Género y Derechos Humanos
Recepción: 03 Abril 2019
Aprobación: 04 Agosto 2019
Resumen: El siguiente trabajo presenta los aportes de la pensadora feminista italiana Silvia Federici, proponiendo “claves de lectura” para la comprensión de su obra. El contexto de escritura de su libro más famoso, Calibán y la bruja (2004), la distancia temporal de los acontecimientos que estudia, su activismo y la relación con otras feministas de la segunda ola, son factores que influyeron en su manera de pensar al feminismo en su particular simbiosis con el marxismo. Pondremos el foco en algunas categorías de análisis marxistas, en una lectura sensible al “sexo”. Para ello, resaltaremos la importancia de la interseccionalidad o sobredeterminación, como una perspectiva de abordaje a la historia fundamental.
Palabras clave: Silvia Federici, feminismo materialista, trabajo doméstico, capitalismo, interseccionalidad.
Abstract: The following work presents the contributions of the Italian feminist thinker, Silvia Federici, proposing “reading keys” for the understanding of her work. The writing context of her most famous book, Caliban and the witch (2004); the temporal distance of the events she studies; her activism and the relationship with other feminists from the second wave, are all factors that influenced her way of thinking about feminism in its particular symbiosis with Marxism. We will focus on some categories of Marxist analysis, on a “sex”-sensitive reading. The importance of intersectionality or “overdetermination” will be highlighted in this section.
Keywords: Silvia Federici, materialist feminism, domestic work, capitalism, intersectionality.
Introducción
Mucho se ha dicho y discutido sobre la problemática relación que hay entre feminismo y los movimientos de izquierda. Heidi Hartmann, por ejemplo, en su ensayo El infeliz matrimonio entre marxismo y feminismo: hacia una unión más progresista (1981) escribe que, si bien las categorías marxistas nos permiten entender leyes generales de la historia y la economía, son ciegas al sexo; del mismo modo que el análisis feminista en sí mismo también resulta insuficiente, porque aun cuando revela la naturaleza de la relación entre varones y mujeres, es ciego a la historia y “no es lo suficientemente materialista” (Heidi Hartmann, 1981:1). Por lo tanto, la autora sugiere que “entre marxismo y feminismo debería existir una alianza más progresista, que requiere no solo un entendimiento más profundo de las relaciones entre clase y sexo, sino también prácticas igualitarias en las políticas de izquierda” (Hartmann, 1981:2).
Consideramos que existen algunas autoras dentro de los feminismos de la segunda ola italiana, entre ellas Silvia Federici, Mariarosa Dalla Costa, Carla Lonzi y Leopoldina Fortunati, que son capaces de conciliar los aportes de ambas tradiciones. Ellas utilizan conceptos marxistas, así como una visión materialista de la historia, para abordar la relación entre capitalismo y patriarcado, buscando superar las dificultades que, siguiendo a Heidi Hartmann, “han acompañado al infeliz matrimonio entre marxismo y feminismo”. Las autoras intentan, ante todo, desenmascarar las formas de explotación y subordinación de las mujeres que hacen posible la perpetuación de la violencia patriarcal y capitalista en un orden estructural de la sociedad. El aporte novedoso que ellas hacen es, precisamente, reconocer que es en la esfera privada donde las mujeres producen valor de uso y reproducen la vida de los trabajadores sin recibir ningún salario, lo que invisibiliza su trabajo y la explotación capitalista.
En este trabajo, pondremos nuestra atención en Silvia Federici, pues consideramos que de todas las autoras que también estudian el trabajo doméstico bajo las sociedades capitalistas con un enfoque feminista y materialista (en el caso de Federici en particular, es notoria la influencia del marxismo autonomista en su elaboración conceptual), ella es quien logra de modo más coherente integrar las dos perspectivas. Su obra incluye una amplia variedad de temas de interés tanto para las feministas como para teóricos/as marxistas, como son: trabajo doméstico, fábrica social, acumulación primitiva de capital, maternidad, prostitución, otras. Por otro lado, es la única de las autoras mencionadas en el párrafo anterior (del feminismo italiano de la segunda ola) que sigue viva y produciendo teoría crítica del sistema capitalista en su nueva cara neoliberal.
Las sociedades actuales basadas en principios liberales y exitistas justifican la pobreza con un discurso meritocrático, naturalizan el trabajo reproductivo de las mujeres y abogan por una división eficiente del trabajo (extendiendo los principios laborales de las fábricas a las casas). La fábrica social –cada vez más debido a la intervención de las tecnologías y los social media– adquiere dimensiones antes inimaginables, al tiempo que se atomiza la sociedad bajo los principios del individualismo. En este sentido, los análisis de Federici son actuales y urgentes, en tanto unen los reclamos de las mujeres con otros sujetos que han sido históricamente desventajados como producto de las políticas liberales, coloniales, imperialistas, racistas, otras.
Para entender cabalmente su obra, es necesario situar a la autora en un contexto histórico, geográfico, político y económico determinado. Los apartados que proponemos a continuación son un intento por esclarecer algunos aportes de Federici, en diálogo con su época y otros movimientos y autores/as contemporáneos/as a su obra.
