Resumen: Este trabajo esboza un recuento en torno a la organización y las acciones que han sostenido a través de los años Las Patronas, un grupo de mujeres veracruzanas que desde 1995 brindan ayuda humanitaria, particularmente alimentación, a las y los migrantes provenientes en gran parte de Centroamérica, los cuales transitan por Amatlán de los Reyes, Veracruz, México buscando alcanzar la frontera norte del país. Desde una mirada feminista, con una aproximación etnográfica, la reflexión apunta a elucidar cómo a través de su acción en torno a la defensa de los derechos humanos de las y los migrantes, al interior del grupo ellas mismas han construido relaciones de convivencia y apoyo mutuo, fortaleciendo lazos de sororidad que impactan en el reconocimiento de su identidad y situación como mujeres en los espacios de su vida cotidiana.
Palabras clave:Las PatronasLas Patronas,migración en tránsitomigración en tránsito,ética solidariaética solidaria,mujeresmujeres,sororidadsororidad.
Abstract: This work aims to point out the organization and actions that have been sustained over the years by Las Patronas, a group of women from Veracruz that since 1995 have provided humanitarian aid, specifically food, to migrants mainly from Central America, who transit through Amatlán de los Reyes, Veracruz, Mexico, hoping to reach the northern border of the country. From a feminist perspective, based on an ethnographic approach, the reflection aims to elucidate how throug their action in defense of human rights of migrants, Las Patronas have built relationships of coexistence and mutual support themselves as well as strengthening sorority bonds within their group. These actions impact on the recognition of their identity and situation as women in the spaces through their daily lives.
Keywords: Las Patronas, transit migration, solidarity ethics, women, sorority.
Género y Derechos Humanos
Construyendo sororidad: Las Patronas, mujeres que alimentan la esperanza de una sociedad menos violenta
Building sorority: Las Patronas, women who feed up hope for a less violent society
Recepción: 26 Agosto 2020
Aprobación: 22 Diciembre 2020
Los rostros de las migraciones humanas en el mundo globalizado son diversos, como reflejo de la multiplicidad de factores y condiciones muchas veces entrecruzados que las inducen, desde las situaciones de desigualdad y precarización socioeconómica, cambio climático y desastres naturales, hasta los conflictos armados, así como contextos extendidos de violencia social y de género. Puntualmente los procesos migratorios que se generan de manera indocumentada –carácter en el que se desenvuelven una parte importante de estas movilidades de manera vinculada a la gestión migratoria global vigente– suelen conllevar experiencias difíciles y riesgosas tanto en los espacios de tránsito como en los destinos.
Para el caso de las y los migrantes que transitan por México con destino a la frontera norte con Estados Unidos existe una constante de riesgos, vinculados a la tendiente rigurosidad de las políticas migratorias, controles de movilidad, fronteras raciales, así como al latente peligro de caer en manos del crimen organizado o algún otro grupo delictivo, incluso ante actitudes y prácticas xenófobas de la población civil. La migración en tránsito se ha intensificado durante las dos últimas décadas como consecuencia de las crisis económicas, tensiones políticas y el aumento de la violencia social en los países de origen; intensificación que ha tenido como correlato el endurecimiento de las políticas migratorias de Estados Unidos y México. Con ello las y los migrantes que atraviesan el territorio de manera irregular se han visto inducidos a tomar rutas por lugares inhóspitos y solitarios con implicaciones de inseguridad y una sentida vulneración de sus condiciones de desplazamiento manifiesta en violaciones sobre sus derechos humanos.
La persistencia de problemáticas políticas, económicas y socioculturales ha conllevado a la fragmentación del tejido comunitario en distintas sociedades dentro del contexto latinoamericano. El avance y desinterés sobre las mismas ha cimentado contextos individualistas e indolentes sobre las sociedades que imaginamos y deseamos, sin embargo, en los márgenes también han surgido discursos e iniciativas encaminadas a reconstruir con la plena intención de resquebrajar lo que separa y enemista, retomando un conjunto axiológico que puede proporcionar las herramientas necesarias para abrir intersticios solidarios y menos violentos en el contexto actual. Es en este sentido que se retoma aquí el ejercicio particular de Las Patronas, un grupo de mujeres que mediante su trabajo voluntario local han fungido como agentes de cambio en el contexto humanitario nacional e internacional, proporcionando ayuda a la población que transita en condición no documentada por Amatlán de los Reyes, en el estado mexicano de Veracruz.
Este trabajo se enfoca en describir y proponer una discusión sobre la manera en que a través de su ejercicio solidario para con la población migrante, la vida de las mujeres que conforman el grupo de Las Patronas en mayor o menor medida se ha visto transformada, al construir lazos sororicos día con día y, por ende, la naturaleza del grupo mismo que a través de la ayuda humanitaria esperanza un camino hacia la construcción de una sociedad menos violenta y más consciente.
Dentro del sistema patriarcal que impera en nuestras sociedades, el caso de Las Patronas viene a fungir como un referente que se construye para reinventar tanto los roles de género tradicionalmente ejercidos en su comunidad como la incidencia de las mujeres en problemáticas sociales mayoritariamente gestionadas por instituciones de orden y lógica androcéntrica y machista.
El texto se compone de dos momentos. En un primer momento, se exponen los datos etnográficos que describen a la comunidad y sus condiciones; enseguida se traza un breve perfil del grupo de Las Patronas y su historia. A manera de contextualización, se presenta un esbozo de las circunstancias en que se desarrolla la migración no documentada de personas fundamentalmente provenientes de Centroamérica que atraviesan México. En un segundo momento se discuten, en los marcos del enfoque de género y la teoría feminista, los datos etnográficos relativos a la dinámica organizativa de la ayuda humanitaria que proporcionan Las Patronas, y su intersección con otros espacios de su vida cotidiana, desde la perspectiva de la noción de sororidad promovida por la antropóloga Marcela Lagarde1.
El presente artículo es resultado de una investigación antropológica que comprendió dos estancias de trabajo de campo en la comunidad de Guadalupe La Patrona, perteneciente al municipio de Amatlán de los Reyes, Veracruz2. La primera fue realizada a lo largo de julio de 2016 y la segunda durante julio de 2018. Esta permanencia permitió una proximidad al contexto que se expone, la interacción con el grupo de mujeres voluntarias y la labor que realizan, así como con la población de la localidad y la población en tránsito migratorio3.
