Resumen: En el presente trabajo realizamos una lectura situada de las nociones de juventud y ruralidad a partir de un trabajo de campo llevado a cabo en la territorialidad campesina de Malargüe (Mendoza, Argentina). Partimos del supuesto de que, ya sea por integración, adaptación o resistencia a las condiciones impuestas, las familias campesinas son redefinidas por la exclusión que su ruralidad denota. Retomamos, por tanto, la noción de colonialismo interno con la intención de describir las formas de exclusión que atraviesa la juventud trashumante que habita espacios rurales periféricos.
Palabras clave:SentidosSentidos,IdentificacionesIdentificaciones,JuventudesJuventudes,HorticulturaHorticultura,Periurbano PlatensePeriurbano Platense.
Abstract: In the present work we make a situated reading of the notions of youth and rurality from a field work carried out in the rural territory of Malargüe (Mendoza, Argentina). We start from the assumption that, whether by integration, adaptation or resistance to the conditions imposed, peasant families are redefined by the exclusion that their rurality denotes. We return to the notion of internal colonialism to describe the forms of exclusion experienced by transhumant youth who inhabit peripheral rural spaces.
Keywords: Peasantry, youth, rural space, internal colonialism.
DOSSIER
Jóvenes del campo y colonialismo interno. Notas para una mirada actual de ruralidad y juventud a partir de Malal-Hue
Young people from the countryside and internal colonialism. Notes for a current look at rurality and youth from Malal-Hue
Recepción: 09 Junio 2020
Aprobación: 18 Agosto 2020
A lo largo de este texto nos proponemos un abordaje conceptual de la noción de colonialismo interno (González Casanova, [1969] 2006; Rivera Cusicanqui, 1984), aplicado a la juventud rural del departamento de Malargüe, Mendoza, con la intención de dar cuenta de la vigencia que esta categorización de la dependencia latinoamericana posee.
En primer lugar hacemos una caracterización de la ruralidad latinoamericana reciente, describiendo las relaciones capitalistas del agro en general, como un incesante asedio a la permanencia en el ámbito rural, por parte de los sujetos y sujetas campesinas. Consideramos que las principales notas que describen lo que denominaremos espacios rurales periféricos se presentan como una modalidad de apropiación del territorio, atravesadas por estrategias de re-existencia rural (Soto, 2019).
Describimos, en un segundo momento la forma de vida rural del Departamento de Malargüe. Entendemos que, ya sea por integración, adaptación o resistencia a las condiciones impuestas, las comunidades y familias rurales del espacio estudiado, se reinventan frente a la exclusión del campesinado de su tierra como bien/valor más preciado. Es así que propondremos un detalle de las circunstancias económicas, sociales, culturales y sanitarias de las poblaciones rurales excluidas, a modo de descripción de la configuración dual del territorio abordado, esto es: sectores entendidos como “atrasados” vs “avanzados”, dan cuenta de la potencia explicativa que el colonialismo interno asume, para expresar la intersección de juventud y ruralidad en territorialidades campesinas como la malargüina.
Finalmente a partir de la evidencia histórica, reafirmamos que la inexistencia de títulos de tenencia de la tierra, el deterioro de las condiciones de vida, así como éxodo de la juventud rural y la precariedad de las políticas públicas son una amenaza constante a los derechos campesinos de los pobladores rurales trashumantes, en especial a la juventud rural, que es donde mejor se expresa esa forma de exclusión persistente.
La relación peculiar del sujeto y su experiencia de vida implica, en sus distintas dimensiones, consiste en formas de discursividad articulables a las diversas nociones del mundo. El discurso [o narrativa], tal como lo sostiene Arturo Roig (1981: 276) está relacionado a las dinámicas en que se presenta el vínculo de los bienes y los valores. La comprensión absoluta de sus valores denota, en el ser humano, un universo axiológico fundado en la empiricidad y la tenencia - o apropiación - de los bienes como tales (Roig, 1981: 276-277). La historiografía rural de Nuestra América permite calificar a las relaciones capitalistas del agro latinoamericano como un incesante asedio a la permanencia en el ámbito rural por parte de los sujetos y sujetas campesinas, dicho de otro modo: la exclusión del campesinado de su tierra como bien/valor más preciado, resulta una tenacidad estructural tanto material como simbólicamente.
