Resumen: Este artículo tiene como objetivo el análisis de la figura del abogado en la España del siglo XVII desde el punto de vista de los géneros literarios jocosos. Esta figura se diversifica en otras como el escribano y el licenciado. Se procede a un recorrido por los antecedentes medievales del personaje y se sintetiza la visión del letrado en Quevedo para introducirse de lleno en el tratamiento de la figura en géneros teatrales breves, como entremeses y villancicos.
Palabras clave:Personaje del letradoPersonaje del letrado,personaje del escribanopersonaje del escribano,géneros jocosos del siglo XVIIgéneros jocosos del siglo XVII,Francisco de QuevedoFrancisco de Quevedo,entremesesentremeses,villancicosvillancicos.
Abstract: This article aims to analyze the figure of the letrado in seventeenth-century Spain from the point of view of humorous literary genres. This figure is diversified in others such as the escribano and the licenciado. We proceed to do study of the character’s evolution from its medieval antecedents and synthesize the vision of the letrado in Quevedo to enter fully into the treatment of the figure in short theatrical genres, such as entremeses and villancicos.
Keywords: Character of the letrado, Character of the escribano, Jocose genres of the 17th century, Francisco de Quevedo, Entremeses.
La autoridad de los saberes: el letrado
Letrados, escribanos y licenciados en géneros jocosos áureos: de los Sueños de Quevedo a entremeses y villancicos
Lawyers, Scribes and Licenciados in Jocose Genres of Spanish Golden Literature: from los Sueños by Quevedo to entremeses and villancicos
Recepción: 26/02/2021
Aprobación: 24/03/2021
Cuando don Francisco de Quevedo, en el Discurso de todos los diablos, describe al «diablo del cohecho» como un ser grotesco que va aparejado con «uñas graduadas» y unas «hopalandas magníficas», afirma que este demonio se ha visto «en mil diferentes partes […] y yo lo he conocido en unas partes doctor, en muchas licenciado; entre mujeres bachiller; entre escribanos derechos1». Pero en el Sueño del Juicio final va más allá y se detiene con alegre regodeo en la suerte condenatoria de letrados y escribanos:
Llegueme por ver lo que había y vi en una cueva honda (garganta del infierno) penar muchos, y entre otros un letrado revolviendo no tanto leyes como caldos2; un escribano comiendo solo letras que no había querido solo leer en esta vida; todos ajuares del infierno, las ropas y tocados de los condenados estaban prendidos, en vez de clavos y alfileres, con alguaciles3
La sátira de los ministros de la justicia, que alcanza en el Quevedo de Los sueños cotas inimaginables de sarcasmo sobre las que luego volveremos, viene precedida de una larga tradición de denuesto en los géneros cómicos (y no tan cómicos) de nuestra literatura. Ya en el siglo XV, en la estrofa 43 de la Danza General de la Muerte, la figura del letrado, aquí directamente denominada «abogado», es así increpada por la Parca:
Oh falso abogado prevaricador,
que de ambos pleiteantes cobrabas salario,
os venga a las mientes cómo, sin temor,
volviste la hoja por otro contrario4.
Avanzado el siglo XVI, en El Crotalón (1550-1560) se advierte que
gran descuido es el que pasa en el mundo el día de hoy, que siendo un officio tan principal y caudaloso el del escribano […] permiten los prínçipes criar notarios y escribanos [a] hombres viles y de ruines castas y suelo, los cuales, por pequeño interés, pervierten el derecho y la justiçia del que la ha de haber5.
Si, como defiende una parte de la crítica, el autor de esta obra es el humanista y erasmista Cristóbal de Villalón, conviene recordar que este ya había escrito antes un opúsculo contra la usura6, reflejando una sensibilidad colectiva popular que advertía en estos oficios una inclinación al fraude, usura o cohecho que resultó ser una mina para la sátira y la parodia. Debo prescindir de otras citas en esta rápida muestra pero no está de más recordar algunos refranes de antigua tradición citados por el maestro Correas que reflejan la percepción popular de estos oficios: «Líbrete Dios de juez con leyes de encaje y de enemigo escribano y de cualquiera dellos cohechado»7; «Con necios y porfiados labro yo mis tejados. Dícenlo abogados y ministros por lo que se aprovechan del gasto de pleiteantes»8; o «Abogado sin ciencia o sin conciencia merece gran sentencia y penitencia»9.
