DOSSIER
Recepción: 27 Noviembre 2019
Aprobación: 10 Febrero 2020
Resumen: El presente trabajo propone revisar un conjunto de narrativas de posdictadura que retoman el pasado dictatorial reciente en Argentina para identificar posibles ejes de lectura en donde la memoria y los feminismos se entrecruzan. Entendemos que estos discursos literarios no rememoran o representan una consecución de acontecimientos pasados sino que construyen memoria, es decir, involucran el pasado con el presente y lo sumergen en un tiempo-ahora. Desde esta perspectiva, asumiendo que el acto de narrar hace de las experiencias algo comunicable, nos preguntamos por las formas en las que, en este tiempo-ahora marcado por las fuerzas de las mareas feministas, el pasado es narrado, (re)significado y comunicado.
Palabras clave: Narrativas de posdictadura, literatura, feminismos, estudios sobre memoria.
Abstract: The present work proposes to review a set of post-dictatorship narratives that take up the recent dictatorial past in Argentina to identify possible axes of reading where memory and feminisms intersect. We understand that these literary speeches do not “remember” or “represent” an achievement of past events, but they do build memory, that is, they involve the past with the present and immerse it in a time-now. From this perspective, assuming that the act of narrating makes the experiences somewhat communicable, we wonder about the ways in which, in this time-now marked by the forces of feminist tides, the past is narrated, (re)meant and passed on.
Keywords: Post-dictatorship narratives, literature, feminisms, memory studies.
Referirse al pasado reciente, especialmente al pasado de la última dictadura cívico-militar en Argentina, casi nunca resulta algo sencillo. Tanto para quienes vivieron ese momento histórico como para las generaciones sucesivas, el pasado aparece no como mera representación de hechos fijados o cerrados sino como un terreno abierto, dinámico y complejo donde se disputan sus sentidos. La memoria no se satisface con la historia oficial, se incomoda con ella y da cuenta permanentemente del presente de ese pasado. “¿Acaso la represión empezó un 24 de marzo? ¿Acaso la dictadura terminó definitivamente en 1983?”, se pregunta Ángela Urondo Raboy (2012: 265), hija de Alicia Cora Raboy y Francisco Urondo, asesinados y desaparecidos en Mendoza en junio de 1976, secuestrada en el mismo operativo en el que detienen a su madre y asesinan a su padre, abandonada luego en un orfanato, recuperada poco tiempo después por su abuela materna y dada en adopción a unos tíos que, pese a los vínculos familiares, le niegan el conocimiento de su historia e identidad, recién recuperada a los veinte años. Ángela no solo pregunta por el presente de ese pasado sino también agrega:
A pesar de las garantías constitucionales de la democracia, existen grietas temporales por las que se sigue filtrando el daño del terrorismo de Estado que todavía gotea en la actualidad. El tiempo no aleja la historia, no la borra, no la desaparece: la resignifica. Y no hace tanto de esta historia, que además fue silenciada, negociada e impune. La dictadura no es algo que les pasó a otros, hace mucho tiempo, es actual, sigue actuando sobre chicos que, como los míos, acaban de nacer, con abuelos que hace tanto tiempo fueron muertos o desaparecidos y no están ahora para los mimos y los abrazos... (Urondo Raboy, 2012: 265).
La memoria, como práctica social que “trae el pasado al presente”, involucra un arte particular por medio del cual damos cuenta de los modos en los que se recuerdan determinados conocimientos (Ramos, Ana, 2011). En esta práctica, las claves de interpretación de conocimientos heredados que se actualizan en el presente articulan la memoria y, como explica Walter Benjamin (1936), el tiempo-ahora es el lugar donde esta se configura. Para el mismo, la experiencia es comunicable y quien la narra, a diferencia de quien historiza, no se encarga del encadenamiento de eventos determinados sino de la forma en la que estos pueden inscribirse en el mundo y en la que, en el acto de narrar, la experiencia propia o la transmitida se torna a su vez en experiencia de aquel/aquella que escucha.
