Bienes Comunes y Sociedad

Regímenes alimentarios y periodos de acumulación: recuperando el rol de la regulación política

Food regimes and periods of accumulation: recovering the role of policy regulation

Oscar Alberto Carballo Hiramatsu
CCT-CONICET, Argentina
Jorge Daniel Ivars
CCT-CONICET, Argentina

Regímenes alimentarios y periodos de acumulación: recuperando el rol de la regulación política

Millcayac, vol. X, núm. 18, 2023

Universidad Nacional de Cuyo

Recepción: 23 Noviembre 2022

Aprobación: 18 Febrero 2023

Resumen: El presente trabajo constituye una reflexión histórico-teórica que vincula el devenir de los distintos regímenes alimentarios internacionales (RAI) con los periodos históricos de acumulación del capital, enfatizando en las condiciones históricas y políticas a partir de los cuales estos modos de regulación sectoriales y agroalimentarios tuvieron lugar. A través de una exhaustiva revisión teórica, analizamos la expansión geográfica del capitalismo en el primer RAI; el periodo excepcionalmente reformista que caracterizó al segundo RAI y, finalmente, neoliberalismo en el tercer RAI. En las conclusiones resaltamos que la producción y el comercio de alimentos han jugado un importante papel en su rol de apuntalar las industrializaciones masivas que acompañaron cada uno de los periodos de acumulación. Estos sucesivos periodos de acumulación se basaron en la expansión de las fronteras de la ecología mundo capitalista, que supusieron una importante ampliación del mercado, enormes procesos de proletarización de campesinos y la extracción acelerada de plusvalores ecológicos.

Palabras clave: alimentos, regímenes alimentarios, periodos de acumulación, economías no capitalistas.

Abstract: This paper is a historical-theoretical reflection that links the evolution of the different international food regimes with the historical periods of capital accumulation, emphasising the historical and political conditions under which these sectoral modes of agri-food regulation took place. Through an exhaustive theoretical review, we analyse the geographical expansion of capitalism in the first international food regimes; the exceptionally reformist period that characterised the second international food regimes; and, finally, neoliberalism in the third international food regimes. In the conclusions we highlight that food production and trade have played an important role in underpinning the massive industrialisations that accompanied each of the periods of accumulation. These successive periods of accumulation were based on the expansion of the frontiers of capitalist world ecology, which involved a major expansion of the market, huge processes of proletarianisation of peasants and the accelerated extraction of ecological surplus value.

Keywords: food, food regimes, periods of acumulation, non-capitalist economies.

Introducción

La noción de “régimen alimentario internacional” (RAI en adelante) fue acuñada por Harriet Friedmann y Philip McMichael a fines de la década de 1980. Este concepto “vincula relaciones internacionales de producción y consumo con formas de acumulación distinguiendo periodos de transformación capitalista” (1989: 95). En dicho trabajo destacaron la profunda interrelación existente entre agricultura e industria en el desarrollo del capitalismo a partir del segundo tercio del siglo XIX. Su análisis se centra en los distintos arreglos políticos establecidos en torno a la producción y los intercambios alimentarios en diferentes periodos históricos, partiendo de los desarrollos de la escuela de la regulación. Por ello, identifican a los diferentes regímenes alimentarios como modos de regulación que han regido el comercio y la producción alimentaria a nivel internacional desde fines del siglo XIX.

El uso de los conceptos de la Escuela de la Regulación es uno de los factores que despertó más críticas a su propuesta. En particular cuando se intentó extender la concepción de los modos de regulación fordista/posfordista a la producción agraria (Goodman, David y Watts, Michael, 1994). Frente a las críticas recibidas y con los desarrollos subsiguientes de la noción de régimen alimentario, sus autores fueron adoptando una perspectiva que priorizó una aproximación histórica por sobre sus elementos teóricos (McMichael,1996).

Por el contrario, en este trabajo rescatamos su anclaje teórico comprendiendo a los regímenes alimentarios como modos de regulación sectoriales de la producción agrícola y alimentaria a nivel global, impulsados por grupos con pretensión hegemónica, pero que deben lidiar con bloques locales y las particularidades de cada formación social. En este trabajo pretendemos mostrar cómo los distintos regímenes alimentarios que se desarrollan de modo singular en cada formación social responden a dinámicas de acumulación globales del capital. A través de una exhaustiva revisión teórica el presente trabajo vincula el devenir de los distintos regímenes alimentarios con los periodos históricos de acumulación del capital. Así en un primer momento desarrollamos la noción de periodos de acumulación en estrecha vinculación la concepción de ecología-mundo capitalista de Jason Moore. Esta dupla nos permite, en los apartados posteriores, analizar el anclaje político y ecológico de los sucesivos regímenes alimentarios. En los tres apartados subsiguientes dedicados a cada uno de los RAI, destacamos la importancia que tiene para un desarrollo acelerado del capitalismo, el avance sobre formas de economía no capitalistas, los enormes procesos de proletarización de campesinos que ello implica y la necesidad de una extracción acelerada de plusvalores ecológicos que las sustente.

La noción de periodos de acumulación como anclaje real de los RAI

El enfoque de la regulación parte de considerar las relaciones sociales de producción en el capitalismo como contradictorias, tanto en la relación capital-trabajo como entre los mismos capitalistas. Contrario a la concepción de la economía neoclásica, para los regulacionistas estas contradicciones no pueden autorregularse. Por ello los mecanismos de mercado deben ser complementados o directamente reemplazados por regulaciones colectivas. Regulaciones que se establecen a partir de relaciones de fuerza entre los distintos grupos en pugna.

Según Michel Aglietta entonces un “modo de regulación es un conjunto de mediaciones que aseguran que las distorsiones creadas por la acumulación de capital se mantengan dentro de unos límites compatibles con la cohesión social dentro de cada nación” (2001: 19). Un modo de regulación tiende a estabilizar la acumulación del capital de una forma determinada. El éxito de un modo de regulación contribuye a dar forma a un régimen de acumulación. Entendiendo a este último como “un conjunto de regularidades que aseguran una progresión general y relativamente coherente de la acumulación del capital” (Boyer, Robert, 1989: 59).

