Filosofía
Samuel Ramos: Hacia una antropología filosófica (Samuel Ramos: toward a philosophical anthropology)
Samuel Ramos: toward a philosophical anthropology
Samuel Ramos: Hacia una antropología filosófica (Samuel Ramos: toward a philosophical anthropology)
Sincronía, núm. 69, pp. 206-226, 2016
Universidad de Guadalajara
Recepción: 14 Agosto 2015
Revisado: 04 Septiembre 2015
Aprobación: 25 Septiembre 2015
Resumen: Análisis del propósito de Samuel Ramos para aplicar sus meditaciones antropológicas, filosóficas y psicológicas a la realidad mexicana; de manera especial a la cultura, partiendo de la conceptualización de ésta como el espacio donde el hombre realiza sus valores plenos y donde se desenvuelve la capa ontológica más profunda de la persona que es el espíritu.
Palabras clave: Samuel Ramos, Cultura, Libertad, Ontología, Epistemología del ser.
Abstract: Analysis of the purpose of Samuel Ramos to apply his anthropological, philosophical and psychological meditations to the Mexican reality; in a special way to the culture, starting from the conceptualization of this as the space where the man realizes its full values and where the deepest ontological layer of the person that is the spirit unfolds.
Keywords: Samuel Ramos, Culture, Freedom, Ontology, Epistemology of being.
Introducción
Una de las figuras fundadoras de la Filosofía Mexicana es la de Samuel Ramos[1], cuyo pensamiento corresponde a la época posrevolucionaria. Sus meditaciones se centraron fundamentalmente en la filosófica latinoamericana, particularmente en lo que se ha dado en llamar filosofía en torno a lo mexicano. La obra más leída en nuestro medio es sin duda El perfil del hombre y la cultura en México[2]. En este trabajo, nuestro filósofo hace una serie de reflexiones sobre la cultura e identidad mexicanas a partir de las coordenadas filosóficas. Ramos se pregunta quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser; este es el punto de partida para poder caracterizar el espíritu de lo mexicano. Sin duda, este planteamiento es una problematización netamente antropológica porque intenta caracterizar al mexicano a partir de un análisis general sobre el hombre. De ahí que las reflexiones que Samuel Ramos hace en torno a su antropología filosófica se relacionan con la pregunta central de esta disciplina: ¿Qué es el hombre? La respuesta que Ramos da a esta interrogante está influenciada por el pensamiento alemán, fundamentalmente por Scheler y por los meditaciones de Ortega y Gasset[3], intentando con ella explicar la idea del hombre, pero no como realidad, como él mismo lo dice, sino como la representación ideal que de él se puede hacer, aunque lleva el interés de aplicarlo a una serie de reflexiones particulares en torno al hombre mexicano, mismas que no serán analizadas a profundidad en este trabajo. Frondizi y Gracia (1975) nos dicen que los filósofos latinoamericanos han ensayado responder a la pregunta por el hombre desde por lo menos cuatro perspectivas: a) el problema ontológico de la condición del hombre; b) el problema metafísico de su esencia; c) el problema epistemológico de su definición y d) el problema cósmico-ético de su posición respecto al universo. ¿A cuál de ellas intenta responder Ramos? Desde nuestro análisis, la antropología de Samuel Ramos se acerca a la primera y a la última perspectivas, ya que explica la naturaleza ontológica del hombre, su ser y su esencia como conciencia o espíritu; es en ese sentido que lo caracteriza en el cosmos como una conciencia valorativa. El desarrollo de este escrito tiene como propósito demostrar que, efectivamente, esas son las formas de abordar al hombre por parte de Samuel Ramos. Así, este trabajo se organiza de tal forma que, en un primer momento, se presenta, como parte de su programa de antropología filosófica, la concepción que Samuel Ramos tiene del hombre en tanto que totalidad constituida por tres capas ontológicas ordenadas de manera jerárquica. En un segundo momento, se ha considerado pertinente presentar sus tesis en torno a la caracterización del tercer estrato, porque es éste el que da cuenta de la estructura esencial del hombre. Para desplegar dicha estructura se muestran al detalle los argumentos que las sostienen.
