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Jóvenes que horticultean, adultos/as horticultores/as. Aproximaciones al sentido de juventud en familias migrantes bolivianas que se dedican a la horticultura en el Gran La Plata
Young horticulturists, adult horticulturists. Approaches to the sense of youth in Bolivian migrant families who are dedicated to horticulture in Gran La Plata
Millcayac - Revista Digital de Ciencias Sociales, vol. VII, núm. 13, 2020
Universidad Nacional de Cuyo

DOSSIER


Recepción: 08 Junio 2020

Aprobación: 14 Agosto 2020

Resumen: Este trabajo reúne un conjunto de reflexiones respecto de los sentidos e identificaciones que las familias con historia de migración desde Bolivia que se dedican a la horticultura en el Gran La Plata construyen sobre ser joven. A través de un trabajo etnográfico mediante observación participante y entrevistas en profundidad semiestructuradas se concluyó que, ser joven es horticultear mientras se estudia, que es la principal actividad en dicho momento de la vida. En tanto que, ser adulto/a es ser horticultor/a puesto que el trabajo en la quinta reviste la mayor preocupación. Asimismo se dio cuenta de la reactualización del acervo cultural heredado del pasado vivido en Bolivia y cómo opera en la construcción de dichos sentidos e identificaciones en el presente.

Palabras clave: Sentidos, Identificaciones, Juventudes, Horticultura, Periurbano Platense.

Abstract: This work brings together a set of reflections on being young regarding the senses and identifications that families with a history of migration from Bolivia who are engaged in horticulture in Greater La Plata. Through ethnographic work using participant observation and in-depth semi-structured interviews, it was concluded that being young means practicing horticulture while studying, which is the main activity at that point in life, whereas being an adult means being a horticulturist, since work in the farm is the main concern. It was also noted the updating of the cultural heritage inherited from the past lived in Bolivia and how it operates in the construction of these meanings and identifications in the present.

Keywords: Senses, Identifications, Youths, Horticulture, Platense Periurban.

Introducción

Este trabajo reúne un conjunto de reflexiones respecto de los sentidos construidos sobre ser joven para integrantes de familias migrantes bolivianas que se dedican a la horticultura en el Gran La Plata. Dichas reflexiones nacieron de una problemática puntual, en el marco de un Movimiento de Productores/as Hortícolas en el que participamos como militantes en la creación, coordinación y sostenimiento de las áreas de género, educación, comercialización y agroecología.

Varios años el movimiento de productores hortícolas buscó conformar el área de juventud con la intención de agrupar en la misma a hijos/as de productores/as que poseían las características de lo que para quienes participábamos del grupo coordinador implicaba ser joven: un/a productor/a o su hijo/a que tuviera entre 12 y 25 años (aproximadamente). El objetivo del área consistía en nuclear a estas jóvenes generaciones de productores/as para que llevaran adelante las reivindicaciones propias de sus intereses, además de conformar un espacio de cohesión identitaria para ellos/as en tanto generación joven dentro del Movimiento. Así como poder indagar en sus intereses y proponerles algunas formas de viabilizarlos desde la organización.

Por casi 4 años se promocionaron y llevaron adelante diferentes actividades dirigidas a quienes se consideraba la juventud, ya sea desde propuestas culturales, educativas, lúdicas así como políticas y productivas. Los resultados de dichos encuentros fueron escasos, ya que asistían a los mismos no más de 5 jóvenes, a lo sumo 10 (de un total de productores/as en el Movimiento que en esos 4 años creció de 400 a casi mil quinientos), en general en cada encuentro eran compañeros/as diferentes y costaba sostener el grupo a lo largo del tiempo. Se intentaron cambiar los lugares de reunión en tanto se creyó que el hecho de que el movimiento tuviera una amplia extensión territorial (tiene asambleas de productores/as en todos los parajes del periurbano hortícola platense: Abasto, Olmos, Los Hornos, Arana, Etcheverry, Poblet) dificultaba la llegada de los/as jóvenes a los encuentros propuestos, pero esto tampoco funcionó.

Fue entonces que comenzamos a pensar que algo en la caracterización que estábamos sosteniendo sobre lo que significaba “ser joven” no se ajustaba a su realidad. Había que responder desde la propia óptica de los/as integrantes de las familias que producen hortalizas a la pregunta ¿quiénes son jóvenes? Asimismo, y como demostraremos más adelante, la respuesta a esta pregunta tenía que contener los sentidos no sólo de los/as propios/as jóvenes sino también de los/as adultos/as con quienes ellos/as se relacionan. Nuestra experiencia nos demostraba la importancia que los sentidos construidos por estos/as últimos/as tenían en la propia construcción de sentidos de los y las jóvenes.

En nuestra búsqueda de lograr comprender qué significaba ser joven para las familias que producen hortalizas indagamos en la escasa bibliografía existente sobre el tema. Allí encontramos que los dos únicos textos que referían a “jóvenes horticultores” los definían de manera similar.

Por un lado Garatte Cecilia los define

“(…) como agentes que atraviesan una experiencia compartida en relación a procesos vitales como: la proyección de un destino propio, la planificación de actividades educativas y/o laborales y/u otras en pos de una mayor automatización de sus decisiones, la salida del hogar parental, la formación de la propia familia, entre otras. (…) A ello se suma su actividad laboral, su familiaridad con la migración, haber desarrollado su trabajo en la quinta en pequeñas explotaciones agrícolas y en última instancia, la edad. Este último criterio responde a la dificultad para establecer límites precisos en torno al carácter joven o adulto de la población, por lo que seleccionamos jóvenes entre 17 y 29 años de edad, recortando las categorías muestrales del INDEC “por debajo”, es decir dejando por fuera de la muestra a los jóvenes más jóvenes (entre 14 y 17 años)” (Garatte, 2016).

Por su parte Shoaie Baker Susana y García Matías (2020) conceptualizaron a la juventud como una etapa donde el/la joven se caracteriza por su dinamismo, su actitud cuestionadora y su apertura y predisposición al cambio. Definieron con mayor precisión a la juventud hortícola en términos etarios, es decir, tomaron el rango de edad de 14 a 24 años, dado que, si bien la definición estándar de población joven utilizada por la mayoría de los países en Latinoamérica y el Caribe, es de 15 a 24 años, la legislación vigente argentina menciona que personas entre los 14 y 16 años “podrán ser ocupados en empresas cuyo titular sea su padre, madre o tutor” (limitando la cantidad de horas diarias y el tipo de tareas a realizar, y con la condición de asistencia escolar, además de un permiso de la autoridad administrativa laboral). Contemplaron este rango de edad en la investigación porque consideraron que existe una etapa en la que los jóvenes trabajan con sus padres en la quinta (14 a 19 años) y otra en la que ya suelen adquirir independencia (19 a 24 años), arrendando por su cuenta o haciéndose cargo de una parte de la tierra arrendada por la familia (Shoaie Baker y García, 2020).

Las dificultades de conceptualización se ahondaron al cruzar esta definición con la utilizada por el único trabajo que se dedica a describir qué se entiende por adulto/a horticultor/a y las variables a tener en cuenta eran las mismas (Moretto Ornella, 2018). Es decir que en los trabajos que se dedican a conceptualizar que es un/a joven y un/a adulto/a horticultor/a en el Gran La Plata, ambas categorías podían ser intercambiables. Nuestra confusión no hizo más que aumentar.

