Sección indiana

La epidemia de cocoliztli (1576) en el teatro de Fernán González de Eslava

The cocoliztli Epidemic (1576) in the Theater of Fernán González de Eslava

Antonio Lorente Medina
UNED, España

La epidemia de cocoliztli (1576) en el teatro de Fernán González de Eslava

Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 11, núm. 1, pp. 805-818, 2023

Instituto de Estudios Auriseculares

Recepción: 03 Febrero 2023

Aprobación: 10 Marzo 2023

Resumen: El presente trabajo estudia tres aspectos fundamentales en el coloquio XIV de Fernán González de Eslava. El primer aspecto revisa los numerosos testimonios escritos que causó la epidemia de cocoliztli en México, y los abundantes esfuerzos infructuosos de los médicos novohispanos por atajarla. El segundo aspecto muestra el paralelismo entre los documentos oficiales y los argumentos de Eslava cuando compuso su obra dramática. Y el tercero, fecha definitivamente la representación del coloquio durante el novenario de la Virgen de los Remedios (1-9 de septiembre de 1577).

Palabras clave: Epidemia, mortandad de indios, carestía, empobrecimiento, medidas oficiales, providencialismo religioso, regalismo político, intervención milagrosa.

Abstract: This paper studies three fundamental aspects of Fernán González de Eslava’s colloquy XIV. The first aspect reviews the numerous written testimonies that caused the cocoliztli epidemic in Mexico, and the abundant unsuccessful efforts of the Novo-Hispanic physicians to stop it. The second aspect shows the parallelism between the official documents and Eslava’s arguments when he composed his dramatic work. And the third, it definitively dates the representation of the colloquy during the Novena of Virgin of Remedies (September 1-9, 1577).

Keywords: Epidemic, Indian mortality, Famine, impoverishment, Official measures, Religious providentialism, Political royalism, Miraculous intervention.

Algunos cronistas del siglo XVI, como Dávila Padilla, afirmaron que la epidemia que asoló la Nueva España entre 1576 y 1580 1 fue la enfermedad más grave de cuantas azotaron la población indígena en el siglo XVI. No sé si es posible sustentar dicha afirmación. Lo que sí es seguro es que fue la que originó más testimonios históricos. Cronistas franciscanos, dominicos y mercedarios, crónicas jesuitas 2, relaciones indígenas 3, cartas oficiales 4 e incluso cartas de particulares 5 dieron cuenta de los terribles estragos que causó la pestilencia, como la llamaron los españoles residentes en México. El cocoliztli hizo su aparición en junio de 1576, según testimonia el Protomédico de México Francisco Hernández 6, y se cebó sobre todo en los “naturales” del país, destrozando todas las “naciones” de la Nueva España: mexicanos, otomites, chochones, guastecos, tarascos, mixtecos, zapotecos, mijes, chontales, guatanicamanes, «con las demás lenguas y naciones de toda la provincia de Yucatán y su comarca» 7, llegando hasta la zona de los indios chichimecas, que sufrieron también gran mortandad. Como consecuencia de esto, los campos y ciudades de México quedaron desiertos; lo que provocó, a su vez, la parálisis de la economía del virreinato. La minería quedó reducida a la mínima expresión, debido a la muerte de casi todos los esclavos mineros. La falta masiva de mano de obra en las haciendas de Puebla y México incidió directamente en la escasez de producción de alimentos, resintiéndose de ello el mercado interno. El hambre hizo su aparición en los años siguientes (especialmente en 1577 y 1578) acrecentada por la actuación abusiva de los “regatones”, que encarecieron escandalosamente el precio del maíz pese a la decidida actuación del virrey Martín Enríquez por evitarlo 8. Fray Agustín Dávila Padilla, testigo presencial de la pandemia, la relataba así en su momento de mayor virulencia:

Hallaban a unos agonizando sobre las pobres esteras, que son sus camas en salud y enfermedad: a otros hallaban muertos, y a otros que con las ansias de la muerte se habían levantado de sus camas, y se caían muertos en los patios, y en las puertas de sus casas. Fue necesario que anduviesen personas particulares sacando cuerpos muertos de las casas a las calles, y otras llevando caballos en que atravesaban los cuerpos para traerlos a sepultar en las iglesias. No había edad, ni estado, a quien respetase la muerte (p. 640).