Como menciona Aglietta (2001), los modos de regulación admiten variedades nacionales o locales. Esta conceptualización también puede aplicarse parcialmente a distintas escalas, como se hace con la noción de RAI sobre la rama alimentaria. Pero no debe olvidarse nunca que a “nivel sectorial no puede corresponderle más que una regulación incompleta, que sólo adquiere sentido con la regulación económica en su conjunto” (Saillard, 1997: 100). Por el contrario, el régimen de acumulación resulta irreductible a un sector de la economía en particular.

En el desarrollo que presentamos a continuación reemplazamos el término “regímenes de acumulación” de carácter teórico propio del esquema regulacionista, por el de periodos de acumulación del capitalismo. Este último enfatiza en el carácter histórico del análisis por lo cual resulta inseparable del desarrollo del capitalismo y sirve como punto de partida para ubicar los diferentes modos de regulación que condensa cada RAI y las configuraciones locales en que se fueron articulando.

El debate sobre periodos de acumulación tiene un origen marxista pero fue extendiéndose incluso a la economía académica, de los cuales la obra de Schumpeter es una de las más difundidas (Mandel, Ernest, 1995; Dos Santos, Theotonio, 1998). La noción de periodos de acumulación del capitalismo fue acuñada por León Trotsky (2001) en su discusión con el economista ruso Kondratiev. Este último distinguía ciclos de largo plazo en la historia del capitalismo, con fases ascendentes y descendentes a los que denominó “ondas largas”. Con una duración aproximada de 50 años respondían, siguiendo al autor, al tiempo de maduración de grandes inversiones (Katz, 2001).

Trotsky rechazó la idea que las fluctuaciones pudieran tener un carácter periódico producto del desempeño de factores internos del capitalismo. El teórico ruso prefería hablar de épocas o periodos históricos del capitalismo, cuyas curvas de desarrollo podían adoptar formas ascendentes, descendentes o estancadas. Su carácter y duración estaba dado por factores casuales y exógenos al desarrollo capitalista, tales como “la adquisición para el capitalismo de nuevos países y continentes, el descubrimiento de nuevos recursos naturales y, en el despertar de éstos, hechos mayores de orden "superestructural" tales como guerras y revoluciones” (Trotsky, León, 2001: 5).

En “La acumulación del capital”, Rosa Luxemburg (2011) describe la importancia que ha tenido para el desarrollo histórico del capitalismo el avance sobre formas de producción no capitalistas. La teórica y revolucionaria alemana analizó las condiciones históricas en que el capitalismo fue abriéndose paso “en un medio social no capitalista” (2011: 179) y como la introducción de la economía de mercancías en nuevos territorios generó enormes posibilidades de expansión para el capital ya acumulado.

El capital inactivo no tenía en el propio país posibilidad alguna de acumularse, ya que no existía demanda del producto adicional. En cambio, en el extranjero, donde no se ha desarrollado aún una producción capitalista, surge, en capas no capitalistas, una nueva demanda, o es creada violentamente. (…) Lo fundamental es que el capital acumulado del país antiguo, encuentre en el nuevo una nueva posibilidad de engendrar plusvalía y realizarla, esto es, de proseguir la acumulación. (Luxemburg, 2011: 210).

En su exposición lleva hasta la máxima expresión la importancia de las formas no capitalistas para la acumulación del capital, subordinando la reproducción ampliada del capital al avance sobre las mismas. Para la autora, “el capitalismo necesita, para su existencia y desarrollo, estar rodeado de formas de producción no capitalistas” (Luxemburg, 2011: 179). En el proceso de multiplicación y consolidación de las relaciones de producción capitalista se destruyen estas capas no capitalistas lo cual estrecharía cada vez más el mercado en el cual realizar la plusvalía. Mientras más se aproximare a este límite teórico, la acumulación del capital chocaría constantemente contra un mercado con capacidad de consumo limitado ocasionando constantes desequilibrios intersectoriales y crisis de sobreproducción.

Karl Marx en el Grundrisse (2007) objetaba argumentos similares en su discusión con Proudhon; pero no debemos descartarlos sino que podemos comprenderlos ocupando un lugar subordinado, aunque con un considerable peso, en el marco de la teoría del valor. Según Marx, Proudhon afirmaba que no era posible que los obreros pudieran comprar las mercancías para su subsistencia y al mismo tiempo pagar el beneficio del capitalista. Por su parte y en la misma línea de pensamiento, Luxemburg (2011) afirmaba que si los intercambios se produjeran en una sociedad que sólo contara con relaciones capitalistas de producción no podría darse una reproducción ampliada del capital, ya que para realizar la plusvalía se necesitaría que los capitalistas y obreros consuman la totalidad de sus ingresos. En este caso, no habría acumulación de capital, sólo se alcanzaría la reproducción simple.

Marx, por el contrario, afirmaba que no existían limitaciones teóricas para la reproducción ampliada del capital, aún bajo el supuesto teórico de una sociedad compuesta exclusivamente por relaciones capitalistas de producción. Según él, esto era posible ya que a partir de aumentar la extracción de “plusvalor relativo”, el valor de una mercancía puede descender por debajo del valor determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario, al menos por el tiempo que tardan en generalizarse las condiciones de producción que produjeron tal aumento. Pero a medida que esto ocurre aumenta, de manera creciente, el capital constante por sobre el capital variable. Este movimiento para relanzar la extracción de plusvalor relativo y su disminución a medida que se generalizan las condiciones de producción que la hicieron posible, constituye el eje de la tendencia a la caída de la tasa de ganancia propuesta por Marx.

A pesar de sus implicancias teóricas de poder perpetuarse en el tiempo, se trata de un proceso con fuertes contradicciones intrínsecas. La acumulación del capital debe superar la barrera que le impone enfrentarse en el intercambio a la demanda limitada de los obreros aumentando el plustiempo de trabajo (es decir el tiempo de trabajo que se apropia gratuitamente el capital), sin que por ello se reduzca aún más el poder de compra de los mismos. Por ello, para proseguir la acumulación, debe renovar constantemente las fuerzas productivas para obtener del mismo trabajo un plustiempo mayor que el tiempo de trabajo socialmente necesario. Sin embargo, cuando esto no se produce, el plusvalor decrece y el mismo trabajo se torna innecesario para el capital.

