Violencias de mujeres en el teatro y en la prosa del Siglo de Oro
Pragmática del insulto: de la prescripción al uso en la agresión verbal entre mujeres1
Pragmatics of Insult: from Prescription to Use in Verbal Agression Among Women
Pragmática del insulto: de la prescripción al uso en la agresión verbal entre mujeres1
Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 7, núm. 1, pp. 397-420, 2019
Instituto de Estudios Auriseculares

Recepción: 20 Abril 2018
Aprobación: 18 Mayo 2018
Resumen: En este artículo se analiza el comportamiento lingüístico de la mujer como agente de violencia verbal, contrastando la prescripción de leyes y tratados con el uso cotidiano. En una primera parte, se revisan las sanciones legales a este respecto como reflejo de una realidad social, y se compara el ideal cortesano con la advertencia de los moralistas sobre la propensión femenina a la comisión de pecados de lengua. En la segunda parte, el análisis de intercambios comunicativos de insultos entre mujeres permite, por un lado, afirmar la quiebra de los tópicos más comunes sobre la lengua femenina y, por otro, caracterizar los usos femeninos frente a los masculinos a partir de los tipos de reacción a la injuria propios de cada sexo.
Palabras clave: Insulto, discurso femenino, siglos XVI y XVII, prescripción, interacción comunicativa.
Abstract: This article analyzes the linguistic behavior of women as an agent of verbal violence through the contrast between the requirement of laws and treaties, on the one hand, and everyday use of language, on the other hand. In a first part, legal sanctions are reviewed as a reflection of a social reality. In addition, the courtesy ideal is compared to the warning of moralists about the propensity of females to commit sins of language. In the second part, the analysis of communicative interchanges of insults among women enables to affirm the rupture of the most common topics related to feminine language. Furthermore, this study provides a characterization of feminine uses of language compared to the masculine ones on the basis of the types of response to the linguistic injury specific to each gender.
Keywords: Insult, Feminine discourse, 16th and 17th centuries, Requirement, Communicative interaction.
1. La mujer como agente de la violencia verbal en la legislación
A pesar de lo reiterado de la cita, no estará de más traer de nuevo a un trabajo sobre palabras y expresiones injuriosas la consideración legal de este delito2, que, recuérdese, ostenta tal condición por atentar contra la honra, contra la imagen del otro3:
Injuria en latin tanto quiere dezir en romance, como deshonrra4, que es fecha, o dicha a otro, a tuerto, o a despreciamiento del; e como quier que muchas maneras son de deshonrra, pero todas descienden de dos raizes. La primera es de palabra. La segunda es de fecho (Partidas, Séptima Partida, título 9, ley 1).
La injuria de acción será, entre las dos posibles, la única reconocida y sancionada en el Liber Iudiciorum (siglo VII), con la particularidad de que incluirá por primera vez a la mujer como elemento activo o pasivo de este delito; más adelante, en el Fuero de Miranda de Ebro (h 1095), se volverá a explicitar la posibilidad de que sea una mujer quien emplee la violencia contra otra persona5.
Por su parte, las ofensas verbales, a las que las Partidas denominan injuria de palabra, recorrerán, bajo una formulación léxica precisa, muchos de los fueros municipales, pero habrá que esperar hasta la redacción del Fuero Juzgo (h 1241), traducción romance del Liber Iudiciorum, para que el derecho medieval legisle en contra de los usos verbales infamantes, que continuarán ciñéndose a una nómina cerrada de palabras y expresiones injuriantes, a saber: podrido de la cabeza o de la serviz, tiñoso o gotoso, vizco, toposo, deslapreado, circunciso o señalado, corcobado y sarrazin6, presentes ya en esencia en las normas locales.
En los agravios recogidos por estos fueros municipales y, en especial, por el de Cuenca (h 1189), la mujer aparecerá como receptora del delito de injuria verbal7, materializado este, según hemos visto ya, en varios términos codificados entonces como denuestos8: puta, rocina o malata»9, ampliados en Usagre con ceguledora10 —ençeguladera en el de Coria—, rozina y monaguera. Con pequeñas modificaciones, los fueros leoneses coincidirán con los castellanos en esta enumeración y, sobre todo, en la protección de la honra y el honor femeninos. En otras recopilaciones, las menos, como la de Viguera y Val de Funes (c 1250), se denunciará a la mujer como agresora verbal y se aplicará una pena específica, diferente de la masculina: «Et si muger alguna dixiere mala palaura por vna vez o dos pierda la lengoa»11.