Intentamos ampliar el campo de lecturas hacia los estudios sobre juventud rural en busca de definiciones que nos ayudaran, dado que existen varias investigaciones cuyas unidades de análisis refieren a jóvenes rurales. Sin embargo, son pocas las que indagan pormenorizadamente sobre la categoría teórica juventud rural en Argentina, estos son los casos de Caputo Luis (2000) y Román Marcela (2003). Las mismas al conceptualizar la juventud rural o periurbana-rururbana, utilizan el rango etario. Kessler Gabriel (2005) realiza un estado del arte sobre la juventud rural en Latinoamérica. Con respecto a los estudios específicos en Argentina concluyó que no abundan fuertes discusiones acerca de la definición del concepto de juventud rural. Sostuvo que existe una variedad de trabajos que aluden al tema partiendo del objeto como dado, y abocándose directamente al estudio de alguna arista específica. Por lo cual encontró un vacío teórico sobre la definición de la categoría. Concuerda con González Cangas Yanko (2003) en observar una invisibilidad de la juventud rural mediada por el sesgo teórico urbanizante en estudios acerca de lo rural. En otras palabras, nota que en los estudios la juventud rural se concibe como una instancia arcaica a ser superada a través del desarrollo modernizante, de ahí que la misma no revista interés propio para ser pensado como objeto específico.

Más allá de esto, Kessler (2005) sostiene que cada investigación adopta (explícita o implícitamente) una definición de juventud rural. Otra cuestión que señala es que la bibliografía es plenamente coincidente en cuanto a que para cualquier recorte debe considerarse el marco cultural y social específico por sobre categorías fijas planteadas de antemano, de ahí que en diversas oportunidades pueda variar la definición tanto de la juventud como de la ruralidad. Observó que estas investigaciones toman en cuenta principalmente lo etario en su definiciones operativas y toman una franja de edad que va desde el comienzo de la escuela media (13 años) hasta cerca de los 30 años.

Partiendo de las dificultades planteadas nos preguntamos en el presente trabajo por los sentidos e identificaciones que las familias que se dedican a la horticultura en el Gran La Plata construyen respecto de ser joven.

Esta investigación fue construida a partir de dos caminos diferentes. Por un lado, nuestra participación como militantes por varios años en un movimiento de productores/as hortícolas de la ciudad, nos llevó a encontrarnos casi cotidianamente con quienes eran nuestros/as compañeros/as y conversar no sólo de cuestiones políticas y gremiales sino también de la vida misma, de la de ellos/as y de la nuestra. Nuestra activa participación en el armado, coordinación y sostenimiento del área de género, educación, comercialización y agroecología, y el fallido intento de iniciar el área de juventud, hicieron que nuestro vínculo con las familias productoras fueran mucho más que encuentros casuales sino más bien encuentros afectivos en el sentido que propone Pons Rabasa Alba (2018) e Insaurralde Nuria junto a otras autoras (2019). Fue gracias a estos encuentros que pudimos conocer de sus vidas pasadas y presentes, de sus anhelos, sentires e identificaciones, conversaciones que son difíciles de reproducir o citar en los formatos académicos tradicionales.

El otro camino que venimos recorriendo desde el año 2015 nos llevó a una escuela secundaria pública de gestión estatal cuya matrícula se compone en un 50% de hijos/as de productores/as migrantes de origen boliviano. En dicha escuela realizamos trabajos de extensión universitaria llegando a tener un vínculo de afecto y respeto mutuo tanto con su personal directivo así como con los/as docentes y auxiliares. Hemos compartido la cotidianidad de la vida escolar con casi una cohorte entera de estudiantes que realizaron su trayecto formativo en la escuela por lo que tanto ellos/as como nosotras podemos dar cuenta de diferentes situaciones de nuestra vida compartida y puesta en común en ese caminar.

En ambos territorios nos dimos instancias más formales de investigación realizando entrevistas en profundidad (semi-estructuradas) a sujetos/as seleccionados/as y realizamos observación participante de diferentes actividades que no nos comprometían en nuestras actividades ya fueran militantes o de extensión. Sin embargo, y sin ánimo de profundizar aquí pero sabiéndolo necesario, nuestro entendimiento del pasado, presente y anhelos de las familias productoras con quienes interactuamos provinieron del conjunto de nuestras vinculaciones que implicaron, como ya fue dicho, fuertes lazos de solidaridad, afecto y empatía.

Generaciones y momentos de la vida. En búsqueda de definiciones sobre juventudes en la horticultura platense

Al rastrear lecturas que nos ayudaran a definir el término joven hortícola platense comenzamos a identificarnos con aquellas corrientes que ponían en cuestión el término juventud asumiendo que el mismo no tiene una única definición. Entonces no sólo debíamos hablar de juventudes en plural sino que, las variables para definir ese momento de la vida dependían de factores sociales, culturales, históricos y subjetivos de una población determinada en un tiempo determinado (Mannheim, Karl [1928] 1993; Aries, Philippe, 1986; Margulis, Mario y Urresti, Marcelo, 1996; Chávez, Mariana, 2005).

En dicho sentido retomamos la pregunta que se realizara Gonzalez Cangas Yanko (2003) respecto de cómo se corporizan en actores sociales objetivos identidades juveniles y subjetividades juveniles. Corporizaciones que según él, y en la medida de las posibilidades, deben ser reconstruidas de manera diacrónica y sincrónica. Para responder la pregunta, partiremos de pensar tal como propone Pérez Expósito Leonel (2010) y Weiss Eduardo (2012) la identidad juvenil como identificaciones culturales que son construidas a partir del intercambio con otros/as. Identificaciones que son entendidas como los flujos culturales asociados a ámbitos de experiencia específicos en los que se desenvuelven los/as jóvenes. Ámbitos de experiencias que en el caso aquí analizado se corresponde con la comunidad de prácticas hortícolas, pero que en términos de Weiss Eduardo (2012) y otros/as pueden ser ámbitos, contextos, mundos de vida, mundos figurados.

El concepto comunidad de prácticas fue acuñado por Lave Jean y Wenger Etienne (1991) para referirse al aprendizaje como actividad situada, en tanto los/as aprendices participan de una comunidad de prácticas, entendida esta como el conjunto de prácticas socioculturales de una comunidad, aquí la comunidad de prácticas hortícolas. A partir de un proceso de participación periférica legítima los/as nuevos/as participantes se convierten en parte de una comunidad de práctica. Es periférica en tanto los/as novatos/as se incorporan progresivamente, aprendiendo a hacer, a una comunidad que posee jerarquías internas y relaciones de poder, de la cual todavía no forman parte plenamente pero a la que aspiran a integrar. La periferialidad refiere a las diferentes maneras, más o menos comprometidas e inclusivas de estar ubicado/a en el transcurso del aprendizaje en los campos de la participación definidos por una comunidad (Lave y Wenger, 1991).

Por su parte Paoletta Horacio (2014) aporta el enfoque relacional para pensar las identificaciones en tanto el proceso relacional que las construye es diferente a la descripción y análisis de cada uno/a de los/as sujetos/as (jóvenes y adultos/as en este caso) en términos particulares y aislados. Podemos enriquecer aún más esta definición en el sentido en que Pérez Expósito Leonel (2010) y Weiss Eduardo, (2012) comprenden el proceso de construcción de identificaciones y subjetivaciones como conflictivo, tensionado, contradictorio en cuanto que el sujeto individual, en nuestro caso el/la joven, se encuentra en una tensión irresoluble entre la necesidad de utilizar los lenguajes y categorías del/la otro/a (aquí el/la adulto/a) y al mismo tiempo la exigencia de diferenciarse de él/ella. El conflicto se origina ya que todo proceso de identificación nace de otro proceso, el de la apropiación de diversos flujos culturales que en ocasiones se presentan contradictorios entre sí. Apropiación que es reproducción pero también reformulación, transformación, superación (Rockwell, Elsie, 2005). Weiss Eduardo, remarca también el concepto de experiencia como experimentación, conocimiento, aprendizaje y reflexión para dar cuenta del proceso de construcción subjetiva de la juventud.