Más allá de esta posibilidad teórica, Marx (2009) identifica algunas causas que pueden contrarrestar la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, las cuales desarrolla brevemente en el Tomo III de El Capital. Entre ellas menciona: la elevación del grado de explotación del trabajo, la reducción del salario por debajo de su valor, el abaratamiento de los elementos del capital constante, la sobrepoblación relativa, el aumento del capital accionario y por último el que aquí nos interesa, el comercio exterior. Sin embargo, como señala Farshad Araghi (2003) desde el punto de vista metodológico, en su obra Marx realiza una argumentación que se ciñe estrictamente al desarrollo teórico de la ley del valor prescindiendo de una fuerte correlación histórica. Por el contrario, Luxemburg (2011) realiza su análisis bajo una fuerte impronta histórica.

Ernest Mandel (1995), siguiendo las ideas de Trotsky, plantea la idea de ondas largas en el desarrollo del capitalismo. Éstas son producto de factores económicos internos, factores exógenos y su mediación a través de la lucha de clases. Para el autor una teoría de las ondas largas en el capitalismo “sólo podía ser una teoría de la acumulación del capital o, dicho de otro modo, una teoría de la tasa de ganancia” (1995: 7). Dicho en otros términos, los periodos de acumulación muestran la evolución de la tasa de ganancia, en relación a su movimiento interno por aumentar la extracción de plusvalía relativa, como también a los momentos históricos que facilitan/restringen el desarrollo de sus contratendencias. Así, el avance sobre territorios y formas de producción no capitalistas se han convertido, en diferentes momentos históricos, en unas de las contratendencias más poderosas para proseguir la acumulación acelerada del capital, dando forma a los diferentes periodos de acumulación del capitalismo.

En esta misma lógica, Jason Moore ofrece una mirada desde la historia ecológica del capitalismo, incluso planteando que la economía-mundo capitalista es en realidad una ecología-mundo capitalista, en tanto la generación de valor es, propiamente, una forma de organizar la naturaleza (Moore, 2013). Es decir, que la historia del capital, y sus condiciones preexistentes se basan en un conjunto globalizador de relaciones de valor (Moore, Jason, 2013) cuyo origen se remonta, incluso, tres siglos antes de la revolución industrial. Esta perspectiva nos permite evitar el falso dualismo sociedad/naturaleza, tan propio de las epistemologías realistas (Escobar, Arturo, 2010). En este sentido, Moore (2020: 118) agrega que la “modernidad es, por consiguiente, un descomunal proyecto de control. Lleva a cabo todo tipo de procedimientos cuantificadores y clasificadores dirigidos a identificar, obtener y regular naturalezas históricas al servicio de la acumulación”.

Ahora bien, estos procedimientos no están solamente destinados a mercantilizar las naturalezas humanas y extrahumanas, sino que uno de los objetivos fundamentales de estos esfuerzos son, precisamente, la apropiación de trabajo/energía no remunerado, tal como ya lo había señalado Rosa Luxemburg. Para Moore, las grandes depresiones se resolvieron “mediante revoluciones ecológico-mundiales que crean oportunidades para obtener ganancias imprevistas. Esas nuevas oportunidades dependen de la restitución de los Cuatro Baratos, la esencia del excedente ecológico-mundial” (Moore, 2020: 119). Es decir, en el acceso a cuatro factores obtenidos a valor inferior al costo: alimentos, fuerza de trabajo, materia y energía.

La expansión geográfica del capitalismo y el primer régimen alimentario

Tiempos de auge

Hacia 1840 el capital industrial británico había alcanzado un grado de desarrollo tal, en relación a sus competidores, que asumió como bandera el libre comercio y la libre concurrencia. Tal era el grado de confianza de los industriales británicos en sus propias fuerzas que para el periodo 1840-1860 consideraban incluso útil e inevitable la emancipación de sus colonias (Lenin, 1975). En este periodo se saldó también la disputa entre industriales y terratenientes en Gran Bretaña con la revocación en 1846 de las leyes del maíz; poniendo fin a las trabas sobre las importaciones de grano que habían protegido a los granjeros y terratenientes británicos (Bernstein, 2012).

Este hecho expresaba el límite al que había llegado la agricultura de Gran Bretaña para satisfacer la demanda de una enorme y creciente población de obreros industriales y desplazados del campo. Desde la década de 1750 la agricultura británica había comenzado a dar muestras de un estancamiento en sus rendimientos. En respuesta, la “segunda revolución agrícola” trajo consigo la ruptura de la agricultura como un ciclo cerrado, incorporando de forma creciente insumos externos en forma de abonos naturales y químicos. Sin embargo, la producción nacional nunca alcanzó a cubrir la demanda de alimentos; contribuyendo así a la pauperización generalizada de la clase obrera que llegó a límites insostenibles hacia mediados del siglo XIX (Rioux, Sébastien, 2018).

La disputa entre industriales y terratenientes británicos reflejó las trabas que imponía el mercado nacional para el desarrollo del capitalismo. “Las importaciones permitieron al capital europeo evadir los límites de la acumulación planteada por la propiedad de la tierra a través de los altos precios de los alimentos” (Friedmann,y McMichael1989: 101). Atados a la producción agrícola local los industriales británicos hubieran visto decrecer no sólo la tasa de ganancias, sino también la especialización industrial del país. La importación de alimentos baratos posibilitó entonces, por un lado, aumentar la extracción de plusvalía relativa reduciendo el valor de los bienes-salario del creciente proletariado industrial, y por otro lado, contribuyó a sostener el éxodo rural “liberando” más fuerza de trabajo a disposición de la industria (Marini, 2008).

