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Narración espiritual y digresiones moralizadoras: un análisis de coloquios y descripciones sobre un monasterio cisterciense en Alonso, mozo de muchos amos (1624)*
Spiritual Narration and Moralizing Digressions: An Exam of Conversations and Descriptions about a Cistercian Monastery in Alonso, mozo de muchos amos (1624)
Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 10, núm. 1, pp. 79-92, 2022
Instituto de Estudios Auriseculares

El monacato femenino en América y en España


Recepción: 20/12/2021

Aprobación: 28/03/2022

DOI: https://doi.org/10.13035/H.2022.10.01.07

Resumen: Este ensayo propone examinar cómo en un capítulo concreto de la obra más conocida de Alcalá Yáñez y Ribera se combinan partes dialogadas, recursos dialécticos y reflexiones moralizadoras para narrar sobre un monasterio de monjas del Císter. Para ello, se profundizarán los aspectos más llamativos en relación con la figura del protagonista en el marco de la picaresca, la relevancia de los coloquios con un vicario y el tratamiento de lo eclesiástico en Alonso, mozo de muchos amos.

Palabras clave: Alcalá Yáñez y Ribera, Alonso, mozo de muchos amos, monacato femenino, picaresca, recursos dialécticos.

Abstract: This essay proposes to analyse how dialogic elements, dialectic techniques, and moralizing reflections combine themselves in Alcalá Yáñez y Ribera’s most famous novel to narrate about a Cistercian monastery. In order to do it, the most remarkable aspects related to the protagonist in the picaresque setting, the importance of the conversations with a vicar, and the argumentation about ecclesiastic topics will be examined.

Keywords: Alcalá Yáñez y Ribera, Alonso, mozo de muchos amos, Dialectic techniques, Female monasticism, Picaresque.

Introducción

«Si de uno de ellos [los pícaros] se puede decir, más que de ningún otro, que se pierde por hablar, ese es Alonso». Así Rodríguez Cáceres1 definió un rasgo clave del protagonista de Alonso, mozo de muchos amos. Aquella elocuencia, que a menudo se convertía en pedantería y afán de formular predicaciones de sesgo ético-moral, vertebraba buena parte de las conversaciones entre el donado de un convento y su vicario. Dicho diálogo no parece reflejar aquel dinamismo que leemos en los coloquios de obras que se consideran pertenecer a la picaresca tradicional, lo que impulsó a Zamora Vicente a afirmar que, en realidad, era «verdadero monólogo (ya que las interrupciones son solamente las imprescindibles para mantener viva la novela)»2

Con todo, quizá sea posible percibir atisbos de desarrollo psicológico, especialmente cuando Alonso admitía ser un entrometido y un insolente en unos pasajes concretos de la novela3, pero ya en el prólogo nos percatamos de una escasez en lo que concierne a las características referidas a la personalidad del protagonista4. Al parecer, la extensión de la obra no compensa la penuria de rasgos narrativos que darían una cierta originalidad a la misma —en especial, si la comparamos con la picaresca canónica—5. En este sentido, aun lo picaresco queda supeditado al peso moral de la obra, y sirve de «pretexto para pasar revista crítica a los diversos estamentos de la sociedad», sin olvidar que el talante satírico «tiene un importante fondo religioso»6.

La religiosidad, en efecto, juega un papel protagónico en la obra, y Maravall quiso subrayar este aspecto al insertarlo en el marco social de la época, siendo tema de debate candente:

[Alcalá Yáñez] condena a aquellos que en las iglesias asedian a las mujeres, galanteándolas y provocando a deshonestidad o, cuando menos, a impropia desenvoltura […] La interdicción que la moral fundada en la religión, la sacralidad del templo, los votos que las mujeres de estado religioso llevaban consigo, en materia sexual, era un acicate para la lucha […] Claro que, en parte, se trata de una línea que viene de la literatura medieval de los clérigos trotamundos, de los goliardos, del Arcipreste de Hita, de Rabelais, etc. Pero hay una novedad que altera su carácter: la que llamaré sedentarización del tema, porque se da ya no entre desplazados, sino entre gente de la ciudad, con su inserción en los comportamientos de una sociedad establecida7.