Los médicos, desorientados, establecieron en principio que la epidemia provenía del calor; pero pronto descartaron este diagnóstico cuando descubrieron que el frío del invierno no constituía ningún obstáculo para su propagación y que las tierras más cálidas habían sido las más respetadas por la enfermedad. Preocupados por una epidemia con sintomatología tan variada y compleja, dedicaron enormes esfuerzos a describirla, practicando numerosas autopsias supervisadas por el Protomédico de México 9, cuyos resultados incluyeron en los estudios médicos que publicaron a continuación, y de los que son buena muestra la Summa y recopilación de Cirugía, con un arte para sangrar muy útil y provechosa, de Alonso López de Hinojosos10(1578) y el Tractado breve de Medicina, de fray Agustín Farfán (1579 y 1592) 11. De ahí que emplearan los medios más diversos y disparatados para su curación: baños de leche en la cabeza; baños de pies, sangrías, ventosas, jarabes agrios, frotación sobre la espalda y la cabeza de los enfermos de animales como palomos y perros pequeños abiertos, emplastos, ungüentos e infusiones de las más variadas. El remedio más empleado fue la sangría, hasta que comprobaron, a finales de 1576, que dicho remedio, más que aliviar, colaboraba «con eficacia a adelantar la muerte de los apestados». No es extraño que la gente, desesperada, usara todo tipo de cocimientos de plantas y de pócimas sin ninguna prevención, como observó el Doctor Hernández 12. Los cinco hospitales de la ciudad de México, desbordados por la ingente cantidad de “naturales” enfermos, se veían incapaces de aliviar la catástrofe. Fue tal la multitud de cadáveres, que —en palabras de Francisco de Asís Flores— «no se veían más que de éstos en las casas y en tierra firme, en los campos y en los caminos» 13. Los nombres mismos con que se denominó a la epidemia — cocoliztli . hueycocoliztli, tifus, tabardillo, matlazáhuatl, tabardete, pestilencia, «horrible peste», «pujamiento de sangre», fiebres tifoideas, fiebre amarilla- son un indicio claro de las dificultades para identificar la enfermedad. Todavía a estas alturas ignoramos en qué consistió exactamente. En 1967 Gibson intentó aclarar el significado del término náhuatl común cocoliztli, la posible traducción de matlazahuatl como tifus o fiebre amarilla, y los significados de ‘tabardillo’, ‘garrotillo’ y de la frase «dolores de costado» 14, aunque reconoció lo dudoso de dichas identificaciones en el contexto histórico en el que aparecían. Quince años después Somolinos D’Ardois, consideraba «la posibilidad de que fueran varias enfermedades simultáneas las que produjeron la mortalidad» y ocasionaron la confusión de los médicos de entonces, mezclando los síntomas de unas y de otras 15. En 1985 Malvido y Viesca rechazaban la opinión de Somolinos para creer que «debió haberse tratado de una epidemia de peste» 16. Catorce años después (1995) Francisco Guerra seguía pensando que fue el tifus el causante de la epidemia 17. Y en enero de 2018 el diario El País, publicaba un artículo de Miguel Ángel Criado, basado al parecer en un estudio arqueogenético realizado en un cementerio indígena de la zona de Teposcolula-Yucundaa y dirigido por la Dra. Ashild Vagene, del Instituto Max Planck, en el que afirmaba que fue la salmonela, en concreto la bacteria Salmonella entérica, la causante de la gran mortandad de indios mesoamericanos, conocida como cocoliztli, aunque dejaba sin resolver si dicha enfermedad la llevaron a América los conquistadores o si ya existía en México y Guatemala antes de su llegada 18.

