Resumen: Este artículo busca aportar elementos para la caracterización de una de las corrientes dentro del movimiento feminista en Argentina y Abya Yala, los feminismos populares autónomos. A partir de la delimitación de una serie de consensos y debates abiertos –en algunos casos implícitos, generados en las prácticas- se da cuenta de un espacio político poroso y dinámico que incorpora la perspectiva interseccional a las luchas de género y extiende su territorio de influencia por fuera de las fronteras nacionales. Para el análisis se utiliza el andamiaje teórico de la interseccionalidad y aportes economía feminista y estudios sobre lo común. Como presunción se sostiene que el modo en que se vayan tramitando los debates citados definirá en parte la configuración futura de esta corriente de los feminismos, y por tanto, influirá en el devenir del movimiento en su conjunto.
Palabras clave:Feminismos populares autónomosFeminismos populares autónomos,InterseccionalidadInterseccionalidad,ConsensosConsensos,TensionesTensiones,Abya YalaAbya Yala.
Abstract: This article seeks to provide elements for the characterization of one of the streams of the feminist movement in Argentina and Abya Yala, the popular autonomous feminist movements. Based on the delimitation of a series of consensus and open debates –in some cases implicit, generated by the practices- it is possible to conceive a dynamic and porous political space that involves the intersectional perspective of the gender struggles and expands is area of influence outside the national borders. For the analysis, the theoretical framework of the intersectionality, feminist economic contributions and studies about the common/ordinary are used. We hold that the way in which the quoted debates develop will partly define the future configuration of this feminist streams, and, thus, will influence the future of the movement as a whole.
Keywords: Popular autonomous feminism, Intersectionality, Consensus, Tensions, Abya Yala.
Género y Derechos Humanos
La búsqueda por cambiarlo todo. Acuerdos y tensiones de los feminismos populares
In pursuit of changing everything. Tensions and agreements of the autonomous popular feminisms
Recepción: 19 Diciembre 2019
Aprobación: 08 Julio 2020
Un sujeto plural y diverso que podríamos denominar a grandes rasgos “movimiento feminista” se encuentra protagonizando hoy en Abya Yala una lucha feroz contra la ofensiva del sistema capitalista, racista y heteropatriarcal. Esa lucha es encarnada por mujeres, lesbianas, travestis, trans, maricas, no binaries, intersexuales, campesinas, indígenas, trabajadoras, cooperativistas, estudiantes, artistas, afrodescendientes, mestizas, jóvenes, entre muchos etcéteras. Se manifiesta como fenómeno transversal en las luchas populares, pero también en la construcción de las agendas institucionales e incluso permea la construcción de discursos en los medios de comunicación.
La emergencia del movimiento feminista que en países como Argentina se ha denominado mediáticamente “Marea feminista o marea verde”1, visibiliza un combate pone a la vista del mundo un combate rabioso, preocupado y también alegre y en los últimos años se ha vuelto masivo, hasta el punto de comenzar a conmoverlo todo. A efectos de dar cuenta de este proceso de masificación podemos citar, en nuestro país, algunos hitos significativos. En primer lugar, el crecimiento de los Encuentros Nacionales de Mujeres (también denominado en los últimos años Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans2) que en 2018, según fuentes mediáticas reunieron a 50.0003 y en 2019 a 200.0004. Además, a partir de 2015, la denuncia de la violencia de género y los femicidios comenzó a tomar relevancia mediática y social sin precedentes -atizada por un contexto general de crecimiento de las luchas feministas-, llegando a generarse “la movilización más grande de la historia contra los `femicidios´ y la violencia hacia las mujeres” bajo la consigna “Ni una Menos” (Laudano, 2018)5. En 2017 se realizó, en la fecha del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, 8 de marzo, un “Paro Internacional de Mujeres, Lesbianas y Trans” con actividades callejeras en más de 50 países, actividad que se reiteró en 2018. Según María Alicia Gutiérrez (2018) estos paros “propusieron formas asamblearias de organización y debate que recuperan la tradición feminista y sus principios internacionalistas. Los contenidos de los diferentes documentos que fueron leídos en las plazas de todos los lugares del mundo recogieron la agenda feminista histórica y las nuevas temáticas: violencia, trabajo, cuidado, salario, diversidad sexual, educación, salud, legalización del aborto, críticas al neoliberalismo y sus políticas de ajuste y represión, entre tantas” (Gutiérrez, 2018).
Al calor de la masificación de los feminismos se multiplican también los modos y prácticas diversas dentro de este movimiento polimorfo y dinámico. El propósito de este texto es poder explicitar algunas discusiones actuales en los feminismos a partir, fundamentalmente de los procesos políticos y las prácticas situadas que desarrollan. Más específicamente se busca aportar elementos para la caracterización de una de las corrientes dentro del movimiento feminista en Argentina y Abya Yala6, los feminismos populares autónomos. Se parte de la conciencia de la dificultad de realizar una delimitación clara de una corriente dinámica, dentro de un movimiento masivo y en ebullición, pero el esfuerzo se asienta en la necesidad de sistematizar mínimas certezas y grandes desafíos en los que se juega el futuro de estas luchas.
Para comenzar, es necesario reconocer la implicación (en términos de Haraway, 1995) desde dónde escribimos estas líneas. Desde la perspectiva feminista, la vida personal, la propia posición, son datos inseparables de la producción académica y la actividad política. Escribo desde un activismo político que se enmarca en los feminismos piqueteros, surgidos a partir del cuestionamiento a las estructuras patriarcales dentro de las organizaciones populares en Argentina en los tempranos 2000, vertiente que se articuló desde sus inicios con sectores del activismo de Derechos Humanos, Feministas del Abya Yala y colectivas feministas autónomas organizadas alrededor de demandas como la legalización del aborto y la lucha contra toda forma de violencia machista. Si bien reconozco mi privilegio epistémico para enunciar en tanto investigadora (Alonso y Díaz, 2012), las reflexiones de este artículo surgen del diálogo permanente con los espacios y prácticas colectivas, así como con ámbitos académicos específicos, por lo que muchas de estas reflexiones son colectivas. Entre los espacios políticos y militantes donde se expresaron estos debates, menciono los Encuentros Nacionales de Mujeres –En los últimos años Encuentros Plurinacionales de Mujeres Lesbianas, Travestis, Trans y No Binaries-, las asambleas de Feministas de Abya Yala; los Encuentros Feministas Latinoamericanos; el Encuentro de Feminismos Autónomos; entre otros espacios de concentración y actualización de los mismos que condensan e irradian estas discusiones a una parte del movimiento feminista del que me siento parte.
Cabe aclarar también que si bien las reflexiones surgen de dilemas colectivos presentes en principalmente en los feminismos que construyen desde Argentina, a lo largo del artículo se incluirán referencias por fuera de las fronteras nacionales, debido a que los feminismos –y muy claramente la variante que desarrollamos- inscriben sus prácticas y teorías en el marco de un movimiento que discute a nivel Abya Yala e internacional.
Escribo desde y sobre esta corriente particular que son los feminismos populares y dentro de ellos, la corriente autónoma. Es complejo, como se dijo, realizar una delimitación fina aquí, pero intentaremos despejar este espacio explicitando qué dejaremos por fuera de estas reflexiones. Aunque pueden incluirse dentro de la variante popular, aquí no tendremos en cuenta al vector que Estela Díaz (2019) denomina los “feminismos peronistas”. Y asimismo, tampoco consideramos a los feminismos que construyen y debaten dentro de los partidos políticos marxistas leninistas y trotskistas, trabajados, por ejemplo por Beatriz López Rosado y Ángeles Márquez Gileta (2019), y Josefina Martínez y Cynthia Burgueño (2019).