Siguiendo este análisis, podemos pensar que los discursos literarios del conjunto de escritores y escritoras de la llamada generación de posdictadura (Drucaroff, Elsa, 2011, 2016) comparten experiencias del pasado reciente, propias o ajenas, heredadas o vividas, y un campo de interlocución (Ramos, 2011) desde el cual asumen la tarea de narrar. Este acto hace de las experiencias algo comunicable y construye memoria: no rememora una consecución de acontecimientos pasados sino que involucra el pasado con el presente y lo sumerge en un tiempo-ahora. El presente se constituye así como un indispensable punto de vista desde el cual el pasado puede significar (McCoel, John, 1993).
Desde esta perspectiva, me pregunto por las formas en las que, en este tiempo-ahora marcado por las fuerzas de las mareas feministas, el pasado es narrado, (re)significado y comunicado. Para aproximarnos a una posible respuesta, propongo (re)leer un conjunto de narrativas de posdictadura que retoman el pasado dictatorial reciente en Argentina para identificar trayectorias de lectura donde la memoria y los feminismos se entrecruzan y articulan en torno a la idea de desobediencia.
En la apertura de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires de 2019, Rita Segato (2019a) brindó la conferencia Las Virtudes de la Desobediencia. En ella, a partir de la pregunta en torno al porqué estudiamos cómo la cultura nos formatea en lugar de estudiar cómo, a pesar de esto, cada uno/a de nosotros/as puede ser único/a, propone pensar el desvío, la capacidad de desobedecer. Automáticamente, la escucha de este discurso, me llevó a otras lecturas y recordé una nota escrita por Raquel Robles (hija de Flora Celia Pasatir y Gastón Robles, secuestrados y desaparecidos en Buenos Aires, en abril de 1976, en un operativo que ella y su hermano presencian con cinco y tres años de edad). La nota es publicada en febrero de 2018 a partir de la declaración de Marta Dillon (hija de Marta Taboada quien, embarazada de siete meses, es secuestrada y desaparecida en Buenos Aires, en octubre de 1976) en el juicio que se llevaba a cabo en Argentina por el secuestro y asesinato de su madre. La misma se titula “Hijas de la desobediencia” y termina con la siguiente frase: “Animémonos a pensar todo de vuelta. Seamos de verdad hijos e hijas de la desobediencia” (Robles, Raquel, 2018a).
Como explica Rita Segato (2019b), la memoria necesita de la incomodidad, de la no satisfacción con la historia, ya que solo lo que está en busca de comprensión posibilita la memoria viva. Implica un pensar desobedeciendo mandatos y, en este punto, no es casual que las narrativas de quienes refieren y actualizan el pasado dictatorial argentino estén tejidas por la memoria de las resistencias y los feminismos.
Judith Butler (2019), en su intervención Presentes y Futuros de la Memoria (realizada en abril de 2019, donde funcionó la Esma, junto a Estela de Carlotto y Eduardo Jozami), explica que imaginar y moldear el futuro hoy sucede cuando logramos transformarnos en un nuevo futuro y rompemos con la repetición de la violencia. Esta desobediencia, esta ruptura, necesita de los trabajos de la memoria para exponer el falso relato que el revisionismo negacionista de la historia impone a nivel mundial. Revisionismo que, aclara, si bien no puede ser generalizado de manera transnacional, sí se identifican sus puntos de contacto entre distintos territorios. Entre ellos destaca que los nuevos modelos autoritarios de gobierno que rigen la escena política actual no pueden ser comprendidos cabalmente sin los modelos del pasado como tampoco un nuevo fascismo puede reducirse a lo que anteriormente ya conocimos. Agrega: “Es importante comprender la forma en la que emerge el neoliberalismo capitalista y el establecimiento de un nuevo poder de control a través de la intensificación de la pobreza y el orden patriarcal” (Butler, 2019) y asumir la importancia de los lazos de solidaridad entre las luchas de resistencia a este revisionismo histórico negacionista.
Los planteos de Butler nos permiten analizar el vínculo entre memoria y feminismo, entre la lucha por los sentidos en torno al pasado (trauma y continuidad) de la última dictadura cívico-militar y los movimientos de la marea feminista en Argentina. Vínculo que, como expone Nelly Richard (2009, 2019), encuentra en las simbolizaciones culturales un espacio donde activar subjetividades emancipatorias, donde la articulación memoria/feminismo implica hablar de las posibilidades del lenguaje y sus pliegues, de las significaciones inconclusas que deben ser trabajadas y enunciadas en nuestro presente.
