Estado y Movimientos Sociales en Nuestra América

¿Tienen (o no) infancia las niñas y niños negros? Notas sobre el debate de la adultificación en Estados Unidos

Do Black Children Have (No) Childhood? Notes on the Adultification Debate in the USA

Manfred Liebel
Universidad de Ciencias Aplicadas Potsdam, Alemania

¿Tienen (o no) infancia las niñas y niños negros? Notas sobre el debate de la adultificación en Estados Unidos

Millcayac, vol. X, núm. 19, 2023

Universidad Nacional de Cuyo

Recepción: 03 Agosto 2023

Aprobación: 25 Octubre 2023

Resumen: Este artículo aborda el debate que se está llevando a cabo en EE.UU. con respecto a los niños y niñas negras bajo la palabra clave “adultificación” (adultification). Dicho término se utiliza como concepto para nombrar críticamente el hecho de que estos niños y niñas no son percibidos “como niños” con las características que suelen atribuirse a la infancia, sino como personas que se parecen más a los adultos. Por su connotación racista, esta atribución tiene graves consecuencias, en su mayoría negativas y a veces incluso fatales para las personas jóvenes. Este artículo aborda dicho debate analizando las diversas acepciones del término y ofreciendo otras posibles explicaciones de la discriminación racial y la violencia contra los niños y niñas negras. La cuestión central es cómo se concibe la infancia, especialmente en lo que respecta a la “inocencia” como característica supuestamente universal de esta fase o grupo de edad.

Palabras clave: Infancia, adultificación, racismo, discriminación, EE.UU..

Abstract: This article discusses the ongoing debate in the U.S. regarding Black children under the key word ‘adultification’. This term is used as a concept to critically name the fact that these children are not perceived ‘as children’ with the characteristics usually attributed to childhood, but as people who are more like adults. Because of its racist connotation, this attribution has serious, mostly negative and sometimes even fatal consequences for young people. This article addresses that debate by analyzing the various meanings of the term and offering other possible explanations for racial discrimination and violence against Black boys and girls. The central question is how childhood is conceived, especially with regard to ’innocence’ as a supposedly universal characteristic of this phase or age group.

Keywords: Childhood, adultification, racism, discrimination, USA.

Introducción[1]

En Estados Unidos, como en muchos otros países, los niños y niñas que no son percibidos como blancos son especialmente discriminados. Es el caso de las niñas y niños negros u otros niños y niñas de color, así como de los niños y niñas que han huido y emigrado de otros países, que están influidos por otras culturas y que a menudo tienen un color de piel supuestamente no blanco o rasgos faciales percibidos como extraños.[2]

A estos niños y niñas se les suele tratar con más dureza que a los niños y niñas blancos, se les disciplina y castiga con más frecuencia, y se confía menos en ellos que en sus compañeros y compañeras blancos. Este trato no sólo es percibido por estos niños y niñas como injusto y degradante, sino que también suele dar lugar a una profecía autocumplida en tanto estos niños y niñas adoptan de hecho un comportamiento “llamativo” o son incapaces de cumplir con lo que el sistema escolar espera de ellos (o se niegan a hacerlo).

Con este artículo quiero contribuir al debate que se está llevando a cabo en EE.UU. bajo la palabra clave “adultification” o “adultification bias” (que traduzco aquí con la inusual palabra “adultificación”). Lo que se quiere decir con este término es que estos niños y niñas no son percibidos “como niños y niñas”, es decir, con las características que suelen atribuirse a los niños y niñas, sino como personas que se parecen más a las personas adultas que a los niños y niñas. Se supone que esta atribución funciona como estereotipo y tiene consecuencias graves, en su mayoría negativas y a veces incluso fatales para las personas jóvenes, por ejemplo a través del trato que reciben de la policía o las autoridades escolares.

El término inglés adultification (a veces también adultization) surgió inicialmente en un contexto diferente. Lo que se pretende expresar con ello se refería primero a los modos de vida supuestamente precoces e inapropiados de los niños y niñas de la clase trabajadora (por ejemplo, los “niños de la calle” o “trabajadores infantiles”) y tiene una historia de más de cien años. En épocas más recientes, se remonta al sociólogo estadounidense Neil Postman (1982), quien diagnosticó en los años ochenta que la infancia tal como se había entendido hasta entonces estaba desapareciendo debido a la creciente importancia de los medios audiovisuales. Los consideraba un peligro para la infancia porque el umbral hacia la edad adulta se estaba desmantelando con la menguante importancia de la adquisición de competencias de lectoescritura. En un sentido más amplio, el desmantelamiento de este umbral se veía en el hecho de que los niños y niñas ya estan siendo captados por el mundo globalizado del consumo y la moda y se enfrentan a nuevos riesgos mundiales y locales (Firinci Orman, 2020). A veces esto se ve como un proceso que empuja a los niños y niñas a vivir una vida de adultos antes de tiempo. En un sentido similar, el término también se utilizó como concepto para criticar el uso precoz e inadecuado de las niñas y niños en familias socialmente desfavorecidas (Burton, 2007) o en el sistema escolar (Bousfield y Ragusa, 2014).[3] Con el tiempo, el término adultification fue retomado por investigadores y activistas que buscaban una explicación a la discriminación específica de las personas jóvenes negras, por lo que adquirió un significado diferente.[4]

En EE.UU., los estudios que se basan en el concepto de la adultificación para explicar la discriminación se referían inicialmente a los niños varones (Goff et al., 2014). Si bien desde la década de 1990 se han empezado a realizar estudios a pequeña escala sobre la discriminación de las niñas negras (por ejemplo, Grant, 1992; Morris, 2007; Goff et al., 2008; Jones, 2009; Blake et al., 2011), fue la investigación a gran escala de Phillip Goff et al. (2014) sobre la discriminacón de niños (varones) negros la que atrajo una mayor atención y situó el concepto de la adultificación en el centro del debate. Este concepto fue desarrollado unos años más tarde por la investigación igualmente a gran escala de Rebecca Epstein et al. (2017), que centró la atención en las formas específicas de discriminación contra las niñas negras. Mi objetivo en este artículo es abordar criticamente este concepto y discutir otras posibles explicaciones de la discriminación y la violencia racial contra los niños y niñas negras. Para entender el concepto de la adultificación y ganar criterios para su evaluación crítica es fundamental la cuestión de cómo se conceptualiza la infancia, especialmente en lo que respecta a la “inocencia” como característica supuestamente universal de esta fase o grupo de edad.[5] Para empezar, presentaré ejemplos y conclusiones de algunos estudios.

Resultados empíricos sobre la discriminación contra personas jóvenes negras en EE.UU.