El trabajo de campo, sustentado en una metodología etnográfica, pudo llevarse a cabo gracias a la colaboración de Las Patronas que permiten la participación de externos en actividades de voluntariado. En el marco de la investigación etnográfica se acudió a la observación directa y a la observación participante, a través del involucramiento en las actividades que realizan estas mujeres en el día a día.
Durante ambas estancias, asimismo, se desarrollaron historias de vida, entrevistas semi estructuradas e informales, con las integrantes del grupo y con personas migrantes en tránsito provenientes de América Central, quienes permanecían en el comedor “La esperanza del migrante” 4.
El trabajo de campo se desarrolló bajo un contexto que propició retribución e intercambio, entre las sujetas activas que brindaron información y la investigadora social que participó de la dinámica de su actividad solidaria. Los resultados de esta investigación se basan en datos de carácter cualitativo sobre la situación abordada, encaminada a vislumbrar el ejercicio solidario de Las Patronas que, desde el punto de vista que aquí se expone, ha cimentado cambios significativos en la vida de estas mujeres y a su vez ha generado un impacto en la práctica humanitaria nacional e internacional y en la sensibilización respecto a las condiciones de la migración no documentada.
Derivado del enfoque y el particular interés por dar a conocer las percepciones y constelaciones de sentido de las personas que participan en la investigación, a lo largo del escrito se plasman fragmentos textuales extraídos de las entrevistas realizadas, con el objetivo de ilustrar y enriquecer la exposición.
De clima tropical, situada en la región central montañosa de Veracruz, Guadalupe La Patrona es una comunidad rural con aproximadamente 3569 habitantes, su principal actividad económica es la agricultura a través del cultivo de caña de azúcar, maíz y café (INEGI, 2010). Dicha localidad es parte de la ruta que trazan las vías del tren por donde transita La Bestia, el tren de carga que en su interior transporta materias primas, piezas de autos y autos ya ensamblados, mientras que en el techo traslada migrantes no documentados, en su mayoría provenientes de Centroamérica, a los que Las Patronas proporcionan ayuda y atención en su comedor solidario “La esperanza del migrante”. La mayor parte de las personas migrantes que pasan por el comedor o que viajan sobre el tren son hombres jóvenes entre 15 y 40 años –solos o en grupo–. Es esporádica la presencia de mujeres o familias migrantes que pasan por la localidad, ya que el tren no hace parada en ella, no hay un movimiento de ascenso-descenso, solo es un punto de paso.
En la localidad la mayoría de las casas cuentan con servicios básicos como agua potable, electricidad y sistema de drenaje, son construidas de materiales como tabique y cemento, con techo y pisos firmes, aunque también hay de lámina y con piso de tierra. Cuenta con una escuela preescolar y una escuela primaria, un parque, una cancha de fútbol comunitaria y un salón de eventos, un cementerio y un templo católico dedicado a la virgen de Guadalupe, patrona de la comunidad. La ciudad más cercana es Córdoba, aproximadamente a 40 minutos en auto o taxi colectivo, comúnmente se acude a ella para ir a la escuela bachillerato y universidad, así como para laborar en trabajo doméstico, en fábricas o atendiendo comercios.
El estado de Veracruz ocupa el cuarto lugar en robo de hidrocarburos en México. Según el reporte de PEMEX durante 2018 se detectaron mil 338 tomas clandestinas en el estado (PEMEX, 2018). A consecuencia de los conflictos y disputas por el territorio, las y los habitantes de algunas comunidades han sido desplazados, otras comunidades se han visto afectadas con un ambiente de inseguridad pública, enfrentamientos armados y explosiones por gasoductos expuestos. Guadalupe la Patrona no ha sido la excepción, aunado a lo anterior, el robo y homicidio de personas recientemente ha llevado a la comunidad a desenvolverse en un ambiente hostil.
Leonila, Bernarda, Norma, Rosa, Julia, Tere, Félix, Lorena, Mariela, Toña, Karina, Karla, Lupe son las mujeres que día a día alimentan a la población migrante proveniente de Centroamérica que se traslada sobre “La Bestia”; denominadas “Las Patronas” en correspondencia a la localidad que habitan y en la que desarrollan su actividad solidaria.
Las integrantes son mujeres adultas que oscilan entre los 21 y 80 años, algunas de ellas son familiares, otras vecinas y amigas; madres, esposas, hijas; agricultoras, comerciantes y estudiantes, que con diversidad de edades, relaciones y ocupaciones han desarrollado interés por la ayuda humanitaria, por la solidaridad y justicia, recientemente por la defensa de los Derechos Humanos5.
Norma, Bernarda, Rosa, Toña y Clementina son las fundadoras del grupo, hijas de Leonila Vázquez y Crisóforo Romero quienes, de acuerdo con lo que sus hijas narran, les enseñaron valores y a ser las mujeres que hoy son; como Norma relata, “…fueron valores los que nos sembraron, sembraron cosas buenas, por ejemplo, valorar a las personas y sobre todo aprender a quererlas, que querer a la gente no cuesta” (Norma, trabajo de campo, 2016).
Estas mujeres crecieron con la filosofía de compartir y respetar a las demás personas, pero fue la mañana del 4 de febrero de 1995 que su vida tomó otro sentido, cuando la señora Leonila pidió a sus hijas Bernarda y Rosa ir a conseguir pan y leche. Las hijas asistieron a la petición de su madre, al regresar a casa debían atravesar las vías pero el tren pasaba y obstruía el camino de vuelta, mientras Bernarda y Rosa esperaban pacientes que de nuevo quedará libre el camino, escucharon una voz que se emitía desde el tren, se trataba de un hombre que viajaba fuera de los vagones y que pedía le ayudaran con alimento, mientras la petición se hacía con mayor insistencia Rosa y Bernarda se miraron entre sí y sin impedimento lanzaron la bolsa que tenían en sus manos, aunque esta constaba del desayuno familiar. Bernarda relata que al arrojar la bolsa a aquel hombre ella rompió en llanto, no obstante, ni Bernarda ni Rosa entendían porque las personas viajaban fuera de los vagones del tren, quiénes eran, de dónde provenían y por qué estaban tan hambrientos. “…yo sólo pensé en ayudar, no imaginé todo lo que iba a pasar” (Bernarda Romero, trabajo de campo 2016).