La estructura del hombre
Una cita del propio Samuel Ramos es el punto de partida para revisar su tesis en torno a la antropología filosófica: “El problema de la antropología filosófica estriba en que el hombre es un crucero en que juntan varias categorías del ser. ¿En cuál de ellas radica lo esencialmente humano?” (Ramos, 1997: 46). Este corto pasaje nos muestra el camino desafiante que se propone el pensador mexicano para llevar adelante sus meditaciones filosóficas sobre el hombre. Su primera preocupación se enfoca en definir las diferentes capas ontológicas; lo que nos remite a recordar que nuestro filósofo está influenciado por las posiciones de Scheler y Ortega y Gasset. Del primero retoma la exaltación que hace del hombre sobre su posición en el cosmos y del segundo recupera su tono radical, al concebirlo como ente histórico y circunstancial. Por tanto, nuestra primera tarea será presentar estas capas del hombre, mismas que posibilitan la tesis central de su antropología. Para Ramos, el hombre se concibe como una unidad formada por tres categorías o capas ontológicas: la vitalidad, el alma y el espíritu. Estas capas están ordenadas en anillos concéntricos.
La vitalidad
Esta jerarquía nos dice que la vitalidad es la primera capa del hombre. ¿De qué está formada? Se constituye de toda la estructura sensomotriz que aparece programada por medio de patrones sensoriales y fuerzas cinéticas que impulsan al hombre a actuar por motivos sexuales y de poderío. Sin lugar a dudas, la influencia del psicoanálisis está presente cuando Ramos caracteriza esta capa del hombre como una llena de impulsos que nunca están satisfechos; es su parte monstruosa en cuanto que se asemeja al mundo animal y lo arroja a situaciones desmesuradas al tratar de complacer todos esos impulsos. Esta caracterización que hace nuestro filósofo nos permite inferir que es una capa básica y se torna inconsciente al querer satisfacer las exigencias vitales. La función de este primer anillo se ve reducida a elementos fisiológicos y físicos, siendo su objeto las sensaciones y los deseos, además de estar sometido al vínculo de la necesidad, a diferencia de los otros dos anillos -alma y espíritu- que se encuentran regidos por el vínculo de la libertad. Sin embargo, Ramos nos dice que la materia, elemento constitutivo de la vitalidad, es más fuerte en comparación con las otras dos capas porque la caracteriza el ímpetu y un sentido de realización pleno y necesario. Pero, al mismo tiempo, hay que ver esta capa como la menos valiosa porque no está orientada por el mundo de los valores, como sería, por ejemplo, el acto moral. Es por ello la parte más periférica del ser humano, ya que se observa vivo y no necesita de la conciencia para realizar sus fines: “Hasta cierto punto, el hombre puede desarrollar su animalidad pura sin preocuparse ni necesitar el auxilio del espíritu” (Ramos, 1997: 53). Esta caracterización que hace Ramos, a nuestro parecer, está influenciada también por el pensamiento de Boutroux. El filósofo francés afirma que hay un salto entre el mundo animal y el espiritual, planteando como inferiores las leyes que rigen el mundo inorgánico y orgánico dado que están determinadas por fuerzas mecánicas, necesarias; en ese sentido, llega a decir que:
[…] la materia, el mundo orgánico y el hombre, por ejemplo, son órdenes de realidad cada uno de los cuales es imposible de explicar basándose en los anteriores, ya que contiene elementos originales, nuevos, por lo tanto contingentes: son contingentes en el sentido de que no derivan necesariamente de los grados inferiores (Reale, 1995: 619).
Así, como puede apreciarse, también está presente esta influencia. El mismo Ramos cita el pensamiento de Boutroux, aunque difiere de él porque está en contra de las posiciones que buscan reducir la complejidad del hombre a una de sus esferas.
Ahora bien, al ser una capa básica, ¿la vitalidad tiene algo de fundamental? Ramos dice que a pesar de las limitaciones del primer estrato -si es que son limitaciones-, éste tiene una gran virtud: es la base de toda la existencia humana. “[...] del tesoro de la vitalidad se nutre la personalidad humana” (Ramos, 1997: 56). Esta cita se puede interpretar confirmando que lo superior, o sea el espíritu, no puede negarse totalmente en la existencia del primer estrato, dado que lo requiere, no lo desprecia, es inseparable, se reconoce en él. En el siguiente párrafo se observa claramente la posición de Ramos al respecto:
“Si el hombre es un compuesto de diversos elementos, la antropología no va a conceder el privilegio a uno de ellos, negando a todos los demás. Ella acepta todos esos elementos con los derechos relativos que a cada uno asisten. El problema de la antropología es más bien determinar cómo esos elementos particulares se integran en una unidad, qué relaciones hay entre ellos y cuál es la estructura esencial que forman.” (Ramos 1997: 49).