Las personas jóvenes negras de EE.UU. tienen muchas más probabilidades de sufrir discriminación y violencia que sus compañeros y compañeras blancos. En un artículo de revisión, Amir Gilmore y Pamela Bettis (2021) citan numerosos ejemplos de personas jóvenes negras que fueron tiroteadas o heridas por agentes de policía y autodenominados agentes de la ley porque las percibían como “sospechosas” y “amenazantes” debido al color de su piel y a su aspecto físico. Otros ejemplos que citan se refieren al trato discriminatorio en la escuela, donde las personas jóvenes negras eran castigadas y expulsadas de la escuela por motivos incidentales. Según ellos, los y las estadounidenses viven en una “nación prisión” (prison nation) en la que la criminalización de las comunidades no blancas, las estrategias policiales agresivas contra las conductas que infringen las normas y el menoscabo de los derechos civiles y humanos de los “grupos marginados” o “minorías” son habituales e incluso van en aumento.[6] Otros autores y autoras también señalan que las personas jóvenes negras están "desproporcionadamente expuestas a la violencia en los sistemas educativo, policial y de justicia penal" (Rollo, 2018a: 308). En este contexto, la “raza” imputada “tiene un gran impacto en quién es criminalizado” (Annamma, 2018: 9). Por lo tanto, la criminalización de las personas jóvenes negras ya comienza durante los años escolares y, a veces, incluso en la educación de la primera infancia.

Una institución oficial, la Oficina de Rendición de Cuentas del Gobierno de Estados Unidos (U.S. Government Accountability Office, 2018), también afirma que los niños y niñas negros se ven desproporcionadamente afectados por las suspensiones y expulsiones en las escuelas públicas. Los niños y niñas negros están sobrerrepresentados en estas acciones disciplinarias en relación con su población real. Los niños y niñas negros son desproporcionadamente suspendidos y expulsados de las escuelas urbanas. Aunque las personas negras solo representan alrededor del 9% de las personas jóvenes en edad escolar, se ven afectados por entre el 48% y el 50% de las suspensiones (Wright y Ford, 2016). Aunque las niñas negras menores de 18 años representan solo el 16% de la población estudiantil femenina, representan casi un tercio de todas las niñas remitidas a las fuerzas del orden y más de un tercio de todas las detenciones de niñas en las escuelas (Morris, 2018: 7). Las niñas negras tienen cincuenta y tres veces más probabilidades de ser expulsadas de las escuelas de la ciudad de Nueva York que las niñas blancas, y se vuelven rebeldes (insultan, pelean, hacen berrinches, etc.) cuando se ignora su necesidad de asesoramiento (Crenshaw et al., 2015). Las niñas negras abandonan los estudios escolares en un 7%, frente al 3,8% de las blancas. Y tienen una tasa mucho más alta (21,4%) de ser institucionalizadas que las niñas blancas (6,8%) (Morris, 2018: 21).

Ya en la educación infantil, los niños y niñas negros se enfrentan a diferentes modelos de conducta, incluido el del “bad boy” (Ferguson, 2000) y la “bad girl” o “ghetto girl” (Jones, 2009), que también se mantiene en la escuela primaria, media y secundaria. En la high school, los niños negros también son suspendidos y expulsados de forma desproporcionada. Utilizando datos disciplinarios de estudiantes de noveno grado, Baker-Smith (2018) descubrió que los niños negros en las escuelas urbanas de la ciudad de Nueva York tienen menos probabilidades que las niñas negras de ser suspendidos por primera vez, pero más probabilidades de ser suspendidos dos o más veces después de la suspensión inicial. “Tales acciones disciplinarias contra los niños negros son el resultado de los temores, prejuicios y estereotipos de los profesores sobre los niños negros en general” (Bryan, 2021: 752).

Gilmore y Bettis (2021) consideran que la suspensión frecuente y la criminalización en las escuelas están estrechamente vinculadas, ya que la política de tolerancia cero y las medidas de seguridad del sistema de justicia penal han penetrado en las escuelas. Estas conexiones se denominan a veces en EE. UU. “school-to-prison pipeline” (Kim et al., 2010), “school-prison nexus” (Annamma, 2018) o “schoolhouse-to-jailhouse track” (Meiners, 2016), una “interacción de políticas educativas en escuelas públicas con fondos insuficientes y un sistema de justicia juvenil predominantemente punitivo que no proporciona servicios de educación y salud mental” (Kim et al., 2010: 4). En consecuencia, los niños, niñas y jóvenes negros están atrapados en una red de criminalización, un “proceso por el cual los estilos y comportamientos se categorizan como desviados y se responde a ellos y ellas con vergüenza, exclusión, castigo y encarcelamiento” (Ríos, 2011: xiv). Dado que su infancia está “moldeada por la instrucción, la vigilancia y la disciplina” (Dumas y Ross, 2016: 33), las identidades delictivas de las personas jóvenes negras se crean incluso antes de que cometan un delito.

El estudio más exhaustivo sobre la discriminación de los niños varones negros hasta la fecha ha sido presentado por Phillip Goff y sus colegas (Goff et al., 2014). Este estudio investigó si los niños negros son vistos y tratados de forma diferente por los profesores y los agentes de policía que sus compañeros blancos, en particular si se les ofrece la misma protección. Los autores concluyen que los niños negros son vistos como mayores y menos “infantiles” (childlike) que sus compañeros blancos; que las características asociadas con la infancia son menos prominentes cuando los niños negros son el objetivo específico; y, por último, que estas tendencias se refuerzan en contextos en los que a los hombres negros se les niegan las características humanas al ser equiparados en secreto con los simios. “Nuestros hallazgos sugieren que, aunque la mayoría de los niños pueden ser inocentes hasta la edad adulta, los niños negros solo pueden ser percibidos como inocentes hasta que son considerados sospechosos” (Goff et al., 2014: 541).

Los debates sobre la disciplina y la criminalización por motivos racistas suelen centrarse en los niños negros. Sin embargo, las niñas negras también se ven afectadas por medidas disciplinarias similares. Crenshaw et al. (2015) señalan que, a diferencia de los niños varones, “hay muy poca investigación que ilumine los efectos a corto y largo plazo de la disciplina excesiva y la expulsión en las niñas de color” (Crenshaw et al., 2015: 7). La opresión entrelazada de las niñas negras queda fuera del debate público y rara vez recibe la atención de investigadores y responsables políticos. Por ejemplo, en 2014, la iniciativa My Brother's Keeper del entonces presidente Obama fue criticada por centrarse exclusivamente en los jóvenes varones negros. La asesora de Obama, Valerie Jarrett, negó que las niñas y mujeres negras se enfrentaran a problemas particulares, o al menos afirmó que la intersección de “raza” y género no era tan significativa o consecuente para las niñas y mujeres negras como lo era para los niños y hombres adultos negros (Dumas, 2015: 105).

