Artículos de investigación
Recepção: 14 Março 2023
Aprovação: 25 Maio 2023
DOI: https://doi.org/10.15332/21459169.9788
Resumen: Este artículo presenta narrativas y experiencias de mujeres que han sido víctimas del conflicto armado en el departamento de Boyacá, Colombia, y se han organizado alrededor de prácticas de memoria que dignifican el dolor y tramitan los hechos violentos en procura de reconocimiento público y acciones reparadoras de cara al Estado y la sociedad. El documento da cuenta de cómo estas mujeres generan una memoria desde abajo que las visibiliza y reivindica como gestoras de su propia versión de los hechos victimizantes en contrapeso de las versiones oficiales sobre el conflicto que desestiman las consecuencias de la guerra. La metodología trabajada es cualitativa, se desarrollaron y analizaron cinco entrevistas a mujeres integrantes de la Corporación Zoscua, grupo que trabaja por la “memoria y la vida”, para identificar prácticas de memoria. Con esto, se identificaron los atributos de esas prácticas de la memoria desde abajo, a saber: la resistencia, el carácter intergeneracional, la respuesta al deber de memoria, la acción política, y la memoria que se hace conversando y con las manos. Estos elementos se manifiestan en acciones públicas que dan cuenta de un conflicto invisibilizado. Como resultado, el estudio señala que estas personas implementan sus experiencias personales y colectivas para resistir a la negación y el olvido impuestos y construir redes de solidaridad y apoyo entre las víctimas y sus comunidades, y refleja cómo la “memoria desde abajo” es una herramienta valiosa en la lucha por la justicia y la reparación.
Palabras clave: Memoria desde abajo, conflicto armado, mujeres, prácticas de la memoria, Boyacá.
Abstract: This article presents narratives and experiences of women who have been victims of the armed conflict in the department of Boyacá, Colombia. These women have organized themselves around memory practices that dignify the pain and process violent events in search of public recognition and reparative actions from the State and society. The document illustrates how these women generate a grassroot memory that brings visibility and vindicates them as managers of their own version of the victimizing events, countering official versions of the conflict that dismiss the consequences of war. The methodology used is qualitative. It involved the development and analysis of five interviews with women members of the Zoscua Corporation, a group that works for “memory and life”, to identify memory practices. Through this process, the attributes of these grassroot memory practices were identified, namely: resistance, intergenerational nature, response to the duty of memory, political action, and memory created through talking and with the hands. These elements are manifested in public actions that shed light on an overlooked conflict. As a result, the study indicates that these people utilize their personal and collective experiences to resist denial and imposed forgetting, building networks of solidarity and support among victims and their communities. It reflects how “grassroot memory” is a valuable tool in the struggle for justice and reparation.
Keywords: Grassroot memory, armed conflict, women, memory practices, Boyacá.
Resumo: Este artigo apresenta narrativas e experiências de mulheres que foram vítimas do conflito armado em Boyacá, Colômbia, e que se organizaram em torno de práticas de memória que dignificam a dor e processam os eventos violentos em busca de reconhecimento público e ações reparadoras perante o Estado e a sociedade. O documento mostra como essas mulheres geram uma memória de baixo para cima que as torna visíveis e as reivindica como gestoras de sua própria versão dos eventos vitimadores, em contraponto às versões oficiais do conflito que descartam as consequências da guerra. A metodologia utilizada foi qualitativa, e foram desenvolvidas e analisadas cinco entrevistas com mulheres membros da Corporação Zoscua, um grupo que trabalha pela “memória e pela vida”, a fim de identificar as práticas de memória. Com isso, foram identificados os atributos dessas práticas de memória de baixo para cima, a saber: resistência, caráter intergeracional, resposta ao dever de memória, ação política e memória que se faz conversando e com as mãos. Esses elementos se manifestam em ações públicas que dão conta de um conflito invisibilizado. Como resultado, o estudo aponta que essas pessoas implementam suas experiências pessoais e coletivas para resistir à negação e ao esquecimento impostos e construir redes de solidariedade e apoio entre as vítimas e suas comunidades, e reflete como a “memória vinda de baixo” é uma ferramenta valiosa na luta por justiça e reparação.
Palavras-chave: Memória vinda de baixo, conflito armado, mulheres, práticas de memória, Boyacá.
Introducción
En Colombia, el conflicto armado ha desatado una serie de violencias que han afectado a miles de personas en el territorio. Debido a su complejidad en cuanto a sus orígenes, duración y actualidad, se han desarrollado diversas formas de abordar y analizar las causas y consecuencias del conflicto.
Desde teorías estructurales sobre los orígenes de la guerra en Colombia, algunos analistas señalan la falta de capacidad del Estado para mediar los conflictos en las poblaciones y entender y gestionar las diversas necesidades de las regiones. A esto se suman las desigualdades socioeconómicas como fuente y pretexto central de diversos actores armados para justificar sus acciones.
Otras explicaciones sobre el conflicto enfatizan el déficit democrático y describen la exclusión política a diversos sectores como el campesino, las comunidades indígenas y afro por la nula o escasa representación que tienen en el poder político colombiano, más cuando esta asimetría ocurre en medio de una transformación profunda de las bases socioculturales del país, manifiesta en el exponencial crecimiento de las ciudades y la transición del mundo rural al urbano. A esto se suman factores internacionales como el narcotráfico y el papel del país en la economía mundial globalizada que ha firmado tratados de libre comercio para garantizar la apertura de sus mercados.
El conflicto en Colombia, en tanto guerra irregular, degradada y violenta, ha causado un gran número de muertes y todo tipo de daños en la vida de las personas y empeorado la calidad de vida de la población (Pizarro Leongómez, 2016, p. 94). Las víctimas del conflicto han experimentado, entre otras consecuencias, violaciones graves a los derechos humanos, desplazamiento forzado, desapariciones, violencia sexual, asesinatos selectivos, secuestro, extorciones, limitaciones a la libertad de movimiento, restricción en el acceso a servicios básicos, y un aumento de la pobreza y la desigualdad, entre otros.
