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Entre el juego y el coleccionismo: las muñecas de las reinas e infantas de España (1560-1621)
Between Games and Collecting: The Dolls of Spain’s Queens and Infantas (1560-1621)
Entre el juego y el coleccionismo: las muñecas de las reinas e infantas de España (1560-1621)
Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 11, núm. 1, pp. 913-948, 2023
Instituto de Estudios Auriseculares
Recepción: 07 Septiembre 2021
Aprobación: 10 Enero 2022
Resumen: Los documentos de contaduría y gestión conservados en el Palacio Real de Madrid y el Archivo General de Simancas nos dan a conocer cómo fueron las muñecas de las reinas e infantas de España durante el gobierno de Felipe II y Felipe III. Ataviadas con ostentosos indumentos, estas figuras tuvieron una evidente función lúdica pupilar, pero también constituyeron lujosas piezas coleccionables con las que, de forma eficaz, la realeza difundió las tendencias vestimentarias hispánicas entre las diferentes cortes europeas.
Palabras clave: Muñecas de moda, Pandora, infantas Isabel y Catalina, René Geneli, Pompeo Leoni.
Abstract: Accounting and management documents kept at the Royal Palace in Madrid and the General Archive of Simancas reveal to us what the dolls of Spainʼs queens and infantas were like under the governments of Philip II and Philip III. Clad in ostentatious clothing, these figures clearly had a recreational function, but they also constituted invaluable collectibles through which royalty effectively popularized Spanish clothing trends in the different European courts.
Keywords: Fashion dolls, Pandora, Infantas Isabel and Catalina, René Geneli, Pompeo Leoni.
1. Introducción
Según el mito hesiódico, Hefesto modeló con arcilla la imagen de una bella doncella a la que, por orden de Zeus, infundió vida. En evidente alusión a esta ficción griega, en 1642 nació en Francia la popular muñeca Pandora1, cuyo nombre designó a la figurilla femenina que servía de entretenimiento a las niñas, pero también, a la utilizada como maniquí para dar a conocer los trajes de la aristocracia; convirtiéndose así en parte integrante del comercio del lujo. Con ella, se presentó y promocionó la artificiosa moda gala a lo largo de los siglos XVII y XVIII, si bien, este método de divulgación vestimentaria ya estaba perfectamente consolidado en la Europa renacentista.
Catalina de Médicis contó con una notable colección de muñecas de moda 2, transmitiendo el gusto por este tipo de artículos a sus hijas y a su nuera María de Escocia 3 —que fue criada en la corte de los Valois—, e igualmente a sus nietas Isabel y Catalina de Austria desde la tierna infancia. En las siguientes páginas se mostrará cómo durante los reinados de Felipe II y Felipe III las infantas y reinas españolas cultivaron activamente el coleccionismo de estas figuras vestideras, así como el intercambio de las mismas con sus allegados.
2. Las muñecas infantiles de isabel de valois y sus hijas, las infantas isabel clara eugenia y catalina micaela de austria
El 4 de noviembre de 1396 Isabel de Valois fue desposada con Ricardo II Plantagenet en la iglesia de San Nicolás de Calais, convirtiéndose en reina consorte de Inglaterra con apenas 7 años. A pesar de que eran las segundas nupcias del monarca, todavía se encontraba sin heredero, y no parecía esta su prioridad habida cuenta de la edad de la desposada, aún inmadura para cumplir con el débito conyugal. Sin embargo, esta alianza matrimonial, que había sido firmada en París ocho meses antes, representaba para el soberano inglés una tregua en la costosa guerra de los Cien Años, así como una gran oportunidad para hacer valer su presencia en la escena europea; mientras que para Carlos VI de Francia —afectado por brotes psicóticos intermitentes e inhabilitantes—, otorgar la mano de su tercera hija suponía un intento diplomático con el que estabilizar la turbulenta situación política.
La gama de artículos que integraron el ajuar de la novia es conocida con cierto detalle gracias a la existencia de un inventario que abarca una colección notable de joyas, vasijas de metales preciosos y otros objetos, como un libro de horas forrado en tela de oro y una serie de muñecas con sus respectivos muebles de plata en miniatura, para que la reina-niña jugase con ellos en sus aposentos 4. A ello debe sumarse el intercambio de regalos que se efectuó entre ambas cortes, figurando el envío de un guardarropa de muñecas para la pequeña soberana que su madre, Isabel de Baviera, encargó al sastre Robert de Varennes el mismo año de la boda, abonándole por esta labor la notable cantidad de 496 libras francesas y 16 soles 5.
Si este episodio, con el que de forma fugaz cesaron las hostilidades entre Francia e Inglaterra, deja claro el carácter ostentoso que la realeza bajomedieval confirió a este tipo de artículos infantiles, no fue menor el dispendio entre los Habsburgo españoles. Así, una de las primeras ejemplificaciones la encontramos a través de la unión matrimonial entre Felipe II e Isabel de Valois el 2 de febrero de 1560 6, con la cual se selló la paz coyuntural ente ambas potencias rivales. A diferencia de la mencionada consorte de Inglaterra, no consta que la soberana española —de idéntico nombre— tuviera muñecas en su ajuar 7, pero sabemos que tres meses después de su entrada a nuestro país ya contaba con varias de ellas, pues según relata su dama principal, Louise de Clermont 8, en una misiva enviada a Catalina de Médicis, la recién coronada reina pasaba el tiempo acicalándolas en la toledana cámara real:
Señora, no queriendo dejar de continuar con el discurso que le envié con el señor Rambouillet, retomaré el día 29 de abril [de 1560] para contarle que ese día la reina, su hija, llevaba un vestido de tafetán violeta aderezado con ribetes anchos de oro, el jubón de raso blanco cubierto de bordaduras de oro y una cofia a la italiana con rubíes y diamantes. Ella y la princesa [Juana de Austria] fueron juntas en litera a oír misa a una iglesia llamada San Pedro Mártir; luego, su majestad pasó el tiempo arreglando sus muñecas y su tocador, y después fue a ver a la princesa a su habitación, donde permaneció hasta la cena… 9
Aunque en lo concerniente a las muñecas la información aportada por esta correspondencia es muy limitada, sin embargo, nos revela el mundo de juego de una niña de trece años que aún no había experimentado su menarquía, y que dadas las circunstancias, el Rey Prudente tuvo que esperar un año para consumar el connubio. Por el contrario, los asientos contables de su cámara, rubricados por el guardajoyas Cristóbal de Oviedo, nos ofrecen noticias más precisas sobre estos juguetes, de suerte que sabemos que sus indumentos fueron elaborados por aquellos artesanos venidos desde Francia para cubrir las necesidades del vestir de la presumida soberana adolescente. Nos informa Oviedo que el 6 de febrero de 1561 se compró al mercader Baltasar Gómez una onza y cuarta de hilo de seda de Granada y cuentas de plata para que el bordador Anne Vespiere y el sastre Édouard de la Cate (conocido como Duarte), confeccionaran las ropas de raso carmesí de una muñeca, y el 29 de marzo de ese mismo año, cuatro varas de cintas blancas para aderezar las puntas de oro que habrían de colocarse en la delantera de la basquiña de otra muñeca 10.