En cambio, nos centraremos en todo el conjunto de activistas, colectivos y organizaciones que se autodefinen dentro del gran paraguas del feminismo popular autónomo, en el sentido de inscribir sus prácticas de debate y articulación feminista por fuera de estructuras partidarias, sindicales o religiosas. En Argentina, por ejemplo, este espacio puede asimilarse con el de la izquierda “independiente”, “autónoma” o “popular”, espacio también en permanente redefinición y búsqueda (Zibechi, 2003; Thwaites Rey, 2004; Mazzeo, 2005; Nicanoff, 2014; Seta, 2014; entre otrxs), pero con un conjunto de características comunes, vinculadas a señalar su no dependencia política o económica de las instituciones del Estado, el rechazo a los procesos electorales como lugares privilegiados de la participación política popular, la reivindicación de lo social inseparable de lo político y la “prefiguración”7 en las prácticas colectivas actuales de las prácticas y valores de la sociedad que se busca construir8. La variante popular autónoma dentro de los feminismos en Argentina incluye una serie de activistas y colectivos que proviene de los movimientos territoriales, barriales, o villeros, rurales, indígenas, del activismo sindical de base, de colectivos artísticos y culturales, de grupos migrantes, antirracistas, colectivas de derechos humanos, de mujeres y de las disidencias sexuales, entre otrxs.
Graciela Di Marco identifica el origen del feminismo popular en el país con la articulación entre las mujeres de los movimientos populares surgidos a fines de los `90 con los feminismos, fundamentalmente en los Encuentros a partir de los tempranos 2000. Como los ejes principales de lucha de las mujeres populares menciona la legalización del aborto, el combate a toda forma de violencia machista y la demanda por trabajo digno.
“La articulación de la política feminista y la de otros movimientos sociales, articulación contingente de elementos heterogéneos, de demandas diversas como las que constituyen la multiplicidad de los movimientos (piqueteras, obreras de empresas recuperadas, asambleístas, campesinas, indígenas y feministas) dio lugar a una cadena de equivalencias (…) que posibilitó que una identidad heterogénea, las mujeres, con todas las particularidades dentro de esa categoría, construyera discursivamente al adversario –que en nuestro análisis está conformado por las fuerzas portadoras de valores tradicionales y patriarcales– y que apareciera como una identidad política, un pueblo” (2011:63) .
Así explica la autora la configuración por esos años de lo que denomina un pueblo feminista. Para Claudia Korol (2016), igualmente, la clave de los feminismos populares en Argentina y en el continente está en la interacción entre un abanico diverso de movimientos de base territorial con movimientos de mujeres que no necesariamente se definen como feministas y participan de organizaciones populares mixtas, cuestionando, incluso, las jerarquías a su interior. Verónica Gago habla de “feminismo desde abajo” (2018: 1) para señalar al feminismo que está articulado desde y en las luchas populares.
Con la enorme dificultad que supone establecer un perímetro claro de delimitación o una definición cerrada de los feminismos populares autónomos, elijo retomar un fragmento de la Manifiesta de Feministas Inconvenientes, un grupo que entre los años 2007 y 2011 nucleaba a una parte del activismo que se consideraba autónomo dentro de los feminismos argentinos.
“Somos feministas inconvenientes. No nos conformamos con lo que en cada tiempo nos indican como el cambio posible. No nos conformamos con disputar un espacio limitado entre las incluidas e incluidos del sistema. Queremos transformar el sistema. No aceptamos encerrar nuestra libertad, en el corralito del posibilismo. Rechazamos las prácticas de ciertas corrientes del feminismo que reproducen jerarquías, personalismos, autoritarismos, arbitrario gerenciamiento de los recursos, y apropiación del discurso que queremos crear colectivamente.
Rechazamos también las prácticas de diversos partidos –incluso de izquierda-, que pretenden manipular al feminismo –como a los movimientos sociales en los que participan-, negando su autonomía, estableciendo jerarquías en las luchas y reivindicaciones, y tratando de subordinarlos a sus estrategias” (Feministas Inconvenientes, 2007).
Es decir, aquí aparece la referencia a la independencia de los partidos, el Estado, sus políticas y recursos9, como elemento definitorio del espacio.
En Abya Yala existen importantes esfuerzos por caracterizar esta variante autónoma dentro de los feminismos populares como son los realizados por el Grupo Latinoamericano de Estudios, Formación y Acción Feminista (GLEFAS), compuesto por investigadoras y activistas de diferentes países. En este marco, Ochy Curiel señala la emergencia en la década de los 90 en el continente de un sector autónomo,
“frente al fenómeno de la institucionalización expresada en la oegenización, en las preparación y seguimientos a las conferencias mundiales organizadas por la ONU que definía las prioridades del movimiento, frente a la intromisión del Banco Mundial y AID al accionar del movimiento feminista, frente a la cooptación de muchas feministas por parte de los Estados, gobiernos, partidos, frente a la dependencia ideológica y económica de la cooperación internacional, todo lo cual ha tenido altos costos para el feminismo al perderse buena parte de sus postulados políticos más éticos y revolucionarios” (2009:4).
Asimismo, Jules Falquet, retomando a Fischer (2005) y Gargallo (2004) habla de la tendencia autónoma dentro de los feminismos en el continente, alimentada por una crítica a la cooptación de parte de los feminismos ya señalada, al concepto de “género neoliberal”, y la construcción de la mirada feminista descolonial y de imbricación de opresiones sociales (2014: 56). Asimismo, algunos estudios sobre las mujeres indígenas también pueden enmarcarse en los feminismos populares autónomos, como aquellos que analizan la configuración de articulaciones de mujeres dentro de movimientos sociales para realizar cuestionamientos y demandas de transformación (Millán, 2001; Masson, 2011; Sciortino, 2012 y 2017; TzulTzul, 2016; entre otros).
Estas menciones no esperan agotar la cantidad de experiencias y escritos relevantes para los feminismos populares autónomos, sino dar cuenta de un debate teórico y político actual de un espacio que existe en movimiento. Las reflexiones que se presentan en este artículo están alimentadas fundamentalmente de análisis sobre procesos de movilización en Argentina en los últimos años, pero además están nutridas por lecturas y diálogos colectivos con decenas de activistas feministas de Abya Yala con quienes cada vez más se fraguan encuentros, se van tejiendo redes, movilizaciones, paros, conversatorios, huelgas y reflexiones conjuntas.
Nuestra intervención aquí es a partir de un análisis de las prácticas colectivas situadas, con un esfuerzo de sistematización de acuerdos y debates abiertos más que de análisis teórico. La definición de ciertos puntos de acuerdo y de debate no pretende agotar todo lo que pueda decirse sobre los feminismos populares autónomos, sino que es un medio para señalar y exponer aprendizajes y dilemas de una corriente feminista de la que nos sentimos parte. Comenzamos desarrollando diez puntos que consideramos que constituyen puntos de apoyo, acuerdos, consensos de los feminismos populares autónomos. En algunos casos, ellos son comunes a todo el espacio de los feminismos populares, aunque consideramos que tienen expresión particular en las luchas y formas de organización de la corriente autónoma.
Los feminismos populares autónomos señalan la falsa universalidad del concepto de género y su insuficiencia para definir el sujeto de estos feminismos y el sistema que se combate, por lo que denuncian la imbricación y no jerarquización de las opresiones. Las perspectivas interseccionales, recuperan la genealogía de los feminismos afro y afroamericanos y toman distancia de aquellas perspectivas que abordan el género invisibilizando o marginalizando las desigualdades de clase, raza, nacionalidad, entre otras. Así como las miradas que señalan desigualdades de clase y raza ciegas al género, la sexualidad y las desigualdades patriarcales (Viveros Vigoya, 2014; Magliano, 2015).
Sobre el origen de esta perspectiva, se suele considerar a la década de 1970 y al feminismo negro estadounidense. Las afroamericanas criticaban al feminismo blanco, pues consideraban que estaba dando respuesta únicamente a las necesidades de determinadas mujeres sin tomar en cuenta otras realidades y culturas diferentes a las de occidente. Al mismo tiempo, las feministas socialistas (principalmente las italianas) estaban visibilizando las conexiones entre racismo, sexismo y privilegio de clase en sus estudios sobre “mujeres y trabajo”, donde utilizaban las herramientas teóricas del marxismo para luchar contra el racismo y el colonialismo (Viveros Vigoya, 2014; Migliaro et al, 2018).