El alma
Si la vitalidad es la primera capa del hombre, significa que inspeccionando su estructura encontraremos un segundo y, hasta ahora, un tercer estrato. Ramos plantea la existencia de un segundo anillo concéntrico que es el alma. ¿Qué la constituye? El conjunto de emociones y sentimientos, como la simpatía, la antipatía, el coraje, la vergüenza, que surgen en el hombre cuando se enfrenta a determinadas situaciones de la vida real y que no responden a nuestra voluntad. Estos sentimientos se despiertan en nosotros, precisamente, por elementos que no son manipulables por nuestro querer. “Hay emociones, sentimientos, pasiones, simpatías, antipatías que se despiertan en nosotros sin tener nuestro asentimiento y que aunque están en nosotros, se han producido a pesar nuestro” (Ramos, 1997:56). Dicho lo anterior, podemos recurrir a la experiencia para mostrar algunas evidencias donde el mundo de los sentimientos responde ante determinadas situaciones. Por ejemplo, el siguiente caso hipotético: una persona puede ser testigo de maltrato a un animal, lo que le provoca un determinado sentimiento por la acción que se comete en contra de ese animal; podríamos decir que rechaza tal acción y este sentimiento de indignación, coraje o impotencia lo experimenta a pesar de no querer sentirlo. Ante un acto de este tipo, siguiendo la tesis de Ramos, ninguna persona puede reprimirse, no puede dejar de experimentar una emoción a pesar de no poder hacer nada por defender al animal, porque no está en sus manos hacerlo. Pensemos en otro ejemplo: X camina por la calle y observa a un anciano que no puede cruzar la calle, al descubrirlo se genera en él un sentimiento de compasión que impulsa a brindarle ayuda, corre y lo hace a pesar de no conocer al anciano.
La pregunta en ambos casos es: ¿Qué lleva a los agentes a experimentar, por ejemplo, coraje y compasión? Sus sentimientos surgen, su estado anímico se modifica. Así, en esta región o esfera del ser humano encontramos aquellas pasiones y afecciones que experimenta el hombre ante las diversas situaciones a las que se enfrenta cotidianamente, constituyen lo que se puede llamar “sus sentimientos”. Estos “estados de ánimo” de las personas constituyen el mundo privado de la vida individual. Luego, el alma funciona a su modo, a su gusto, a su antojo. Esta caracterización del alma, entendida así por Ramos, y vista como una entidad separada del espíritu, puede entenderse como un puente entre la capa inferior y la capa superior (espíritu), pues al señalar que el hombre no puede dejar de experimentar un sentimiento o afección ante un hecho, significa que todavía tiene algo de impulso, obedece al mundo de las pasiones; la persona no es capaz de controlarlas por su voluntad porque no puede reprimir libremente la experiencia de aceptación o rechazo. Pero esto ya nos acerca al espíritu, ya que el sentimiento y la emoción que siente no sólo se dirigen hacia eventos del mundo natural sino hacia las propias actuaciones del hombre, a los acontecimientos sociales, al mundo práctico.
El espíritu
Esta capa se constituye como la más profunda del ser humano, es el centro de la persona. ¿Qué la conforma? Dos figuras, según Ramos: la voluntad y el pensamiento que vienen a constituir lo que es el yo. De esta forma, el yo es el centro de nuestra persona y es el que toma todas las decisiones, i.e., actúa y piensa con plena libertad a diferencia del alma: “Y hemos ido, hemos cumplido efectivamente una larga evolución espiritual, levantándonos por encima de la naturaleza animal, para conquistar nuestra libre voluntad, para realizar nuestros ideales” (Alberoni; 1995: 19).
