Género y Derechos Humanos
Recepción: 26 Marzo 2024
Aprobación: 29 Mayo 2024
Resumen: En las últimas décadas, la noción de batalla cultural se volvió un tópico central dentro de las propuestas teóricas y políticas de las nuevas derechas. En el contexto sudamericano, Agustín Laje y Axel Kaiser consideran que la derecha no le ha asignado una importancia suficiente a la lucha ideológica, y sitúan a la “ideología de género” como enemigo clave. Este trabajo analiza algunos textos emblemáticos de estos autores, quienes consideran que esta es una dimensión decisiva de la batalla cultural y en la configuración de una “nueva derecha”. Este análisis busca aportar herramientas heurísticas para comprender el pensamiento de las nuevas derechas y las modalidades de polarización que construyen en el escenario político local y regional.
Palabras clave: batalla cultural, ideología de género, derechas radicales, marxismo cultural, antifeminismo.
Abstract: In recent decades, the notion of cultural battle has become a central topic in the theoretical and political proposals of the new right. In the South American context, Agustín Laje and Axel Kaiser consider that the right has not assigned sufficient importance to the ideological struggle, and place “gender ideology” as a key enemy. This paper analyzes some emblematic texts of these authors, who consider that this is a decisive dimension of the cultural battle and in the configuration of a “new right”. This analysis seeks to provide heuristic tools to understand the thinking of the new rightists and the modalities of polarization that they construct in the local and regional political scenario.
Keywords: cultural battle, gender ideology, radical right, cultural Marxism, antifeminism.
Introducción
En las últimas décadas, la noción de batalla cultural se volvió un tópico central dentro de las propuestas teóricas y políticas de intelectuales, activistas e influencers de las nuevas derechas a nivel global. Siguiendo los antecedentes de esta noción en la nouvelledroite, que postulaba a fines de los 1970 la necesidad de concentrarse en la lucha metapolítica, y en los paleolibertarios norteamericanos y su alianza con los paleoconservadores en los años 1990, esta fue retomada con fuerza por buena parte del arco antiprogresista sudamericano, que incluye movimientos sociales, activismos religiosos, militancias de las redes y partidos políticos de nuevo cuño. Según dichas producciones, en concomitancia con las políticas contrainsurgentes de las últimas dictaduras militares, para modificar las relaciones de poder en una sociedad no basta con hacer reformas económicas y políticas, sino que lo más importante es transformar la cultura, pues allí es donde el enemigo ha logrado penetrar de manera más profunda. Estos “gramscianos de derecha” asumen que, al menos desde las revueltas estudiantiles de 1968, la nueva izquierda ya no opera en el plano de la economía y que ni siquiera representa a la clase obrera, sino que ha concentrado su artillería en la “superestructura cultural”, tratando de demoler la civilización occidental a través de estilos de vida alternativos y mediante las reivindicaciones de género, raciales, étnicas, e identitarias en general. Por ello mismo, consideran necesario dar una batalla en ese mismo plano y construir una hegemonía de derecha que articule a sus distintas vertientes si se quiere salvar la cultura occidental y cristiana junto con el capitalismo.
En el contexto sudamericano, autores como Agustín Laje y Axel Kaiser, consideran que la derecha no le ha asignado una importancia suficiente a la lucha ideológica, cuando esta es fundamental, pues determina los esquemas mentales con los cuales percibimos el mundo.