Sin embargo, la apertura de importaciones de alimentos no solucionó de inmediato el problema. Desde la abolición de la ley del maíz hubo que esperar casi 30 años para ver algunas mejoras en las condiciones de vida de la clase obrera británica (Rioux, 2018). Para poder satisfacer esta demanda había que crear toda una infraestructura y una producción mercantil de alimentos inexistente hasta ese momento. De esta forma, la posibilidad de importar alimentos amplió enormemente las posibilidades de acumulación del capital y con ella se incrementó exponencialmente la exportación de capitales británicos, al que luego se unirían diversos capitales europeos. Estas exportaciones estaban destinadas la construcción de ferrocarriles, puertos, constitución de bancos y todo tipo de sociedades comerciales. La exportación de capitales financió la puesta en producción de las grandes planicies de EEUU, Argentina, Canadá y Australia (Bernstein, Henry, 2012). La construcción de toda esta infraestructura no sólo proporcionaba una renta o beneficios sobre capitales que no hallaban grandes retornos en su país de origen, sino que además generaban una ampliación extraordinaria de la demanda para sus industrias.

Sin embargo, no se trató de una expansión pacífica de las relaciones comerciales, sino que ello implicó una colosal lucha por la introducción de la economía de mercancías, que incluyó la descampesinización y migración masiva de población europea hacia las colonias de asentamiento[1] (Friedmann, Harriet y McMichael, Philip, 1989), y el genocidio y proletarización forzada de poblaciones originarias y criollas. Citando a Rosa Luxemburg, “toda nueva expansión colonial va acompañada, naturalmente, de esta guerra tenaz del capital contra las formas sociales y económicas de los naturales, así como de la apropiación violenta de sus medios de producción y de sus trabajadores.” (2011: 180).

Frente a su fracaso para lidiar con el creciente poderío económico de Gran Bretaña, los Estados europeos abandonaron las doctrinas mercantilistas y adoptaron “activas medidas estatales [que] apuntalaron el liberalismo económico del tercer cuarto del siglo XIX, las cuales promovieron la movilidad de la tierra, el trabajo, capitales y mercancías” (Friedmann y McMichael, 1989: 99). Al mismo tiempo algunas colonias británicas, como Canadá, Australia, Nueva Zelanda, ganaron su independencia y se desarrollaron a partir de las exportaciones agropecuarias hacia el mercado europeo. Estos dos procesos configuran lo que Friedmann y McMichael (1989) llaman el ascenso del sistema de estados-nación que constituye una de las características centrales del 1er RAI. Para los autores, significó un salto cualitativo en los intercambios comerciales, ya que implicó la ruptura de los sistemas coloniales protegidos y el paso hacia un comercio mundial entre estados independientes.

Siguiendo a Friedmann y McMichael, el 1er RAI estuvo centrado principalmente en el intercambio de trigo y carne proveniente de las “colonias de asentamiento” por bienes industriales, trabajo y capital provistos por los países europeos. Paralelamente en materia de intercambios alimentarios, los sistemas coloniales continuaron abasteciendo a la metrópolis de bienes complementarios a sus climas templados y otras materias primas agrícolas.

Tiempos de crisis

Sin embargo, tan pronto como hubo enraizado el gran capital en los estados más poderosos de Occidente, los mismos comenzaron a desplegar medidas proteccionistas con el fin de garantizar a sus industrias condiciones privilegiadas de acumulación. Al mismo tiempo, el paso del capitalismo a su fase monopólica reavivó de forma acelerada la carrera por el reparto del mundo entre las potencias imperialistas. Esta carrera llegó a su auge en 1914 con el estallido de la I Guerra Mundial.

Durante cuatro años la guerra se convirtió en el factor económico principal. Uno de los saldos de la guerra fue la destrucción de una enorme masa de capital acumulada por el capitalismo europeo. “Los británicos [perdieron] aproximadamente una cuarta parte de sus inversiones mundiales durante la guerra” y “los franceses (…) la mitad” (Hobsbawn, 1999: 104), en tanto Alemania salió de la guerra desmembrada y endeudada. Por el contrario EEUU dejó de ser un país históricamente deudor para convertirse en el principal acreedor de las potencias europeas (Rapoport, 2000). Como señalaba León Trotsky:

El aparato productivo superdesarrollado durante la guerra no puede ser utilizado totalmente a causa de la falta de mercados. (…) El mercado mundial está desorganizado. Europa tiene necesidad de los productos norteamericanos, pero no puede ofrecerle a los EEUU ningún equivalente. Europa está anémica, EEUU atrofiado (2017: 178). (…) Para restaurar la economía europea, en reemplazo del aparato de producción destruido durante la guerra, sería necesario crear una masa nueva de capital” (2017: 184).

Al surgir EEUU como principal potencia financiera e industrial, frente a una Europa debilitada, la acumulación de los capitales norteamericanos fue febril. Sin embargo, el rápido desarrollo industrial en los EEUU se enfrentó, más que nunca, a una insuficiente ampliación de los mercados en los cuales realizar la plusvalía. Los excedentes se volcaron al mercado financiero tanto interno como externo, constituyéndose en la única “fuerza expansiva” de la demanda (Woytinsky, 1945: 27). Este conjunto marcaba una gran diferencia con el periodo del predominio británico, el cual continuamente había abierto nuevos mercados en los que colocar mercancías y capitales realizando así la plusvalía.

El crack financiero de octubre de 1929, desató con crudeza los enormes desequilibrios de la economía capitalista a nivel mundial. Las respuestas proteccionistas de las potencias terminaron por estrechar aún más los mercados, en especial para los EEUU que no poseían un gran imperio colonial. Gran Bretaña y Francia pudieron “refugiarse” en sus mercados coloniales exprimiendo “aún más a las poblaciones de granjeros que eran sus súbditos en Asia y África” (Bernstein, 2012: 100).