Partiendo de este complejo escenario, el trabajo destaca iniciativas que desde las mismas víctimas plantean alternativas que mitiguen las consecuencias del conflicto armado. Encontramos que las prácticas de memoria de las mujeres víctimas del conflicto son propuestas públicas, colectivas y desde abajo que contribuyen a la superación del trauma y la búsqueda de justicia. Las mujeres que participan de esta investigación hacen parte de la Corporación Zoscua —colectivo de mujeres que trabajan por la memoria del conflicto armado en Boyacá—, donde construyen memorias alternativas de la guerra en Colombia que se contraponen a la versión oficial del conflicto que tiene el Estado, en el que niega la presencia y consecuencias del conflicto en Boyacá. En este escenario, el artículo pretende indagar cómo estas prácticas de memoria alternativas y desde abajo visibilizan el conflicto.
En Boyacá, entre los años 2008-2022, las integrantes de Zoscua han llevado a cabo prácticas de memoria colectiva con el objetivo de visibilizar hechos violentos de los que han sido víctimas —desaparición forzada, asesinato y desplazamiento, entre otros—. De esta forma, desafían el repertorio de narrativas dominantes sobre el conflicto y promueven ejercicios de justicia y reparación al incluir sus experiencias y representaciones en una narrativa histórica que comparten a la ciudadanía. Hacerlo implica una comprensión más completa de cómo el conflicto ha afectado a distintos grupos, incluyendo a las mujeres, cuyas visiones y experiencias a menudo han sido marginadas o ignoradas.
Para ellas, realizar memoria del conflicto es una tarea compleja marcada por la violencia y el sufrimiento continuo, ya que, al “avanzar en un examen crítico de nuestro pasado para construir sobre él un futuro en paz” (Comisión de la Verdad, 2022b, p. 627), se deben reconocer las diferencias existentes entre la memoria oficial, las narrativas de las víctimas, y las comunidades afectadas; y esto se hace desde un continuo desacuerdo sobre cómo se debe recordar y entender el conflicto. No obstante, de estas diferencias parte el reconocimiento de espacios plurales y alternativos con perspectivas distintas que interpelan a las memorias de forma diversa y multidimensional.
Género y memoria
Para dar cuenta de la complejidad de las prácticas de la memoria trataremos, dos conceptos que ayudan a comprender las narrativas y experiencias que componen el actuar de estas mujeres gestoras de la memoria en el conflicto armado. Estas son género y memoria.
Los estudios de género señalan que las mujeres y otros grupos subalternos son marginados en la producción oficial de la memoria de un conflicto. J. Ann Tickner (Tickner, 2001, p. 5) ha señalado cómo la política internacional, las guerras y sus análisis se encuentran sesgados por una perspectiva masculina que impide comprender los conflictos y sus soluciones. Para Joan Scott, la exclusión de la voz de las mujeres en los relatos dominantes se relaciona con la estructura patriarcal de nuestra sociedad, que remarca los roles de género que han sido asignados históricamente a hombres y mujeres (Scott, 2003). Es posible que este silenciamiento de las mujeres sea producto de una memoria selectiva que solo recuerda aspectos de la historia colombiana en una versión masculinizada.
En Colombia, los estudios desde la perspectiva de género han estado influenciados en gran medida por el conflicto armado y la construcción de paz (Rettberg et ál., 2022). Estos se han realizado tomando como referentes diversidad de temas, teorías y metodologías. Desde la perspectiva de género, se ha explorado en amplitud y profundidad cómo las relaciones sociales entre hombres, mujeres y otros grupos son asimétricas por una distribución desigual del poder históricamente construido (patriarcalismo). Estos estudios al explorar roles de género, diversidad sexual, relaciones familiares, inequidades, violencias y desigualdades en el acceso de oportunidades entre hombres y mujeres dan cuenta de la configuración de tales roles como construcciones sociales y culturales susceptibles de cambios y transformaciones.
Según Angelika Rettberg et ál., los temas y escenarios en los que se discute sobre la relación género y conflicto armado han logrado avances respecto al posicionamiento y diversificación de la acción activista e investigativa, gracias a la construcción de una agenda institucional, organizativa y legal (Rettberg et ál., 2022, p. 175). En la última década los estudios sobre el género y el conflicto han pasado del análisis del origen y actores en conflicto al interés por las consecuencias, cobrando especial protagonismo las víctimas.
No obstante, el dolor de las víctimas solo interesa a sus comunidades y seres queridos, pero no al país en general. Según Martha Nubia Bello, en Colombia, las víctimas se caracterizan por ser individuos anónimos de bajos recursos, que no son reconocidos por los medios de comunicación ni han generado una respuesta significativa en la sociedad debido a su falta de poder o estatus (Bello, 2016, p. 143); son una versión actualizada de "los nadie" que refiere Eduardo Galeano.
Recientemente, la Comisión de la Verdad desarrolló una serie de “Encuentros por la Verdad” (Comisión de la Verdad, 2022a) en los que uno de sus propósitos fue reconocer desde las voces de las víctimas los impactos del conflicto, enfatizando las resistencias y aprendizajes de las comunidades. En estos ejercicios se observó la complejidad del territorio colombiano, la diversidad de voces que lo componen, la variedad de efectos que genera el conflicto y la necesidad de continuar profundizando en sus memorias.
En ese sentido, la memoria desde la perspectiva de género “reconoce que las mujeres y los hombres no viven de manera idéntica la guerra” (Grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, 2011, p. 70). Esto no se debe a que los roles de combatientes, de víctimas o de resistentes sean distintos en esencia, o que comprendan un carácter ontológico distinto; sino porque los recursos disponibles para cada género, las formas en que han sido creadas las representaciones de lo femenino y lo masculino, y las habilidades que la vida social y cultural incorpora en unos y otros ha generado términos de victimización diferentes. En el caso de las memorias, hombres y mujeres han sufrido y recordado de formas distintas (Jelin, 2020b, p. 535) y, a su vez, reconocen de forma diversa la experiencia traumática. Dado el sistemático desconocimiento del que han sido objeto las mujeres víctimas, la gestión de su memoria tiene mayor énfasis en la visibilidad de los relatos históricos y en la manifestación y expresión continua de sus luchas, sentires y expectativas. En consecuencia, las experiencias victimizantes de unos y otras se procesan de tal forma que resalta la representación de las mujeres como víctimas del conflicto, pero también como resistentes y agentes de su memoria.