Han ido saliendo diversos términos referidos a lo que se podría denominar en líneas generales “jurista”: letrado, abogado, licenciado…, a los que añadiré el muy concreto oficio de “escribano”. Creo que se ha de proceder a ciertas matizaciones léxicas necesarias en su contexto temporal para acometer los hitos centrales de este trabajo. Hay que decir, para empezar, que uno de los términos más extendidos en ámbitos jurídicos era letrado, cuyo étimo, litteratus, se aviene con la definición de Autoridades, «el docto en las ciencias: que porque estas se llamaron letras, se le dio este nombre», aunque en la segunda acepción ya se indica que «se llama comúnmente al abogado». Sin embargo, ese primer significado referido al acopio y exhibición de erudición (más o menos real o figurada) será uno de los blancos habituales de la sátira. En cuanto al término licenciado, parece que en los glosarios de la época equivale al que «ha sido graduado en alguna facultad, dándole licencia y permiso para poder enseñarla» (Aut.), aunque también «se llama vulgarmente al que viste hábitos largos o anda en traje de estudiante» (Aut.). Lo cierto es que en varios contextos a ciertos leguleyos se les denomina «licenciados», quizá por sinécdoque, haciendo equivaler la «facultad» en general en la que se han graduado a la de leyes en particular, amén de que la vestidura habitual del letrado se correspondía, ciertamente, con los «hábitos largos». El término escribano ofrece menor problema, pues equivaldría a un notario o en el peor de los casos a un secretario judicial, ya que, según Autoridades,
aunque esta palabra en general comprende a todo hombre que sabe escribir, sin embargo, el uso y estilo común de hablar entiende por ella al que por oficio público hace escrituras y tiene ejercicio de pluma, con autoridad del príncipe o magistrado, de que hay distintas clases: como escribano real, del número, de ayuntamiento, de cámara, de provincia, de fechos, etc., de cuyos empleos y oficios y sus obligaciones tratan difusamente las leyes del Reino.
Podrán aparecer otros oficios en el ámbito de la jurisdicción, como el mismo Cervantes cita en el Persiles:
Y sobre todo, nos tienen ya en cueros y en la quinta esencia de la necesidad solicitadores, procuradores y escribanos, de quien Dios Nuestro Señor nos libre por su infinita bondad10.
La animadversión que Cervantes sentía por el mundo judicial, consecuencia natural de su bien conocida y azarosa experiencia vital, se refleja en multitud de pasajes de sus obras, hasta el punto de que el protagonista de su obra universal es por antonomasia el perseguidor de una justicia que no lo es. Solo seleccionaré aquí dos textos insertos en entornos cómicos. Aunque se alude a algo aparentemente superficial, como la enrevesada caligrafía de los escribanos, este exabrupto de don Quijote no elude la alusión demoniaca al oficio:
Y tú tendrás cuidado de hacerla trasladar en papel, de buena letra, en el primer lugar que hallares donde haya maestro de escuela de muchachos, o si no, cualquiera sacristán te la trasladará; y no se la des a trasladar a un escribano, que hacen letra procesada11, que no la entenderá Satanás12.
Más jugo tiene la historia de Berganza en El coloquio de los perros, novela ejemplar de inspiración satírica lucianesca, en la que se relatan las trampas para lucrarse de un escribano, un alguacil y unos corchetes sin escrúpulos, a lo que Cipión responde con afilada ironía:
CIPIÓN.- Sí, que decir mal de uno no es decirlo de todos; sí, que muchos y muy muchos escribanos hay buenos, fieles y legales, y amigos de hacer placer sin daño de tercero; sí, que no todos entretienen los pleitos, ni avisan a las partes, ni todos llevan más de sus derechos, ni todos van buscando e inquiriendo las vidas ajenas para ponerlas en tela de juicio, ni todos se aúnan con el juez para «háceme la barba y hacerte he el copete», ni todos los alguaciles se conciertan con los vagamundos y fulleros, ni tienen todos las amigas de tu amo para sus embustes. Muchos y muy muchos hay hidalgos por naturaleza y de hidalgas condiciones; muchos no son arrojados, insolentes, ni mal criados, ni rateros, como los que andan por los mesones midiendo las espadas a los estranjeros, y, hallándolas un pelo más de la marca, destruyen a sus dueños. Sí, que no todos como prenden sueltan, y son jueces y abogados cuando quieren13.