A todo ello debemos añadir otro elemento imprescindible vinculado con la espiritualidad que impregna la novela en cuestión y, en general, el corpus literario de Alcalá Yáñez: su experiencia con las órdenes religiosas. El escritor estudió latín con un jesuita y, posteriormente, arte y teología en el convento de los dominicos de Segovia; sobre todo, llegó a conocer a Juan de la Cruz, del que pudo aprovechar sus clases de teología8. Aquellos acontecimientos no hicieron mella únicamente en el estilo con el que componía sus creaciones, sino incluso en el contenido de sus reflexiones y amonestaciones. En el caso de Alonso, mozo de muchos amos, el protagonista fue el portavoz de aquella actitud predicadora que, además, revelaba una ideología conformista y conservadora atribuible a Alcalá Yáñez9.

En definitiva, el protagonista de una novela que se escribió cuando el autor había alcanzado la edad aproximada de 53 años10 fue un trasunto fiel de la Weltanschauung del autor y fruto de una madurez que había conseguido con sus lecturas, su formación de sesgo espiritual y los años de su actividad como médico. Dicha madurez no entrañaba una ambición revolucionaria o un intento de superar en calidad las biografías picarescas más conocidas, sino que expresaba el deseo de demostrar los conocimientos del escritor, tanto laicos como religiosos, desde una perspectiva que aspiraba al mantenimiento de valores ético-morales que ratificaban la jerarquía social española. Así, se justificaban las desigualdades económicas y sociales entre los distintos estamentos, porque eran manifestaciones de una voluntad divina11 y, por ende, el rol de Alonso consistía en recordarle al lector lo que para Alcalá Yáñez era verdad irrefutable.

A la luz de ello, conviene detenernos en apreciar cómo las palabras del donado de un convento pretendían persuadir a los pecadores, si bien fracasaban con frecuencia, y cómo articulaban los discursos de variada naturaleza.

Los coloquios

Conforme a lo que se ha comentado en el apartado anterior, a menudo los intentos de convencer a la comunidad a que no cometiera pecados eran infructuosos. No es casual que en la novela aparezca cuatro veces la expresión «predicar en desierto», según los casos en que el protagonista viera sus esfuerzos frustrados. Cea consignó categóricamente que, «frente a la vida de los pícaros, la de Alonso aparece como una cadena de fracasos». Según el ensayista, sería justamente el poco éxito de sus disertaciones lo que le indujera a cambiar de estrategia y a optar por el silencio en la segunda parte de la novela12.

Sin embargo, en cuanto a la primera parte, la narración se fundamenta en el anhelo de Alonso por amonestar y aleccionar, alejándose, así, del patrón picaresco:

Si en la obra de Mateo Alemán se mantiene el equilibrio entre el aspecto picaresco y el doctrinal, en la de Alcalá Yáñez, el fiel de la balanza cede ante la enorme cantidad de doctrina frente a la actitud propiamente picaresca de Alonso. El autor acentúa el matiz crítico-moralizador a base de infinidad de ejemplos religiosos y profanos, de historietas, de cuentos y apólogos que proceden de las más variadas fuentes13.

Claro está que la cantidad abrumadora de información ajena a la trama de Alonso, mozo de muchos amos, que se va desgranando de forma dialógica y en muchas ocasiones ampliando las fuentes originales, dilatando el tiempo de la narración14, constituye el verdadero núcleo de la obra.

Habitualmente, los especialistas del siglo anterior solían considerar los coloquios en la obra como un mero expediente para permitir que, en palabras de Sobejano, la «locuacidad crítica»15 de Alonso criticase el entorno social, de ahí que las conversaciones se clasificaran de monólogos con escuetas interrupciones por parte de los interlocutores del protagonista16. No obstante, Sieber elogió el recurso dialógico y lo vio como lo más innovador de la novela, opinando que dichas interrupciones suponían una novedad significativa. La conversación, pues, «bestows a sense of presence, of “here and now” to Alonso’s past life»17, convirtiéndose, así, en marcador temporal que distingue dos tipos diferentes de narración. Concretamente, podemos diferenciar entre novela-diálogo y novela-autobiográfica, aproximándose, así, al planteamiento diegético del Coloquio de los perros (1613) de Miguel de Cervantes, tal como nos recuerdan Sevilla Arroyo18 y Donoso Rodríguez19.