Fernán González de Eslava, sobrecogido por los luctuosos sucesos que estaban ocurriendo y conmovido por las diligentes actuaciones de las autoridades civiles y religiosas, se puso a escribir el coloquio XIV, De la pestilencia que dio sobre los Naturales de México, y de las diligencias y remedios que el virrey Don Martín Enríquez hizo, por orden del propio virrey, haciéndose eco, a través del personaje Saber Humano, del desconcierto generalizado de la junta de médicos creada por Enríquez, tanto para concretar el origen de la epidemia 19, como para acertar en los diagnósticos y en los remedios para erradicarla 20. Parece evidente que Eslava dispuso de numerosos documentos oficiales en la composición de su texto dramático, como refleja el paralelismo entre el contenido de estos documentos y los diversos asuntos de interés relacionados con la pestilencia aparecidos en el coloquio: la enorme mortandad de indios; las zozobras que este hecho generó en los españoles y los desvelos de éstos por conseguir su curación; el enorme celo desplegado por las máximas autoridades del virreinato —virrey y arzobispo— para poner remedio a tan triste situación; los intentos infructuosos de la enfermedad por entrar en “tierra caliente”; o la creencia general de que los españoles estaban a salvo de ella. Y todo ello dentro de una ambientación religioso-política, en la que se conciliaba la percepción de que la epidemia era un castigo divino con la creencia de que los trabajos de Martín Enríquez y de Moya de Contreras estaban orientados por Dios y encaminados hacia Él. A esto responden la contestación que Pestilencia da a Placer de que su entrada en la Nueva España se realizó con permiso divino, con la que subraya el sentido providencial que rige todo el coloquio, y el encendido elogio de Clemencia al reino de México en el inicio de la escena cuarta (vv. 301- 320), identificado aquí con todos los españoles, desde el virrey y el arzobispo hasta el último de los súbditos, desvelados por la salud de los “mexicanos” (“naturales”). Y, sobre todo, el tono exaltado de Salud para ponderar al monarca español como fuente de la que dimana la felicidad del reino («El Contento Principal», dirá Eslava), y elogiar las piadosas medidas tomadas por el virrey («ejemplo de todo el mundo») y el prelado, poseedores ambos de las armas forjadas por la Virtudes Teologales con las que vencerá finalmente a Pestilencia:


González de Eslava abre el coloquio con un «Argumento», en el que resume, como era frecuente, su temática, que concluye con el tópico de falsa humildad 21, suplicando al virrey que no repare en la pobreza de su obra, sino en la riqueza de su voluntad. Lo llamativo de su contenido es la parquedad y comedimiento con que se dirige a Martín Enríquez desde el comienzo —«Saldrá, Excelente Señor»— despojado de los hiperbólicos elogios que suelen utilizarse en este subgénero literario, lo que contrasta notablemente con los demás coloquios suyos que contienen loa o argumento. Es un tratamiento a la vez respetuoso y distanciado, que llama la atención del lector actual, pero que no debe sorprendernos porque es una clara señal de las reservas que Eslava tenía hacia tan poderoso personaje desde que sufrió las consecuencias de la disputa entre los dos poderes máximos del virreinato por el asunto del famoso entremés de la alcabala, intercalado durante la representación del coloquio III, el 8 de diciembre de 1574, y el pasquín que se fijó en la catedral diez días después, que dieron con él en la cárcel, el 20 de diciembre, por espacio de diecisiete días 22.

Las siete escenas que le siguen presentan una estructura antitética entre los distintos interlocutores; algo a lo que ya nos tiene acostumbrados Eslava en todos sus coloquios. De un lado, están Pestilencia y su lugarteniente, Furor, con sus escuadrones, capitaneados por Dolor de costado, Rigor, Tabardete y Romadizo, tan galanes cuan rabiosos «como canes». Y, de otro lado, un conjunto de actantes enfrentados a ellos, formado por Clemencia, Placer, Salud, Celo, Remedio Celestial 23, y Saber Humano, deseosos todos de acabar con tan mortal enemiga y de expulsarla de la Nueva España.

Esto se refleja en la caracterización contrastada de sus vestimentas y en la actuación inversa de los personajes. Pestilencia aparece desde la primera escena caracterizada física y moralmente 24 de forma desagradable y montada sobre un basilisco, jactándose de haber vencido a la Nueva España. Llama al Furor, que sale a escena con la cabeza del Contento en una mano, y, posiblemente, con una espada en la otra 25, y le ordena que siga expandiendo su «mortífero veneno» en los pueblos aún indemnes, llevando calenturas, ciciones «y cien mil modos de males» con sus huestes, y poniéndolos en tal estrecho, «que no les valga el Saber / ni los remedios que han hecho» (vv. 169-170). Reaparece en la escena sexta para escuchar plácidamente en boca de Furor las hazañas de sus «fuertes guerreros», para preguntarle por el medio que utilizarán para entrar en «la tierra caliente», que hasta ese momento se encontraba a salvo de sus ataques, y para declarar la guerra a sus habitantes «a sangre y fuego», dejando en las zonas frías de la Nueva España a Pesar y Desasosiego encargados de su «imperio». A sus actuaciones, cargadas de soberbia y de jactancia, moderadas prudentemente ante la presencia de Clemencia y de Placer 26, se opone Salud, cuya actitud oscila desde un estado inicial de aflicción e impotencia por sentirse incapaz de socorrer a quienes mueren a manos de Pestilencia y sus secuaces (escena tercera) a una posición arrogante, cuando re- vestida con las armas forjadas por Devoción, Esperanza, Caridad y Oración desafía a Pestilencia y la vence finalmente 27 (escena séptima):