Pero si hay algún autor que empuña su pluma contra esta ralea de leguleyos, en una mezcla perfecta de sátira, parodia e ironía, ese es Francisco de Quevedo14, sin cuyas alusiones no se entendería el diseño de la figura, por ejemplo, en géneros como los variados del teatro cómico breve o el villancico. Ya en 1986 Lía Schwartz dedicó un trabajo de referencia a la sátira del letrado en la obra del genial autor, en el que, tras proceder a un recorrido por algunos pasajes significativos, advierte de la falta de verismo entre el oficio y la personal interpretación del autor, achacándola a la «peculiar visión de la realidad que Quevedo poseía»15, aun admitiendo que el género de la sátira «se ha definido siempre como discurso crítico del mundo y del comportamiento de los hombres»16, que permite el empleo de expresiones grotescas e hiperbólicas. La estudiosa concluye que el desprecio humorístico de Quevedo por estos personajes proviene de la progresiva implantación del oficio y su diversificación en pro de una burocratización que facilitara una ley de carácter universal (lo que hoy llamaríamos, si bien siendo conscientes de lo anacrónico, «igualdad de todos ante la ley») frente al declive en los privilegios de los nobles, entre los que se encontraba17. Pudiera ser así en el caso de Quevedo, teniendo en cuenta el juicio de la ilustre investigadora, pero no nos parece que el enfoque del madrileño se pueda trasponer a otros escritores que ridiculizan estas figuras de la ley exentos de motivaciones políticas. La sátira del letrado, como se ha visto, no solo fue anterior a Quevedo sino que hasta varias décadas después de su muerte y por caminos muy diferentes se mantuvo, y no fue precisamente escrita por nobles y personas pudientes a la que pudiera afectar ese declive de privilegios, sino por autores de entremeses y villancicos, a los que dedicaré la parte central de este trabajo.
Quevedo considera a los letrados instigadores de la maldad18, hasta el punto de ser identificados con los mismos demonios, que los echan del infierno para que sigan captando almas:
Topé muchos demonios en el camino con palos y lanzas, echando del infierno muchas mujeres hermosas y muchos malos letrados. Pregunté que por qué los querían echar del infierno a aquellos solos y dijo un demonio porque eran de grandísimo provecho para la población del infierno en el mundo las damas con sus caras y con sus mentirosas hermosuras y buenos pareceres, y los letrados con buenas caras y malos pareceres, y que así los echaban porque trujesen gente19.
Volviendo a la acepción primera de Autoridades, Quevedo se ceba jocosamente en la falsa erudición de los letrados y en su pomposa vacuidad20:
Un letrado bien frondoso de mejillas, de aquellos que con barba negra y bigotes de buces traen la boca con sotana y manteo, estaba en una pieza atestada de cuerpos tan sin alma como el suyo. Revolvía menos los autores que las partes, tan preciado de rica librería, siendo idiota, que se puede decir que en los libros no sabe lo que se tiene. Había adquirido fama por lo sonoro de la voz, lo eficaz de los gestos, la inmensa corriente de las palabras en que anegaba a los otros abogados21. No cabían en su estudio los litigantes de pie, cada uno en su proceso como en su palo, en aquel Peralvillo de las bolsas. Él salpicaba de leyes a todos22.
La diatriba contra el escribano es, si cabe, más cruel que contra el letrado, pues incluso los ladrones se salvan de ser ahorcados antes que aquellos, que son equiparados a herejes y a Judas, el hombre al que «más le valiera no haber nacido» (Mateo, 26, 24), del que por su pecado de traición y posterior desesperación se le presupone la condenación:
Entraron en esto muchos ladrones y salváronse dellos algunos ahorcados; y fue de manera el ánimo que tomaron los escribanos, que estaban delante de Mahoma, Lutero y Judas, viendo salvar ladrones, que entraron de golpe a ser sentenciados, de que les tomó a los diablos muy gran risa de ver eso23.
Aprovecharse del dinero de la gente inocente es condición inherente a los escribanos, opinión que Quevedo disemina en gran parte de su obra satírica, en prosa y en verso:
«Volarase con las plumas»: pensáis que lo digo por los pájaros y os engañáis, que eso fuera necedad. Dígolo por los escribanos y ginoveses, y estos nos vuelan con las plumas, mas el dinero delante24.
El escribano recibe
y, con hurtar escribiendo,
lo que hurta no se escribe25.