La distancia temporal entre el movimiento Salario para el Trabajo Doméstico y el libro Calibán y la bruja: claves de lectura y puesta en contexto1
Silvia Federici es una pensadora italiana que ha aportado mucho al estudio del trabajo doméstico y reproductivo de las mujeres en los últimos años. En 1972, junto a Mariarosa Dalla Costa en Padua, Selma James en Londres, y Brigitte Galtier en París, construyó el Colectivo Internacional Feminista para “promover el debate sobre el trabajo reproductivo y [coordinar] la acción en varios países, a partir del cual se fueron formando a nivel nacional e internacional diversos comités y grupos que pedían por el Salario para el Trabajo Doméstico” (Dalla Costa, 2014:3) (de ahora en más grupo STD o movimiento STD).
El movimiento STD se inspiró, en parte, en el feminismo de las welfare mothers de Estados Unidos –que se movilizaron para “exigir un sueldo al Estado por el trabajo que suponía criar a sus hijos” (Federici, 2013:24)–, y en parte en el cuestionamiento y la crítica que movilizó a gran parte del mundo hacia finales de la década del 60 en torno al sistema capitalista. La ideología de estos grupos fue de inspiración marxista, aunque reformada por las feministas para incluir dentro de la cadena productiva al trabajo doméstico que produce fuerza de trabajo y es destinado al mercado de los afectos familiares (Frabotta, 1973:105). En el libro Revolución en punto cero, Federici escribe:
Mientras que para la mayor parte de las feministas sus puntos de referencia eran las políticas liberales, anarquistas o socialistas, las mujeres que impulsaron la [campaña] WFH [Wages For Housework] venían de una historia de militancia en organizaciones que se identificaban como marxistas, marcadas por su participación en los movimientos anticolonialistas, los movimientos por los Derechos Civiles, el movimiento estudiantil y el movimiento operaista (Federici, 2013:23)2.
Los grupos que pedían un salario para el trabajo reproductivo hicieron una ruptura con el “movimiento emancipatorio” que lo precede, que creía que la liberación de la mujer se daría a través del trabajo fuera del hogar y con la independencia económica. Si bien ambos comparten la ideología anticapitalista y antipatriarcal, los grupos STD no creían en la “autonomía pagada al precio del doble trabajo, sino en el reconocimiento del valor económico que posee el trabajo doméstico” (Dalla Costa, 2014:4). En este sentido, es importante destacar que el movimiento STD (fundado inicialmente en Padua) no desligaban la producción teórica de la práctica política.
Federici, a diferencia de otras pensadoras de esos mismos años, escribió sus libros y algunos de sus ensayos cuando el movimiento STD en Italia ya había terminado, el operaísmo se había retirado de la escena política, y el sistema capitalista mismo se estaba reestructurando. Las reflexiones de Federici revelan precisamente esa maduración de las ideas y una cierta perspectiva que se consigue a veces solo con la distancia temporal respecto de los acontecimientos.
El retorno de la acumulación primitiva a nivel mundial –comenzando por la inmensa expansión del mercado laboral, fruto de las múltiples formas de expropiación que Federici vivió en carne propia cuando estuvo en Nigeria en la década de 1980 llevando a cabo un trabajo de docencia– le hicieron repensar su postura frente al capitalismo y las estrategias que en otros momentos ella planteó como “las mejores” para luchar contra el mismo. El pedido por el salario al trabajo doméstico, por ejemplo, cuando escribió su libro Revolución en punto cero (en el 2013), ya no le parecía la herramienta más apta de ataque al capitalismo –y no solo para las feministas, sino para la clase obrera en general (Federici, 2013:30)3.
Los cambios de posición en Federici y la madurez que gana con el tiempo (y que influye en el contenido de sus obras) no implican, sin embargo, que sus temas de interés no sigan siendo los mismos. La atención que presta la autora a la reproducción del trabajo, entendida como “el complejo de actividades y relaciones gracias a las cuales nuestra vida y nuestra capacidad laboral se reconstruyen a diario” (Federici, 2013:21), es central en sus obras. De hecho, el movimiento Salario para el Trabajo Doméstico precisamente buscaba resaltar a
...la trabajadora doméstica como el sujeto social crucial en la premisa de que la explotación de su trabajo no asalariado y de las relaciones desiguales de poder construidas sobre su situación no remunerada eran los pilares de la organización de la producción capitalista (Federici, 2013:30).
La militancia de Federici en agrupaciones feministas y de izquierda (marxistas) influye en su modo de concebir la historia e imprime a sus obras un carácter militante que tiende siempre a buscar acciones de lucha y subversión del orden reinante, más allá del análisis teórico. Sin embargo, su concepción materialista de la historia como herramienta para entender a partir del pasado las relaciones de dominación y subordinación en el presente, también la llevan a prestar mucha atención a cuestiones de orden más bien conceptual, y claro, también a la historia.
El libro Calibán y la bruja fue escrito en 2004, con tres décadas de distancia con respecto al texto de Mariarosa Dalla Costa El poder de las mujeres y la subversión de la comunidad (ensayo que sirvió de inspiración para Federici al momento de pensar el trabajo doméstico), y veinte años más tarde del libro El Gran Calibán (del cual es coautora junto a Leopoldina Fortunati, y que busca explicar la opresión de las mujeres atendiendo a las relaciones de producción y de clase). Esta distancia temporal le dio a Federici una mirada más amplia respecto de los sucesos de los años 70, así como le permitió vislumbrar los cambios neoliberales que empezaron a sucederse con más notoriedad a inicios de los 80.