Sin embargo, este matiz de las pláticas quizás no sea lo más relevante de la novela. Como escribió Sobejano, «hablando a su interlocutor, Alonso se desvía a menudo de su relación para ensartar anécdotas y cuentecillos, leyendas y fábulas, o reflexiones sobre la caridad, la medicina, la hipocresía, la muerte»20. De forma más visualmente impactante, el texto de Alcalá Yáñez se puede catalogar de «novelarío, que, afluyendo a su cauce principal de manera natural multitud de historias, anécdotas y fábulas, tiene por desembocadura el mar tranquilo del recogimiento religioso, apartado del espectáculo que el mundo ha ofrecido a su protagonista»21.

Esto significa que los aspectos dinámicos que supondrían un desarrollo diegético se ven diluidos en extensas elucubraciones que sustituyen el acto de relatar sobre los acontecimientos, en este caso, del pasado de Alonso. Su «manía aconsejadora»22 y el hecho de que, a pesar de sus virtudes, actuara en contra de lo socialmente aceptado (reprehendía directamente a los blancos de sus amonestaciones, rompía el silencio en lugares que fomentaban una vida sigilosa, como los conventos y los monasterios, o juzgaba a sus amos), hizo que perjudicase su posición frente a los demás y, en consecuencia, «termina siempre viendo fracasar sus consejos y, con ellos, sus sucesivos esfuerzos por lograr bienestar y protección»23.

Su condición de aislamiento y/o alejamiento solían derivar de sus sermones y de la imposibilidad de frenar su instinto para entremeterse en asuntos ajenos. Obtuvo un resultado similar en la parte de la novela que nos interesa, como veremos ahora.

Devoción y reproches

Al examinar el capítulo X de la novela, que concluye la primera parte de la misma, Donoso Rodríguez nos resume que Alonso, tras sufrir una injusta expulsión de un monasterio femenino en el que sirvió con diligencia y esmero, critica a las hermanas con fuerza por la decepción que implicó su decisión. No obstante, al principio asistimos a una alabanza de la vida monástica que coincide con la importancia que Alonso/Alcalá Yáñez da al mundo eclesiástico, como se aprecia en el pasaje conclusivo de la segunda parte, en la que elogia a trinitarios y mercedarios por dedicarse a la repatriación de los cautivos cristianos en Argel24.

De todas maneras, los ataques al mundo clerical no parecen tener la misma vehemencia que la que leemos en el Lazarillo de Tormes. Al ser anónima, las invectivas podían ser mucho más feroces que en textos cuyos autores eran conocidos y, por tanto, podían padecer censura y condena más fácilmente. Por esta razón, «Alonso se muestra muy parco en la relación con los miembro de la Iglesia»25.

Aun así, nos sorprende cómo el capítulo que analizamos ahora presenta oscilaciones en términos de puntos de vista y de recursos diegéticos, aunque esto figure en momentos puntuales de la obra, mientras que en otros se respetan las convenciones estilísticas de los demás capítulos. De hecho, el comienzo se corresponde con el que suele aparecer en el resto de la obra; Alonso empieza con un vocativo, «padre vicario26», que también figura en la apertura de los capítulos IV, VII y VIII, y sirve para enfatizar una reflexión reprochadora. Notamos un parecido contundente con el principio del capítulo VII (Tab. 1).