Fuente: cuanto le dan sin estruendo,
Invisible viene a ser
por su pluma y por su mano
cualquier maldito escribano,
pues nadie los puede ver26.
Con más barbas que desvelos,
el letrado cazapuestos,
la caza alega por textos,
por leyes cita los pelos27.
De solos los escribanos
no traigo conocimiento,
porque cuando van de acá
ya van demonios perfectos28.
Finalizo este mínimo botón de muestra de la magna obra del escritor madrileño con otro de los tópicos contra los agentes de la ley: las invenciones de “culpas”, que son satirizadas en El buscón: «Echaba de ver que no hay cosa que tanto crezca como culpa en poder de escribano»29. En este contexto de la picaresca, retrocedo al siglo XVI para hacer tan solo una breve alusión al tratado III de El Lazarillo, donde el alguacil y el escribano extorsionan al pobre Lázaro para que les dé cuenta de las propiedades de su desaparecido amo ante las reclamaciones de dos personas, y terminan cobrando con una manta “la intervención” a una pobre anciana que reclamaba el alquiler de su cama al escudero.
Un campo abonado a la sátira de personajes es el teatro cómico breve de la época, que se desplegaba en los intermedios de las jornadas de las comedias en forma de loas, entremeses, bailes, jácaras y mojigangas. A decir verdad, aunque la máscara del letrado fue fija en la Commedia dellʼarte —como il dottore, oriundo de Bolonia30— y contó con una larga tradición humorística, no parece que fuera prioritaria para el más destacado receptor del género en España, Lope de Rueda, quien tan solo lo saca a escena una vez y de modo tangencial, nombrándolo «licenciado», concretamente en el paso El convidado, donde actúa como un abogado pobre31. Ya en el siglo XVII32, el gran Quiñones de Benavente incluye la variante del escribano como un personaje más de la algarabía rural de su Retablo de las maravillas, junto al alcalde, al regidor y al sacristán, en función puramente instrumental, alineado con los defensores a ultranza de su sangre de cristianos viejos y ayudando al edil a pleitear con matrimonios mal avenidos. Así ocurre también en La visita de la cárcel, donde se limita a leer las sentencias de unos malcasados, aunque aquí sí se advierte una alusión peyorativa a la «pluma» del escribano, con un «¡zas!», onomatopeya que puede asemejar al golpe que da la rapaz cuando prende a su presa:
Beatricica
Yo soy el alcalde,
vos el oficial,
este el escribano
y esa pluma el ¡zas!33
Sin embargo, hay un entremés, Los cuatro galanes, que otorga un destacado protagonismo al letrado y al escribano: ambos, junto al soldado y al médico, compiten por el amor de Fabia. Veamos lo que de ellos dice la moza:
Fabia
El señor escribano,
téngale Dios, si me habla, de su mano,
porque son sus amores y dulzuras
cláusulas generales de escrituras;
el crítico letrado,
tratando de su amor muy satisfecho,
piensa que está informándome en derecho34.
Pero difícilmente podrá seducirla con este discurso “notarial”, cuya proliferación de tecnicismos jurídicos se parodia con la gracia habitual del entremesista:
Escribano
Yo doy fe que es verdad mi amor constante,
que os reconozco actora35 de mi pena,
y haciendo deuda propia de la ajena,
me confieso obligado a estar rendido,
pues os he dado mi poder cumplido.
No reservéis vuestro derecho a salvo,
que el dicho amor es cierto y verdadero,
y por último término os requiero
que lo creáis, y así os lo notifico.
[…]
Si en mí todo os enfada,
mi sentencia pasó en cosa juzgada36;
y así me quiero ir sin hacer llantos,
que hay fuera el verdadero sepan cuantos37.
El discurso del letrado es aún más enrevesado y peca de la pedantería que se viene satirizando en los textos quevedescos:
Letrado
Sale el letrado.
Yo, en nombre de mi amor y mi deseo,
en el pleito que sigo
con vuestra ingratitud, señora, digo
que afirmándome en todo
y demás favorable a mis enojos,
debéis quererme a mí como yo os quiero,
pronunciando en mi abono38. Lo primero
es por lo general39.
Fabia
Yo os lo confieso,
porque lo general es texto expreso.
Letrado
Lo otro, porque siendo los culpados
vuestros ojos, quedaron obligados
luego a su evición40 y saneamiento;
lo otro, porque amando y padeciendo
se hace mayor el daño cada día,
y está la petición por parte mía,
por lo cual y demás que en favor mío
puedo hacer, en razón de mi cuidado,
lo doy por referido y alegado.