La autora se propone en diversas ocasiones “comprender la arquitectura del nuevo orden económico” (Federici, 2013:28) y ataca a instituciones como el FMI o el Banco Mundial, a las que ve como instrumentos de recolonización y de ataque contra los/as trabajadores a nivel mundial (2013:29). También hace una “crítica a la institucionalización del feminismo y a la reducción de las políticas feministas a meros instrumentos de la agenda neoliberal de las Naciones Unidas” (2013:29); quiere demostrar los límites de un feminismo que “únicamente se [preocupa] por la discriminación sexual y que no [acierta] a situar la feminización de la pobreza en el contexto del avance de las relaciones capitalistas” (2013:118). Escribe, además, sobre los riesgos de la nueva división internacional del trabajo y de la privatización de las relaciones territoriales en un mundo en que nada debe escapar a la lógica del beneficio, y donde hay una continua reducción de los gastos estatales para servicios sociales (2013:114). Las olas migratorias del sur al norte son un indicador claro de que las políticas que llevan a cabo instituciones como la ONU en países del Tercer Mundo, lejos de favorecer el progreso y la industrialización, condenan a los/as pobres a trabajos precarios y les empujan a situaciones desesperadas4 (Federici, 2013).
Como señala Federici, todos los casos mencionados en el párrafo anterior contribuyen a la acumulación de la riqueza capitalista y crean brechas cada vez más amplias entre ricos y pobres (categorías atravesadas, claro, por el género, la raza, el país de proveniencia, otras). Federici cree:
El feminismo debe ser anticapitalista, pues si la destrucción de [los] modos de subsistencia es indispensable para la supervivencia de las relaciones capitalistas, este debe convertirse en nuestro campo de batalla (Federici, 2013:149).
Así como en Calibán y la bruja Federici intenta examinar a partir del concepto marxista de acumulación primitiva el paso del feudalismo al capitalismo, en otros textos más recientes, busca entender las políticas neoliberales y de globalización que también producen crecimiento desigual de las riquezas y acumulación capitalista. El marco de estudio es el mismo y sigue haciendo uso de categorías marxistas, así como se nutre de la lectura particular que hizo el autonomismo del marxismo5.
La globalización tiene por objetivo “proporcionar al capital el control total sobre el trabajo y los recursos naturales y para ello debe expropiar a los trabajadores de cualquier medio de subsistencia” (2013:144). Esto es logrado a través de un “ataque sistemático sobre las condiciones materiales de la reproducción social”, y, por lo tanto, afecta especialmente a las mujeres (2013:144). Tal y como sucedió durante la baja Edad Media, las mujeres son ahora también las principales opositoras al uso capitalista de la naturaleza (transformada en un recurso natural), a la devaluación del trabajo de sus comunidades, y a la destrucción de los comunes aún existentes (2013:144). Los Programas de Ajuste Estructural, por ejemplo, tienen por objetivo modernizar la agricultura y organizarla en base al comercio y la exportación, lo que hace que las mujeres, “las principales agricultoras de subsistencia del mundo, se vean desplazadas” (Federici, 2013:146).
También en la crítica al neoliberalismo aparece la crítica feminista a Marx (desarrollada en Calibán y la bruja), por su “incapacidad de concebir el trabajo productor de valor de ningún otro modo que no sea la producción de mercancías” (Federici, 2013:154). Esto limitó la capacidad del filósofo alemán para comprender el verdadero alcance del capitalismo y la función que desempeña el salario, que divide a la clase trabajadora (Federici, 2013:154). Tal como escribe Federici:
Si Marx hubiera reconocido que el capitalismo debe apoyarse tanto en una ingente cantidad de trabajo doméstico no remunerado efectuado en la reproducción de la fuerza de trabajo, como en la devaluación que estas actividades reproductivas deben sufrir para rebajar el coste de la mano de obra, puede que se hubiese sentido menos inclinado a considerar el desarrollo del capitalismo como inevitable y progresista (Federici, 2013:154).
Federici encuentra al menos tres razones para desafiar la asunción de la necesidad y progresía del capitalismo:
Primero, porque los cinco siglos de desarrollo capitalista han esquilmado los recursos del planeta más que creado las condiciones materiales para la transición al comunismo (…) La carestía mundial es hoy en día directamente un producto del capitalismo (Federici, 2013:155).
Segundo, el capitalismo separa a los trabajadores mediante una división desigual del trabajo y del salario (que proporciona poder a los asalariados sobre los no asalariados). Es decir, el capitalismo logra dividir a la clase proletaria, ocultando mediante el salario de algunos/as trabajadores/as, el trabajo llevado a cabo por los no asalariados (entre ellos, las mujeres).
El tercer motivo es que las luchas antisistémicas del último siglo no provinieron de los sujetos revolucionarios previstos por Marx, “sino que batallaron desde los movimientos campesinos, indígenas, anticoloniales, antiaparthied y feministas”6 (2013:155) –un obstáculo clave para la revolución son las divisiones dentro de la clase trabajadora que el capitalismo ocasiona (2013:155).