Además de las feministas negras y las feministas socialistas, también desde Abya Yala, la interseccionalidad ha sido críticamente retomada para pensar las complejidades desde perspectivas feministas autónomas descoloniales. Fundamentalmente hacia la década de 1980 en América Latina comienza a propiciarse el debate del llamado feminismo disidente (mujeres negras, de pueblos originarios, lesbianas, trans) quienes critican al feminismo su desconsideración hacia feminidades no hegemónicas (Viveros Vigoya, 2014; González et al, 2019). Aún con críticas al concepto, la mirada del cruce, imbricación; o con matices, la idea de urdimbre o entre trama (Lugones, 2008) como enfoque político, apunta a señalar que el sistema de dominación es múltiple, capitalista, patriarcal y racista, donde las opresiones de clase, género y raza son difíciles de separar, y se refuerzan mutuamente en la vida de las personas.
Entrenar la mirada en clave interseccional nos permite pensar los feminismos situados en territorios y sujetos colectivos, así como la posibilidad de construir articulaciones para transformar al mismo tiempo las relaciones de dominación de clase, género, raza y sexualidad. Las figuras de Marielle Franco, Berta Cáceres, Leyla Guven, Lohana Berkins, entre tantas otras, pero también las experiencias colectivas de las mujeres kurdas10, las zapatistas, las feministas chilenas, las indígenas bolivianas, etc., de dan cuenta con sus cuerpos y sus luchas de esta inseparabilidad de las opresiones y de cómo, igualmente, las luchas contra el racismo, el machismo, el extractivismo, el lesbo y trans odio se sintetizan en cuerpos concretos y pueden ser enriquecidas por una mirada en esta clave compleja.
Si bien la mirada interseccional no es excluyente de los feminismos populares autónomos, la particularidad es que las iniciativas y consignas de estos feminismos están impulsadas por colectivos que son parte o articulan con organizaciones populares anticapitalistas, antirracistas, antirrepresivas, es decir, piensan las luchas feministas en relación inseparable con cambios estructurales sin los cuales no pueden desmontarse las desigualdades genéricas. Por otra parte, la incorporación del clivaje descolonial y antirracista como constitutivo de las relaciones patriarcales y capitalistas está en la base de acción de estos feminismos y en sus reflexiones. A mismo tiempo, sin dudas, continúa siendo un desafío la articulación entre personas, colectivas, organizaciones y referentes que se han formado con una identidad o demanda vinculada inicialmente al género, la clase, la raza, la sexualidad, etc., como se ha manifestado, como dijimos, en los debates de los últimos años en torno al nombre de los Encuentros.
Los feminismos populares autónomos extienden su espacio de denuncia y resistencia desde los problemas macro hasta los terrenos íntimos y político de los propios cuerpos, buscando desandar dicotomías modernas y patriarcales. No existe una problemática exclusiva pero tampoco ningún aspecto de lo social vedado para la crítica y acción feminista popular, porque no está centrada únicamente en los derechos sexuales y reproductivos, o en el combate de la violencia y los femicidios, travesticidios, la trata de personas o el derecho a la identidad. También se señalan la reestructuración patriarcal de los territorios de la mano del extractivismo, las propuestas del Grupo de los 20 (G20) y el Women 20 (W20) para precarizar aún más las vidas de las mujeres y las disidencias, las violencias machistas que arrastran los golpes de estado, el avance imperialista sobre medio oriente con sus fundamentalismos recalcitrantes, los mecanismos de sumisión femenina detrás del endeudamiento, la destrucción de modos de vida comunitarios protagonizados por mujeres a partir del avance del saqueo y el crimen organizado, la estructura patriarcal de las instituciones, los partidos y los sindicatos, el sexismo en el lenguaje y los medios de comunicación… entre miles de problemáticas que son materia de los feminismos populares. Justamente, Virginia Vargas (2007) plantea que los feminismos, cuando son parte de los movimientos populares, van ampliado sus dinámicas, estrategias y espacios de intervención, complejizando y diversificando la orientación de sus luchas en lo global y en lo local. Y recupera a las feministas autónomas descoloniales como Alexander y Talpade Mohanty, cuando afirman que la praxis feministas en contextos globales supondría asentar el análisis en praxis feministas locales, particulares en relación con los procesos trasnacionales más amplios.
El combate también se da en cada cuerpo, en la intimidad, en las camas, en las familias, en los trabajos, en los lugares de estudio, en las redes sociales, en las organizaciones populares, en y contra el Estado, en ámbitos internacionales. Múltiples escalas que desafían las dicotomías modernas de personal y político, de privado y público. El contenido antisistema de los feminismos populares autónomos tiene que ver con esta disrupción permanente que no deja rincón a salvo de cuestionamientos, porque todo debe ser cambiado. Según Verónica Gago (2020), estas múltiples escalas, desde lo doméstico a lo transnacional se conjugan, uniendo aspectos “reivindicativos” y revolucionarios, es decir, lo global cualifica, cada situación y lucha concreta, dotándola de un sentido más general sin desterritorializarla.
En este sentido, conceptos como el de cuerpo-territorio plantean la fusión de las múltiples escalas de la acción feminista. El cuerpo- territorio como idea conceptualizada por las tradiciones feministas descoloniales y comunitarias y las geografías feministas señala la inseparabilidad entre el avance capitalista heteropatriarcal sobre los territorios y los cuerpos, a partir de una violencia colonial que está vigente. Según los feminismos descoloniales –una de las vertientes que alimenta a las feminismos populares-, el sometimiento del cuerpo de las mujeres también está atravesado por el hecho colonial. Consideran que la opresión de los cuerpos de las mujeres de AbyaYala en el momento presente está profundamente impregnada de la invasión europea de América Latina (CMTF, 2017). Entonces, entendido de esta forma, el cuerpo es también un lugar de resistencia porque permiten establecer estrategias de toma de conciencia que llevan a acciones de liberación colectiva.
Desde los feminismos populares se incorporan los saberes provenientes de las perspectivas feministas de la economía y los feminismos materialistas para pensar en enraizamiento de las opresiones en las condiciones concretas de existencia de las personas.
La perspectiva de la sostenibilidad de la vida no sólo invita a visibilizar trabajos y actividades otrora invisibilizados por la economía neoclásica, sino que también explica cómo el patriarcado capitalista se reproduce a partir de la apropiación histórica y global de este trabajo fundamentalmente feminizado (Pérez Orozco, 2014; Carrasco, 2017; Federici, 2013 y 2013b; Dallacosta, 1971; entre otras). Los tiempos de trabajo, las relaciones sociales, el control y disciplinamiento del cuerpo como máquina de trabajo adquieren centralidad en esa reflexión y de a poco comienzan a ser pensados y traducidos en consignas para la lucha. Lo mismo ocurre con la crítica a la división sexual del trabajo (Carrasco, 2017; Anzorena, 2013; Pérez Orozco, 2014; Rodríguez Enríquez, 2015; Kergoat, 2000), condicionada a su vez por las desigualdades raciales y de clase imbricadas a las de género, que lleva cada vez más a que se puedan cuestionar las cargas desiguales y las jerarquías incluso dentro de los colectivos y organizaciones populares o lo que algunas autoras han denominado división sexual del trabajo militante o “trabajo revolucionario” en palabras de Jules Falquet (2007).
Pero además, el diálogo entre un sector de los feminismos organizados con las mujeres al frente de los procesos comunitarios de lucha está integrando a las luchas feministas las ideas de la interdependencia entre las personas y la ecodependencia en la relación con la naturaleza (Vega et al, 2018). El trabajo, en su concepción ampliada, empieza a nombrar al sostén de la vida de las personas, de las relaciones comunitarias y de la naturaleza. Y en relación con esto, desde los feminismos se señala la crisis de cuidados y crisis de reproducción social (Pérez Orozco, 2014) para referirse a la tensión constante entre capital y reproducción humana. Desde los feminismos populares autónomos, se ha incluido en esta idea de crisis de cuidados la centralidad del trabajo comunitario, recuperando la importancia del rol de las mujeres y disidencias sexuales en el sostén de espacios de colectivizacion del sostén de la vida, sobre todo en sectores populares.