En definitiva, la realidad social obligó a la consideración jurídica, tanto local como general, de la mujer, que podía funcionar como agresora o agredida de un delito que había tardado tiempo en ser reconocido como tal.
2. El ideal lingüístico (femenino) y el estereotipo: preceptivas, textos doctrinaLes y juicios metalingüísticos
El comportamiento ofensivo derivado de un uso lingüístico inadecuado no contará únicamente con la sanción legal; los preceptos de los textos medievales y renacentistas, afanados en determinar las cualidades que debían acompañar el ideal masculino y femenino, rechazarán asimismo las palabras inconvenientes, especialmente en su caracterización del discurso femenino.
En realidad, la consideración de la injuria verbal como delito, que acabamos de referir (§1), refleja, además del contexto social, la desviación que aquella representaba sobre el ideal lingüístico descrito en tratados doctrinales, en gramáticas y metalingüísticamente aludido en los textos literarios. Es decir, los escritos prescriptivos12 alentarán, lógicamente, el buen hablar, que, como comportamiento sociolingüístico, contaba con sobradas referencias en la descripción del palaçiano medieval o del cortesano renacentista.
Tal como quedó demostrado por González Ollé (1999), la lengua correcta, entendida como aquella a la que corresponden la claridad y la concisión y las palabras hermosas y apuestas, frente a las desapuestas o cazurras13, se vincularía en las épocas media y moderna con la corte:
Ca las palabras que se dizen sobre razones feas, e sin pro, e que no son fermosas, nin apuestas al que las fabla, nin otrosi al que las oye, nin puede tomar buen castigo, nin buen consejo, son ademas, e llámanlas cazurras, porque son viles, e desapuestas, e non deben seer dichas á homes buenos, quanto mas en decirlas ellos mismos, e mayormente el Rey (Partidas, Segunda Partida, título IV, ley II).
A este ideal lingüístico cortesano acompañaban, asimismo, las indicaciones sobre los elementos paralingüísticos poco afortunados, advirtiendo contra la desapostura en el hablar14, que debía evitarse en la elocución adecuada:
Ca segund dixieron los sabios que fablaron en esta razon estonce es buena la palabra et viene a bien quando es verdadera et dicha en el tienpo et enel lugar do conuiene. E apuestamente es dicha quando non se dice á grande[s] bozes nin otrosi muy baxo nin mucho de priesa ni muy de vagar et diciéndola con la lengua et non mostrándola con los mienbros faciendo mal contenente con ellos assi commo moviendolos mucho a menudo, en manera que semejase á los onbres que mas se atreven á mostrarlo por ellos que por palabra, ca esto es grand desapostura e mengua de razon (Partidas, Segunda Partida, título VII, ley VII).
Entre las palabras inconvenientes o desconvenientes podíamos encontrar, según el Rey Sabio, las referidas a «los contenidos del enunciado» y las quebrantadoras de la cortesía social: «la excesiva alabanza del emisor por sí mismo y el hablar mal de aquellos a quienes se debe respeto porque al proceder de ellos se encuentran en nivel superior, o porque lo están en la jerarquía social (Dios, los santos, los reyes, los nobles, los ancestros)»15. Esta segunda manera de palabras desconvenientes, esto es, el insulto o denuesto, poseerá, como advierte el código alfonsí, un efecto perlocutivo que ya de entrada desaconsejaba su uso, sin necesidad de considerar aspectos como la veracidad o la apostura de lo dicho16.
Así pues, a juicio medieval, el criterio fundamental de variación se refería a la estratificación social, que distinguiría claramente entre las clases bajas y rústicas, que emplean palabras «cazurras» y «viles», y las cortesanas, integradas por los hombres «buenos y enseñados» —los de palacio: los reyes y la nobleza17—, lingüísticamente caracterizados por el empleo de palabras «buenas» y «apuestas»18. Esta distinción, que, de acuerdo con el planteamiento de D. Romagnoli, opone la rusticitas a la curialitas, civilitas y urbanitas19, constituirá la base del ideal lingüístico durante toda la Edad Media y los siglos posteriores20. En esta caracterización ideal no se atendería a la variación de género, que se entendía incluida, por tanto, en la social21.
Tal abstracción encuentra, sin embargo, en numerosas ocasiones rasgos que separan —más bien deben separar— el discurso masculino y femenino. Del mismo modo que se ha constatado para las disposiciones legales, que debieron incluir la referencia explícita a la mujer como reflejo de la realidad social, los textos doctrina les y todos aquellos de afán propedéutico y moralizante acogerán instrucciones en este mismo sentido, referidas al uso femenino.