Si el marxismo ha de influir en la “lucha anticapitalista del siglo XXI tiene que replantearse la cuestión de la reproducción”, y se debe disipar la “ilusión de que la automatización de la producción pueda crear las condiciones materiales para una sociedad no fundamentada en la explotación” (2013:155). Como explica Federici (2013), Marx minimizó la reproducción “al consumo de mercancías que los trabajadores podían comprar con sus salarios y al trabajo productivo que esas mercancías requieren” (2013:156). No se establece diferencia alguna, por lo tanto, entre la producción de mercancías y la producción de fuerza de trabajo. Federici cuestiona la visión tecnologicista de la revolución, en la que “la libertad se consigue a través de la maquinaria y se asume que el aumento de la productividad laboral supone el cimiento material para el comunismo”, pues desde esta perspectiva “la organización capitalista del trabajo se contempla como el más alto estadio de la racionalidad humana” (2013:158).
Federici (2013) sostiene que un análisis del sistema capitalista que tenga en cuenta la reproducción y el trabajo doméstico nos permitiría pensar en la necesidad que tiene este sistema de generar un tipo determinado de trabajadores/as (y, por lo tanto, también un tipo determinado de familia, de sexualidad, de procreación), que genera un sistema de excluidos (2013:161). Dicho sistema ha sido contestado en numerosas ocasiones, pero el capitalismo ha sabido defenderse, reestructurarse y crear nuevas lógicas de dominación y subordinación.
Lo esbozado en el párrafo anterior sería, en palabras de Mario Tronti, la “doble hélice espiralada” con la que los marxistas autonomistas veían que se movía el conflicto de clases (Dyer-Witheford, 1999:11). Como explica Dyer-Witheford en Cyber-Marx (en el capítulo “Ciclos”): “La composición de la clase obrera y la reestructuración capitalista se persiguen una a una en extensiones cada vez más amplias del territorio social” (2013:11). Los autonomistas creen que, para que el proyecto revolucionario sea efectivo, debe
...romper ese movimiento de recuperación, enderezar el espiral dialéctico y acelerar la circulación de las luchas hasta que adquieran una velocidad de escape en la que el trabajo salga disparado de su incorporación al capital –un proceso que los autonomistas llaman autovalorización– (Dyer-Witheford, 1999:11).
De esto se desprende la idea de que el capital establece una relación de mercantilización que se basa primero en una relación salarial, por lo tanto, necesita al trabajador; mientras que estos últimos pueden prescindir del capital, del salario, y del capitalismo: son potencialmente autónomos y pueden buscar otras maneras de organizar sus energías creativas (Dyer-Witheford, 1999:11).
Federici (2013) encontró cinco estrategias que la economía mundial adoptó para contestar, por ejemplo, al ciclo de luchas de los 60 y 70 que transformaron la reproducción y las relaciones de clase: 1- la expansión del mercado de trabajo a través de nuevos cercamientos, que separaron a poblaciones enteras de sus medios de producción, con la consecuente destrucción de las economías de subsistencia, y con el aumento del empleo de las mujeres; 2- “la desterritorialización del capital y la financiarización de las actividades económicas, posibilitadas por la revolución informática” que permitieron “el movimiento casi instantáneo de capital a lo largo del planeta” (2013:167); 3- la “desinversión sistemática que el Estado ha llevado a cabo en la reproducción de la fuerza de trabajo”, con el desmantelamiento del Estado de Bienestar y la ideología que traduce a los/as trabajadores/as en empresarios de sí mismos –y por lo tanto responsables de la inversión en ellos/as mismos/as (Federici, 2013:167); 4- la apropiación empresarial de recursos naturales y su destrucción, y 5- los ajustes estructurales y el proceso trágico de pauperización que los acompaña (pensemos tan solo en la migración, que toma la forma del éxodo para millones de personas pobre, o en la expansión de las formas de trabajo no contractuales) (p.169-171).
Como advierte Federici, las estrategias enumeradas en el párrafo anterior reflejan el esfuerzo continuo del capital por dispersar a los trabajadores y minar sus esfuerzos organizativos (2013:171).
A pesar de que la producción en la economía mundial ha sido reestructurada mediante la incorporación de nuevas tecnologías, “no se ha producido ningún avance tecnológico [significativo] en la esfera del trabajo doméstico” (Federici, 2013:174) y la desigualdad de los salarios continúa. El trabajo de cuidados, en lugar de ser tecnificado, “ha sido [redistribuido] y [cargado] sobre las espaldas de diferentes sujetos mediante su comercialización y globalización”; el crecimiento de la industria de servicios se ha reorganizado comercialmente y externalizado el trabajo doméstico (2013:175). También ha habido una reconversión “del trabajo reproductivo por la cual gran parte de la reproducción metropolitana ahora la llevan a cabo mujeres inmigrantes provenientes del Sur global” (2013:175).
Como podemos comprobar en toda la obra de Federici, el enfoque feminista nunca es puesto de lado. Federici analiza estos fenómenos expuestos en los párrafos anteriores y concluye que
..ni la reorganización del trabajo reproductivo bajo un prisma mercantil, ni la globalización de los cuidados, ni mucho menos la tecnologización (…) han liberado a las mujeres ni eliminado la explotación inherente al trabajo reproductivo en su forma actual (Federici, 2013:176).