La experiencia rural latinoamericana está narrada por una temporalidad colonial y una espacialidad determinada. Es, sobre ese resorte material, que transcurre la re-configuración del campesinado latinoamericano y la efectiva ocupación de los espacios rurales. Sea por la capacidad agencial de los hombres y mujeres sin tierra (Barbetta y Lapegna, 2004), por la dinámica de las organizaciones campesinas en la reinvención de sus territorios (Fernandes, 2019; Soto, 2019; Soto y Martínez-Navarrete, 2020) o por la sola persistencia de la actividad ancestral que se manifiesta en economías domésticas/étnicas, y se fundamenta en el carácter colectivo, constitutivo de lo campesino (Hocsman, 2015a), la temporalidad rural persevera también de forma tenaz. Como generalidad, la identidad campesina de los/as sujetos/as en la caracterización típica de lo rural y su contraposición urbana, es esbozada implícitamente como péndulo de los supuestos estadios de la cultura humana (salvajismo-barbarie-civilización), propuestos como transición del “hombre natural” al “hombre histórico”, es decir la comprensión del hombre/mujer en tanto historia y ya no naturaleza. Como consecuencia directa de aquel ejercicio antropológico, se desprende parte del relato de la ruralidad que en la región se cultiva.
En realidad, el acontecer agrario en América Latina - y su expresión en Argentina - constituye una persistencia incomoda (Barbetta, Domínguez, Sabatino, 2014) en tanto se le presenta a la historia, de este modo, no como una naturaleza hecha - una natura naturata - sino como una naturaleza haciéndose; no como una contemplación del mundo, sino como un ir haciéndose su propio mundo y a sí mismo, es decir, un ir creando los propios códigos desde los cuales ese mundo puede ser comprendido dentro de determinados horizontes de universalidad (Roig, 1981: 274). Entonces - y aquí sostenemos parte de nuestra hipótesis - en función de la constancia del sujeto campesino en el sistema capitalista, la idea de que las clases sociales “inferiores” o los pueblos explotados resultasen identificados con la superioridad o diferencia que los condiciona desde fuera, entronca explícitamente con la vigencia de un tipo de colonialismo interno que hegemoniza la comprensión de lo rural en tanto subalternidad local distinguida por su condición social, mismo dentro de la historia global, semejante al tiempo de “naturaleza” (Roig, 1981: 280). En este cuadro, la economía campesina, y de manera particular la juventud rural de espacios periféricos, es menos un elemento más del paisaje que el propio carácter residual de la modernización capitalista.
La consolidación de poder del conjunto de clases dominantes en la región latinoamericana, desde la Conquista en adelante, encuentra sustento político-económico en la formación social erigida sobre la base de una persistencia clasificatoria colonial. La conceptualización que propone un tipo de racismo antiindígena (Álvarez Leguizamón, 2017) o la desaparición del sujeto/a campesino (Moyo y Yeros, 2008) resulta pertinente si pretendemos hilvanar el delgado hilo que conecta la tara colonial con las formas de sometimiento actuales, sobre todo las que recaen sobre el “hombre natural” de José Martí, - que indignado y fuerte derriba la justicia acumulada en los libros - (Martí, 2005): No obstante ello, la conceptualización de colonialismo interno resulta sumariamente pertinente1.
De manera tradicional se suele denominar colonialismo al tipo de dominación política, económica y cultural de un territorio sobre otro. La colonización ha sido asimilada a la fundación de “colonias” en el marco de la expansión típica del poderío europeo (Gallego, Eggers-Brass y Gil Lozano, 2006). Así, los primeros pasos de la expansión marítima, tanto española como portuguesa, dan inicio en el siglo XV a una avanzada imperial sobre las culturas y religiones de los pueblos originarios que fueron colonizados, por vía de la desarticulación económica y la implantación de sistemas de sometimiento forzado, tales como la esclavitud, la mita minera o los tipos de labores serviles que apuntalaron la inferiorización de cuerpos y territorios originarios. Esta trama oficia de antesala al proceso de acumulación primitiva de capitales europeos para la inminente transición capitalista del siglo (Marx, 2006).
Es, en este último sentido que – tempranamente - sobre finales de los años 60 del siglo XX, Pablo González Casanova ([1969] 2006) esgrimía en su sociología de la explotación la noción de “colonialismo interno” como un emergente del movimiento independentista de las antiguas colonias, en tanto y en cuanto el desprendimiento de los dominios de tipo “político” no obturaron el reemplazo de las lógicas de dominación extranjeras, por nuevos formas nativas neocoloniales al amparo de la trama estatal. La realidad de la actual Latinoamérica, ese “tiempo presente” no escindido de la época anterior (Benjamin, 2008), se vio atravesada por la incursión del “blanco” como dueño y señor de un territorio “no habitado”, cuyas dimensiones además se presentaban atractivas a la lógica imperial europea. Las dinámicas de apropiación de la tierra y los bienes culturales expresan el carácter del sojuzgamiento característico de la etapa colonial. Las consecuencias de esas formas de sometimiento han hecho de América el primer espacio/tiempo de la configuración del patrón de poder mundial, en el que la idea de raza se consolidó como elemento vital de la clasificación social básica (Quijano, 2000).
El tipo de nominación del/la/lo indígena como inferioridad, por ende, está vinculado a una formación del discurso cuya intencionalidad política apunta a ello; sucede que lo campesino, como veremos luego, orilla esa discursividad. La historia de América no es predicable sin la referencia a las relaciones sociales de sometimiento de sectores nativos y grupos indígenas, expuestos éstos a formas de semi-servidumbre, super-explotación capitalista o sistemas de desposesión y estigmatización persistentes (Martínez, 2017, 2020).