Lo cierto es que, junto al ideal cortesano y a las disposiciones generales sobre la lengua, se encuentran especificaciones que han alimentado durante siglos el tópico del rechazo, propio y ajeno, de las mujeres como emisoras del comúnmente llamado «lenguaje vulgar»22, que alcanza, asimismo, indicaciones prosódicas:
Parece muy bien en una mujer la habla agraciada, la voz no varonil, bronca, recia que descalabre, sino el tono suave, delgado, amoroso, que regale el oído y se pegue al corazón. Eso es eloquitun tumm dulce (fray Alonso de Cabrera, De las consideraciones sobre todos los evangelios de la Cuaresma, a. 1598, CORDE [consulta: 15-04-2018])23.
De hecho, la desapostura de palabra se considera uno de los peores defectos en la mujer. Cuando fray Bernardino de Sahagún alude a la mala condición de las mujeres nacidas bajo el décimo séptimo signo, las define de este modo:
Y si era mujer la que nacía en este signo, también era mal afortunada. No era para nada, ni para hilar, ni para tejer, y boba y tocha, risueña, soberbia, bocinglera; anda comiendo tzictli, y será parlera, chismera, infamadora. Sálenle de la boca las malas palabras como agua, y escarnecedora; es holgazana, perezosa, dormilona (fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, 1576-1577, CORDE [consulta: 15-04-2018]).
Por tanto, el ideal lingüístico cortesano al que nos referíamos más arriba habría alimentado el estereotipo cultural de la mujer que rechaza la vulgaridad lingüística y no la ejerce en ningún caso; hasta tal punto se ha entendido de este modo que, en la sociedad europea, el hijo de un caballero debía ser educado por mujeres que no permitieran que se dijera «palabra alguna que pueda ser licenciosa o impura» en presencia del menor24, en tanto que este rasgo se asumía como propio del comportamiento lingüístico masculino25.
Estos lugares comunes, que se perpetuarán hasta la época actual, estarán presentes también en los estudios lingüísticos26. Robin Lakoff (2004), en sus afirmaciones sobre la diferente forma de maldecir de hombres y mujeres, daba por sentado que las mujeres, «expertas en el arte del eufemismo»27, no emplean expresiones descorteses28.
Lindan estos estereotipos con otro comúnmente asentado que se refiere a la cortesía como rasgo femenino, distinción provocada, según el análisis sociolingüístico y pragmático, por el grado de empatía propio de cada sexo: las mujeres parecen presentar una sensibilidad mayor ante la imagen del otro en tanto que no sucede lo mismo con los hombres, de talante más práctico29.
En el extremo opuesto, en cambio, abunda en los textos desde la Edad Media la imagen de la mujer como especialmente proclive a algunos de los denominados «pecados de lengua»30 —«El otro pecado de la lengua es denostar delante alguna persona asi como falso, quando dize: “Vos sodes tal & fi de tal” & “vos fezistes tal cosa”. E si dize mentira es asi como falso testimonio» (Martín Pérez, Libro de las confesiones, 1312-1317, CORDE [consulta: 20-03-2018])—, entre los que se cuenta la difamación. De hecho, como recoge Iván Jurado31, los tratados doctrinales de la Edad Media, como la Traducción del Libro de las donas (1438) de Francesc de Eiximenis, cuando dice:
Segundamente, peca el onbre por la lengua mal fablando & murmurando & disfamando a su prósimo. E este pecado es grande & contra caridat, el qual faze mucho mal en el mundo, el qual Nuestro Señor Dios pena muy mucho: este pecado rreyna mucho en las mugeres, que non cuydan que fazen mal fablando mal de otrie & de poner vna grant infamia, e jamás non fazen vna satisfaçión; antes mueren con todo este cargo que confiésanse de suso, & de suso & los confesores non lo escodriñan bien & el vno daña al otro, que, commo dixo Ihesuchristo, «sy vn onbre çiego quiere guiar a otro çiego, amos caen en la foya» (traducción del Libro de las donas de Francesc Eiximenis, CORDE [consulta: 19-04-2018]).