Justamente, desde hace varios años, los Paros Internacionales de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans y no Binaries de los 8 de marzo están convirtiéndose en episodios cada vez más masivos e incisivos de cuestionamiento global a la noción neoclásica de “Trabajo”, centrada solamente en la producción mercantil y visibilizando jerarquizadamente los trabajos de sostén en los hogares, barrios y comunidades realizados por mujeres y disidencias. Los Paros, con sus consignas “si nuestro trabajo no vale, produzcan sin nosotres”, o “nosotras movemos el mundo, ahora lo paramos” (Alfonso et al, 2018), enraízan las demandas feministas a la necesidad de un cambio económico, político y social profundo, que conmueva la base material de explotación patriarcal, capitalista y racista, poniendo la reproducción social y los cuidados en el centro de los proyectos alternativos a construir. Al mismo tiempo, genera nuevos dilemas en relación a cómo se presenta el Paro en situaciones de trabajo invisible, no reconocido, no registrado o en los marcos de las necesidades comunitarias.
“Ni golpe de Estado, ni golpe a las mujeres” fue la frase acuñada por las feministas del Abya Yala como respuesta al golpe de estado en Honduras en el año 2009 que destituyó a Manuel Zelaya, comenzando una ola de asesinatos, femicidios y persecuciones al pueblo, tomando como blanco privilegiado las mujeres defensoras de la naturaleza y las comunidades como Berta Cáceres (OEA, 2009). Lógicamente, este avance de las derechas constituye un desafío para la totalidad de los sectores populares y los sectores en lucha. Sin embargo, desde aquellos hechos en Honduras, la conciencia de que las dictaduras, la militarización y el avance represivo en general suponen en su misma dinámica de desarrollo violencias patriarcales más virulentas y específicas fue creciendo entre las feministas populares autónomas. Esto se debe, como plantea Verónica Gago a la alianza que en la últimas décadas el neoliberalismo para sostenerse en el marco de su crisis, ha establecido “con el fascismo y formas varias de fundamentalismo religioso, en particular para reordenar la re-producción social en términos capitalistas, recolocar un mandato de género en crisis y retrazar las líneas entre lo humano y lo categorizado como menosque-humano (femenizado, racializado, naturalizado)” (2020:21).
El poder concentrado, conservador y fundamentalista funciona dominando cuerpos desobedientes, disciplinando por la violencia a las mujeres para que vuelvan a la privatización doméstica, avanzan sobre bienes comunes luego de arrasar los cuerpos que los defienden, violan, matan, prostituyen y rapiñan (Segato, 2013 y 2014). Las violencias héteropatriarcales son inherentes a las derechas, son parte de la lógica de poder estatal y empresarial, y se fortalecen como hermanos siameses. Las iglesias y los fundamentalismos religiosos acumulan poder simbólico y económico a partir de alianzas con las multinacionales y terratenientes del agronegocio como es el caso de las bancadas Evangélicas en Brasil, o las alianzas políticas golpistas en Bolivia y años antes en Paraguay, donde también las iglesias cristianas aliadas a la oligarquía con el auspicio de Estados Unidos avanzan reprimiendo con predilección a indígenas, mujeres y sectores populares organizados (Jaime, 2016: 128 y 129).
En Argentina, a partir del debate durante 2018 en relación con la legalización del aborto, las iglesias católicas y evangélicas iniciaron una cruzada conservadora y antiderechos en todos los territorios para evitar que se aprobara la ley, con una ofensiva evangelizadora con epicentro en los barrios populares, donde se predicó sin descanso contra el derecho a decidir de las personas gestantes (Díaz Lozano, 2018). Desde la jerarquía de la Iglesia Católica - con el papa argentino Francisco I- se ejerció presión de diversas formas para estigmatizar y detener a la llamada Marea Feminista o Marea Verde que inundó con millones de personas las calles reclamando este derecho. A pesar de los diferentes rasgos locales, la constante que aparece es la asociación entre las derechas, las fuerzas militares, los poderes económicos concentrados y las iglesias en el continente, en una avanzada recolonizadora y repatriarcalizadora (MCTyF, 2017) que configura un desafío cada vez mayor para los sectores organizados y para los feminismos.
En los últimos años, los feminismos populares autónomos vienen siendo sujetxs protagónicos en la resistencia en contra de este avance conservador (Gago, 2020:21). Las mujeres de pollera en Bolivia, blanco por excelencia de la represión misógina y racista, continúan al frente de las movilizaciones y las asambleas. Les activistxs chilenxs, en toda su diversidad, se encuentran señalando las violencias desatadas sobre sus cuerpos por la policía, que cuando reprime al pueblo, viola, acosa, abusa de las mujeres, lesbianas, travestis, trans, maricas. A pesar de ello las feministas chilenas escrachan, cantan, bailan, pintan, marchan, dan discursos, hacen huelga, saltan molinetes, para señalar también que la crisis y el ajuste configuran violencias más fuertes sobre elles. En Ecuador son las mujeres indígenas las que encabezan las luchas contra el extractivismo y el paquetazo, defendiendo a las comunidades del saqueo nacional y transnacional. Más allá del continente, los fundamentalismos también establecen una guerra abierta al mismo tiempo contra las comunidades y las mujeres, como ocurre en el Kurdistán Sirio, donde las guerrilleras kurdas denuncian el papel de Turquía y el fundamentalismo islámico en el intento de destruir la organización comunitaria y feminista que vienen construyendo (Isik, 2019). Y la lista sigue.
A fuerza de articulaciones entre las feministas y las organizaciones populares en el continente y más allá, sumado a interesantes producciones teóricas (Federici, 2013 y 2013b, Segato, 2014; Cielo, Cristina y Vega, Cristina (2015), entre muchas otras) se ha logrado la visibilización y el análisis de la imbricación entre los fascismos, los fundamentalismos religiosos y el avance de la lógica capitalista sobre los cuerpos-territorios. Como contrapartida, desde los feminismos populares se viene advirtiendo la articulación entre construcción de espacios comunes y comunitarios, el protagonismo femenino y las disputas contra el capitalismo patriarcal (Gutiérrez, 2015; Cafenzis y Federici, 2016).
Los feminismos populares autónomos al basarse en un cuestionamiento profundo de todo lo que existe, en clave interseccional y en múltiples escalas, dirigen su acción mucho más allá de las demandas hacia el Estado y sus instituciones, por más que las consideren necesarias. Si bien, por ejemplo, la demanda por la aprobación de leyes (legalización del aborto, identidad de género, de abordaje de violencias, cupos laborales, políticas contra la trata, entre tantas otras) constituye una práctica que forja articulaciones dentro de los feminismos, el peso de este tipo de reivindicaciones es desigual dentro de la diversidad del movimiento.
Para los feminismos populares autónomos, el Estado es un terreno más de disputa, pero ninguna lucha se completa con el logro de una ley, una política pública, o un derecho reconocido. Ningún estado agota las luchas feministas. Por caso, en relación con la lucha por el derecho al aborto, la configuración de la Campaña Nacional en Argentina, y la presentación sucesiva de proyectos de Ley al Congreso, estuvo precedida y acompañada por la creación de Consejerías autogestionadas para garantizar los abortos de forma segura a pesar de su ilegalidad, los procesos de denuncia a jueces y políticos “antiderechos”, la creación de redes de profesionales de la salud “amigables” con el cumplimiento de los abortos no punibles. Pero, además, esta experiencia autónoma en relación con el “aborto libre” comenzó a permear las consignas de los feminismos populares, que comienzan a hablar de “aborto legal en cualquier lugar”, aludiendo a que el Estado no debe capturar en su lógica un derecho y un saber sobre el cuerpo y la salud de los cuerpos gestantes que se vienen recuperando para la práctica de la interrupción del embarazo de manera libre (Socorristas en Red, 2018). En relación con otros ejes ocurre lo mismo, por ejemplo, la demanda de políticas públicas para atacar la violencia de género convive con la generación de estrategias y recurseros colectivos, los espacios de formación y fortalecimiento de las víctimas, las denuncias y escraches públicos de los victimarios, las estrategias de autodefensa feministas, entre otras.
