Resumen: El Cinturón Hortícola Platense es la zona productora de hortalizas frescas más importante de Argentina. La actividad en las últimas décadas ha sido encarada por familias inmigrantes de origen boliviano quienes llegan con la expectativa de mejorar sus condiciones de vida. Los hijos e hijas jóvenes de estas familias constituyen un nuevo grupo poblacional en el sector en el cual convergen una serie de transiciones configurando diferentes juventudes. El presente trabajo explora estas transiciones y el rol que tienen las organizaciones en el involucramiento de esta nueva población en los procesos de cambio que vienen siendo impulsados.
Palabras clave: juventud, agricultura familiar, periurbano, agroecología.
Abstract: The Horticultural Belt of La Plata is the most important fresh vegetable producing area in Argentina. In recent decades, the activity has been undertaken by immigrant families of Bolivian origin who arrive with the expectation of improving their living conditions. The youth of these families constitute a new population group in the sector in which a series of transitions converge, configuring different youths. This paper explores these transitions and the role of organizations in the involvement of this new population in the processes of change that are being promoted.
Keywords: youth, family agriculture, periurban, agroecology.
Dossier
Transiciones que configuran a las nuevas juventudes en el Cinturón Hortícola Platense y el rol de las organizaciones en su involucramiento en procesos de cambio
Transitions that shape the new youths in the Horticultural Belt of La Plata and the role of organizations in their involvement in processes of change
Recepción: 12 Diciembre 2022
Aprobación: 19 Enero 2023
El Cinturón Hortícola Platense -CHP- es la zona productora de hortalizas frescas más importante de Argentina (Barsky, Andrés, 2013; García, Matías, 2012). Actualmente provee más del 70% del consumo de cerca de 16 millones de habitantes de la Ciudad de Buenos Aires y del Conurbano Bonaerense (Baldini, 2020; Barsky, 2013). La actividad en las últimas décadas ha sido encarada por familias inmigrantes de origen boliviano (Benencia y Quaranta, 2009), quienes llegan al sector en búsqueda de mejores condiciones de vida y nuevas oportunidades para las generaciones más jóvenes.
El modelo hortícola comercial prevaleciente, al cual estos trabajadores se insertan y luego reproducen, responde a los preceptos de la Revolución Verde, una producción intensiva bajo invernáculos, la incorporación de variedades de alto rendimiento y la utilización de grandes cantidades de agroquímicos (García, Matías 2012; Sarandón, Santiago y Flores, Claudia 2014). Además, acarrea condiciones precarias de vida y de trabajo (García, 2015) resultando ambiental y socialmente insustentable (Blandi et al., 2015).
Los/as hijos/as jóvenes de estas familias constituyen un nuevo grupo poblacional, en el cual convergen una serie de transiciones configurando así diferentes juventudes en el CHP. La presente investigación busca explorar estas transiciones y el rol que tienen las organizaciones en el involucramiento de esta nueva población en los esfuerzos por cuestionar el modelo productivo predominante y promover alternativas más sustentables.
El artículo se estructura en el siguiente orden: tras esta breve introducción al tema, se explica la metodología utilizada, posteriormente, se comparten consideraciones conceptuales y una mención de algunos estudios previos sobre juventudes en el CHP; luego, se da paso a los dos apartados centrales, el primero referido a los procesos de adaptación y nuevos sentidos de pertenencia que suceden a la migración y al establecimiento de las familias horticultoras en el periurbano hortícola platense, y a la coexistencia en este territorio de diversas concepciones sobre juventud; y el segundo sobre el potencial latente en las juventudes del CHP y el rol de las organizaciones en su involucramiento y el desarrollo de su capacidad de agencia en los procesos de cambio. Para finalizar, se comparten algunas reflexiones.
La investigación combina elementos de diferentes disciplinas como agronomía, sociología rural y el estudio de las juventudes. Sigue una estrategia cualitativa, con relevamientos de información secundaria y primaria mediante observación directa y participante, entrevistas semi estructuradas y en profundidad, grupos focales y estudios de caso.
Se toma como unidad de análisis a los horticultores familiares organizados en el Movimiento de Trabajadores Excluidos -MTE- Rama Rural de La Plata[1], una organización representativa de las familias productoras del CHP, por su cantidad de afiliados y su despliegue territorial. El MTE Rama Rural aglutina a más de 20 mil familias pertenecientes a la agricultura familiar, campesina e indígena de Argentina (Lazarte et al. 2020) y más de cuatro mil productores/as en el CHP (Alfonso, 2019). En especial, el Área de Juventud y el Área de Agroecología de la organización resultan relevantes para la investigación.
Paralelamente a haber realizado una exhaustiva revisión bibliográfica, los resultados que se comparten se basan en observaciones y entrevistas individuales y grupales realizadas entre 2019 y 2022 a 22 informantes clave detallados en el siguiente cuadro[2].
La autora ha participado de diversos espacios organizados por el Área de Agroecología del MTE Rama Rural de La Plata con productores hortícolas del CHP, así como también de seminarios sobre agricultura familiar, juventud y medio ambiente en la UNLP en los que participan referentes del MTE Rama Rural y los/as horticultores familiares. También, es parte de la Red de Facilitadores de la Agroecología, creada en 2020 por el Ministerio de Desarrollo Agrario de la Provincia de Buenos Aires, y participa de proyectos que reúnen a grupos interdisciplinarios de investigación, ampliamente familiarizados con el CHP y sus organizaciones, permitiendo el acceso a un acervo de conocimientos e información.