En este sentido, las mujeres protagonistas de sus historias y los hombres (en este caso dos investigadores) participamos en la construcción de un relato más completo del conflicto, al activar la voz de quienes a través de sus prácticas expresan su capacidad de influir en la vida pública y desarrollan procesos reivindicativos de su propia memoria.
Esto nos lleva a pensar en la noción de justicia anamnética. Esta se centra en la memoria y la narración de los acontecimientos pasados, así como en la construcción de una comprensión compartida del pasado que permita avanzar hacia la reconciliación y la construcción de una sociedad más justa (Mate, 2003). Reyes Mate (2003) argumenta que, en algunos casos, la búsqueda de la verdad y la justicia tradicional es insuficiente o contraproducente, ya que puede perpetuar ciclos de violencia y división. A cambio de esto, propone que la justicia anamnética se enfoque en el reconocimiento del sufrimiento de las víctimas, la reparación simbólica y material, y la promoción de un diálogo inclusivo y respetuoso entre diferentes actores sociales. Esto implica superar las narrativas simplistas y enfrentar el pasado de manera crítica, fomentando la reflexión colectiva y la construcción de una memoria compartida (Mate, 2003). Abordemos una construcción conceptual de estos tipos de memoria.
Memorias
En la aproximación clásica de Maurice Halbwachs, la memoria es un proceso social y dinámico que surge en la vida de los individuos y grupos. De acuerdo con sus planteamientos, recrear el pasado se hace desde el presente, y el pasado que se recuerda no se conserva, sino que se reconstruye basándose en el presente.
Además, la memoria es el resultado de la combinación de recuerdos individuales en la interacción con otras personas, es decir, las memorias son simultáneamente individuales y colectivas, ya que están mediadas por los pensamientos y épocas en las que se producen (Halbwachs, 2004, p. 85). Para esta perspectiva, la memoria es un escenario en constante lucha, debido a su proceso de construcción, donde su contenido varía en función de los intereses de los distintos grupos, los significados otorgados y las diferentes épocas. A este respecto, González y Pagès argumentan que “la noción de memoria hace alusión a múltiples cuestiones y a una amplia gama de experiencias y procesos” (González y Pagès, 2014, p. 282), que van más allá de la capacidad personal y colectiva de recordar y olvidar.
Para Elizabeth Jelin, “hablar de memorias significa hablar del presente. En verdad, la memoria no es el pasado, sino la manera en que los sujetos construyen un sentido del pasado, un pasado que cobra sentido en su enlace con el presente en el acto de rememorar/olvidar; también en función de un futuro deseado” (Jelin, 2020b, p. 606). Jelin aclara que “esta interrogación sobre el pasado es un proceso subjetivo; siempre activo y construido socialmente, en diálogo e interacción” (Jelin, 2020b, pp. 565-566), ya que, “cuando hablamos de memoria no hablamos del pasado sino de qué hacemos hoy con ese pasado” (Racciatti, 2021, párr. 7).
Jelin habla de memorias en plural, porque para ella “es imposible encontrar una memoria, una visión y una interpretación únicas del pasado, compartidas por toda una sociedad” (Jelin, 2002, p. 5). Al destacar el carácter dinámico de la memoria, la autora sostiene que “nunca hay una memoria única y permanente” (Jelin, 2020a, p. 285); las memorias son “simultáneamente individuales y sociales o colectivas, ya que en la medida en que las palabras y la comunidad de discurso son colectivas, la experiencia también lo es” (Jelin, 2020b, p. 567).
En esta pluralidad de memorias, es pertinente destacar un tipo de memoria que surge de aquellas comunidades que han sido marginadas y excluidas de los relatos oficiales; esta se denomina “memoria desde abajo”.
La “memoria desde abajo” es la recuperación, la representación y el sentido de la memoria por parte de sectores sociales y grupos históricamente marginados, oprimidos y violentados por el poder y sus versiones oficiales. Este concepto se enfoca en dar voz a las perspectivas y experiencias de los sujetos subalternos, generando una visión más completa y diversa de su historia. Es una forma de resistencia y lucha contra la impunidad, la negación y el ocultamiento de la verdad de los hechos ocurridos, y busca una reparación y justicia para las víctimas y las comunidades afectadas y para que los hechos de violencia perpetrados no vuelvan a pasar.
La memoria desde abajo se basa en el diálogo entre investigadores y participantes que permite a las víctimas recordar, contar y plasmar sus historias de manera que sean escuchadas. En las experiencias de mujeres víctimas del conflicto en Boyacá la memoria desde abajo es una práctica que establece narrativas alternativas a la versión oficial —versión que niega la existencia del conflicto al tiempo que invisibiliza la existencia de las víctimas—. A través de la comunicación y visibilización de una “memoria desde abajo”, las mujeres movilizan a otras personas que han sufrido situaciones similares, superando la ficción de la narrativa dominante que se concentra en el “aquí no pasa nada” al hacer público el dolor y sus propuestas de narración, recuerdo y justicia.
Al participar en la concepción, elaboración y puesta en escena de las distintas prácticas de la memoria, estos actores se convierten en gestores de la memoria que reinterpretan las memorias traumáticas y la resignifican como memorias de la “esperanza”. Con esta práctica, las mujeres se juntan a hacer un duelo colectivo que le da sentido a su vida luego del hecho victimizante que ha roto su estructura psíquica. Al compartir el dolor con otras mujeres y darse cuenta que no están solas se estabilizan las emociones, pues comparten sufrimientos y tramitan sus duelos en compañía. Dicha memoria resignifica los sentidos de su pasado, legitima su experiencia como víctimas y les permite cuestionar las versiones oficiales para que las memorias traumáticas y los hechos victimizantes no se repitan.