Esta mirada más allá del Estado está alimentada por una parte por la desconfianza de que un Estado capitalista, patriarcal y colonial realmente pueda generar cambios en su estructura y funcionamiento con tal profundidad como para cuestionar su propio carácter machista. Pero además esta perspectiva feminista popular denuncia el peligro de pérdida de autonomía de las organizaciones y de condicionamiento de las dinámicas de construcción de demandas. Los discursos sobre equidad de género, el pinkwashing11o purplewashing, las campañas públicas en torno al respeto a una diversidad atomizada y descontextualizada muchas veces buscan apropiarse de consignas construidas al calor de los feminismos para desactivar su poder disruptivo. Un efecto que señala Silvia Federici (2018: 1) al afirmar la necesidad de construir la autonomía para “recuperar el espíritu rebelde que una vez animó al movimiento feminista y, sobre todo, liberar al feminismo de la jaula a la que ha sido confinado por la demanda de “equidad” e “inclusión”.
En la práctica este “lavado de cara” estatal no transforma radicalmente la vida de las personas, pero genera desembolsos cuantiosos para publicidad y hasta produce nuevas institucionalidades y cargos. Incluso, muchas veces desde los organismos internacionales se declaman propuestas con perspectiva de género al tiempo que se proponen políticas de ajuste, endeudamiento y precarización laboral que afectan diferencialmente a mujeres y disidencias (Zimmerman, 2019).
Por ello desde los feminismos populares autónomos se persiguen cambios profundos económicos, sociales y culturales que no se agotan en el vínculo con el Estado. Y se realiza un señalamiento a los límites del estado capitalista patriarcal para pensar una transformación sistémica sin desmontarse a sí mismo como estructura de opresión. Sin embargo, como veremos más adelante, los modos de relación con las instituciones, la construcción de las demandas y el peso de la lucha por el reconocimiento de derechos es un debate en el presente de los feminismos, y también en el sector popular autónomo.
Más allá de la importancia innegable de las producciones académicas, los foros, los encuentros y la masificación de un ciberactivismo feminista (Laudano, 2018), el territorio privilegiado de los feminismos populares autónomos continúa siendo la calle. La ocupación del espacio público es una marca distintiva e histórica de un movimiento que inscribe en sus cuerpos colectivos e individuales las demandas y las lleva a espacios físicos de confrontación con el capitalismo patriarcal y con el Estado (Gutiérrez, 2018). Miles salen a las calles como a un combate o como a una fiesta. Manifestando con los cuerpos pintados, desnudos, draggeados, “montados”, cubiertos de brillantina, de cuero, haciendo un “tetazo”, exponiendo las diversidades de formas, de capacidades, de colores, de elecciones, cantando, bailando, performateando, “escrachando”12, actuando, gritando. Justamente, la feminista comunitaria guatemalteca Lorena Cabnal utiliza el término “acuerpar o acuerparse” para referirse a una “acción personal y colectiva de nuestros cuerpos indignados ante las injusticias que viven otros cuerpos” (2015:1).
Miles salen a la calle para confrontar, pero también para divertirse, para mostrarse, para ser. Por eso ningún manifiesto online, ninguna batalla en las redes, o tendencia de twitter reemplaza ni debilita numéricamente a las Marchas del Orgullo o de Stonewall a lo largo y a lo ancho del mundo, las manifestaciones contra los crímenes de odio, las marchas de “Ni una Menos” en diversas latitudes. Los escraches públicos a violadores, violentos y a sectores de las iglesias son permanentes en Argentina y se han vuelto materia de debate mediático y teórico, aunque eso no los ha debilitado. Las alertas callejeras ante cada femicidio en Uruguay continúan desde 2014 (Furtado y Grabino, 2018). Cada 8 de marzo y cada 25 de noviembre en todo el continente se realizan acciones públicas que aglomeran diversas generaciones. En el marco de las protestas populares contra las derechas, la militarización, la represión las feministas nunca abandonan la calle denunciando las violencias específicas como vemos en Chile, en Colombia, en Ecuador.
Los cuerpos en la calle son un escándalo. Se ofrecen como evidencia territorial de la rapiña y la violencia, se manifiestan como acosados por la violencia patriarcal, el control heterosexual, la maternidad forzada, la miseria. Pero los feminismos en las calles también escandalizan porque amplifican el abanico de posibilidades de ser y habitar el mundo. Como una forma de venganza contra el patriarcado que constriñe, indica, premia y castiga manifestar, poner los cuerpos en las calles sigue siendo la herramienta disruptiva y mística para subvertir – al menos por un momento- un orden constituido sobre las desigualdades sociales, económicas culturales, pero además y un orden que quiere reservar la política para ciertos sujetos y dentro de determinadas instituciones. Estar en la calle es la marca distintiva de los feminismos populares autónomos, allí se construye y renueva su mística, y funciona como garantía de una rebeldía difícil de morigerar.
Para abordar este aspecto utilizamos nuevamente como disparador el caso de los Encuentros en Argentina. Desde 1986 cada año se realizan los Encuentros Nacionales de Mujeres que reúnen a decenas y hasta cientos de miles de mujeres, lesbianas, travestis, trans, bisexuales, intersex y no binaries en tres días de debates, movilizaciones y festejos. En numerosos estudios fue rescatada la importancia de los Encuentros como espacios de fortalecimiento y creación de los feminismos en el país, pero también como fuente de inspiración para feministas de otros países que asisten crecientemente cada año (Carabajal, 2019: Alma y Lorenzo, 2009). En los Encuentros se reúnen activistas feministas, de organizaciones sociales, sindicales, de DDHH, partidos políticos, campesinas, indígenas, afrodescendientes, migrantes, estudiantes, artistas, constituyendo una instancia multisectorial, federal, e intergeneracional única. En los últimos años, un sector mayoritario dentro de los encuentros, encabezado por las mujeres de pueblos indígenas y afrodescendientes, comenzó a plantear la necesidad de cambio en la identidad del Encuentro, mudando la denominación de “Nacional” a “Plurinacional”13. Si bien varios años después aún existe una discusión irresuelta sobre el tema en el movimiento de mujeres y feminista argentino es interesante reconstruir los argumentos a favor de pensar feminismos plurinacionales. El argumento principal esgrimido desde los feminismos populares es la crítica a la idea de “estado nación” como construcción occidental y moderna, pero también como realidad material y simbólica opresiva, genocida, negadora de diversidades étnicas, regionales y raciales. Desde los feminismos populares se plantea que al nombrarse como “nacional” el Encuentro está invisibilizando, marginalizando a las personas migrantes, afrodescendientes, indígenas, mestizas, que integran en los hechos los Encuentros y la Marea feminista en general (CSP, 2019).
Pero además, la apuesta por la plurinacionalidad no implica sólo una mirada de “inclusión” de “diversidades”, sino poder restituir en los feminismos una mirada descolonizadora, que se piense más allá de las falsas fronteras nacionales, que comience a deconstruir su hegemonía blanca, que retome cosmogonías originarias, que se revolucione a partir de los diálogos lo más horizontales posibles con una pluralidad de existencias y cuerpos que hasta ahora permanecieron por fuera o periféricas en las articulaciones feministas.