La culminación del reparto del mundo, con la consecuente limitación de proseguir la acumulación acelerada por esta vía y la época de guerras y crisis que derivó de este hecho son los factores principales que explican la “época declinante del capitalismo” (Mandel, Ernest, 1995: 82) del periodo de entreguerras. La crisis de 1929 trajo consigo el fin del libre comercio, y obligó a replantear el papel del Estado en la economía. La propuesta keynesiana sostenía que se debía aumentar la demanda a través del gasto estatal, principalmente en obra pública tanto con fines de reactivar la economía como para descomprimir el descontento social. En materia agropecuaria, este pensamiento dio inicio a formas de regulación de la oferta y subvenciones a productores a través de medidas como precios mínimos y compra de excedentes. Sin embargo la crisis también agudizó la lucha de clases facilitando, en última instancia, el ascenso al poder del fascismo. En palabras de Eric Hobsbawn (1999), esto último “fue la consecuencia política más importante y siniestra de la Gran Depresión. Las puertas que daban paso a la segunda guerra mundial fueron abiertas en 1931” (p.111).

Contexto histórico de un 2do RAI excepcionalmente reformista

Tiempos de auge

La destrucción sin precedentes alcanzada en esta nueva guerra, puso en la agenda de los gobiernos de las potencias aliadas la necesidad de sentar nuevas bases para la reorganización de la economía de posguerra. En un principio el eje estuvo puesto en garantizar la reconstrucción y la estabilidad económica de los países afectados por la guerra (Mendes Pereira, João, 2014). Sin embargo, la delicada situación económica de Europa y la consecuente amenaza que suponía la “marea roja”, fijaron las condiciones para lo que Farshad Araghi (2003) denominó un “periodo excepcionalmente reformista del capitalismo mundial” (p.51).

Con el inicio de la Guerra Fría a partir de la doctrina Truman en 1947, las tímidas medidas iniciales dieron paso al masivo Plan Marshall. La transferencia de 13,5 billones de dólares a los países de Europa occidental en condiciones ampliamente favorables no tenía precedente alguno e implicó la cesión de poco más del 4 % del PBI de los EEUU a sus aliados europeos (Mendes Pereira, João, 2014). A su vez en el plano político los gobiernos de diferentes signos políticos de las potencias occidentales aceptaron “que el Estado debía concentrar su atención en el pleno empleo, en el crecimiento económico y en el bienestar de los ciudadanos” (Harvey, David, 2007: 17). Las políticas keynesianas dirigidas a aumentar la demanda a través del gasto estatal se transformaron, bajo el pacto trabajo-capital de posguerra, en variadas formas de redistribución social (Caparróz, Rafael, 1999).

Sin embargo, Thomas Piketti (2014) plantea que el crecimiento acelerado se circunscribió particularmente a Europa continental, mientras que los países que no fueron masivamente afectados por la guerra, como Gran Bretaña y EEUU, experimentaron tasas de crecimiento moderadas. Por lo que atribuye este crecimiento a una recuperación del retraso acumulado con respecto a los EEUU en el periodo 1914-1945. En otras palabras, recuperar “el atraso acumulado” constituyó la restauración del equilibrio capitalista perdido en 1914 y la acumulación de una “masa nueva de capital” (Trotsky, 2017: 184) europeo. Esto no fue un hecho fortuito, sino que es imposible desvincularlo del virtual abandono de la exportación de capitales europea al menos hasta la década de 1960, para centrarse en la reconstrucción de sus países y de la histórica transferencia de capital entre imperialismos a los fines de contener la “marea roja”.

La reconstrucción europea se llevó adelante bajo un fuerte proteccionismo, tolerado por EEUU (Friedman y McMichael, 1989), que buscó recrear a nivel nacional economías con un balance intersectorial entre industria y agricultura. Lo que no excluyó que las economías europeas y norteamericana se complementaran e integraran en ciertos intercambios. En materia agropecuaria el Plan Marshall permitió a EEUU colocar sus excedentes de granos en Europa, subvencionando a sus granjeros mientras la segunda reconstruía su agricultura. Como mencionan Sam Moyo y Paris Yeros (2008) “Europa protegió el trigo y los productos lácteos con apoyo de los Estados Unidos, mientras que eximía el maíz y la soja estadounidense de los controles de importación de su CAP[2], comprándolos, de hecho, con los fondos del Plan Marshall” (p.27). Luego a medida que fue progresando la recuperación de la agricultura, Europa comenzó a replicar las prácticas norteamericanas para colocar sus excedentes bajo la Política Agraria Común (Bernstein, 2016). Este conjunto provocó que los antiguos proveedores de granos, como Argentina, se vieran privados de sus mercados tradicionales y con una fuerte presión a la baja del precio de los mismos.

Paralelamente se gestó en este periodo una acelerada transformación técnica de la producción agrícola que derivó en la “revolución verde”. Para Jason Moore (2010) cada gran ciclo de acumulación capitalista implicó una revolución agrícola capaz de sostener proletarizaciones masivas. Tales revoluciones implican un salto en la extracción de un plusvalor ecológico suficientemente grande para proveer alimentos baratos de manera que el costo de los mismos no debilite el ciclo de acumulación; en otras palabras apuntalar la extracción de un plusvalor relativo a través de la reducción de los bienes salario. En el 2do RAI esta meta se alcanzó a fuerza de una acelerada subsunción del proceso de trabajo agrícola a las industrias proveedoras de insumos y maquinaria. Así, entre 1950 y 1990 la producción mundial de granos se triplicó, propulsado por un aumento de los rendimientos por hectárea a la vez que su precio descendió un 60 % (Moore, 2010). A partir de ello la producción agrícola comenzó a convertirse, cada vez más, en un encadenamiento intersectorial liderado por “capitales agroalimentarios”. En un primer momento ello ocurrió en el sector de alimentos procesados e industrializados, así mismo el complejo de la carne y luego también en la producción y comercio de granos (Friedmann y McMichael,1989).

Finalizado el Plan Marshall y en el marco de la Guerra Fría, las políticas de EEUU para colocar sus crecientes excedentes de granos se extendieron, bajo la forma de ayuda alimentaria, hacia América Latina y a los países de África y Asia recientemente descolonizados[3]. En éstos últimos, la independencia profundizó el declinar de sus antiguas exportaciones, que ya venían siendo sustituidas en las metrópolis por productos industriales. Agotada la economía de especialización agrícola, comenzaron a transitar una senda hacia la industrialización; al igual que había ocurrido con los principales países de América Latina a partir de la crisis del 30. Los EEUU apuntalaron esta industrialización con grano barato sirviendo a sus intereses geopolíticos y al mismo tiempo beneficiando a sus inversiones allí radicadas. “De este modo la proletarización en el Tercer mundo lejos de depender de un mercado nacional de alimentos ocurrió a través de granos americanos importados, a expensas de la producción agrícola doméstica” (Friedmann y McMichael, 1989: 104).