Tab. 1.
Cotejo de los comienzos de los capítulos VII y X de Alonso, mozo de muchos amos

Aquí, lo que observamos es la reiteración del concepto de penas que el ser humano padece. En ambos fragmentos se utiliza la palabra trabajos, y en sendos casos se trata de ponderaciones referidas a la condición del protagonista: no tienen carácter general, aunque sí se aprecia una traslación desde lo individual hacia lo global. El sufrimiento de Alonso es el sufrimiento de la humanidad —o más bien del varón, teniendo en cuenta las reprimendas misóginas que pululan en la novela—. Si bien las penas y los castigos a los que se enfrenta el protagonista recuerdan a aquellos que se mencionan en el ámbito de la estética picaresca, cuyo ejemplo antonomástico es el Guzmán de Alfarache, aquí no se da lugar al proceso pecado = redención. Con frecuencia Alonso sufría a causa de otros y no por ser directamente culpable.

Otra prueba de ello en el mismo capítulo es su llegada a Sevilla. El desplazamiento marca la separación con la consideración inicial y da comienzo a la narración, que enlaza con el capítulo anterior. A tal propósito, cabe subrayar que, a pesar de visitar las ciudades que eran habitualmente el destino de muchos pícaros literarios, Alonso sí comparte con ellos la necesidad de sobrevivir, pero los medios a los que recurre para conseguir dicho objetivo son diferentes. Personajes como Rinconete y Cortadillo, Guzmán, Justina, Pablos, etc. prefieren ingeniárselas holgazaneando y viviendo de pequeños delitos, contrariamente a la actitud de Alonso, quien se dedica a muchos oficios27. Precisamente la búsqueda de medios de subsistencia determina la narración de este pasaje del capítulo y produce el encuentro del protagonista con el vicario de un monasterio de monjas.

A la vista de todo lo que se ha comentado al respecto, queda claro que, a la hora de relacionarse con representantes de distintos estamentos sociales, nuestro personaje creaba situaciones de conflicto, más que de conciliación, pues no podía huir de su propia naturaleza: por un lado, su curiosidad impulsiva le inducía a intervenir en todo asunto con impertinencia y voluntad sermonaria y, por otro, era proclive a regañar a toda persona que adoleciese de avaricia, lujuria, vagancia, deshonestidad, etc. Aun así, no se puede elidir del examen de su personalidad la inclinación por la disciplina, el buen porte y el trabajo duro con la que se disponía a desempeñar sus ocupaciones. Lo ratifica él mismo, al aceptar la propuesta del vicario a ser mancebo del mencionado monasterio28: «En cualquiera cosa que me quiera ocupar lo sabré hacer con mucha diligencia […] Yo iré donde vuesa paternidad me mandare»29. Hasta este punto, podríamos comparar las vicisitudes de Alonso con las de cualquier pícaro del siglo xvii, salvo quizás el hecho de que la declaración de dedicarse con ahínco a las labores asignadas fuese veraz.

Avanzando con el episodio monjil, notamos un dato relevante acerca de la onomástica de nuestro personaje. El vicario, mientras los dos se dirigían hacia el monasterio, le preguntaba a Alonso su nombre, y se entabla así una conversación con tintes paremiológicos: «¿Cómo os llamáis, hermano?». «Mi nombre, padre —le respondí—, es Alonso». «Así seáis vos como el nombre tenéis —replicó el vicario—, pero suélese decir que no corresponden con las obras»30. Ahora bien, la réplica referida al nombre posiblemente proceda de un refrán que recoge Correas: «Pregonar vino y vender vinagre. Dícese de los que dan buenas muestras y palabras y no corresponden con las obras»31.

El acto de asociar a Alonso con el sujeto principal de muchos refranes conocidos de la época hizo que Cea considerase un acierto haber elegido este nombre para el protagonista de su obra, pues «Alonso corría de boca en boca y tenía un significado especial en la mente del hombre de la calle»32. Desde luego, en lo que concierne a la trama del libro, llevar un nombre tan popular podía acarrear consecuencias negativas, ya que dicha notoriedad procedía de la mala fama que había adquirido en los dichos del vulgo. Al parecer, la desconfianza de la que sufría el personaje no se debía únicamente a su impertinencia, sino también a su nombre. Tal vez no fuera casualidad que la elaboración que realizó el vicario del famoso dicho figurase casi en el desenlace de la primera parte de la novela.