Al mismo tiempo que los feminismos populares levantan la bandera de la plurinacionalidad, postulan la existencia de un internacionalismo feminista. Como plantea Partenio (2018) se pueden rastrear en la genealogía feminista algunos hitos en las últimas décadas que dan cuenta de articulaciones internacionales crecientes. De esta forma menciona en 1995 la Cuarta conferencia mundial de Beijing con la participación de 45.000 mujeres, en el año 2000 la Marcha Mundial de Mujeres realizada en más de 150 países contra el hambre, la pobreza y la violencia, los 36 años de realización del los Encuentros Feministas de América Latina y el Caribe (EFLAC), como los más importantes. Desde 2017, los Paros Internacionales de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans comenzaron a convertirse en un llamado mundial, como afirma la activista feminista Silvia Federici “Por un movimiento internacional feminista que revolucione nuestro lugar en el mundo”. De esta forma, en ese año, feministas de 57 países convocaron al paro internacional del 8 de marzo, que se replicaron con creciente adhesión en los años siguientes. Estos Paros Internacionales tuvieron valiosos antecedentes en Islandia en 1975, en Polonia y Argentina en 2015 y 2016 contra las violencias y la ilegalidad del aborto entre otras reivindicaciones.
Los Paros Internacionales se han vuelto una forma de denuncia de un sistema capitalista heteropatriarcal global, y también una acción de unidad de feministas a lo largo del globo. Pero además han constituido una articulación por fuera de los gobiernos nacionales, a contramano de los estados, es decir, autoorganizados y gestionados. De igual manera ha ocurrido con las manifestaciones globales contra los organismos internacionales como FMI, G20, OMC, denunciando desde una mirada feminista popular los planes capitalistas para el control del territorio y los cuerpos a escala planetaria (Paterlini, 2018: SOS Corpo, 2018). Todas estas articulaciones –y muchas más no mencionadas- dan cuenta de que el movimiento feminista viene siendo el sujeto más dinámico e internacionalista en la actualidad.
La potencia de los feminismos es tal que está permeando en nuestra manera de hablar, de leer y de escribir, y por ende, de ver y construir el mundo. La imposición de la lengua española fue punta de lanza en el proceso colonizador y evangelizador en el continente vehiculizando la configuración del capitalismo y del patriarcado como los conocemos. Como afirma la activista intersex mapuche Valeria Silva “La imposición del idioma fue la imposición de una frontera. Con la lengua vino todo lo demás. El castellano viene con las otras fronteras, por ejemplo, las de género, las territoriales, las militares” (en Conversatorio Feminismos en la Frontera, La Plata, 20/11/2019). La militante disidente señala cómo el castellano se impone sobre otras lenguas como el mapudungun (idioma mapuche) que no estaban estructurados desde un binarismo de género, y expresaban otra cosmovisión, más amplia a la hora de nombrar los cuerpos y menos jerárquica entre las personas, y entre las personas y la naturaleza.
Por eso, la crítica a la misoginia presente en el lenguaje también es una práctica descolonizadora e integra la potencia transformadora de los feminismos en general. En un primer momento esta denuncia se tradujo en un esfuerzo por nombrar en femenino, señalando la invisibilización de las mujeres detrás del lenguaje “universal” o “neutro” masculino. De esta forma, el nombrar “todos y todas”, “nosotros y nosotras”, fue una forma de llamar la atención desde la militancia feminista sobre esta operación de obliteración lingüística. En los últimos años, sin embargo, al calor de los debates antibiologicistas, diversos y disidentes, las transformaciones en el lenguaje avanzaron más allá de binarismos incorporando el uso de la “@”, la “x” o la “e” en lo que se ha denominado lenguaje no binario o inclusivo (Fernández Casete, 2018).
Estos cambios en el lenguaje promovidos desde los feminismos se han encontrado con resistencias importantes entre los defensores de la Real Academia Española (RAE) y otras personas preocupadas por la conservación del idioma. En una publicación de la RAE del 2018 en redes sociales, el organismo expresa “el uso de la @ o de las letras «e» y «x» como supuestas marcas de género inclusivo es ajeno a la morfología del español, además de innecesario, pues el masculino gramatical ya cumple esa función como término no marcado de la oposición de género” (RAE en Demarco, 2019). Ante estas miradas conservadoras del lenguaje y por ende de la sociedad, el lenguaje inclusivo es una apuesta dinámica que incomoda, llama la atención, inventa espacios nuevos al nombrar sujetxs que venían quedando por fuera de la enunciación corriente. En el léxico militante de los feminismos populares va permeando la propuesta no binaria, modificando los escritos colectivos y el habla cotidiana en los espacios organizativos y más allá. Y el tránsito ha sido desde las calles, desde las prácticas militantes y activistas hacia la academia, y con más demora, hacia los medios de comunicación y el estado. Es decir, el lenguaje es performativo, como plantea Judith Butler, es un acto que produce efectos, tanto en la reproducción como en la subversión de las relaciones de poder (Saxe, 2016). Si bien esta búsqueda de otra forma de comunicarse no es privativa de los feminismos populares autónomos, la señalamos como un aspecto generalizado dentro de esta vertiente, a menudo diferenciándose de perspectivas feministas “mujeriles” que mantienen el uso del femenino/masculino.
Cuando Silvia Federici nos enseña en su libro “Calibán y la Bruja” (2011) que la quema de brujas en Europa y América fue un proceso sistemático para romper las comunidades y las resistencias populares al avance capitalista, cuando recuperamos el papel fundamental de las mujeres en las luchas anticoloniales, frecuentemente soslayado, cuando reaprendemos sobre el rol de las trabajadoras anarquistas y socialistas en las huelgas de principios de siglo XX pero también en los reclamos dentro de sus organizaciones machistas, cuando reivindicamos los hechos de Stonewall como una revuelta antirepresiva y disidente por el orgullo, cuando retomamos las violencias específicas hacia mujeres, lesbianas, travestis, homosexuales durante las dictaduras en nuestro continente, cuando sentimos propia las luchas de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, de las mujeres contra el extractivismo y la militarización, las piqueteras creando nuevos mundos en los barrios y en las rutas, entre cientos y cientos de situaciones, estamos hilando la trama de la historia de nuestros feminismos.
Los feminismos populares autónomos son memoriosos, y lo particular está dado por la selección de eventos, referencias y experiencias colectivas que realizan para construir las genealogías. Como dijo la feminista afroamericana Ángela Davis en “La Marcha de las Mujeres” en enero de 2017 ante la asunción del presidente Donald Trump en Estados Unidos: “La historia no puede ser borrada como las páginas Web”14. Por eso mirar la historia no es mirar para atrás, sino que implica ver las continuidades, los acervos, las herramientas y combates aún latentes. Como plantea Andrea Andújar, en la historia de las luchas podemos rastrear la genealogía de los derechos conquistados: las luchas “convirtieron las exigencias en derechos pues el derecho a la igualdad, a no ser objetxs de violencia, a no ser cosificadxs, a ser tratadxs como personas, es un derecho que se gestó en la acción colectiva, en las calles, en las plazas, en voz alta y a los gritos. No estaban allí, preexistiéndonos a nosotrxs y a quienes nos precedieron, nos enseñaron y delinearon el camino que nos ayudó a llegar hasta aquí” (2018: 45).
Es cierto que la recuperación histórica es un acto político y arbitrario, ya que la selección de personajes, hechos, lecturas que realizamos -aún colectivamente- es intencionada y conlleva también una voluntad política e ideológica. Por ejemplo, la intención de cierto feminismo de recuperar “la mitad invisible de la historia” (Vitale, 1987) fue una apuesta interesante que no sólo incorporaba a las mujeres a los relatos históricos, sino que forzaba a releer estos acontecimientos desde una nueva óptica, a reescribirlos en términos de género.
Quizá en la actualidad se esté avanzando en construir lecturas que además cuestionen la propia lógica binaria subyacente incluso a la historia desde un punto de vista femenino, permitiendo abordar las tramas de invisibilización de otrxs sujetxs ausentes de toda enunciación histórica, o corridos a los márgenes de los relatos, para también cuestionar las propias lógicas hétero y cis de construcción del conocimiento. Entre estas lecturas novedosas pueden mencionarse las epistemologías trans y los estudios queer que denuncian la “violencia epistémica” (Blas Radi, 2019; Cabral, 2006; Platero Méndez, 2014, entre otrxs) en la construcción de saberes y proponen herramientas para construir enfoques que hagan presentes las experiencias desperdiciadas -en términos de Boaventura de Souza Santos (2005)- de sujetxs fuera de la lógica androcéntrica y binaria.