La autora demuestra que no solo las mujeres siguen cargando con la mayor parte del trabajo doméstico, sino que además su trabajo se ha incrementado: las mujeres actúan “como parachoques de la globalización económica, compensando con su trabajo el deterioro de las condiciones económicas producidas por la liberalización de la economía mundial y el incremento de la desinversión social” del Estado (2013:176). Federici (2013) entiende que otro factor que devolvió la centralidad del trabajo doméstico ha sido la expansión del trabajo informal y la descentralización de la producción industrial, que aumenta el trabajo en casa (2013:177). A la violencia institucional y económica que sufren las mujeres, debemos sumarle la violencia de la pauperización absoluta, de la migración en condiciones de clandestinidad, de las condiciones laborales inhumanas, y la violencia física que aún hoy persiste y las condena a una situación de extrema vulnerabilidad (2013:178-179).
Federici nos propone que pensemos en nuevas formas de cooperación que escapen a la lógica del capital, y que las mujeres reclamemos el control sobre las condiciones materiales de reproducción (2013:179). A propósito de esto, Negri y Hardt desarrollaron una teoría, según la cual hemos entrado (supuestamente) en una fase de transición poscapitalista en la que
[se] proporciona mayor autonomía al trabajo en relación al capital, [se] incrementa la producción de cooperación social y [se disuelven] las bases materiales en las que se han asentado y fortalecido las relaciones desiguales de poder, fomentando una recomposición política de la fuerza de trabajo global (Hardt y Negri en Federici, 2013:183).
Su teoría, desarrollada en la trilogía Imperio, Multitud y Mancomunidad (en inglés Commonweatlh) presenta la idea del trabajo inmaterial (TI) (que engloba también al trabajo reproductivo, o trabajo afectivo, como lo llaman los autores), según la cual el trabajo en la economía mundial ha sido transformado, sobre todo a partir de la revolución de la información y las tecnologías informáticas (Hardt y Negri en Federici, 2013:184). El TI “instituye una relación positiva y cualitativamente nueva entre el trabajo y el capital, por la cual el trabajo se convierte en una labor autónoma, autoorganizada, y productora de cooperación social” que Hardt y Negri llaman “lo común” (Hardt y Negri en Federici, 2013:185). Los autores sostienen que empezó un proceso titánico de reproducción social en el que
cada una de las articulaciones de la vida social pasa a ser un espacio de producción y la sociedad misma se transforma en una inmensa máquina de trabajo que produce tanto valor para el capital, como conocimientos, culturas y subjetividades (Hardt y Negri en Federici, 2013:185).
En este régimen deproducción biopolítica (como diría Foucault), que se inserta dentro de la llamada “fábrica social”, desaparecen los pares duales como productividad/improductividad, producción/reproducción, trabajo/ocio, trabajo asalariado/trabajo no asalariado, entre otras (Federici, 2013:185).
Silvia Federici hizo una crítica a esta concepción “poscapitalista” de la sociedad, porque “el colapso de las distinciones entre producción y reproducción, asalariado y no asalariado, amenaza con ocultar (…) la acumulación capitalista [que] se alimenta de la inmensa cantidad de trabajo no remunerado” y la devaluación del trabajo reproductivo (Federici, 2013:202). Además, la autora rechaza la categoría de “trabajo afectivo” (TA), pues ese nombre da cuenta solo de una porción de las tareas que las mujeres llevan a cabo dentro y fuera del hogar, olvidándose del trabajo más material que realizan (por ejemplo, lavar platos, cocinar, hacer las compras, limpiar la casa, planchar, educar a los hijos, otros).
La autora resalta el doble carácter del trabajo reproductivo: es un “trabajo que nos reproduce y nos valoriza, no solo de cara a integrarnos en el mercado laboral sino también contra él” (Federici, 2013:19). Federici sostiene que es en el trabajo doméstico en el que “las contradicciones inherentes al trabajo alienado se manifiestan de manera más explosiva, razón por la que es el punto cero para la práctica revolucionaria” (Federici, 2013:19).
Sobre la actualidad de la obra de Federici: ¿interseccionalidad o sobredeterminación para una perspectiva materialista?
A partir de la revisión de los aportes realizados por Federici, creemos que es posible decir que el infeliz matrimonio entre feminismo y marxismo no resulta de una incompatibilidad entre estos dos, sino más bien de una lectura quizás un tanto ortodoxa del marxismo, por un lado, y del feminismo por otro, que considera al segundo como un proyecto de conceptualización de la sexualidad humana con vistas a la emancipación de mujeres y disidentes sexuales. Al mismo tiempo se concibe al marxismo como una teoría del conflicto social ligada de modo exclusivo a la caracterización del capitalismo (que explica la subordinación de las mujeres como un resabio de las relaciones feudales), a la vez que una herramienta de transformación del mundo cuyo terreno es el de la lucha de clases.
Un marxismo economicista y un feminismo liberal son incompatibles con las lecturas profundas de las sociedades capitalistas que hace esta pensadora italiana. Su atención a las mujeres no busca proponer explicaciones esencialistas de su naturaleza, sino más bien esclarecer el lugar que han ocupado en la historia moderna, tanto en el plano político, como en el cultural, social y económico. Al mismo tiempo, el estudio de las raíces de la opresión de las mujeres se vincula a las estrategias políticas que el movimiento debería adoptar para su liberación.