Salgamos a nuestra lid,
pues en tus armas confías;
yo pongo en Cristo las mías,
con lo cual seré David
contra ti, que eres Golías (vv. 616-620).

Los personajes que coadyuvan al triunfo de Salud sobre Pestilencia —Clemencia, Celo, Saber Humano y Remedio Celestial— la acompañan en su dolor y representan simultáneamente al conjunto de los españoles y a sus numerosas actuaciones, encaminadas todas a encontrar el consuelo de los “mexicanos”, o al propio Dios Hijo, de modo que el coloquio entra en una doble dimensión terrestre y celestial, de acuerdo con las exigencias de la dramaturgia de Eslava, permanentemente traspasada por un fuerte simbolismo alegórico extraído de una literatura contrafacteada, cuyo sentido profano se solapa o sustituye por un claro sentido sagrado 28. Así, tanto Celo como Clemencia animan a Salud a pelear contra Pestilencia: el primero, armándola «con dos cosas desta tierra, / donde tanto bien se encierra» (vv. 282-283); y la segunda, incitándola finalmente a la lucha «para ver la que merece/ la vitoria y la corona» (vv. 604-605). Ambos buscan remedios para paliar la terrible epidemia y encierran en sus nombres las virtudes de diligencia, justicia, empeño en la observancia de las leyes y cumplimiento de las obligaciones, y compasión. Los espectadores los identificarían inmediatamente por su vestimenta, aunque esto no se especifique en el coloquio. Saber Humano lleva sin duda el traje de doctor y se presenta al público atribulado porque sus remedios no sirven para detener a Pestilencia, dialogando con Celo sobre el origen y causas de la epidemia 29, y sobre las medidas tomadas para detenerla, a la postre inútiles si no interviene el apoyo celestial, como exterioriza Celo. Placer, que aparece con ropa de villano, se presenta ante Saber Humano por orden de su madre, Clemencia, en demanda de las medicinas que detengan a Pestilencia. Su actuación aquí, plagada de elementos cómicos, sirve para relajar la tensión dramática del texto y para actualizar caracteres propios de la figura tradicional del Simple, como insolente y glotón. Y Remedio Celestial, que portaría sin duda alguna señal que lo identificara como tal ante los espectadores, se disfraza «con ropas disimuladas» para consolar a cuantos encuentra en su camino. Por eso Clemencia no lo reconoce y le contesta con palabras que recrean la respuesta de los discípulos de Emaús a Jesús 30:



¿Tú sólo eres peregrino,
que la Pestilencia ignoras
que sobre este reino vino? (vv. 338-340).

A partir de aquí el texto entra en un juego de preguntas y respuestas entre Clemencia y Remedio Celestial, disfrazado de doctor 31, una vez que éste le ha dicho que curará todas las dolencias provocadas por la epidemia. A las lógicas preocupaciones de Clemencia, deseosa de saber sobre «la grande sequedad», los enfermos de «la tierra fría», la dificultad de Pestilencia para entrar en tierra caliente, las hemorragias nasales, el estado en que se encontraban los cuerpos a los que se le practicó la autopsia, o las virtudes curativas del vinagre, contesta siempre Remedio Celestial con respuestas cargadas de contenido alegórico-moralizante, como había aclarado al comienzo del debate 32. De ahí que Clemencia subraye con admiración el tratamiento tan distinto que sobre el saber hace Remedio Celestial respecto del de «humana ciencia» y concluya afirmando:



No hay pena que no se quite
con tan süaves razones,
que encienden los corazones (vv. 428-430).