Al regresar a casa, Leonila preguntó por la leche y el pan, ellas explicaron lo sucedido por lo cual apreció los sentimientos de sus hijas ante la situación, aunque ciertamente aún no dimensionaban el fenómeno migratorio que se presentaba en el paso por su localidad. Reflexionaron sobre lo sucedido y, en los días que sucedieron, aún con escaso conocimiento acerca de quiénes viajaban fuera de los vagones y los motivos por los que lo hacían, se reunieron para acordar que prepararían alimento para brindar a aquellas personas. Hicieron una cooperación económica y compraron lo necesario para elaborar lonches6, hicieron 50 bolsas con alimento, y al escuchar el silbido de la locomotora del tren corrieron hacia la vía y repartieron las bolsas a las personas que viajaban montadas en éste; aunque las 50 bolsas resultaron insuficientes quedando algunas personas sin alimento. Las Patronas relatan que prepararon más lonches en los días siguientes.
Durante años, sin ayuda externa, se encargaron de repartir lonches al pie de la vía, a pesar de las adversidades y del señalamiento de disgusto y desprestigio que algunas y algunos vecinos de su comunidad ejercieron sobre ellas, ya que no estaban conformes con la presencia de las personas migrantes en la comunidad, al generarles desconfianza y temor la posibilidad de que se establecieran en la localidad. Es así como los primeros años, la ayuda de Las Patronas hacia la población migrante en tránsito la realizaron con los recursos de sus propios hogares, ocupando parte de su despensa u organizando cooperaciones voluntarias para adquirir lo necesario.
En el año 2004, un grupo de estudiantes de Monterrey buscó a Las Patronas para entrevistarlas. Tras encontrarse realizando la grabación de un documental en el que filmaban la historia de María, una mujer hondureña que transitaba por México con el objetivo de llegar a Estados Unidos, escucharon en algunos albergues sobre Las Patronas, por lo que decidieron conocerlas y realizar un registro audiovisual sobre su actividad solidaria. A partir de dicho material, la atención de periodistas y de la sociedad en general comenzó a posarse sobre estas mujeres.
Un año más tarde se presentó “De Nadie” (2005), un documental que dentro de su narrativa mostró, asimismo, la ayuda de alimentación que ofrecen estas mujeres campesinas a la población migrante en su paso por Guadalupe La Patrona. El filme consiguió varios premios, los cuales permitieron a su director donar una suma económica que se destinó para la edificación del comedor “La Esperanza del migrante”, en un terreno que Norma Romero había heredado y que cedió para su construcción7. Continuaron, así, las visitas y los acercamientos de entrevistadores, fotógrafos y también de otros colectivos enfocados en la defensa y auxilio de la población migrante, volcando la atención mediática sobre el grupo de mujeres, en principio a nivel nacional y más tarde en el escenario internacional.
A veces viene gente a visitarnos y dicen que ya somos famosas porque salimos en la televisión, pero nosotras sabemos que los famosos son los migrantes, nosotras no somos famosas, seguimos igual, somos mujeres de campo, sencillas y a todos les hablamos por igual, lo que importa es la amistad con las personas (Toña, trabajo de campo, 2016).
Hoy, Las Patronas son mujeres que, por su labor cotidiana, son reconocidas e incentivadas día con día. Su trabajo ha sido reconocido con el Premio Nacional de Derechos Humanos en 2013 (México), mientras que en 2015 estuvieron postuladas como candidatas al premio Princesa de Asturias (España), sin omitir que cada día cuentan con el agradecimiento de las y los migrantes que, montados en el tren al recibir su lonche, suelen lanzarles un “…Gracias madres, que Dios las bendiga”.
Con la mediatización de su labor, la comunidad nacional e internacional comenzó a realizar donaciones en especie. Arroz, frijol, tortilla, aceite, atún, agua embotellada, ropa, cobijas, colchonetas, pan, entre otras, son las donaciones que reciben para así encargarse de cocinar y repartir alimento que se acompaña de solidaridad y apoyo.
Agradezco mucho a la gente que nos ha donado el frijol, el arroz, el aceite, el atún, bolsas, ropa, zapatos, medicamentos, mochilas, todo eso a ellos les hace falta, porque llega un migrante y a veces no tienen zapatos…, que viene otro migrante que está enfermo y necesita medicamento y lo que la gente dona es lo que se les da a ellos (Rosa, trabajo de campo 2018).
Nosotras somos trece voluntarias, aunque han pasado muchas cosas y cambios (…) “Caritas” nos dona el pan y tenemos que ir cuatro veces a la semana por él a Chedraui (...) otro señor nos dona la maseca, y Norma habló con un tortillero para que nos manden la tortilla, algunos alumnos nos donan en especie (Mariela, trabajo de campo, 2016).
Las donaciones que reciben Las Patronas se caracterizan por ser inconstantes, a veces reciben víveres en demasía y algunos al ser perecederos suelen ser repartidos a los vecinos que los necesitan, otras ocasiones al escasear los víveres, ellas mismas emiten comunicados a través de redes sociales para solicitar ayuda, ya que sin ésta les resulta difícil continuar con su labor.
Actualmente a la entrada de la localidad, a una distancia de 20 metros de las vías del tren, se encuentra el comedor cuyo exterior pintado de rosa mexicano se hace visible para toda y todo aquel que va en busca de Las Patronas y su quehacer. El comedor funge como el espacio que las congrega en el día a día para llevar a cabo las actividades correspondientes que consisten en limpiar el lugar, preparar los alimentos, embolsar la comida, recibir a las personas que llegan buscando ayuda y a quienes buscan conocer su labor, a las y los voluntarios que asisten para apoyar en actividades y aprender de estas mujeres. Durante el tiempo que transcurre en el lugar se espera oír el silbato del tren, que les llama a dirigirse apresuradas hacia las vías con los lonches que repartirán.