Por el contrario, otras investigaciones han descubierto que las “patologías anti-negras” y las “lógicas punitivas” también llevan a las niñas negras a ser marginadas, excesivamente vigiladas e insuficientemente atendidas (Crenshaw et al., 2015; Morris, 2018; Annamma, 2018). Según las autoras, las niñas negras son criminalizadas incluso por actos menores como dormirse, defenderse, hacer preguntas, llevar el pelo natural y ropa permisiva. En consecuencia, las niñas negras representan la proporción de crecimiento más rápido en el sistema de justicia penal (Crenshaw et al,, 2015; Guevara et al., 2006). Para el año escolar 2011–2012, la Oficina de Derechos Civiles del Departamento de Educación de Estados Unidos (U.S. Department of Education Office for Civil Rights, 2014) encontró que las niñas negras tenían seis veces más probabilidades de ser suspendidas que las niñas blancas. Crenshaw et al. (2015: 24) afirman que “las niñas que son suspendidas tienen muchas más probabilidades de abandonar la escuela y más probabilidades de entrar en contacto con el sistema de justicia penal juvenil”.

Las excesivas medidas punitivas del sistema escolar estadounidense criminalizan a niñas negras de tan solo seis o siete años. Se las detenía simplemente por hacer berrinches en sus aulas, gritar a un profesor o perturbar el entorno de aprendizaje (Morris, 2018). Un estudio de 2007 descubrió que los profesores a menudo percibían a las niñas negras como “ruidosas, desafiantes y precoces” y que eran reprendidas con más frecuencia que sus compañeras blancas por comportamientos considerados “unladylike”, es decir, “impropios de una dama” (Morris, 2007). Otro estudio reveló que las citaciones y detenciones se justificaban por el comportamiento “airado”, “desafiante”, “irrespetuoso”, “revoltoso” o “incontrolable” de las alumnas (Nolan, 2011). Según Monique Morris,

Estas etiquetas enfatizan el uso de la disciplina, el castigo y el sistema de justicia penal juvenil para regular la identidad y el estatus social. También reflejan una conciencia que se niega a apreciar el pensamiento crítico y las habilidades de liderazgo de las niñas negras, tachándolas en cambio de desviadas sociales (Morris, 2018: 11).

Una categoría común, subjetiva y arbitraria para la mala conducta de las alumnas es la “desviación intencionada” (willful deviance). Puede incluir cualquier cosa, desde un altercado verbal de una estudiante con un profesor hasta negarse a quitarse la gorra o completar una tarea en la escuela (Morris, 2018: 70). Las niñas negras que desafían a la autoridad suelen ser tachadas de “salvajes” o problemáticas, “a veces tanto que interiorizan esas ideas y las repiten como si nacieran de su propia conciencia” (Morris, 2018: 46).

Estos resultados sugieren que las personas adultas a veces tienen expectativas distintas según se trate de niñas negras o de niños varones negros, lo cual genera diferentes tipos de intervención. Se percibe a las niñas negrascomo deliberadamente desafiantes y precoces, y sus comportamientos se interpretan como agresivos, dominantes, ruidosos, revoltosos, ingobernables, poco femeninos y delictivos. En consecuencia, los profesores y la policía disciplinan en exceso a las niñas negras porque su comportamiento no se ajusta a las conductas asociadas a la feminidad blanca, heterosexual y de clase media (Crenshaw et al., 2015; Epstein et al., 2017). En particular, las niñas negras que han desafiado a la autoridad o han intentado superar la pobreza y el aislamiento buscando un medio de ganarse la vida en la “economía sumergida” son trasladadas a centros de acogida, escuelas especiales, centros de detención y otras instituciones cerradas que intentan transformar a las “niñas malas” en “niñas buenas” (Morris, 2018: 20).

La adultificación y los diferentes usos del concepto

El término adultificación (adultification) ha sido aprovechado durante unos veinte años en EE.UU. por los investigadores e investigadoras sociales citados a continuación para describir y explicar la discriminación y la violencia que sufren los niños y niñas negrosen contraste con los niños y niñas blancos. El término pretende expresar que los niños y niñas negros, a diferencia de los blancos, no son consideradas como personas infantiles, sino como personas que se parecen a los adultos y, por tanto, se les niega el “privilegio de la infancia”. Sin embargo, los autores y autoras entienden de forma diferente los supuestos asociados y, además, otros autores y autoras (por ejemplo Rollo, 2018a; Gilmore y Bettis, 2021; Patton, 2022) los critican por considerarlos erróneos o ideológicos.

Del análisis de las contribuciones presentadas a continuación, concluyo que este concepto se utiliza de tres maneras diferentes:

La adultificación como razón de discriminación y violencia

Goff et al. (2014) afirman haber encontrado pruebas en su estudio con estudiantes universitarios y policías blancos de que los niños negros “son percibidos como mayores de lo que realmente son y son etiquetados prematuramente como responsables de sus actos en una etapa del desarrollo en la que sus compañeros blancos reciben la supuesta ventaja de la inocencia infantil” (Goff et al., 2014: 540). Consideran probado que a los niños negros se les concede el “privilegio de la inocencia” en menor medida que a los niños que se identifican como blancos (Goff et al., 2014: 539). Especialmente en el contexto de la justicia penal, no solo es más probable que sean considerados culpables (en comparación a sus compañeros blancos) sino que se ignora “la diferencia esencial entre los niños negros y los adultos negros” (Goff et al., 2014: 540). En contextos policiales, “esta pérdida de protección puede tener consecuencias violentas” (Goff et al., 2014: 540).

En un estudio sobre la discriminación de las niñas negras, las autoras también concluyen que se les niega indulgencia en contraste con sus pares blancas. Son “percibidas como menos inocentes y más maduras (...), especialmente en el rango de edad de 5 a 14 años” (Epstein et al., 2017: 1). Mientras que las niñas blancas son vistas como “inocentes”, “delicadas”, “puras” y “necesitadas de protección”, las niñas negras no son vistas con estas características. Según otro estudio, las niñas negras son tratadas como si fueran “adultas completamente desarrolladas” y su edad “en última instancia no es más que un número” (Morris, 2018: 35). Se las trata como si debieran “saber más” o al menos fingir que saben. La atribución de características propias de las personas adultas a las expresiones de las niñas negras se interpreta como “una forma de compresión de la edad” (age-compression). Es “tanto un reflejo de prejuicios profundamente arraigados que han privado a las niñas negras de sus libertades cuando eran niñas como una función de un entorno social sin oportunidades que hace que la niñez negra sea intercambiable con la feminidad negra” (Morris, 2018: 34).