Qüistión fazen algunos el pecado de la lengua sy deue estar con los pecados mortales o con los çinco sesos corporales; e dizen que por todo ha logar segunt diuersos entendimientos, porque, pues non lo auemos ençima tocado, aquí fablaremos vn poco. E deués saberque esta materia es mucho nesçesaria a las mugeres, que en espeçial han acostunbrado mucho a pecar en la lengua32 (traducción del Libro de las donas de Francesc Eiximenis, CORDE [consulta: 1904-2018])33,
o el Jardín de nobles doncellas (1468) de fray Martín de Córdoba, junto con los personajes femeninos de la literatura del momento, el Corbacho (1438) o la Celestina (1499), entre otros, contribuyeron a la consolidación del prototipo de mujer parlera y deslenguada heredado de la Antigüedad, que promoverán en los años posteriores, ya con el cambio de siglo, las enseñanzas de Juan Luis Vives en su De Institutione Feminae Christianae (1523)34, las del doctor Huarte de San Juan en su Examen de ingenios (1575), las páginas protagonizadas por el pícaro Guzmán de Alfarache o por La pícara Justina y la cultura popular reflejada en el refranero35.
Asentada estaba, por tanto, desde época temprana la idea de la afición femenina a «mal dezir», al igual que el efecto perlocutivo diferente provocado en virtud del sexo del receptor; esto es, la reacción ante el denuesto o la injuria verbal diferencia también a hombres y mujeres36 («pensé que era pulla y respondiles con estremada cólera, ca la de las mujeres es siempre de Estremadura», Pícara, p. 701). De este modo hacía constar la pícara Justina su propia reacción ante lo que ella interpreta como insultos de tres romeras:
De las palabras que me dijeron no hago caso, porque entre mujeres esto de palabras, por donde se van se vienen. Los hombres, como son sólidos y macizos, en echando una palabra de la boca de uno a otro, se les torna a ella la injuria, que como encuentra en duro, torna de rebote; mas las mujeres diz que andamos muy barrenadas, y así, las palabras que nos decimos no han llegado de una para otra cuando colan tierra. Y aun dicen que, conforme al libro del duelo del género femenino, palabras de mujer a mujer no cargan. Debe de ser que pesan menos y son hechas de aire colado. Y aun dicen que dichos de mujer a hombres se desquitan con dar una carrera por su calle o darlas paz de Francia. Lo que yo sé de uso es que entre nosotras aquella queda cargada a quien le quedare o por corta o mal echada (Pícara, pp. 702-703).
[…]
Ya que se apaciguó el pleito y se fue el diablo para ruin, y nos concertamos como buenas cristianas, fuímonos de camarada todas con tanta hermandad como si todas cuatro fuéramos mellizas. Este sí que es uso y no el de los hombres, que, por dos palabras que se digan cara a cara, se descaran para no verse la cara uno a otro en mil años37.
Según Justina, las mujeres gustan de discutir sobre «lo insustancial»; callan, por el contrario, ante las palabras viles —o «nombres pascuales»38—, que son «injurias graves», propias de bravucones o «capitanazos»:
Igual lo paramos las mujeres, las cuales somos como arcos de cubas, que cuanto más rechina es señal que están más cerca de juntarse los estremos del aire, y ansí, mientras más rechinamos riñendo, más amistad nos hacemos, y aun que más nos carguen de injurias, no por eso hacemos más ruido, antes somos como carretas, que mientras más las cargan, menos ruido hacen. Las riñas de las mujeres son sobre si dejiste cipe o zape, y sobre si parece bien el hurraco, o sobre si arrastra la falda. Nunca reparamos en cosa sustancial, nunca reñimos injurias graves, que esas antes sirven de hacernos callar. Pardiez, mientras me dijeron de floreo, bravamente les reenvidé, mas en diciéndome dos o tres verdades que contenían la casa y nombres pascuales, callé como en misa. No nacieron las injurias graves sino para capitanazos (Pícara, pp. 702-703).
Aunque a partir del siglo XVIII asistiremos a un cambio del concepto de mujer, que ya no representará el desorden y la lascivia sino la inocencia y la pureza39, los textos seguirán insistiendo en un ideal femenino contrario a la mujer malhablada y «vecera de mal decir»:
Si tiene razón, la pierde desde el momento que la hace valer con altanería y palabras feas; que la razón de una mujer no se reconoce ni se atiende sino acompañada de suavidad y dulzura. La fuerza de la mujer está en la dulzura, en la suavidad, en la prudencia, en ser resignada y paciente. Impone su voluntad suplicando, triunfa de rodillas. Las amenazas de una mujer hacen reír á los hombres, y hay pocos que no se conmuevan con sus lágrimas.
