así que escribimos en mayúscula/Verdad y Justicia, y en minúscula mentira y agravio ./Por encima de lo que es, eleva lo que debería ser,/enemigo de la desesperación, amigo de la esperanza./No conoce ni judío ni griego, ni esclavo ni señor,/nos encarga la común administración del mundo./De un sórdido tumulto de expresiones atormentadas/salva frases rectas y claras./Nos dice que todo sigue nuevo bajo el sol,/abre la mano endurecida de lo que ya ha existido./Bella y muy joven es Filo-Sofía/Y la poesía, su aliada al servicio del Bien. Apenas ayer la Naturaleza celebraba su nacimiento, /el eco y el unicornio llevaron la nueva a las montañas. /Famosa será su amistad, su tiempo no tendrá fronteras. /Sus enemigos se han entregado a la destrucción (Milosz, 2011b, p. 193).
Milosz enseña que la poesía sirve para demoler las fronteras que se han creado para encasillar lo humano en una sola fórmula, a él le sirvió -como ya se dijo- para criticar al tirano y sublevarse contra las actitudes totalitaristas, que eran aceptadas y promovidas en aras de la creación del hombre nuevo. Su poesía, como la de Bukowski o Cavafis, es sucia de una manera especial, no es aséptica, no está alejada de sus problemas personales, ni de su creencia religiosa. No es objetiva, ni subjetiva. Su poesía es una creación personal, bastante crítica, que nació en medio de dos guerras; de un permanente exilio y de un afán por disipar la opacidad que dejó la muerte en su vida:
Siempre he añorado una forma de mayor capacidad/que no fuera demasiada poesía ni demasiada prosa/y permitiera entendernos sin exponer a nadie,/ni al autor ni al lector, a las penas de mayor grado./En la esencia misma de la poesía hay algo inde-cente:/brota de nosotros la cosa que ni sabíamos que dentro de nosotros existiera,/ luego parpadeamos como si de dentro de nosotros saltara un tigre/y estuviera de pie, en la luz, con la cola pegando en sus costados./Por eso con razón se dice que es el daimonion quien dicta la poesía/aunque se exagera afirmando que sea por cierto un ángel (Milosz, 2011a, p. 26).
La poesía brota de su creador, como brotaban los heterónimos de Fernando Pessoa o las buenas acciones de los atorrantes en la obra de John Steinbeck. Un daimonion posee al poeta; tal vez sea uno de sus contertulios universitarios del Club de los Vagabundos que murió en Varsovia (Milosz, 1981c) quien le solloza desde una fosa común, lo que se siente cuando se es cazado en nombre del "hombre nuevo". Su poesía, dice Milosz (2011b, p. 258), es indecente y no es fiel a la verdad, ya que tiene el defecto, en ocasiones, de valorar moralmente las acciones humanas: como la de quemar a Giordano Bruno y correr luego de que se apagara la pira a beber vino (p. 70), o la de los hijos de Europa, que ayudaron con sus acciones petulantes y evasivas a cerrar las puertas de las cámaras de gas durante las guerras (p. 99).
La poesía de Milosz, escribe Seamus Heaney (2004), desborda una intensión salvadora que nunca se agotó, ni siquiera en los momentos de mayor tristeza, cuando el peso del exilio lo derribaba en la soledad de su departamento de lenguas en Berkeley. La poesía para Milosz, insistimos, es la aliada de la filosofía en la búsqueda de la redención humana. Pero no es esa poesía, ni esa filosofía que se afana por descubrir dentro del cliché un nuevo cliché; ni la que se regodea de la pureza de los tecnicismos, de los lenguajes oscuros con los que habla o se aparta del ágora, para acercarse al árbol en que descansan, en última instancia, los afligidos sin remedio. Para él, "hemos llegado a la falta de un sistema común de pensamiento capaz de unir al labrador que corta el heno, el estudioso que se desvela sobre la lógica formal y el mecánico que trabaja en una fábrica de automóviles" (Milosz, 1981b, p. 36). Un sistema común es un afán compartido; una meta que no sea únicamente la de abstraer, sino la de comprender y brindar soluciones a los problemas apremiantes que tenemos como humanidad.
La creación poética se plantea como uno de los caminos seguros que puede llevar, por medio de la reflexión que suscita, a reivindicar en tiempos de crisis el valor unívoco de la vida. Joseph Brodsky (2003), a propósito de esta idea, afirma que,
para alguien que ha leído mucho a Dickens, dispararle a otro ser en nombre de una idea, es más difícil que para quien no lo ha leído. Y estoy hablando precisamente de leer a Dickens, Sterne, Stendhal, Dostoievsky, Flaubert, Balzac, Melville, Proust, Musil y otros. Es decir, acerca de literatura, no de alfabetismo o de educación. Una persona letrada, educada, sin duda, es totalmente capaz después de tal o cual disertación, o planteamiento político, de matar a su igual, e incluso de experimentar, al hacerlo, un rapto de convicción. Lenin era letrado, Stalin era letrado, también lo eran Hitler y Mao Tsé-Tung, que incluso escribió versos. Lo que ellos tenían en común, sin embargo, era que su lista de poderosos era más larga que su lista de lectura (p. 159).