Antes de salir de escena Remedio Celestial se despide de Clemencia anunciándole que la volverá a visitar «con otras consolaciones»; lo que cumplirá al final de la séptima escena, cuando aparece solícito a los ruegos de Salud y de Clemencia con la medicina que sanará corporal y espiritualmente a los enfermos (a la vez los indios y el Hombre) siempre que estos la reciban con voluntad, penitencia y dolor. La urdimbre de «esta preciosa trïaca / que los dolores aplaca, / y del ánima perdida/ toda la ponzoña saca» (vv. 717-720), mezcla de dieta y de oración, se presenta al fin como el sacramento indispensable que Remedio Celestial muestra al ser humano para que supere de forma concluyente enfermedades y pecados y pueda disfrutar definitivamente del pan del cielo:


Como podemos ver, Eslava concluye el coloquio con la apoteosis de un auto sacramental. Quizá esta fuera la razón por la que Othón Arróniz creyera que esta obra formaba parte de los festejos del Corpus Christi de 1577 33, sin detenerse en más consideraciones. ¿Pero cuándo se representó el coloquio De la pestilencia que dio sobre los naturales de México, y de las diligencias y remedios que el virrey don Martín Enríquez hizo? Desde luego, su representación tuvo lugar en el año 1577, mas no durante las fiestas del Corpus como conjeturara el crítico mexicano. Y ello por dos razones, descontando la inexistencia de datos sobre el asunto en las Actas del Cabildo de México. La primera, porque no hay elemento alguno en las acotaciones del coloquio que nos permita apoyar lo supuesto por Arróniz sobre la fecha y el sitio en que fue representado; y la segunda porque en la primavera de 1577 la epidemia de cocolitzle seguía haciendo estragos entre la población indígena de Nueva España. Esto hace que me incline por retrasar la representación del coloquio XIV de principios de junio a finales del verano de 1577, momento, en que la pandemia iba remitiendo, como parecen confirmar las palabras de Salud: «Por ir ya la peste huyendo, / de las uñas le arrebato / los que van convaleciendo» (vv. 663-665). Por otra parte, hay un pasaje del texto dramático inadvertido hasta hoy, que concuerda con mis apreciaciones sobre su posible fecha de representación. Me refiero al parlamento en que Salud, casi al final del coloquio, pide a Clemencia y a Placer que se arrodillen con ella ante la Virgen, para que, junto con los coros celestiales, interceda ante su Hijo, lo aplaque y consiga de Él el remedio celestial para México, que el Saber Humano no consigue encontrar (vv. 676-700). Lo interesante del caso es que la imagen de la Virgen venerada, a la que imploran su favor, es la de la Virgen de los Remedios, como muestra el texto:



Con amor y fe sencilla
todos nos arrodillemos
y remedio demandemos
a la Virgen sin mancilla,
pues aquí no le tenemos.
Pues que nombre (Gran Señora)
de los Remedios tenéis,
Vos, Virgen, nos ayudéis;
remedio, Remediadora,
remedio de Dios nos deis (vv. 676-685).

Conviene recordar que la Virgen de los Remedios fue la primera imagen religiosa que llegó a México, llevada por Juan Rodríguez de Villafuerte, soldado de Hernán Cortés. Según la tradición, intervino en los combates contra los aztecas, arrojando puñados de tierra sobre los ojos de sus adalides, y volvió a aparecerse en la batalla de Otumba 34. Para algunos historiadores, Cortés ordenó a Villafuerte, nada más tomar Tenochtitlan, que colocara su imagen, junto con la cruz, en el Templo Mayor; de ahí que se le llame también la Virgen de la Conquista o de la Victoria (aunque otros hablen de que la imagen fue escondida por Villafuerte durante la huida de la «Noche Triste» y encontrada bastantes años después por el cacique indígena Don Juan de Tobar 35). En México se la veneraba como defensora de los españoles, abogada de los indios y protectora de la ciudad de México, especialmente en épocas de calamidades. Es razonable pensar, por eso, que tanto el virrey como el arzobispo consideraran oportuno ordenar la representación del coloquio posiblemente durante la celebración del novenario de su festividad, el 1 de septiembre de 1577 36, y en medio del ambiente de ascetismo religioso y tribulación general que invadía a la ciudad. En ayuda de mi afirmación viene una larga tradición histórico-hagiográfica, de la que extractamos los testimonios de fray Luis de Cisneros y de los PP. Florencia y Alegre 37, que nos informan unánimemente de que tanto el virrey como el arzobispo dispusieron, como último recurso para detener la epidemia, llevar la imagen de la Virgen de los Remedios desde su santuario (distante tres leguas de la ciudad) hasta la catedral de México en solemne procesión, para cantarle misas durante nueve días y hacerle cuantiosas oblaciones 38, entre las cuales tuvo lugar sin duda la representación del coloquio XIV. Soy consciente de lo conjetural de mi tesis; pero la sostenida petición de Salud a la Virgen de los Remedios en los versos ya señalados, y su inmediata consecuencia, la llegada del Remedio Celestial en los versos siguientes (vv. 701-740) están en estrecha sintonía con las palabras escritas por Cisneros, y Florencia (repetidas, de algún modo, por Alegre al final de su narración 39) y parecen avalarla. Con un extracto de lo escrito sobre el asunto por el