Pido justicia y juro incontinente41.
Matea
Las costas se olvidaron solamente.
Fabia
Traslado42 a la otra parte.
Letrado
Esa es violencia,
y es solo dilatarme la sentencia;
que este juicio es sumario, y no requiere
plena probanza, y va muy a lo largo;
y así apelo.
Fabia
Traslado, sin embargo43.
Pero este protagonismo va a ser aislado, pues en otros entremesistas el escribano, aun cuando presente alguna entidad como personaje, no será precisamente cómico. Es el caso de Suárez de Deza, entremesista de la segunda mitad del XVII, en muchas de cuyas piezas el escribano sale a escena en comparsa con el regidor, replicando al alcalde sus disparates para divertirse («y sigámosle el humor / por no perder este rato»44) o tomando nota de sus memoriales burlescos («Alcalde Tomá papel, tinta y pruma / y escrebid, vos, escribano. / Escribano ¿Qué ha de ser? Alcalde El memorial. / […] Escribano Pues ya aquí todo recado / está, decid»45). En la mojiganga del Mundi nuevo el escribano y el regidor asedian al rústico alcalde con bromas y burlas cuando este quiere preparar un festejo para la Corte. Es el escribano quien se encarga de pagar el artificio y de negociar con un buhonero. Semejante situación se presenta en la mojiganga de La Ronda en noche de Carnestolendas, en la que el alcalde y el escribano discuten por la ronda en que está empeñado aquel para captar personajes destinados a una fiesta en Madrid. En este caso el escribano no solo actúa de comparsa sino que manda, detiene, interroga y da la orden de ejecución de la mojiganga: «¡Pues ténganse!», «¿Quién va allá?»46; «¡Diga quién es!»47; «¡A la justicia se tengan!»48; «Pues a ejecutar, señores»49. Lo mismo ocurre en la mojiganga de Los títeres, en la que, además, el escribano confirma al alcalde, eso sí, burlescamente, previa escritura “notarial”: «En fin, de aqueste lugar / ya sois alcalde perpetuo»50. En otras ocasiones aparece solo cumpliendo su función, como en el entremés de El caballero, en el que actúa, acompañado del alguacil, reclamando sus deudas a un moroso hidalgo cargado de ínfulas, lo que recuerda sin duda al tratado III del Lazarillo, en el pasaje ya citado. Ante la negativa del caballero, el escribano se limita a consignar los hechos: «Mejor será escribir la resistencia»51, y a exigirle sus obligaciones: «El pagar solo es remedio»52; «El remedio es pagar, que aquí no hay otro»53. Resuelve dudas jurídicas a una dama que afirma que el caballero es su marido porque lo “heredó” de una amiga a la que aquel hizo una promesa con un papel. Aunque el caballero esgrime: «¿Cómo, si yo papel tal no la he dado?», el escribano sentencia: «Basta justificar que le ha heredado»54. En el sainete de La casa de dueñas de nuevo han de intervenir alguacil y escribano para exigir licencia a la regidora de un lugar donde se colocan dueñas “fraudulentas” en las casas (ladronas, glotonas, vagas…). No les queda más remedio que llevar presa a la dueña mayor:
Escribano
Porque sin tener licencia
ni fe del contraste,
vende dueñas falsas.
Dueña
Tenga,
que esta es mi carta de examen.
Vusted, mi señor, la lea,
y sepa que viene errado […]55.
El escribano lee la carta de examen que no puede ser más absurda (va firmada por la «madre Celestina») y le perdona la prisión a cambio de un baile. En el entremés de El poeta y los matachines, de nuevo acompañado por el alguacil, viene a ejecutar una orden de ingreso en prisión de un poeta loco y muy malo en su oficio: «¡Venga a la cárcel!». Pero el alguacil le perdonará al poeta la cárcel si da palabra de «no serlo más»56. También dicta sentencia en la jácara de El corcovado de Asturias:
Escribano
Que salga
por el camino ya usado,
como delincuente y como
hombre que nació tan bajo,
hasta que haya dado vuelta57.