Entonces, la propuesta radica en reconstruir los sentidos, las identificaciones y subjetividades juveniles de familias migrantes bolivianas que se dedican a la horticultura en el periurbano platense, en su dimensión diacrónica y sincrónica, poniendo atención en aquello que propone Tapia Guillermo (2015) retomando a Jacinto Claudia y Terigi Flavia (2007) que los sentidos poseen un carácter dinámico. Movimiento que deviene de la variedad de configuraciones de experiencia y de los cambios en las condiciones objetivas en las que los/as jóvenes viven su vida. Asimismo, tener en cuenta que

(…) las personas disponen de un acervo de significados acerca de las diferentes actividades y prácticas socioculturales, con base en el acervo de conocimiento cultural disponible en los grupos familiares y que le son compartidos a través de los diferentes procesos de socialización (Natividade y Coutinho, 2012), gracias a lo que las personas dan sentido a una práctica social aunque no tengan experiencia directa de ella (Tapia, 2015: 142).

En el caso aquí analizado esto último es de vital importancia en tanto los/as jóvenes en cuestión forman parte de familias que poseen historia de migración desde Bolivia por lo que el recuerdo, la memoria sobre las experiencias vividas en dicho país por los/as adultos/as del hogar y las visitas de los/as propios/as jóvenes, marcarán fuertemente las subjetividades e identificaciones presentes y futuras.

Es por ello que

(…) la expresión de los sentidos remite a distintos planos temporales en la perspectiva de los individuos. Algunos significados remiten al presente continuo, de la vida cotidiana, cuando refieren a necesidades o deseos. Otros significados se sitúan en el futuro, sea de corto o de mediano plazo, cuando refieren a expectativas o a aspiraciones (Tapia, 2015: 142).

Cuando los/as miembros/as de diferentes generaciones son de una misma familia, como es el caso que aquí presentamos, comparten un mismo tiempo histórico-social y un mismo lugar en la estructura social a partir de las cuales inscriben sus sentidos y prácticas y por las cuales se ven condicionados/as. Asimismo, al ser parte de una familia, sus vínculos estarán permeados por el afecto y la intimidad por lo que las continuidades y rupturas estarán marcadas por estas relaciones personales (Padawer, Ana y Rodríguez Celín, Lucila 2015).

Por último, el hecho de que los sentidos acerca de ser joven que proponemos reconstruir aquí sean los de una comunidad que posee historia migratoria desde Bolivia, que se dedican al trabajo en la horticultura, requería un abordaje que pensara la edad como dimensión específica pero articulada con una perspectiva interseccional que contemplara asimismo las condiciones de clase, etnia, género, nacionalidad, ocupación, etc. Para ello retomamos a Kropff Laura (2010) quien propone la creación de conceptos que den cuenta de la especificidad de la dimensión etaria de la práctica social atravesados por múltiples intersecciones, entendiendo a la “juventud” como una categoría auto y alter adscriptiva en el marco de una estructura de interacción que se inscribe en la trama social en clave etaria (Kropff, 2010). Ella, al igual que los/as autores/as anteriores, pone en consideración las relaciones de poder y conflicto que atraviesan toda relación social y que determinan la posibilidad y margen de negociación de cada uno/a en la construcción en juego. Por ello, cómo se define cada momento de la vida, cohorte de edad, grados de edad, grupos de edad, generación, quién forma parte de ella, qué rol social/político/económico le corresponde es parte de dicha construcción en disputa y negociación.

En resumen, se intentará en este trabajo reconstruir los sentidos e identificaciones que las familias que se dedican a la horticultura en el Gran La Plata construyen respecto de ser joven. Para ello, se tendrá en cuenta que los sentidos e identificaciones son construidos de manera relacional, es decir, con otros/as, y que el análisis de dichas relaciones supera a cada parte siendo su resultado algo diferente a cada una de ellas. Asimismo, se reconstruirán las experiencias (flujos culturales) de las que se nutren teniendo en cuenta que las mismas son diacrónicas y sincrónicas, móviles, cambiantes, de una herencia cultural quizás no vivida, en contextos histórico-sociales, económicos y políticos determinados. También que, los sentidos se construyen sobre un presente continuo en el aquí y ahora, pero también sobre un futuro anhelado (ser y estar siendo) que implican aprendizajes, experiencias, reflexiones pero también conflictos, tensiones, contradicciones. Dichos aprendizajes involucran apropiaciones en tanto las mismas refieren a procesos de creación, recreación, superación y cambio. Sentidos e identificaciones que en nuestro caso se construyen en el ambiente familiar por lo que los vínculos personales y afectivos estarán presentes. Será transversal al análisis la perspectiva interseccional que nos permite ver en cada una de las variables mencionadas el género, etnia, nacionalidad, clase, ocupación, etc.

Vivir como campesinos/as en Bolivia y como productores/as en Argentina. Re-creando un acervo cultural

El territorio hortícola del Gran La Plata se convirtió en los últimos 20 años en el más grande y capitalizado del país, abasteciendo al 50% de la población argentina ubicada en el Área Metropolitana de Buenos Aires y grandes ciudades del resto del país (Viteri, María Laura,Ghezán, Graciela e Iglesias, Daniel, 2013). En la actualidad posee 9 mil hectáreas en producción, de las cuales se estiman 4500 has. bajo cubierta plástica (invernadero) y el resto a campo abierto (Miranda, Marissa, 2017; Baldini, Carolina, 2019).

La horticultura platense forma parte de lo que se ha conceptualizado como agricultura familiar, ya que conviven en el mismo espacio el lugar de trabajo con la vivienda y las labores productivas y domésticas son realizadas por el conjunto del grupo familiar. Esto lleva, a que la familia comparta en tareas domésticas y productivas una parte importante del tiempo diario, convirtiendo al conjunto de relaciones que circulan en el entramado familiar y productivo en fuente de aprendizajes compartidos. Adultos/as, niños/as y jóvenes comparten el día a día del trabajo y la vida, acompañándose en los quehaceres productivos y domésticos, pasando gran parte del tiempo juntos/as.

En los últimos 30 años la producción de hortalizas en el Gran La Plata ha estado en manos de familias con historia de migración desde Bolivia. Estas familias arriban a la ciudad y a la producción a través de redes de parentesco y comunidad de origen (Benencia, Roberto, Quaranta, Germán y Souza Casadinho, Javier, 2009). Esto significa que algún pariente (cercano o no) o amigo/a del lugar de origen se insertó primero en la producción e invitó a otros/as a trabajar al lugar (aquí la figura del/la hermano/a y el/la primo/a es central).

La migración a la horticultura platense se realiza mayoritariamente como familias nucleares con uniones consensuales y familias ampliadas: varón-mujer-niños/as (si los tuvieren antes de migrar). En general abuelos/as, padres/madres y algunos/as hermanos/as se quedan en Bolivia trabajando en el campo. Algunas parejas o padres/madres dejan allá algún/a hijo/a mayor al cuidado de los/as abuelos/as o tíos/as. Esto llevará a que los relatos y recuerdos sobre la vida en Bolivia y los/as que se quedaron allá circulen de manera permanente en la familia. Como veremos más adelante, los imaginarios respecto de la forma en que se vivía, las costumbres, lo que estaba bien y mal según cómo se hace en Bolivia o Argentina aparecen de forma permanente en la vida cotidiana construyendo sentidos y direccionando las prácticas.

Mayoritariamente son oriundos/as de Tarija (sur de Bolivia) pero también cochabambinos/as, chuquisaqueños/as y en menor medida potosino/as o paceños/as. En sus lugares de origen se dedicaban al trabajo en el campo ya que provienen de hogares campesinos.