Como escribió Federici en el prefacio de Calibán y la bruja, el problema de los feminismos de su época (de la segunda ola feminista de los países euronorcéntricos) para explicar la opresión de las mujeres era que, las feministas radicales, por un lado, por su tendencia a dar prioridad a la discriminación sexual y al dominio patriarcal, “la explicaban a partir de estructuras transhistóricas que presumiblemente operaban con independencia de las relaciones de producción y de clase” (Federici, 2010:15). Por otro lado,
...las feministas socialistas reconocían que la historia de las mujeres no puede separarse de la historia de los sistemas específicos de explotación y otorgaban prioridad (…) a las mujeres consideradas en tanto trabajadoras en la sociedad capitalista (Federici, 2010:15).
Sin embargo, eran incapaces de reconocer “la esfera de la reproducción como fuente de creación de valor y explotación” (Federici, 2010:15-16). Esto las llevaba a explicar la opresión de las mujeres como resultado de su exclusión del sistema capitalista y ponía en un plano netamente cultural la “supervivencia del sexismo en el universo de las relaciones capitalistas” (Federici, 2010:16).
Federici logró hacer una integración de categorías marxistas y feministas en un ejercicio de puesta en juego de diversos sistemas de opresión –el capitalista, racista y patriarcal– mostrando su actuación conjunta y la imposibilidad de estudiarlos de manera separada. De la imbricación de estos sistemas surgieron temas como: acumulación primitiva de capital, como una categoría de análisis que puede ser reactualizada en diversos momentos de la historia7 y a la que deben sumarse formas de violencia contra las mujeres (como fue la caza de brujas); el trabajo doméstico y reproductivo llevado a cabo por las mujeres y apropiado por el sistema capitalista y por la “clase de los varones” (al decir de Colette Guillaumin), que extiende al terreno del hogar los principios laborales de las fábricas; la maternidad como una institución que aísla a las mujeres y, en nuestras sociedades, es causa de alienación; la sexualidad, como terreno de lucha para la autonomía de las mujeres; el placer, como campo en disputa entre los varones y las mujeres (los primeros sienten que tienen derecho a las energías sexuales, afectivas y emocionales de las segundas); la prostitución, como un trabajo que se resiste a ser estudiado como cualquier otro trabajo asalariado; otros.
El gran aporte que hicieron las feministas marxistas italianas (Dalla Costa, Federici y Fortunati) fue mostrar cómo el patriarcado y el capitalismo no funcionan de forma independiente. El patriarcado no es solo una forma de subordinación de las mujeres a los varones, así como el capitalismo es mucho más que la explotación de los/as trabajadores/as en las fábricas. Como escribe Federici en El patriarcado del salario:
Reconocer que la subordinación social es un producto de la historia, cuyas raíces se encuentran en una organización específica del trabajo, ha tenido un efecto liberador para las mujeres. Ha permitido desnaturalizar la división sexual del trabajo y las identidades construidas a partir de ella (…) que tienen una carga política (Federici, 2018:83).
Con el estudio que hace Federici de la “transición del feudalismo al capitalismo” es posible ver cómo el patriarcado se redefinió con el surgimiento del capitalismo, al tiempo que le brindó las bases ideológicas y materiales para prosperar. La subalternización de nuevos sectores sociales, la redefinición de la relación entre los sexos, la devaluación de la posición de las mujeres en la sociedad, el enmascaramiento del trabajo doméstico y reproductivo bajo la fórmula del “trabajo no productivo”, la condena a la sexualidad no procreativa, la justificación de la quema de miles de mujeres acusadas de brujería (en una época donde quedaban resabios del medioevo al tiempo que surgía un incipiente discurso científico), otros, no son obra ni del patriarcado solo ni del capitalismo solo, sino de la sobredeterminación de ambos.
A partir de lo estudiado en este trabajo, considero que el concepto de sobredeterminación (acuñado en el campo del psicoanálisis) es útil para entender las fuerzas que actúan de forma imbricada como una matriz, y que han dejado rastros en la historia que no pueden ser entendidos sin atender al funcionamiento mismo de esta matriz. Hablar de sobredeterminación es una alternativa apropiada que reemplaza la categoría proveniente del campo del derecho –e incorporada a los estudios feministas– de la interseccionalidad8de Kimberlé Crenshaw (que piensa en términos de identidades y no desde el plano de la experiencia).
La sobredeterminación en psicoanálisis se refiere a la presencia de múltiples causas que determinan un efecto unitario observable. El Diccionario de Psicoanálisis de Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis la define así:
Hecho consistente en que una formación del inconsciente (síntoma, sueño, etc.) remite a una pluralidad de factores determinantes. Esto puede entenderse en dos sentidos bastante distintos: a) la formación considerada es la resultante de varias causas, mientras que una sola causa no basta para explicarla; b) la formación remite a elementos inconscientes múltiples, que pueden organizarse en secuencias significativas diferentes, cada una de las cuales, a un cierto nivel de interpretación, posee su propia coherencia (De Ípola/Lezama en Laplanche y Pontalis, 2004:412).
La sobredeterminación no significa “la independencia, el paralelismo de diversas significaciones de un mismo fenómeno” sino que “las diferentes cadenas asociativas coinciden en más de un punto nodal” (Laplanche y Pontalis, 2004:412).
A partir de esto, creo que los análisis de Federici también estudian la opresión y explotación sobre las mujeres como el resultado de la interacción de diversas significaciones y procesos materiales (cada uno de los cuales posee su propia coherencia, pero tomados de forma independiente son insuficientes para explicar el fenómeno). El patriarcado, el capitalismo, el racismo y el capacitismo, no son contradicciones simples que funcionan con independencia las unas de las otras, sino que se sobredeterminan, coinciden en varios puntos nodales, no pudiendo ser analizados de forma separada.