Frente a esta especie de justicia burlesca, es significativa la escasa presencia de estas figuras jurídicas en dramaturgos de mayor peso. En Moreto, ya en las décadas de 1650 y 1660, se advierte una presencia menor del escribano, pues tan solo es relevante en dos piezas. En el entremés de Las fiestas de Palacio se repite el motivo del alcalde de ronda con el alguacil buscando una fiesta, esta vez para el nacimiento de un infante, y se les une el escribano que hace de comparsa y contrapunto de las alcaldadas. En El reloj y los órganos, el escribano exhorta a dos alcaldes a resolver ciertos problemas en el pueblo: sustituir al barbero que ha muerto, sustituir a su vez al sacristán, pues el anterior ha abandonado el puesto por lo exiguo de su sueldo, y conseguir un reloj y unos órganos para el pueblo. El examen lo hacen los tres y el escribano cumple su misión, diciendo graciosamente en cada caso: «De que aqueso se infiere, se declare»58. En cuanto a Calderón, cuya obra breve se documenta desde los años 40, aparece un alguacil en el entremés de La rabia, que va a ejecutar un alquiler impagado, como en las mojigangas La Pandera y Los ciegos; y también un escribano en la segunda parte de La rabia, en una cómica escena, rumiando un remedo absurdo del lenguaje jurídico: «Sale con una mesilla, el escribano escribiendo […] Y por cuanto el susodicho / a la susodicha paga, / para el susodicho tiempo / la susodicha libranza, / obliga, en la susodicha / pecunia non numerata»59. Más protagonismo tiene el escribano en La franchota, donde aparece con el consabido alcalde pero desprovisto por completo de sus típicos rasgos satíricos, y en Los degollados, donde actúa de nuevo junto al primer edil en un juicio burlesco a un villano. En El escolar y el soldado, aparece poniendo paz entre dos vejetes alcaldes, sin mayor relevancia. En fin, tras esta cala en autores destacados y secundarios, hay que reconocer que en el corpus entremesil del siglo XVII el letrado y sus variantes no forman parte de los tipos más frecuentes del género, y tampoco fueron siempre personajes cómicos, sino que en muchas ocasiones actúan de modo circunstancial.
Curiosamente, frente a la escasa o irregular presencia de letrados, licenciados y escribanos en el teatro cómico breve y a su limitada comicidad, es de destacar el gracioso desfile de juristas que albergan numerosos villancicos del Siglo de Oro. Hablo del villancico religioso barroco60, composición musical y literaria, en verso, surgida en el mundo ibérico a finales del siglo XVI, cuya forma se fija en el XVII, para llegar a pervivir durante prácticamente todo el siglo XVIII. Escrito en lengua vernácula e insertado en la liturgia, generalmente navideña, y a veces en sustitución de los tradicionales responsorios de los oficios de maitines, uno de sus rasgos conformadores más significativo es su carácter mixto: monologado y/o dialógico, es decir, exclusivamente en una de las dos formas o “mixto”. Así, en muchas de estas piezas suelen intervenir dos o más interlocutores, lo que deja patente su parentesco con formas teatrales como entremeses y bailes entremesados. Estos textos se imprimían en pliegos, que generalmente contenían 7, 8 o 9 villancicos, con la estructura inicial básica «introducción-estribillo-coplas», que fue derivando en otras extranjerizantes en el siglo XVIII61. Para este trabajo, he utilizado el corpus de pliegos del XVII de las tres capillas reales62, un total de 142. La figura del letrado, en sus diversas variantes, aparece en 18 pliegos (10 de las Descalzas Reales, desde 1678; 5 de la Capilla Real, desde 1644; y 3 de la Encarnación, desde 1671) y en un total de 21 villancicos. Su escasa presencia (en poco más del 10% de los pliegos) se compensa con la gracia otorgada a la figura, y la sátira, la originalidad y el encanto del ritmo que ofrecen estas piezas, que se ejecutaban enteramente cantadas. Y no solo se parodia a uno u otro personaje, sino que afloran constantemente tópicos relativos a estas profesiones, como el abusivo coste de los pleitos:
Este mil años cabales
un mayorazgo pleitea,
y porque justicia sea
gasta todos sus caudales.
Si juntara los reales
que el pleito le ha consumido
mayorazgo más lucido
hubiera puesto corriente63.
Vayamos ya a la propia sátira del letrado en una de sus más denostadas vertientes: su avidez de erudición, que resulta perfectamente inútil:
Este es un gran letrado,
que con singular paciencia,
por adelantar su ciencia
los libros ha deshojado.
Se ha muerto, mas no ha medrado,
porque en edad tan ingrata
no vive quien más se mata
ni el sabio es más eminente64.