Viendo, pues, las dos vigilantes cabezas, Virrey y Arzobispo, que después de un año proseguía el mal, y que los remedios humanos, y aun Divinos, no lo atajaban por otra parte; acordaron valerse de la intercesión de la Virgen en su imagen Milagrosa de los Remedios […] Virrey y Arzobispo, se fueron un día antes al Santuario de los Remedios, donde habiendo puesto la Santa Imagen en una litera [p. 60], dentro de su Custodia […] los dos Príncipes Secular y Eclesiástico detrás de ella en silencio y muestras de compunción, pidiendo de todo corazón todos misericordia a Dios por intercesión de su bendita Madre, llegaron a buena hora a la entrada de México.

[…] Oyó la benignísima y piadosísima Señora los ruegos de sus devotos y antes de salir de México experimentaron que [p. 61] si el mal daba, era sin tanta fuerza, que los heridos de él iban en mejoría; y finalmente, fue en tanta disminución cada día, que en breve cesó la enfermedad, y quedó el reino alegre con salud 40.

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Notas

1 Dávila Padilla, Historia de la fundación y discurso de la Provincia de Santiago de México…, 1596, Libro I, cap. XXIII, p. 122 : «El año de mil y quinientos y cuarenta y cinco hubo pestilencia entre ellos, y murieron ochocientas mil personas. Con ser este número tan grande, fue pequeño respecto de los que murieron el año de mil y quinientos y setenta y seis, y setenta y siete, que cundió la peste con tanta prisa, que apenas daba lugar a los vivos para enterrar a los muertos». Gibson (1967, «Apéndice cuarto: Epidemias», p. 461) lleva esta pestilencia hasta 1581, porque, según él, en las Actas del Cabildo de México (ACM) de este año se recoge que todavía no había concluido.
3 Recogidas en parte por Gibson, 1967; y, sobre todo, por Malvido y Viesca, 1985, pp. 26-33; Guerra, 1999, pp. 193-194; y Fields, 2009, pp. 12-16. Son el Códice Aubin, el Códice Atatitlan, La Tira de Tepechpan, los Anales de Tecamachalco, las Relaciones originales de Chalco, Amaquemecan, Cuauhiquilpan, y Ocopletayuca, la Relación geográfica de Tepoztlan, la Relación geográfica de Temazcalpetec, y la Relación geográfica de Ocopetlayuca.
4 Como la del virrey Martín Enríquez a Felipe II, el 31 de octubre de 1576, en Cartas de Indias, 1877, pp. 323-332, especialmente, p. 331.
5 Como la carta de Juan López de Soria a la Condesa de Rivadavia ( Otte, 1988, pp. 96-97): «… porque de presente ha andado y anda una pestilencia entre los naturales tan general y terrible que es la mayor lástima del mundo, y en la provincia de Tlaxcala, donde yo resido, se habla de que han muerto más de 80.000 personas, y en nuestra hacienda se nos murieron más de 200 personas, y entre ellos algunos negros, por lo cual ha parado la hacienda y andamos cada uno por lo que le toca, dando orden en buscar gente y no se puede haber».
6 De morbo Novae Hispaniae anni 1576, vocato ab Indis cocoliztli (enero de 1577). Descubierto por Tudela de la Orden, 1954, p. 262, fue publicado por Somolinos D’Ardois, 1956, pp. 115-123, y reproducido en Florescano y Malvido, 1982, pp. 369-381. También puede leerse en castellano en Guerra, 1999, pp. 190-199. Para la fecha de origen, Florescano y Malvido, 1982, p. 375. Malvido y Viesca (1985, p. 29) afirman que la epidemia se inició alrededor de agosto de 1576 y que cesó a finales de noviembre de 1577, pero que en 1579 apareció otro brote de gran intensidad.
9 En su informe el Dr. Francisco Hernández observó que los cadáveres «partidos, mostraban el hígado muy hinchado, el corazón negro, manando un líquido pálido (amarillo) y después sangre negra, el bazo y el pulmón negros y semi putrefactos: la atrabilis podía ser contemplada en su vasija, el vientre seco y el resto del cuerpo, por cualquiera parte que fuese cortado, palidísimo» (p. 376).