A partir de diferentes diálogos sostenidos con mujeres horticultoras pudimos reconstruir sus recuerdos de la vida en el campo en Bolivia. La misma es descrita como muy dura. Se levantaban muy temprano a la mañana, casi con la salida del sol. Debían higienizarse en el arroyo que pasaba cercano a la casa o si poseían pozo o bomba de agua (la mayoría de las veces manual) extraer agua que se describía como helada. Contaban las largas caminatas hasta la escuela que quedaba lejos tanto para ir como para volver, así como muchas veces los retos de maestros/as porque llegaban con las uñas o los pies sucios. También narraban las tareas cotidianas ya que la mayoría de las labores se realizaban como parte de la economía de subsistencia. Si se quería comer carne debían sacrificar animales, pelarlos y faenarlos a tal fin. O si querían alimentarse de verduras ir a la huerta y recoger lo que necesitaban. Esto implicaba como es obvio el sostenimiento y cuidado diario del corral y la quinta familiar. Como parte de las costumbres que ellas denominaron “desde siempre”, “desde los viejos, desde los antiguos, era cosa de los antiguos” se le da a los/as niños/as animales para cuidar y criar que dependen de él/ella exclusivamente a los que hay que llevar a pastar, tomar agua y cuidar día y noche. También recordaban como una práctica “común”, “es así”, que las jóvenes generaciones se encarguen de cuidar y atender las necesidades diarias de tíos/as mayores o abuelos/as que viven en casas, entendidas por ellas como cercanas pero que al momento de describir el trayecto había que cruzar una loma o una sierra para llegar. Decían que la vida en el campo era muy activa, “…estábamos todo el día haciendo cosas, cuidado animales, trabajando la tierra, cocinando, haciendo el fuego, lavando, costurando…” (Susy1, comunicación personal, 30 de septiembre de 2018).

También rescataban los preparativos con sus amigas y primas para salir a bailar los fines de semana a la ciudad, muchas veces a escondidas de los padres que no las dejaban porque eran “muy celosos, muy sobreprotectores” o “autoritarios”, “machistas”. Relataban cómo se escapaban de la casa y se cambiaban a escondidas de camino a la ciudad a sabiendas del castigo, muchas veces físico, que las esperaba al otro día. En muchos casos contaban de la violencia de género ejercida por sus padres contra sus madres y de situaciones de alcoholismo dentro de la familia, así como de situaciones de machismo cotidiano en la distribución del trabajo o en lo que se esperaba que hiciera una mujer y un varón.

En sus relatos aparece el recuerdo del pasado como “muy sacrificado”, “muy duro todo” y la idea de migrar a la Argentina con el anhelo de un futuro mejor en relación al trabajo y la situación socioeconómica. Pero también, en diferentes momentos rescatan positivamente el hecho de que en Bolivia trabajar es visto como una actividad positiva, que dignifica a la persona, que “te vuelve mejor”, “te ayuda a no ser vago, a ganarte tus cosas”. Y si bien reconocen que el trato dado por sus padres y sus madres muchas veces era muy duro les enseñaron a “no huirle al trabajo”, a “ser responsables desde chicas”, “a valerme por mí misma” (haciendo alusión al cuidado de animales, plantas y personas que tenían a su cargo) (María Elena, comunicación personal, 6 de mayo de 2018).

Cuando la familia llega a la ciudad de La Plata se instala en la vivienda que se encuentra en el predio hortícola ya que la producción requiere cuidado permanente, y suelen reproducir allí ciertas tareas que realizaban como parte de su vida en el campo. Muchas veces las familias comparten el alquiler de la tierra que producen, donde asientan sus casillas. Esta cercanía facilita el mutuo cuidado de hijos/as en caso de necesidad (Jelin, Elizabeth, 2010; Insaurralde, Nuria y Lemmi, Soledad, 2019). En general no son dueños/as de las tierras ya que en los últimos 15 años su precio se elevó a valores inaccesibles para la escala de ahorro o acumulación de los/as productores/as (Merchán, Andrés Guillermo, 2016). Es por ello que arriendan la tierra o trabajan como medieros/as en las tierras de otros. Estas diferentes formas contractuales les permiten trabajar aprovechando los esfuerzos del núcleo familiar completo.

Las jornadas laborales comienzan muy temprano cuando de madrugada pasa el camión a retirar la verdura de la quinta. Por la mañana la jornada arranca, para las mujeres, con las tareas domésticas y de cuidado de niños/as. Luego se inicia el trabajo productivo en el invernadero o a campo. Allí transcurre toda la mañana hasta el horario del almuerzo en que se corta la jornada en la quinta y, nuevamente las mujeres, preparan los alimentos. Por la tarde comienza nuevamente el trabajo, pero aquí participan de la labor junto a los/as adultos/as también los/as hijos/as realizando tareas según la edad. Los/as niños/as ayudan con tareas simples, de poca fuerza supervisadas por un/a adulto/a y en la medida que son más grandes las labores se complejizan. Antes o después del trabajo en la quinta las jóvenes generaciones realizan las tareas de la escuela supervisadas en ocasiones por los/as mayores. A la tarde los/as adultos/as vuelven al trabajo en la quinta. Cercana la noche se corta la jornada de trabajo productivo y comienza el preparado de la cena, la realización de compras si no se hicieron en la mañana y el baño de adultos/as y niños/as. Luego se come y se disponen a descansar si no tienen que preparar la carga para el día siguiente. Rara vez se realizan visitas a casa de amigos/as y/o familiares en los días de semana. Desde los sábados al mediodía hasta el domingo a la misma hora, los/as productores/as no vuelven a la quinta salvo raras ocasiones. Estas 24 horas están destinadas a fines no productivos.

Es importante destacar que para las familias productoras no se cumplen los derechos laborales que rigen para la economía formal. Asimismo, se han conceptualizado sus condiciones de vida como “situación de pobreza” en tanto se entiende a ésta como la incapacidad de acceder a la satisfacción de necesidades consideradas esenciales por una sociedad en un momento histórico determinado, la exclusión y desigualdad de acceso a bienes económicos y simbólicos, la vivencia de privaciones y el no alcance a un nivel de vida mínimo (Vitelli, Rossana, 1996; Attademo, Silvia, 2009). Esto se debe, entre otras variables, a las precarias condiciones en las que viven: casillas de madera, agua no potable, gas envasado y escaso, sin servicios de afluentes cloacales, baños exteriores a la vivienda, precarias instalaciones de luz, entre otras (Lemmi, Soledad, 2015, Insaurralde, Nuria y Lemmi, Soledad, 2018).

Los/as jóvenes a quienes nos referimos en el presente trabajo viven su día a día en las condiciones descritas, pudiendo ser éstas conceptualizadas como precarias. Sus jornadas comienzan muy temprano y se dividen entre colaborar en el trabajo y estudiar, siendo raras las actividades de ocio en los días de semana. Las mujeres asimismo suman a ello las tareas de reproducción y cuidado de la vida. Poseen una rica historia familiar que contiene la experiencia migratoria desde Bolivia que incluye en la mayoría de los casos el contacto aún en el presente con parientes que quedaron allá (abuelos/as, tíos/as, primos/as, padrinos/madrinas). Esta historia marcará sus vidas de manera cotidiana siendo parte de los flujos culturales que circulan hacia dentro del núcleo familiar en la construcción de sentidos e identificaciones. Nos preguntamos entonces ¿qué sentidos construyen respecto de ser joven?, ¿cómo se dan los procesos de identificación y subjetivación juvenil en estas familias particulares?

Entre la juventud y la adultez en el periurbano hortícola

A partir de nuestras experiencias en el territorio pudimos identificar diferentes sentidos e identificaciones respecto de lo que significa ser joven. Al inicio, nos dimos cuenta que ser joven para esta población en particular, provenientes de familias migrantes bolivianas que se dedican a la horticultura, no es una cuestión de edad. Según los relatos de padres/madres y de los/as propios/as hijos/as, se es joven en tanto se sigue viviendo en la casa de padres y madres, principalmente ligado al proyecto familiar e individual de seguir estudiando (ya sea estudios secundarios o universitarios). Mientras que dejan de ser jóvenes cuando se van del hogar conformando un nuevo núcleo familiar cuando tienen hijos/as, o bien cuando se independizan económicamente.