De manera tal se ha dado la estructuración del nuevo orden hegemónico, que resulta improbable explicar la ruralidad actual sin colocar las formas de apropiación de los territorios y la configuración de sociedades duales: sectores técnicamente más avanzada frente a aquellas entendidas como “atrasadas”. Es que, si bien González Casanova remite su lectura a los pueblos indígenas, las actuales condiciones de colonialismo interno son extrapolables a las circunstancias campesinas recientes.
En efecto, en las colonias se combinan y coexisten las antiguas relaciones de tipo esclavista y feudal y las de la empresa capitalista, industrial, con trabajo asalariado. La heterogeneidad técnica, institucional y cultural coincide con una estructura en que las relaciones de dominio y explotación son relaciones entre grupos heterogéneos, culturalmente distintos. (González Casanova, 2006: 195)
Creemos que la potencialidad explicativa del colonialismo interno y su absoluta actualidad para el mundo rural latinoamericano y especialmente argentino, en gran medida, se comprende porque la persistencia de formas coloniales difiere de la estructura de clases típica, al no tratarse de una relación de dominio y explotación de los trabajadores por parte de patrones, pero enfatiza “una relación de dominio y explotación de una población (con sus distintas clases, propietarios, trabajadores) por otra población que también tiene distintas clases (propietarios y trabajadores)” (González Casanova, 2006: 198).
Sin pretender eximir aquí la centralidad del problema de clase que describe la ruralidad regional, el colonialismo interno repone la inexpugnable constancia del “conflicto” y la “explotación” como soportes fundamentales de la continuidad de la dominación (González Casanova, 2006). La boliviana Silvia Rivera Cusicanqui dirá que se trata de “reconocer al colonialismo como una estructura, un ethos y una cultura que se reproducen día a día en sus opresiones y silenciamientos, a pesar de los sucesivos intentos de transformación radical que pregonan las élites político/intelectuales, sea en versión liberal, populista o indigenista/marxista” (Rivera Cusicanqui, 2018: 25). Por otra parte, es la misma Rivera Cusicanqui (2010: 39-41) la que advierte que las huellas represivas del colonialismo se inscriben en las identidades poscoloniales, generando elementos afirmativos y de autorechazo en los modos de vida indígena y mestizas, siendo diversa y ambigua la modalidad en que se asume el colonialismo interno en lo campesino respecto de lo indígena2..
En todo caso, entendemos que para referirnos a la ruralidad joven en la coyuntura actual, de alguna manera, la idea del “problema indígena” de González Casanova es en gran medida el drama del sujeto/a campesino/a en el horizonte agrario/rural actual. Dicho de otra forma, la historia en “episodios” de la emergencia subalterna – echando mano de una clave de lectura gramsciana propuesta por el mendocino Arturo Roig (Arpini, 2017:172) - resiste3 al sistema de categorías filosóficas y políticas que describen la realidad latinoamericana desde afuera, tributando a la historización eurocéntrica que presenta su particularidad como universalización de las relaciones sociales vigentes (Dussel, 2007). La juventud rural en los pueblos denota la constancia de un neocolonialismo vigente, porque de alguna manera unifica a campesinos e indígenas en sus territorios. Veremos desde Argentina, y concretamente a partir de un trabajo de campo en las periferias del departamento de Malargüe, lo constante de esta condición.
Malargüe, departamento del sur de la Provincia de Mendoza - identificado como Malal-Hue en mapudungun (lengua mapuche) – describe la amplitud de una territorialidad rural periférica. Su superficie es de unos 41.317 km2, compuesta por los distritos Río Barrancas, Agua Escondida, Malargüe y Río Grande. Se trata de una población dedicada fundamentalmente a la actividad caprina.