Más allá de tener función proléptica, al anticipar la expulsión del monasterio por difidencia, la referencia al no creer en las palabras de Alonso cierra el círculo narrativo que había empezado con el primer amo que tuvo, un clérigo que era hermano de su madre y que le trató mal, hasta el punto de mantener una actitud rencorosa al recordar lo que padeció: «Cuando por mi desdicha se me acuerda dél y de su ama, pierdo los estribos de la paciencia, representándoseme su mal tratamiento y lo mucho que pasé en su casa, sin tener ningún género de alivio»33. Una amargura similar la observamos tras la experiencia en el monasterio, como veremos a continuación.

No obstante, cuando había de juzgar la vida monástica masculina, no dudaba en realzar los aspectos esenciales de la misma. Concretamente, contemplando a los seis frailes que estaban sentados en el comedor, afirmó lo siguiente:

Estúveles mirando y consideré el modo de las religiones, su manera de proceder y término, y cómo aun de lo que es sustento ordinario saben sacar mérito y aumento de nuevos bienes, bendiciendo a Dios, que tiene cuidado de acordarse dellos dándoles con liberal y generosa mano lo que es suficiente para su vida: no de la suerte que otros van a la mesa, que imitando a las bestias se sientan a ella sin hacer memoria del bien que reciben […] y están otros sin número virtuosos y buenos que, por no tenerlo ni con qué comprarlo, se holgaran de satisfacer su necesidad y hambre con la tercia parte que a ellos les sobra34.

Lo que se colige de su discurso es la exaltación patente de la doctrina que se fundamenta en la eutrapelia aristotélica, cuyos valores de moderación y frugalidad se ponen de relieve en ese fragmento. Incluso el insistir en las cantidades a modo de parangón entre la gula de los viciosos y la sobriedad de los frailes («otros sin número», «con la tercia parte») participa de ello. El contraste se intensifica, además, al hablar de la magnanimidad divina que tutela a los religiosos y de la bestialidad de los pecadores. Se evidencia la discrepancia de comportamiento entre mundo laico y mundo monástico, lo que en la segunda parte de Alonso, mozo de muchos amos sería uno de los motivos clave del optar por una vida de ermitaño.

En cuanto a la discordancia principal respecto de otros amos que sirvió, aquí se establece una relación de confianza sin reservas, tal como lo explicita el vicario: «En verdad, Alonso, que tenéis cara de hombre de bien, y que en ella mostráis no haber de hacer ninguna vileza; y por eso por agora no trato de pediros quien os fíe»35. Asimismo, su tarea de adornar los altares le sirve de excusa para reprochar a aquellos que hablaban durante la celebración de las misas. Paradójicamente, pues, era él quien acallaba a los demás. El rol de hablador impertinente se invertía y el protagonista esa vez invitaba al silencio. El interlocutor de la novela coincidía con él, no le reprochó y decidió avalar su crítica hacia los que conversaban impunemente en las iglesias con una anécdota graciosa. He aquí, pues, la diferencia principal respecto de otros coloquios: al tocar temas espirituales, se justifica la actitud reprensora de Alonso, quien de inmediato demuestra su apoyo por las órdenes religiosas y, por ende, ratifica la confianza que le otorga su nuevo amo.

El conjunto de eventos relatados, refranes, anécdotas y rasgos dialogísticos se pueden sintetizar en un solo modelo de narración que, pese a las diferencias antes mencionadas, puede valer para buena parte de la novela:

  1. 1. Invocación e invitación a seguir con la plática.
  2. 2. Narración en clave analéptica.
  3. 3. Interrupción del interlocutor a modo de complemento de lo narrado por el protagonista.
  4. 4. Formulación de una consideración de tipo moralizador (con frecuencia), didáctico o como sugerencia por parte del interlocutor.
  5. 5. Anécdota, fabliella (cuento popular), fábula o apotegma que corrobore la reflexión del interlocutor.