El discurso del “sabelotodo” corresponde a una retórica que se centra en responsabilizar personalmente a las personas de su situación vital, ignorando los contextos sociales, políticos y materiales (Annamma, 2018). A menudo se patologiza a las niñas negras por su supuesta falta de sentido de responsabilidad. Insistir en que las niñas negras toman sus decisiones de forma irresponsable “absuelve a las personas adultas de rendir cuentas y, al mismo tiempo, responsabiliza a las niñas de sus elecciones y hace hincapié en que la única forma de enseñar responsabilidad es el encarcelamiento” (Annamma, 2018: 63). Dado que se da por sentado que deberían saberlo, las acciones y los comportamientos de las niñas negras se caracterizan como deliberados y, por tanto, no merecedores de indulgencia.

La asunción en los estudios mencionados de que la discriminación y el castigo de las personas jóvenes negras se debe principalmente a su adultificación plantea la cuestión de cómo se concibe la infancia como una alternativa deseable. La suposición de que la infancia es un privilegio que permite a las personas jóvenes más libertad, les otorga inocencia y les garantiza más protección contra la violencia sigue un patrón burgués occidental idealizado de la infancia. Esto ignora el hecho de que durante la infancia se subordina a los niños y niñas a las personas adultas bajo el argumento de que son inmaduros y carecen de las capacidades cognitivas y morales que supuestamente caracterizan a las personas adultas. Esta construcción de la infancia legitima el poder de las personas adultas sobre los niños y niñas y conduce a formas de discriminación y violencia basadas en la corta edad, a veces denominadas adultismo o adultocentrismo (véase Magistris y Morales, 2021; Liebel, 2023: 147–154).[7]

La adultificación como sinónimo de comportamiento contrario a la norma

Existe una interpretación parcialmente diferente de la adultificación cuando no se entiende como razón de discriminación y violencia, sino como sinónimo de comportamiento contrario a las normas. Esta interpretación se utiliza principalmente en los estudios que abordan las experiencias de niñas y mujeres jóvenes y las normas de género que entran en juego.

En un estudio sobre las percepciones y experiencias de las niñas negras en el aula de la escuela pública, Edward Morris (2007) descubrió que los profesores suelen percibirlas como demasiado seguras de sí mismas y temen que pierdan el control de la clase. Además, los profesores “interpretan el comportamiento de muchas niñas negras en este contexto como prematuramente adulto” (Morris, 2007: 503). Un profesor blanco describió a las niñas de la escuela como “muy maduras” y “más sofisticadas” que los niños (Morris, 2007: 503). En la percepción de los profesores, este comportamiento contradice la norma que ellos representan de una feminidad más pasiva, dócil y amable, que Morris (2007) reviste en el título de su ensayo con el juego de palabras “ladies or laudies”. Él mismo señala que sus conclusiones se corresponden con una observación anterior (Grant, 1992) según la cual los profesores de clases mixtas suelen describir a las niñas negras como especialmente maduras socialmente (aunque no académicamente). Esto también es similar al análisis de Ferguson (2000) sobre la “adultificación” de los niños negros por parte de las autoridades escolares.

Ann Ferguson (2000) había descubierto anteriormente que muchas personas adultas de la escuela que estudió veían a los niños y niñas negros como peligrosos en la edad de la escuela primaria y consideraban necesarios castigos severos, propios de las personas adultas. Esta adultificación, según Morris (2007), también puede afectar a las niñas negras, a las que muchos consideran “excesivamente sexuales” y “controladoras” a una edad temprana. En esto, cree el autor, se reproduce la extendida imagen negativa de la feminidad afroamericana como agresiva y dominante.

Al igual que en el caso de los niños negros, cuya adultificación les lleva a ser percibidos como agresivamente masculinos y justifica castigos severos, la adultificación de las niñas negras puede llevar a que sean percibidas como agresivamente femeninas, lo que puede justificar que se limite su curiosidad y asertividad en el aula (Morris, 2007: 504).

Otras investigaciones también han identificado que las niñas negras son estereotipadas como abiertamente sexuales y sexualmente desviadas y caracterizadas como “de cola rápida” (fast-tailed) y sexualmente precoces porque este es su papel “natural” (Dagbovie-Mullins, 2013; Epstein et al., 2017). Otra autora señala en un post de Internet que ser “rápida” es un “término coloquial que se escucha de niña en ciertas comunidades y que es mitad admonitorio, mitad peyorativo” (Kendall, 2013). Las niñas negras no necesitarían tener experiencias sexuales para ser etiquetadas de “rápidas”, ya que “comportamientos propios de su edad, como acercarse a los chicos, llevar pantalones cortos o maquillaje, o incluso atravesar la pubertad antes de tiempo” podrían otorgarles esta etiqueta (Kendall, 2013). Se supone que su valor y su moralidad están ligados a sus experiencias sexuales (McDonald, 2017), ya que los padres advierten a las niñas negras que no sean “rápidas” ni se rodeen de “chicas rápidas” para protegerlas de la etiqueta de “Jezabel” (Kendall, 2013). Esta expresión se utiliza para calificar a una mujer de perversa, desvergonzada y lasciva. El término, similar a las expresiones Saphire y Mammy, procede de caricaturas racistas y sexistas de las mujeres esclavas que justificaban su violación (Collins, [1990]2022). Monique Morris (2018: 135) menciona que estas caracterizaciones son “estereotipos profundamente arraigados y han tenido un impacto duradero en la comprensión que la sociedad tiene de la sexualidad femenina negra”. Estas “imágenes controladoras” reforzaron la suposición histórica de que las niñas y mujeres negras están “ansiosas por la explotación sexual o flojas de moral” (Morris, 2018: 133).

En las escuelas, la Jezabel sigue siendo un estigma omnipresente para la feminidad negra. Por preocupación por la decencia moral de las niñas, se intenta regular el cuerpo y el comportamiento de las niñas negras mediante el código de vestimenta (Morris, 2018: 93–94). Según la autora, esto se caracteriza por la misoginia y supone que el comportamiento sexual de una persona está relacionado con su estilo de vestir. Por ejemplo, si una niña negra lleva pantalones cortos, puede que los mayores la llamen “rápida” y los funcionarios de la escuela la reprendan por distraer a los chicos, y puede que provoque tocamientos y comportamientos inapropiados por su parte. En lugar de desarrollar un clima escolar en el que se enseñe a los chicos a respetar la autonomía de las chicas, las chicas negras serían enviadas a casa. Los códigos de vestimenta servían para mantener el orden social de una manera represiva, ya que las niñas negras podían ser enviadas a casa incluso por cosas menores como “un cinturón que falta o zapatos del color equivocado” (Morris, 2018: 143). Además, los códigos de vestimenta refuerzan la práctica del slut-shaming[8], ya que cualquier niña que lleve ropa ajustada o reveladora es etiquetada como “rápida”. Este etiquetado puede reforzar prejuicios sociales que podrían tener consecuencias destructivas para la identidad de una niña negra (Morris, 2018: 93).