Con base en el último censo poblacional del año 2010, Malargüe cuenta con 27.660 habitantes, de los cuales 21.619 corresponden al tipo urbano, y más de 6.000 pobladores rurales, entre concentrado y disperso (INDEC, 2010). Malal-Hue evidencia un vasto terreno campesino e indígena fuertemente configurado por la marginalidad que lo estructura:
Si se tiene en cuenta su integración y exclusión social: es el más austral de los departamentos mendocinos, específicamente, el que se encuentra más lejos de la capital política de la provincia; sus condiciones geomorfológicos y climáticas –aridez, temperaturas muy bajas-, lo asemejan más al clima patagónico que al resto de los oasis mendocinos; su producción no es vitivinícola como el de los demás departamentos de la provincia, condición que lo ha marginado de políticas crediticias otorgadas en la región. Se suma a ello su gran extensión, su poca población y el carácter fluctuante de ésta debido a los altibajos de la explotación minera. Su tradicional ocupación ganadera extensiva dispersó aún más la población a lo largo y ancho de su territorio. Políticamente también es un departamento nuevo, elevado a esta categoría en 1950, con gran dependencia –aún hoy- del departamento de San Rafael que fue su cabecera durante mucho tiempo (Gabrielidis, 2008: 3)
Efectivamente en Malargüe, el factor rural disperso en gran medida remite a un proceso de desposesión original que antecede a la figura jurídica departamental:
Después de 1880, la explotación de estos campos dio origen al principal enclave agroganadero del sur de Mendoza; y dentro de sus posesiones, en el transcurso de su gobernación, fue creada la villa de Malargüe para instalación de las autoridades departamentales. En este departamento (el más extenso y alejado de la capital provincial), los subdelegados fueron también administradores de estancia, roles que los convirtieron en férreos defensores del nuevo manejo de la tierra. Esto es, el orden y la seguridad que debían impartir se orientaban a la protección de la propiedad privada y del pujante modelo de ganadería comercial, lo que explica la centralidad que adquirieron en la vida rural (Magallanes, 2019: 87).
La actualidad del territorio rural malargüino conserva una imagen característica de antiguas prácticas de trabajo en el campo. Por tratarse de zonas áridas (con escasa fluidez de agua) los pobladores rurales se dedican a la cría de ganado - caprino preferentemente, aunque eso no dispense algunas producciones vacunas -. La fisonomía del puestero4 emerge sobre finales del siglo XIX, y podría decirse de ella que resuena como una constancia del ejercicio de violencia estatal nacional y sus planes de extensión soberana. Esto último, de alguna forma, “llevó a la casi desaparición de los pueblos indígenas habitantes de las zonas y la inclusión de las tierras ganadas a la economía nacional” (Ovando, et al., 2011: 3).
Desde entonces son explícitas las ambivalencias que el colonialismo interno expresa en el sur mendocino. Esto se re-actualiza en la enajenación de tierras y la pérdida del patrimonio actual en el sur mendocino, como lo muestra la imagen siguiente:
Hace más de un siglo, en el sur de Mendoza, la actividad trashumante intercala de manera cíclica el recorrido de puesteros por los campos de invernada, en áreas de meseta y en collados bajos, junto con los territorios de veranada, situados en los valles altos del cordón de Los Andes. Allí, la exclusión social y las condiciones de escases se dibujan con el paisaje de tierras secas y desertificación permanente, como un contraste sociológico que evidencia el contrapunto con las zonas beneficiadas por el riego. La cartografía de la marginalidad rural malargüina está dada, fundamentalmente, por el aislamiento de los pobladores en la cría de ganado menor, y ese recorrido de trashumancia5 que acompaña el clima árido de montaña conjugado, a su vez, por jornadas frías y pocas precipitaciones.
El “puesto” constituye un dispositivo de condensación familiar sobre ese espacio rural6 al que remitimos; es allí donde reside y se ejerce la labor campesina por excelencia. Si bien “en principio un puesto es una vivienda en la que habita una persona que ha sido “puesta” por otro, que sería el propietario de un campo” (Liceaga, 2020: 30), la apropiación histórica de esa tierra, aun no garantizada en términos legales, hace que devenga en una forma enraizada de vivencia periférica en Malal-Hue.
Por lo general los padres del grupo familiar puestero, que tienen una edad por encima de los 50 años, son asistidos por los y las jóvenes de la casa. La juventud del campo acompaña la tarea cotidiana siendo, en gran medida, la encargada del traslado a zonas de altura con el ganado, en busca de forraje y mejores climas para sus animales. Luego de que los chivos y cabritos nacidos son alimentados en la invernada, entre los meses de setiembre y noviembre se comienza el largo camino a las veranadas. La actividad trashumante gira básicamente en ese recorrido de vitalidad campesina, dado por la existencia de campos de veranada e invernada que no son otra cosa que pasturas destinadas a la sobrevivencia del ganado en las estaciones de verano e invierno. La veranada es una forma milenaria de vida en el sur de Mendoza:
La población rural de Malargüe tiene en la veranada un motivo para demostrar el cuidado que debe tener en atender el ganado, la preparación de la vivienda, los trabajos en cuero, en el caso de los hombres, ya sea trenzando lazos, confeccionando riendas, bozales o cualquier prenda de dicho material que utilizan (Agüero Blanch, 1971: 213).
La economía familiar se desarrolla a partir de la actividad ganadera. Ésta proporciona desde los alimentos y elementos de vida más esenciales, hasta los reconocidos tejidos al telar con lana de oveja hilada, monturas, lazos, cabestros y un sin fin de productos localmente gestionados. La juventud del campo allí ejerce un trabajo central en la reproducción y subsistencia de esa forma de vida rural.