[…] Y por el contrario, ¡qué repulsión inspira la mujer deslenguada y altanera que con voces y denuestos pretende imponer su voluntad! ¡Qué mala idea se forma de ella, y cómo inspira la de negarle justicia aunque la tenga, por el modo de pedirla, y cómo en lugar de convencer irrita al que pretende aplacar! Y á la verdad no es extraño que la mujer mal hablada y colérica repugne, porque es muy repugnante. […]
Convenceos, hermanas mías, de que la honestidad y la moderación en las palabras es tan precisa como en las acciones; que la mujer que no pone coto á su lengua, está perdida. Así como su felicidad depende de su virtud, su fuerza y su poder dependen de su prudencia y de su dulzura (C. Arenal, Cartas a los delincuentes, 1885, CORDE [consulta: 15-04-2018]).
De hecho, los historiadores que han analizado la creación y propagación de esta imagen sobre la mujer40, ya ser abyecto y depravado, ya puro y débil, han mostrado de forma evidente la función de todos estos escritos, doctrinales o de ficción, como prueba de la necesidad de un control masculino sobre este grupo y justificación, en definitiva, de la superioridad del hombre.
3.La violencia verbal femenina en la realidad cotidiana
Junto a las referencias textuales mencionadas (§2), también las transcripciones de litigantes y testigos de la documentación jurídica de estos siglos de la Edad Moderna revelan la mayor frecuencia del intercambio de insultos entre interlocutores del mismo sexo. Según los datos extraídos de nuestro corpus41, los hombres insultan preferentemente a otros hombres y las mujeres, a otras mujeres42. En el caso de los primeros, además, resulta socialmente censurable poner la voz en mujer ajena: «Nengún hombre de bien toma palabras con mujeres y todo hombre sea cortés con las mujeres y nenguno ponga lengua en las mujeres ajenas43» (1533).
Evidentemente, en las épocas medieval y clásica existirían mujeres observadoras del estereotipo lingüístico femenino que se ha reflejado en las páginas precedentes, poco dadas al uso de palabras y expresiones injuriosas, aunque los estudios históricos sobre las fuentes documentales medievales y modernas han destacado el papel de la mujer como sujeto activo y pasivo de la injuria44, llegando incluso a tachar de femenino este crimen45.
En efecto, los testimonios recogidos más arriba (§2), con las advertencias de los mismos preceptistas y adoctrinadores sobre el gusto femenino por la maledicencia, nos ponen en la pista del uso común de otro tópico femenino, reflejado en la literatura, el de la mujer que agrede con la palabra, principalmente a otra mujer.
En este sentido, según se ha afirmado ya en otros trabajos sobre el uso de la realidad cotidiana, la ofensa funciona como niveladora social en la medida en que se trata de una característica femenina, y masculina, que no depende de la condición del hablante46. Es la codificación que adquiere la ofensa la que puede presentar, en ocasiones, diferencias según estratos y formación: las mujeres menos instruidas y de posición social menos elevada tienden en mayor número al uso de voces y expresiones infamantes, que conviene deslindar47 de las únicamente malsonantes, o juramentos, que proceden de las anteriores y se encuentran ya en un grado de lexicalización que les permite aparecer en el discurso sin cumplir una función apelativa. Se trata de dos aspectos de difícil delimitación, pues ambos poseen repercusión sociolingüística y los dos merecen consideración jurídica, aunque motivada por causas diferentes48.
Volviendo a los datos que ofrece el análisis del corpus de testimonios de procesos por injurias de los siglos XVI y XVII en Navarra49, los resultados previos de los que parte el estudio que se presenta en estas páginas advertían, en la línea de las afirmaciones que realiza Justina (§2), de un predominio del uso masculino del insulto, en una proporción del 62% frente al 38%50, al tiempo que se muestra cómo, de acuerdo con el uso social establecido, en los intercambios de insultos se prefiere a alguien del mismo sexo como interlocutor —en el caso de las mujeres, en un 63% de ocasiones se interpela a otra mujer y en un 37% a otro hombre; los hombres insultan a otros hombres en un 70% de las veces y solo un 30% a otras mujeres51—.
Analizamos en ocasiones anteriores la diferente materialización léxica en virtud del sexo del emisor, teniendo en cuenta asimismo si el interlocutor era hombre o mujer, lo que nos permitía obtener resultados importantes sobre la consideración de cada uno de los sexos en la época analizada y su diferente comportamiento lingüístico52.
Como continuación de este análisis, nos interesa ahora centrarnos en la interacción y en la reacción que provocan los insultos en hombres y en mujeres cuando el agresor verbal es una mujer53.