Las labores de este grupo de mujeres no solo consisten en la atención de cuidados básicos como la alimentación, y el alojamiento solo por algunas noches en una zona del comedor., Recientemente se han desenvuelto como defensoras de Derechos Humanos de las personas en situación de movilidad. Asisten a diversas conferencias donde la agenda está intrínsecamente relacionada con el tema, también a escuelas secundarias, preparatorias y universidades para divulgar su mensaje de solidaridad y ayuda hacia las poblaciones migrantes, particularmente para las personas y familias de Centroamérica que cruzan México8.
Como ya se aludió, la ayuda que Las Patronas brindan a la población migrante se da bajo la premisa de la solidaridad, ante la crisis humanitaria que involucra su travesía por México. Esta solidaridad tiene por objetivo crear justicia y pugnar por mejores condiciones de tránsito, así, desde el comedor “La esperanza del migrante” este grupo de mujeres ofrece alimento, atención y hospedaje, mientras que desde otros espacios como foros nacionales e internacionales discuten sobre la urgencia de atender de manera adecuada los flujos migratorios no documentados, y en los espacios académicos como bachilleratos y universidades politizan su discurso y práctica para concientizar a las/los alumnos sobre los privilegios que les brinda la educación a la que tienen acceso, haciendo hincapié en la necesidad y premura de tejer lazos y prácticas solidarias dentro de sociedades cada vez más individualistas. Un conjunto de reflexiones que con los años han dado forma a los principios de su labor humanitaria, que desenvuelven desde su contexto particular, como mujeres organizadas que apuestan por un mundo menos violento.
Si bien a través de 26 años los procesos que han experimentado Las Patronas a través de esta actividad son en sí complejos y han generado un impacto significativo, resulta fundamental para este trabajo exponer cómo las vidas de las mujeres que conforman este grupo se han visto influenciadas por el trabajo colectivo atravesado por la construcción de relaciones sororicas dentro de un contexto local marcadamente patriarcal en cuanto a los roles y condiciones de género.
Para entender la sororidad es necesario mencionar que este neologismo es precedido por la segunda ola del feminismo en Estados Unidos (1960-1980). En este periodo, particularmente en el transcurso de los 70, Kate Millett propone el término sisterhood para referirse a las relaciones entre mujeres que tenían intereses en común, prestaban apoyo mutuo y comprensión al interior de grupos que formaban para construir feminismo. Actualmente, la antropóloga mexicana Marcela Lagarde considera la sororidad como la alianza feminista entre las mujeres, como pacto político para construir un bien común, cambiar la vida y el mundo con un sentido justo y libertario. Etimológicamente sororidad deviene del latín “soror”/“sororis” (hermana) y “dad” (relativo a, calidad de).
(…) la sororidad es la relación sana entre mujeres para hacer política feminista, es el anhelo de igualdad entre mujeres que en la diferencia se reconocen por un pacto político, sin jerarquía por estar en un plano que compartimos y tiene como punto principal construir el respeto a la dignidad de la otra, como política de educación para las mujeres, para sentirnos tranquilas con cualquier mujer ya que estas relaciones no se manifiestan de manera natural (Lagarde, Marcela, 2013).
La sororidad se practica principalmente con la intención de erradicar la misoginia que se ejerce hacia y entre mujeres, puesto que la misoginia consiste en el fomento de una visión negativa y desvalorizada sobre las mujeres, sus actos, ideas o pensamientos, a su vez fomenta una afectividad de odio contra las mismas. Tanto hombres como mujeres podemos ser personas misóginas ya que el patriarcado imperante en nuestra sociedad ha moldeado todo, ha creado la idea de que la vida y las relaciones que creamos son posibles y correctas solo si se adecuan a lo ya dictaminado por el mismo, bajo las medidas y condiciones de este, ha creado la ilusión de que nuestras acciones deben ser ejecutadas dentro de la norma, limitando así el poder creativo y recreacional que impera en cada una de nosotras, situándonos en una posición poco activa y consiente de la sociedad que se reproduce bajo los mandatos de la cultura patriarcal, ahí la importancia de derribar mitos que se crearon en las ancestrales culturas que dejaron de lado la visión de las mujeres y las diversas formas de relacionarnos de manera sana.
Es decir, las relaciones entre mujeres son generalmente caracterizadas como poco benéficas, están cimentadas bajo un estigma de la conducta de las mujeres, por ser las “incomprensibles”, las “irracionales”, las “hormonales”, las “competitivas”. La ideología del sistema patriarcal concibe a las mujeres como objetos para la complacencia masculina, esto nos ha hecho creer que somos rivales compitiendo por obtener la aprobación, atención y afecto de los hombres, lo cual nos ha llevado a segmentarnos como género, nos segrega de grupos de amigas, convivencia, trabajo y hasta de relaciones familiares.
Actualmente los debates feministas sobre la sororidad apuestan por la modificación de los roles de género, invitan a una práctica distinta de las relaciones de amistad entre mujeres, apelan por el respeto a la otra, porque las mujeres seamos capaces de encontrarnos en la diferencia, de ver a la otra como a nosotras mismas y no como “la otra”, es decir para no vernos distanciadas y por ende fragmentadas. A propósito de ello, Touraine menciona que “…las mujeres se vuelven hacia sí mismas y lo hacen porque pretenden afirmarse como sujetos libres responsables y no como productos del poder masculino” (Touraine, Alain, 2007, p.64).
Si la sororidad se interpreta como una política de cambio en las vidas de las mujeres, tal política debe ser asertiva, es decir para ser sororica debe prevalecer la empatía, Lagarde lo expone de la siguiente manera,
(…) la ética feminista es el preámbulo para comprender la estética de la sororidad, la primera tiene como principios: el respeto a las mujeres, la libertad de las mujeres y la seguridad de las mujeres, la segunda propone las claves para construir y practicar dichos principios; la manera en cómo se expresa la sororidad (con un lenguaje no violento), las formas de trato, pacto, acuerdo y de finalización o delimitación (Lagarde, Marcela, 2013).