Conceptualmente, la juventud puede ser abordada como una etapa en la vida del ser humano, determinada generalmente por un rango de edad entre la niñez y la adultez. La definición estándar de población joven manejada por la Organización Internacional del Trabajo, y utilizada por la mayoría de los países en Latinoamérica y el Caribe, es de 15 a 24 años, separándola entre población joven adolescente de 15 a 19 años, periodo de retención en la educación o de tránsito de la educación secundaria al trabajo, y la población joven adulta, de 20 a 24 años, periodo de tránsito de la educación superior, técnica o universitaria, al trabajo (Verdera, Francisco, s.f.). Según John Durston (1996), lo más relevante en el enfoque etario no es la edad cronológica de la persona, sino la secuencia de etapas del ciclo normal de vida. Haciendo referencia a la etapa juvenil en contextos rurales, Durston identifica las siguientes fases: fase escolar, fase de ayudante del padre o de la madre en sus labores, fase de parcial independización económica, fase de recién casados, y fase de padres jóvenes de hijos mayores. Toma la pubertad como el punto de partida de la etapa juvenil y la constitución de la pareja y de un hogar autónomo como su culminación. Señala que en la etapa juvenil aumenta progresivamente la presencia del trabajo en la jornada cotidiana, y disminuye el juego, mientras que el aprendizaje llega a su auge y posteriormente decrece. Asimismo, indica que es común cuestionar la existencia misma de una juventud rural, dado lo efímera que sería frente a la temprana asunción de roles adultos.
Al analizar el rol de los/as jóvenes en los procesos de desarrollo, resulta necesario, además de una conceptualización como etapa en la vida individual, una mirada de la juventud como grupo social. Sergio Balardini (2000) señala que jóvenes hubo siempre, pero juventud no, y que la idea de juventud está íntimamente ligada a los roles históricos de los distintos grupos sociales y etarios y es un producto resultado de relaciones sociales, relaciones de poder, relaciones de producción que generan este nuevo actor social. Para Pierre Bourdieu (1990) la juventud y la vejez no están dadas, la frontera entre estas dos es objeto de lucha. Cuanto más cerca están los/as jóvenes del poder, más atributos propios de adultos tienen. Plantea que para saber cómo se definen las generaciones es necesario conocer cuáles son las divisiones que crean esta lucha. La división o repartición de los poderes, las clasificaciones por edad, sexo, clase, etc. vienen a ser siempre una forma de imponer límites, de producir un orden, cada cual ocupa su lugar. Así, los límites de la etapa joven son manipulados por quienes detentan el poder para mantener en un estado de juventud, asociada a la idea de irresponsabilidad, a quienes podrían pretender ser sus sucesores. Bourdieu señala que hablar de jóvenes como una unidad social, como un grupo constituido, que posee intereses comunes, y de referir estos intereses a una edad definida biológicamente, constituye una manipulación evidente. Propone que al menos habría que analizar las diferencias entre las juventudes, y brinda el ejemplo de la comparación entre dos juventudes en polos extremos, los/as jóvenes trabajadores y los/as adolescentes de la misma edad que son estudiantes. Menciona que nada tienen en común y que en medio existe un espacio de posibilidades que se presentan a los/as jóvenes.
Dina Krauskopf (2000) en su análisis sobre la construcción de políticas de juventud en América Latina, señala que la juventud engloba la adolescencia, pero la adolescencia no engloba a la juventud. En las últimas décadas han existido políticas de adolescencia que contribuyen al desarrollo de la juventud, pero estas no alcanzan períodos cruciales de la vida del sujeto juvenil. Por otro lado, Krauskopf señala que el segmento de la juventud mayor a los 18 años ha adquirido el estatus de ciudadanía, y, por lo tanto, juzgado como adultos/as, y quedando subsumido bajo esta categoría en las propuestas gubernamentales u organizacionales. Esto se profundiza aún más en el caso de la población joven rural, ya que muchas de las actividades que desarrollan los/as jóvenes, “corresponden a lo que en zonas urbanas denominan ‘actividades de adultos’” (Krauskopf, 2000:8). Si existen organizaciones juveniles, estas tienden a ser pocas o invisibilizadas, “generalmente adscritas a las organizaciones ‘de adultos’. Por lo tanto, el rol que desempeñan y el potencial que tienen no es adecuadamente reconocido al momento de tomar decisiones” (Krauskopf, 2000:8).
Susana Shoaie et al. (2011) plantean que los/as jóvenes, independientemente del rango de edad que se utilice para definir la etapa de juventud, se caracterizan por su dinamismo, actitud cuestionadora, apertura y predisposición al cambio. Estas características hacen de ellos/as
“el segmento poblacional con mayor potencial para enfrentar con flexibilidad las innovaciones tecnológicas, las transformaciones productivas, los cambios sociales y existenciales. Sin embargo, son también los que enfrentan condiciones insuficientes para efectuar con éxito las transiciones propias de sus trayectorias” (Krauskopf, 2015:127).
Según John Durston (1996:3) muchos de los programas de instituciones que trabajan exclusivamente para jóvenes carecen de una estrategia amplia y clara que relacione el mundo juvenil con los procesos económicos y sociales, y con los principales desafíos que plantea el desarrollo rural en general. La juventud resulta en una “etapa de transiciones bloqueadas, obstaculizadas, no adecuadamente apoyadas por la sociedad”. Señala que si bien se requieren de políticas para mejorar sus oportunidades futuras, también las requieren “para enfrentar sus problemas actuales y para dar sentido de utilidad a sus vidas como jóvenes, en el presente”. Y advierte que,
…si la variable juventud sigue simplemente ausente del marco conceptual que da origen a las estrategias y objetivos de los proyectos, y si el personal de éstos no está capacitado en el tema, evidentemente sería difícil que surgieran actividades diseñadas para incorporar explícitamente a los jóvenes en el desarrollo rural (Durston, John, 1996:3).