Adentrándonos en el capítulo, leemos una nueva disertación sobre otras representantes del universo monacal: las monjas36 o, como las define nuestro escritor, «las aprisionadas por el Señor», cuya denominación, según Donoso Rodríguez, revela un juego de palabras entre la acepción física de la expresión, al vivir en celdas, y la metafórica, al ser prisioneras del amor a Dios37. Nuevamente Alonso lucía por su celo en realizar los trabajos que le asignaban. Su entusiasmo se debía a que «es obra meritoria el servirlas y acudir a sus continuas necesidades, que es forzoso haberlas de tener»38. Tras este íncipit encomiástico, el siervo del monasterio desarrolló una glorificación de virtudes que manifestaba, a la vez, su admiración por una vida en reclusión contemplativa y su paciencia en soportar ciertas impertinencias, que encontraban su justificación al ser fruto de mujeres:

Está preso en la cárcel uno por salteador, sacrílego, homicida, infiel, y deste tal es obra de caridad apiadarse […] y ¿no será servicio agradable a Dios el favorecer a quien por su virtud y bondad, no por delitos, sino para agradar a Dios y servirle con más perfección, se emparedaron y metieron detrás de dos rejas? […] El considerar esto me ponía espuelas para acudir a cuanto me mandaban y a sufrir algunas prolijidades, que, como mujeres, no pueden dejar de tenerlas y de justicia el que las sirve las ha de llevar con particular paciencia, pues si tienen pies no pueden andar, y si manos, aprisionadas ¿de qué pueden servir?39

Estas consideraciones chocaban con lo que en el pasaje anterior era motivo de halago, es decir, el irrefrenable deseo de ocuparse de asuntos ajenos por parte de Alonso, que en aquel contexto se consideró útil y provechoso por ir en contra de los que hablaban durante las funciones litúrgicas. Al fin y al cabo, no podía huir de su «natural condición» y cometió un acto lamentable, que fue el de horadar la pared de su cuarto para oír y ver lo que se debatía cuando las monjas «se juntaban cada semana a capítulo»40. A ello hacen de contrapunto las cualidades de la abadesa, cuya plática dejó impresionado al mancebo indiscreto:

Y sentada la abadesa con sus monjas a capítulo, después de haber dicho cada una sus faltas y culpas (de que ellas hacían mucho caudal, siendo verdaderamente tan ligeras que con agua bendita podían perdonarse), comenzaba la madre abadesa su exhortación y plática, tan bien dicha y con tan buena gracia que la pudieran oír los más curiosos y presumidos en la retórica […] pues cuanto más apartadas y retiradas del siglo son más combatidas y perseguidas del demonio, siendo condición suya procurar derribar y echar por el suelo los más altos y fuertes torreones, para quien con mayores veras apunta y asiesta su artillería, teniendo por mayor gloria la conquista de lo más dificultoso y difícil de alcanzar. Traíales a la memoria las promesas que hicieron, el premio cierto que esperaban, debido con justo título al animoso pecho con que dejaron los regalos del mundo41.

Las palabras de Alonso se iban hilando con fluidez, entretejiéndose con algunos recursos dialécticos, lo cual confirma la buena formación que recibió Alcalá Yáñez, como la enumeratio de las virtudes, la analogía militar y el énfasis en la humildad que ostentaban las hermanas, declarando faltas y pecados que en realidad eran culpas muy leves.

Asistimos, pues, a un segundo modelo estructural que el autor maneja para hablar sobre el universo eclesiástico:

  1. 1. Interrogatio retórica.
  2. 2. Narración en clave analéptica.
  3. 3. Descripción minuciosa con interpolaciones reflexivas.
  4. 4. Uso abundante de recursos dialécticos.
  5. 5. Extenso elogio vs amonestaciones.
  6. 6. Interrupción de la narración en aras de un discurso moralizador extradiegético: frases interpoladas que refuerzan la argumentación.
  7. 7. Aprobación por parte del interlocutor.