La noción de “juventud” es, en primer lugar, una construcción sociopolítica y una nominación de carácter cultural, sujeta a las dinámicas temporales y los rasgos espaciales que la contorneen. El conjunto de elementos que definen la concepción de lo joven bien pueden ser enunciados como resultado de articulaciones políticas y sociohistóricas específicas, sin embargo la juventud “…puede considerarse como una variable social que va de la mano con el género, la clase, la etnia y la religión; o bien puede estudiarse en sus propios términos, según sus relaciones sociales y las culturas que han venido creando en su medio” (Katzer, 2020: 4).
En relación a la categorización de la juventud existe abundancia de referencias (Vommaro, 2015; Reguillo, 2003a; Chaves, 2006), sobre todo en relación a juventud y ruralidad (Rodriguez Vingnoli, 2001; Ruiz Peyré, 2010; Barés, 2016a), constan también variados enfoques que pululan entre determinaciones biológicas y la cosificación del joven como sujeto o sujeta ahistórico (Saraví, 2015). Tal como argumentara Reguillo la calificación social de juventud transita una fase de aguda recomposición y, dado que los escenarios de análisis cambian, mantener la fijación de una categoría “representa una enorme complejidad que vuelve imposible articular un solo campo de representaciones porque el sentido está siempre siendo, armándose en un continuum simbólico que desvanece fronteras, márgenes y límites” (Reguillo, 2003b: 104). No obstante ello, es inevitable apuntar que lo etario permite dar un panorama; en Malargüe desde los 14 años en adelante la actividad caprina acelera etapas y exige trabajos tempranos.
Mario, joven criancero que esquiva - como sus padres, tíos y abuelos - el frio ventoso que resguarda la inmensidad del Rio Grande, mientras se pierde entre las puntas montañosas, nos dice:
Nuestra forma de vida es muy sacrificada pero que otra cosa podemos hacer si hemos aprendido esto de chicos […] estar en el campo y mantener nuestros animalitos vivos con el león encima es algo muy difícil, además siendo joven cuesta más porque son muchos años para armarse de algo de capital y poder mantenernos en estas tierras que ni siquiera son propias… (Entrevista, zona de Bardas Blancas, abril/2020).
En este caso, la discursividad subalterna que alberga lo campesino en la materialidad de las comunidades puesteras de Malargüe, se condensa en la noción de juventud como una prolongación de la exclusión. Es decir, que la centralidad de la juventud en la economía familiar campesina (Caputo, 1994), relata la potencialidad de su condición y la crisis de ruralidad que erosiona la vida agraria al sur.
Emerge allí parte de lo que el colonialismo interno puede ayudar a compendiar. Asumimos en este trabajo que, así como “el concepto de juventudes es contextual, es decir una categoría construida, no algo dado naturalmente por la categoría de edad, sino histórico y significado por los actores en territorio” (Barés, 2016b: 111), también la ruralidad en nuestro abordaje se erige como un entramado de estrategias diversas que las y los puesteros despliegan como modo de vida campesino, lo que en términos de Bendini y Steimbreger, (2014: 29) puede ser definido como un tipo de territorialidad campesina.
La territorialidad campesina se presenta como una modalidad de apropiación del espacio rural, mediante estrategias de re-existencia desde el sur global (Soto, 2019). Ya sea por integración, adaptación o resistencia a las condiciones impuesta, las comunidades rurales se reinventan frente a la exclusión del campesinado de su tierra como bien/valor más preciado. Es que, entre otras cosas, la inexistencia de títulos y sucesiones indivisas asociados al régimen de tenencia de la tierra, que lastima los derechos campesinos de los pobladores rurales trashumantes, es en la juventud donde anida de manera más lacerante, principalmente porque es el “avance” de la civilización urbana lo que amenaza la permanencia de los jóvenes en su tierra natal, dado que la permanencia en el “puesto” está garantizada, en la mayoría de los casos, por los padres/madres de familia que han convenido la estadía en esas tierras aun ajenas. De esa manera, el éxodo rural termina siendo la opción obligada de los jóvenes del campo.
Hemos dicho que la experiencia rural latinoamericana está definida por una temporalidad y una espacialidad específica. En virtud de la re-configuración campesina a escala regional, dada por las dinámicas homogeneizadoras del neoliberalismo que define a los territorios por la productividad exportable, con integración a circuitos comerciales extensos y con una cada vez más prescindente mano de obra rural (Hocsman, 2015b), el campesinado joven se aferra a sus puestos, veranadas y pasturas, pese a que esa batalla suele ser dada a espaldas del aparato estatal o de las voluntades sociales.
Nosotros vendemos cada vez menos animales y no hay mucha expectativa de que la cosa mejore...El problema es que no somos escuchados en nuestras demandas. (Entrevista, zona de Bardas Blancas, 2020)
Efectivamente, la ocupación de los espacios rurales periféricos es acompañada por una formación discursiva que coloca al campesinado en el “atraso” – en términos de enunciación pero como consecuencia de la materialidad colonial que persiste en el día a día -. Los jóvenes en este caso son definidos por la exclusión que su ruralidad denota. Veremos esto a continuación.