Desarrollar la capacidad de agencia de los/as jóvenes y de las juventudes, implica dejar de verlos/as como una generación de relevo con escasa participación en la toma de decisiones (Krauskopf, 2015) y que las instituciones las consideren aliadas en el diseño de un futuro deseable (Shoaie, Susana et al., 2011), reconociendo que la juventud no es solamente una etapa de transición de la niñez a la adultez, sino que en ella convergen una serie de transiciones que pueden dar lugar a juventudes con trayectorias futuras diferentes. Gonzalo Tassara (2015) indica que en los periodos de transición se llevan a cabo decisivos procesos de recomposición y reconstrucción de las identidades colectivas y se aceleran los ritmos de cambio social, lo que conlleva que los actores, sus estrategias, marco de acción y repertorios sean mucho más visibles. Jorge Benedicto y María Luz Moran (2000:49) plantean que el estudio de la juventud puede servir como “una especie de ‘barómetro’ para comprender las tendencias y problemas sociales más significativos dentro de cada comunidad concreta”.
Con la creciente llegada y establecimiento de familias de origen boliviano en el periurbano hortícola platense, en los últimos años ha surgido el interés por estudiar las trayectorias educativas y laborales que siguen sus hijos e hijas. A continuación, se mencionan algunas de estas investigaciones, seleccionadas por estar estrechamente vinculadas al tema del presente artículo. María Cecilia Garatte (2016) en su trabajo Entre la quinta, la escuela y la ciudad, indaga sobre las dimensiones que se ponen en juego en las prácticas laborales de jóvenes productores de la horticultura del periurbano de La Plata y cómo las mismas configuran trayectorias heterogéneas. Concluye que las transformaciones en los últimos veinte años en la estructura hortícola platense configuran un escenario de mayor incertidumbre para los/as jóvenes, lo que influye fuertemente en la diversificación de sus trayectorias. Juan Esteban Larrañaga (2017) en su estudio Juventud rural, trabajo y educación en el periurbano platense: tensiones en torno a la construcción de proyectos futuros, coloca énfasis en las tensiones que se presentan en las vidas cotidianas de los/as jóvenes al contrastar sus hábitos y actividades, enmarcadas dentro de lógicas propias del trabajo rural que realizan en las quintas, con aquellas lógicas y características de la educación urbana a la que acceden. Concluye que se evidencia una brecha entre las expectativas que los/as jóvenes depositan en la educación, y la respuesta que esta puede brindar para la concreción de sus anhelos laborales. Dávila, Alejandra (2019) en su trabajo Experiencias de organización y migración: jóvenes del Cordón Hortícola Platense, analiza el proceso migratorio experimentado por parte de los/as jóvenes y busca comprender de qué manera este proceso influye en su subjetividad. Plantea que las dificultades que los/as jóvenes enfrentan por su condición de migrante los/as lleva a buscar participar de espacios colectivos con sus pares, a fin de poder expresar lo que sienten. Soledad Lemmi, Melina Morzilli y Andrea Castro (2020:1), en su trabajo Jóvenes que horticultean, adultos/as horticultores/as. Aproximaciones al sentido de juventud en familias migrantes bolivianas que se dedican a la horticultura en el Gran La Plata, indagan sobre los sentidos e identificaciones que las familias horticultoras construyen sobre ser joven. Concluyen que
ser joven es horticultear mientras se estudia, que es la principal actividad en dicho momento de la vida. En tanto que, ser adulto/a es ser horticultor/a puesto que el trabajo en la quinta reviste la mayor preocupación.
En otro de sus trabajos, Soledad Lemmi (2020) Aprendiendo a ser horticultor/a. Comunidad de prácticas y participación periférica legítima y plena en familias hortícolas del Gran La Plata, aborda el aprendizaje situado de la horticultura. Finalmente, Martínez (2022) en su trabajo Aprendí mirando. Escenas de formación de productores migrantes bolivianos en La Plata, Argentina, describe los procesos de formación que atravesaron productores hortícolas de la ciudad de La Plata, interrogando cómo se transmiten los saberes y las prácticas horticultoras en familias migrantes bolivianas.
Buscando aportar al estudio de este nuevo grupo poblacional, el presente artículo propone una mirada hacia las juventudes en el CHP como actores que emergen en medio de la convergencia de diversas transiciones, y que, justamente por su condición transicional y emergente, resulta clave que sean involucradas en los procesos de transformación que vienen siendo impulsados por organizaciones e instituciones en este sector.
La historia de las migraciones está generalmente asociada a la búsqueda de mejores oportunidades, ya sean estas económicas, educativas o de acceso a servicios que garanticen el bienestar social (Ministerio del Interior, 2009)
Françoise Lestage (2001, ¿Qué “inserción”?, 6) señala que la adaptación o inserción de los migrantes a la sociedad de llegada se da como resultado de dos procesos: uno consciente y voluntario, que “conduce a los migrantes a participar en la vida social, económica y política local y a aceptar sus reglas a fin de lograr sus objetivos, es decir mejorar sus condiciones de vida”; y otro, “más bien inconsciente e involuntario que los lleva a adoptar modos de ser y de hacer que modifican su comportamiento en el espacio público y familiar”.