Las niñas negras, especialmente las que se encuentran en circunstancias precarias, adoptan a veces la noción común de una identidad femenina negra supuestamente típica, según la cual son menos inteligentes, hipersexuales, gritonas, descaradas, “del gueto” o domésticas. Como resultado, “pueden adoptar comportamientos e ideologías que reflejan odio hacia sí mismas y humillación y refuerzan las mismas nociones de inferioridad de la mujer negra que niegan su plena humanidad” (Morris, 2018: 44). Esto también “socava su desarrollo saludable y sus logros académicos” (Morris, 2018: 43).

Sin embargo, esta evolución no es inevitable. La propia Monique Morris señala que “las niñas negras de todo el país luchan por dar sentido a su condición de negras y mujeres, desproporcionadamente representadas en escuelas pobres y de bajo rendimiento” (Morris, 2018: 51). Según la autora, utilizan términos como “gueto” o “ratchet[9] para describir su situación, “y participan activamente en la creación de contranarrativas que les permitan ir por la vida con dignidad” (Morris, 2018: 51), pero esto no es fácil. Edward Morris también había observado en su anterior investigación que las niñas negras

...se resisten a las expresiones tradicionales de la feminidad expresadas en un comportamiento propio de una dama (ladylike). Esta resistencia se manifiesta a menudo de forma sutil más que como una resistencia abierta a las exigencias de los profesores en cuanto a los modales tradicionalmente femeninos (Morris, 2007: 509).

Así pues, el concepto de adultificación aquí no se limita a señalar un parecido con las personas adultas, sino que también incluye en él la desviación de la norma tradicional imperante de la feminidad blanca. Esto sugiere que está surgiendo una infancia y adolescencia diferentes para algunas niñas negras como resultado de su confrontación con las imposiciones y la discriminación en la escuela y en su vida cotidiana.

La adultificación como justificación de la explotación de cuerpos femeninos jóvenes

Una interpretación de la adultificación que se centra aún más en las normas de género puede verse en los estudios que abordan la sexualización y la explotación sexual de las niñas negras. Al atribuirles que ya no son niñas, ellas mismas son culpadas de la violencia sexual que sufren. Monique Morris (2018: 149) subraya que “no importa lo que haga una niña negra, no importa la edad que tenga y no importa lo baja o alta que sea, un hombre siempre la mirará sexualmente”. La creencia de que las niñas negras tienen cierta disposición a adoptar comportamientos que normalmente se esperan de las mujeres negras adultas, está basada en otra creencia:“que las niñas negras no son realmente niñas” (Dagbovie-Mullins, 2013: 746). Las niñas negras, vistas como adultas, precoces y “rápidas”, están expuestas a un bombardeo constante de acoso y agresiones sexuales en su vida cotidiana. Como consecuencia, las niñas y adolescentes negras tienen más probabilidades de sufrir agresiones físicas, violencia sexual, violación o asesinato por parte de sus parejas (Morris, 2012).

Las investigaciones realizadas por Black Women’s Blueprint y Black Women’s Health Imperative revelaron que entre el 40% y el 60% de las niñas negras de EE.UU. sufren agresiones sexuales antes de los 18 años (Kendall, 2013; Morris, 2018). Y además, quienes son víctimas de cualquier tipo de violencia sexual resultan culpabilizadas porque no se les concede la presunción de inocencia, ya que “las cosas malas no les pasan a las niñas buenas” (Kendall, 2013). Es menos probable que denuncien la violencia sexual a las fuerzas de seguridad porque son conscientes de que pueden ser percibidas como la “víctima ideal de la agresión sexual” (Lindsay-Dennis et al., 2019). Cuando las niñas negras son agredidas, hay discursos públicos sobre sus acciones y comportamientos que van desde “ella se lo buscó” hasta “ella debería haberlo sabido mejor”. Cuando el agresor es un hombre negro, se presiona a las niñas negras para que guarden silencio con el fin de protegerlas, entendiéndolo como un acto de solidaridad “racial” (Lindsay-Dennis et al., 2019; McDonald, 2017). Las niñas negras, según estas autoras, se ven envueltas en una red de explotación y victimización y luego son culpadas de su violación por personas e instituciones en lugar de que se aborden sus preocupaciones.

En el contexto de la violencia sexual que sufren las niñas negras, la adultificación se entiende como una ideología que sirve para culpar a las víctimas del sufrimiento que se les inflige. Sin embargo, sigue sin estar claro cuál podría ser una posible alternativa para armar a las niñas negras contra la violencia sexual. En sintonía con los estudios que citan la adultificación como razón de discriminación y violencia (por ejemplo Epstein et al., 2017), se asume que se puede proteger a las niñas negras de estas formas de maltrato si se les concede la “presunción de inocencia”.

Inocencia infantil o colonialidad de las infancias

La mayoría de los autores y autoras que ven la razón de la discriminación de los niños y niñas negros en su adultificación (Goff et al., 2014; Epstein et al., 2017, principalmente) suelen referirse a una imagen romantizada de la infancia que siempre ha sido ideológica. Esta romantización es especialmente evidente en la metáfora de la inocencia.[10] Nunca sirvió para proteger a los niños y niñas, sino que los convirtió en una pantalla de proyección para las fantasías de las personas adultas que esperaban que les redimiera de su propia culpa y emprendieron una “búsqueda de la inocencia perdida” (Baader, 1996).

Doris Bühler-Niederberger (2005) habla de un triple “poder de la inocencia” en relación con los niños y la infancia.

Señala el peligro, promete la salvación –ya que ambas afectan a la sociedad en su conjunto– y puede decidir mal sobre la pertenencia moral: Si uno se opone a ella, provoca la exclusión del círculo de los que aún pueden recibir reconocimiento social; si uno se pone a su servicio, garantiza la persona cuasi naturalmente buena y santifica la causa que representa (Bühler-Niederberger, 2005: 9).

Este poder de la inocencia se obtiene del niño, a través de la “exageración simbólica”. A través del niño, la inocencia se encarna de forma memorable, conmovedora y con autoridad suprema. “El poder de la inocencia reivindica la naturaleza y la santidad como referencias. Sin embargo, en su uso, su efecto y también en su construcción nada inocente, es totalmente de este mundo” (Bühler-Niederberger, 2005: 9). Según la autora, es un poder social que sirve para dominar a la infancia.