Gonzalo Sánchez, en la presentación del informe Basta ya, describió a la memoria como una “expresión de rebeldía frente a la violencia y la impunidad” (Grupo de Memoria Histórica [GMH], 2013, p. 13), y como “instrumento para asumir o confrontar el conflicto, o para ventilarlo en la escena pública” (GMH, 2013, p. 13). Esto es indicativo, en la medida en que las luchas de la memoria en Colombia se han elaborado en medio del conflicto, y aplica para ventilar y confrontar el conflicto en Boyacá, pues las mujeres víctimas han construido un conjunto de prácticas de memoria con un alcance significativo en la lucha que hacen por la justicia y la resistencia a la negación y al olvido.
Alon Confino y Peter Fritzsche entienden la memoria “como una representación simbólica del pasado incrustada en la acción social” (Confino y Fritzsche, 2002, p. 5). En este sentido, los autores proponen concebir la memoria no solo como un lugar o sitio (monumento, museo), sino como un conjunto de prácticas e intervenciones que “implica una comprensión real de los usos prácticos de la categoría memoria” (Confino y Fritzsche, 2002, p. 5). Esta incluye prácticas como la construcción de monumentos, ceremonias públicas de conmemoración, actividades artísticas y educativas que promueven su debate. Según Parrado y Jaramillo, “las prácticas de memoria son producto de la acción de múltiples actores, mayoritariamente movimientos sociales, plataformas organizativas y colectivos de trabajo” (Parrado Pardo y Jaramillo Marín, 2020, p. 299).
Las prácticas de la memoria materializan y promueven la acción social, al tiempo que construyen comunidades que luchan por generar conocimiento sobre el pasado reciente. Estas prácticas son el “hacer” de la memoria, un espacio de lucha política y un medio para formar sujetos que desafían la versión oficial del “aquí no pasa nada”.
Los actores que participan en la elaboración de las memorias promueven en términos de Jelin el qué, el cómo y el para qué de la memoria (Jelin, 2002, p. 22). Estos son individuos, colectivos, grupos y organizaciones sociales que buscan visibilizar la injusticia, esclarecer la verdad, presentar testimonios y promover prácticas memoriales. Estos pueden participar de organizaciones sociales o desarrollar su propia agenda.
Las prácticas de la memoria tienen múltiples propósitos: visibilizar reclamos, restaurar la dignidad, resistir al olvido, generar reivindicaciones, demandar reparaciones, exigir reconocimientos, elaborar rituales, realizar conmemoraciones y efectuar actos simbólicos en lugares públicos y privados entre otros (GMH, 2013, p. 359).
Las prácticas de memoria son multidimensionales en tanto comprenden multiplicidad de sentidos, gestos y expresiones que permiten la elaboración de duelos mediante el desarrollo de materialidades y puestas en escena que hacen tangible lo inenarrable. En este sentido, las prácticas no buscan establecer un relato y verdad únicos sobre el pasado ni imponer lo que se debe recordar y olvidar evitando la violencia epistémica. En el caso de este estudio, exploramos las prácticas de la memoria que nacen de las vivencias, acciones y reflexiones de sus creadoras.
Contexto: memoria de las mujeres y el conflicto en Boyacá
La investigación, desde un enfoque cualitativo, se desarrolló a partir del análisis de cinco entrevistas a mujeres de la Corporación Zoscua. En estas se identificaron las prácticas de memoria desde abajo realizadas por este grupo. Dichas prácticas encarnan unos atributos identificados: la resistencia, el carácter intergeneracional, la respuesta al deber de memoria, la acción política, y la memoria que se hace conversando y con las manos.
Para la identificación de las prácticas se realizó una convocatoria donde las mujeres participaron de manera libre y voluntaria. Ellas fueron mujeres víctimas del conflicto armado pertenecientes a Zoscua. Los criterios de selección fueron: 1) criterio demográfico: mujeres mayores de edad víctimas del conflicto armado en Boyacá; 2) criterio profesional: se seleccionaron mujeres que hubieran realizado prácticas de memoria en el departamento; y 3) criterio de conveniencia programática: entendiendo que el análisis de prácticas de memoria se genera en un diálogo entre investigadores y participantes, se optó por realizar preguntas abiertas para explorar los objetivos y atributos que construyen las mujeres en sus prácticas.
El análisis se realizó mediante las transcripciones de las grabaciones realizadas a las participantes organizando la información en categorías emergentes con las que se identificaron sus prácticas de memoria. Para esto, se realizaron “anotaciones” que conectan la información emergente en memos que describen, y relacionan las respuestas para el análisis y la discusión de hallazgos que se presentan a continuación.
Como consideración ética, de común acuerdo con las participantes, las grabaciones de entrevistas, transcripciones, fotografías, y otras actividades fueron anonimizadas para preservar la identidad, integridad y seguridad de las participantes.
Prácticas de la memoria en la Corporación Zoscua
Las mujeres de Zoscua, organizadas bajo el lema “Por la Memoria y la Vida”, se enfocan en fortalecer y consolidar la participación y organización ciudadana, social y comunitaria para mejorar las condiciones de vida de las comunidades con las que trabajan. Esta corporación se ha caracterizado por llevar a cabo “actos simbólicos” en espacios públicos de diferentes municipios del departamento, con el objetivo de visibilizar el conflicto armado y recuperar las memorias de las víctimas (especialmente personas asesinadas, desaparecidas y/o desplazadas) y sus familiares.