Esta particular manera de comprender la historia a partir de contradicciones sobredeterminadas, hizo que la dialéctica de Marx fuera distinta a la dialéctica hegeliana (Althusser en Ambriz Arévalo, 2016). También Althusser (a partir del estudio de la experiencia rusa) consideró necesario abandonar la tesis marxista economicista9 “acerca de que en toda formación social existe una única contradicción principal (…) a saber, la contradicción entre capital y trabajo” (Ambriz Arévalo, 2016:188). La idea de “una contradicción pura y simple, y no sobredeterminada es, como lo dice Engels en relación con la frase economicista: una frase vacua, abstracta y absurda”10 (Althusser en Ambriz Arévalo, 2016:195).
Federici (así como otras feministas materialistas coetáneas, como Mariarosa Dalla Costa, Leopoldina Fortunati, Selma James, Maria Mies) ha dado muestras de una mirada atenta a las contradicciones sobredeterminadas de la historia a lo largo de sus textos. En contra de una cierta ortodoxia del feminismo, creo que éste no puede ser ciego a la violencia que no deriva directamente de la adscripción a un sexo/género determinado, pues es imposible separar las experiencias que atravesamos y darles a estas el nombre de una sola forma de opresión.
El sistema capitalista, como lo entiende esta autora, no es perjudicial para la sociedad solo porque genera una división de clases y una repartición poco equitativa de las ganancias (que acentúa la brecha entre ricos y empobrecidos), sino porque defiende una concepción del mundo que justifica el uso indiscriminado de la naturaleza y la convierte en un recurso, sostiene una repartición jerárquica de los bienes y de ella derivan derechos (o la ausencia de derechos) y la condición de ciudadanía (ligada más que nunca al sujeto consumidor), expropia tierras y se apropia del trabajo de los sectores más vulnerables de la sociedad (este robo a mujeres, campesinos, niños/as, pueblos indígenas, no es criminalizado y se oculta), privatiza cada vez más espacios públicos, demoniza la protesta social, y más. El análisis que hace Federici muestra cómo dichos procesos (ya de por sí atroces) afectan en mayor medida a los sectores que han sido subalternizados por razón de raza, género, clase, capacitismo, país de origen, otras.
En diversos momentos de la historia la vuelta a los principios del liberalismo económico ha traído consigo una actualización de los fenómenos descritos por Marx en la acumulación primitiva de capital: cercamiento de tierras comunes (durante los 80 y 90, principalmente en regiones de África); recrudecimiento de las condiciones laborales (tercerización del trabajo, precarización de las condiciones laborales, pérdida del ingreso real salarial con los procesos inflacionarios, criminalización de las protestas laborales y de sindicatos, otros); el descubrimiento de las minas de coltán (utilizado para la fabricación de casi la totalidad de los dispositivos electrónicos) en África , y la pseudo-esclavización en las minas de la población pobre de estos países; nueva división internacional del trabajo y desplazamiento de las industrias de las grandes multinacionales a países del Tercer Mundo, donde las normativas laborales son flexibles y corruptibles, al igual que las leyes de defensa del medio ambiente; la nueva caza de brujas en países africanos y en Brasil; la criminalización de la pobreza (las cárceles, además, tienen un color de piel), etcétera.
La tesis central del libro Calibán y la bruja, es que la acumulación primitiva de capital no consistió precisamente solo en los fenómenos económico-políticos que condujeron a la “expropiación de la tierra del campesinado europeo y la formación del trabajador independiente libre” (Marx, 2006, TI:939, en Federici, 2010:89). En palabras de Federici:
La acumulación primitiva no fue solo una acumulación y concentración de trabajadores explotables y capital. Fue también una acumulación de diferencias y divisiones dentro de la clase trabajadora, en la cual las jerarquías construidas a partir del género, así como las de raza y edad, se hicieron constitutivas de la dominación de clase y de la formación del proletariado moderno (Federici, 2010:90).
El capitalismo, como sistema económico global, necesita de aquellos sectores de la población más vulnerable (mujeres, niños/as, ancianos, inmigrantes, refugiados, pobres, otros) que están dispuestos a vender su fuerza de trabajo por un salario que equivale solo a la cantidad de dinero que necesitan para reproducirse (en muchos casos, ese salario es menor al mínimo necesitado), y así continuar con la acumulación de capital. Este proceso conduce al enriquecimiento de los más ricos (un tercio de la población, usando la categoría de Chandra Mohanty11) y al empobrecimiento de los ya pobres (dos tercios mundiales).
Vivimos en épocas de ataque neoliberal a los comunes aún existentes y a los sectores sociales asociados a ellos –como son las mujeres que protegen las tierras comunitarias en algunas regiones de América Latina y África. La interseccionalidado el estudio sobredeterminado de las opresiones, por lo tanto, se vuelve urgente en los estudios y en las prácticas feministas, para pensar formas de alianzas entre distintos sectores y movimientos sociales en contra del capitalismo.