La supuesta inocencia de la infancia, que amenaza con perderse con la edad adulta, es una construcción ambivalente que no sólo instrumentaliza a los niños y niñas como portadores de la esperanza de un mundo mejor según el lema de que son “el futuro de la sociedad” o “de la nación”, sino que también los deshumaniza y excluye. Ser inocente significa también no ser todavía un verdadero ser humano, sino un ser inmaduro e irracional, inferior y sometido a la persona adulta supuestamente perfecta y razonable, un mero estadio preliminar del ser humano (véase Bühler-Niederberger, 2015).

Frente a los autores y autoras que se quejan de que los niños y niñas negros son tratados como personas adultas y excluidos de la supuesta inocencia protectora de la infancia, Toby Rollo (2018a: 308) subraya “que el racismo antinegro deriva de la posición naturalizada de subordinación y violencia que los niños y niñas han ocupado tradicionalmente en los órdenes sociales y políticos europeos”. Los negros y negras, especialmente los y las adolescentes, están expuestos a la violencia “precisamente porque son vistos como niños y niñas” (Rollo, 2018a: 309). Según el autor, “la oposición binaria entre la persona adulta plenamente humana y el niño y la niña infrahumano ya era un marco esencial en las primeras construcciones filosóficas y científicas modernas de la blancura y la supremacía blanca” (Rollo, 2018a: 308).

El patrón de la infancia como etapa de imperfección e “inocencia” se desarrolló paralelamente a la colonización europea de territorios y poblaciones no europeos. Se construye como una forma de conquista de un territorio ajeno, desconocido, vacío, natural e incivilizado. En este sentido, la infancia fue concebida, por ejemplo, por el filósofo liberal John Locke ([1690]1999) como una “tabula rasa” u hoja en blanco, y casi cien años más tarde por Jean-Jacques Rousseau ([1762]1998) como “naturaleza pura” en el sentido del “buen salvaje”.[11]

Desde el siglo XIX, la mirada colonial también ha marcado los inicios de la sociología, la psicología y la ciencia de educación en general, así como de los estudios sobre la infancia y la juventud en particular. En sus conferencias de principios del siglo XX, el sociólogo y pedagogo francés Émile Durkheim, uno de los padres de la sociología positivista, describió a los niños y niñas como “primitivos” y “salvajes” que ponen en peligro el orden social de la sociedad moderna. Por ello, según él, hay que educarlos “moralmente” de manera estricta desde la más tierna infancia, especialmente a través de la escuela (Durkheim, [1902/03]2002). Con respecto a los niños y niñas que siguen entrando en la sociedad, el influyente sociólogo y teórico de la socialización estadounidense Talcott Parsons habló de una “invasión de los bárbaros” en su obra principal The Social System (Parsons [1951]1991).

Hay que reconocer que no todos los autores que defienden el concepto de la adultificación se conforman con que los niños y niñas negros están expuestos a diversas formas de discriminación y violencia porque ya no son percibidos y tratados como niños o niñas. Algunos (por ejemplo Morris, 2007; Crenshaw et al., 2015; Morris 2018) suelen considerar también que tal práctica tiene raíces históricas en la esclavitud de las personas negras y en las actitudes racistas que surgieron de ella en gran parte de la población blanca. Especialmente en lo que respecta a la discriminación dirigida contra las niñas negras, también se llama la atención sobre el hecho de que en la adultificación se reproducen ciertas normas de feminidad que degradan a las mujeres o les atribuyen características que las hacen responsables del sufrimiento que experimentan, duplicando así la discriminación y absolviendo de ella a la población blanca. Pero la cuestión que se plantea es si, independientemente de cómo se conceptualice la adultificación, se infiltra una concepción de la infancia que pasa por alto o incluso ignora sus raíces coloniales y poscoloniales.

En mi opinión, no se presta suficiente atención al hecho de que la infancia, tal y como se entiende hoy en día en el pensamiento dominante y se codifica jurídicamente como “minoría de edad” o “menor”, tiene en sí misma una historia colonial y, por tanto, también racista (véase Rollo, 2018a; 2018b; Liebel, 2020; Gordon, 1997). Las personas esclavizadas y colonizadas eran consideradas infantiles en sí mismas, independientemente de su edad. Esto no se hacía para protegerlas, sino para demostrar la superioridad de la “raza blanca” y su condición inferior, la negativa a reconocerlas como seres humanos plenos y civilizados, y justificar así su explotación[12]. Este proceso, que desde los años setenta se denomina ocasionalmente infantilización (véase, por ejemplo, Firestone, 1970; Farson, 1974; Yarza, 2018), se aplica también al tratamiento de las personas negras como descendientes de esclavos y esclavas deportados desde África a las Américas. En este sentido, a los hombres negros, por ejemplo, se les llamaba y se les sigue llamando “boy” independientemente de su edad (véase Yancy, 2005; [2008]2017).

Con referencia a la victimización infantil desde la esclavitud hasta hoy, Stacey Patton (2017) explica que EE.UU. siempre ha estado obsesionado con el asesinato físico y el abuso de los niños negros. Esto es especialmente cierto en el caso de los niños negros, que son juzgados y considerados culpables en el vientre materno antes de nacer (Upchurch, 1997). De hecho, a menudo se percibe a los niños negros desde el nacimiento como “la monstruosidad antípoda de la raza blanca, una amenaza sexual para los cimientos de la civilización blanca” (Curry, 2017: 4). Dada la complejidad de la niñez negra, Dumas y Nelson (2016) señalan que los niños negros tienen una infancia inimaginable y un futuro impredecible. Según ellos, no reciben la misma empatía que los niños blancos (véase también Kimmel, 2008; Ladson-Billings, 2011; Bernstein, 2011; Kunesh y Noltemeyer, 2019; Cooke, 2020). A través de una especie de “contrato racial” que Charles Wright Mills ([1997]2021; 2017) opone a las teorías contractuales del “liberalismo blanco”, “las patologías antinegras de los niños negros están ancladas en el imaginario social de Estados Unidos” (Gilmore y Bettis, 2021: 8).