En la mayoría de los casos, a la mujer demandada por injuriadora se le atribuyen, con mayor frecuencia que al hombre, hábitos lingüísticos poco recomendables:
vecera de maldecir, reñir y revolver en el barrio con cuantos vive en aquel, e de mala lengua e maldiciente (1515)54
se suele desmandar de su lengua e suele ser causa de riñas y cuestiones (1527)55
deslenguada y boquirrota y ultrajosa de palabras y obras (1542)56
mujer muy soberba y deslenguada y vecera de deshonrar a quien quiera (1550)57
soberba y de mala lengua (1554)58
soberbia y muy rijosa y deslenguada (1558)59
[Graciana era]60 soberbia, revoltosa y vecera de reñir con todos sus vecinos sin propósito alguno y muy deslenguada, acostumbrada a infamar a personas de honrra (1560)61
mujer recia y vecera de reñir y maltratar de palabras a muchas personas de arte y calidad y por el contrario mi parte es mujer de buena vida, fama y conversación y pacífica, que vive bien y honestamente, casada con su marido, sin que tenga con ningunos cuestiones ni barajas (1560)62
mujer vecera y acostumbrada a ultrajar y deshonrar hombres y mujeres con su lengua (1575)63
está notada de ocasionada y mujer habladora (1642)64
arrojada en su modo de hablar (1642)65
A los hábitos lingüísticos inconvenientes acompañaban generalmente otras características no menos inadecuadas. A María de Inza, por ejemplo, una de las imputadas por delito de injuria, se la describe como «deslengoada y boquirrota y ultrajosa de palabras y obras» y «persona de mal vivir e intolerable, que no hay quien la ose hablar ni tener con ella conversación»:
por ser tal, su marido Joanequi de Beteleu, portero real, la tiene desechada y apartada de su cohabitación, consorcio y vida maridable y también por haber sido y ser la dicha acusada mala de su persona y adúltera, que ha tenido aceso y cópula carnal, estando casada con el dicho su marido, a clérigos, soldados y otra manera de gente. Y lo mesmo hacía en vida de Bernat de Burguet, su primer marido, y ha seido y es toda tan disoluta y pródiga que ha perdido su fama y hacienda en sus vicios y maldades (1542)66.
Además, las mujeres emplean, siempre según estos testimonios documentales, elementos paralingüísticos que contravienen punto por punto los usos convenientes dictaminados en los tratados y disposiciones medievales y posteriores: las voces altas, los gritos, los gestos —no nos referiremos en este momento a los gestos de significado verbal— y, en muchas ocasiones, la agresión física como acompañamiento de la verbal:
bellaca acuchillada y que fuese a su abogado con un par de manzanas para que le ganase su pleito, señalando con el dedo las narices y la cara, deciendo que era bellaca acuchillada (1529)67
[María Diez atacó a María Juan de Labayen, dándole] muchas pugnadas y golpes en su persona (1527)68
[cuando a altas voces, desde su ventana Graciana le dijo a Catalina] que era una vellaca puta y mala muger (1539)69
Basándonos ahora en la clasificación de la reacción o respuesta del injuriado propuesta en un trabajo previo sobre este mismo corpus70 (ver figura 1), se intentará comprobar en lo que sigue la representatividad de esta variable en el comportamiento de los injuriados. Se proponían entonces varios modos de reacción: negar (y devolver) la injuria (1); devolver la ofensa o intercambio de insultos (2); desmentir la afirmación del injuriante (3); no identificación con la ofensa y necesidad de comprobación del acto de habla (4); anulación de la función y el efecto de la injuria (5); reacción indirecta (6)71.

Analizados los datos que ofrecen los testimonios de los pleitos, se comprueba que las interacciones femeninas en los casos de agresión verbal se reparten de la siguiente manera (figura 2): el intercambio de insultos (grupo 2) resulta la opción preferida en el duelo femenino (69,6%), seguido a distancia de la negación (grupo 1) (20,3%) y de la desmentida (grupo 3) (11,8%); se observa asimismo algún caso de no identificación y comprobación mediante pregunta (grupo 4). No encontramos, en cambio, interacciones que se correspondan con el resto de los grupos (4 y 5) y, como veremos a continuación, tampoco en los casos recogidos tenemos muestra de todos los subtipos, que, aparecen, por el contrario, en las interacciones en las que intervienen los hombres.