¿Qué decisiones toma el espíritu? Podemos decir que las decisiones que toma el espíritu no son como las del alma que se conduce por la emoción y el sentimiento; en él las decisiones tomadas se rigen por normas impersonales. La voluntad se ajusta al momento de obrar a lo que “debe ser”, esto es, a determinados valores de carácter diverso: científicos, éticos y estéticos. El pensamiento, por ejemplo, tiene que ajustarse a normas lógicas, porque el pensamiento es el mismo en todos los individuos, según Ramos. Esta tesis la podemos relacionar con un ejemplo que puede ser útil para comprender lo anterior. De acuerdo con Khun, una comunidad científica acepta como verdadero un paradigma en tanto no exista otro que lo sustituya; este paradigma se acepta por su valor científico. Y esto es así porque la teoría aceptada tiene que ver con la idea de la verdad, la cual una vez creada trasciende al propio científico, es decir, a su individualidad, ya que las verdades se rigen por sus propias leyes; a final de cuentas, ese es el ideal de cualquier científico: ver que su obra es aceptada por muchos; precisamente el hombre logra eso, y lo logra porque tiene esa propiedad esencial que es el espíritu. “Espíritu es entonces la vida de un sujeto que trasciende su individualidad para buscar su ley en el mundo objetivo, real o ideal.” (Ramos 1997: 57). Tomemos otro ejemplo: durante el transcurso de nuestra vida nos enfrentamos a situaciones que pueden gustarnos o no, como es el cuidado de los animales. Reconocer que son seres vivos objeto de atención por parte de los seres humanos es un deber moral que no está sujeto a los deseos individuales; es así porque la vida de un animal se postula como un valor moral al cual hemos llegado, precisamente como agentes morales, después de una larga experiencia. Estos ejemplos nos sirven para ilustrar que el espíritu, como centro de la persona, no es subjetividad como el alma –aquí esta una diferencia esencial con la segunda capa del hombre-, sino que es objetividad, o sea “Posibilidad de estar determinado por los objetos mismos. Y diremos que es ‘sujeto’ o portador del espíritu aquel ser cuyo trato con la realidad exterior se ha invertido en sentido dinámicamente opuesto al animal” (Scheler, 1938: 77). Entonces el espíritu funciona de modo transubjetivo, con base en la norma, en el deber ser, con el mundo. Estos se significa que el hombre, siguiendo los argumentos de Ramos, tiene dos formas de vida: a) la individual y b) la supra individual. En la primera, el hombre vive aislado; en la segunda, vive con el mundo. Así lo enfatiza Heidegger: “La existencia es esencialmente trascendencia, identificada por Heidegger con el ir más allá de uno mismo […] todo nos lleva a exponer aquel rasgo fundamental de hombre, que Heidegger denomina el estar en el mundo” (Reale, 1995:519).
Tenemos, de este modo, que el hombre es vitalidad por cuanto que es impulso, fuerza, instinto; alma en cuanto que es emoción, sentimiento, subjetividad; y espíritu en tanto que experimenta la objetividad que se traduce en valores como la belleza, el bien, la verdad. Es en esta última esfera del ser donde el hombre se realiza plenamente:
En tales experiencias de la verdad, de la belleza y del bien percibimos que nos hacemos más hombres y comprendemos lo que ahí sucede, aunque sea en medida mucho menor que en los procesos de nuestra física y química, que pueden explicarse de un modo funcional mecánico. (Haeffner, 1986: 201).
Una vez expuesto el pensamiento que tiene Samuel Ramos acerca del hombre, de concebirlo como una totalidad compuesta por tres capas ontológicas ordenadas jerárquicamente, en cuanto que son una especie de escalones (uno básico o inferior, un medio o de puente y el superior), que constituyen la estructura de la existencia humana y forman una unidad integral; creemos que es importante profundizar en la última capa que otorga al ser humano su rasgo esencial. Para hacerlo se presentan algunas tesis sobre la caracterización que nuestro filósofo hace de la tercera capa, en virtud de que en ella encontramos sus meditaciones filosóficas más contundentes en torno a la antropología filosófica.
Tesis 1
El hombre es un ente en el universo, pero no es un ente cualquiera, un ente más, sino un ente que reflexiona sobre la existencia de los demás seres vivientes y sobre sí mismo, sobre su conciencia. El hombre es el único ser viviente que descubre a los demás seres de la naturaleza.
Para avanzar en el análisis de esta primera tesis empecemos con una cita de Alberoni que nos es útil para precisar los argumentos que la sostienen:
En realidad, nosotros, los seres humanos, tenemos la capacidad, o la desconsideración, o el desatino de tomar distancia de nosotros mismos, de nuestro ser natural, hasta llegar a la paradoja de juzgar negativamente al mismo mundo, a la naturaleza y al cosmos (Alberoni; 1994:16).
Esta idea de Alberoni nos lleva a pensar que el ser humano, al tener conciencia, es capaz de emitir juicios sobre todo lo que le rodea; juicios de todo tipo, éticos, estéticos y científicos, tal como lo sostiene Ramos. Por ejemplo, a medida que los conocimientos del hombre avanzan se logra explicar la estructura biológica de cada ser viviente; la ciencia establece diversas taxonomías de acuerdo a los elementos estructurales y funcionales, define diferentes órdenes y jerarquizaciones. Todo esto conforme se lo permiten los conocimientos científicos, que el mismo hombre construye. Este interés por conocer y descubrir a los demás seres vivientes del cosmos, por concebirlos, analizarlos y explicarlos, ha llevado al ser humano a crear diferentes ciencias y perfeccionar otras como son la Zoología, la Taxonomía, la Morfología, la Etología, la Psicología y la Biología misma. Los animales y las plantas tienen existencia, pero ¿saben que existen? La evidencia dice que no son capaces de conocer su propia estructura biológica, mucho menos de hacer clasificaciones de sí mismos y del hombre, porque no tienen conciencia de dicha existencia. Las plantas, como dice Scheler, no tiene un centro orgánico que les permita tener, por ejemplo, una memoria asociativa; mientras que en los animales superiores, que sí llegan a tener una inteligencia práctica, el mismo Scheler dice que sus acciones no van más allá de lograr cierto provecho, ciertas ventajas, pero nunca el poder realizar representaciones de su cuerpo, sus afectos y su inteligencia. Mientras que el hombre sabe que existe dado que tiene conciencia de sí mismo y de su circunstancia, i.e., de las plantas, animales, objetos inanimados que le rodean y también del otro igual a él, esto es, de toda realidad.