En el capítulo en el que González Casanova trabaja la consideración sobre colonialismo interno (2006: 185-206), lo hace centralmente pensando en su país y en los pueblos indígenas de ese territorio en disputa. Para dar claridad a las formas que asume la dinámica colonial, el intelectual mexicano sostiene que hay tres esferas de la vida colectiva local que permiten medir la intencionalidad y la vigencia de la misma: “La medición del monopolio y la dependencia, de la discriminación agraria, fiscal, en créditos oficiales, inversiones públicas y salarios, así como la medición de los bajos niveles de vida de la población indígena o “para-colonizada”, quizá presenten los menores problemas” (González Casanova, 2006: 199).
Sucede que en el acontecer rural y joven de Malargüe, por fuera de las contingencias y salvedades de la distancia, y sin una aplicación simplista de conceptualización atemporales, constatamos ampliamente la mensura del talante colonial sobre los cuerpos activos de la trashumancia y la humanidad nómade del sur provincial.
El caso emblemático de la posesión territorial en los y las jóvenes campesinos malargüinos es un drama estructural, pese a que, con los años, se haya modificado en parte la situación de algunas familias, en gran medida las tierras de invernada y veranada son para comunidades campesinas e indígenas, de propiedad foránea, mediadas por un contrato de precaria informalidad. Actualmente las resistencias nacidas en estas tierras áridas dan volumen a la emergencia de movimientos sociales del mundo rural que interponen sus reclamos, allende las fronteras del Estado Nación8.
Creemos que la consideración de la juventud, ligada a la cuestión rural periférica, está atravesada por grafías de dependencia y discriminación sostenida en el tiempo. Por lo tanto, el intento de actualizar una re-definición de estas categorías, atendiendo a nuestras prácticas teórico-políticas, tiene como horizonte el sostenimiento de una forma de colonialismo internalizado:
Las nuevas naciones conservan, sobre todo, el carácter dual de la sociedad y un tipo de relaciones similares a las de la sociedad colonial, que ameritan un estudio objetivo y sistemático. El problema consiste en investigar hasta qué punto se dan las características típicas del colonialismo y de la sociedad colonial en las nuevas naciones y en la estructura social de las nuevas naciones; su situación en un momento dado, y su dinámica, su comportamiento a lo largo de las distintas etapas del desarrollo (González Casanova, 2006: 197).
En la zona oeste de Argentina la ganadería tiene su propio peso específico. En nuestro caso de estudio, la estrategia caprina, especialmente la faena y comercialización de los chivos se alterna, en menor medida, con otras especies domesticas a trabajar como la ovina y vacuna; en su defecto la venta de cabras viejas al exterior es también una forma de ingreso. Sin embargo, a la manera sugerida por González Casanova, en regiones de difícil acceso, falta de vías de comunicación y aislamiento cultural, se refuerza el colonialismo económico. Vale decir que en Malal-Hue la ecuación al respecto es bastante sencilla:
Cabe destacar que el chivito se lo vende en pie y que el precio establecido por el comprador, intermediario vale para todo el lote dependiendo su valor del número de animales, la edad y estado de gordura que presenten. En esta relación productor - comprador, el puestero sale perdiendo, porque que en el momento de la venta entrega sus mejores animales, lo que conduce a afectar negativamente la genética del rodeo, ya que los animales de reposición son los peores. Aquellos puesteros que arriendan las tierras deben destinar un porcentaje de la producción para el pago de la tierra (Camuz Ligios, 2017: 29)
Esto redunda en daños económicos persistentes y en problemas sociales derivados de las condiciones sociales de reproducción que en el campo se establecen. Creemos que en el espacio rural malargüino hay una continuidad histórica en el empobrecimiento de crianceros/as y puesteros/as, dado que “la estructura colonial está estrechamente ligada a la sociedad plural, al desarrollo desigual - técnico, institucional, cultural -, y a formas de explotación combinadas, simultáneas y no sucesivas como en el modelo clásico de desarrollo” (González Casanova, 2006: 194). Las estadísticas lo ejemplifican y dan sustento a nuestro supuesto:
El gran problema de los jóvenes, en este panorama de definición del mundo rural, es que “las posibilidades de permanencia en el área rural para la juventud dependen directamente de sus posibilidades de llegar a una independencia económica” (Ruiz Peyré, 2019: 14). Paradójicamente, mientras la ganadería extensiva campesina - que pesa en los cuerpos de la juventud rural - es la principal actividad económica, los ingresos económicos fundamentales de Malargüe provienen de la actividad petrolera. En amplia medida, la precariedad del binomio juventud/ruralidad en el sur de Mendoza se manifiesta como contraparte de la exclusión típica del modelo de perfil neo-desarrollista que, en sus versiones agraria y energética (Hocsman, 2015b), vulnera las condiciones de reproducción campesina:
En este marco, la subordinación de las economías regionales a un desarrollo nacional centrado en la región pampeana supuso tanto la exclusión de regiones productivas como el silenciamiento y el arrinconamiento de una heterogeneidad de sujetos sociales agrarios (campesinos, pequeños productores, trabajadores rurales, entre otros). De esta manera, la naturaleza económica de tal proceso oscurece otras dimensiones en juego, como culturas, estilos de vida y estrategias productivas que subyacen a las particularidades de la estructura social agraria argentina (Barbetta, Domínguez, Sabatino, 2012: 3).