10 López de Hinojosos, Suma y recopilación de Cirugía…, 1578 . El tratado VII está dedicado a describir minuciosamente la pestilencia de 1576.
11 He manejado un ejemplar de la segunda edición, de México, 1592, en la que se hace referencia a la primera, más breve.
12 «… finalmente casi nadie en tanta penuria de remedios y de médicos, no diría ya incluso de alimentos, renunciaba a probar cualquier cosa que llegase a sus manos» (p. 376).
17 Guerra, 1999, pp. 190-199. Y en su última página, haciéndose eco del trabajo de Malvido y Viesca afirmaba que «han reavivado la polémica acerca de la identidad clínica del cocoliztli de 1576, apuntando que pudo tratarse de peste bubónica».
19 Eslava pone en boca de Pestilencia la creencia general de que la epidemia se había originado por la sequedad sufrida en México el año anterior: «Nací de la sequedad / que hubo el año pasado». Cito siempre por mi propia edición de los Coloquios espirituales y sacramentales, lo que comunico para todo el trabajo.
20 Dice el Saber Humano respecto de la Pestilencia: «Por el mal que cunde tanto, / noche y día me desvelo; / miro las yerbas del suelo, / y otras veces me levanto / sobre los cursos del cielo. // Si unos mueren por sangría, / otros, de sangre repletos, / son a la muerte sujetos. / ¿Quién podrá en Filosofía / saber tan altos secretos?» (vv. 441-450).
21 Eslava desarrolla este tópico en varios coloquios suyos de forma diferente, según las circunstancias y el personaje a quien se dedica la loa o argumento. Al lector interesado le recomendamos los vv. 116-120 de la loa al virrey, Conde de Coruña (coloquio VI) los vv. 176-180 de la loa al virrey Martín Enríquez, dedicados aquí al público en general (coloquio VII); los vv. 96-100 de la loa a un virrey innominado (¿Marqués de Villamanrique?, coloquio XIII); y los vv. 101-110 de la loa al virrey Luis de Velasco, el Joven (coloquio XV), puestos en boca de Merecimiento, alter ego de un Eslava ya autor de comedias.
22 Alonso (1940, pp. 224-248) describe detalladamente los pormenores de la disputa y del proceso que se siguió contra González de Eslava.
23 En la editio princeps (1610) se coló un error en este personaje, llamándolo «Remedio Temporal». Las demás ediciones lo han mantenido acríticamente; pero el texto del coloquio muestra inequívocamente desde el v. 18 que el personaje es «Remedio Celestial».
24 La caracterización física y moral del personaje (flaca, fuerte y ensoberbecida por sus éxitos), se acentúa con su vestimenta y con el animal fabuloso sobre el que va montada: el basilisco. Su figura repulsiva hace que Placer diga que estaría mejor «en la horca de Tablada».
25 A la manera que la describe Alciato, Los emblemas de Alciato, 1549 , en su emblema «El furor y la rabia», p. 203. He comprobado que las dos tiradas de la primera traducción al español del Emblematum Liber, realizadas en Lyon por los libreros Guillaume Rouillé (reza en la portada Gvilielmo Rovillio) y Mathías Bomhome ¿Bonhomme?, tienen la misma paginación.
26 Prudencia que se manifiesta en las comedidas palabras que dirige a Placer y en la advertencia que da a Furor cuando este ve venir a Placer y pretende darle «un torniscón / que lo tumbe sin mancilla»: «Tate, que yo y mi cuadrilla / no tenemos comisión / contra gente de Castilla» (vv. 198-200).
27 Aunque en el texto dramático no hay ninguna acotación que explicite el combate entre ambas, nos enteramos de que este ha tenido lugar por las palabras con las que irrumpe Placer en escena, preguntando a Clemencia quién es la causante de la pendencia y, enterado de que ha sido Salud, pregunta con quién ha reñido, a lo que su madre le contesta que «riñó con la Pestilencia» (vv. 666-670).
29 Según Saber Humano, el origen de la epidemia estuvo en «el aire pésimo corruto», nacido de la conjunción «de Saturno y del Dios Marte» (v. 485). Como vemos, Eslava se hace eco de teorías procedentes de la astrología judiciaria, según la cual el influjo de los astros en la salud y en el comportamiento de las personas era poderosísimo.