El traslado de la corte a Madrid en la primavera 1561 consolidó a Baltasar Gómez como el joyero y principal proveedor textil de la reina 11. Este regentó en la Villa hasta mediados de la década de 1580 un establecimiento especializado en la importación de géneros y fornituras de alta calidad, además de otros artículos de lujo, tales como muñecas. Los sastres y costureras de palacio obtenían de este comercio preciados algodones como el ruan y el cambray con cargo a la cámara real, así como rasos florentinos, tafetanes y damascos labrados de Génova, encajes y cotonía de Flandes, pasamanos metálicos e hilos entorchados de Milán, o artículos tan exclusivos como la argentería, con la que las artesanas Clara de la Cámara, María de la Cerda y Catalina de Vera realizaban escofiones 12 y las labranderas Petronila de Contreras y María de Montoya elaboraban los costosos abanillos 13.
Conforme a su estirpe real, Isabel de Valois había tenido una niñez llena de lujo en los palacios de Fontainebleau y Saint-Germain por lo que, sin escatimar en ello, al nacer sus retoños se ocupó de que tuvieran a su disposición una extensa colección de muñecas. Los mencionados documentos contables de la cámara de doña Isabel nos permiten conocer qué tipo de géneros y juguetes se adquirieron para sus hijas de la madrileña tienda de Gómez, de manera que el 7 de julio de 1568 consta que el grefier Diego de Rozas 14 abonó treinta reales por quince muñecas:
La reina nuestra señora, de por lo que se ha sacado de la tienda de Baltasar Gómez para servicio de su majestad […]. En 7 de julio [de] 1568, por contado que se dio a Diego de Rozas, treinta reales para pagar quince muñecas que se compraron de Ja[c]ques Di[e]vorte para servicio de su majestad; son 1.020 maravedís 15.
El hecho de que las muñecas fuesen proporcionadas por el mercader flamenco Jacques Dievoort 16 —de quien podemos argüir que abastecía de cierto género extranjero a Gómez—, hace razonable la sospecha de que pudieron ser importadas de Flandes, donde, según nos informan las fuentes visuales, se lograban extraordinarias calidades en este tipo de manufacturas (figs. 1- 2- 3); lógicamente, herencia de la sobresaliente producción textil iniciada en el periodo medieval 17. Por el importe de la mercancía, puede barruntarse que se trató de figuras de pequeño formato hechas con pasta de cartón, a las que Covarrubias alude en su Tesoro de la lengua castellana18. Esta hipótesis adquiere consistencia si consideramos que todos los hijos de Felipe III contaron con este tipo de muñecos 19, y asimismo, estuvieron presentes en la infancia del príncipe Baltasar Carlos; tal y como declara Francisco Beltrán, guardajoyas de la reina Isabel de Borbón, en las cuentas de las mercadurías adquiridas a Antonio de Quirós en el último tercio de 1630:
Vara y media de tafetán verde doblete para forro de unos vestidillos bordados que se hicieron para unos muñecos a ocho reales la vara, [monta] 408 maravedís. [Más] diez reales que di [al mercader Antonio de Quirós] para comprar dos muñecos de papelón que se compraron para su alteza, [que son] 340 maravedís 20.



La contaduría habsbúrgica indica que durante la niñez de los infantes no hubo distinción de género en algunos juguetes, pues de forma idéntica a los muñecos de papelón, niños y niñas tuvieron acceso a los caballitos de madera. En 1567 se compró un corcel-balancín a la infanta Isabel, al que se le hizo una montura acolchada carmesí en el mes de septiembre 21 ( figs. 4- 5), y algunos años más tarde, otro para su hermano Felipe, al que el entallador Melchor Quero de León reparó las patas en 1587 22. De igual modo, también el príncipe Felipe IV tuvo un corcel de álamo y nogal de una vara de largo, pero en esta ocasión, se le encargó al carpintero Gabriel Garcés que lo asentara sobre ruedas para que pudiese desplazarse por la alcoba 23. Al respecto, no debe resultar extraña la neutralidad de género que existió en ciertos objetos de diversión de los párvulos reales, pues recordemos que esta particularidad también se manifestó en la forma en que fueron vestidos 24. No obstante, a diferencia de las niñas, solo consta que los niños tuvieran espadas de madera 25, por lo que creemos que la concesión de unos u otros juguetes según el sexo atendía a una cuestión educativa y práctica, ya que montar a caballo resultaba útil para la vida adulta de las infantas, pero desde luego, desenvolverse con las armas no.


El 20 de junio de 1569, el sastre de cámara de Isabel de Valois, Duarte de la Cate, compró a Baltasar Gómez varios tejidos para confeccionar una muñeca a la pequeña Catalina Micaela:
Más llevó Duarte por cuenta, media onza de seda encarnado por 106 maravedís, más tres cuartas de seda blanco a 156 maravedís, más una cuarta de anjeo [a] 14 maravedís; [y] todo fue para hacer una muñeca a la infanta doña Catalina 26.
Como puede comprobarse, el escribano es conciso al declarar que los materiales fueron «para hacer una muñeca», evidenciando que esta fue fabricada en su totalidad por el alfayate, de manera que por la calidad de los textiles podemos adivinar que la seda blanca y carmesí se destinó a la elaboración del vestido, mientras que el anjeo (lienzo más basto) sirvió de base o cuerpo del juguete. La muñeca debió ser, por tanto, muy similar a la que porta su prima Catalina Renata de Austria en el retrato de Vermeyen ( fig. 6), en el cual, se aprecia claramente su flexibilidad y ligereza al ser asida por una niña de tan solo un año. A la luz de esta información, queda constatada la existencia de dos tipos de muñecas infantiles: unas de trapo, realizadas por los artesanos de palacio, y otras de pasta de cartón que fueron compradas; obviamente, debido a que en su fabricación se requerían habilidades técnicas especiales ajenas a las capacidades de los sastres, si bien, en ambos casos el cuerpo se realizó con materiales livianos en atención a la corta edad de los infantes.
