Comunicación, Arte y Cultura

Sobre Revoluciones y revolucionarios. Algunos apuntes

Maximiliano Ferrero
FHUC - FCJS (UNL), Argentina

Sobre Revoluciones y revolucionarios. Algunos apuntes

Millcayac, vol. XI, núm. 20, 2024

Universidad Nacional de Cuyo

Traverso Enzo. Revolución. Una historia intelectual. 2022. Mexico. Fondo de Cultura Económica. 615pp.. 9789877193732

Recepción: 19 Diciembre 2023

Aprobación: 29 Mayo 2024

Desde fines del siglo XVIII y durante al menos dos siglos, la expansión de los ideales revolucionarios a partir de su epicentro atlántico, ha funcionado como el motor de la historia global. En esta historia, fue sin dudas, la Revolución francesa la responsable de propagar un modelo de transformación y de aceleración del tiempo histórico que revestía la lógica en un cambio total: político, cultural, social y económico de la sociedad. No obstante, es sabido que antes de adoptar el ropaje semántico moderno de una “irrupción repentina, […] una ruptura del orden social y político” (p. 25), el concepto de “revolución” se vio forzado a abandonar ciertas resonancias antiguas que lo remitían al movimiento circular de los cuerpos celestes. En su texto, el historiador Enzo Traverso se ocupa de recordárnoslo (cfr. 76-82), remitiendo a los pioneros desarrollos de la historia conceptual del alemán Reinhart Koselleck. Éste, por otra parte, en su clásica obra Futuro Pasado, dedicaba varias páginas al análisis de aquel concepto. Pero si la “revolución” —como nos indicaron Koselleck y Traverso— pudo hacer referencia a un “precipitarse hacia el progreso” o a un “quiebre histórico” (p. 76), fue necesario también, reemplazar una visión cíclica de la historia o, más aún, inventar una de carácter teleológico, orientada a un destino de felicidad para una sociedad nueva.

Ciento treinta años más tarde del acontecimiento revolucionario francés —y como expresa Traverso a lo largo de las más de 600 páginas y 6 capítulos en que se organiza este volumen—, el estallido de la Revolución rusa pondría al bolchevismo como el modelo de inspiración de intelectuales y movimientos revolucionarios de todos los continentes. En efecto, la Revolución de 1917 se convertiría en una especie de arquetipo de una sublevación radical desde abajo, respaldada por las masas, que hace de la violencia la carta de presentación de un quiebre histórico imprevisible, pero del cual pueden proyectarse nuevos horizontes de expectativas.

Esta es, a grandes rasgos, la visión de la “revolución” de la que Traverso se apropia en su libro, y será analizada desde herramientas teóricas variadas y plurales provenientes de la historia social, cultural, intelectual, conceptual e incluso, de la filosofía política. Su análisis, si bien deja traslucir cierta nostalgia por las ideas y acciones de la izquierda revolucionaria, no cae en una mirada ingenua o acrítica. De lo que se trata en este libro, es de analizar las revoluciones en sus propias contradicciones. O, como lo plantea el propio autor, atender no sólo a “sus rasgos liberadores, sino también sus vacilaciones, sus ambigüedades, sus caminos erróneos y sus retiradas” (p. 35). De esta forma, Traverso reflexiona sobre las revoluciones comunistas colocando a los procesos y decisiones históricas de los agentes sobre el tamiz de las propias condiciones materiales, sociales y políticas en que éstos se hallaban. Digamos por ejemplo que, si, por un lado, las políticas bolcheviques de Lenin pueden explicarse como respuestas concretas a la coyuntura de la Rusia de 1918 signada por la carestía y la guerra civil, por otro lado, Traverso no evita señalar retrospectivamente los errores y desvíos totalitarios del bolchevismo.

En la introducción de esta obra, el autor anuncia su preferencia por cierto enfoque metodológico que hará particular hincapié en una noción acuñada por Walter Benjamin: las “imágenes dialécticas”. Las revoluciones de los siglos XIX y XX serán interpretadas aquí, a partir del ensamblaje de elementos intelectuales y materiales del pasado revolucionario para volver a articular estas unidades en una mirada que busca comprenderlos ahora, como una totalidad significativa. En otras palabras, el libro es capaz de saltar de una historia de los usos revolucionarios de los trenes a entender que “[L]a revolución es también una experiencia corporal” (p. 123) y ligar las imágenes de los cuerpos con experiencias artísticas. De allí, el libro pasa a recuperar los símbolos y formas de la memoria revolucionaria para luego perseguir las variadas trayectorias militantes de los y las intelectuales revolucionarios. Más tarde, se aventura incluso, a dirimir cuestiones conceptuales en diálogo con importantes teóricos del siglo XX, tales como Michel Foucault o Hannah Arendt. En suma, el trabajo de Traverso es un logrado intento por mostrar la unidad subyacente del mundo material de las experiencias sociales y políticas con las producciones del mundo espiritual (de los conceptos, de los símbolos y del arte). Cada uno de estos aspectos de análisis es recuperado en un capítulo en particular.

Brevemente, el capítulo uno es una muestra de la “afinidad profunda y sustancial entre las revoluciones y los trenes” (p. 58) que llevó a una nueva relación entre las tecnologías y la agencia humana. Si los ferrocarriles constituyeron un elemento central en el ascenso del capitalismo industrial, fueron también una poderosa imagen de la materialidad y de la inevitabilidad del progreso y el cambio histórico que podía ser aprovechada también, por la revolución comunista. Por ello, los trenes eran capaces de cumplir a la vez, una función estratégica y simbólica o metafórica. De hecho, si las locomotoras podían ser una herramienta de sabotaje para los rebeldes mexicanos o el soporte bélico para el transporte de tropas, suministros y armas del ejército rojo, el tren de Trotsky manifestaba también, la expansión de la utopía socialista sobre los rincones más inhóspitos. Las locomotoras pudieron consolidarse como un mito, reforzado por el arte de la propaganda, de la aceleración de la historia, del salto al futuro que daba la Rusia comunista. Un mito que comenzaría, sin embargo, a devaluarse con la llegada de la aviación.