En Argentina, los/as migrantes de origen boliviano tienen una fuerte presencia en la agricultura y el comercio asociado a la misma, la industria y construcción (Texidó, Ezequiel y Gurrieri, Jorge, 2012). Aquellos/as dedicados/as a la actividad hortícola, en su gran mayoría se establecen en zonas periurbanas, territorios que son entendidos como una especie de frontera o “interfase” entre dos tipos geográficos tradicionalmente conceptualizados como dicotómicos u oposicionales: el campo y la ciudad. En tanto territorios de oportunidad, los periurbanos “cumplen una función estratégica respecto del acceso a los alimentos porque incluyen una gran diversidad de actividades agropecuarias en las proximidades de las ciudades” (Feito, Carolina y Barsky, Andrés, 2021:813).
Roberto Benencia (1997) describe el proceso de movilidad ascendente que sigue una parte importante de los/as trabajadores/as migrantes que arriban al sector hortícola desde Bolivia. La denominada escalera boliviana consiste en que un trabajador migrante que se inicia en la actividad como peón puede convertirse en mediero, luego en productor arrendatario y, eventualmente, en propietario de la tierra. Sin embargo, en el caso de La Plata la escalera parece truncarse al llegar a ser productores arrendatarios. Sucede que muy pocos acceden a ser propietarios de la tierra que trabajan (Benencia, Roberto y Quaranta, Germán, 2005; Hang, Guillermo et al., 2013), debiéndose a que esta se valoriza por encima de la escala de ahorro o acumulación de una gran mayoría de los/as productores/as (Merchán, Andrés, 2016).
En el CHP cada familia produce en una superficie que varía entre 1 y 3 hectáreas (Cieza, Ramón, et al., 2015). La mano de obra de una familia tipo llega a cubrir el trabajo que requiere hasta 1 hectárea. Cuando la superficie es mayor, o en los momentos del año de mayor demanda, se cubre con una mayor utilización de la mano de obra familiar, incluyendo jornadas de más de 15 horas diarias y la colaboración activa de los hijos/as, adolescentes y aun niños/as (García, Matías, 2014). Eventualmente, se complementa con mano de obra contratada, generalmente también de origen boliviano (Benencia, Roberto, 2007; Cieza, Ramón, et al., 2015).
El modelo productivo prevaleciente en el sector responde a los preceptos de la Revolución Verde, el cual se basa en la intensificación de la producción, mayormente bajo invernáculo y con un alto uso de agroquímicos (García, Matías, 2015). Matías García (2010:59) afirma que “si bien la mayoría de estos migrantes eran campesinos que trabajaron la tierra desde su nacimiento, la horticultura comercial la aprendieron aquí…”.
El empresario hace una producción totalmente convencional y cuando [los/as migrantes bolivianos/as] acceden a la mediería, o a arrendar un pedazo de tierra, reproducen ese modelo. Cuando vos hablas con ellos tienen otras miradas, conocen técnicas de una producción distinta pero no las aplican, porque al llegar acá en la primera inserción el empresario en el cinturón hortícola trabaja de este modo y punto, todo lo que traigo desde mi tierra queda sepultado (Entrevista a referente de la Cátedra de Agroecología de la UNLP, 15/10/2019).
Cuando ellos se mudan acá no van directo a alquilar la tierra, se ponen a trabajar para un patrón y ese patrón dispone cómo se trabaja la tierra, y después queda establecido como método efectivo (Entrevista a referente del Área de Juventud, MTE Rama Rural La Plata, 19/2/2021).
Así, la forma de producción es replicada por estos/as productores/as según lo que aprendieron siendo peones y luego medieros, o bien ayudando desde muy pequeños/as a sus padres/madres productores (Martínez, Darío, 2021; Shoaie, Susana y García, Matías, 2021).
Si bien el modelo resulta competitivo, tiene una serie de efectos nocivos de tipo ambiental y social que lo hacen insustentable (Blandi, María Luz et al., 2015). Para aquellas familias menos capitalizadas, la vulnerabilidad resultante de no poder acceder a la propiedad de la tierra, tener que cubrir gastos elevados y fijos de alquiler, servicios y compra de insumos para la producción, y daños a la salud por la constante exposición a agroquímicos, causa que, tarde o temprano, incurran en un endeudamiento difícil de superar y/o que algunos miembros de la familia se vean impedidos de trabajar (Shoaie, Susana y García, Matías, 2020).
Frente a estas condiciones de trabajo, los/as jóvenes, impulsados por sus familiares, buscan salir del sector como forma de acceder a otras oportunidades. Señalan como principales causas de este deseo: el alto grado de sacrificio físico que implica la actividad hortícola, las precarias condiciones laborales y de vida, la inestabilidad económica, la dificultad de acceder a la propiedad de la tierra, y el deficiente acceso a servicios y a infraestructura, entre los cuales el acceso a internet adquiere una importancia nueva y relevante (Garatte, María, 2016,Larrañaga, Juan, 2017, Shoaie, Susana y García, Matías, 2020).
Este intento de salida del CHP sigue hacia diferentes caminos. Como veremos más adelante, algunos/as jóvenes logran continuar sus estudios superiores, o acceder a un empleo. Sin embargo, muchos/as de ellos/as se enfrentan a una serie de desafíos, viéndose obligados o motivados a volver a lo conocido y a dónde son necesitados, la unidad productiva familiar y continuar su trayectoria de vida en la actividad hortícola, donde empiezan a trabajar aportando mano de obra en la quinta familiar o bien como peones o medieros. Tras haber acumulado ahorros, experiencia y conocimiento, y al haber formado una familia, algunos de ellos/as logran alquilar una tierra y se convierten en productores, continuando con la forma de producir aprendida ya sea de sus padres o de sus patrones (Garatte, María, 2016, Larrañaga, Juan, 2017) (Figura 1). Así, es cada vez más común encontrar jóvenes trabajadores y productores de segunda generación (Entrevista a referente del Área de Agroecología del MTE Rama Rural La Plata, 3/12/2021).