Isabel y Catalina de Austria también dispusieron de enseres en miniatura para su entretenimiento con los que creaban historias domésticas que contribuían al desarrollo de su creatividad e imaginación. Las cuentas de palacio desvelan que el colchero real, García de la Vega 27, se encargó de vestir las camas de las muñecas, a las cuales realizó cobertores, colchones y sabanillas. En los asientos del 9 de abril de 1569 se cita la compra de «media libra de algodón que fue para unos colchones a unas muñecas de la infanta doña Isabel, a tres reales» 28, y un mes más tarde, para la misma, una partida de seda y holandilla carmesí para una cama de campo 29:
En 6 de mayo de 1569 media onza de seda pardo para coser una cama de una muñeca de la infanta doña Isabel a 156 maravedís […]. Más vara y dos tercias de holandilla encarnada para forro de una camilla de campo para una muñeca a la infanta doña Isabel, a 119 maravedís. Más llevó Vega, colchero, una onza y un adarme de seda carmesí para [a]colchar la colchura de la cama de la muñeca a 186 maravedís. Más se dio por cuenta, tres libras de algodón para los colchones de la cama de la muñeca a tres reales. Más onza y media de seda carmesí para lo dicho 30.


El 20 de julio de 1569, De la Vega confeccionó otras dos colchas de tafetán para las muñecas de la infanta Isabel:
Más ha [a]colchado el dicho García de la Vega las colchitas chiquitas de tafetán, una carmesí y otra parda, [que] fue[ron] para una camilla de una muñeca de la infanta doña Isabel, por la hechura de ambas, tres ducados 31.
La nobleza de los textiles descritos indica que estas camas fueron exquisitas réplicas de las usadas por la aristocracia, al modo del ejemplar que se conserva en el Museo del Renacimiento ( fig. 7). De ellas también sabemos que su artífice fue el tapicero Tomás de Arras (act. h. 1560-1591), mientras que el entallador Melchor Quero de León (act. h. 1569-1587) se encargó de dorarlas por disposición del aya de las infantas, María Enríquez de Toledo 32.
Precisamente, la duquesa de Alba fue quien, tras el óbito de Isabel de Valois, se ocupó de informar con misivas a Catalina de Médicis sobre el crecimiento de las niñas, y esta, complaciente, desempeñaba su papel de abuela de manera satisfactoria enviándoles joyeles para su aderezo personal y muñecas con las que cubrían sus necesidades lúdicas. Pero además, esta era una forma de inculcar a sus nietas el entusiasmo por el coleccionismo desde edad temprana, pues entre los objetos que albergaba la consorte de Francia en sus dependencias palaciegas se encontraban cristales y máscaras venecianas, porcelana china, arquetas, vasijas, corales, abanicos, y muñecas ataviadas con diversos tipos de vestido 33. El 30 de septiembre de 1569, la soberana envió una partida de muñecas a las infantas por mediación del embajador Raymond de Fourquevaux 34, ordenando que hiciese entrega de ellas a la duquesa de Alba para que se las repartiese:
Señor Fourquevaux […] os envío muñecas para las infantas, las cuales haga entrega a mi pariente, la duquesa de Alba, para que se las distribuya de mi parte… 35
El 7 de enero de 1570 la institutriz expresaba su agradecimiento a la reina viuda de Francia:
Las cartas que vuestra majestad me ha hecho merced de escribirme con el duque de Nájera y Jerónimo Gondi y Francisco de Almeida he recibido. Por ellas beso las manos a vuestra majestad y por la satisfacción que tiene de que yo sirva a las señoras infantas, que la merced que vuestra majestad me hace, en esta parte creo que me da fuerzas para hacerlo, y si yo pudiese poner a sus altezas donde vuestra majestad las viese, daría por bueno el trabajo que me es estar fuera de mi casa tanto tiempo, porque cierto espanta ver lo que saben, y particularmente la señora infanta Isabel; no creo yo que la verá nadie que no la juzgue por de mucha más edad, porque es la mayor criatura que he visto de la suya, y de más linda disposición, y está mucho más hermosa que los retratos que vuestra majestad tiene, y si después que supe que su majestad enviaba a don Pedro, mi hermano, y hubiera tiempo para retratar a sus altezas, hubiéralos hecho hacer para que viera vuestra majestad cuán diferentes están entre ambas de gestos, que también se va haciendo más hermosa la señora infanta doña Catalina; están contentísimas sus altezas con las muñecas y brincos que vuestra majestad les hizo merced de enviarles… 36
A finales de 1577 Catalina de Médicis envío una remesa de piezas de azabache y tocados a sus nietas 37, quienes, en gratitud, correspondieron a su abuela con dos retratos suyos y 54 pares de guantes de cabritilla y cordobán que encargaron al peletero Martín de San Juan, y que empaquetaron con todo esmero en cajas de terciopelo carmesí 38. El 10 de abril de 1579 se llegaron a enviar a Francia nada menos que seis docenas de guantes de cordobán con relieves de ámbar 39, el 23 de noviembre de ese año otros diez pares 40, y el 16 de abril de 1580, otros tantos 41.
No se han conservado, y es lástima, parte de las cuentas del guardarropa de las infantas Isabel y Catalina, existiendo un vacío documental entre los años 1571 y 1576, lo que imposibilita conocer la totalidad de noticias concernientes a sus juguetes. No obstante, es evidente que durante este periodo las encomiendas de vestidos de muñecas a los sastres y bordadores de palacio tuvieron continuidad, ya que la poetisa mística Luisa de Carvajal y Mendoza —que fue criada por su tía María Chacón en las Descalzas Reales 42—, declaraba en sus notas biográficas pasar la mayor parte del día jugando con las infantas a roles de adulto y a muñecas 43. De ello también dio cuenta Ana de Dietrichstein, dama de las infantas, en una misiva enviada a su madre Margarita de Cardona el 1 de agosto de 1576, en la que declaraba que a pesar de su renuencia, acababa accediendo al deseo de las niñas de recrear escenarios cotidianos entre juegos de cocinitas y muñecas:
Aquí no hay nada de nuevo, sino que yo me vuelvo a la primera edad de jugar toda la vida con las infantas, que no me dejan un punto. Que ahora damos en guisar potajes y convidamos a la reina. A vuestra señora no le parecerá [que] yo lo hago de mala gana cosa que sea cocinar, bien es verda[d] que lo hago de mejor gana que no jugar a las muñecas 44.