Por otro lado aquellos países del Tercer Mundo que pudieron desarrollar un cierto equilibrio entre agricultura e industria favorecieron el desarrollo de procesos limitados de campesinización. Bajo la mirada de los proyectos desarrollistas el campesino debía convertirse en proveedor de alimentos baratos para la creciente clase obrera industrial. Para ello se impulsaron numerosas políticas, desde reformas agrarias (o congelamiento de arriendos como en Argentina) buscando eliminar la renta terrateniente; o transferencias tecnológicas para aumentar los rendimientos por hectárea en concordancia con la “revolución verde” que permitió el incremento de la productividad agrícola a través de nuevas prácticas y tecnologías que incluyen la mecanización, el uso masivo de fertilizantes, plaguicidas y aplicación de tecnologías de riego. Al mismo tiempo esta mecanización y quimización de la agricultura permitió liberar enormes reservas de fuerza de trabajo rural que fluyó del campo a la ciudad. Mediante estos mecanismos el Estado garantizó la transferencia de parte del excedente campesino a la industria, vía alimentos, materias primas y fuerza de trabajo baratas (Rubio, 2001).

La política de granos baratos de EEUU en un mercado mundial contraído y el crecimiento de los complejos agroalimentarios en el marco de la revolución verde apuntalando la recuperación y la industrialización de posguerra constituyen las principales características del 2do RAI. Podemos decir entonces que la reproducción ampliada “limitada” del capitalismo en este periodo se llevó adelante principalmente al interior de las fronteras nacionales. Es decir que el nuevo ciclo no se basó únicamente en una renovación tecnológica de la tasa de ganancias, sino principalmente en su relanzamiento vía la ampliación del mercado que implicó la reconstrucción de Europa y la industrialización y el avance del capitalismo en los antiguos “interiores rurales” de las metrópolis. Todo esto en un marco de creciente “restricción geográfica” (Mandel, 1995: 49) del capitalismo producto de la expansión del campo socialista.

Tiempos de crisis

Hacia fines de la década de 1960, la recuperación del capitalismo europeo y los límites de la industrialización en el Tercer Mundo fueron poniendo fin al auge de posguerra. La caída de la tasa de ganancia se manifestó a través del estancamiento económico, la progresiva disminución de las inversiones de capital y una creciente saturación de los mercados (Caparróz, 1999). “En todas partes se hacían evidentes los signos de una grave “crisis de acumulación de capital”. El crecimiento tanto del desempleo como de la inflación se disparó por doquier anunciando la entrada en una fase de “estanflación” global…” (Harvey, 2007: 18). Por primera vez las políticas keynesianas se mostraban “incompatibles con las exigencias de la acumulación del capital” (p.19).

Una inédita masa de capitales no reinvertidos en el proceso productivo fluyó a los mercados financieros recientemente desregulados. Buena parte de ellos terminaron como créditos baratos ofrecidos por la banca privada a los países de la periferia; en algunos casos para seguir financiando las importaciones de alimentos. El endeudamiento externo contraído a ritmos acelerados permitió que algunos países del Tercer Mundo pudieran continuar con tasas altas de crecimiento durante esta década; pero terminaría jugando un rol destacado en la “crisis de la deuda” de la década siguiente (Mendes Pereira, 2013).

La profundización de las políticas keynesianas en Europa y los EEUU se dio en un clima político que giraba cada vez más hacia la izquierda. “Las clases altas tenían que realizar movimientos decisivos si querían resguardarse de la aniquilación política y económica” (Harvey, 2007: 21). Sin embargo, la incapacidad para sacar al capitalismo del impasse en que había entrado provocó el desencanto con los partidos de izquierda; y preparó el terreno para el neoliberalismo. Sus primeros experimentos vinieron de la mano de golpes de estado. Los gobiernos latinoamericanos surgidos de estas rupturas del orden institucional perpetraron genocidios e incluso instrumentaron el “Plan Cóndor.” Amparado por Estados Unidos, estas operaciones incluían tareas de inteligencia y asesinato de opositores coordinados internacionalmente. En la década siguiente los políticos neoliberales ya estaban al frente los gobiernos de EEUU y Gran Bretaña.

Estas experiencias demostraron cierta capacidad de las políticas neoliberales para reducir la inflación a costa de elevadas tasas de desempleo y la disminución de la calidad de vida de la clase obrera; pero ninguna de estas medidas logró acelerar las bajas tasas de crecimiento económico. Citando a David Harvey (2007): “La neoliberalización no ha sido muy efectiva a la hora de revitalizar la acumulación global de capital pero ha logrado de manera muy satisfactoria restaurar o, en algunos casos (…), crear el poder de una elite económica” (p.25).

El neoliberalismo no sólo apuntó a eliminar los mecanismos de redistribución del keynesianismo, sino también las restricciones que limitaban al capital a los mercados nacionales. A comienzos de la década de 1980 sobrevino la llamada crisis de la deuda externa en diversos países del Tercer Mundo. A cambio de renegociar la deuda y restablecer el crédito a través de los denominados préstamos de ajuste estructural, los países del Tercer Mundo debieron realizar profundas reformas macroeconómicas (Mendes Pereira, 2013).

En el agro también se fueron gestando las condiciones para un nuevo modo de regulación de la producción y comercialización de alimentos. El notable crecimiento y expansión trasnacional de los complejos agroalimentarios comenzó a chocar con las restricciones a la movilidad de las mercancías. Ello se evidenció incluso en el sector de granos, que había permanecido relativamente al margen de la concentración y verticalización registrada en los demás complejos (Friedmann, y McMichael, 1989). La entrada de la URSS como gran comprador de granos y la retracción de las políticas de ayuda alimentaria[4] hacia los países del Tercer Mundo, propició el resucitar de los antiguos países exportadores de granos y el ascenso de los llamados “nuevos países agrícolas”. En este nuevo escenario, la importancia de las grandes empresas comercializadoras y proveedoras de insumos se acrecentó en detrimento del peso político de los farmers en EEUU (Bernstein, 2016).