Este vínculo entre memoria y feminismo atraviesa/tiñe/se teje en las narrativas de posdictadura, especialmente en los discursos de estas escritoras hijas/es como Marta Dillon (con Aparecida, en 2015), Raquel Robles (con Pequeños combatientes, en 2013), Ángela Urondo Raboy (con ¿Quién te creés que sos?, en 2012), Liliana Furió y Analía Kalinec (con Escritos desobedientes, en 2018), entre otras/es. Y hace visible algo de lo cual, a partir del retorno a la democracia en los países latinoamericanos, se ha reflexionado y producido mucho pero también negado y ocultado el carácter político de la literatura. Tiendo a pensar (y no puedo evitar que se cuele en mis lecturas) la literatura como un producto cultural que involucra una red compleja de actividades, que propone estrategias para entender y actuar en el mundo, que funciona como estructuradora de la realidad y brinda herramientas para la organización de la vida (Even-Zohar, Itamar, 1999). De esta manera, entiendo que los discursos literarios, tomando distancia de cualquier conceptualización mimética de la literatura, no son mera representación artística de un mundo sino que tienen un rol activo en su configuración e intervienen tanto en los procesos de construcción de memoria en contra del negacionismo en torno al terrorismo de Estado (ya que constituyen, fijan y transmiten representaciones y sentidos acerca de ese pasado) como en el fortalecimiento de las luchas feministas contra el patriarcado.
A través del acto de narrar, en los discursos literarios de estas escritoras de posdictadura se articula un momento político que, como explica Rossana Nofal (2002, 2009) en sus trabajos referidos a los relatos testimoniales, conlleva una “estética de continua subversión”, ya que disputan un espacio de interpretación de la realidad donde “lo residual, definido como aquello que se halla a cierta distancia de la cultura dominante, aunque una parte de él proviene efectivamente de su pasado” (2002:20), presenta un sentido alternativo e incluso de oposición respecto del hegemónico. La literatura es entendida por estas escritoras como el espacio para el desacuerdo (Rancière, Jaques, 1996, 2011) y la disputa del sentido (Bajtin, Mijail, 1985), y se asume como un territorio discursivo de desobediencia, de cuestionamiento de las memorias hegemónicas y de las normativas impuestas por el sistema patriarcal. Un terreno donde es posible examinar “las complicidades de poder entre discurso, ideología, representación e interpretación en todo aquello que circula y se intercambia como palabra, gesto e imagen”, como también rastrear “las huellas de lo inconexo, lo escindido, lo residual, lo disperso” (Richard, 2009: 79).
Me interesa destacar la politicidad del hecho literario y para ello traigo aquí algunas conceptualizaciones de Rancière (1996, 2011). Él explica cómo la actividad política, en términos de litigio, tiene su base en la lógica del desacuerdo, es decir, aparece cuando aquellas y aquellos que no tienen voz (o la misma es solo considerada un ruido inentendible) disputan un espacio con la intención de hacerse oír. Así, la política no solo moviliza la pregunta por los modos del pensar y del decir, sino también la disputa por la configuración del mundo sensible (lo común de una comunidad) y por la igualdad de quienes lo integran. La acción política reconfigura el reparto de ese mundo, distribuye los tiempos y espacios, los lugares e identidades, la palabra y el ruido, lo visible y lo invisible. La literatura, como práctica artística, hace política ya que interviene en tanto literatura en el recorte de este mundo sensible, en las prácticas, formas de visibilidad y modos de decir que recortan uno o varios mundos posibles. De esta manera, la literatura es un “nuevo régimen de identificación del arte de escribir, es decir, un sistema de relaciones entre prácticas, de formas de visibilidad de esas prácticas y de modos de inteligibilidad...; es cierta forma de intervenir en el reparto de lo sensible que define al mundo que habitamos” (Rancière, 2011: 20).