El 14 de marzo de 1577 el cordonero Pedro de Prado compró de la tienda de Gómez dos onzas de hilo entorchado de plata para tejer trencillas con las que guarnecer los vestidos de las muñecas de las infantas 45, y entre marzo y abril de 1579 el sastre de las infantas, René Geneli, confeccionó cinco sayitas para las dichas muñecas, con sus respectivos corpiños altos y bajos y sus mangas de punta y terciadas, de las cuales, dos eran de raso amarillo de Florencia, dos de tafetán aterciopelado de piñuela verde 46 y una de velo de plata. El alfayate cosió, además, un par de manguillas blancas, cuatro jubones de raso de Valencia en colores pardo, encarnado, morado y plata, un conjunto carmesí compuesto de ropilla y basquiña, otras dos ropillas de espolino morado y damasco verde, y un herreruelo del mismo tafetán de piñuela. En suma, las 15 hechuras costaron 295 reales y 9 maravedís 47.
La mayor parte de los textiles con los que se elaboró este guardarropa de muñecas se adquirieron, como de costumbre, de la sedería de Gómez, y fueron llevados hasta palacio por el propio Geneli, el guardajoyas Cristóbal de Oviedo y su ayudante, el mozo Pedro Díaz de Ochoa 48. Se abonaron por ellos la nada desdeñable cantidad de 363 reales y 31 maravedís, pero quizá, lo más notable de estas cuentas es que el escribano Pedro de Quevedo 49 especifica que ambas hermanas aportaron personalmente parte del recado necesario para la confección de las prendas 50; de manera que estas contribuyeron de forma activa en su diseño. De hecho, sabemos que durante los meses siguientes, Geneli presentó a las infantas en El Pardo diferentes propuestas de vestidos para que decidiesen cómo habían de ser 51, y asimismo fue habitual que los bordadores de palacio (Lucas de Burgos primero, y más tarde su hijo y sucesor Juan 52), realizaran muestras previas de aquellas labores que iban a acometer, a fin de que las personas reales tomasen partido en el ornamento de sus propias vestiduras 53.
Por su relevancia, es preciso detenernos en los consumos de tejido que se indican para las diferentes hechuras de este guardarropa de muñecas. Puntualiza Quevedo que, para cada una de las cinco sayas antedichas se emplearon dos varas del género principal, equivalentes a 1,67 metros. Si tomamos como referencia la marcada de saya para niña —con mangas terciadas y de punta—, que el sastre Francisco de la Rocha incluye en su tratado ( fig. 8), observamos que determina un consumo necesario de once varas de Castilla menos un doceavo (DXB = 9,12 m), y el largo del vestido (cuerpo más basquiña) se concreta en una vara, una cuarta y un ochavo (BQO = 1,15 m). De este modo, proporcionalmente las sayas de las muñecas tuvieron una longitud cercana a los 21 cm, de donde se colige que, al sumar la altura estimada de la cabeza, las figuras debieron medir en torno a los 25 cm 54

En la fecha de las encomiendas descritas (marzo de 1579), las infantas tenían 11 y 12 años, y aunque se iban acercando a la mayoría de edad, las muñecas y sus surtidos indumentos seguían siendo objetos de recreo. Así lo confirma la contabilidad de los años 1579 al 1581, en la que Cristóbal de Oviedo declara la compra de una nueva partida de telas para las camas de las muñecas, evidenciando que aún se entretenían con ellas. En concreto, se dispuso que el tapicero Tomás de Arras realizara una cama de campo de damasco azul y dos doseles de terciopelo —uno carmesí y otro azul 55—; y además, se encargó al entallador Quero de León «una camita dorada» 56 y dos arquillas de nogal y taracea para guardar los enseres y vestidos de las muñecas 57. Por su parte, el carpintero Martín Jiménez fabricó otra arquilla con cerradura para los juguetes del príncipe Felipe 58 y varias alacenas para albergar los valiosos artículos de las infantas (brincos, búcaros, cristal de Venecia…), en las que, sin lugar a dudas, también debieron ser expuestas sus preciadas figurillas vestideras 59
La función de las muñecas infantiles trascendió su concepción de meros objetos de juego, hallándose en ellas un medio catalizador de la maternidad. Ha quedado expuesto que las infantas disfrutaban con estas figuras remedando las acciones que experimentaban en ellas mismas: vestirlas, acostarlas, darles de comer…, repitiendo e integrando aquellas tareas consideradas tradicionalmente femeninas. Las actividades de diversión con muñecas implicaban una forma didáctica de familiarizarse con los cuidados que cualquier madre proporcionaba a su hijo, por lo que debe verse en ellas ensayos que preparaban a las hijas del rey para la vida adulta. Este hecho es especialmente perceptible en las pinturas de la Europa renacentista que ilustran niñas portando muñecas fajadas o en pañales, simulando recién nacidos ( figs. 9- 10- 11), y que con toda seguridad también tuvieron las infantas hispanas en su niñez, ya que fueron universales para todas las clases sociales.




Al estímulo maternal también contribuyeron las imágenes del Niño Jesús que se custodiaban en las alcobas y oratorios de palacio, pues a pesar de que prevaleció en ellas su carácter espiritual, las infantas se ocuparon de cuidarlas y cambiarles sus atuendos con frecuencia, del mismo modo que lo hacían con sus muñecas 60( fig. 12). Sobre este extremo tampoco debemos olvidar la singular veneración que las comunidades conventuales femeninas tuvieron al Divino Infante. Como ocurrió en el ámbito cortesano, las religiosas atesoraron diversidad de tallas infantiles de Cristo (en la cuna, en pañales, dormido, meditando, en majestad…), que actuaron como herramientas de consuelo con las que colmar su instinto maternal, en tanto que renunciaban a gestar y cuidar a sus propios retoños en aras de su matrimonio místico con Dios 61.
Por otra parte, resulta significativo que se regalaran juguetes a los párvulos como muestra de afecto en sus periodos de convalecencia; signo evidente de que en esta época hubo un interés por lo que significaba ser niño. En marzo de 1611 la reina Margarita de Austria compró a su hijo Carlos «unas figuras de papelón de hombres y caballos y otras suertes […] estando enfermo» 62; e igualmente, conocemos el ejemplo de María de Médicis, primogénita de Cósimo I y Leonor de Toledo, a quien se le entregó una muñeca como pasatiempo durante su restablecimiento de unas fiebres en 1550 63.