El 3er Régimen Alimentario Internacional

Tiempos de auge

La relajación del proteccionismo y la liberalización de los movimientos de capital permitieron relocalizar parte de la producción industrial hacia países con reducidos costos de mano de obra. Ello permitió aumentar la extracción de plusvalía en su forma absoluta recurriendo a una mayor explotación del trabajo, lo cual Farshad Araghi denomina una “contramovilización del capital” (2003: 50) frente a la organización obrera. Este movimiento implica una presión a la baja sobre los salarios y condiciones de trabajo de la clase obrera de los países centrales, al mismo tiempo que posibilita un aumento del consumo de mercancías producidas por “trabajo barato” (Moore, 2013).

En materia alimentaria el creciente poderío de las grandes empresas del complejo de granos y cereales llevó a que EEUU aceptara incluir al comercio agrícola en las negociaciones del GATT[5] luego de haberlo impedido durante casi cuatro décadas. Sin embargo, como señala Philip McMichael (1999), este nuevo “régimen global corporativo”

…no quiere decir que los gobiernos no regulan ni dirigen, ellos funcionan cada vez más dentro de un marco de acuerdos multilaterales comprometedores, muchos de los cuales privilegian a los actores corporativos trasnacionales en lugar de a los ciudadanos y a las comunidades nacionales (p. 26).

El nuevo marco tampoco implicó el fin de las subvenciones a la agricultura en los países del norte. Además, se desarrolló lo que David Goodman y Michael Watts (1994) denominan un nuevo proteccionismo; con el establecimiento de numerosas barreras para-arancelarias, balances bilaterales o la reestructuración del comercio internacional en bloques regionales. Petras y Vetmeyer denominan estas prácticas como neomercantilismo.

La esencia del neomercantilismo es una estrategia de dos puntas: en casa, la protección del Estado imperial hacia los capitalistas domésticos que no son competitivos; y, en el exterior, la apertura forzada de los mercados del Tercer Mundo bajo condiciones que son perjudiciales para otros competidores imperiales. Entre los sectores más protegidos y subsidiados por el Estado se encuentra el de la agricultura. (Petras, y Vetmeyer, 2002, p. 33).

Este es el marco en el que se promovió el desarrollo de cultivos con “ventajas comparativas” para los países periféricos; como forma de equilibrar sus balanzas comerciales y de obtener los dólares necesarios para el pago de las crecientes deudas externas (Teubal, Miguel, 2001). Abriéndose los mercados de los países del norte a las exportaciones de origen agrario como frutas y verduras frescas exóticas o de contraestación, mientras se mantiene cerrado el ingreso de productos que compiten con su producción mediante diversos mecanismos.

La progresiva adopción de un marco neoliberal en los países más desarrollados de América Latina implicó el reemplazo de un marco regulatorio mercadointernista basado en el aumento del salario real de los trabajadores, por otro centrado nuevamente en la valorización de la producción en el mercado externo (Marini, 2008). Como señala Blanca Rubio bajo este modelo las industrias que lideran la acumulación producen bienes orientados a la exportación.

Por esta razón no están interesadas en incrementar la capacidad de compra de los trabajadores con el fin de que consuman sus productos. No hay necesidad de una producción alimentaria barata que permita a los obreros contar con un sobrante de su ingreso luego de satisfacer sus necesidades vitales, para comprar bienes industriales (Rubio, 2001b: s/p).

Así se dio por terminado un periodo de casi 30 años en que se persiguió la articulación de la producción familiar y campesina con las agroindustrias vinculadas al consumo interno sostenido por diferentes formas de transferencia de ingresos hacia los asalariados. Para Blanca Rubio esta etapa en la agricultura latinoamericana constituye una fase “agroexportadora neoliberal excluyente” (2001: 24). La misma implica una subordinación con exclusión de la pequeña producción agraria quedando sometidas a una mayor explotación por parte de las agroindustrias.

Sin embargo, el ascenso de un nuevo ciclo de acumulación no dio inicio sino a partir de la caída del bloque socialista, y con ello la reincorporación al mercado capitalista de vastas poblaciones y territorios. Como menciona Jason Moore (2010) la entrada de casi 1,5 billones de trabajadores al mercado de trabajo global “redujo el costo de la fuerza de trabajo para el capital global, y por lo tanto contrarrestó la tendencia a la caída de la tasa de ganancia” (p.406).

Pero no se trató de una simple relocalización de industrias hacia zonas con bajo costo de la fuerza de trabajo o la reorganización del antiguo bloque socialista bajo formas capitalistas; esto por sí solo no provocaría la ampliación del mercado capaz de disparar un nuevo periodo ascendente de acumulación del capital. Sino que este nuevo auge se asienta en un nuevo y fenomenal avance sobre formas de producción no capitalistas, materializado en la industrialización y masiva proletarización de China[6].

Este proceso se inició en la década de 1980 con la descolectivización de la agricultura (Zhang, Qian et al, 2015) y la apertura de las llamadas zonas económicas exclusivas (Moreno, Camila, 2015). El auge y luego la crisis de las industrias rurales en la década siguiente aceleró la migración de millones de campesinos y trabajadores rurales hacia las ciudades, lo cual fue acompañado por la relajación de los “mecanismos excluyentes que habían contrarrestado la migración en el pasado” (Zhang, Qian et al, 2015: 301). La migración aportó los trabajadores necesarios para sostener la acelerada industrialización de China. Claude Melliasoux (1977), en el marco de lo que planteó como la necesidad de una “teoría de una extracción continua de valor” (p.138), desarrolla dos formas principales de transferencia de valor al sector capitalista que tienen lugar con las migraciones de población campesina hacia la ciudad. Por un lado, la transferencia de valor sostenida en el tiempo cuando se trata de migraciones temporarias, en que la unidad doméstica de producción continúa asumiendo una buena parte de la reproducción de la fuerza de trabajo. Y por otro lado, cuando la migración es definitiva, se produce un aporte de fuerza de trabajo cuyo costo de producción de estos nuevos obreros ha sido nulo para el capital. Ambas formas representan una “transferencia de millones de horas de trabajo hacia el sector capitalista” (p.154).