La vida humana es una realidad extraña, de la cual lo primero que conviene decir es que es la realidad radical, en el sentido de que a ella tenemos que referir todas las demás, ya que las demás realidades, efectivas o presuntas, tienen de uno a otro modo que aparecer en ella (Ortega y Gasset, 1996:3).
En este caso, el hombre se descubre no sólo como objeto de conciencia sino como el sujeto de la misma. Descubre que la conciencia es un modo de ser, que ésta es inseparable de su estructura ontológica. El hombre sabe que existe, que actúa con conciencia, nos enfatiza Ramos. Y ve en ella el modo de su realización y perfección, de las que no puede prescindir. “la conciencia está al servicio de la perfección del proceso orgánico, incluso en sus formas más elaboradas, por ellos es ineliminable” (Gehlen, 1993:12). Pero, aquí cabe la siguiente pregunta: ¿esta conciencia a dónde conduce al hombre? Retomando una idea de Haeffner, se puede afirmar que la conciencia lleva al hombre a descubrir que estando en medio de otras existencias, él sí sabe decididamente lo que quiere; la conciencia no solamente es auto observación y superreflexión sino que es el principio del actuar, del obrar. De este modo, podemos afirmar que el hombre es dueño de sí mismo y del mundo en cuanto que él genera todo conocimiento creciente dela vida vegetal y animal y de él mismo, conocimientos que nos muestran la realidad a través del arte, la técnica, la filosofía, la ciencia y la religión misma.
Tesis 2
La existencia del hombre no es algo fijo e inmóvil, sino un fluir constante en el tiempo, un constante devenir que le permite recordar tiempos anteriores y anticiparse a los que todavía no son.
Al analizar la presente tesis, es importante iniciar con una cita del propio Ramos: “Llamo conciencia precisamente a esa capacidad de retener imágenes de lo pasado y proyectar mi imaginación hacia lo porvenir” (Ramos, 1997: 41). La conciencia, como se observa en la cita, no es conceptualizada como fija ni inmóvil, sino como un fluir constante, que permite tener recuerdos y expectativas, i.e., pensar en el pasado y en el futuro.
La experiencia nos dice que el hombre, cuando piensa realizar un acto, retrocede en el tiempo para darse cuenta cómo lo realizó anteriormente, reflexiona sobre las consecuencias que le trajo actuar y obrar de esa forma. De igual manera, el hombre se traza un proyecto de vida para pensar en el porvenir, medita sobre las decisiones que debe tomar para lograr tales o cuales metas. De esta forma, la conciencia del hombre es sustancialmente temporalidad. Cabe aquí la máxima de Ortega y Gasset, influencia innegable en Samuel Ramos: “En suma, que el hombre no tiene naturaleza sino que tiene […] historia” (1996:51). Al reflexionar sobre esto se descubre que el hombre es una dimensión que se realiza a través de la historia, abriéndose muchas posibilidades y cancelándose otras; precisamente, una característica central de esto es que el hombre puede modificar voluntariamente su destino. El resto de los seres vivientes del cosmos jamás deja de cumplir con su “destino”, porque es fijo y dado por la naturaleza:
Y esto significa no solo que existen, que las hay, que están ahí, sino que poseen una estructura o consistencia física y dada. Cuando hay una piedra hay ya, está ahí, lo que la piedra es. Todo sus cambios y mudanzas serán por los siglos de los siglos, combinaciones regladas de su consistencia fundamental. La piedra no será nunca nada nuevo y distinto. Esta consistencia fija y dada de una vez para siempre es lo que solemos entender cuando hablamos de ser de una cosa (Ortega, 1996:21).