Si bien, la sororidad promueve el reconocimiento, la alianza y la unidad entre mujeres, es primordial puntualizar que todo ello es un desafío, como ya se mencionó anteriormente, estos atributos no se dan de manera natural ni espontánea en las tradicionales relaciones femeninas, ya que estas han sido marcadas por dificultades derivadas de supremacías, jerarquías, rivalidades y competencia dado que el mundo que nos ha educado se cimenta sobre una visión androcentrista, desde el ojo masculino los parámetros con los que se dibuja y desdibuja la sociedad están asignados por los mismos, las ciencias, las artes, las culturas, los sistemas económicos, etc., Afortunadamente los cuestionamientos sobre las tradicionales dinámicas de las relaciones entre mujeres se hacen cada vez más agudos y visibles, desde lo empírico como lo teórico los mitos patriarcales se derriban día a día.
Cada mujer está atravesada por una historia y contexto particular, dichos factores resultan un reto para el consenso grupal de acciones entre mujeres, de ahí la importancia de la estética de la sororidad, en el caso de Las Patronas, organizan su dinámica de forma horizontal y rotativa, sin embargo, Norma Romero ha sido asignada como representante y coordinadora del grupo, ella es quien con frecuencia muestra su rostro a los medios de comunicación en representación del grupo. Dicho papel de coordinadora y representante con el que se ha comprometido es valorado por el resto del grupo, al considerar la labor como un trabajo en equipo. Se identifican como iguales y valoran las actividades que cada una desempeña, aunque constantemente en el imaginario de la población que conoce a Las Patronas, Norma es quien más figura, lo que en algún momento ha generado la impresión de valorar en segundo término el ejercicio y esfuerzo de las otras integrantes, las cuales expresan y discuten este y otros temas que han tratado de resolver de manera empática refrendando el respeto por la contribución de cada una al trabajo colectivo.
Lo anterior resulta primordial dado que, como lo menciona Celia Amorós (1990), el pacto entre hombres que se reconocen interlocutores y sujetos políticos ha implicado la exclusión de las mujeres, su agenda incluye cómo organizar el mundo, definir hacia dónde vamos, así como las formas sutiles de mantener a las mujeres segregadas. Es decir, los hombres han pactado la manera en que hemos de relacionarnos y desarrollarnos como mujeres y sociedad en general, así, aprender a pactar entre mujeres es vital para reestructurar nuestras relaciones y tener mayor incidencia sobre nuestras vidas. Las mujeres aún peleamos entre nosotras con las armas que nos heredó el patriarcado, por ende, resulta primordial reflexionar y replantear la manera en que gestionamos desacuerdos, sin con ello estigmatizar el conflicto y la divergencia, crear nuevas dinámicas de convivencia bajo la lógica femenina y no desde lo ya establecido por la cultura patriarcal.
En palabras de Vanessa Rivera de la Fuente (2017), la controversia no debería ser un evento extraordinario y trágico “…sino un espacio de deliberación y aprendizaje simplemente porque entre quienes se ven como iguales no hay oponentes, sino interlocutoras, por lo tanto, nos da la oportunidad de validar los saberes y experiencias de cada una, lo que hace posible explorar nuevos paradigmas para resolver los conflictos”.
Esto es manifiesto en las formas en que las integrantes del grupo ejercitan de manera consciente y constante la escucha y resolución de gustos y disgustos, cuando se presenta la desaprobación de las integrantes respecto a determinado aspecto, cuando alguna compañera no está de acuerdo con determinada acción que hablará en general por el grupo, cuando alguna compañera expresa un sentir, comentario o acción negativa para con otra. La comunicación ha resultado crucial, puntualmente la estética de la sororidad se hace expresa a través de un lenguaje no violento, para el enfrentamiento de los problemas que dificultan el desenvolvimiento del grupo y de cada una como individua.
La coordinadora del grupo es Norma Romero, pero todas trabajamos en el grupo, cada una tiene su día, tenemos un rol de preparar la comida, un rol de ir a traer el pan, cuando hay voluntarios o migrantes nos echan la mano porque algunas de nosotras no están, por si fueron a dar pláticas sobre esta labor, yo siempre me quedo acá para recibir visitas o migrantes (Julia, trabajo de campo 2018).
Cada noche al finalizar las labores del día se reúnen en el comedor para organizarse sobre el día siguiente o los posteriores; se comentan y asignan las actividades pendientes dependiendo de los tiempos y compromisos de cada una para poder cumplirlas o apoyar a quien se le asignan.
Las tareas en el comedor comienzan a partir de las 10 a.m., ya que Las Patronas atienden sus quehaceres domésticos antes de esa hora, acuden a juntas escolares de sus hijas/os, o realizan otras actividades laborales. Constantemente buscan la manera de mediar entre sus actividades personales y familiares, y las que su labor como Patronas les requiere.
En el comedor, Las Patronas realizan actividades comunes de un hogar, las actividades que en su comunidad están primordialmente asignadas a las mujeres, este espacio representa una casa con más habitantes donde cocinan, asean y atienden a quienes la habitan de manera temporal, pero Las Patronas no se ven como sujetas pasivas de dichas actividades, estas solo son parte del conjunto de labores que ejercen, también suelen ser jefas de familia, trabajadoras que buscan el sustento de las mismas, son mujeres que activamente participan en foros y reuniones que a lo largo de la historia han sido acaparados por los hombres, son actoras que han aprendido a generar y administrar su propia agenda, protagonistas de sus actos y su labor en sí.
La sororidad también permite el encuentro para construir una alternativa compartida que apela por transformar las situaciones y condiciones de vida de las mujeres, a fin de contribuir con acciones específicas a la eliminación de todas las formas de opresión. En el caso concreto de Las Patronas se visualiza desde su contexto inmediato. El entorno de las mujeres resulta trascendental para el desarrollo y crecimiento de las potencialidades de ellas, sus familias y comunidades; para ello es crucial que acudan al diagnóstico de la sociedad, observen, comenten y reflexionan sobre las problemáticas y carencias que visualizan en sus contextos y que por ende las afectan. Esta práctica ha sido acogida por Las Patronas, quienes continuamente han cuestionado las circunstancias en que se desarrolla su comunidad, lo dijo Norma Romero en representación del grupo al recibir el Premio Nacional de Derechos Humanos en 2013 “…en Amatlán de los Reyes hay hasta 20 cantinas y solo 4 escuelas”, apelando a la falta que se tiene de espacios educativos y culturales en sus comunidades. A la par y en diversas ocasiones Las Patronas han incentivado a la comunidad vecinal a participar en talleres, foros y actividades culturales, educativas e informativas que colectivos y personal voluntario coordinan gratuitamente en las instalaciones del comedor, con el objetivo de acercar oportunidades de recreación y formación. Las Patronas reconocen el nivel de marginación que mantiene su comunidad y realizan una valoración entre la marginación que viven y la que experimentan las y los migrantes en tránsito.