Sus vicios son equiparables a su desagradable presencia, que se hace notar en el desfile de adoración al Niño:
Entró un letrado muy feo,
salvo mejor parecer,
y dijo: «El Rey que ha nacido
nos dará la mejor ley».
¡Hola y hola, qué!65
Y no podía faltar el baile grotesco; nótese cómo en medio de una danza de calvos, sastres, casamenteras y ciegos, desfila también un letrado:
1.
¡Saca un letrado a bailar!
¡Churumbemos!
Es porque de los casados
nunca se acaban los pleitos.
¡Churumbá!
Ella es la droga en los dotes
y él es la trampa legal.
¡Churumbemos!
Ella esposo al Niño llama
y él del Padre el heredero.
Coro
¡Churumbá, churumbemos!
Y a este baile no traigan
bodas ni textos,
y hoy no se oigan pandectas
sino panderos66.
El afán por obtener ganancias no tarda en aparecer, aquí en metáfora de pesca:
1.
Yo, porque soy pescador,
del letrado me querello,
porque a orilla del bufete
se está pescando el dinero.
2.
Señor mío, no se admire
que caigan en el anzuelo,
que yo tendré mala cara
pero el parecer no es bueno.
Truequen asientos.
1.
Pescador y letrado
son diferentes,
que unos pescan en ríos
y otros en fuentes67.
También tiene cabida en el villancico el desdoblamiento de la figura del “doctor” en galeno/jurista procedente de la commedia dell’arte. Doctores y letrados tiene en común, entre otros defectos, el afán de lucro y la pedantería, que osan reprocharse mutuamente:
Como es Ley y Medicina,
el Niño Dios humanado,
sin medicina ni
ley llega un médico y letrado.
Letrado
Esta noche, a toda ley
nace la jurisprudencia.
Doctor
Que esa Ley es la salud
también lo dijo Avicena.
Letrado
Luego médicos nos sobran,
que cuanto curan enferman.
Doctor
Mas sobran letrados, que ellos
cuanto defienden enredan.
[…]
Letrado
¡Ah, señor doctor!
Doctor
¿Señor licenciado?
Letrado
Desde hoy no hay enfermos.
Doctor
Tampoco habrá baldos.
Letrado
Sí ha de haber, que no pueden
faltar los pleitos
si hay cuñados, maridos,
tías y suegros.
Doctor
Pues tampoco a mí pueden
faltarme malos
donde hay tía, marido,
suegro y cuñado.
Letrado
¡Déjelo el médico!
Doctor
¡Déjelo el bártulo!
Letrado
Que este no es récipe.
Doctor
Ni este es parágrafo68.
Muchos otros versos que por razones de espacio no podemos mostrar parodian al letrado, por lo que pasaré a la burla del escribano, cuya tendencia a apropiarse de lo que no es suyo es su rasgo definitorio en un desfile de oficios:
Uno muy lleno de pluma
vino a la fiesta volando
y sobre dudar si es hombre
hallaron que era escribano.
No se espante, que en esto
muchos dudaran,
porque algunos dijeron:
«Este es araña»69.
Los escribanos al Niño,
que no pierden su derecho,
con todo el poder que tienen
ofrecen un instrumento.
Dueña
Bien parece que al Niño
los cortesanos
le den un instrumento
para templarlo.
Paje
¿Los escribanos, ha dicho…?
Oiga bien, no se confunda.
Dueña
Claro está que para el arpa
han menester buenas uñas70.
En un villancico «de mojiganga», cuyo asunto es «correr el toro», entre los toreros, formados por diversos gremios (sacristán, doctor, sastre, zapatero), no puede faltar el escribano, aquí inventándose causas judiciales, otro tópico antiguo:
7.
Allí va corriendo el toro
y ha cogido un escribano,
que por el tablado arriba
se escapaba gateando.
Por si le hace una causa
al toro luego,
ya le ha dado dos plumas
para el tintero71.
Pero la vis cómica más graciosa del escribano aflora cuando sale en pareja. Sus acompañantes más típicos son el sastre, el sacristán y el alcalde. El sastre le acusa de sobornos y de extorsión:
Un sastre y un escribano
pan pedían a la par,
sobornado y de la hilera
de en medio a los dos les da.