Lo característico de esta vertiente es que las fuentes desde las que se realiza la selección histórica privilegia referencias colectivas, movimientos revolucionarios independentistas, comunidades en lucha descolonizadora, organizaciones e hitos con protagonismo de mujeres y disidencias sexuales. Desde los feminismos populares autónomos entonces se tienden lazos hacia la historia, hacia lo ancestral, pero con la idea de que hacer memoria no es mirar para atrás, sino considerar los aprendizajes para caminar con pie más firme a los desafíos venideros.
Este último punto de caracterización de los feminismos populares autónomos se conecta con fuerza con las tensiones que actualmente están vigentes y van dinamizando los debates colectivos. Pareciera ser un consenso dentro de estos feminismos en relación con que la lucha feminista no es una lucha sólo de mujeres en el sentido biológico, pero tampoco identitario, sino que representa una alianza política de diversos sujetxs oprimidos por el sistema patriarcal. Dice Claudia Korol, referenta de Feministas del Abya Yala, en su caracterización sobre este espacio político,
“Los cuerpos disidentes han cambiado nuestros modos de estar en el mundo. Las feministas lesbianas han problematizado a los feminismos, proponiendo debates sobre temas tan centrales para la vida cotidiana como son el amor, la libertad, el deseo, la maternidad. Algunas colectivas lesbianas se des-identifican de la identidad de mujeres, por caracterizarlas como parte del binomio heteronormativo hegemónico. También forman parte de estos procesos de crítica, que enriquecen las perspectivas del feminismo popular, activistas travestis, bisexuales, trans, intersex, que nos ayudan a repensar las conceptualizaciones de los feminismos que reproducen las lógicas binarias de la héteronormatividad” (2018: 6).
Cada vez más los enunciados puramente “mujeriles” van perdiendo terreno dentro de los feminismos. Los Paros Internacionales del 8 de marzo se denominan de “mujeres, lesbianas, travestis y trans”, se demanda el derecho al aborto legal para “cuerpos gestantes”, se denuncian los femicidios y también los travesticidios y transfeminicidios. Se amplían los encuentros otrora de “mujeres” a “mujeres, lesbianas, travestis, trans, no binaries e intersex”. Desde una mirada descolonizadora, incluso, se ha señalado al orden binario como producido por la imposición de occidente sobre nuestras realidades, y se han recuperado otras pluralidades de sujetos y otros ordenamientos de género en pueblos de origen nuestroamericano, no regidos por distinciones binarias y desiguales15. Sin embargo, como desarrollaremos a continuación esta apertura se produce no sin tensiones y entredichos dentro de los feminismos populares autónomos, fundamentalmente en relación con lxs sujetxs protagonistas del movimiento.
La intención de reconstruir en diez puntos algunos consensos políticos de los feminismos populares autónomos, no constituye una apuesta por mostrar un retrato acabado y cerrado de un movimiento que es diverso y cambiante. Por el contrario, al señalar prácticas comunes y ciertos acuerdos elaborados en los análisis colectivos de estas prácticas se espera captar el dinamismo de este espacio político abierto y prometedor. Ahora bien, este dinamismo se explica no tanto por los consensos como por las tensiones internas que son transformadas según las coyunturas nacionales y globales, las alianzas políticas, los procesos electorales, las modas mediáticas, las estrategias de mercado, entre muchos etc. Se mencionan a continuación de manera sintética algunas de estas tensiones que atraviesan las prácticas contemporáneas dentro de los feminismos populares en Argentina, fundamentalmente, y que en algunos casos también están presentes al interior de cada activista en forma de preguntas o encrucijadas generan nueva teoría, alianzas, enfrentamientos que revolucionan dentro de la revolución16.
En el punto diez hablamos del antibiologicismo como un consenso dentro de los feminismos populares. Sin embargo, al menos desde la experiencia argentina de los últimos años puede afirmarse que está presente una tensión sobre quién o quiénes son sujetas/es protagónicos del feminismo popular autónomo. La crítica a la heteronorma y a los esencialismos biológicos es un consenso dentro de los enunciados de estos feminismos, sin embargo, en la práctica aún falta mucho que recorrer en términos de construcción de alianzas entre las mujeres y las disidencias sexuales. Cierta mirada biologicista que asocia, por ejemplo, la identidad mujer-madre a la pachamama y por ende a la defensa del territorio como continuidad esencial todavía no fue del todo superada (Puleo, 2011). Tampoco se superaron las resistencias políticas a ampliar y/o estallar el sujeto del feminismo incorporando a las disidencias sexuales, en algunos casos, argumentando la posible pérdida de la historia de la lucha de las mujeres. En los espacios colectivos de debate y en las reuniones de articulación para convocar a actividades se advierte, por ejemplo, la preocupación de algunos sectores a que la visibilización de la diversidad de géneros desdibuje la denuncia del patriarcado como sistema de opresión. Además, existen tensiones vigentes en relación con la inclusión en actividades y colectivos de las masculinidades trans y de las “maricas” que constituyen debates abiertos dentro de los feminismos populares17.
Como parte del debate acerca de les sujetas/es, queda pendiente el análisis en este punto de las preguntas en torno a lo intergeneracional para pensar les sujetes feministas populares, en un momento de masificación encarnado en centenares de miles de jóvenes que actualizan debates intergeneracionales e irrumpen aparentes consensos dentro del movimiento18.
Con las rupturas que implica la irrupción masiva de las juventudes, las disidencias sexuales frente a lógicas y perspectivas binarias, biologicistas, mujeriles, adultocéntricas, los feminismos populares parecen estar enfrentando un dilema. Éste se manifestó con claridad en los últimos Encuentros Plurinacionales de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales y No binaries en Argentina donde se extremaron y enfrentaron las posturas. El dilema puede derivar en un enriquecimiento de los feminismos a partir de la incorporación de las miradas y cuerpos disidentes o pueden profundizarse las diferencias, fragmentando el movimiento entre las miradas más cuidadosas del protagonismo exclusivo de las mujeres y aquellas que no le temen a revolucionarlo todo.
Otra tensión está relacionada con el punto CINCO que afirma que los feminismos populares intervienen políticamente más allá de la lógica institucional estatal. A pesar de este acuerdo, la pregunta ¿qué hacemos con el Estado? sigue marcando un dilema estratégico de los feminismos. En un momento de masificación de las demandas feministas, de incorporación de las reivindicaciones y “temas de género” dentro de la agenda mediática y de las conversaciones cotidianas; ante esto, las instituciones, los organismos internacionales, los sectores de poder comienzan a considerar también la necesidad de posicionarse, acusar recibo de la “perspectiva de género”. Esto ocurre en el caso de los gobiernos progresistas, pero también, incluso, en otros casos donde las demandas feministas son refuncionalizadas como maquillaje de administraciones abiertamente neoliberales. Señalando este proceso en el caso brasilero, la organización feminista SOF explica “Vemos así una incorporación inusitada de discursos feministas por sectores de la élite que, en ningún momento, entran en contradicción con el proceso de acumulación” (SOF, 2019:4). Es decir, se produce una apropiación de ciertos enunciados feministas, ciertos colores, frases, pero a partir de políticas que “refuerzan el individualismo y la meritocracia, que niegan y ocultan las interdependencias que garantizan la sostenibilidad de la vida, despolitizan y reducen el sentido de autonomía e igualdad, y mantienen sin tocar las bases materiales que sustentan las desigualdades de ese sistema” (Ídem).