Para Kaiser, la élite chilena se habría concentrado en ganar dinero sin prestar atención a la necesidad de formarse y de ejercer un rol efectivo en la producción del consenso por parte de las clases subalternas, lo que ya hace dos décadas hacía peligrar las “conquistas” del régimen dictatorial. Por otro lado, Laje sostiene que la izquierda ganó la batalla cultural, y que se trata de revertir esa situación a partir de la hegemonía de una nueva derecha, que sea antiprogresista, anticomunista y antifeminista y que articule las demandas de libertarios, conservadores, nacionalistas de derecha y tradicionalistas en una cadena de equivalencias al estilo del populismo laclausiano. En ese marco, ambos consideran central el papel de les intelectuales. De hecho, estes han tenido un rol fundamental en el crecimiento exponencial de las nuevas derechas a través de libros, conferencias, artículos periodísticos, videos y posteos en redes sociales, trincheras de una guerrilla cultural en las cuales juegan un rol central el trolleo, las shitstorms, el doxing, las fake news y la posverdad (Forti, 2021; Stefanoni, 2021).[1]
Ahora bien, una de las especificidades de la extrema derecha 2.0 (Forti, 2021) en Latinoamérica, como en el Sur y Este de Europa, y más allá de las diferencias que pueden tener en el plano económico y geopolítico, es la importancia que le asignan en dicha batalla a lo que denominan “ideología de género”[2], como una especie de arquitrabe que sostiene todo el edificio del “marxismo cultural”, donde también son centrales el indigenismo, el ecologismo, el antirracismo, etc. Según estas posturas, la política identitaria en general, y la “ideología de género” en particular, no se basarían ya en el uso de la razón ni en una ciencia que pretenda ser objetiva, pues serían consideradas como parte de un relato occidental y patriarcal opresivo y excluyente, sino en una concepción posmoderna y relativista de la verdad, donde juegan un rol central las emociones, dando lugar a una nueva victimología y a una nueva inquisición que está dispuesta a arrasar con quienes no se ajustan al lenguaje “políticamente correcto”. En ese sentido, la izquierda operaría un deconstruccionismo militante y un reduccionismo culturalista según el cual no existe nada que sea natural y donde cualquier diferencia es entendida como opresión, llevando el antagonismo a relaciones que la derecha, los conservadores y la Iglesia piensan como armónicas y complementarias (v.gr. los sexos masculino y femenino). Paradójicamente, según estas nuevas derechas, esta ideología sería un eje central de la nueva izquierda, que encontraría un vasto apoyo financiero por parte de grandes capitalistas, puesto que abre nuevos mercados a través de la creación de nuevas identidades (Laje, 2022). De ese modo, al igual que lo que sucedía otrora con el discurso antisemita, se afirma que la ideología de género es parte de una alianza que sostiene el turbocapitalismo y, al mismo tiempo, que es el ariete de un nuevo comunismo.[3]
En este trabajo, a partir de una lectura interpretativa y crítica de algunos textos emblemáticos de Kaiser y Laje, exploramos cómo la llamada ideología de género se transforma en un mínimo denominador común entre diversas corrientes, y permite establecer una “interseccionalidad de derecha” (Ravecca et al., 2022) que considera al feminismo actual y al movimiento LGTBIQ como un nuevo sujeto subversivo que se ha infiltrado a través de las teorías foráneas y del globalismo, que es ajeno al ser nacional y que pone en jaque a la civilización occidental y cristiana, discurso utilizado por las dictaduras del cono sur en plena guerra fría. En ese marco, recuperaremos la noción de batalla cultural planteada por las nuevas derechas y analizaremos algunas de sus dimensiones, en las cuales la cuestión del género resultará absolutamente central en la conformación de un “nosotros” a través de la configuración de un enemigo interno a ser erradicado.
La batalla cultural y el género en las nuevas derechas sudamericanas
Si bien el término “batalla cultural” tuvo un importante rol en ciertos sectores progresistas durante la primera década del siglo XXI, son las nuevas derechas las que se han preocupado últimamente por dedicarle una reflexión y una praxis acorde a este término. Buena parte de les intelectuales de estas corrientes se definen como gramscianes de derecha, cuyo objetivo es establecer una nueva hegemonía a través de las instituciones de la sociedad civil y, fundamentalmente, de la cultura. Esto había sido establecido ya a fines de los años 1970 por uno de los fundadores de la NouvelleDroite, Alain de Benoist, según el cual la lucha que debía librarse no era tanto político-partidaria sino metapolítica, es decir, una lucha por el cambio cultural que luego pudiese, en el mediano plazo, verse reflejada en la escena política. De Benoist hace hincapié en una crítica a toda la tradición igualitaria, desde la tradición judeocristiana a la modernidad, y afirma el etnodiferencialismo, que podría interpretarse como una forma de racismo culturizado (De Benoist, 1982).