El hombre, por el contrario, modifica constantemente su destino, cierra unos caminos y abre otros. Los actos del hombre aparecen siempre situados en un antes, en un aquí y ahora, en un después; pero además, todos los demás seres vivos y objetos inanimados le aparecen así también, aunque para éstos la dimensión temporal no existe. Es el hombre quien les da historia a sus actos y al resto de la vida orgánica.
El tiempo está con el hombre y su existencia es el tiempo. La esencia del hombre se explica con base en lo que era ayer, para saber lo que es en la actualidad y de ahí partir a lo que pueda ser. Siguiendo a Ortega se puede decir que el hombre se instala en el tiempo para iniciar su proyecto de vida: “Este no empieza para él como el tigre, que tiene que empezar de nuevo, desde cero” (1996: 54). La existencia humana es un constante devenir, una constante modificación, esta es precisamente su propiedad esencial. El mundo de los animales y vegetales describe invariablemente la misma curva, conforme a un patrón para cada especie; dicho determinismo no se puede alterar por su propia sobrevivencia. Aunque el hombre también debe cumplir con el modelo biológico al que se encuentra anclado y el que le asigna un patrón de vida, en él la vida aparece como problemática, obligándolo a anticiparse a lo que podrá ser. En este sentido, su existencia tiene cierta margen de libertad, posee la capacidad de elegir esto o aquello. Efectivamente el hombre es libre, es uno de sus rasgos esenciales, la voluntad le es inherente. Aquí nos podríamos preguntar lo siguiente: ¿el animal no es libre? ¿Acaso no lo vemos moverse? La respuesta es que la libertad del animal es libertad biológica, condición que apunta a un cumplimiento biológico y que le sirve para interactuar con su medio y sobrevivir en él; el hombre, además de tener esta libertad, tiene otra que le corresponde solo a él, una libertad psíquica que él mismo determina y utiliza voluntariamente. Esta libertad se manifiesta cuando el hombre, por ejemplo, siente responsabilidad y culpa por sus actos, por aquello que hace o deja de hacer, por lo que dice o calla, por lo que juzga.
Por otra parte, se puede argumentar que el hombre igual que el animal busca sobrevivir, pero el hombre no solo busca conservación también busca trascender su forma de vivir. No sólo eso, la experiencia nos dice que cada vez busca mejorar las condiciones de su existencia, intenta superar una forma por otra, tratando de encontrar mejores índices de bienestar y satisfacción. Esto los vemos día a día en la infinidad de acciones realizadas por los seres humanos; por ejemplo, en su intento por comunicarse el hombre ha logrado crear un red de comunicación a través del Internet para acercarse con sus congéneres y compartir sus preocupaciones. También, a través de su arte busca comunicarse con los demás en el presente, pero además hace arte para dejar su huella pensando en el futuro. De esta manera, se puede decir que la existencia del hombre se caracteriza por su enorme plasticidad, hace de ella lo que su voluntad dicta, la acomoda de acuerdo con sus necesidades e intereses, este acento define su naturaleza problemática: “El hombre, a diferencia de los otros seres, no ha recibido su situación ya hecha, ni tiene orientación determinada por el solo hecho de ser humano ya está en conflicto” (Basave; 1988: 81).
Tesis 3
El hombre se mueve siempre en vista de los fines que él considera como valiosos. Sus acciones se dirigen en torno a determinados valores. De ahí que el hombre, como persona, es esencialmente conciencia valorativa.
Lo que se busca demostrar aquí es que la conciencia es una propiedad ontológica del hombre; pero esta conciencia no sólo es del ser, como se ha venido presentando, sino que es una conciencia del “debe ser”, por eso el rasgo esencial de hombre es:
Libre voluntad, y tiene dentro de sí la aspiración de un mundo perfecto, un ideal de armonía y de paz que constituye su última meta. La esencia del hombre, su especificidad y su fuerza, no es la adaptación, ni la lucha por la supervivencia, sino precisamente su sueño de una vida superior. La moral como impulso vital, la moral como espíritu, como tendencia hacia lo alto, como transcendencia de sí (Alberoni, 1994:22).
Esta cita de Alberoni apoya la argumentación de Ramos de que la esencia del hombre lo vincula con un mundo axiológico; esto significa que la conciencia, además de permitirnos acceder al conocimiento generado por las diferentes ciencias, también nos señala que, al enfrentarnos a la realidad, descubrimos que existen cosas, acciones y personas que se pueden considerar como valiosas o no valiosas. Luego, la conciencia tiene esa capacidad para conocer las cosas, pero también para discernir entre lo que es valioso y aquello que no lo es. “Los valores constituyen la meta de toda acción humana. Cuando el hombre se propone a un fin es porque lo reputa valioso” (Ramos, 1997:44).