Antes mencionamos el pinkwashing y el purplewashing como formas de utilización de ciertas demandas feministas desde el Estado para aparentar ciertas concesiones de género sin efectivamente transformar estructuras de desigualdad o a veces reforzándolas. Por ejemplo, esto ocurre con las políticas sociales con mujeres como destinatarias, que implican corresponsabilidades entre el Estado y las mujeres de sectores populares en relación con su situación de pobreza y las de sus familias, que, utilizando una ponderación de las cualidades femeninas y de ciertas desigualdades sociales de género refuerzan los roles tradicionales de cuidados y sobreexplotan su trabajo en el combate del hambre (Schild, 2015; Anzorena, 2013; Rodríguez Enríquez, 2015; Féliz y Díaz Lozano, 2018).
Si bien desde los feminismos populares autónomos se impulsan construcciones que no se agotan en las disputas de cara a las instituciones y al Estado, esta vinculación constituye una tensión permanente. Esto se profundiza sobre todo en los gobiernos más progresistas en términos de discursos de políticas de reconocimiento (Fraser, 1997), que interpelan a las activistas y organizaciones, utilizan su propio lenguaje, decidir hasta qué punto se responde a esa propuesta estatal, cuántos esfuerzos se le destinan, cómo se mantiene la autonomía, y cómo se evita la neutralización del poder disruptivo de los feminismos y sus cuestionamientos estructurales, que ningún estado en el marco del capitalismo puede cabalmente responder. En este marco, la institucionalización, la asimilación, la pérdida de las aristas filosas del movimiento feminista como plantean Fabiola Escárzaga y Raquel Gutiérrez (2015:34) son riesgos cercanos incluso para sectores dentro de los feminismos populares, cuando se pierde el horizonte de la lucha interseccional antipatriarcal, antirracista y anticapitalista en pos del logro de algunos derechos. En Argentina, sin dudas, la creación en 2019 del Ministerio de Mujeres, Género y Diversidad, al tiempo que supone el reconocimiento de la lucha masiva de los feminismos, encarna un dilema que llega a interpelar al sector del feminismo popular autónomo en relación, por ejemplo, a cómo dialogar con esta instancia.
Por último, se menciona una tensión de la práctica política de los feminismos populares autónomos que tiene que ver con la articulación con las luchas anticapitalistas. El grueso de las organizaciones políticas de izquierda, los movimientos sociales, las agrupaciones sindicales de izquierda, los colectivos de la izquierda no partidaria en la última década han incorporado las problemáticas de género y las demandas feministas en sus programas y enunciados. Incluso, en muchos casos, han sumado a su horizonte estratégico la construcción del feminismo en un mismo nivel que otras apuestas como el anticapitalismo o el antiimperialismo. Sin embargo, aún dentro de las izquierdas que se posicionan antipatriarcales, las reivindicaciones de género continúan en la práctica, estando subsumidas o subordinadas a otras luchas priorizadas o principales (Faría, 2019). En gran medida, la posibilidad de jerarquizar las demandas de género en relación con las clasistas depende de la configuración de espacios de cuestionamiento interno dentro de las organizaciones e instituciones mixtas impulsados por mujeres y disidencias.
Por citar un ejemplo, se transcribe un fragmento de un comunicado circulado por WhatsApp firmado por más de una veintena de trabajadoras de la educación afiliadas al SUTE (Sindicato Único de Trabajadoras/es de la Educación de Mendoza, Argentina) titulado “La marea inundó el sindicato”, impulsado ante la denuncia de situaciones de violencia machista en su interior,
queremos un sindicato antipatriarcal en el que la perspectiva de género atraviese nuestras políticas. La militancia en el feminismo, la ola y la marea puso en el tapete las contradicciones con respecto a esto. Durante algún tiempo la defensa de este punto no aparecía tan clara hacia el interior de los sindicatos o sólo estaba reservado para el afuera como una suerte de separación entre lo que se dice y lo que se hace, “lo público y lo privado.
En este documento, además, las trabajadoras realizan una crítica directa a un “marxismo mecanicista que cuestiona y pone por encima en el debate a ´la clase´, en detrimento del/los géneros”, y señalan la existencia de una doble opresión femenina.
Además de la preocupación de las mujeres y disidencias por la división sexual del trabajo militante (Falquet, 2007) al interior de las organizaciones, la construcción de las reivindicaciones y demandas de los colectivos también está atravesada por la tensión de articulación entre el anticapitalismo y el antipatriarcado. En un escrito colectivo realizado por la Cátedra Libre Virginia Bolten de Argentina, está presente el cuestionamiento a la construcción patriarcal en el sindicalismo:
“En ese camino cabe preguntarse: ¿cuándo los sindicatos, hasta los más democráticos, tomarán el trabajo precarizado y doméstico como eje del capitalismo patriarcal? (…) ¿tendremos que volver a las viejas antinomias de contradicciones principales y secundarias? ¿Tenemos que pensar que no es momento para que los sindicatos, las comisiones de bases, las juntas internas combativas sigan con viejas lógicas y no se integre el trabajo reproductivo, el trabajo invisible, como motor del mundo y del sistema capitalista patriarcal colonialista?” (Alfonso et al, 2018: 26).
Aquí está expuesta la dificultad de conmover las estructuras patriarcales de mando en las organizaciones de izquierda, de eliminar las direcciones machistas y modificar las lógicas de construcción y toma de decisiones. Cabe interrogarse también sobre quiénes toman a su cargo los trabajos de cuidados no reconocidos dentro de los movimientos. Igualmente dificultoso es el pasaje en los movimientos anticapitalistas entre incluir demandas de género y tener perspectiva antipatriarcal transversal a toda su política.
Este artículo fue pensado previamente a la instalación de la pandemia del COVID- 19, por lo que muchas de estas ideas sufrirán transformaciones, están siendo ahora mismo conmovidas por un proceso que puso más al desnudo desigualdades pero también interdependencias que sostienen la vida a pesar de todo (Faría, 2020; Gago: 2020, Federici, 2020). Está abierto el modo en que el movimiento feminista, y en este marco los feminismos populares autónomos procesemos, resistamos y construyamos de acá en adelante. Hecha esta aclaración, diremos que el objetivo del artículo fue traer discusiones con compañeras y reflexiones abiertas para poder pensar la potencialidad y las derivas de un feminismo autónomo popular en Argentina y en la región también. Lejos de proponerse brindar un panorama exhaustivo, sí se planteó sistematizar aprendizajes para abrir algunas discusiones en el marco de un proceso abierto y dinámico.
Habitan el espacio de los feminismos populares autónomos aquellas y aquellxs que están planteando desde sus prácticas la necesidad de cambios estructurales, de raíz, sin los cuales es imposible pensar en despatriarcalizar las sociedades. Enfrente hay un sistema de dominación múltiple en términos de Valdez Gutiérrez (2001) que es capitalista, patriarcal, racista, extractivista, colonial y que también se combate articulando diversas resistencias. Estos feminismos entienden que es necesario un cambio cultural, pero que éste es inseparable de un cambio económico, social y político que desmonte las estructuras de poder que están en la base. La apropiación de los cuerpos, los tiempos y los trabajos femeninos y feminizados son un requisito para la reproducción sistémica y sin cuestionar y conmover esta múltiple explotación sólo pueden hacerse cambios superfluos, estéticos, decorativos. Los cambios de políticas y de leyes son necesarios durante el camino, pero insuficientes si no cambia la distribución de la riqueza y del poder en la sociedad, sino se cuestiona la naturaleza misma del Estado capitalista. Los feminismos populares escudriñan en la historia ancestral, en la historia de todas las luchas, para fortalecerse, pero también para impulsarse hacia el futuro que está en disputa.
En medio de una marea feminista que parece inundarlo todo, este movimiento político interviene en una disputa sobre los sujetxs, los medios y los horizontes feministas. El dilema estriba en construir alianzas en clave interseccional que no sólo sean articulaciones en defensa contra las violencias, los fundamentalismos, los biologicismos, los racismos, sino espacios de creatividad de nuevos movimientos, institucionalidades y relaciones sociales que se animen a pensar más allá de lo que ya existe, mundos revolucionados, dignos de ser vividos.