Pareciera ser que la situación descrita es más frecuente entre los jóvenes varones. Este fenómeno puede deberse a diferentes factores, uno de ellos es que los hijos suelen quedarse al cuidado de los abuelos en Bolivia hasta terminar la secundaria o hasta que estos últimos fallezcan, y luego se unen al grupo familiar en Argentina. Cuando intentan acceder a la universidad el título que entrega la escuela secundaria en su país de origen no es válido para inscribirse, dado que necesitan un título de Bachiller oficial, el cual implica un trámite adicional de varios meses y el cual muchas veces se desconoce que es necesario (Entrevista a jóvenes universitarios varones de familias horticultoras, 2/11/2022).
Sin embargo, otros de los factores que inciden en que sea más frecuente el ingreso y permanencia de jóvenes mujeres en estudios superiores pueden entenderse desde los roles y relaciones de género. Por una parte, está el hecho de que “la familia percibe que es más útil que [el varón] esté trabajando en la quinta”, privilegiando el estudio de las hijas mujeres. El abandono de varones en la secundaria es alto, según una de las referentes entrevistadas, en la escuela agraria un 50% de los que repiten termina abandonando sus estudios (Entrevista a referente del Área de Agroecología del MTE Rama Rural La Plata, 19/11/2021).
Entre los jóvenes que conozco, que están organizados, las mujeres que pueden estudian, y son más que los varones. Para los varones está predeterminado que tienen que hacer trabajo duro, trabajo fuerte, hay una división sexual del trabajo (Entrevista a referente del Área de Juventud, MTE Rama Rural La Plata, 19/2/2021).
Tengo cuatro hermanos […] ninguno siguió estudiando. A mi hermano menor una vez lo senté y le dije que estudie, y me dice, no soy para el estudio, mi cabeza no es estudio, mi cabeza es trabajar, trabajar, trabajar (Entrevista grupal con jóvenes universitarias mujeres de familias horticultoras convencionales, 20/5/2022).
Inclusive para aquellos varones que logran continuar sus estudios, sienten una constante tensión entre ir a la universidad a “perder el tiempo” y poder estar ayudando a sus padres en el trabajo en la quinta.
Es difícil encontrar algo positivo para que los chicos puedan estudiar […] Los que vienen a estudiar terminan estudiando un poco y trabajando un poco. Tenes que tener una base que te sostenga […] En la quinta no hay horario […] He conocido también amigos, así productores que venían, cursábamos juntos y se dormían en clase […] El tipo trabajaba toda la mañana y parte de la noche, y venía acá, teníamos 4 horas de clase y se dormía, teníamos que levantarlo. Probablemente no iba a terminar bien, no iba a aprobar bien. Llega al punto en que se cansan, es estudio o trabajo. En el caso de mi primo, el hijo de mi tío se recibió de ingeniero electricista, pero demoró como 20 años en recibirse, porque él tenía este tema de estudiar y trabajar, y bueno, los primeros años eligió dejar la carrera y trabajar, hasta que un día su padre le dijo 'no, deja de trabajar y ponete las pilas' y ahí fue aflojándole al trabajo y, poco a poco, todos los años, poquito en poquito, es el único que ha terminado. Tenía otro que estaba en informática, pero ve que sus padres están laburando, y ese es un pensamiento de ellos 'yo voy a la facultad, pierdo mucho tiempo, mis viejos están reventados y otra vez tengo que irme todo el día a perder el tiempo'. El estudio y el trabajo los come mentalmente (Entrevista a jóvenes universitarios varones de familias horticultoras, 2/11/2022).
Generalmente, los varones en las situaciones descritas terminan optando por realizar cursos de corta duración en oficios, que no tienen las exigencias en cuanto al título oficial de bachiller, ni tampoco les implican dejar el trabajo en la quinta por largas horas, además de ser valorados tanto por ellos y sus familiares por tener una salida laboral más inmediata.
Por otra parte, si bien la continuación de los estudios por parte de las mujeres pareciera ser un privilegio, en realidad para muchas es motivada por el sentimiento de que para ellas es más difícil conseguir un trabajo y que están en una situación de vulnerabilidad si dependen de su pareja y son abandonadas con sus hijos/as, entonces necesitan continuar sus estudios para poder tener alternativas.
Para los hombres capaz que es fácil, nosotras después de terminar la secundaria qué vamos a hacer, pero los hombres se meten en cualquier lado a trabajar […] Yo siento que los hombres consiguen más rápido el trabajo, capaz más fácil, trabajando algo piensan ganar más y más rápido (Entrevista grupal con jóvenes universitarias mujeres de familias horticultoras convencionales, 20/5/2022).
Como se mencionó, si bien la situación descrita anteriormente pareciera reflejar la realidad de la mayoría de los/as jóvenes. Sí se encuentran casos de quienes logran continuar y culminar estudios superiores, teniendo que enfrentar grandes desafíos relacionados principalmente al transporte escaso desde las localidades donde viven al centro de La Plata, y el consecuente elevado gasto mensual en remis[3]; los horarios de estudio que implican trasladarse de noche, provocando en ellos/as temor por la inseguridad; el racismo que perciben y sienten en el ambiente universitario y las dificultades para entablar amistad con jóvenes argentinos y vincularse a los centros estudiantiles; la brecha educacional y el nivel académico requerido para ingresar y avanzar en los primeros años, entre otros (Entrevista grupal con jóvenes universitarias mujeres de familias horticultoras convencionales, 20/5/2022 y entrevista a jóvenes universitarios varones de familias horticultoras, 2/11/2022).