Ser joven: horticultear, estudiar y permanecer en el hogar pater-materno

Por un lado, y al igual que muestran otras investigaciones para casos latinoamericanos en entornos rurales (Tapia, 2015; Weiss, 2012; Pérez Expósito, 2010), se es joven en tanto el estudio en la educación secundaria y universitaria es la principal preocupación y consume y organiza la mayor parte del tiempo diario. Si bien los/as jóvenes acompañan a los/as mayores en el trabajo en la quinta desde muy pequeños/as y será recién a los diez años aproximadamente que padre y madre les encargarán tareas con mayor responsabilidad y cuidado, esta actividad no será considerada prioritaria en su vida. En algunos casos, estos/as jóvenes conocen el manejo de la quinta a la perfección y en su totalidad, pudiendo reemplazar a los/as adultos/as a cargo. Sin embargo, hacia adentro del núcleo familiar la prioridad de los/as jóvenes sigue siendo el estudio. Si se estudia se modera el trabajo en la quinta y se prioriza el tiempo que lleva ir a la escuela, cumplir con los deberes de los/as docentes, las fechas de exámenes, etc. El/la joven estudiante sigue trabajando en la producción pero en forma de “colaboración” y de “ayuda”, es decir, mientras que estudiar es su principal prioridad. Esto aparece como un proyecto que involucra y comparte el núcleo familiar de conjunto, incluso en ocasiones en conflicto con los/as propios/as jóvenes que no siempre quisieran estudiar lo que sus padres y madres les ofrecen o simplemente no quisieran seguir estudiando pero obedecen. La historia narrada a continuación da muestra de ello.

Emilia es una joven de 24 años, nació en Bolivia pero su familia se mudó a la Argentina cuando ella era muy pequeña. Hoy vive junto a sus padre/madre y trabaja junto al resto de su familia en la quinta. Cuando estaba terminando sus estudios secundarios, su padre y su madre le proponen estudiar una carrera en el ciclo superior. Inicialmente ella quería estudiar magisterio en un instituto terciario o algo vinculado a la danza ya que le gusta bailar. Su padre y su madre le dicen que no, que estudie una “carrera larga” haciendo alusión a una carrera universitaria que proporciona al finalizar trabajo seguro y bien pago. Emilia no discute esto y se anota en el Traductorado en Inglés en la FaHCE (UNLP). En la primera clase del curso de ingreso la profesora entra hablando en inglés ya que el Departamento de la Carrera considera que, la base para empezar a cursar es tener el título de First Certificate. Emilia no sabía nada de esto, asiste a un par de clases más y “abandona”. Estará tres años sin volver a estudiar y nuevamente con apoyo del padre y la madre comienza la carrera de Bibliotecología en la misma facultad. La primera actividad que debe realizar es la búsqueda de textos en un repositorio digital. Pero ella no tiene ni computadora ni internet en la casa, pensó que era una carrera que implicaba libros materiales y trabajo con ficheros. Una compañera la ayuda con la cuestión tecnológica y logra aprobar el primer año pero sistemáticamente reprueba los exámenes finales. Decide volver a abandonar la carrera sin decírselo a su padre-madre para no discutir con ellos/as, aunque sigue yendo a la facultad pero no rinde materias. Ahora está buscando alternativas más cortas en institutos terciarios para, una vez definido qué estudiar, charlar con su padre y su madre sobre la cuestión (Emilia, comunicación personal, 16 de diciembre de 2018).

Vemos aquí que se da la distinción que Roa María Luz realiza para los/as jóvenes que trabajan en la tarefa en Misiones (Roa, 2013), quien sostiene que no es lo mismo “ser tarefero” que “tarefar”. Ser tarefero implica autoadscribirse como trabajador/a de la tarefa como parte de la identidad del/la sujeto/a, mientras que tarefar significa trabajar temporalmente en la tarefa, en tanto se proyecta hacer o se hace otra cosa como actividad principal, entre ellas estudiar. En el caso aquí expuesto, podríamos decir que, no es lo mismo ser horticutor/a que horticultear. En dicho sentido, los/as jóvenes miembros/as de familias que se dedican a la producción de hortalizas, trabajan en la horticultura. Es decir, horticultean mientras estudian, acompañando a los/as adultos/as del hogar en las tareas productivas. Son miembros/as de una familia que se dedica a la horticultura, pero ellos/as no se autoadscriben como horticultores/as, aunque sí, reconocen que trabajan en la quinta junto a sus padres/madres.

En general estos/as jóvenes siguen viviendo en la misma casa que sus padres/madres, algunos/as tienen parejas pero no conviven con ellas ni tienen hijos/as. Mientras viven con sus padres/madres, deben convivir bajo “sus reglas”, las cuales suelen ser bastante estrictas, como por ejemplo acompañar a los/as adultos/as en el trabajo de la quinta cuando se los/as convoca. Las mujeres en particular, deben realizar las tareas domésticas y de cuidado que se les indiquen y, concurrir a la escuela o facultad y estudiar obteniendo resultados satisfactorios. En dicho sentido, los/as adultos/as ejercen un férreo control sobre sus hijos/as, intentando que estos/as no caigan en circuitos de delito y consumo problemático de sustancias, así como que eviten el acoso policial. En este punto los resultados coinciden con otras investigaciones con respecto al férreo control por parte de los padres y madres bolivianos/as sobre sus hijos/as (Diez, María Laura, Novaro, Gabriela y Martínez, Laura, 2018). En algunos casos, los/as jóvenes deben materias de la escuela secundaria que no han aprobado aún y, por decisión o porque no pueden, no inician estudios en el nivel superior. En estos casos, siguen viviendo con sus padres/madres y trabajan junto a ellos/as en la quinta, por lo que reciben una paga, pero no tienen independencia total. Mientras no retomen sus estudios o se independicen formando una familia propia, siguen viviendo con los/as padres/madres pero aceptando las reglas internas de la casa, tal como lo muestra el conflicto de María Elena con su hijo.

El hijo de María Elena tiene 22 años, salía a la tarde-noche con los amigos y no le contestaba los mensajes, ella le escribía preguntando cómo estaba y él no respondía. Lo retó por esto algunas veces pero seguía sin respuesta. Sumado a esto, hace un tiempo le regalaron junto con su marido una moto, y su hijo salía a dar vueltas en la misma con sus amigos. Según María Elena no hace nada malo pero ella relataba que está preocupada de que no le pase nada, que no tenga un accidente o lo detenga la policía. La moto no está totalmente en regla y el hijo suele hacer malabares para no cruzarse con la policía, haciendo trayectos más largos o metiéndose entre las quintas. Es así que el joven sale y María Elena se queda preocupada y le escribe mensajes que él no responde. Una noche después de escribirle varias veces y él no contestar, llega el hijo a las 3 de la mañana a la casa y se saca las zapatillas al entrar. María Elena llena de miedo y bronca lo agarra cuando entra. Casi llorando le empieza a gritar y le da dos chicotazos (golpes de puño) con toda su fuerza de la bronca que tenía, y le dice que si a él no le interesa contestarle los mensajes que se vaya de la casa, le agarra las zapatillas, se las tira afuera, le dice que se vaya y le cierra la puerta. El chico se quedó afuera un rato largo y después entró y se acostó. Al otro día sin que ella le diga nada se levantó temprano y se fue derechito a trabajar a la quinta sin decir nada. Desde ese día le contesta los mensajes (María Elena, comunicación personal, 6 de mayo de 2018).

Respecto de las expectativas a futuro, nuevamente los deseos de jóvenes y adultos/as no siempre coinciden y las opciones posibles son variadas. Por un lado, las familias productoras de hortalizas realizan una fuerte apuesta para que las jóvenes generaciones concurran a la escuela y alcancen titulaciones que les permitan “conseguir mejores trabajos”, “que no sean tan sacrificados”, “que paguen mejor que la verdura” (Notas de cuaderno de campo, 20 de junio de 2017).