Con base en lo que se ha expuesto, podemos decir que para Ramos el problema fundamental de la existencia del hombre tiene que ver con aquello que “debe ser”; esa es su premisa. El hombre dirige sus acciones hacia determinados fines porque los considera valiosos, ya sea desde un punto de vista útil o bien ético, vital o estético; elige, actúa entre lo que considera que es bueno o malo, entre lo que es mejor o peor, entre lo bello y lo feo, pero siempre considera que su actuación va dirigida por algo y para algo, i.e., existe una finalidad que la justifica, y en ese sentido se siente responsable de la estimación que hace. Estas reflexiones de Ramos se pueden constatar en la vida cotidiana cuando el hombre discute sobre cualquier acontecimiento; por ejemplo cuando discute temas tan sensibles como la clonación o el aborto, sus juicios van cargados de una posición axiológica, donde califica la acción de buena o mala, justa o injusta, responsable o irresponsable y al hacerlo carga la responsabilidad de lo que emite o juzga. En este sentido, como dice Frondizi (1988), si las personas no dirigen sus acciones por el valor que tienen los fines que buscan, el hombre carecería de ideales y sus obras carecerían de sentido. Así, en Samuel Ramos, el ser del hombre en el mundo apunta al deber ser.
El mundo presenta una variedad de cosas, sucesos y acciones que el hombre ordena de acuerdo con la valoración que hace de ellas. La ordena cuando considera que son buenas o malas, mejores o peores, justas o injustas, bellas o feas. Esto se observa hasta en las situaciones más comunes de la vida, como determinar cuál alimento es más valioso para la salud, hasta estimar si la violencia racial es moral o no. Pero esta valoración no puede quedar al capricho de cada sujeto, si fuera así, las ordenaría de acuerdo con sentimientos o emociones como el odio, la envidia, el resentimiento, el despecho, la piedad, el egoísmo; i.e., a factores meramente subjetivos que, por la clasificación de la jerarquía que hace Ramos, se puede considerar que tienen su origen en la segunda capa ontológica y tendrían su asiento en el individuo, pero no en la persona. Por lo tanto, los juicios que emitiría la persona no serían por el valor que tengan las cosas sino por el sentimiento o la pasión que sienta por ellas.
Si se aceptara que el origen de valoración está en el subjetivismo, cabría una pregunta: ¿qué sucede con el mundo objetivo? ¿No existe lo que es universalmente valioso? El hombre, en tanto que persona única, hace una valoración de las cosas y personas, pero esta valoración no puede negar la existencia de valores universales. Cuando el hombre juzga las cosas por medio de su conciencia descubre que existen valores universales. Cuando el hombre discierne las cosas mediante su conciencia descubre que existen valores intrínsecos que no puede hacer a un lado o dejar de reconocer; esto significa que hay valores que no dependen del deseo de emotividad del sujeto, sino que son cualidades independientes de las cosas[4].
Samuel Ramos intenta convencernos de que el valor de una cosa no puede confundirse con el deseo que tenemos de la cosa; alguien puede desear algo o no desearlos sin que ello signifique que las cosas tienen mayor o menor valor, es decir, el valor de las cosas no se determina por nuestro deseo. Luego, queremos una cosa o la deseamos porque posee determinado valor. En ese sentido, los valores superan todo interés personal[5], estimamos la cosa porque es valiosa en sí misma, ajena a un deseo personal. Por ejemplo, si alguien no quiere escuchar música no por eso dejar de ser valioso que la música es una de las aportaciones más valiosas que el hombre ha creado. Este tipo de valoración desinteresada es el que se muestra en nuestra conciencia, y se puede deducir que tiene su origen en la capa más profunda del ser humano, que es la capa del espíritu. Sin lugar a dudas, es la idea kantiana de que la moral surge de un principio que se busca mantener como norma universal. Pero es importante hacer otra consideración, misma que se advierte en las ideas de Ramos, según la cual existen dos tipos de valores: a) los que son inherentes a las cosa, los hechos y las personas, y b) los valores –separados de las cosas- que son abstractos, puros. Alguien puede juzgar un valor inherente a la realidad. Al hacer la estimación puede decir que falta o sobra valor; pero en el caso de los valores puros, éstos son absolutos por estar separados de la realidad. A ellos no les hace falta ni les sobra, tienen un equilibrio prefecto. Por ser de esta naturaleza son el modelo que permite al hombre estimar lo valioso del mundo de la realidad. Gracias a ellos el hombre puede efectuar toda valoración, esto es, por medio de ellos sabemos cómo “deben ser” las cosas del mundo; porque estas deben responder a un deber absoluto. Y es por medio del espíritu, dirá nuestro filósofo, como podemos descubrirlos, a través de un acto intuitivo, y nos podemos dar cuenta de que están ahí, independientemente de que se tomen o no.