El segundo capítulo aborda la relación entre las figuraciones de los cuerpos y el arte con el poder revolucionario y sus redefiniciones en el siglo XX. Traverso se ocupa de analizar, por ejemplo, la animalización de los cuerpos revolucionarios en los carteles de propaganda antibolchevique, así como la violencia de los momentos transicionales en las revoluciones, que caracteriza como una especie de “éxtasis de la liberación” (p. 131). Empero, el autor muestra asimismo cómo el socialismo fue capaz de oscilar entre la liberación sexual de los cuerpos y un poder biopolítico que intentaba disciplinarlos. Cabe mencionar aquí, el espacio brindado al análisis de la importancia mística que la Revolución bolchevique le otorga al cuerpo embalsamado de Lenin para celebrar la inmortalidad del socialismo. En el tercer capítulo, después de hacer referencia a ideas y pensadores reacios a la tradición revolucionaria como Donoso Cortés o Joseph de Maistre, Traverso aborda los símbolos, las imágenes, las materialidades y los acontecimientos que, volviéndose icónicos, conservaron y transportaron la memoria revolucionaria. De esta forma, el análisis del autor recorre la toma de la bastilla y sus representaciones, las imágenes de la toma del palacio de invierno, las barricadas, el significado y adopción de la bandera roja, los murales y las canciones.

El cuarto capítulo es un recorrido por las conceptualizaciones de “intelectual” e intelligentsia en diferentes contextos nacionales a lo largo del siglo XX, pero comenzando a partir del origen francés de la palabra. Así, Traverso describe proyectos, ideas, estilos de vida y propuestas de los revolucionarios europeos. Tampoco quedan afuera los intelectuales que aparecen en el mundo colonial, desde Mariátegui hasta Ho Chi Minh. Allí, el historiador abreva en las estrategias revolucionarias anticoloniales a las que los intelectuales tuvieron que apelar, distanciándose del marxismo clásico a fin de reconocer a los indígenas o campesinos como potenciales agentes de la insurgencia revolucionaria.

El quinto capítulo es, quizás, el de mayor contenido filosófico de todo el libro. Allí, Traverso establece una diferencia entre la filosofía —cuya tarea refiere a pensar la libertad—, y el esfuerzo por historizar la libertad; esto es, interpretar las experiencias históricas concretas. Luego, el autor esboza una especie de genealogía del concepto de “libertad” retomando algunas de las principales figuras de la filosofía política de los siglos XIX y XX para polemizar principalmente con la idea de revolución que Arendt había construido en su clásico On Revolution. Allí, esta autora se volcaba preferentemente por la Revolución norteamericana antes que por la francesa y separaba la violencia y el ámbito de la necesidad del ejercicio de la libertad. Es aquí donde aparece uno de los principales contrapuntos con la visión comunista de la revolución que defiende Traverso, ya que este historiador busca mostrar que “libertad” y “liberación” pueden separarse desde un punto de vista analítico, aunque no desde el histórico. En otras palabras, la revolución es indisociable de la violencia.

Este punto puede darnos una pista de por qué, después de haber dedicado tantas páginas del libro a los movimientos revolucionarios, sean tan pocas las que discurren sobre las revoluciones latinoamericanas del siglo XIX. De hecho, a excepción de un intento por rescatar y revitalizar la importancia histórica de la Revolución haitiana, no aparecen mayores alusiones a las revoluciones anticoloniales de independencia. Quizás podamos admitir que la óptica marxista empleada en el libro para comprender la “revolución”, que entiende a ésta como un “estallido” o “terremoto” (pp. 30 y 31) y que resulta en un cambio radical, no sea la más idónea para estudiar los procesos independentistas del XIX latinoamericano.

Finalmente, el capítulo seis aparece como una larga recapitulación de la imagen de las revoluciones que el libro fue construyendo, a fin de dar cuenta de la existencia de diferentes oleadas revolucionarias y diversos rostros del comunismo que se ensamblan como una especie de “mosaico” (p. 549): un comunismo como régimen, revolucionario, anticolonial y socialdemócrata. O también, un ismo que puede interpretarse como un “paraguas” (p. 548) capaz de cubrir una pluralidad de experiencias y acontecimientos históricos que, de alguna manera u otra, en el siglo XX, se relacionan con la Revolución de Octubre.

Valga decir en último lugar que, a lo largo de todo el volumen, Traverso no sólo realiza un trabajo conceptual e historiográfico. Además, el libro siente la necesidad de compartir cierta nostalgia de izquierda. Empero, no se trata sólo de la espera imposible de un mundo que nunca fue. Sino que, al final de todo, parecería decirnos el autor que se trataría de recuperar esas experiencias de la historia para leer las contradicciones del mundo actual y reconocer en él las potencialidades revolucionarias del siglo XXI. En otras palabras, si podemos aceptar que muchas de las revoluciones que Traverso estudia en su libro pudieron haberse desviado de sus objetivos emergentes, aún vale la pena reivindicar el gesto de la voluntad revolucionaria, pues vivimos en sociedades injustas que reclaman transformación.

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