El nombre de la corporación hace referencia a la cultura muisca, pueblo indígena originario del actual departamento de Boyacá, tal como lo expresa una participante:
En una reunión de amigos y después con la gente de Tunja y con los compañeros de acá, nos dimos a la tarea de buscarle el nombre a la organización, decíamos que queríamos un nombre que no fuera muy extranjero, y haciéndole relevancia y homenaje a la cultura Muisca y a nuestros compañeros indígenas, le colocamos Zoscua a la organización, una palabra Muisca que significa revolver, alterar, cambiar. (Voz de mujer, entrevista 1, Tunja, 5 noviembre de 2021)
Este nombre de Zoscua, “revolver, alterar, cambiar”, converge con el propósito de hacer memoria del conflicto. Porque al revolver la memoria establecida se alteran las memorias hegemónicas y se cambian las versiones de los hechos victimizantes. Estos cambios dan lugar a la ofrenda de tributos para las víctimas, la sanación del dolor de los familiares, y la construcción de un legado de estas memorias para que futuras generaciones no repitan el ciclo de violencia y no sean indiferentes al sufrimiento que causa el conflicto. En sus palabras:
Decirle a cada uno de la población civil que nadie está exento de que eso le pase, no importa ni su color, ni su religión, ni su raza, ni su descendencia, nada, no estamos exentos y que eso no lo podemos dejar atrás porque en cualquier momento puede ser que uno de nosotros pueda estar en esa misma situación. (Voz de mujer, entrevista 1, Tunja, 5 noviembre de 2021)
Llegar a esta conciencia de los hechos violentos y al lugar de la memoria de las víctimas implica que la memoria se concrete mediante un conjunto de atributos que constituyen las prácticas: estos son resistencia, una condición intergeneracional, una respuesta al deber de memoria estatal, una acción política en la escena pública, y la memoria como un propósito materializado que se hace con las manos y expresa un nuevo sentido del conflicto.
Resistencia. La memoria de estas mujeres, concebida como una memoria desde abajo, es un acto de resistencia porque se contrapone a las injusticias cometidas en el pasado y honra a las víctimas del conflicto por medio de la movilización del recuerdo. Esta memoria inspira a otras mujeres a luchar y a irrumpir mediante su voz, una voz que se afirma como un grito en contra de cualquier forma de opresión o violencia en el presente y en el futuro. También fomenta la empatía con las víctimas, lo que permite honrar y recordar a quienes sufrieron los crímenes del conflicto en Boyacá. Al aclarar estos crímenes y generar diálogos sobre el pasado, se contribuye a la construcción de una narrativa más completa del conflicto.
La memoria como lucha procura que los responsables de las injusticias en el pasado sean “justamente castigados” al presionar a las instituciones que imparten justicia para que actúen sobre los actores responsables —tanto institucionales como civiles—, y que los victimarios se avergüencen de los daños causados y respondan por estos previniendo la repetición de los hechos violentos en el futuro. La lucha de la memoria procura también que a la sociedad civil le importen sus víctimas al poner de manifiesto situaciones desconocidas o invisibilizadas.
Las prácticas de la memoria, manifiestas en las voces de las mujeres víctimas, son intergeneracionales, porque involucran y comunican a estas mujeres con mujeres y hombres jóvenes con quienes comparten su perspectiva sobre el conflicto desde el ejercicio de la sororidad (juntarse para hablar). De esta manera, la memoria intergeneracional transmite conocimientos, historias y tradiciones de una “generación de víctimas a otra generación de ciudadanos” para que estos conozcan las implicaciones de la guerra y no se presten al silencio y la invisibilización para evitar que se repitan los horrores del conflicto.
Como respuesta al deber de memoria estatal, en Colombia la Ley 975 de 2005 comprende el deber de memoria que tiene el Estado en su artículo 56, como:
el conocimiento de la historia de las causas, desarrollos y consecuencias de la acción de los grupos armados al margen de la ley, que deberá ser mantenido mediante procedimientos adecuados, en cumplimiento del deber a la preservación de la memoria histórica que corresponde al Estado. (Ley 975, 2005)
Sin embargo, la movilización de la memoria desde abajo es consciente de que la aplicación de la ley, el hacer del funcionario y los resultados que buscan estas leyes son insuficientes (Gloria Estella Zapata Serna et ál., 2020, p. 179). Esto se debe a que las leyes contienen definiciones y procedimientos que impiden el reconocimiento de las versiones de las mujeres y limita los beneficios de la aplicabilidad de la ley para las víctimas, desconociendo los derechos de verdad, reparación y justicia.
La memoria es acción política. Las mujeres no se mantienen pasivas ante los actos de violencia cometidos, sino que, por el contrario, aprenden nuevas habilidades para manejar su dolor y convertirlo en acción política. Esto les permite organizarse y tener un impacto en la sociedad a través del desarrollo de su ciudadanía al transformar sus roles y enfrentar las consecuencias de los actos victimizantes a los que fueron sometidas. Además, sus prácticas permiten cuestionar las acciones políticas del pasado, y desafían las narrativas dominantes del conflicto en Colombia.
La memoria es maleable, tiene sus maneras y se hace con las manos al tiempo que se narra y se elabora. La memoria comprende una forma: aquella que le han dado los que la narran pero que también la construyen como un artefacto, una materialidad que refleja las formas de ser, de recordar y de hacer presencia. De esta manera, la memoria se concreta en la escena pública mediante intervenciones que visibilizan símbolos, historias personales, traumas, voces de perdón y reconciliación, y la materialización de preguntas vitales como son ¿por qué a mí? y ¿por qué a nosotros? A su vez, estas formas de la memoria cuentan con estilos que reflejan las posiciones, creencias y biografías de las manos que moldean estas prácticas. Dicho estilo resalta las memorias como versiones propias y visibiliza sus procesos de construcción como relatos alternativos que enseñan a la sociedad que las vidas perdidas y el dolor causado tienen un valor moral que incide en la construcción de justicia y de reconocimiento de derechos.
Al tiempo, la materialización de la memoria da un lugar para la expresión y la elaboración de los duelos, ya que aglutina experiencias rituales que hacen posible el manejo de las ausencias (en el caso de los desaparecidos); permite depositar las frustraciones y denuncias públicas de los hechos violentos en un espacio en el que no sean desvirtuadas u olvidadas, y permiten procesar y aceptar la pérdida, gestionar la añoranza y proyectar su acción como sujetos políticos localizados desde su propia materialidad.
Las prácticas situadas de la Corporación Zoscua
En la experiencia de la Corporación Zoscua las mujeres participantes co- construyen prácticas de la memoria que se apoyan en una variedad de estrategias y lenguajes para comunicar y convocar a la ciudadanía. Promueven acciones artísticas, pedagógicas y lúdicas para hacer sus reivindicaciones simbólicas y de derechos humanos en fechas emblemáticas y adecuando espacios públicos como plazas centrales, museos, parques y escuelas.