Así, encontramos en el CHP diferentes condiciones que inciden en las vivencias juveniles y que van dando forma a diferentes juventudes. Están aquellos/as jóvenes que ayudan en el trabajo hortícola pero no se consideran horticultores, aquellos/as que sí se consideran horticultores pero no necesariamente jóvenes (Lemmi, Soledad, Morzilli, Melina y Castro, Andrea, 2020); están los hijos e hijas de familias horticultoras quienes intentan salir de la actividad y no lo logran, obligados/as a continuar su trayectoria en la horticultura, aquellos/as que sí logran continuar sus estudios en la universidad y escogen carreras alejadas de la actividad, unos/as pocos que estudian ramas afines a la agricultura. Y, también están los/as jóvenes migrantes que llegan al sector y se unen a redes de parentesco.
También coexisten diferentes concepciones de juventud. Soledad Lemmi, Melina Morzilli y Andrea Castro (2020) señalan que en el CHP es común encontrar productores/as que tienen entre 20 y 30 años que no se auto-perciben como jóvenes.
Por lo general, ya los jóvenes de 18 años están trabajando con su padre de manera asociada. En la quinta se da mucho la cultura del trabajo. En la edad de 14 o 15 años ya están en la quinta ayudando. Con 20 años están juntados y con familia. Ahora se está estirando un poco más (Entrevista a referente del Área de Agroecología, coordinación nacional, MTE Rama Rural, 3/12/2021).
Al ser consultados/as los/as jóvenes comentan que para ellos/as ser joven se relaciona principalmente con tener una vida social activa y aún no tener hijos/as. En concordancia con la autopercepción de los/as jóvenes, para las familias la definición de la etapa de juventud pareciera ser corta, comprendiendo los años previos a hacerse cargo de la actividad productiva, acotando esta etapa a la adolescencia.
Por su parte, las instituciones públicas y las organizaciones sociales parecieran manejar definiciones basadas en rangos etarios amplios que van desde los 12 hasta los 35 años de edad, entendiendo que este rango representa a la generación de relevo en las zonas rurales.
El Consejo Nacional de la Juventud de la Agricultura Familiar, Campesina e Indígena, en el que participan jóvenes de organizaciones de productores familiares de zonas periurbanas, incluido el CHP, maneja una concepción de juventud basada en un rango etario entre los 18 y los 35 años, aunque la mayoría de quienes participan se ubican principalmente entre los 23 a 28 años. (Entrevista a referente del Consejo Nacional de la Juventud de la Agricultura Familiar, Campesina e Indígena 6/12/2021)[4].
El MTE Rama Rural también maneja una delimitación amplia de edades, entre los 12 y 30 años, como criterio para la participación de los/as jóvenes en su área de trabajo de juventud (Dávila, Alejandra, 2019)[5].
[Sobre la concepción de edad joven] la nuestra es muy amplia, por lo menos desde el área de jóvenes, la de familias productoras no tanto. Para nosotros todo el que se sienta joven es joven, pero para las familias me parece que no, el concepto de juventud es más acotado. El que puede llevar una quinta adelante dejó de ser joven, es un adulto (Entrevista a referente del Área de Agroecología, MTE Rama Rural La Plata, y docente de la Escuela Agraria N°1, 19/11/2021).
Como se vio en este apartado, en los/as jóvenes que residen en el CHP confluyen una serie de transiciones (figura 2) que están dando surgimiento nuevos actores, juventudes con características antes inexistentes en dicho contexto.
En la siguiente sección se describirán los espacios organizacionales en los cuales comienzan a ser involucrados los/as hijos/as de las familias horticultoras de origen boliviano en el CHP y la mirada hacia esta población joven por parte de las instituciones y organizaciones que impulsan transformaciones en el modelo productivo hacia formas más sustentables de producción.
Si bien el modelo productivo hortícola comercial prevaleciente en el sector existe desde muchas décadas atrás y es una herencia de los preceptos de la Revolución Verde, el establecimiento de familias productoras de origen boliviano, quienes actualmente prácticamente se hacen cargo de la totalidad de la producción hortícola en el periurbano platense es un fenómeno que se comienza a consolidar hace poco más de 20 años. Es decir, los/as hijos/as de estas familias constituyen la primera generación de jóvenes de origen boliviano que crecieron o nacieron en el sector.
Del trabajo de campo realizado, se evidencia, tanto en las instituciones públicas como en las organizaciones de productores, el manejo de un discurso a favor del rol que la juventud podría tener para dinamizar los procesos en marcha. Surge como una posibilidad que así como los programas y proyectos incluyen criterios relacionados a lograr una participación con equidad de género, también puedan contemplar un criterio que asegure la participación de los/as jóvenes (Entrevista a referente del Consejo Nacional de la Juventud de la Agricultura Familiar, Campesina e Indígena, 6/12/2021).