Si algo hemos aprendido de la obra de Federici es que ser mujer no es una categoría lo suficientemente amplia como para dividir al mundo entre opresores y oprimidos, pues las mujeres también podemos ser opresoras de otras mujeres. El capitalismo ha logrado institucionalizar las luchas de las mujeres y hacerlas funcionales a sus necesidades (como sucede muchas veces con ONU Mujeres). En un intento por lograr más igualdad entre varones y mujeres, las feministas hemos festejado proyectos legislativos y la incorporación en la agenda estatal de reclamos feministas. Sin embargo, debemos cuestionarnos acerca de nuestros métodos e instrumentos de lucha, pues las coaliciones y acuerdos con los sectores de poder pueden traer aparejados la coartación de la radicalidad de las consignas antipatriarcales, anticapitalistas, ecologistas...
Este trabajo no busca proponer nada en ese sentido, pero considero válida la afirmación de la pensadora y poeta afroamericana Audre Lorde, que pienso debe estar presente en nuestro hacer feminista: “Las herramientas del amo nunca destruirán la casa del amo”. Necesitamos una revolución para “liberarnos no solo de las limitaciones externas, sino también de la internalización de la ideología y las relaciones capitalistas” (Federici, 2018:107) para salir del cieno, como escribió Marx, y “volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases” (Marx y Engels en Federici, 2018:107).
Para finalizar: algunas conclusiones
Federici escribe desde el análisis de la historia, pero también desde su propia experiencia personal. En Revolución en punto cero, la autora comenta que, luego de las dos guerras mundiales que eliminaron en tres décadas a 70 millones de personas, “los atractivos de la domesticidad y la promesa de sacrificar nuestras vidas para producir más trabajadores y soldados para el Estado no tenía lugar en nuestro imaginario” (Federici, 2013:19). En el período de posguerra la familia se reestructuró: se reordenó el hogar en términos domésticos y nacieron nuevas tecnologías aplicadas a las labores en casa (Federici, 2013:19).
Para Federici es sorprendente, sin embargo, que en la literatura feminista de los 70 haya tan poca mención al trabajo doméstico y reproductivo de las mujeres en la posguerra, como si las feministas no se identificaran con estos temas que cambiaron sus vidas en la segunda mitad del siglo pasado (2013:22). Por ello, para Federici es fundamental conceptualizar el trabajo doméstico ampliando las bases marxistas “sobre el trabajo no asalariado más allá de los confines de las fábricas”, y así entenderlo como el cimiento del trabajo fabril (2013:23). Los objetivos de Federici a lo largo de toda su obra son:
Demostrar las diferencias fundamentales entre el trabajo reproductivo y otras clases de trabajo; desenmascarar el proceso de naturalización al que, debido a su condición de no remunerado, se le había sometido; mostrar la específica función y naturaleza capitalista del salario; y demostrar que históricamente la cuestión de la productividad siempre ha estado relacionada con las luchas por el poder social (Federici, 2013:25).
En concordancia con el pensamiento de Mariarosa Dalla Costa, Federici cree que el reclamo por el salario doméstico tiene un potencial revolucionario (aunque limitado): significa rechazar ese trabajo como expresión de la naturaleza de las mujeres y es a la vez rechazar el rol que el capitalismo ha diseñado para ellas (2013:39). Se trata de una lucha para desmitificar la feminidad que es entendida como un “tipo de amor especial”, relacionada a los cuidados, la dispensación caritativa del tiempo de las mujeres y al servilismo (2013:61). La autora busca politizar el trabajo doméstico y la sexualidad (pues la subordinación de la sexualidad a la reproducción ha hecho que las relaciones heterosexuales sean el único comportamiento sexual aceptable). Además, problematiza la dependencia económica de mujeres con hombres y la familia como la institucionalización del trabajo no remunerado de las mujeres (pues en ella hay una desigual división del poder que disciplina sus vidas).
En este mundo globalizado, el panorama del trabajo reproductivo ha ido cambiando, pues el mercado ha transformado una parte importante de las tareas de cuidado en un servicio por el que se puede pagar –lo que no quita que sigan siendo mujeres (muchas veces inmigrantes) quienes se ocupan de estos trabajos. La crisis “de la división tradicional del trabajo que confinaba a las mujeres a las labores reproductivas (no asalariadas) y a los hombres a la producción de mercancías (asalariada)” (Federici, 2013:87) es un ejemplo de este cambio en las relaciones de trabajo. Federici nos advierte sobre las nuevas problemáticas que cargan las mujeres hoy en día y las inmensas presiones de la doble jornada laboral, que lejos de emancipar a las mujeres las vuelve doblemente esclavas del capital.
Una de las conclusiones que podemos extraer del estudio de la obra de Federici, es que se trata una autora clave para el movimiento feminista en la actualidad, capaz de pensar desde la historia los mecanismos que han subordinado a las mujeres al poder estatal y del capital. Su militancia en el operaísmo italiano y el contacto que tuvo con el marxismo autonomista tienen un reflejo en su obra, especialmente en su forma de concebir el salario como instrumento de lucha de la clase obrera pero también como herramienta emancipadora.
Federici, sin embargo, también se distancia del marxismo y del autonomismo, así como de las mismas feministas liberales, en su búsqueda de una teoría feminista que se ocupe de explicar, pero también de abogar, por una vida mejor para toda la humanidad; especialmente de aquellos/as más desfavorecidos por el capitalismo y su nueva cara neoliberal, que la autora encuentra en las mujeres pobres del Tercer Mundo, indígenas, inmigrantes, refugiados/as, niños/as, entre otras.
Referencias bibliográficas
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Notas