3. Intercambio y Visualización del lujo: las muñecas de moda
Una de las escasas contribuciones documentadas sobre las primeras muñecas de moda fue aportada, en un formidable trabajo, por Yassana C. Croizat 64. Nos informaba la autora de la existencia de una carta escrita por Federico Gonzaga —en nombre de Francisco I de Valois—, solicitando que su madre, la conspicua humanista y adalid de elegancia Isabella dʼEste, le enviase una muñeca vestida según su estilo con el fin de copiarlo en la corte francesa 65. La misiva, fechada el 19 de noviembre de 1515, no fue la única que recibió la marquesa de Mantua, pues en 1524 su hijo menor, Ferrante Gonzaga —quien residía en España al servicio de Carlos V—, le requería otra muestra tangible de la moda italiana para ser imitada por las damas de Leonor de Austria, hermana mayor del Emperador:
Algunas de las damas de cámara de la señora reina [Leonor de Austria] me han pedido que les envíe desde Italia una muñeca vestida enteramente con el estilo que allí se acostumbra, así que ruego a Su Excelencia que encargue y envíe una, con alguna otra gentileza para las mujeres como son los tocados para la cabeza, para entregarlos a doña Magdalena Manricha, una de las damas de la dicha señora reina 66.
Las muñecas, por tanto, fueron desde al menos los albores del siglo XVI un método divulgativo mediante el cual las cortes europeas se familiarizaron con las tendencias vestimentarias extranjeras, ofreciendo la ventaja de que, frente a las artes visuales, proporcionaban referencias tridimensionales y permitían percibir las cualidades táctiles de los indumentos 67. Sentada esta cuestión, cabe entonces preguntarnos si estas figurillas emisarias de la moda tuvieron predicamento en la corte de Felipe II. La respuesta la hallamos en los Archivos de Palacio y de Simancas.
En octubre de 1567 Isabel de Valois encargó a Duarte de la Cate una saya, unas enaguas y un par de manguillas para una de sus muñecas de tafetán 68, y al año siguiente, varios vestidos de seda blanca y amarilla para otra de ellas 69, evidenciando que su afición de adolescencia perduró en su edad adulta. Una década más tarde, a primeros de 1578, su sucesora Ana de Austria hizo lo propio con su sastre de cámara Francisco de Herrera, ordenándole que comprara de la tienda de Baltasar Gómez varios cortes de tela para que confeccionase dos sayas y sendos jubones de raso blanco de Florencia para dos muñecas. Se incluyó en la compra, además, dos onzas de hilo de seda de colores, presumiblemente para bordarlas 70. En esta fecha la reina solo tenía descendientes varones —la infanta María no nació hasta 1580—, y el guardarropa de muñecas de sus hijastras no corría a cargo de Herrera, sino de Geneli; por lo que no hay otra explicación posible que estos objetos antropomórficos tuvieran una función visual y de adorno de su cámara, constituyendo así un testimonio elocuente del capricho aristocrático. Prueba de ello es que, en las cuentas secretas de Enrique II de Francia, se registró la suma de «9 libras y 4 soles para seis muñecas traídas desde París para damas» 71, vislumbrando que eran regalos destinados a sus amantes Diana de Poitiers y Filippa Duci; o la circunstancia de que tales figurillas no solo fueron ataviadas con el traje de corte o de aparato, sino también con aquellas alternativas indumentarias que, aunque ajenas al ideal de representación, cubrían una demanda personal. Este es el caso de la muñeca con hábito concepcionista que la reina Ana envió a su madre, la devota emperatriz María de Habsburgo, en julio 1576 72.
El cese de actividad de Baltasar Gómez a mediados de la década de 1580 posicionó a Bernardino de Valverde como el principal proveedor textil de los hijos de Felipe II 73. Según nos informan sus cuentas, el guardajoyas de la infanta Isabel, Hernando de Rojas, ordenaba el 20 abril de 1595:
Hágase para una muñeca de su alteza [la infanta Isabel] un verdugado de tafetán azul con sus verdugos de lo mismo, y unas manguillas de telilla de plata blanca fina de Milán, y entregadlo a [su azafata] doña Ana de Guevara 74.
Cuatro días más tarde, Rojas volvía a pronunciarse, dejando constancia de que las botonaduras de esta muñeca estaban ricamente elaboradas con piedras semipreciosas y tenía extremidades inferiores; lo que sugiere que se trataba de una talla articulada ( figs. 13- 14):
Cómprese [al mercader Bernardino de Valverde] para servicio de su alteza [la infanta doña Isabel] […] cuatro docenas de granates finos engastados en alquimia como botones, para ponerlos a una muñeca que su alteza viste, y unos chapines de media ataujía para la dicha muñeca 75.


Los textiles para la elaboración del traje se compraron a Valverde el día 13 de abril, y ascendieron a 1766 maravedís; a razón de un corte de tafetán azul de Valencia para el verdugado (748 maravedís), otro de seda del mismo color para la saya (128 maravedís), una cuarta de tela blanca labrada de Milán para las manguillas (612 maravedís), tafetán blanco para el forro (63 maravedís), holandilla encarnada para las pestañas decorativas de la saya (62 maravedís), y dos varas de trencillas de plata de Milán para coserlas sobre dichas pestañas (153 maravedís) 76. El vestido de la muñeca fue realizado por el sastre René Geneli en mayo de 1595, y el 5 de julio, se envió a la corte de Turín envuelta en un paño de tafetán encarnado 77.
Pero no fue esta la única muñeca que la infanta Isabel regaló a su hermana Catalina, pues los envíos se repitieron desde su partida a Piamonte en 1585. Por ejemplo, el 28 de octubre de 1587 se registra: «una caja con docena y media de muñecas […] [y otras] siete muñecas chiquitas» 78. Al respecto, debemos recordar que Margarita de Saboya nació en 1589, lo que aleja a estas figuras de cualquier concepción lúdica o infantil, de manera que han de ser entendidas como objetos testimoniales de las propuestas sartoriales hispanas, susceptibles de ser reproducidas a tamaño real. Esto explica que Catalina de Médicis tuviese en su colección de muñecas dos vestidas de luto y otras seis con sayas negras 79; color que adoptó de forma casi permanente tras enviudar de Enrique II. Pero además, entre las mercadurías que la duquesa de Saboya recibía de su hermana Isabel se hallaban preciados terciopelos de seda 80, argentería fina 81, abanillos labrados con puntas de oro y plata 82, guantes de Ciudad Real 83, chapines 84, escofiones 85…, y un sin fin de artículos del vestir y la apariencia que avalan que se trató de muñecas de moda.