Padres y madres obran para que los/as hijos/as se conviertan en participantes plenos/as de la comunidad de prácticas hortícolas, pero al mismo tiempo, anhelan para ellos/as otro tipo de socialización, de práctica social. Algunos/as hijos/as acompañan este deseo, en tanto ven a la horticultura como un trabajo muy sacrificado y con poca recompensa/retribución. En este sentido, ambos/as (padres/madres e hijos/as) hacen grandes esfuerzos para que las jóvenes generaciones superen el trabajo en la quinta adquiriendo “mejores” trabajos. Para ello, regulan siempre que su condición económica se lo permita, la participación de los/as jóvenes en las tareas de la quinta, a partir de los tiempos y demandas de la escuela (horarios de clases, estudio para exámenes, etc.) (Lemmi, et al, 2018).

Es menester destacar que, cuando los/as adultos/as cuentan los motivos y sentires que los/as llevan a migrar a la Argentina, aparecen en los relatos deseos similares: “vivir mejor”, “tener trabajo”, “tener un mejor trabajo”, “un futuro mejor para nuestros hijos”, “éramos muy pobres”, “el campo no daba para todos”, “llegábamos con lo justo”, “no había futuro”. Sin embargo, dichas narraciones también rescatan aquellos elementos que son vistos como positivos y añorados para las jóvenes generaciones: “Nosotros siempre trabajamos, desde chicos. En el campo aprendes de todo, cosas, desde chico que aprendes porque te dan una vaca o un cabrito y lo tenés que cuidar y aprendes así a trabajar, a tener responsabilidad.” (María Elena, comunicación personal, 6 de mayo de 2018).

El proyecto migratorio, implica para estas familias, no sólo un futuro mejor para los/as adultos/as, sino fuertemente y en la medida que transcurre el tiempo en la Argentina, para las jóvenes generaciones. Como mostraremos más adelante, los/as adultos/as poseen una posición ambivalente con respecto a los/as jóvenes. Por un lado, esperan que trabajen colaborando en la producción familiar, en tanto ello es parte del aprendizaje necesario para la vida (responsabilidad, disciplina), pero también anhelan que estudien y se proyecten en futuros siendo profesionales, lo que más desean es que vivan una vida distinta a la que ellos/as vivieron como jóvenes en Bolivia. Aquí la historia migratoria, el origen campesino y la situación de vulnerabilidad social vivida por los/as adultos/as, está ejerciendo una fuerte influencia en la conformación de los sentidos e identificaciones de las jóvenes generaciones. En este sentido, el proyecto migratorio provoca un novedoso escenario (Erazo, 2019) dando lugar a aspiraciones por fuera de la horticultura para la juventud. A su vez, se debe tener en cuenta que el proceso migratorio vivenciado por estos/as sujetos/as, se encuentra, como dice Lara y Muñoz (2011), articulado por las formas modernizantes vehiculizadas por la escolaridad y la mercantilización. En síntesis, la migración, la escolaridad, pero también, la precarización del trabajo atraviesan la construcción de lo que significa ser joven para estas familias (Lara y Muñoz, 2011)

Según algunas investigaciones (Salazar De la Torre, Cecilia, 2010; Baker, Susana Shoale, 2011; Castro Ortega, Norah, 2015; Insaurralde, Nuria y Lemmi, Soledad, 2019), el fuerte rol y autoridad que ejercen los/as adultos/as en el seno de las familias bolivianas de origen campesino, tiene una raigambre histórica devenida del marcado adultocentrismo y machismo que impera en dichas conformaciones familiares. Prácticas que, si bien siguen estando vigentes en las familias una vez iniciado el proyecto migratorio, se verán tensionadas con la aparición de otros flujos culturales que provendrán de la nueva realidad vivida, así como de los deseos de las jóvenes generaciones. Aparecerán entonces, en quienes se autoadscriben como jóvenes, los propios deseos de independencia, apostando a otros trabajos alejados de la producción o incluyéndola pero, desde un lugar diferente, como es el caso de Juan y Tomás dos hermanos oriundos de Sucre.

Ellos tienen 19 y 17 años respectivamente. Vinieron a vivir a la Argentina cuando tenían cuatro y dos años. Llegaron a La Plata donde la familia trabajó en horticultura unos años. Luego migraron a Mendoza a trabajar también en las quintas. Finalmente, volvieron a la ciudad donde residen actualmente y trabajan junto a sus padre/madre en la producción hortícola. Juan aún no terminó la escuela ya que debe unas materias. A Tomás todavía le queda un año. Cuando les preguntamos qué esperaban para su futuro nos dijeron “lograr la autonomía financiera”, “manejar tu dinero y tu tiempo”, “hacer inversiones y crecer más y más el capital”. El año pasado su tío y su tía, por quienes llegaron a vivir a la Argentina, se incluyeron en un emprendimiento empresarial “multinivel” en el que cada integrante hace un aporte dinerario inicial y, luego debe incorporar a otros a invertir en la empresa y así sucesivamente. Como contraparte de la inversión en inicio, reciben “cursos de capacitación financiera” y de “redes de mercadeo”. La empresa resultó ser una estafa, pero reconocen haber aprendido muchas cosas, como por ejemplo, haber cambiado su forma de pensar y darse cuenta que las cuestiones comerciales, financieras, los negocios y la economía les gustaban. Si bien la meta de ambos es llegar a ser grandes empresarios, reconocen las limitaciones que tienen para lograrlo. Puesto que, sus padres tienen “otra mentalidad”, en tanto desean ahorrar para construir la casa; mientras que, Juan y Tomás quieren usar esa plata para invertir en un negocio, como una verdulería en el centro de Olmos, para luego ir multiplicando el capital. Ambos, se están tomando un tiempo para decidir qué hacer en el futuro, qué carrera conviene más para lograr sus objetivos en el menor tiempo posible, si alguna en la Facultad de Ciencias Económicas o cursos de “educación financiera”, pero con seguridad algo fuera de la quinta. Cabe destacar que, a uno de los hermanos le gusta dibujar y lo hace muy bien, siendo además muy creativo, asomando en su relato el deseo de estudiar Diseño. Sin embargo, el objetivo principal sigue siendo encarar una formación en economía. Intuimos que, el plan de dedicarse a una profesión artística no es muy aceptado en el imaginario de la familia (Juan y Tomás, comunicación personal, 17 de septiembre de 2018).

Tal como explicitáramos, los procesos de construcción de sentidos e identificaciones no son mera reproducción, sino que la apropiación en el sentido de recreación, crítica, aprendizaje, creación y superación están presentes. Como todo vínculo humano, la relación padres/madres-hijos/as es conflictiva, tensa, contradictoria, ambivalente, donde la afectividad y la intimidad entran en juego y condicionan, regulan y modelan dicho vínculo.

“Ser adulto/a, ser horticultor/a”

En el apartado anterior expusimos cómo el hecho de estudiar, ya sea en el nivel secundario o universitario, tanto para los/as padres, madres y sus hijos/as se convertía en un factor clave en la construcción del sentido de juventud. Ahora bien, el pasaje de la juventud a la adultez pareciera estar dado por marcharse del hogar del padre/madre, o bien, independizarse económica y subjetivamente de ellos/as. Esto lleva asimismo a autoadscribirse como productores/as hortícolas, en el sentido antes mencionado dejar de horticultear para Ser Horticultor/a (Roa, 2013). Esto muchas veces se da por la conformación de una familia propia, en general acompañada por la “aparición” de un hijo/a. Tal como expresan los/as propios/as involucrados/as, “una vez que hay hijos ya es otra cosa” (Notas de cuaderno de campo, mayo 2017).

En ese caso la joven pareja se junta para vivir en una casa propia, que puede estar ubicada junto a la casa de la familia de alguno/a de ellos/as y el trabajo en la quinta pasa a ser prioritario como forma de abastecerse. Si no tuvieran casa propia, se mudan a una habitación propia en la casa de alguno/a de los/as padres/madres, pero mantienen independencia económica y en la toma de decisiones. Pueden trabajar un tiempo como “peones” de sus propios/as padres/madres en tanto estos/as les pagan por el trabajo realizado, pueden convertirse en medieros/as de ellos/as o de otros/as productores/as amigos/as o parientes o arrendar su propia tierra (lo que es muy improbable dado que se requiere un capital inicial que la nueva pareja no posee).