Cuando Rita Segato (2019a), en torno a la escritora Elizabeth Castillo, comenta su indisciplina, aclara: “Su política no es lo que dice si no el acto decir”. El acto de decir, la desobediencia del narrar, de estas escritoras reconfigura el mundo, haciendo visible y nombrando lo antes oculto o silenciado. Y esta política de la literatura concentra tanto la memoria como el(los) feminismo(s) ya que se alimenta de una “ética de la insatisfacción” y de un “deber de memoria”. Comenta Marta Dillon: “Tenemos un deber de memoria que no ha terminado y en este tiempo las palabras valen un montón y la memoria no es pasado, que no nos quieran confundir, la memoria es esto que ponemos en práctica todos los días” (Manucci, 2016).
Este “acto de decir”, cargado de palabras que valen un montón, que construyen memoria, actualiza el pasado, porque, en palabras de la misma autora, “la memoria son esos modos de andar que hemos adquirido... estamos moldeados no solo por recuerdos sino por la forma en que hemos aprendido a sentir, a amar, a militar” (Manucci, Ileana, 2016). Esto me recuerda el relato Códigos,de Ángela Urondo Raboy, (2018) en el cual retoma sus diálogos con Graciela Ortiz, ex-presa política, capturada en Bahía Blanca junto a su hija de once meses por la Triple A en 1974 y trasladada al penal de Olmos donde permaneció detenida durante ocho años.
Todavía hay cosas pendientes, historias que no se pudieron contar. Como la sistematicidad de los consejos de guerra. Como las sensaciones que hubo que guardar. Como la mano de la compañera de cucheta que pedía no la fuera a soltar. Como el día que estando encerrada le pidieron ropa para un bebé que acababa de llegar. Como fue volver a la vida, salir, reinscribirse en la facultad. Ver lo que había quedado. Enfrentar los prejuicios. Rearmarse de compañeros. Luchar. Tejer lazos fuertes. Construir justicia. Transmitir memoria. Amar.
Algún día alguien tiene que escribir todo esto, me dice tomándome de las dos manos. Pero primero hay que contar que, desde que llegó el diagnóstico irreversible, las compañeras reafirmaron su presencia, están. Son más de 30 y tienen un cronograma diario para cuidarla, que es mucho más que irla a visitar. Es femenina la fuerza y feminista el compromiso que sostiene. Son los viejos códigos solidarios que nunca pudieron aniquilar (Urondo Raboy, 2018).
Retomo: “Algún día alguien tiene que escribir todo esto”, dice Graciela. Un “todo esto” que pugna por ser narrado, por ser escuchado, por ser transformado en palabra que disputa sentidos, que incomoda y da cuenta de lo silenciado y de lo que se pretende olvidar. Y ese “alguien” a quien se refiere Graciela ya existe, y no es uno sino unA (unE), no es uno sino unaS (uneS). Son estas escritoras “hijas y nietas de sus rebeldías”1 las que lo hacen, colectivamente, asumiendo una historia que es tan “presente” como “pasado”. Las narrativas de estas escritoras desobedecen tanto los mandatos de silencio impuestos por la dictadura y sus continuidades como los mandatos de silencio patriarcales que rompen lazos y acallan sus voces. Pienso en Analia Kalinec (hija del represor Eduardo Emilio Kalinec condenado a prisión perpetua en 2010 por secuestros, torturas y homicidios cometidos en los centros clandestinos Atlético, Banco y Olimpo) y en sus escritos desobedientes2. En ellos, junto a otras compañeras comenta:
Historias es, en parte, la desobediencia a los mandatos, la necesidad de dar voz a esos relatos, sentires e ideas que nos enseñaron a callar y olvidar. ... Es pronunciarse en contra de un clamor acallado, reprimido o disciplinado por el poder patriarcal, autoritario y corrupto. Es esbozar la posibilidad de no tener miedo ya para pronunciarse. Es, sobre todo, disponerse a hacerlo (Kalinec, 2018: 177-178).
No tener miedo, disponerse a hacerlo, incomodarse, movilizarse. Poner en palabras, “no callarse más”. Inscribir la memoria por todos lados, en libros, blogs, redes sociales, diarios, paredes… hasta en los cuerpos como lo hace Raquel Robles al escribir su cuerpo preguntando ¿dónde está mi mamá? ¿dónde está mi papá? ¿dónde está mi hermanito? ¿dónde está Julio López? y exhibirlo frente a un tribunal increpando al genocida Etchecolatz. Y aclara:
Era un regalo para Marta (Dillon)... Marta me está invitando a incursionar en la lucha feminista y me pareció un homenaje a su lucha. Además elegí ese método porque te sacan las cosas. Ha sucedido que en los juicios te hacen sacar las remeras, que a las madres les sacan los pañuelos, y yo pensé que el cuerpo no me lo pueden sacar”(Robles, 2017).