En los grupos 1 —negación (y devolución) de la ofensa— (figura 3) y 2 —intercambio de insultos— (figura 4), aparecen testimonios de todos los subtipos considerados, de forma más equitativa en el primer caso que en el segundo, en el que predomina (50% de los casos) el subtipo b —el injuriado devuelve la injuria con diferente codificación (a veces con sinónimos)— frente al resto:
1. Grupo 1a (negación y vuelta diferente)
María
¿De dónde vienes, borracha, con tus carrillos colorados?
María
Yo
no soy borracha.
María
Tú eres puta, que con
maridos ajenos andas. (1547)72
2. Grupo 1b (negación)
Johana
Calla, tú, mala
escogida.
María
Yo
no soy mala escogida ni he ido nunca vestido el
capote de lana tras los
hombres. (1535)73
3. Grupo 1c (negación y vuelta con diferente codificación)
María
Vieja ruin, que toda tu
vida has sido ruin.
Graciana
No soy yo vieja y ruin, pero tú eres jóvena y mala. (1547)74
4. Grupo 1d (negación y argumentación)
María
Ladrona vieja, traéis zamarra ajena, hurtada como
ladrona
[Constanza respondió que no era cierto, porque la había
comprado.] (1554)75
5. Grupo 1e (negación indirecta)
María
Puta pública.
María contestó que si nunca se había de hartar de decir mal y le tiró un pedazode ladrillo a la dicha María de Egozcue. (1563)76

6. Grupo 2a (devolver el mismo insulto y otros)
María
Borrachas, putas, excomulgadas.
María contestó que si nunca se había de hartar de decir mal y le tiró un pedazo de ladrillo a la dicha María de Egozcue. (1563)76
María Juan y su hija
Puta y ladrona y escomulgada. (1542)77
7. Grupo 2b (vuelta con diferente codificación)
María
¿Cómo has venido, que ahí más palos te dieron que
pan
blanco? Yo bien sé una dueña para tú, si
tú quieres…
María
Oh ruincilla,
maldecienta, malilla perdida.
María Martín
¡Oh cabrilla, vete
a casa de Pedro Zardan! (1542)78
8. Grupo 2b y e (diferente codificación) (reconocer e incluir al interlocutor)
[Beruete llamó a Olagüe en euskera] parlera charra, que quiere dezir parlera vieja, siempre estaréis riñendo, [a lo que Olagüe respondió] que ella era la parlera y que estaba en casa dada por Ortiz y que mejor era para gastar la hacienda que para ganar.
[Y a esto respondió Beruete:] como puta vieja del cantón has destar riñendo. (1545)79
9. Grupo 2c («calla» y otras injurias)
María de
Guenduláin
Puta sucia, bellaca sucia, puerca sucia,
borracha
María
lizaso
Calla, calla, que si vergüenza tuvieses callarías, oh
doña puerca
bellaca. (1559)80
Beruete
Doña ruinacha, ¿no podéis callar? [en vascuence:
quera una puta vieja].
Olagüe
Tú eres. ([que era una] puta charra, cantonera, que
quiere decir puta vieja
cantonera) (1545)81
10. Grupo 2d (negación con argumentación)
Juana
Fija mala y de mala madre.
María
Ella
es fija de tan buena madre como vos y vos no
sois mejor que otra. (1515)82
María
Cosa mala.
MiGuela
Mira a tu cabeza.
(1545)83
11. Grupo 2f (maldición)
María
Tú no tienes buena noche
para dar, doña mala mujer.
MiGuela
Con malas cujaradas te
saquen lo que tienes en la barriga. (1545)84 (2f)

En el grupo 3 —desmentida— (figura 5) están representados por igual los subtipos a —uso del verbo mentir— y c —desmentir argumentando— (42,8%), al lado del subtipo b —exigencia de pruebas (14,2%)—, y en el grupo 4 —no identificación— aparece testimoniado únicamente, y de forma muy escasa, el subtipo b —comprobación o referencia al acto de habla.
12. Grupo 3a (mentira)
Beruete
[en vascuence] Ruin, cevil, de ruin
gesto.
[Olagüe le replicó que] ella tiene tan buen gesto que Dios le hizo
merced como ella.
Beruete
[en vascuence] Mentís, doña bellaca, puta, cantonera.
(1545)85
13. Grupo 3b (prueba de verdad)
Artola
Gaizco
ezagutua [‘mala conocida’].
Baraibar
Tú has de probar de dónde me sabes más que yo no
sé ni Dios me puede saber que yo
sea mala.
Artola
Bai
y aiz gaizto probatua [‘Sí y sin duda mala
probada’]. (1529)86
14. Grupo 3c (argumentos)
María de larrasoaña [Madre]
Esa mi hija ladronaza vieja
me tiene mi piel desforrada
escondida debajo las lanas que
su marido hurtó.