Este proceso de construir memorias del conflicto las legitima para luchar por la dignidad de sus familiares y amigos victimizados. También les permite conectar sus demandas de verdad, justicia y reparación con otros movimientos sociales que trabajan por causas similares y que, al igual que las mujeres, visibilizan el conflicto armado en espacios y contextos diversos. Al realizar estas formas alternativas de memoria, las mujeres víctimas se convierten en portavoces de propuestas alternativas de construcción de paz en sus comunidades inmediatas y en Boyacá. A través del diálogo con otros grupos de interés, estas gestiones de la memoria se mantienen presentes dentro y fuera de la región.
Con sus prácticas, ellas realizan ceremonias y conmemoraciones en las que proponen recuperar los recuerdos del conflicto en Boyacá. Para ello generan símbolos a través de fotografías, afiches y objetos de las víctimas que se resignifican a partir de la instalación de altares, cruces y otros símbolos católicos. Con estos elementos, se “toman” el espacio público para contribuir desde la puesta en escena, los diálogos y las comprensiones a activar la formación de la memoria colectiva del conflicto. Ellas realizan conversaciones con los participantes de sus acciones públicas, y con ellos construyen nuevas formas de recordar e interpretar el pasado, el conflicto y sus consecuencias.
A continuación, presentamos tres prácticas de memoria realizadas por la corporación Zoscua: 1) instalación de afiches en plazas públicas del departamento; 2) monumento por la dignidad y la vida; y 3) muro de la memoria en la ciudad de Tunja. Esta selección ilustra cómo las prácticas de la memoria son narrativas construidas desde la perspectiva de las mujeres víctimas como una representación simbólica del pasado incrustada en la acción social. Pues da cuenta de las víctimas y su versión del conflicto mediante objetos que sirven para recuperar la humanidad de las víctimas desde el diálogo y los sentidos. Además, estas escenificaciones por “la dignidad y la vida” rompen con la narrativa oficial que ubica a Boyacá como un “remanso de paz”.
Producto de estas prácticas, las mujeres materializan la memoria. En la figura 1 se observa una pieza que hace parte del Muro de la Memoria en Tunja. En este fragmento, se aprecia una boca que simboliza la voz de las víctimas y sus familiares sobre la que se ubica un dedo que sella a la boca y representa el silencio junto a la frase “aquí no pasa nada” en mayúscula sostenida como señal de grito.

Instalación de 600 afiches
El 25 de julio de 2008, la Corporación Zoscua, junto con la Fundación Cultural Rayuela, realizaron la instalación de 600 afiches mortuorios en la plaza de Bolívar de la ciudad de Tunja (figuras 2 y 3). El objetivo de la instalación fue visibilizar el conflicto armado en Boyacá al presentar los afiches en un lugar público, como es la principal plaza de la capital de Boyacá.


En los afiches se registró información de las víctimas, incluyendo el nombre, el hecho victimizante, el lugar de ocurrencia y, en algunos casos, el presunto victimario. Los afiches fueron acompañados con un clavel rojo en señal de respeto con las víctimas. Algunos afiches se dejaron en blanco, con la intención de que familiares o amigos participaran incluyendo otros datos de las víctimas.
La instalación de los 600 afiches inició en horas de la noche y generó la reacción de algunos policías que confundieron la actividad “con un acto satánico” (voz de mujer, entrevista 2, Tunja, 12 noviembre de 2021). Durante las jornadas, familiares de algunas de las víctimas trajeron ofrendas florales, realizaron preguntas sobre la instalación, comentaron anécdotas y dieron las gracias por tener en cuenta a su familiar o amigo víctima en el evento.
Además de Tunja, la exposición de estos 600 afiches, se ha realizado en las plazas centrales de Duitama, Paipa, Sogamoso y Chiquinquirá (también en Boyacá). A su vez, estos afiches se han presentado en el monumento a los Lanceros en el Pantano de Vargas, lugar emblemático de la Campaña Libertadora que dio lugar a la independencia de Colombia, y en Lengupá, una provincia fuertemente afectada por el conflicto en el departamento.
Monumento por la memoria la dignidad y la vida
Este monumento es una instalación compuesta por 600 bloques de ladrillos blancos con cruces y fotografías (figura 4), que conmemora a las víctimas del conflicto en fechas específicas. Otro de sus objetivos “es resistir al olvido y recordar a las víctimas sin importar a qué grupo pertenecen” (voz de mujer, entrevista 5, Tunja, 26 noviembre de 2021). Este monumento es acompañado de actos artísticos previamente elaborados que celebran la vida, ponen en tensión la indiferencia frente a la barbarie del conflicto y representan a las víctimas mediante máscaras, ropa y sonidos (figura 5), recitación de poemas, lectura de cartas y menciones de hechos victimizantes. En la intervención, las personas observan en silencio, algunas se incomodan y otras realizan saludos de respeto.


La instalación del monumento se realizó por varios años como un trabajo conjunto entre la Corporación Zoscua, organizaciones culturales, universidades de la región e instituciones estatales como Fundación Cultural Rayuela, Teatro Experimental de Boyacá (TEB). Maestría en Derechos Humanos de la UPTC- Tunja, la Defensoría del Pueblo y la Personería Municipal. Con este monumento, la Corporación Zoscua logró generar reconocimiento en instituciones públicas y entre la sociedad civil de distintas poblaciones.
La voz “los ladrillos como la memoria, son pesados y ocupan espacio” (voz de mujer, entrevista 3, Tunja, 19 noviembre de 2021) sugiere que el monumento es un recordatorio tangible y presente de un evento triste y difícil de olvidar. Al principio, algunas personas ven los bloques como un obstáculo en su camino, pero a medida que aprenden más sobre la instalación y ven las presentaciones artísticas comprenden que no es una barrera sino una oportunidad para recordar y reflexionar. A partir de este ejercicio los transeúntes hacen preguntas, solicitan permiso para tomar fotos y felicitan a las gestoras y artistas involucrados. Dado los problemas logísticos que significa almacenar y trasladar 600 ladrillos, el monumento cuenta con una versión en miniatura (figura 7) que se instala en museos, escuelas y otros espacios de interés.