En relación a nuestro postulado central, consideramos que una nota necesaria merece el tema del éxodo rural como emergente de esta problemática regional. En un trabajo reciente el geógrafo Fernando Ruiz Peyré (2019) se interroga por las posibilidades reales que tienen los y las jóvenes del campo en Malargüe de continuar con la actividad de sus padres y madres y, al mismo tiempo, acceder a una calidad de vida adecuada a sus expectativas. Dicho trabajo argumenta que de varios casos estudiados “la mitad de los y las jóvenes rurales desean una permanencia en el campo” (Ruiz Peyré, 2019: 24), a contramano de las formulación de políticas de desarrollo rural promovidas por los distintos gobiernos local, provincial y nacional; en la misma línea expresa: “por su parte, una gran proporción (34%) desea una profesión en ERNA9 (un 25% de las mujeres y un 41% de los hombres), lo cual es un porcentaje considerablemente mayor al observado en la actualidad, en la ocupación de sus padres” (Ruiz Peyré, 2019: 22).
La visión de los jóvenes locales incluye el ERNA como deseo profesional principalmente como complemento a la actividad tradicional, la cría de ganado caprino. Los motivos mencionados en las encuestas sin diversos. Por un lado, se refieren a la seguridad económica por el sólo hecho de tener una fuente de ingreso alternativo, para suplir momentos de baja del precio de venta o la pérdida de animales por inclemencias del tiempo. Por otro lado, es la posibilidad para que otros miembros de la familia aporten al sustento del hogar con otra actividad remunerada. Y finalmente puede ser visto como una opción de realización de la vocación personal después de algún tipo de cualificación obtenida de un estudio en la ciudad (Ruiz Peyré, 2019: 23).
La importancia del trabajo fuera del campo para quienes entienden el territorio campesino como propio, es consecuencia del abandono premeditado de las instancias estatales para con las necesidades de las juventud rural, que aún persisten en el deseo de habitar estos espacios rurales periféricos (Soto y Martínez-Navarrete, 2020). Un ejemplo de ese abandono es el deterioro sanitario que conserva cifras altas en la ruralidad cuyana.
Analizamos aquí solo parte del conflicto del cruce ruralidad y juventud en Malargüe, tomando centralmente la cuestión de la tenencia de la tierra y su actividad caprina. No obstante ello, la multiplicidad de elementos que alteran las posibilidades de continuidad de vida en el campo, van desde las condiciones de existencia efectiva hasta la penetración cultural que el capitalismo urbano realiza en la territorialidad campesina. El envejecimiento de la población rural, es el diagnóstico de un problema latente, sumado a ello resulta una evidencia los avances en infraestructura y arquitectura que permiten el desigual desarrollo de actividades extractivas, altamente capitalizadas, impactando de lleno en la infraestructura de una economía de subsistencia. “La construcción, de hoteles, cabañas y caminos cercados, han alterado los tradicionales circuitos ganaderos, tales como los tradicionales caminos de trashumancia y el acceso a los campos pastoriles” (Mamani, 2015: 6), solo por enunciar algunas de las constancias de marginalidad actual.
Sumado a estas dimensiones, resulta un elemento determinante en la imposibilidad de la praxis campesina de la población joven malargüina el peligro del “depredador”10 que elimina su producción emerge como una amenaza en la voz de los jóvenes. En el recorrido de campo, hemos percibido que este es un tema relevante que la juventud rural reclama desde hace años incontables. La postergación sobre estas medidas las describe Federico, de 35 años, habitante de la zona rural de Malal Hue:
Hay muchos zorros y sobre todo pumas en la zona. En la temporada llevamos como 90 chivos perdidos, los encontramos muertos. Eso significa como el 40% de todo lo que uno tiene, a todos los vecinos les pasa igual. Yo tengo la suerte de poder publicarlo en las redes sociales, pero nadie me ha llamado. No existe ningún programa del gobierno que nos ayude con este tema. Desde las elecciones las autoridades no han aparecido más, hace un par de días pasaron para Portezuelo del Viento, pero ni se pararon acá en Bardas. Este problema viene desde hace varias gestiones de gobierno, no es nuevo. Pero hoy se siente más la indiferencia de las autoridades. El año pasado por lo menos recibimos la ayuda de maíz por parte del gobierno municipal, algo ayudó económicamente… (Federico, El Malargüino, mayo/2020)
Es dramática la situación de los jóvenes en el campo. Algunas imágenes del recorrido por el territorio nos dan la razón en esta desidia llamada colonialismo interno.