También tenemos noticia de que Juan de Burgos (n. 1578-†1622) fue el artífice de aderezar con ostentosos bordados los trajes de las muñecas de Margarita de Austria, ratificando, una vez más, el gusto de la élite por estos objetos vestideros. El 27 de septiembre de 1601 la reina encargó a dicho artesano la confección de un guardarropa labrado con canutillo de oro y plata de Milán, compuesto por una saya entera de raso azul con mangas de punta, un manteo morado, una ropa de cámara o levantar de raso columbino 86, dos basquiñas carmesí y unas manguillas blancas. Burgos percibió por esta labor un total de 1.840 reales, fraccionados en 828 reales por la saya, 957 por las basquiñas y la ropa, y otros 55 por las manguillas 87.
El registro de esta encomienda se integra dentro de una cuenta con un total de 35 partidas, correspondientes a las mercedes que la soberana realizó a lo largo de ese año. Esta circunstancia, en adición al considerable importe —al que deben sumarse otros 1.668 reales que se pagaron a Valverde por las telas y la plata de los bordados 88—, indican que la receptora de tan primorosa manufactura fue alguien a quien doña Margarita profesaba gran afecto; si bien, el escribiente del documento, Antonio del Águila, no lo desvela. La encomienda coincide en fecha con el envío de dos de los cuatro retratos documentados de la reina en estado de buena esperanza: uno que fue llevado a Graz para la archiduquesa María Ana de Baviera, y el otro a Flandes para la infanta Isabel 89. Ello invita a pensar que la muñeca y su lujoso guardarropa «a la española», pudo ser un regalo para alguna de las dos; y más probablemente para la infanta, a quien el 4 de octubre de 1601 se le remitieron cincuenta pares de guantes y otros tantos abanillos 90.
A quienquiera que fuese destinado este guardarropa, lo cierto es que tanto Margarita de Austria como su cuñada Isabel gustaron de coleccionar muñecas como fórmula de distinción cortesana 91, y desde la corte de Madrid se le enviaron varias de ellas a Flandes. Incluso, tras fallecer la reina en 1611 la práctica continuó, ocupándose la infanta Margarita y el duque de Lerma de mantener al corriente a la hermana del rey de las últimas novedades indumentarias. De ello dejó constancia el mismo Felipe III en una cédula de paso a la atención de la guardia aduanera:
Sabed que la serenísima infanta doña Margarita, mi muy cara y muy amada señora y el duque de Lerma y la condesa de Valencia y el conde de la Oliva envían a los estados de Flandes a la serenísima infanta doña Isabel, mi muy cara y muy amada hermana con Juan Cortés, ayuda de nuestro guardajoyas, los tercios siguientes: Uno en que va una colgadura de cuero de ámbar, otro en que va una cama de lo mismo, una cajuela llena de guantes de ámbar, otra cajuela llena de pebetes y pastillas, otra cajuela de cuellos labrados y camisas, una caja en que van una[s] muñecas, un baúl lleno de sedas de matices; que este y las cuatro cajas hacen un tercio, [y] otros seis tercios de barro de Talavera, que en[tre] todos son nueve tercios… [rubricado] El rey 92.
Las muñecas de factura ibérica también llegaron a la corte de Varsovia. En 1607 Margarita de Austria envió a su hermana Constanza —reina de Polonia por su matrimonio con Segismundo III Vasa—, una muñeca tallada por Pompeo Leoni 93, quien, junto con Juan Martínez Montañés, también fue el artífice de realizar el nacimiento que en la Navidad de ese año se armó en el oratorio de la reina 94. El guardarropa de esta muñeca estaba compuesto por una saya «de tela de primavera» (espolín), otra saya de terciopelo guarnecida con pasamanería de plata, una basquiña de brocado de Milán, un verdugado de tafetán carmesí de Valencia y dos pares de manguillas 95. La talla de Leoni fue cuidadosamente empaquetada en una caja que el carpintero Juan de Azpeitia realizó ex profeso, forrada de raso y guarnecida con «cinco varas de pasamanos de seda», cubriéndose con un lienzo encerado «para que no se mojase si lloviese en el camino».
Junto a la muñeca, se incluyeron otros obsequios para el aderezo personal de la reina de Polonia, entre los que se encontraban una saya de raso de nácar de Florencia, una ropa y basquiña de tela de oro y plata de Milán, unas enaguas de raso rosado, un corpiño de raso carmesí, un verdugado de tabí verde listado, una gorguera bordada, un par de manguillas de raso blanco de Florencia y una caja con joyas; además de un ceñidor de oro y ámbar para una de sus criadas. El carruaje con el exquisito contenido salió del Alcázar Real a toda prisa en el verano de 1607 conducido por el porteador Jorge Reytamer, acordándose que el correo Domingo Gutiérrez lo alcanzaría en la Villa de Arcos donde le había de hacer entrega del pasaporte de la Hacienda y de la muñeca, ya que esta había quedado retenida en palacio en espera de incluir a su atuendo un abanico que se le compró a última hora en la Venta de San Juan, sita entre Alcalá de Henares y Guadalajara 96. Lejos de ser esta una mera anécdota, pone de manifiesto la importancia que tuvieron las muñecas de moda, hasta el punto de que se cuidó el más mínimo de los detalles.
Por otra parte, no debemos pasar por alto que, en sus apuntes, los escribanos reales hicieron hincapié en el tamaño de las muñecas, diferenciando entre unas «chiquitas» y otras de mayores dimensiones. Ya conocíamos que en 1496 la reina Ana de Bretaña envió «una muñeca grande» a Isabel la Católica 97, pero se ignoraba a qué dimensiones concretas pudieron responder estas remesas. Los documentos conservados en el Palacio Real nos ofrecen nuevamente la respuesta.
El 29 de abril de 1613 el secretario y amanuense Pedro de la Cruz explicaba que, para la infanta Ana —futura reina de Francia—, el sastre Francisco de Soria hizo un verdugado de tafetán a una de sus muñecas 98. Al mes siguiente, cosió una saya de raso azul aderezada con ribetes de terciopelo y pasamanería blanca 99, y a finales de ese mismo año…
Hizo para una muñeca de vara menos ochava de alto [73,1 centímetros], ropa y basquiña y jubón de tela, guarnecida la ropa con dos pasamanos, y la basquiña con ocho y ribete al canto, y el jubón con sus molinillos por las costuras, forrado en tafetán. Vale de hechura de todo cincuenta y cinco reales, tasado en cuatro ducados 100.