Al mismo tiempo, la urbanización de millones de campesinos también ha ido creando “un ambiente más propicio para influenciar el gusto y masificar tendencias, expandiéndose el número de consumidores con el aumento de la renta, en especial las “nuevas clases medias” (Moreno, 2015: 18). Además, para poner en marcha las industrias del “nuevo taller del mundo” hicieron falta enormes flujos de materiales, energía y alimentos. Esta enorme ampliación del mercado capitalista es el contexto que propició particularmente desde la década del 2000 el aumento sostenido de los precios de los alimentos, petróleo y materias primas, marcando el inicio de una crisis de subproducción de los mismos. Sin embargo, a diferencia de los periodos de acumulación previos, no parece repetirse un salto cuantitativo en la extracción de un “plusvalor ecológico” (Moore, 2010: 397) que baje sus costos de producción contrapesando la caída de la tasa de ganancia. Esta situación ha llevado a profundizar la expansión sobre las escasas fronteras de “naturaleza humana y extra humana” (p.405) que aún quedan sin capitalizar. Tal como menciona Moore, el capitalismo en su etapa neoliberal se ha servido de los bienes comunes naturales (Ivars, Jorge, 2013) que aún quedaban disponibles y “estos «dones gratuitos» no se volverán a repetir” (Moore, 2013: 28). Estos dones abarcan desde la frontera petrolera del mar del norte hasta el agotamiento del suelo fértil y el “agua barata” del sur del mundo, así como del trabajo extra de los campesinos chinos y las privatizaciones masivas en todo el mundo.

Conclusiones

A lo largo de este texto nos hemos centrado en la íntima relación existente entre la producción alimentaria y el desarrollo del capitalismo a nivel mundial, para comprender las formas en que el capitalismo ha moldeado el mundo en busca de relanzar la tasa de ganancias. En este proceso ha avanzado sobre vastas regiones del planeta tratando de sortear las limitaciones que le impone su propia lógica que condiciona la producción a la obtención de una ganancia.

Así el 1er RAI (entre 1870 y 1914) está marcado por la expansión del capitalismo por el mundo que irá mutando de sus políticas liberales a su etapa imperialista. En este 1er RAI la expansión industrial europea estuvo fuertemente apuntalada por el surgimiento de las nuevas naciones agrícolas. Éstas proveían carne y grano barato para los obreros europeos. Al mismo tiempo que la puesta en pie de la infraestructura comercial y productiva, así como la demanda de todo tipo de productos industriales ampliaron enormemente el mercado para las industrias europeas.

Los cimbronazos de la etapa de guerras y crisis, que desató la carrera por el reparto colonial, dieron origen a un periodo marcadamente proteccionista. Bajo el dominio del imperialismo norteamericano sobre el mundo capitalista post II Guerra Mundial, los esfuerzos se dirigieron en un primer momento a reconstruir la economía europea, y posteriormente a proseguir la acumulación capitalista a través de la industrialización, ciertamente limitada, de los países del Tercer Mundo. Durante el 2do RAI (1945-1973) las principales armas que sustentaron las proletarizaciones masivas en el Tercer Mundo fueron las políticas norteamericanas de “ayuda alimentaria” y de transformación agrícola vía “revolución verde”.

Hacia fines de la década de 1960 el auge de posguerra ya evidenciaba su agotamiento, pero debió pasar una década más para que la balanza se inclinara hacia el lado del capital. Se buscó así relanzar la tasa de ganancia otorgando amplias ventajas para el capital. El 3er RAI fue delineándose en el contexto del neoliberalismo imperante, impulsado por las grandes empresas trasnacionales que habían madurado en el periodo anterior. Sin embargo, el capitalismo entró en un nuevo periodo de auge recién con la reincorporación al mercado capitalista de vastos territorios y de casi un tercio de la población mundial tras el derrumbe del bloque socialista, particularmente con la masiva industrialización y proletarización China iniciada a fines del Siglo XX.

La producción y el comercio de alimentos han jugado un importante papel en su rol de apuntalar las industrializaciones masivas que acompañaron cada uno de los periodos de acumulación. A su vez, cada uno de estos periodos de acumulación ha implicado enormes procesos de proletarización de campesinos y habitantes rurales, y ha requerido la extracción de crecientes “plusvalores ecológicos” (Moore, 2010). Como mencionara Jason Moore, la acumulación del capital en el largo plazo ha dependido en gran medida de la “conquista y absorción de la naturaleza humana y extra-humana cuya reproducción estaba, relativa o enteramente, libre de las leyes del valor” (2010: 405).

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Notas

[1] Los autores utilizan este término para resaltar las diferencias con lo que denominan colonias de ocupación.
[2] Common Agrarian Policy
[3] Nos referimos específicamente los territorios africanos y asiáticos que obtuvieron su independencia luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y hasta entrada la década de 1970. En gran medida este proceso de descolonización fue legitimado por la Organización de las Naciones Unidas. Entre los países que surgieron de esos procesos emancipatorios podemos mencionar en Libia, Sudán, Marruecos, Túnez, Ghana, Senegal, Somalia, República Democrática del Congo, Nigeria, Uganda, Namibia entre muchos otros en el continente africano y en Asia a Filipinas, Pakistán, Birmania, Sri Lanka, Indonesia, Vietnam, Laos, Camboya, Malasia entre muchos otros.
[4] La ayuda alimentaria descendió de 17 millones de toneladas de cereales al año a fines de la década de 1960 a 7 millones de toneladas a principios de la década siguiente.
[5] General Agreement on Tariffs and Trade (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio).
[6] Según datos del Banco Mundial, la población urbana de China en 1980 ascendía al 19,3 %, en 1990 alcazaba un 26,4 % y en 2016 ya abarcaba el 56,7 % de la población.
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