En este acto, asumido como una praxis feminista, la memoria se hace palabra, la palabra se corporiza y la desobediencia hace posible la performatividad de una escritura de la memoria y del feminismo.
Un cuerpo que es testimonio de vida. Un cuerpo que fue hecho de otros cuerpos, que no sabemos dónde están. Un cuerpo que prueba su existencia y su propia procedencia. Un cuerpo subversivo, desnudado y expuesto. Un cuerpo frágil. Un cuerpo con heridas abiertas y pezones que han dado de mamar hasta hace muy poco. Un cuerpo que acumula experiencia y se brinda generoso en su dolor y en su rabia para expresar las preguntas fundamentales que muchos de nosotros nos hacemos a diario. Un cuerpo valiente, que demuestra lo que somos y sentimos frente al genocidio (Urondo Raboy, 2017).
Esto escribe Ángela Urondo Raboy al conocer la imagen de Raquel que, insistiendo en la indisciplina, se transforma en palabra que convoca: “Es tiempo de desobediencias al patriarcado, contra la crueldad disciplinadora de ayer y de hoy, nos acuerpamos para la declaración de nuestra compañera Marta Dillon…”, anuncia un flyer del colectivo Ni una Menos3. Otra vez: memoria, feminismo, escritura, cuerpo4.
La producción literaria de estas escritoras, con la complejidad discursiva que la caracteriza (vinculada al juego con formas lingüísticas y no lingüísticas, la introducción de lo “documental”, el diálogo entre diversas expresiones artísticas, al testimonio como espacio intersticial donde la tensión “ficción/realidad” se diluye, entre otros elementos) configura un territorio que visibiliza los entrecruzamientos entre el “Nunca más” y el “Ni una Menos” y en el cual la política de la literatura actúa y construye desobediencia. Dar cuenta de los sentidos que configuran estas prácticas exige de quienes participan del campo de los estudios literarios una reflexión crítica que visibilice la relación intrínseca del feminismo, la memoria y el hecho literario.
Las relaciones entre el campo de los estudios sobre la memoria y los estudios sobre género y feminismos, señalan Isabel Piper y Leyla Troncoso (2015), tienen una larga historia de intereses mutuos, de intercambios y diálogos interdisciplinarios, pero en su gran mayoría los trabajos que profundizan esta relación han recorrido caminos en torno a la “memorización” del género” o la “generización” de la memoria. La superación de estas dicotomías y el reconocimiento de la relación inmanente existente entre ambos procesos aparece como un desafío para las ciencias sociales o las humanidades ya que, como explica Elizabeth Jelin (2002, 2017), tanto el campo de los estudios sobre memoria como el de los estudios de género plantean desarrollos que no solo son convergentes sino que tienen un origen común vinculado a las luchas sociales y políticas por la transformación de la realidad.
En este desafío, el campo de los estudios literarios pueden aportar a partir de una reflexión crítica en torno al hecho literario que haga visibles los modos y las formas en las que en/por el discurso se entrecruzan la memoria y el feminismo, y devele, muestre, grite, haga explícito el carácter político de la literatura para que, desobedeciendo mandatos, podamos idear políticas que, como dice Judith Butler (2014), preserven y afirmen activamente una convivencia indefinida y plural para todas las personas, como dice Rita Segato (2019a), nos posibiliten construir y tener como meta histórica un mundo radicalmente plural.
Este ensayo, que surge del movimiento, del fluir de la marea, del entrecruzamiento de lecturas, de experiencias compartidas, narradas, conversadas, escritas en el cuerpo, en paredes, en libros, desobedeciendo lo que Rita Segato (2019a) llamó “la imposición de las tecnologías del texto de la academia”, asume el desafío y propone estas palabras para pensar en conversación con todas las que de/en/por estas surjan.
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Notas