30 Lucas, 24, 18: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no conoce los sucesos en ella ocurridos estos días?».
31 Aunque de pasada, quiero recordar el valor que Eslava concede aquí al disfraz como elemento dramático, si bien no lo desarrolla. Y vuelve a insinuar sus posibilidades en la escena sexta, cuando Furor responde a Clemencia que deberían entrar disfrazados en tierra caliente, aunque en este caso el uso de un verso del «Romance de Gaiferos» («en figura de romeros, / no nos conozca Galván») sirva como motivo cómico y para que Pestilencia subraye otra cualidad de Furor: el ingenio.
32 «A sujeto y calidades / sabed que he de responder / dándole moralidades» (vv. 348-350).
33 Arróniz Báez, 1998, p. 100: «Todo lo dicho nos permite afirmar que Eslava estaba escribiendo su Coloquio décimo cuarto en ese año de 1576 o a principios del siguiente, pues la epidemia se presentó en los últimos días del mes de agosto. Siendo auto sacramental, y representado ante el altar, es presumible que haya formado parte de los festejos del Corpus Christi de 1577».
34 Weckmann, 1994, p. 169. Distinta versión, pero milagrosa también, recoge el P. Alegre, Historia de la Compañía de Jesús en la Nueva España, 1841, t. I, Libro I, pp. 109-110 . En el fondo, siguen la larga tradición histórico-hagiográfica de la especial protección de la Virgen María a México iniciada por Cisneros, Historia de el principio y origen, progresos, venidas a México…, 1621 , y seguida por Florencia, La milagrosa invención…, 1685, Vetancurt, Teatro mexicano…, 1698 , Cabrera y Quintero, Escudo de armas de México, 1746 , y Fernández de Echeverría y Veitia, Baluartes de México…, 1821 . El último recoge circunstanciadamente esta parte de la tradición (también señalada por Vetancurt, p. 141): «Que la santísima Virgen se dejó ver en el aire, así en la noche triste, como en otros reencuentros entre españoles e indios, echándoles a estos tierra en los ojos, es noticia común y asentada entre los escritores, por declaración de muchos de los mismos indios…» (p. 68).
35 Fernández de Echeverría y Veitia, Baluartes de México…, 1821, p. 82 : «Es muy probable que acompañase a los españoles en la salida de la noche triste, y que en ella o por haber muerto el soldado que la llevaba, o por otro accidente la perdió en el curso de Otoncapulco, o de propósito la ocultó en el lugar en que la halló el cacique después».
36 Fernández de Echeverría y Veitia, Baluartes de México…, 1821, p. 84 : «La ciudad de México, y su Ayuntamiento, tiene el Patronato, y nombra un capellán a quien acude con suficiente renta y este vive allí. El día primero de septiembre es la fiesta solemne en este santuario, a que concurren el Virrey, Audiencia y demás ribunales, y el Cabildo eclesiástico».
39 Alegre, 1841, t. I, libro I, p. 110: «…con la experiencia de haberse luego comenzado a disminuir, y a poco tiempo enteramente apagado la fuerza del mal».
40 Elijo abreviado el fragmento del P. Florencia, La milagrosa invención de un tesoro escondido…, 1685 (reedición de 1745) pp. 59-61 porque es más breve que el capítulo del libro que fray Luis de Cisneros, Historia de el principio, origen y progresos… (1621) , dedica al asunto. En su libro de 1694, Historia de la provincia de la Compañía de Jesús…, p. 258, el P. Florencia lo resume y aclara: «en la forma y modo que escribí en su Libro». Con todo, no me resisto a extractar un párrafo de fray Luis de Cisneros para que el lector vea la filiación del texto del P. Florencia respecto de este: «… y con su venida a esta ciudad, aun antes que saliese de ella comenzó con grandes ventajas a sentirse la mejoría, y que la enfermedad no daba, y si daba era con menos fuerza…» (fols. 86v-87r).
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