«El de la hilera es mío,
seo secretario,
tomé usted —dijo el sastre—
el sobornado.»72
[Sastre]
Señor, aunque yo soy sastre,
del escribano me quejo,
porque yo ajusto jubones
mas él ajusta el coleto.
[Escribano]
Es verdad que la medida
les tomo por el proceso,
mas entre escribano y sastre
no sé quién tiene buen pleito73.
Cuando sale a escena con el sacristán, se acentúa la vestimenta ridícula del escribano, su condición de ladrón y sus falsos testimonios:
Un escribano de gorra,
de bonete un sacristán,
mano a mano, aunque riñendo,
se han metido en el Portal.
Oigan el vejamen todos,
que se vienen ahora a dar,
queriendo decir mal, bien,
quiera Dios no sea bien, mal.
1.
¡Ah, señor don Parce mihi74!
2.
¿Qué me quiere el gavilán75?
1.
Que si ha hecho un villancico
para esta Navidad
2.
No puede faltarme, aunque
yo le quite del altar.
1.
Eso en usted no es milagro.
2.
Y en usted es natural,
pues con licencia del Rey
hurta como se ha de hurtar.
[…]
No le tañen ni le tocan
oficios del sacristán,
pues no toca un escribano
ni tañe sin arañar.
1.
De este santo Nacimiento
la fe me ha tocado dar.
2.
Siendo de escriba la fe,
de su muerte la dará.
1.
¿Cómo en lo que yo signo
puede haber dolo?
2.
Porque suelen ser falsos
los testimonios76.
Con el alcalde forma otra hilarante pareja, que da un paso más en la clásica del entremés, donde el escribano solo era una comparsa del alcalde. Aquí el alcalde convoca a «todo Gil y todo Bras» a jurar al Niño Jesús:
Para llegar se apresura
el escribano por qué
en Belén ha de hacer fe,
que hoy se cumple la Escritura.
Y el alcalde, que se apura
de que en bailar hagan pausa
dijo que había harta causa
que desterrara al lugar77.
Cierro esta selección con un curioso villancico que va más allá del mero desfile paródico de adoración al Niño. Se acusa a estos oficios públicos de aprovecharse del pueblo en lugar de servirlo, a través de la corrupción y la prevaricación, y se invoca, como último remedio el divino, que el Niño Jesús los cure, por el bien de los «pequeños». Nótese lo lejos de lo piadoso que están estos versos:
1.
Curará muchos letrados
de algunas trampas legales;
curará los oficiales78,
que son de todos estados;
y porque están apestados
curará a los maldicientes,
y a los que fingen parientes,
que es contagio que se pega.
¡Vengan, vengan cuantos buscan
remedios a sus dolencias!
2.
Curará muchos oidores79,
porque están faltos de oídos;
curará algunos vencidos
del achaque de señores;
curará también dolores
de poetas y escribanos,
que unos lo han de las manos
y otros lo han de la cabeza.
¡Vengan, vengan cuantos buscan
remedios a sus dolencias!
3.
Curará a los pequeñicos
porque están en mal estado;
curará el mal de cuñado
en ociosos mozalbillos;
curará en los villancicos
todo cuanto malo hubiere,
y al que no los entendiere
perdonará su inocencia.
¡Vengan, vengan cuantos buscan
remedios a sus dolencias!80
La parodia del letrado, del escribano y de otros oficios relacionados con la justicia mantuvo una línea satírica que va desde las Danzas de la Muerte hasta los villancicos de finales del siglo XVII, alcanzando su punto álgido en la obra de Quevedo. Sorprende que el teatro cómico breve, que recogió el guante de la sátira de decenas de oficios que poblaron Los Sueños, a su vez procedentes de la tradición de otros géneros jocosos (véase el médico, el sacristán, el sastre, el astrólogo), no supiera explotar (salvo el caso aislado de Quiñones) la veta satírica de estas figuras social y literariamente denostadas. Sin embargo, los villancicos, en la mayoría de los casos anónimos y en todo caso fruto de la pluma de entremesistas o maestros de capilla81, recuperaron la gracia, la frescura y la sátira, si bien no corrosiva, de aquellos otros textos a los que hemos dedicado nuestra atención. Recientemente he planteado una taxonomía de los personajes del villancico barroco82, a partir del cual se puede proceder a estudios a fondo de tipos concretos, como es el caso del letrado, con el fin de contribuir a perfilar tan florido elenco y a establecer la relación de aquellos con la realidad social y con el contexto literario de su tiempo.