El combate de ideas también fue central para les paleoconservadores y paleolibertaries en Estados Unidos a inicios de los años 1990, lo que llevó a la adopción explícita de un populismo de derechas.[4] En ese momento, les intelectuales de la nueva derecha se dieron cuenta de que no alcanzaba con interpelar a las élites a través de thinktanks y fundaciones, sino que era necesario conquistar el corazón y la mente de las masas, y especialmente de los angry white men que veían cómo ciertas “minorías” parecían mejorar su situación relativa en un contexto de estancamiento de la movilidad social (Brown, 2021). Dichas ideas, que surgen como reacción al neoconservadurismo surgido en los ’70, al que los paleolibertarios consideraban demasiado estatista, tendrán su momento más exitoso políticamente con la elección de Trump para la presidencia y se volverán populares en Sudamérica a partir de referentes políticos como Bolsonaro, Kast y Milei, pero también de intelectuales como los trabajados aquí.
En América del Sur, la importancia asignada a la cultura por parte de la derecha no es nueva, tal como se vio reflejado en los discursos de distintes intelectuales liberales, conservadores, neoliberales y nacionalistas a lo largo del siglo XX, por no mencionar la importancia que las dictaduras militares le dieron a la transformación de la cultura y la defensa de los valores occidentales y cristianos frente a la “infiltración marxista”. Sin embargo, la apelación a la noción de batalla cultural ganó cada vez más terreno desde el auge de la llamada “marea rosa” y luego con la “marea violeta y verde”[5] aún en países que parecían inmunes a su influencia directa.
En ese marco, nos proponemos analizar algunas de las propuestas esbozadas por dos miembros de una nueva generación que se presentan como aquellos intelectuales que le faltaban a la derecha. Ambos parten de la idea de que la batalla cultural está siendo ganada por el marxismo cultural, el intervencionismo y el estatismo, y ambos van a dedicar un espacio importante de sus reflexiones al combate a la “ideología de género” como una pieza clave de la batalla.
Teniendo en cuenta aportes de los estudios de género y de los estudios políticos sobre las nuevas derechas (Segato, 2016; Cooper, 2017; 2021; Brown, 2021; Butler, 2021; Whyte, 2019; Gago, 2019; Graff y Korolczuk, 2022; Catanzaro, 2021; Morán Faúndes, 2023; Exposito y Saidel, 2021; Corredor, 2019; Suarez Tomé e Incaminato, 2024; Stefanoni, 2021; Main, 2018; Forti, 2021; Mudde, 2019; Pereyra Doval y Souroujon, 2021), parto de la hipótesis de que el recurso a la “ideología de género” expresa una reacción (backlash) frente a los avances feministas y LGTBIQ en términos políticos, culturales, identitarios y en la conquista de Derechos Sociales y Reproductivos y que, en ese marco, se ha convertido en un pegamento simbólico (Kovats y Poim, 2015) que permite aglutinar a distintas corrientes de derechas, que establecen una sinergia oportunista con los movimientos “pro-vida”, “pro-familia” y antigénero (Graff y Korolczuk, 2022; Morán Faúndes, 2023b). El combate a la “ideología de género” permite una interseccionalidad de derecha (Ravecca et al. 2022), que, lejos de cuestionar las relaciones de dominación existentes, las reafirma, abarcando “asuntos sociales, económicos y culturales” y trazando “vínculos entre ellos” (Ravecca et al., 2022).[6] Es decir que, por un lado, la ideología de género funciona como un enemigo común a distintas corrientes políticas, culturales y religiosas que de otro modo hubiesen estado en veredas distintas (v.gr. Católicos y evangélicos, liberal-conservadores y nacionalistas). Por otro lado, permite establecer un vínculo entre problemáticas que las derechas solían pensar por separado (económicas, culturales, políticas, sociales, sexuales, morales, etc.). Como señala Kovats:
Los derechos reproductivos, la violencia contra las mujeres, la educación sexual, las cuestiones LGBT, la integración de la perspectiva de género, los estudios de género, las organizaciones supranacionales (como la ONU, la UE o la OMS) y los tratados (como la convención de Estambul) son el blanco de los movimientos sociales y los partidos populistas de derechas. Algunos de estos temas son antiguos (como el aborto), otros son nuevos (como atacar los estudios de género). Lo que les une es que ahora se les impugna por ser representativos de la “ideología de género”, el “generismo”, y representar una conspiración global para destruir la civilización humana. (Kovats, 2021: 78, tr. propia)
Teniendo en cuenta estos aportes que permiten entender el contexto y las características principales de este régimen de enunciados, intentaré comentar lo que Kaiser y Laje plantean en sus propios términos, haciendo un ejercicio de empatía metodológica e intentando encontrar cuáles son las regularidades discursivas y los regímenes de veridicción que buscan elaborar. En ese marco, analizaré algunos textos señeros de estos jóvenes intelectuales en los cuales la batalla cultural incluye el combate al género como una dimensión decisiva. Como veremos, a pesar de sus diferentes trayectorias intelectuales y políticas, por momentos apelan a los mismos argumentos, los cuales forman parte de una apuesta por construir una nueva hegemonía de derechas.
Axel Kaiser: de la fatal ignorancia a la neoinquisición
Axel Kaiser es un abogado y profesor nacido en Chile en 1981. Ha trabajado en su país, en Alemania y en Estados Unidos. Promotor de las ideas de la escuela austríaca de economía, fue el creador de la Fundación para el Progreso, un think tank neoliberal y miembro de la Sociedad Mont-Pelérin, donde fue el primer latinoamericano en ganar el Hayek essay contest en 2014 con el ensayo Understandinghuman ignorance: the Hayekian theory of progress. En los últimos 15 años publicó La fatal ignorancia. La anorexia cultural de la derecha frente al avance ideológico progresista (2009)[7], a los que le siguen La tiranía de la igualdad (2017), El engaño populista. Por qué se arruinan nuestros países y cómo rescatarlos (con Gloria Álvarez, 2016) y La neoinquisición (2020), entre otros. En estos trabajos, Kaiser destaca la importancia de la batalla de ideas, e incluso de la misma filosofía, ya que, según afirma, este tipo de disciplinas moldean los esquemas mentales con los cuales percibimos el mundo. En ese sentido, en el Prólogo a la tercera edición de La fatal ignorancia sostiene que son “las creencias, las ideas y valores que predominan en una sociedad lo que determina su evolución política y económica”. Por ello, los intelectuales son “quienes ejercen la mayor influencia sobre nuestras vidas, aun cuando seamos incapaces de reconocerlo producto de nuestra absorbente cotidianidad.” (2014:18) Para Kaiser, las élites chilenas sufren de una “fatal ignorancia” a este respecto, y por eso, ya en 2009, avanzaba “la lógica estatista redistributiva que cuestiona el sistema de libertad económica” (2014: 24). El autor sostiene que ese “desprecio por lo intelectual ha generado un efecto perverso: a pesar del inmenso poder económico del sector designado como «derecha», la hegemonía cultural en Chile la ejerce fundamentalmente la izquierda”. (2014: 34) En cualquier caso, su diagnóstico es que la derecha ha dejado el terreno de la cultura a la izquierda, y eso estaría llevando a poner en riesgo las “libertades” conquistadas durante el pinochetismo, porque la cultura es el “campo de batalla por excelencia de cualquier proyecto político y social” (2014: 31)[8].