Más allá de la adultificación: imaginar otras infancias

La idea de que la infancia es una época de libertad e inocencia, o incluso un privilegio en comparación con la edad adulta, es una construcción sociohistórica ligada, como ya vimos, al proceso de conquista y colonización de América. Pero cabe preguntarse si la infancia también puede adoptar otras formas que las construidas en la sociedad occidental burguesa moderna. La percepción de que los niños y niñas negros son vistos como personas adultas y se les niega una infancia también puede interpretarse en el sentido de que está surgiendo una infancia diferente entre los niños y niñas negros, pero no se reconoce ni se admite como tal y, por tanto, se invisibiliza. Esto se expresa en el extendido discurso de “niños sin infancia” (por ejemplo UNICEF, 2006), “infancias robadas” (Save the Children, 2017) o la “desaparición de la niñez” (Postman, 1982; en español 1988). Supongo que esta otra infancia surge, por ejemplo, en los niños y niñas negros, a medida que asumen la discriminación racial y de otro tipo que experimentan a diario y dan así sentido a sus vidas. En la mentalidad blanca imperante, aparecen como “personas adultas” porque no se conforman pasivamente a las normas de comportamiento dadas, sino que se resisten a ellas e intentan vivir de forma autodeterminada.

Por ello, en el debate sobre la adultificación, algunas investigadoras y activistas como Patton (2022), Gilmore y Bettis (2021) y Bryan (2021) consideran esencial comprender la infancia negra más allá de los efectos nocivos de la supremacía blanca y reconocer sus características particulares. Según ellas, los niños, niñas y adolescentes negros participan constantemente en la creación de mundos que rechazan y trascienden la supremacía blanca. Esto también se ve respaldado por el hecho de que “las comunidades negras siempre han tenido sus propias ideas sobre la infancia. Asimismo, los pensadores negros se han resistido a la infantilización de diferentes maneras” (Rollo, 2018a: 316), como afirma el autor, refiriéndose a la autobiografía del antiguo esclavo Frederick Douglas ([1855]1990). Un autor sudafricano (Nxumalo, 2021) también subraya la necesidad de percibir las formas encarnadas, relacionales, liberadoras y creativas en las que la infancia negra se remodela continuamente en contextos particulares.

Podemos pensar en estos contextos como la experiencia humillante de la pobreza, la discriminación y la violencia (incluso en la propia familia)[13], pero también la corresponsabilidad temprana y la inclusión en movimientos sociales que, recordando formas de vida precoloniales de cohesión social y responsabilidad compartida, se resisten a la supremacía blanca y sus ideologías. En Sudáfrica, son los movimientos actuales contra la inmensa desigualdad social y la violenta exclusión que ha dejado la larga política del apartheid. En EE.UU., son los diversos movimientos por los derechos civiles que siguen surgiendo (hoy, por ejemplo, las distintas variantes de Black Lives Matter), que se dirigen contra la discriminación racial y la violencia policial remanentes de la esclavitud y reflexionan sobre su terreno común como minoría oprimida y marginada. Las personas jóvenes negras no sólo se ven influidas por estos movimientos en su vida cotidiana, sino que a menudo desempeñan un papel activo e impulsor en ellos (véase Rodgers, 2020).

En los estudios de Crenshaw et al. (2015), Dumas y Nelson (2016), Morris (2018) y Carey (2019), hay pruebas de que los niños y niñas negros suelen resistirse a su discriminación. Como resultado de sus experiencias, desarrollan identidades colectivas que les hacen parecer políticamente más aptos, autónomos y rebeldes que la mayoría de los niños y niñas blancos. Para comprender estos procesos y las peculiaridades resultantes de la niñez y juventud negra, es necesario alejarse de la idea de que la niñez es necesariamente una fase de la vida estrictamente separada y subordinada a la edad adulta. Por ejemplo, muchas de estas niñas y niños asumen la corresponsabilidad en sus familias y a veces también en sus comunidades a una edad temprana.[14] Además, es necesario no centrarse en el niño y la niña individual y en desarrollo, porque en el patrón predominante del desarrollo infantil, el niño y la niña aparecen siempre como ya inferior y a merced de la persona adulta. En ella se reproduce la devaluación generalizada de los pueblos colonizados como niños, niñas o infantiles, en contradicción con el patrón explicativo ideológico de la adultificación (véase Liebel, 2020: 53–72).

Basándome en su doble experiencia de ser oprimidas y discriminadas, por un lado, y de resistirse a ello, por otro, concluyo que las infancias negras que surgen de las experiencias comunes siguen siendo contradictorias en sí mismas. No son sólo infancias oprimidas, sino también liberadoras y emancipadoras, en el sentido de una utopía de posibilidad en la que se hacen visibles perspectivas para futuras luchas y desarrollos. No se trata ni de “niños nuevos” (en el sentido de “hombres nuevos”) ni de “pequeños adultos”, sino de una redefinición del orden generacional. Las personas jóvenes se experimentan a sí mismas no sólo como inferiores, sino también como moralmente escurridizos en el marco de unas relaciones sociales en las que todas y todos dependen de todas y todos. Veo el desafío de estos niños y niñas en superar las divisiones y antagonismos entre adultos y niños en términos de respeto mutuo y reconocimiento de sus necesidades y formas de comunicación específicas. La activista negra Stacey Patton resume así este desafío:

La pregunta no es: “¿Se considera a nuestros hijos como niños en esta cultura?”, sino: “¿Se ha considerado alguna vez a los negros, independientemente de su edad, como adultos?”. Los que somos activistas y defensores no deberíamos argumentar que los niños negros deben ser tratados como niños. Más bien, todos deberíamos convertirnos en defensores del empoderamiento y la humanización de los niños. La defensa de los niños y niñas es una labor de liberación negra. Y el trabajo por la liberación de los negros y negras debe incluir la defensa de los niños y niñas (Patton, 2022: 174).

Conclusión

El concepto de la adultificación implica el riesgo de distorsionar la visión de los niños y niñas negros e invisibilizar particular modo de vivir la infancia. Su discriminación, arraigada tanto en el racismo como en el adultismo y el sexismo, no puede seguir apoyándose en la narrativa ahistórica de que a los niños y niñas negros se les niegan los privilegios de una infancia protegida. A primera vista, podría parecer estratégicamente útil exigir para estos niños y niñas una infancia de la que supuestamente disfrutan los niños y niñas blancos. Pero esta infancia supuestamente más protegida es en sí misma una construcción ideológica que tiene poco que ver con la realidad. La mayoría de los niños y niñas blancos pueden ser privilegiados en comparación con los niños y niñas negros en el sentido de que no experimentan el racismo de primera mano, pero también están sujetos a las máximas de una sociedad adultista que los excluye y margina.