En un salón de clase en el que los estudiantes se han familiarizado con la violencia, les parece normal asediar a sus semejantes. Aquellos sobre quienes se abalanzan con odio, a los que muestran alguna diferencia en su forma de pensar, sentir o ver el mundo y, para los que no ha sido suficiente con enseñarles, durante 11 años, la importancia de los valores, virtudes, principios morales, etc. Les puede resultar provechoso comprender por medio de escritores como Czeslaw Milosz, Primo Levi, Herta Müller, o Naguib Mahfouz, lo que ocurre cuando la actitud violenta y cruel que tienen hacia otros se generaliza.
En el poema Proemio, el escritor cuestiona la poesía que no tiene como tarea primordial salvar naciones o personas. La poesía que no es redentora, que no tiene un fin humano, corre el riesgo de ser "una participación de mentiras oficiales, /una canción de borrachos antes de ser degollados, /una lectura en la habitación de una señorita" (Milosz, 2011b, p. 67). Un poema como una obra de arte se compone siempre con un fin, y éste no deberá ser el de entretener, sino el de hacer evidente el conflicto que tiene el poeta ante los hechos que lo indignan o le preocupan. Un poema es más que el ejercicio en que un amante efusivo se empeña para convencer a su amada de su amor; un poema, en el caso de Milosz (2011b), es una experiencia vivida de forma extrema, con la que les cuenta a los muertos lo que pasó (p. 68), con la que nos vaticina lo que pasará, si no se reinventa el sentido de lo justo y lo verdadero.
La poesía, continúa diciéndonos Milosz (2011b) a lo largo de los años y de las hojas, es el ejercicio con que alguien pretende salvar su "yo" de la combustión del mundo (p. 188), del fin precoz de lo humano. El poeta como los personajes del cuento de Nathaniel Hawthorne (1990), El holocausto del mundo, reflexiona sobre el origen de la maldad y sobre la manera en que se puede redimir el ser humano. El poeta es coherente con la poesía, no se arroja a lloriquear por las llamas que consumen al mundo, ni se presta para los juegos serviles en que le sede el pathos de su palabra al nuevo totalitarismo, para que el tirano hable por él.
Conclusiones
Imaginar es una constante de la condición humana con la que se pueden crear otras posibilidades de mundo, otras explicaciones y salidas a los problemas que existen en nuestro diario vivir, pero su fuerza y amplitud dependen del grado de desarrollo de esta facultad. La exigencia de este ensayo es que se debe promover a través de la poesía o de la literatura el derecho a la diferencia, pues es en este contexto en donde se le brinda a un sujeto la posibilidad de conocer otras realidades históricas, otras maneras de constituirse como individuo, y una forma particular de enfrentarse a las situaciones problemáticas, que aten-tan contra la integridad de la vida a causa de la intención de homogeneizar lo humano. Es indudable el valor que tiene la literatura polaca en este caso, pues ellos, más que ningún otro país, vieron en un mismo escenario el surgimiento de dos totalitarismos que acabaron con la vida de millones de sus habitantes.
En la literatura polaca hay un testigo irrebatible que sirve para ejemplarizar las consecuencias del terror: Czeslaw Milosz. Su obra muestra los alcances de la imposición de un ideal unívoco de lo humano, de la pretensión de licuar y agrupar las diferencias. Milosz con sus poemas y sus personajes, acerca a los estudiantes al análisis de unos hechos ocurridos en una corta fracción de nuestro tiempo histórico, pero también, a la potenciación de la facultad que, como humanos, tenemos de imaginar lo que fue y lo que será del mundo. En este caso, la poesía alimenta la imaginación, y rendirá sus frutos cuando un sujeto piensa el mundo de una forma plural y abierta a la aceptación recíproca de las diferencias, o como se ha dicho, de los factores identitarios que nos constituyen como individuos.
Dentro de las múltiples formas que hay y que habrá de leer poesía, se propende por una en la que hay dos intenciones. Primero, la de reflexionar éticamente sobre la situación del ser humano frente a los totalitarismos, y segundo, emplear la poesía como un mecanismo para criticar y desmantelar las prácticas cotidianas de persecución, exclusión, discriminación, etc. Se privilegia esta lectura ejemplarizante de la poesía a causa de su universalidad, es decir, de que no requiere de una inicialización para su lectura o para su escritura, y prueba de ello podrían ser los cientos de poetas que, sin educación formal, sin pertenecer a una aparente élite intelectual o social, o sin considerarse elegidos o tocados por algún dios, componen cantos humildes en los que se exalta y perfila lo que nos hace humanos. Con este modo particular de leer poesía, se le da un enfoque que tal vez no tenía cuando se compuso, el enfoque redentor. Aquí, algunos poemas de la obra de Czeslaw Milosz nos llevan a pensar las maneras en que se pueden remediar las acciones criminales que tienen como objetivo devastar lo humano.
La poesía puede ser vista como un ejercicio vivificador con el que los asediados se revelan, se alzan en voz alta, pero sin caer en el error de transformase en los nuevos artífices del horror. Con la obra de Milosz es posible reflexionar sobre las situaciones en que se defiende un ideal o un principio político, aunque esto implique el asesinato de uno o más seres vivos; con esta obra acercamos críticamente a los estudiantes a pensar la crueldad de la guerra, a reflexionar sobre los campos de exterminio, pero, sobre todo, a ahondar en la necesidad de no perder las esperanzas y poder reflexionar moralmente sobre los acontecimientos que han marcado la memoria de la humanidad como la metáfora de esa herida sangrante, que fluye cada vez que leemos a Czeslaw Milosz. Porque nada más cierto que, cuando leemos y vivimos a través del otro, vemos el mundo con otros ojos, para aprender a sentir lo que otros sienten.
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Notas