Asimismo, el contar sobre la vida monacal, junto con las reflexiones en torno a la profesión del médico y, en general, de los oficios a los que se dedicaba, podría clasificarse de narración de sesgo burgués42.

Tras la fase de los enaltecimientos, sin embargo, se pasa a la de las reprimendas. Con un giro argumental relevante, aunque anunciado por las «prolijidades» mujeriles que hemos comentado anteriormente, acontece aquello que produciría el abandono del monasterio y la sucesiva acogida por parte del vicario, que fue el interlocutor de todos los diálogos con Alonso. Este, pues, al dejar su servicio temporalmente por curarse de unas fiebres, regresando a su oficio descubrió haber sido sustituido por otro joven, sin que nadie le hubiera avisado de ello. De ahí que decidiera desahogarse con el vicario que le amparó tras la expulsión del monasterio:

Yo, pues, padre, pasaba todas estas pesadumbres lo mejor que podía, a veces con paciencia, otras sin ella, no me descuidando de acudir al servicio de mis monjas con la puntualidad que podía, hasta que a causa de unas tercianas que me dieron me fue forzoso haberme de ir a curar a un hospital […] quise hacer libro nuevo y volverme con mis religiosas y servirlas como un esclavo […] Pero en viendo que vieron volver las espaldas, volvieron sus mercedes la voluntad, metiendo en mi lugar un mozuelo natural del pueblo y sobrino de un fraile de casa, que ocupó mi prebenda; y aunque yo alegué en mi abono mis pasados servicios, no me fueron de provecho, dando por desculpa el haberlas yo dejado y que me habían tenido por muerto; demás que no era justo despedir al que tenían recibido43.

Tal vez sea esta la parte que más empatía suscitaría. La salida definitiva del monasterio no fue por su mal comportamiento, sino por la falta de agradecimiento de las monjas a las que sirvió con tanta dedicación. Hizo hincapié en ello al expresar su voluntad de trabajar incluso más que antes, que se vio frustrada a raíz de la decisión de las monjas. A Alonso no le quedaba otra solución que la de marcharse y luego encontrar consuelo platicando con el vicario. En cuanto al hilo narrativo que entrelaza los diferentes capítulos, se manifiesta en diferentes niveles la circularidad de la narración. Ya se ha mencionado la conexión con las primeras páginas de la obra, en las que el rencor que sentía Alonso encuentra su correspondiente en el episodio de las monjas. Por añadidura, la ingenuidad y la confianza jalonan las decisiones de Alonso en cada momento importante de su vida, coadyuvando el elemento cíclico en apertura y cierre de todo evento. Finalmente, la espiritualidad sigue un patrón radial, tal como se aprecia en las estructuras retórico-estilísticas que se reiteran a lo largo de los capítulos. En sintonía con ello, los topoi literarios que pertenecen al armazón retórico de la obra reaparecen en la conclusión de la primera parte. En particular, el principio de vanitas vanitatum et omnia vanitas, de origen sapiencial, concluye las peripecias de Alonso y será el leitmotiv de la condición de ermitaño en la segunda parte: «Al fin, padre, enfadado ya de conocer tantas y tan varias condiciones y echando de ver la vanidad del siglo, sus locas pretensiones; deseando tomar estado que fuese para mí, ya que no de alivio (porque en este valle de lágrimas no le puede haber)»44. El primer abandono de la vida mundana y el consiguiente ingreso en el monasterio ocurrió cuando Alonso alcanzó una edad madura, es decir, cerca de cuarenta años45. Se trata de un dato que le confiere realismo a la obra, ya que la madurez interior (espiritualidad y valores morales) coincide con la exterior (edad).