En el caso del MTE Rama Rural en La plata, así como en algunas otras organizaciones representativas del sector, han surgido en los últimos años áreas de trabajo de juventud, buscando constituir un espacio donde los/as jóvenes se puedan “expresar, decir lo que piensan, lo que sienten, generar nuevas ideas, cuestionarse su lugar dentro o fuera de la organización” (Dávila 2019:4). Sin embargo, a las convocatorias de dichas áreas suelen asistir los/as jóvenes de menor edad, o aquellos/as horticultores jóvenes que aún no se han independizado de su hogar. Las temáticas que se abordan principalmente tienen que ver con el racismo y discriminación que los/as jóvenes sienten en la sociedad. El tema del cuidado del medio ambiente también está presente en las actividades del área, así como el interés por danzas y música boliviana, cuestiones que se relacionan con su identidad (Shoaie y García, 2021). Los/as productores/as jóvenes independientes, es decir, que ya no viven con sus padres y/o tienen un hogar propio suelen participar de otras áreas de trabajo de la organización y no del Área de Juventud.
En los últimos años, desde el Área de Agroecología del MTE Rama Rural también se busca involucrar a los/as hijos/as jóvenes de los/as productores en roles de gestión, comercialización y representación política, y se les brindan oportunidades para tales fines (Shoaie y García, 2021). Su mayor facilidad para acceder a información, manejar las computadoras y el internet, hace que se les invite a asumir roles administrativos (Entrevista a referente del Área de Agroecología, coordinación nacional, MTE Rama Rural, 3/12/2021). El Área de Agroecología se inició en 2015 a partir de experiencias concretas de transición hacia una producción agroecológica en algunas unidades productivas de la organización. Hasta el año 2021, más de doscientos productores habían participado de los espacios de capacitación, unas 60 familias comenzaron a transitar hacia una producción agroecológica, y unas 40 comercializan su producción por canales alternativos[6]. De las observaciones realizadas en el año 2022, un 40% de los/as participantes de los talleres de capacitación del Área de Agroecología se ubican entre los 18 y 30 años de edad. Desde el MTE Rama Rural La Plata comentan cómo la inauguración en 2019 de un Centro de Acopio con salas anexas de valor agregado, una plantinera, y una fábrica de bioinsumos, representó una oportunidad para el involucramiento de los/as jóvenes, quienes, por ejemplo, se encargan semanalmente de la producción de bioinsumos para abastecer a los/as productores (Entrevista a referente del Área de Agroecología, coordinación nacional, MTE Rama Rural, 3/12/2021). Destaca también la experiencia de una escuela del MTE creada para que los/as productores y jóvenes puedan culminar la primaria y secundaria, en la cual los profesores han tomado la agroecología como un contenido transversal (Shoaie, Susana y García, Matías, 2021). Existen también acciones que, si bien no se ubican en el CHP, sí involucran a jóvenes de este territorio. Un ejemplo es la creación en 2021 de la Escuela Nacional de Agroecología en Vieytes, Buenos Aires, que en su primer curso, de cuatro meses de duración y realizado en modalidad de alternancia a finales del año 2021, aproximadamente un 70% de los participantes eran jóvenes entre 18 y 25 años, aunque la edad no fuese un criterio. Otra experiencia fue el Encuentro Nacional de Jóvenes Rurales, llevado a cabo en el mismo año con 180 asistentes, en el cual los talleres de agroecología y género lograron una notable convocatoria (Entrevista a referente del Área de Agroecología, coordinación nacional, MTE Rama Rural, 3/12/2021).
Los jóvenes toda esta discusión la vienen viendo y la van procesando. Entonces, es mucho más fácil trabajar en los procesos agroecológicos con los jóvenes y en especial con las compañeras […] Por ahí los productores más viejos cuesta mucho más por una cuestión de miedo […] En muchos casos la familia sigue haciendo convencional por la cuestión de que su padre decide, entonces, muchas veces [el joven promovido por la organización] empieza con sus líneas [surcos]”.Tratamos la integración de los jóvenes en las áreas [de trabajo del MTE Rama Rural]. Muchas veces tenemos un criterio [de género] de 50% varones y 50% mujeres, y se da por hecho que los jóvenes están integrados en todas las áreas, siempre tratando de que estén participando. En las cuestiones más productivas, más comunitarias, también ir integrando los jóvenes como una política del movimiento para generar el arraigo rural. En los grupos más nuevos, por lo general, los coordinadores son los propios productores, gente adulta, pero al poco tiempo, cuando el grupo tiene 2 o 3 años, los jóvenes empiezan a adquirir esos roles […] Género y agroecología son los dos ejes en que la juventud se involucra más […] Lo bueno de que sean compañeros jóvenes es que da proyección hacia futuro a la organización. Si hoy los compañeros jóvenes están organizados, cuando sean adultos van a ser referentes, eso te da un crecimiento cualitativo en la organización (Entrevista a referente del Área de Agroecología, coordinación nacional, MTE Rama Rural, 3/12/2021).
Resulta ilustrador compartir en este punto algunos casos de jóvenes que crecieron en el CHP, en familias horticultoras que se insertaron al modelo convencional hace más de una década, y que al tener la oportunidad de estar vinculados al MTE Rama Rural La Plata y continuar sus estudios superiores escogieron carreras afines a la producción agrícola con una visión de ayudar a sus familiares a transitar hacia formas más sustentables y saludables de producción.