Lo que me motiva es ver a la gente que lo necesita, a veces vienen niños y todos vienen cansados, a pesar de la pobreza con que vivimos mis hijos y yo, nosotros estamos juntos y tenemos nuestra casa y estos jóvenes que migran andan solos y con muchos peligros, yo pienso que tal vez algún día mis hijos tendrán que salir, y de hecho cuando mi hija sale, como ahorita que fue a Veracruz [puerto] se ha encontrado con gente que la ha apoyado, creo que lo que hacemos se nos recompensa (Félix, trabajo de campo 2018).
La condición de las mujeres desencadena también en la opresión de éstas, se les ha confinado a espacios, tiempos y territorios exclusivos a disposición de otros/otras y bajo el dominio de los hombres y sus instituciones, sin que medie la voluntad de ellas mismas. Los celos se retratan como la representación de posesión de la mujer que únicamente sirve a su marido y a su familia, condición y opresión de la cual no han escapado algunas integrantes del grupo; también con el apoyo mutuo, tiempo y vivencias han pugnado por resquebrajar dichas dinámicas.
Yo ya conocía el grupo, pero no estaba en las labores porque mi esposo se encelaba, como la mayoría de los migrantes que llegan acá son hombres a él no le parecía que yo estuviera aquí, sin embargo, tras la separación legal que tuvimos pude integrarme al grupo sin problemas; mi hija y mi hijo están de acuerdo y me apoyan (Félix, trabajo de campo 2018).
La actividad solidaria que ejercen Las Patronas resulta un trabajo no remunerado que sí desgasta física, emocional y económicamente a las mismas, aunque ellas lo asocian a una actividad recompensada en distintas dimensiones. “Aquí no hay pago, pero a veces me dan un poco de frijol, arroz o si queda tortilla me la puedo llevar y si es suficiente le comparto a la gente que vive cerca de mi casa” (Félix, trabajo de campo 2018). Marcela Lagarde alude a las actividades creativas, que implican tanto la aplicación de su fuerza de trabajo como de sus capacidades emocionales e intelectuales para recibir al otro y vivificarlo: no es solo fuerza de trabajo la que aplican las mujeres, sino fuerza vital (Lagarde, Marcela, 2005, p.124).
Nosotras estamos acá diario, los 365 días del año, acá se pasa Navidad, Año nuevo, Semana Santa, Todos Santos, días festivos siempre estamos aquí, nosotras no tenemos descanso, siempre es para los migrantes, mientras ellos lo necesiten y yo pueda ayudarles pues adelante (Rosa, trabajo de campo 2018).
Las mujeres participan diferencialmente en la reproducción global de la sociedad y la cultura, y lo hacen a través de los “microscópicos” pero significativos procesos que ocurren como reposición cotidiana de condiciones vitales. Al hacerlo las mujeres reproducen relaciones sociales y políticas, institucionales, espacios materiales y culturales de vida. Las mujeres contribuyen a la reproducción de modos de vida y de concepciones del mundo particulares, es decir, de la cultura (Lagarde, Marcela, 2003, p.117). En este sentido, Las Patronas conciben su labor como aquella que trasciende los muros del comedor y las fronteras de su comunidad, que transforma la sociedad con la réplica de sus actos en otros espacios geográficos y dentro de otras sociedades.
Los mexicanos también migran, yo tengo un hermano que fue a Estados Unidos y afortunadamente él no sufrió mucho durante su trayectoria, encontró gente que le brindó ayuda en el camino, le tendieron la mano y yo creo que ahí se ve que lo que tú siembras es lo que cosechas, al ver que mis familiares que han migrado se han encontrado con buena gente, ahora yo con esta labor hago lo que me toca, ayudar a más personas (Julia, trabajo de campo 2018).
Es verdad que a través del feminismo se ha luchado por el reconocimiento y ejecución de los derechos a los que las mujeres debemos tener acceso para existir de manera libre y prospera, sin embargo, las desigualdades y prevalencia de formas de opresión de las mujeres son enormes y se enmarcan en la marginación, discriminación y violencia. Existen diferencias en cuanto a los contextos en los que crecemos y nos desarrollamos como mujeres, de estos dependen las capacidades y acceso a recursos tanto de ocio como de capital cultural, solvencia de las necesidades básicas como alimentación, vestido, educación que cada mujer tiene que cubrir, es decir, algunas mujeres no pueden acceder a los bienes materiales y simbólicos, a las condiciones que otras ejercen como derechos.
La mayoría de Las Patronas no han contado con acceso a una educación integral que les proporcione herramientas de desarrollo, ha sido a través del trabajo colectivo que realizan, que han adquirido la confianza y ejecución de la comunicación, del compartir sin miedo a los públicos que se enfrentan, a los/las periodistas y a sus vecinos/as, a la población extranjera que las visita. Las Patronas son mujeres campesinas que, con el paso de los años y su labor, han fortalecido habilidades de crecimiento personal y colectivo, no solo como actoras sino como autoras de sus propias vidas. Cuando las mujeres salieron de la clausura familiar, se reunieron, se encontraron y se comunicaron, empezó a circular la autoridad entre ellas. La autoridad para el feminismo tiene que ver con el respeto, con el prestigio, con el reconocimiento de las mujeres como creadoras de cultura y pensamiento (Varela, Nuria, 2005, p.199).
Yo he ido a distintos lugares del país para difundir nuestro mensaje de ayuda al migrante, voy a escuelas donde hablamos de la situación de ellos, … tratamos de que los alumnos tengan conciencia de que se puede ayudar y que aprovechen las oportunidades que tienen. La primera vez que hice un viaje del grupo fue a Saltillo, a un albergue donde encontramos a migrantes que 20 días antes habían pasado por La Patrona y les dimos lonche, ellos nos reconocieron y eso para mí fue muy emocionante y me dio mucho gusto (Julia, trabajo de campo 2018).