Por su parte, los familiares y amigos de las víctimas que acompañan la instalación relatan los hechos victimizantes. En ocasiones, los relatos se concentran en la falta de empatía de la sociedad, la ausencia de justicia y la necesidad de hacer público lo acontecido con las víctimas para que no vuelva a ocurrir. En lugares como Sogamoso, el monumento es un espacio de encuentro para las familias y amigos de las víctimas de desaparición forzada, ya que les brinda la esperanza de volver a ver a sus seres queridos. En estos eventos, los participantes comparten información: datos de contacto, pistas sobre las personas desaparecidas, documentos, fotografías y recortes de periódico. En Sogamoso (figura 6), las personas resisten al olvido de sus víctimas, extienden la bandera de Colombia y soportan el “viento que muchas veces tumba los ladrillos” (voz de mujer, entrevista 4, Tunja, 19 noviembre de 2021). En ocasiones, familiares y amigos de las víctimas de otras partes del país vienen a los eventos de exposición del monumento y realizan actos simbólicos de acuerdo con sus creencias religiosas.
Algunas personas realizan pinturas de las víctimas, mientras que otras hacen homenajes similares a los ritos funerarios del catolicismo, cómo colocar flores, rezar y persignarse frente al ladrillo que representa a la víctima.


Muro de la memoria
El muro de la memoria, llamado también monumento por la memoria la dignidad y la vida, se encuentra ubicado en Tunja y se creó el 13 de octubre del 2014, en el parque Pinzón. El muro es resultado de talleres realizados con las familias de víctimas, está compuesto por dos caras, por un lado, una serie de placas con el nombre y la fotografía de víctimas de hechos violentos en el departamento (figura 8), y, por la otra, un mosaico de 32 figuras en barro (figura 9). Su objetivo es brindar un espacio a los rostros de las víctimas en un lugar público y de respeto a estas personas.


La Corporación Zoscua convocó a los familiares de las víctimas para realizar piezas de barro en un taller de cocreación dirigido por el profesor universitario Winston Porras. El taller permitió la elaboración de piezas que representan a las víctimas en unos casos, y en otros, a los hechos victimizantes (figuras 10 y 11).


Una de las piezas es Las botas, que representa a Fabián, “quien era cojito”. La Moto representa un joven desaparecido. La música llanera alude a un hombre desaparecido en Sogamoso. El taxi es un joven víctima de ejecución extrajudicial. El búho, el toro . la hormigarepresentan a unos hermanos desaparecidos de la vereda La Libertad en el municipio de San Eduardo. El balón representa a un niño “hincha de Millonarios”, un equipo de fútbol en Colombia.
En el evento de presentación del muro de la memoria, uno de los familiares de las víctimas señaló con su voz entre cortada:
Difiero totalmente de la policía de Estado y del gobierno, que, para ellos, esta gente no es nada. [Pero] murieron bajo las armas, bajo las municiones de agentes del Estado que cometieron esos homicidios, que cometieron esos atropellos. Y el Estado supuestamente no acepta que esta gente está muerta, y que nosotros los familiares somos los afectados y somos las víctimas. Y nosotros los familiares de estos seres que murieron por nosotros, ¿no somos víctimas? (Teatro Experimental de Boyacá, 2014)
La ceremonia de presentación del muro estuvo acompañada por una misa, luego cada familiar tomó la placa que contiene una fotografía, fecha y hecho victimizante y la instaló en el muro. El muro afianza la seguridad de los familiares de las víctimas, que con su trabajo por la memoria enraízan su versión y se oponen al olvido de quienes niegan el conflicto o dicen, como en la placa instalada, que “aquí no pasa nada”.
Este muro es un logro colectivo de los familiares de las víctimas, junto con las organizaciones que participaron. Este monumento también ha sido apropiado por los vecinos del sector, quienes realizan ocasionalmente reparaciones a daños de la estructura y hacen ofrendas florales a su alrededor.
Análisis, discusión y conclusiones
Las prácticas de memoria analizadas son una forma de lucha política y un medio para formar sujetos que desafían la versión oficial del pasado al visibilizar los rostros de las víctimas, las injusticias cometidas y realizar gestiones de memoria desde abajo. Estas prácticas son construcciones continuas y multidimensionales que ofrecen a las víctimas y personas involucradas la elaboración de duelos mediante acciones que hacen tangible lo inenarrable, al tiempo que construyen nuevos significados que “confrontan” el pasado de la guerra en Colombia. Esto lo hacen mediante narrativas y experiencias que comparten las mujeres para transformar las percepciones y las memorias de lo ocurrido en el conflicto. Estas prácticas son el resultado de la habilidad de las mujeres para, desde su lugar, recordar, pensar, reflexionar y narrar lo sucedió. Al acumular experiencia en la realización de sus distintas prácticas, generan nuevas interrogantes sobre el conflicto, en términos de verdad y justicia.
Estas memorias, que también son memoria desde abajo, se elaboran con el diálogo y la comunicación de reflexiones y saberes entre las participantes y otros grupos de interés mediante una interacción dinámica y empática. A partir de esas acciones comunicativas, activan las voces silenciadas, materializan el trabajo colectivo y ofrecen una memoria alternativa necesaria para honrar a las víctimas y resistir contra las injusticias del pasado.
En los trabajos de Hite y Collins, se observa, desde la óptica del Estado, que los “monumentos y memoriales a menudo sirven como intentos de relegar, de borrar pasados conflictivos y políticamente traumáticos” (Hite y Collins, 2009, p. 380). En contraste, las acciones de Zoscua, contra el “aquí no pasa nada” insisten en las prácticas de instalación —de afiches, monumentos y murales— y en el despliegue de diversidad repertorios en espacios públicos para recordar y conmemorar a las víctimas del conflicto. Al incluir elementos artísticos y culturales se refuerza su mensaje en las prácticas, y mientras, las víctimas comparten sus historias y reflexiones sobre la acción pública en relación con hechos que les son significativos. Estas prácticas reciben cobertura de medios de comunicación que ofrece la oportunidad de “hablar de un conflicto invisibilizado” y tener un mayor alcance.