Sobre esta situación, la composición joven del campo pivotea la exclusión y el desaire de su territorio tradicional que le impide poder reproducir sus condiciones de existencia. Se refuerza una “(im) posibilidad” (Barés, 2016a) de ejercicio pleno de derechos en un contexto periférico y colonial. De forma marcada la juventud, que aún permanece en los distritos rurales dispersos de Malargüe, acaba por integrarse/adaptarse a las condiciones impuestas, por una continuidad excluyente las familias campesinas son redefinidas por la exclusión que su ruralidad denota. Tanto es así que la sola persistencia de la actividad ancestral que se manifiesta en economías domésticas/étnicas constituye una forma (ambivalente) de refutar las marcas coloniales en este sur de periferia y ruralidad.
Hemos intentado aquí retomar una categoría histórica, cara al pensamiento crítico latinoamericano, cuya potencialidad explicativa permite contextualizar la capacidad hegemónica del capital en las relaciones agrarias y las territorialidades campesinas. El colonialismo interno esbozado en los apuntes de Pablo González Casanova permite aproximarnos al cruce teórico-político que atraviesa las nociones de juventud y ruralidad en contextos del capitalismo tardío. A partir de estas observaciones en la dinámica de vida campesina al sur de la provincia de Mendoza, resulta notoria la persistencia del sujeto y la sujeta campesina, así como resulta explícita la vigencia de un tipo de colonialismo interno que hegemoniza la comprensión de lo rural en tanto subalternidad local distinguida por su condición social. En este cuadro, la economía campesina, y de manera particular la juventud rural de espacios periféricos dedicados a la trashumancia, es menos un elemento más del paisaje, que el propio carácter residual de la modernización capitalista.
Abonamos la idea de que la potencialidad explicativa del colonialismo interno, y su actualidad para aproximarnos al mundo rural latinoamericano -especialmente argentino- en gran medida, se sustenta en la persistencia de formas coloniales que enfatizan una relación de dominio y explotación de los jóvenes del campo que re-existen en Malal-Hue.
Sin pretender eximir aquí la centralidad del problema de clase que describe la ruralidad regional, el colonialismo interno repone la inexpugnable constancia del “conflicto” y la “explotación” como soportes fundamentales de la dominación. En tal sentido intuimos que la calificación social de juventud rural transita una fase de aguda recomposición y, dado que los escenarios de análisis cambian, mantener la fijación de una categoría representa una enorme complejidad que entorpece y simplifica las representaciones que dan sentido a los conceptos.
En Malargüe, desde los 14 años en adelante, la actividad caprina acelera etapas y exige trabajos tempranos, siendo los jóvenes en este caso, un emergente que explicíta la exclusión a la que hemos aludido con documentación histórica reciente. En torno a ello es que reafirmamos la centralidad de la juventud en la economía familiar campesina, como una narrativa de la potencialidad de su condición, y la crisis de ruralidad que erosiona la vida agraria en el oeste árido argentino.
Nos propusimos en este trabajo retomar categorías rectoras que no fueran expresadas de manera literal. A partir del trabajo en el territorio rural, podemos concluir que los puntos cardinales de aquel colonialismo interno esgrimido aquí, son constatable en varias aristas de la vida joven en Malal-Hue. Así es como, tanto el monopolio y la dependencia (observable en el aislamiento social y la descapitalización que produce el modelo petrolero, inmobiliario y energético), las relaciones de producción y discriminación (despojos de tierras puesteras y ausencia de tenencia efectiva, éxodo rural, creación de formas asalariadas –ERNA-, discriminación jurídica y discriminación en inversiones públicas dadas por la falta de políticas destinadas al sector) y lo referente a la cultura y niveles de vida (economía de subsistencia, mínimo nivel monetario y de capitalización, bajo nivel de productividad y amenaza depredadora de animales silvestres, carencia de servicios básicos, pérdida patrimonial), construyen un elemental punto de ilación entre la doble exclusión de ser jóvenes y habitar territorios campesinos marginales.
Finalmente, y con base en esto, sostenemos que la ocupación de los espacios rurales periféricos es acompañada por una formación discursiva que coloca puesteros, puesteras crianceras y crianceros jóvenes en el “atraso” –como consecuencia de la materialidad colonial que persiste en el día a día -. Los jóvenes en este caso son definidos por una narrativa de exclusión que su ruralidad denota, ante lo cual hacen frente a diario. En todo caso, se trata de una naturaleza haciéndose, un ir haciéndose su propio mundo y a sí mismos, frente a un sistema capitalista urbano que cada vez hegemoniza más la comprensión de lo rural en tanto subalternidad local distinguida por su condición social.