Espero haber demostrado que la discriminación y la violencia que sufren las personas jóvenes negras no se deben a su falta de infancia o a su adultificación, sino que tienen causas más amplias que se derivan de la historia colonial y poscolonial de Estados Unidos y se manifiestan en el racismo cotidiano contra las personas negras. Para acabar con la discriminación y la violencia contra las personas jóvenes negras, hay que eliminar las razones arraigadas en la ideología de la supremacía blanca que conducen repetidamente a la discriminación y criminalización de ellas. Aunque la infancia negra sigue sufriendo las secuelas del colonialismo y la esclavitud y dista mucho de ser una niñez liberada, ya pueden reconocerse en ella muchos elementos que apuntan más allá del modelo de infancia predominante en el Occidente y hacen que una niñez y juventud libre y emancipada parezca más concebible. El verdadero desafío consiste en reconocer y apreciar en las vidas de las personas jóvenes negras los intentos de resistir a todas las formas de opresión y violencia y de insistir en su dignidad humana.

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Notas

[1] Agradezco a Santiago Morales y a las personas evaluadoras anónimas sus sugerencias para revisar el artículo
[2] Escribo las denominaciones blanco/a, negro/a y de color en cursiva porque no las entiendo aquí en el sentido de color de piel, sino como categorías sociopolíticas de análisis. Por la misma razón, en el inglés original las denominaciones Black y White suelen escribirse con mayúscula inicial. No incluyo aquí a otros niños y niñas de color, como los niños y niñas de origen latino en EE.UU. – Todas las citas en inglés y alemán han sido traducidas por el autor.
[3] En las pocas publicaciones en español disponibles hasta ahora, el término se entiende de forma similar y se traduce como adultización. Que yo sepa, este término fue utilizado por primera vez en América Latina por Valeria Dotro (2007: 6): “Esa idea del niño adultizado a partir del acceso a determinados conocimientos y saberes del mundo adulto es fortalecida por el mercado que comienza a hacerse visible en las representaciones que los medios hacen de los niños.” Entretanto, el término se ha extendido en las redes sociales en español lamentando la prematuridad de los niños y niñas de hoy en día (véase, por ejemplo, Borja, 2021). El término también se ha colado en algunos exámenes de las asignaturas de trabajo social, educación y salud (Osorio Giralda y Zuleta López, 2017; Crispin Chacpa y Lolay Huamán, 2018)
[4] Esta es la razón por la que en este artículo no lo traduzco con la palabra adultización, sino adultificación (véase, por ejemplo, Afrofeminas, 2022; Graham, 2022).
[5] En uns sección posterior explicaré con más detalle cómo debe entenderse el supuesto o la metáfora de la “inocencia infantil” y cómo surgió históricamente.
[6] Según Mariame Kaba (2021: 77), en 1975 sólo el uno por ciento de las escuelas estadounidenses informaron de que contaban con agentes de policía en el sistema escolar. En 2009, solo las escuelas de la ciudad de Nueva York empleaban a más de cinco mil agentes de seguridad escolar y a 191 policías armados, lo que la convertía en el quinto distrito policial del país.
[7] Con esta crítica, no estoy cuestionando la norma de aplicar castigos menores o diferentes a las personas jóvenes hasta cierta edad en el sistema de justicia penal, sino enfatizando su subordinación y desconsideración en el orden generacional imperante. Sin embargo, cuestiono que los castigos individuales sean un medio adecuado para contrarrestar los actos normativos y hacer justicia. Esto lleva ocurriendo unas dos décadas en EE.UU. a través de iniciativas por activistas de color contra la violencia como Generation 5, Creative Interventions o el Bay Area Transformative Justice Collective, que pretenden sustituir la justicia punitiva por prácticas de justicia restaurativa o transformadora (véase Meiners, 2016; Kaba, 2021). Su objetivo es “desafiar nuestros impulsos punitivos, dando prioridad a la curación, la reparación y la responsabilidad” (Kaba, 2021: 59).
[8] El slut-shaming es la práctica de atacar e insultar a las personas, especialmente a mujeres y niñas, por ejemplo, calificándolas de “zorras”. Los agresores insinúan que sus víctimas no se ajustan al comportamiento y al aspecto exterior que espera la sociedad en materia de sexualidad.
[9] Ratchet es un término del argot que puede significar “excitante” o “excelente” y que suelen utilizar las mujeres en EE.UU. para expresar su autoestima. Algunas también lo utilizan cuando se sienten “mal” de alguna manera. El término, por otra parte, solía utilizarse principalmente como palabrota para tachar a una mujer de “exagerada” o “promiscua”.
[10] La atribución de inocencia se entiende aquí no en un sentido penal, sino en un sentido metafórico como cualidad de una persona.
[11] Para Rousseau, el niño es una encarnación de la naturaleza y la pureza, y “la preservación de la pureza natural se convierte en la tarea prioritaria del educador: el niño debe ser protegido de ser afectado por el mundo social” (Tremp, 2005: 65). Larry Wolff (2013) llama la atención sobre las ambivalencias de la construcción de la inocencia infantil en la Ilustración europea como “pura” por un lado y “seductora” por otro. Habla de la “incierta frontera entre el afecto tierno y la excitación erótica” (Tremp, 2005: 85). Henry Giroux (2000) demuestra estas ambivalencias con el ejemplo de los concursos de belleza infantiles (Child Beauty Pageants).organizados con fines comerciales en EE.UU. Kathryn Stockton (2009: 5) también se pregunta en un estudio sobre niños queer: “¿Cómo la inocencia, nuestra designación por defecto para los niños, causa su propia violencia?”
[12] Por ejemplo, en sus lecciones sobre la filosofía de la historia, Hegel ([1822]1989) declaró que África era la “tierra infantil”, entendida como un territorio que no tiene historia, es un puro estado de naturaleza. Esto permite a las potencias coloniales europeas escenificarse como salvadoras (apoyadas en la doctrina cristiana de la salvación) que asumen la “carga del hombre blanco” (Kipling, 1899) para iluminar y civilizar a los “pueblos primitivos”. En este sentido, el colonialismo se entendía y justificaba a sí mismo como “colonialismo benéfico, educador” (Osterhammel y Jansen, 2019: 159).
[13] Patton (2022: 167-168) indica que en EE.UU. el castigo físico es practicado habitualmente por más del 70% de los padres negros. Ella interpreta que esto significa que la cultura parental negra ha interiorizado, en muchos sentidos, la opinión de que “el castigo corporal es necesario para inculcar a los jóvenes negros la disciplina necesaria para protegerlos de la violencia policial, el encarcelamiento masivo y las formas perniciosas de sesgo de ‘adultificación’ en las escuelas y otros entornos institucionales centrados en los niños”.
[14] Llegué a conclusiones similares en mis estudios con niñas y niños de los sectores populares de América Latina (Abya Yala), muchos de ellas y ellos de origen indígena y de piel oscura. La liberación esperada se expresa sobre todo en el protagonismo de los movimientos sociales de niños, niñas y adolescentes trabajadores (NNATs) que han surgido en América Latina desde finales de los años setenta (Liebel, 2000; 2021, 2023).
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