Cabe destacar que el libro de 2009 ataca al marxismo y a las ideologías no liberales en general, pero allí no se menciona al feminismo ni al género. En cambio, en su libro de 2020, posiblemente en reacción a la creciente influencia de los activismos feministas y LGBTIQ, el feminismo y la “ideología de género” son considerados emblemas centrales de la “nueva inquisición”, es decir, de un sistema de poder que marcaría lo que está permitido decir y pensar y lo que estaría prohibido. En la introducción a La neoinquisición sostiene:
Si bien hoy no quemamos brujas en la hoguera y no ejecutamos a nadie, no cabe duda de que un nuevo puritanismo, esta vez originado en la izquierda intelectual, ha descendido sobre Occidente causando un daño considerable. Vivimos en la era de lo que se ha pasado a llamar «corrección política», la cual podría definirse como una práctica cultural que busca la destrucción reputacional, la censura e incluso la sanción penal de aquellas personas o instituciones que no adhieran, desafíen o ignoren una ideología identitaria que promueva la supuesta liberación de grupos considerados víctimas del opresivo orden social occidental. […] Como los tribunales de antaño, quien declara estar en contra de los postulados de esta ideología se identifica con el mal exponiéndose a las turbas y a los tribunales populares de los medios de comunicación masiva y las redes sociales. (s/p)
Para Kaiser, esta dictadura de las emociones neopuritana destruye la esfera pública como espacio posible de un diálogo racional y acaba con la libertad de expresión. Uno de los ejemplos que toma al respecto es el del lenguaje inclusivo, cuyo espíritu, según el autor, no sería libertario sino totalitario, como la neolengua imaginada por Orwell en 1984.[9]
Si la Inquisición en 1600 ejecutó al filósofo y científico Giordano Bruno haciéndolo arder en la hoguera, entre otras razones, por enseñar que los planetas orbitaban el sol, hoy día los neoinquisidores persiguen a académicos y científicos que intentan demostrar asuntos como que el género no es totalmente una construcción social, que la brecha salarial entre hombres y mujeres como producto de la discriminación es un mito, que la narrativa del patriarcado como figura únicamente abusadora de la mujer merece serias dudas, que la genética es uno de los factores que más incide en la inteligencia, que el islam podría ser incompatible con Occidente, que las potencias coloniales hicieron grandes aportes a sus colonias o que la migración puede tener efectos negativos para la sociedad que la recibe, entre muchos otros temas. Todos éstos son verdaderos tabúes que no pueden osar transgredirse sin ser arrasado en el intento. (s/p)[10]
Según el autor, la conversión de ciertos temas en tabú por parte de la “ideología de lo políticamente correcto” lleva a la autocensura, que se sostiene en el miedo hacia un enemigo difuso. El autor se refiere centralmente a lo que sucede en Europa y Estados Unidos en términos de lo que llama pensamiento único, “que no solamente crea un clima de miedo, censura y persecución, sino que rechaza los fundamentos mismos de los avances económicos, políticos y sociales de la cultura occidental” (Kaiser, 2020) como un anticipo de lo que puede suceder en América Latina. En cualquier caso, el autor parece no temerle a “la censura” y buscará desmitificar los tabúes señalados en la cita anterior.[11]
Para Kaiser, uno de los aspectos de la dictadura de lo políticamente correcto es la “emocracia”, un régimen de sentido donde lo único importante sería no ofender a nadie con lo que se dice. En ese marco, lo primero que se sacrificaría es la verdad (que no tiene por qué ser agradable) y con ella la democracia (que necesita de la posibilidad de un diálogo racional para resolver los conflictos de manera pacífica). Por ello, su libro busca mostrar los peligros del victimismo, del tribalismo, de las teorías del sesgo implícito, etc. que serían contrarios al orden liberal que el autor defiende.
En línea con lo sostenido por les paleolibertaries, Kaiser señala que en los 60, los gays, lesbianas y afroamericanos invocaban los principios liberales de igual dignidad para conseguir un trato justo y no privilegios especiales por su raza u orientación sexual, que es lo que la cultura tribal promueve.[12] Por lo demás, dicha cultura estaría gobernada por una filosofía posmoderna en la cual la verdad desaparece a favor de las narraciones, lo cual iría en detrimento de valores liberales universales como la igual dignidad humana. En ese marco posmoderno y deconstructivo se inscriben las teorías de género, que serían contrarias “a la evidencia científica más elemental y, en consecuencia, no se trata más que de una narrativa arbitraria que pretende avanzar posiciones de privilegio de grupos determinados y al mismo tiempo promover una agenda ideológica servil a esos intereses” (Kaiser, 2020).