La directora de la escuela cuya matrícula posee más del 50% de estudiantes con historia familiar de migración desde Bolivia y que trabajan en la horticultura, contó que hace unos años una pareja de jóvenes hijos/as de migrantes productores/as que asistían a la escuela quedaron embarazados/as. Al poco tiempo de saberse la noticia fueron padre y madre de ambos jóvenes a pedir una reunión con ella por el tema de sus hijos/as. Allí le manifestaron que los/as estudiantes ya no asistirán más a la institución dado que ahora tenían que conformar una familia y trabajar para mantenerla. La Directora se enojó con los/as adultos/as a cargo, les recordó la ley de obligatoriedad de la Escuela Secundaria y reforzó argumentos listando los diferentes planes de apoyo y contención que acompañaron a dicha ley para que los/as estudiantes que no pudieran seguir los estudios, como el caso en cuestión, pudieran asistir y culminar. Los/as adultos/as a cargo mantuvieron férreamente su posición inicial en tanto los/as alumnos/as “ya no están solos”, “tienen que pensar en su hijo”, “formar una familia”, “trabajar para sostenerla”, ya que desde ahora en más “su realidad es otra”, que ellos los iban a ayudar. Finalmente ambos/as estudiantes dejaron la escuela bajo la mirada resignada de la Directora que decía “son muy estrictos, los padres bolivianos son muy estrictos” (Directora, comunicación personal, 23 de abril de 2018).

Otras veces la decisión de juntarse viene de la mano del deseo de “casarse” o de formalizar el proyecto de formar una familia propia aunque no medie el Registro Civil. Esto lleva a que se independicen en un espacio propio. Los relatos nos cuentan que “una vez que hay familia”, lo más importante es sostenerla económicamente, lograr autonomía de los/as padres/madres y comenzar un camino propio en la producción. Una vez iniciado ese camino las diferencias de edad se borran en tanto todos/as realizan las mismas tareas productivas, reproductivas y de cuidado sin que medie entre ellas distinciones por edad. Si hay familia propia se es productor/a adulto/a sin importar si la edad es de 22 años o 45, por lo tanto se es Horticultor/a

En este sentido, algunas investigaciones sostienen que en épocas históricas en regiones andinas de la actual Bolivia, cuando se realizaba el matrimonio y a partir de ese momento el individuo adquiría su completa mayoría de edad y también su entera autonomía, convirtiéndose en un miembro activo del ayllu, pasando a vivir en una casa, que podía ser levantada al lado de la de sus padres, o más lejos, pero solo para los cónyuges (Castro Ortega, 2015). Podemos encontrar rasgos de estas herencias culturales propias del campesinado boliviano en las actuales familias que se dedican a la producción en la quinta. Migrantes que trajeron consigo no sólo el saber trabajar la tierra sino también los sentidos acerca de las conformaciones familiares, tal como lo muestran las historias de Laura y Javier, quienes nacieron en Argentina y son hija e hijo de padre y madre migrantes bolivianos/as.

Laura es una productora, vive en Olmos junto a su pareja y su hija. Javier es un productor, también vive en Olmos junto a su esposa Elena y su hija. Tanto Laura como Javier militan en el movimiento. Ambos/as transitaron sus estudios secundarios sin obtener la titulación ya que aún tienen materias pendientes para rendir. Desde chicos/as Laura y Javier ayudan en la quinta a sus padres y madres y hoy trabajan junto a ellos/as en tierras compartidas aunque cada uno/a tiene su vivienda, cercana a la de sus padres/madres aunque separada de ellos/as. Tanto Laura como Javier conocieron a sus parejas, que también eran hijos/as de productores/as, trabajando en la quinta ya que eran vecinos/as y la decisión de emparejarse, convivir y tener hijos/as fue de común acuerdo y anterior a la pater-maternidad. Laura tiene 22 años, Javier 27 y nunca respondieron a las convocatorias del movimiento para conformar el espacio de juventud. Sin embargo, ambos/as tienen una participación activa en el mismo, como delegados/as de su asamblea, ella participando del área de género, él siendo una de las figuras visibles de la organización cuando hay que dar reportajes después de algún evento (ya sean marchas, verdurazos, participación en ferias de productores/as en la localidad, etc.). Ambos/as son cuadros/as políticos/as destacados/as dentro del movimiento. Esto nos lleva a pensar que ambos/as son horticultores/as que se consideran adultos/as alejándose de una autoadscripción como jóvenes que “horticultean”.

En los casos en que no llega a realizarse el anhelo de culminar los estudios medios y/o superiores, los/as adultos/as esperan que el día de mañana los varones se casen, formen su propia familia y se independicen de la quinta inaugurando una quinta nueva con su grupo familiar; aunque seguirán conectados y comunicados con padres y madres en relación a las cuestiones productivas (y también recreativas y familiares). En el caso de las mujeres, éstas les enseñan el oficio a las hijas para que tengan algo de qué valerse en caso de no conseguir trabajos mejores o que el matrimonio fracase por algún motivo. Entienden que a las mujeres les depara un destino en situación de vulnerabilidad y dependencia de un varón y el hecho de saber hacer un oficio les permitirá el día de mañana no quedar sin sustento para ellas y sus hijos/as si los tuvieren.

Entre el deber ser y el deseo: conceptualizaciones en tensión

Lucero, es una joven de 16 años nacida en Argentina, hija de padre y madre bolivianos/as. Ella “horticultea” en la quinta mientras transita sus estudios secundarios y fue una de las pocas jóvenes que respondió al llamado del movimiento para conformar el área de juventud, también es una activa participante del área de género del movimiento. En una entrevista que le realizaron para un programa de radio sobre mujeres en la economía popular ella contó que durante mucho tiempo la relación con su mamá era mala. Discutían acerca del futuro de Lucero ya que ambas proyectaban deseos diferentes para la joven. Su mamá quería que ella terminara los estudios secundarios, se casara con un hombre que la mantuviera, tuviera hijos, conformara una familia. Mientras que Lucero quería estudiar en la universidad, vivir sola, no emparejarse ya que entendía que los varones eran todos tontos y trabajar para autosustentarse sin depender de nadie. Estas discusiones eran recurrentes entre ellas. Sin embargo esto empezó a cambiar al momento de comenzar a participar ambas en las rondas de mujeres que organizaba el área de género del movimiento (Insaurralde, et al, 2019). Allí, en diálogo con otras compañeras empezaron a debatir y desnaturalizar los roles de género asignados y con ello a pensar en el propio deseo y las posibilidades de empezar a realizarlo. Lucero contó que a partir de ese trayecto compartido de empoderamiento de género junto a su mamá ya no discuten, son más compañeras, su mamá la entiende y la apoya en el camino que quiere emprender (la acompaña tres veces por semana al centro de la ciudad a estudiar en un instituto privado la carrera de diseño de indumentaria, financiado por ella).

Susy es una “horticultora” de 25 años, nacida en Bolivia, que vive junto a su hijo y su hija en el periurbano de la ciudad. Cuando estaba en el último año de la secundaria en Bolivia quedó embarazada y dejó la escuela. Años después migró a la ciudad de La Plata junto con su mamá a trabajar en la horticultura. Ella también es una activa participante del área de género del movimiento y de las rondas de mujeres pero no respondió a ninguno de los llamados para conformar el área de juventud. Su mamá le insistió durante muchos años para que retomara sus estudios secundarios dado que sólo le faltaba un año para obtener la titulación pudiendo así dedicarse a otra cosa que no sea la quinta, pero Susy se resistía porque decía que con los chicos y el trabajo se le complicaba. Finalmente decidió retomar sus estudios en uno de los planes de terminalidad para adultos que ofrece el Ministerio de Educación (Moretto, 2018). Si bien hoy se encuentra cursando el último año de la escuela secundaria se ve a sí misma como una adulta horticultora.