En cuanto a sus experiencias como compañeras, algunas tienen conviviendo toda la vida pues son hermanas consanguíneas, otras más, son conocidas y amigas. Sin importar la cantidad de años que llevan relacionándose han crecido como pares, han adoptado formas de apoyo mutuo en el trabajo solidario que realizan, pero también a un nivel personal, muy íntimo, fortaleciendo el reconocimiento de cuerpo a cuerpo, amistad y respeto, lo que se ha entretejido en los ámbitos que componen su vida.
Tengo muchos años conviviendo con Norma, desde antes de integrarme al grupo yo le ayudaba con las labores de su casa, después de que falleció su esposo y me invitó al grupo, me pidió venir al comedor, pero me aclaró que no podía pagarme pues esta labor no va con sueldo, me ofreció atender la papelería que está aquí en el comedor, es de ella, pero me dijo que lo que fuera cayendo lo podía ocupar para mis gastos y para ir surtiendo, así le hicimos. Gracias a Dios me encontré con Norma, tengo 19 años conociéndola y para mí es como mi hermana y su hijo es como mi hijo, somos como una familia, yo soy como la mano derecha de Norma por tanta confianza que nos tenemos, siempre hemos estado en las buenas y en las malas, [como] cuando falleció mi esposo, ella dice que no soy su amiga, soy su hermana (Julia, trabajo de campo 2018).
Si bien la sororidad no necesita de amor y cariño para ser efectiva, es cierto que afirma el compromiso y respeto que se tienen las unas con las otras y para los otros, la amistad y experiencias que han alimentado con el paso de los años les han brindado herramientas para convivir y, así, continuar con su labor.
Históricamente, México se ha caracterizado por ser un país atravesado por diversos procesos migratorios, en décadas recientes, se ha configurado como un país de tránsito obligado para población –frecuentemente en condición de desplazamiento forzado y no documentada– que busca alcanzar Estados Unidos (nacionales de Guatemala, Honduras, El Salvador, Haití, China, entre algunas).
En la relación que existe entre México y Centroamérica el intercambio ha sido de larga data, particularmente entre Guatemala y los espacios fronterizos del sur del país. A finales de la década de los 70 e inicios de los 80 del siglo XX, México brindó asilo y refugio a población especialmente proveniente de Guatemala y El Salvador, naciones que estaban atravesando dictaduras militares y conflictos armados. Tras el aparente cese de violencia que se suscitó con la firma de los acuerdos de paz y el fin de la guerra civil de El Salvador en 1992 y de Guatemala en 1996, parte de esta población retornó a su país de origen., Sin embargo, ya sea o no por la contigüidad territorial y los contextos socioculturales compartidos que se mantienen entre la región de Centroamérica y los Estados mexicanos sureños como Chiapas, Campeche y Quintana Roo, la presencia de estas poblaciones no desapareció., Contrario a ello, desde la segunda mitad de la década del 90, con distintas tendencias ha prevalecido un constante intercambio económico y sociocultural. De manera particular se ha fortalecido el desplazamiento no regular de personas originarias de países de esta región en tránsito migratorio hacia la frontera con EE. UU9.
El sistema neoliberal ha traído consigo políticas públicas pro-desarrollistas que paradójicamente han acrecentado el desempleo y subempleo en países como México y aquellos de Centroamérica. Las crisis económicas, las tensiones políticas, las condiciones sociales y culturales han provocado un aumento en la migración internacional, con ello el abandono de países de origen para salir en búsqueda de oportunidades que ya no encuentran en su país, porque no las hay de forma equitativa o porque son oportunidades limitadas.
En Honduras todo está “macaneado”, está todo caro, le pagan a uno barato $100 o $150; pero si una libra de azúcar le cuesta $15, una libra de pollo está en $40…, por eso uno migra para acá, para ver si puede hacer algo, si lo dejan trabajar un poco, ¿empleo? de lo que se venga, si hay que barrer pues barrer, construcción o lo que sea (Alberto, hondureño, trabajo de campo 2016).
Por otro lado, la existencia de pandillas como la Mara Salvatrucha (MS13) y Barrio 18 en Centroamérica torna el ambiente social de un latente azote de inseguridad y violencia por parte de las mismas. En algunas circunstancias desde la infancia se visualiza a las pandillas como “un estilo de vida”, hombres y mujeres jóvenes pasan a formar parte de ellas por un sentimiento de protección dentro de un barrio, convirtiéndolas en un colectivo o “familia” que cuidará de su vida y protegerá a sus familiares consanguíneos de otras pandillas; pero el reverso de la moneda muestra realidades no favorables para quiénes se niegan a integrarse o pagar extorsiones a las pandillas, quienes constantemente se ven obligadas y obligados a salir de su país por el hostigamiento, persecución y amenazas a su integridad y vida. Adicional a ello, también se observan los desplazamientos de quienes huyen de la violencia patriarcal —en su mayoría mujeres, así como población LGBTT—; uno de los principales detonantes que llevan a miles de mujeres centroamericanas a emigrar de sus países.
La situación para la región no ha resultado favorable, pues a partir del 11 de septiembre de 2001 las fronteras globales incrementaron su rigurosidad. Estados Unidos al ser el país número uno de destino de la migración mundial, ejerció presión para que México acrecentará la seguridad de sus fronteras norte y sur, lo cual trajo consigo el desmesurado crecimiento de rutas clandestinas y violentas de paso para migrantes. Dentro de éstas, los espacios fronterizos son puntos rojos; se estima que el 70% de las y los migrantes que cruzan la frontera sur es víctima de algún tipo de violencia y que, de ese porcentaje, un 80% la sufre en México y sólo un 20% en Guatemala (Bronfman, Mario et. al., 2001, p. 17).
Las trayectorias seguidas para atravesar el territorio mexicano en situación no regularizada son variadas, sin embargo la más común y corta es la ruta del Golfo de México, mediante el tren carguero, el cual desde Arriaga, Chiapas es montado por cientos de migrantes de Centroamérica y Sudamérica, quienes son afectadas/os por distintos riesgos a bordo, desde caídas de los vagones mientras el tren va en marcha, mutilaciones por estos accidentes, violaciones, secuestros, asaltos, hasta asesinatos10.