Podríamos afirmar, para concluir con los argumentos a favor de esta tesis, que el hombre es la medida de los valores, fundamentalmente de los valores espirituales, en el sentido de que es él quien pone en el mundo fines, dirigiendo sus acciones con base en ellos. Es así porque el hombre es el único ente dotado de una conciencia capaz de captar y sentir los valores y proponérselos como los fines de sus acciones. Esta es la razón por la cual el término “persona” le es dado, ya que es sólo él quien posee entidad axiológica, constituyéndose ésta en el mismo ejercicio espontáneo de la voluntad. Los animales de inteligencia superior, si seguimos a Scheler, tendrían solo “valores” de nivel más bajo relacionados con lo “agradable” y “lo desagradable”: “A los que corresponden los estados efectivos del placer y el dolor sensibles” (Frondizi; 1988:136).
A partir del análisis de esta tesis, creemos que es clara la posición de Ramos en el sentido de que la vida del espíritu se inicia y se consolida con la realización de los valores, teniendo en cuenta que el valor moral es el más alto de todos. Las acciones conscientes del hombre siempre van acompañadas por la estimación valorativa que tiene clara conciencia de los valores, así como de él mismo como un valor.
Consideraciones finales
Uno de los propósitos de Samuel Ramos es aplicar sus meditaciones antropológicas, filosóficas y psicológicas a la realidad mexicana; de manera especial a la cultura, entendiendo ésta como el espacio donde el hombre realiza sus valores plenos y donde se desenvuelve la capa ontológica más profunda de la persona que es el espíritu. Hemos visto, siguiendo su argumentación, que la compresión del hombre no puede darse solo en una de sus capas o elementos sino, como ha quedado claro, tiene que ser en su totalidad, ya que por la situación problemática que vive el mexicano éste tiene que reafirmarse en la unidad de sus diferentes esferas. La realidad mexicana de ese tiempo[6] proponía conflictos que sumían al hombre mexicano en un descontrol espiritual, sumergido en la inconsciencia, porque sus fines eran orientados más bien por la emociones que por los valores más absolutos. Lo anterior queda acaso demostrado cuando Ramos caracteriza al mexicano de ese tiempo por un sentimiento nacionalista de visión estrecha, o bien por un sentimiento de imitación burda llena de fantasías. El espíritu, como se ha dicho, es conciencia, esto es, dirección hacia un fin valioso que necesita conducir y canalizar las fuerzas del hombre; sólo el espíritu puede dar esa dirección al hombre para que logre los valores más plenos. Nuestro filósofo considera que los valores se objetivan precisamente en la cultura: “La finalidad de la cultura es despertar la más amplia conciencia posible de valores, y no como se supone erróneamente la simple acumulación de saber” (Ramos, 1997: 64). Lo que Ramos expresa aquí es su contundente convicción de que el proyecto del hombre mexicano tiene que darse en la producción cultural, dado que es la única forma que tiene de reafirmar su espíritu. En la cultura se manifiesta lo más grande del hombre, sus valores. Está convencido que la posibilidad del hombre sólo tiene lugar en la cultura, pues es el único espacio donde muestra su esencia y la finalidad de su existencia; la cultura ofrece la posibilidad de elevarse a un plano superior, en ella materializa su grandeza y sus aspiraciones. Desde la mirada de Ramos, en la cultura el hombre se manifiesta como un ser libre para producir lo que responda a los ideales de su pueblo, mediante ella realiza las más grandes transformaciones que quedan manifestadas, por ejemplo, en una pintura, en la música, en una teoría científica; por esto mismo, el hombre debe dejar atrás las pasiones y las emociones que – en el caso del mexicano- lo han sumergido en la imitación, para que su propia iniciativa llegue a la creación y la innovación de sus propias formas culturales, que no tendrían más limites que los de su propia capacidad e inventiva. Ramos está convencido de que una vez logado lo anterior nuestra cultura podrá ser entonces parte de la cultura universal, ya que las normas que han de regir su producción son universales. Como podemos observar, las reflexiones antropológicas de Samuel Ramos muestran como la estructura fundamental del hombre explica todas sus obras específicas y esto no viene a ser otra cosa que cultura.
Referencias
Alberoni, F. (1994). Valores. Veintitrés reflexiones sobre los valores más importantes de la vida. Barcelona: Gedisa.
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Notas
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