Según la información vertida, se evidencia que estas «réplicas femeninas» no eran únicamente miniaturas, sino que algunas de ellas fueron prácticamente maniquíes con dimensiones equivalentes a las tallas religiosas que los infantes tenían en sus alcobas 101, y de las que nos podemos hacer una idea al observar el grabado flamenco del libro de emblemas de Jacob Cats ( fig. 3). En este sentido, debemos puntualizar que la remisión de imágenes devocionales también fue una práctica habitual entre los Habsburgo; por ejemplo, puede citarse que el 12 de agosto de 1604 la reina Margarita envió a su madre «un Niño Jesús de bulto [redondo], dormido sobre una peana» 102, y en 1611, otras dos tallas del Divino Infante para sus parientes alemanes, cuyos sayos baqueros bordó Mariana Ramírez, mujer del guantero real Álvaro Carreño 103. Las cajas de nogal en las que fueron empaquetados corrieron a cargo del entallador Pedro de Azpeitia 104.
El escribano Pedro de la Cruz también nos ofrece noticias acerca de las muñecas de la infanta María —más tarde emperatriz del Sacro Imperio Germánico—, figurando que el 10 marzo de 1620 se compró a los mercaderes Antonio y Diego Quirós «una vara de raso blanco y [a]naranjado para unas muñecas […] [y otras] tres varas de velillo de plata falso para las [dichas] muñecas de su alteza», por un importe de 1326 maravedís 105.
4. Las labores de costura de las reinas e infantas de la casa de austria
Recientemente Fernando Bouza ha puesto de relieve el carácter vertical de la costura en el Siglo de Oro, al señalar que la aguja podía verse en las manos de mujeres de toda condición. En su excelente monografía, nos explica el historiador cómo la reina Margarita de Austria se entretenía aprendiendo todo género de labor en compañía de sus damas, y en la corte ducal la infanta Catalina Micaela realizaba ejercicios de bordado mientras aguardaba con impaciencia el regreso de su marido Carlos Manuel 106.
De la reina Margarita consta que en 1602 su guardajoyas, Hernando de Rojas, compró al mercader Bernardino de Valverde treinta y dos onzas de hilo de seda dorado joyante para bordar con sus propias manos una casulla al patriarca Juan de Ribera; quien el 18 de abril de 1599 le había dado la bendición nupcial con Felipe III 107. Asimismo, sabemos que en febrero de 1604 Rojas le entregó otras dos onzas de hilo, doce agujas y seis dedales para que cosiera en su cámara 108, y en noviembre de 1609 el carpintero Gabriel Garcés le hizo un bastidor de madera de Molina 109, a cuyos travesaños le puso cintas nuevas dos años más tarde 110.
Durante su breve reinado también Isabel de Valois practicó el arte del adorno textil guiada por su bordador de cámara Anne Vespiere. Por ejemplo, en las cuentas del año 1567 figura que el 2 de mayo se compró a Baltasar Gómez dos onzas de hilo de seda de diferentes colores «para labrar su majestad», el 6 de octubre, tres onzas de hilo de plata, amarillo y negro para «un paño de labor», y el 10 de diciembre, otras ocho onzas de oro y plata de Milán para sus trabajos de aguja 111.
De igual modo, las infantas Isabel y Catalina se aplicaron a la costura siendo niñas, manteniendo dicha práctica a lo largo de toda su vida. Durante su adolescencia mandaban al mozo Pedro Díaz de Ochoa a la tienda de Gómez para que les comprase hilo de seda 112, y en otras ocasiones, era el guardajoyas Cristóbal de Oviedo quien les llevaba canutillo y entorchados de oro y plata de Milán para dar realce a sus bordados 113. Los plateros Francisco de Rosales y Diego de Rueda se encargaron de fabricarles los dedales, y los entalladores Martín Jiménez y Melchor Quero de León, los bastidores y otros armazones de costura, tales como los mundillos para tejer los laboriosos encajes de bolillos 114.
Durante el primer semestre de 1591 fueron especialmente frecuentes las reuniones de costura de la infanta Isabel y sus damas, como así lo certificarteable-526564616c7963 mt2-526564616c7963" title="Párrafo"> Durante el primer semestre de 1591 fueron especialmente frecuentes las reuniones de costura de la infanta Isabel y sus damas, como así lo certifican los gastos de su guardajoyas. En el mes de enero se compraron «trecientas agujas de todas suertes para la cámara de su alteza» 115, al mes siguiente, 15 onzas de hilo y un libro «para poner muestras de randas y otras labores» 116, y en marzo, diez barajas de naipes para devanar las madejas de hilo 117, cuatrocientas agujas y cuarenta y ocho dedales —la mitad de ellos ordinarios, y la otra mitad labrados en plata 118—. Entre los meses de abril y mayo el carpintero Martín Jiménez hizo tres bastidores —dos de vara y media de largo, y otro de dos varas 119—, y además, se compraron dos manos de papel para cubrir las labores que se prendían a dichos armazones, con ánimo de evitar cualquier mancha desafortunada 120.
La adquisición de esta extensa cantidad de materiales y utensilios se debió a que la infanta Isabel, junto a las condesas de Paredes, de Uceda, y el resto de sus damas, labraron un guardarropa a la pequeña Margarita de Saboya, que tenía entonces tan solo 2 años ( fig. 15) 121. Para acometer la tarea contaron con la guía del experimentado bordador de Felipe II, Diego de Ormaza, realizándose a la niña —entre otras prendas—, una saya de raso azul de Valencia bordada con hilo de oro de Milán y mangas de punta, una basquiña «de tela rica listada de oro y plata», un manteo francés de raso encarnado de Florencia con su correspondiente corpiño, un verdugado de raso carmesí de Valencia, un jubón, y unas manguillas de raso blanco florentino 122. La sastrería corrió a cargo de René Geneli.

Conforme a lo expuesto, queda demostrado que la realeza española bordaba indumentos infantiles, circunstancia que resulta de especial interés por el afecto implícito hacia los párvulos. La siguiente cuestión que debemos plantear entonces es conocer si esta práctica fue extensible a las muñecas, bien las de uso personal o las que se enviaban a los familiares. Hemos hecho mención de que en marzo de 1579 las infantas Isabel y Catalina aportaron personalmente parte del recado necesario para elaborar el guardarropa de muñecas que se encomendó a Geneli, pero además, en esta misma cuenta, el escribano Pedro de Quevedo explica:
Tomó [Pedro Díaz de] Ochoa [de la tienda de Baltasar Gómez] cinco millares de alfileres para el servicio de sus altezas en 27 de marzo [de 1579, monta] 590 maravedís […]. Más tomó Ochoa dos onzas de [hilo de] seda n[egr]o flojo para labrar sus altezas, a 127 [maravedís, monta] 254 maravedís 123.