Las prácticas tienen distintos impactos en los participantes y transeúntes de las plazas, les permite reflexionar sobre el evento, conocer a las víctimas y sus historias, y darse cuenta de los efectos de la guerra en Boyacá y su complejidad. Los montajes interpelan, como ocurre con las imágenes y fotografías que expone. Las fotografías, como “vehículos de la memoria” (Jelin, 2002, p. 37) en las distintas prácticas, son utilizadas para humanizar y darle rostro a las víctimas sobre quienes se “cuentan historias”, y cuestionar la narración deshumaniza del conflicto en Colombia que solo presenta cifras sin tiempo, lugar y rostro. Las imágenes también son una entrada tangible a la complejidad de la memoria desde un lenguaje multisensorial que va más allá de las palabras que “narran la infamia”. En palabras de Andrés Suárez:
La foto que capta el rostro de una víctima, de esas en las que la víctima aparece mirando al frente, resulta profundamente interpeladora por el potente mensaje de humanidad que comunica en sí misma. Ese tipo de fotos supone un diálogo interpelador entre el ausente y el testigo porque entabla una comunicación profunda mediada por el silencio, pues la mirada al frente que tienen muchas víctimas en estas fotografías implica para el testigo que él mismo está siendo observado, que el ausente le está hablando al presente representado por ese testigo. (Suárez, 2021, p. 42)
Durante el desarrollo de las prácticas las participantes se oponen a los juicios de valor que otras personas realizan cuando justifican el asesinato de personas.
Frente a expresiones como “sí lo mataron por algo sería”, responden con “todos tenemos riesgo de ser una víctima del conflicto armado”. De acuerdo con sus interpretaciones, este conflicto muchas veces “permanece” porque en esa indiferencia se torna en olvido colectivo y como una narrativa que justifica el quiénes deben morir y quiénes vivir.
Por el contrario, la memoria de las víctimas permite adquirir conciencia sobre los hechos violentos. Para lograrlo, las participantes imprimen atributos a sus prácticas como: la resistencia, la dimensión intergeneracional, la respuesta al deber de memoria estatal, la acción política en la escena pública y la materialización de la memoria a través de objetos y lugares que representan el conflicto.
En el caso de estudio, la resistencia se refiere a la memoria de las mujeres víctimas del conflicto en Boyacá como acciones contra las injusticias del pasado, la puesta en escena de homenajes a las víctimas, la movilización de sus recuerdos y la exigencia de reconocimiento y reparación de los derechos vulnerados.
La memoria intergeneracional como proceso comunicativo busca expresar a partir de la narración de hechos violentos, una versión de la guerra para enseñar a la ciudadanía, en especial a los más jóvenes, sus experiencias y reflexiones sobre lo que significa el conflicto y sus consecuencias sobre las personas.
Como respuesta al “deber de memoria” estatal, estas prácticas de memoria exigen al estado el cumplimiento de sus obligaciones, la construcción de verdad alternativa, y promueven la justicia moral y la reparación simbólica mediante la convocatoria a las víctimas para participar de acciones públicas de denuncia y búsqueda de justicia. Con estos ejercicios, se evita la construcción de una única verdad o historia oficial que niegue o impida reconocer las versiones de las víctimas.
Las prácticas como acción política en la escena pública empoderan a las mujeres para ejercer derechos. También las organiza para presionar a las instituciones y exigir justicia, crear conciencia política sobre los daños causados y demandar la responsabilidad de los victimarios en el ámbito judicial y dando su versión de los hechos. Un reclamo permanente de las víctimas es saber las razones por las cuales se cometieron los crímenes sobre sus familiares para dar respuesta a la pregunta ¿por qué lo hicieron?
La elaboración de las prácticas de la memoria se hace con las manos al tiempo que se narra y evoca aspectos multisensoriales (ver, escuchar, palpar, sentir). Esto implica una complejidad que entrecruza propósitos personales, artísticos, culturales y políticos llevados a dimensiones tangibles. Esta materialización de la memoria juega un papel importante en los procesos de duelo porque permite expresar y elaborar “las ausencias y dolores”, así como la aceptación de la pérdida colectivamente y denunciar públicamente los hechos violentos a los que fueron sometidas.
Las mujeres, al generar una memoria desde abajo se hacen visibles y reivindican su rol como gestoras de su propia versión de los hechos. Así, hacen contrapeso a las versiones oficiales que desestiman las consecuencias del conflicto sobre ellas. Al estudiar estas prácticas de la memoria, vimos cómo desde la generación de una “memoria desde abajo” ellas resisten la negación y el olvido impuestos por la versión oficial del “aquí no pasa nada”. Al hacerlo, construyen redes de solidaridad y apoyo entre las víctimas y sus comunidades que ponen de manifiesto lo que sí pasó. Como resultado, sus prácticas de memoria son una herramienta valiosa en la lucha por el reconocimiento, la visibilización, la justicia y la reparación de víctimas de un conflicto poco conocido.
Estos repertorios de prácticas problematizan los vínculos entre historia y memoria, y dan cuenta de la complejidad de ambos términos en la experiencia de búsqueda de justicia y verdad de estas mujeres. La memoria y la historia son dos dimensiones que corren el riesgo de identificarse como conceptos totales, con rasgos monolíticos donde se asume que la historia es producto de una versión oficial, decantada por las relaciones del poder y leída en clave de referentes fijos que establecen una lectura esquemática del pasado. Por su parte, la memoria se ha identificado como un constructo social, móvil y en permanente interacción con causas y luchas reivindicativas por comprender el pasado. Sin embargo, la memoria y la historia no son conceptos terminados. Son terrenos propensos a la complejidad y el cambio, así como a la distorsión y la manipulación. No siempre lo que recordamos individualmente coincide con la realidad objetiva, y tampoco siempre la historia oficial refleja completamente los eventos tal como ocurrieron. En consecuencia, no siempre la memoria es “lo correcto” o “justo”, y la historia no es siempre el pasado “objetivo” y “verdadero”. Ambas sí son manifestaciones de la vida colectiva que dan cuenta de las luchas, deseos y motivaciones de estas mujeres que movilizan el pasado para hacer más consciente y justo la manifestación de su mundo presente.
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Notas
Autor notes