Las dos historias narradas, como tantas otras no expuestas aquí, tensionan de alguna manera los sentidos e identificaciones respecto de lo que es “ser un/a joven/a que horticultea y un/a horticultor/a adulto/a”. Tal como expone González Cangas Yanko (2003) encontramos aquí una comunidad en proceso de hibridación cultural. En estos casos el proyecto migratorio trae aparejado el deseo de un futuro mejor para quienes migran y para las futuras generaciones, pero también se anhelan para ellos/as la voluntad de trabajo, el empeño por salir adelante y buscar una vida mejor. Esta herencia cultural deviene de la propia historia de vida como campesinos/as en el sur de Bolivia y se reactualiza día a día en contraste con la realidad vivida en Argentina.

Sin embargo, esta realidad empieza a proyectar sus influjos en la vida de las familias que producen hortalizas llevando a sus miembros/as a cambiar los sentidos acerca de lo que es ser joven y/o adulto/a y de lo que puede o debe hacerse en cada momento de la vida. Así los espacios de sociabilidad y que el hecho de ser horticultores/as habilita, como la participación en un movimiento político gremial, el feminismo, sumado a las ofertas educativas, culturales y profesionales que oferta la ciudad tensionan de forma permanente los sentidos e identificaciones volviéndolos móviles, cambiantes y a veces contradictorios.

De esta manera podemos comprender cómo una madre boliviana horticultora, que en inicio anhela para su joven hija que horticultea una vida “tradicional”, acepta y luego promueve junto a ella un futuro de independencia alejado de los formatos familiares convencionales. Asimismo, una madre productora hortícola boliviana incentiva a su hija adulta para que retome sus estudios secundarios pudiendo así proyectarse en un mejor trabajo, y una hija adulta productora hortícola luego de resistirse a ello decide encarar dicho camino, más allá de lo que la comunidad de prácticas hortícola espera de ella. En síntesis, en palabras de Erazo (2019), se construyen otras formas de ser joven, formas que pueden tensionar las prácticas que son conservadas por los/as adultos/as; o bien como sostuvieron Lara y Muñoz (2011), cuando señalaron cómo los/as jóvenes están siendo distintos de lo que los/as adultos/as fueron cuando eran jóvenes, y distintos/as de los/as adultos/as actuales en contextos migratorios andinos.

Algunas reflexiones finales

Las reflexiones que esbozamos aquí nacieron de una preocupación concreta: la necesidad en un movimiento de productores/as del Gran La Plata del que participamos de conformar su área de juventud. En la medida en que los múltiples intentos realizados fracasaban, nos empezamos a preguntar por qué podría estar fallando la convocatoria. A su vez, nuestra práctica como extensionistas en una escuela secundaria acompañó las inquietudes iniciales y nos habilitó otros espacios de experiencia. Fue así que la indagación para responder al interrogante nos llevó a percibir que aquello que los/as integrantes de familias migrantes bolivianas que se dedican a la horticultura consideraban juventud, era muy diferente a lo que nosotras entendíamos. En dicho sentido, cometimos aquí el mismo equívoco que señalan algunas investigaciones de partir del sujeto como dado, es decir presuponer que existía un/a horticultor/a que se autoadscribía como joven. Esto nos llevó a cuestionar nuestros supuestos iniciales y a formularnos una serie de preguntas que intentamos responder a lo largo del trabajo. Exploramos aquí los sentidos e identificaciones construidos acerca de la juventud y la adultez, intentando dar cuenta las múltiples maneras en que las jóvenes generaciones negocian dicho transitar con los sentidos, identificaciones y las expectativas de los/as adultos/as.

Como ya hemos señalado, las familias consideran jóvenes a los/as hijos/as que siguen viviendo en casa de sus padres y madres, principalmente ligados/as al proyecto familiar como individual de seguir estudiando, tanto en el nivel secundario como en el universitario, con el fin de adquirir titulaciones que les permitan en un futuro cercano obtener un mejor trabajo alejado de las labores hortícolas. Cuando desde el movimiento realizamos las convocatorias, quienes efectivamente se consideraban jóvenes no se consideraban “horticultores/as”, es decir que su identidad juvenil no se encontraba adscripta a su condición de productores/as sino a su condición de estudiantes (presentes o en proyección cercana). En este sentido, ser joven significa tener aún oportunidades de construir un futuro alejado de la quinta, en un trabajo formal, bien pago, seguro, si es a partir del desarrollo de una carrera profesional mejor aún. Si bien estos/as jóvenes trabajan en la quinta desde pequeños/as no será eso lo que los/as identifique mientras tengan la posibilidad de estudiar. Es así que retomando a otras investigaciones denominamos a este proceso “horticultear”, que no es lo mismo que “ser horticultor/a”. Es por ello que al convocarlos/as como jóvenes horticultores/as los/as mismos/as no responden al llamado, en tanto son jóvenes que horticultean y sus intereses e identificaciones estaban sujetas a otras dimensiones de su vida.

Por otro lado, aquellos/as productores/as que por su “edad” en inicio considerábamos jóvenes no se identificaban como tales, ya que el hecho de tener una familia y trabajar para sostenerla era su principal preocupación. Es por ello que se sintieron interpelados/as por aquellas convocatorias del movimiento que les permitían agruparse y realizar acciones en sentido de mejorar su situación económica y productiva principalmente, y obtener derechos políticos y sociales vinculados a su condición de productores/as rurales y de género y como sujetos/as migrantes en un segundo lugar.

Es así que podemos encontrar en las diferentes asambleas del movimiento productores/as que tienen entre 20 y 30 años que no se auto perciben jóvenes sino que “son horticutores/as” y podemos encontrar dentro de las familias agrupadas que trabajan en la quinta, jóvenes que tienen entre 12 y 25 años que no se autoadscriben como horticultores/as aunque “horticultean”.

Dimos cuenta de cómo en la construcción de los sentidos de juventud, lo etario no es considerado relevante. Sin embargo, en este proceso de construcción de juventud muchas veces, se presenta como un conflicto las diferentes formas en que jóvenes y adultos/as entienden a ese momento de la vida, motivo por el cual la experiencia vivida por las jóvenes generaciones tensiona los deseos de los/as padres/madres.

A lo largo del trabajo pudimos evidenciar la existencia de un acervo cultural heredado del pasado vivido en Bolivia y cómo este se encuentra operando fuertemente en los sentidos e identificaciones presentes tanto de adultos/as como de jóvenes. La vida campesina, el trabajo en el campo, la estructura familiar, los roles asignados a cada miembro/a se reactualizan en el presente a partir de la propia experiencia migratoria a la Argentina. Estas familias y por ende los/as jóvenes que las conforman poseen una vivencia migratoria transnacional que los/as lleva día a día a apropiarse, en el sentido aquí dado al término de recreación y superación, de los sentidos heredados. Vemos aquí cómo al mismo tiempo en que se retoman positivamente sentidos de la vida en Bolivia también aparecen sesgos negativos. Se entiende que vivir y trabajar en la quinta es reproducir en parte la vida que tenían en Bolivia no siendo esto lo que se anhela para los/as hijos/as y tampoco plenamente para ellos/as como adultos/as, en tanto que el deseo de “una vida mejor y un mejor trabajo”, también formó parte del propio proyecto migratorio.

Por último, dimos cuenta cómo los sentidos y las identificaciones son construcciones en movimiento, cambiantes, contradictorias llenas de conflictos y tensiones. Dichas construcciones se encuentran condicionadas por el contexto histórico-social, económico, político, cultural. Por lo que al momento de definir qué se entiende por “joven que horticultea o por productor/a hortícola” las variables a tener en cuenta deben contemplar este movimiento complejo, múltiple y muchas veces contradictorio de la vida social.

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Notas

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