[María de Aizcorbe (hija) le respondió] que ella no le tenía escondido sino que, habiéndolo empeñado la dicha su madre, juntamente con María de Echalecu lo abía redemido. (1551)87

15. Grupo 4b (comprobación o referencia al acto de habla)
Baraibar
[en vascuence]
Algún día alguna novilla mejor que tú ha
bajado por ahí.
Catalina
¿Dices que soy mala?
Baraibar
Yo no digo; así es.
(1529)88
En resumen, en las mujeres de nuestro corpus la ofensa verbal por parte de otras mujeres provoca, principalmente, una respuesta insultante de codificación léxica diferente, a la que siguen la negación y la desmentida, ligera variación sobre la anterior.
Así pues, se demuestra, por un lado, que su comportamiento en este caso no difiere del masculino ni parece tener en cuenta el sexo del interlocutor, ya que el tipo de reacción lingüística resulta similar frente a hombres y mujeres. Es cierto, sin embargo, que los datos obtenidos hablan de una variedad más amplia de tipos de respuesta en los casos masculinos, que no resulta significativa, creemos, dado que tal variedad procederá, a buen seguro, del porcentaje más elevado en el corpus de hombres como agentes y receptores de la injuria. Resulta evidente, por tanto, la necesidad de otros estudios pragmalingüísticos similares con los que cotejar este análisis. La comparación permitirá obtener, entonces sí, datos concluyentes sobre el comportamiento verbal femenino, en contraposición con el propio de los hombres.
Ha de apuntarse, no obstante, como apreciación final en este sentido el significado del tipo de respuesta mayoritaria, en hombres y mujeres, en relación con el acto de injuriar. La agresión verbal, que ocasiona, como ya se ha demostrado reiteradamente, un grave perjuicio social, provoca en el receptor una reacción que no pasa, en primera instancia, por negar o desmentir sino por devolver al emisor el mismo daño recibido, sin reparar en la verdad o falsedad de la injuria, antes bien, escogiendo entre la nómina de insultos socialmente establecidos como tales
4. Final
En definitiva, los textos de los siglos medios y áureos, jurídicos, doctrinales y literarios, plasmaron un ideal lingüístico que implicaba una clara estratificación social entre los que proferían palabras cazurras y villanas y los que hablaban apuesto, a la que acompañaba a su vez la distinción entre un discurso masculino frente a otro femenino. Este último fue alimentando tópicos, que definían a un tiempo el ideal femenino, propio de la mujer cortesana, y su contrario, caracterizador de la condición «vil y baja» —como suele denominarse en Autoridades—. El estereotipo ideal dibujaría a una mujer de prosodia refinada, que se expresaba en un tono dulce y suave, que rechazaría las palabras injuriosas, sutil en su conversación y hábil en el arte del eufemismo. Esta mujer prototípica debía cuidarse, sin embargo, en lo que a la lengua se refiere, del pecado de violencia verbal e infamia, que parecía encontrarse en su naturaleza. Además, existiría, como advierte la pícara Justina, una especial predilección de las mujeres por el enfrentamiento verbal contra otras mujeres, diferente al mismo tiempo del propiamente masculino.
Por su parte, la concreción de la realidad social de los siglos XVI y XVII, al menos la retratada en los pleitos navarros por injurias, nos devuelve mujeres que utilizan la violencia verbal, con independencia muchas veces de su condición social. Son mujeres que quebrantan el ideal lingüístico femenino en la medida en que hablan a altas voces, profiriendo palabras torpes y groseras, alejadas de toda sutileza, dulzura y eufemismo, y a las que en algunos casos se describe alejadas del comportamiento virtuoso. Agreden principalmente a otras mujeres, que reaccionan a su vez haciendo uso de la violencia verbal en un intercambio de insultos, que se presenta como la opción mayoritaria en la respuesta, seguida por la negación de la ofensa.
Estas mujeres, alejadas de los usos cortesanos, dejan claro que la violencia verbal y las injurias graves no eran solo propias de «capitanazos», lo que coincide con los resultados de estudios sobre otras geografías y cronologías, en las que figuran, asimismo, como emisoras y receptoras de insultos89.
Para otro momento queda completar este trabajo, cuyos resultados han de ser, por ahora, forzosamente provisionales, con idénticos análisis de otras zonas y con otros tipos de violencia verbal, tales como libelos y pasquines90, en los que también intervinieron las mujeres.
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Notas