Uno de esos casos es el de Carlos, quien llegó con su familia a Argentina cuando ya tenía un poco más de 10 años. Terminó la secundaria en una escuela del periurbano platense y se inscribió a la universidad para estudiar agronomía. Al poco tiempo sintió que esta carrera estaba dirigida a la producción extensiva y que él y su familia no tendrían oportunidad de aplicar lo que estaba aprendiendo, dado que su producción era en una superficie reducida e intensiva. Paralelamente a través de su participación en el área de juventud del MTE Rama Rural La Plata supo que se abriría una Tecnicatura Universitaria en Agroecología -TUNA-, en la UNLP, misma universidad donde había iniciado agronomía. Al revisar el plan de estudio se sintió atraído a la idea de la agroecología y le pareció que los contenidos sí podrían ser aplicables a su realidad. Así, en el año 2021 con 20 años decidió dejar agronomía e inscribirse a la TUNA, donde además se inscribirían otros/as jóvenes que conocía de la organización. En 2022 inicia los cursos y de forma paralela se le presenta la oportunidad de participar de una capacitación intensiva en agroecología brindada por la Escuela Nacional de Agroecología del MTE Rama Rural. En noviembre 2022 acaba de culminar esta capacitación y actualmente junto con otros jóvenes y adultos productores están desarrollando una parcela agroecológica a nivel comunitario en su localidad. Además, un tío le ha cedido un cuarto de hectárea en su quinta para experimentar con agroecología con la intención de ayudarle a emprender la transición. Actualmente Carlos no solo participa del Área de Juventud del MTE Rama Rural, sino también del Área de Agroecología, y es tesorero de una de las principales cooperativas que es parte de la organización.
Franco, quien también está cursando la TUNA y participa del Área de Juventud del MTE Rama Rural, no ha tenido aún la posibilidad de experimentar con producción agroecológica, y ha decidido como salida laboral capacitarse en oficios de electricista y manipulador de alimentos. Carlos, su amigo, lo ha invitado a sumarse al esfuerzo por desarrollar la parcela agroecológica. En palabras de Franco,
En la quinta, antes de la agroecología, no le veía mucha salida, tenes que alquilar, más los químicos. He visto cómo familiares y amigos están mal de la vista, de la espalda. Me decían que ‘si no queres trabajar en la quinta, buscate un trabajo’, y empecé a hacer los cursos. A veces tengo trabajo de montador [de electricidad], pero capaz que con esto puedo tener un emprendimiento de producción agroecológica para mí (Entrevista a jóvenes universitarios varones de familias horticultoras, 2/11/2022).
Así como Carlos y Franco, comienzan a surgir otros/as jóvenes, que ante un contexto que brinde las oportunidades pueden desarrollar su potencial latente, convertirse en un/a agente que protagoniza procesos de transformación productivos, que a su vez se vinculan con cambios sociales. Dos hermanas de 20 y 18 años entrevistadas, también de familia horticultora de origen boliviano, quienes llegaron cuando tenían menos de 10 años a Argentina, y a quienes llamaremos Romina y Gladys, manifiestan una preocupación similar a la de Carlos y Franco,
Decidí [estudiar la TUNA] porque quería un cambio, por la salud de mi papá. Yo creo que la manera convencional es lo que más le afecta a un productor, y la agroecología es como una forma más segura en sí. Con los agroquímicos, mi papá nos comenta, solo con curar ya le arde la piel. Te tienes que proteger, pero mi papá y la mayoría de los que trabajan en las quintas no se cuidan así. No quieren porque es un poco más difícil, más aún en el verano. Incluso mi papá se compró esas cosas [equipo de protección: capa, máscara, guantes, etc.] porque ya le arde la piel al curar, pero dice que es muy incómodo y no avanza, y si no avanza y no curas constantemente los bichos afectan la producción, son dos hectáreas. Eso me empujó un poquito, igual ya había participado de una charla de agroecología, después inicié la diplomatura y fue algo que me lanzó más hacia la Tecnicatura (Entrevista grupal con jóvenes universitarias mujeres de familias horticultoras convencionales, 20/5/2022).
La familia de Romina y Gladys participa de las actividades del MTE Rama Rural, y a pesar de ser productores convencionales, en su quinta suelen realizarse talleres del Área de Agroecología y ambas jóvenes participan del Área de Juventud.En los casos anteriores, como en otros que están siendo estudiados, el rol de la organización resulta clave para brindar un contexto favorecedor. Se percibe en el MTE Rama Rural La Plata, una visión en cuanto a la importancia del involucramiento de las juventudes en los procesos de cambio que vienen siendo impulsados y se comienzan a implementar acciones y delinear posibles estrategias en este sentido.
Las juventudes que comienzan a emerger en el CHP tienen un rol, ya sea en la reproducción de las condiciones de vida prevalecientes en el sector o en el cuestionamiento del modelo productivo que acarrea hacia dichas circunstancias y en el impulso de procesos de cambio. Comienza a evidenciarse el papel de las organizaciones en el reconocimiento de las características propias de la etapa de juventud y en la generación de un contexto que favorezca su involucramiento.
A su vez, es necesario tomar en cuenta la serie de transiciones que convergen y dan forma a estas juventudes, a fin de poder reconocer la complejidad de las relaciones sociales, productivas y de poder que existen en el sector. Específicamente estas transiciones se refieren a la adaptación que conlleva el proceso migratorio y la construcción de nuevos sentidos de pertenencia; su residencia en el periurbano, un territorio de interfase entre lo rural y lo urbano y sus esfuerzos por llevar adelante el tránsito hacia nuevas oportunidades; y los cambios en marcha en las concepciones y miradas que existen hacia la juventud como etapa en la vida del individuo y como grupo social.
Resulta importante que estas nuevas juventudes no sean vistas solamente como una generación de relevo de formas ya establecidas de organización y liderazgo, sino que, en las oportunidades que se les habiliten, puedan cuestionar y replantear las relaciones existentes. Existen casos de jóvenes que demuestran el interés de este grupo poblacional, que creció o nació en el CHP, por acceder a espacios, conocimientos y herramientas que les permitan transformar su situación a nivel individual y familiar, y dar cabida a sus aspiraciones de mejores condiciones de vida.