A modo de conclusión

Tras esbozar un breve recorrido en torno a la figura del hablador Alonso y a la estructura conversacional de la obra que escribió Alcalá Yáñez, hemos puesto de relieve la distinción entre los temas tratados en Alonso, mozo de muchos amos, dado que queda evidente cómo el ámbito eclesiástico se desarrollaba de manera diferente, conforme a las preferencias del escritor. Amén de ello, se aprecia cómo aquellas monjas cistercienses destacaban por un cierto dinamismo de personalidad, que determinaba una distinción notable con otros personajes modélicos de la novela. En efecto, sus decisiones produjeron primero admiración y luego indignación en Alonso. Como se ha examinado antes, la diferenciación tipológica entre los actores del mundo eclesiástico y los representantes del mundo laico involucra aun la propia estructura diegética del texto que, de acuerdo con nuestro análisis, se caracteriza por una evidente circularidad. Es posible que esto sea un reflejo de la ideología de Alcalá Yáñez quien, pese a sus tendencias conservadoras y conformistas, no pudo eliminar de su creación un argumento que para él era de una importancia y actualidad fundamentales, esto es, la conducta (supuestamente) edificante de los miembros de las órdenes religiosas, en particular, de aquellos y aquellas que llevaban una vida caracterizada por la espiritualidad y el sigilo monásticos.

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Sobejano, Gonzalo, «El pícaro hablador» y otros estudios sobre prosa narrativa del xvii, Madrid, Cátedra, 2020.

Valbuena Briones, Ángel, «Burguesía y picaresca en Alonso, mozo de muchos amos», Arbor, 83, 1972, pp. 333-339.

Wicks, Ulrich, Picaresque Narrative, Picaresque Fictions. A Theory and Research Guide, New York, Greenwood Press, 1989.

Zamora Vicente, Alonso, Qué es la novela picaresca, Buenos Aires, Columba, 1970.

Notas

* Esta aportación se enmarca en las líneas de investigación del Grupo de Investigación Reconocido «Humanistas» (HUMTC) de la Universidad de León (España), del que el autor es colaborador
2. Zamora Vicente, 1970, p. 62. Alfaro opinó lo mismo, sosteniendo que «la función del interlocutor se reduce a participar solo para animar a Alonso a que continúe su historia» (1977, p. 120).
4. Se trataría, pues, de un prólogo que se aglutina en la categoría de paratextos picarescos que «carecen de pretensiones ideológicas y estilísticas» (Laurenti, 1971, p. 40).
5. Wicks postula que deja al lector experimentado, es decir, el que ya conocía el Lazarillo de Tormes y el Guzmán de Alfarache, muy decepcionado: «Alonso, mozo de muchos amos is likely to strike the reader from Lazarillo or Guzmán as a dress rehearsal of picareque conventions, waiting for a performance that never takes place» (1989, p. 90). Más duro fue el juicio de Mancing: «Probably no other Spanish picaresque novel (except Martí’s continuation of Guzmán) is more boring or badly written. The work is clearly presented as a part of the genre of the picaresque, but it adds virtually nothing to the tradition» (2015, p. 52).
14. Sobre el proceso de amplificatio, léase Arciello, 2020, pp. 244-248. Sobre la dilatación temporal, consúltese Prieto de la Iglesia, 1996.
16. Ya Sevilla Arroyo en su día comentó que la alabanza de los diálogos «es postura, a decir verdad, bien poco aplaudida. Mucho más común es la actitud condenatoria» (1984, p. 258).
28. Aunque la acción se desarrolla en un monasterio cisterciense, en la nota explicativa del editor se utiliza la palabra «convento», puesto que es el término que adoptaron los ensayistas mencionados. Nosotros preferimos elegir «monasterio», al no tratarse de religiosas, sino de monjas, pese a que el propio Alonso las denomine religiosas. Ver Alcalá Yáñez y Ribera, Alonso, mozo de muchos amos, p. 456.
36. Se trata de la orden cisterciense, cuyos conventos sevillanos podían ser o el de San Clemente el Real o de Santa María de las Dueñas. Alonso se refiere a las monjas como «religiosas bernardas». Estos datos se pueden leer en una nota a pie de Alcalá Yáñez y Ribera, Alonso, mozo de muchos amos, p. 456. Léase la nota anterior acerca de nuestra elección del término monasterio.
45. El cálculo de sus años lo ha realizado Donoso Rodríguez, 2021, pp. 536-539.


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