Venía sobre los vagones, ya era de noche y había mirado que una muchacha venía sola, me acerque y platicamos un rato, le dije que no tuviera miedo…, que a veces hay confusión en lo que está pasando y la gente grita cosas, unas horas después más adelante alguien grito “la migra, la migra” cuando yo mire la muchacha ya se había aventado de los vagones, se asustó tanto que no le importo aventarse mientras el tren andaba (Cristian, hondureño, trabajo de campo 2016).
Algunos/as migrantes, sobre todo hombres, duermen alrededor de las vías enfrentándose a ser víctimas de cualquier abuso, pueden ser violentados por grupos delictivos, pandillas e incluso policías, militares o agentes de migración. Abordar “La Bestia” tiene también un costo monetario; puesto que los grupos del crimen organizado –a veces con la participación de maquinistas– extorsionan a quienes montan en él mediante “cuotas” en pesos o dólares. Múltiples casos se han registrado de quienes se rehúsan a pagar la cuota y han sido lanzados del tren o privados de la vida11. Es evidente que a partir de esta “clandestinidad” forzosa se suscita la oportunidad de lucrar con los desplazamientos migratorios no regularizados, en términos de Munduate tan solo “la “industria del coyoterismo” mueve alrededor de 48 billones de dólares anualmente” (Munduate, C., 2008 en Álvarez, Soledad, 2016, p. 159). Existe una parte de la población civil que también ha encontrado en las personas migrantes no autorizadas una oportunidad para aventajarse sobre su condición, ya sea vendiéndoles productos de consumo cotidiano con un precio más elevado, asaltándolas o agrediéndolas verbal y físicamente.
De este modo se observa como el incremento de la rigurosidad de las políticas migratorias de Estados Unidos y México ha conducido a las personas a tomar rutas con mayores implicaciones de inseguridad, quebrantando sus condiciones y perpetuando la violación a sus derechos humanos.
Desde otra cara de la moneda, a causa de la violencia ejercida sobre las personas migrantes en su paso por México prevalece una parte de la sociedad civil que, por canales formales e informales, se ha organizado para brindarles apoyo, fungiendo como agentes que aminoran la carga de vulnerabilidad con la que viajan. El apoyo de la sociedad civil hacia las personas inmigrantes internacionales en México “…frecuentemente se centra en dimensiones de asistencia básica (alojamiento, alimentación, entre otros), asistencia en atención de la salud (psicosocial y médica), orientación legal y laboral, y desarrollo de estrategias de inserción sociocultural” (Tinoco, Itzel Abril, 2013, p. 89).
Mucha de la población en movilidad que transita por la ruta del Golfo tiene conocimiento y esperanza de encontrar en el camino a Las Patronas debido a que entre ellos se corre la voz “…en un pueblo hay unas mujeres que le dan comida a uno” (Cristian, hondureño, trabajo de campo 2016); historias que se cuentan en las casas de migrantes, sobre el tren o desde sus países de origen, entre aquellos que ya conocen a estas mujeres y quienes viajan por primera vez.
La construcción de sororidad y comunidad entre un grupo de mujeres a través de la ayuda solidaria que brindan a migrantes de Centroamérica, pero también de México, que viajan de manera no documentada con destino a Estados Unidos, no ha devenido de manera espontánea; por el contrario, ha sido tanto un proceso paulatino en el tiempo como sociocultural y psico-afectivo que brinda posibilidades para que Las Patronas adquieran el poder necesario para actuar a la par de la conciencia social que fortalecen día con día. Las Patronas son un grupo conformado por mujeres de una misma localidad, bajo el contexto político, geográfico, económico, social y cultural que corresponde a su inmediatez y que las condiciona respectivamente. Fungen asimismo como un sostén que proporciona herramientas de emancipación, desarrollo personal y colectivo/comunitario.
Ser mujer y ser Patrona exige la fuerza y vitalidad de cada una; ambos roles exigen trabajo, desgaste físico y emocional. Y es que históricamente las mujeres han cuidado del otro, del desamparado, del enfermo, de la sociedad en general y hasta el día de hoy continúan con ese trabajo extra, no siempre valorado, incluso dado por hecho con base en una supuesta predisposición biológica y por consiguiente generizado, sin embargo, es momento de que las mujeres nos brindemos el cuidado que hemos dado para las/los demás, en una sociedad como México que agrede y arrebata la vida de 10 mujeres cada día. Es urgente continuar derribando los mitos patriarcales que nos adiestran para creer que las mujeres somos la competencia de las propias mujeres y que, por tanto, no podemos tejer relaciones de empatía y confianza entre nosotras.
Es apremiante afirmar e incentivar las prácticas de convivencia y apoyo mutuo, reflexión y cuestionamiento de lo que hemos aprendido para desaprender esos esquemas que más que sumar, restan y segregan, reconociéndonos en nuestra diversidad y desigualdades múltiples, politizando las distintas interseccionalidades que nos marcan como mujeres y abriendo los surcos de un horizonte común para “el empoderamiento vital de cada mujer” (Lagarde, Marcela, 2012, p. 126). El caso de Las Patronas nos sirve como espejo de aprendizaje y sobre todo como una realidad tangible que demuestra la manera en que se puede hacer sororidad porque, a pesar de las dificultades, estas mujeres han aprendido a relacionarse de una manera afectuosa, en respeto y acompañamiento mutuo. Aunque la sororidad resulte alcanzable en círculos de amistad, o con quien compartimos lazos, condiciones e ideología, el reto se funda en crearla con quienes no coincidimos, con quienes no compartimos otras condicionantes, por un principio de pro-humanización y bajo una lucha femenina y feminista común, como mujeres y como humanas.
Para finalizar agradecemos a Las Patronas su confianza; la oportunidad que abrieron para escucharlas y para conocer de cerca su actividad humanitaria y parte de su vida cotidiana; por su labor solidaria que se traduce también en un referente de sororidad para construir relaciones sanas, de apoyo mutuo y de respeto entre mujeres, alimentando así la esperanza de un mundo más solidario y justo.