Esta aclaración nos permite comprender que, para este encargo, las infantas debieron contribuir realizando sus propias labores de costura, y aunque sabemos que los alfileres se usaban en el aderezo personal 124, es indudable que parte de este acopio se destinó a sus aproximaciones con las randas de bolillos, pues en las décadas posteriores Hernando de Rojas recoge la adquisición de idéntica mercancía:
Para la dicha [infanta Isabel, en 1596] compré un papel de alfileres para la almohadilla [o mundillo] para hacer labor, real y medio. Más para la dicha dos docenas de agujas para labrar, costaron real y medio 125.
Recién llegada a España, Isabel de Borbón también bordó vestidos de muñecas. En abril de 1617 Hernando de Rojas compró a los mercaderes Antonio y Diego de Quirós «diez varas y media de raso [encarnado de] nácar de Florencia para una saya entera con mangas de punta, que ha de bordar su alteza para una muñeca», además de tres onzas de hilo blanco cendalí 126 para llevar a cabo la labor 127. En el mes de agosto de ese año se enviaron a El Escorial otras doce onzas de hilo de oro de Milán para los bordados de la princesa.
Aunque Pedro de la Cruz no declara expresamente que esta muñeca fue un regalo de Isabel de Borbón a su cuñada Ana, reina de Francia, todo apunta a que así fue; en primer lugar, porque el escribano especifica que la saya de la muñeca
Aunque Pedro de la Cruz no declara expresamente que esta muñeca fue un regalo de Isabel de Borbón a su cuñada Ana, reina de Francia, todo apunta a que así fue; en primer lugar, porque el escribano especifica que la saya de la muñeca «debía bordarse», insinuando que la manufactura tenía un remitente y, en segundo lugar, porque entre los gastos de la princesa del año 1617 figura la adquisición de dos varas de terciopelo azul para forrar una caja con piezas de cristal para la susodicha, y otra vara de tafetán carmesí «para envolver un cajoncillo que envía su alteza a Francia» 128.
En este contexto debe encuadrarse una muñeca, realizada mediante un armazón de alambre, que perteneció a la Casa Real sueca ( fig. 16). La figura, de tan solo 16 centímetros de altura, va ataviada con una saya de seda azul violáceo —ahora descolorida— y randas metálicas, y por complemento, una estufilla de seda carmesí con bordaduras de flores de lis. La cabeza es de tafetán pálido con los rasgos faciales bordados con hilo de seda —al modo de las muñecas que tuvo Isabel de Valois 129—, y porta una diadema de perlas sobre un elaborado peinado de cabello humano.
Según una nota ambigua del siglo XVII que se adjuntaba a esta muñeca: «Fue hecha por la princesa del rey Carlos IX» 130, lo que suscita la interrogante de saber si su autoría correspondió a la hija del monarca, Catalina Vasa (n. 1584-†1638), o a su primera esposa, María del Palatinado (n. 1561-†1589), ya que este no ascendió al trono hasta 1604, de manera que María nunca llegó a ser reina. Tampoco puede descartarse que la indicación hiciese referencia a su segunda esposa, Cristina de Holstein-Gottorp, durante la etapa de once años y medio —desde julio de 1592, hasta febrero 1604—, en que también fue princesa escandinava. Sofía Néstor, conservadora de la Real Armería de Estocolmo, se inclina hacia la suposición de que la figura fue fabricada para mostrar «lo que estaba de moda», pues coincide de forma exacta con las ilustraciones de los códices de trajes de la última década del «quinientos» ( figs. 17- 18); y señala que, por la tradición en el uso del lenguaje debe conferirse más credibilidad a que el susodicho manuscrito aludiese a Catalina Vasa. Comoquiera que fuese, lo cierto es que la singular factura de esta figurilla ha hecho que se custodiase con especial miramiento, perdurando hasta nuestros días.
Entre las variantes de muñecas renacentistas también deben ser mencionadas las autómatas, capaces de bailar, tocar instrumentos y mover sus cuellos de forma mecánica. En el inventario de vestuario de Leonor y Catalina de Médicis, hijas del gran duque de Toscana Fernando I, se especifica que ambas hermanas jugaban en 1596 con este tipo de muñecas 131, de las cuales se conserva un ejemplo en el museo de Historia del Arte de Viena ( fig. 19). La muestra, tallada en madera, presenta un mecanismo interior que le permite tocar el laúd; una ingeniosa singularidad que ha llevado a los historiadores a atribuir su autoría al ingeniero hispano-milanés Juanelo Turriano, el célebre relojero del emperador Carlos V, y que, de ser cierta esta asignación, la muñeca debió ser realizada antes de su muerte en 1585. La figura, de 44 centímetros de altura, luce una saya de cuerpo bajo y mangas de punta en damasco ocre, aderezada con espiguillas metálicas sobre pestañas de seda carmesí. Sin duda, cualquiera de los tipos de muñecas —infantiles, de moda, o autómatas—, fueron muestras palpables del interés de la aristocracia por los objetos de lujo; expresión, en definitiva, de la afición de una época.




5. Conclusión
La contaduría habsbúrgica revela que, durante su niñez, las infantas Isabel y Catalina reunieron una notable colección de muñecas de origen dispar. Algunas de ellas fueron confeccionadas con tela por los sastres de la Casa de la reina (Duarte de la Cate y René Geneli); otras, se compraron al mercader Baltasar Gómez, quizá traídas desde Flandes; y un tercer grupo, respondió a aquellas que su abuela materna, Catalina de Médicis, les remitía desde Francia. La condición aristocrática de las infantas permitió que estos juguetes luciesen espléndidos ropajes al modo cortesano, y que los entalladores y colcheros reales labrasen enseres en miniatura y preciosas arquillas de taracea y nogal para guardarlos. Estas figurillas fueron evidentes objetos para el entretenimiento, pero también, medios catalizadores de la maternidad, en tanto que sus posibilidades de juego permitían adquirir las responsabilidades típicamente femeninas y, en consecuencia, contribuyeron al desarrollo y maduración de las hijas de Felipe II.
En el caso de los adultos las muñecas tuvieron una función muy diferente. El elevado costo de los bordados de plata y oro y las sedas importadas desde Italia y Flandes pone de manifiesto su consideración de manufacturas de lujo destinadas a exhibir la última moda, y posteriormente reproducirlas a tamaño real. Tal circunstancia convirtió a estos dechados en distinguidos maniquíes coleccionables que, desde España, se distribuyeron por las cortes de Turín, Francia, Polonia o Viena. La mayor parte de las muñecas fueron vestidas por los sastres y bordadores de palacio, aunque en algunas ocasiones, fueron las reinas e infantas quienes lo hicieron con sus propias manos; testimonio de una práctica consuetudinaria del Siglo de Oro.
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Notas