Esto es importante porque, si bien el combate a la IG nace en el seno de la Iglesia Católica en los años 1990, lo que se busca, tanto desde posturas religiosas como laicas, es demostrar su carácter anticientífico.[13] Por eso, al igual que Laje, Kaiser recurre a estudios de biología o de psicología evolutiva para señalar que desde el punto de vista científico solo existen dos sexos y que estos procesos biológicos tienen una influencia decisiva en la conformación de la psiquis, de las aptitudes y de la conducta humana. Del mismo modo que Laje y Márquez (2016), el chileno recurre al libro La tabula rasa, La negación moderna de la naturaleza humana, del psicólogo evolutivo de Harvard Steven Pinker. Este refuta la idea de que el género sea una construcción social y sostiene que “«la política de género es una razón central por la que la aplicación de la evolución, la genética y la neurociencia a la mente humana sea amargamente resistida en la vida intelectual moderna»”. En ese marco, Kaiser recupera estudios de neurociencia que afirman que los cerebros de hombres y mujeres son distintos, que en la conformación de la identidad sexual juega un rol decisivo el desarrollo hormonal durante el embarazo y que eso determina conductas que serían propias de cada género, desde los juegos durante la infancia a las preferencias a la hora de elegir una profesión. Por lo cual, la idea de que el género es solo una construcción social sería contraria a la ciencia, y por ello se habla “de ideología de género”. (Kaiser, 2020: 216) Además, Kaiser recupera a Susan Pinker, quien señala que la idea de que debe haber paridad en todas las actividades expresa un profundo desprecio hacia las mujeres y las somete a una norma masculina, lo cual habría derivado en una creciente infelicidad de las mujeres en Estados Unidos. Desde su punto de vista, vivimos en una sociedad que se presenta como neutral en cuanto al género, pero en el fondo postula un ideal de comportamiento masculino para ambos sexos, donde solo se valora el éxito económico y no la empatía, la comunicación o la construcción de relaciones, para los cuales las mujeres estarían mejor “cableadas”. Ese oscurantismo de la ideología de género llevaría así a un mundo más intolerante, menos feliz, y menos democrático (Pinker, apud Kaiser, 2020: 232-233).
En ese marco, Kaiser recupera las quejas de Camille Paglia, quien también denuncia el carácter anticientífico de los estudios de género animados por el pensamiento post-estructuralista, cuya consecuencia ha sido que estos programas de género han creado «la nueva policía de pensamiento de la corrección política». (Kaiser, 2020)
Kaiser busca además desmitificar otros aspectos de la “nueva doctrina” que no podemos abordar aquí, como la brecha salarial, la inmigración y la influencia de Occidente. Como veremos, su posicionamiento político y el tipo de argumentación que emplea, si bien con énfasis distintos, son similares a las de su colega argentino, Agustín Laje (vid infra). Por un lado, ambos utilizan fuentes científicas positivistas, provenientes de la psicología evolutiva y de las neurociencias para “desmitificar” a sus oponentes. Por otro lado, construyen una caricatura de sus adversarios, señalando continuidades que no existen tanto al interior del feminismo como de la izquierda y del “posmodernismo”, y ponderando como elementos fundamentales de las doctrinas que atacan cuestiones poco relevantes, malinterpretadas o directamente inventadas. Muchas de estas buscan producir pánicos morales, denunciado que la pedofilia ocupa un lugar central para las nuevas izquierdas y las teorías de género, como una forma de demonizarlas.[14] La estrategia de tomar la parte por el todo será central para ridiculizar a, cuando no marcar la perversidad de, sus oponentes.
Agustín Laje: la batalla cultural contra la nueva izquierda y la “ideología de género”
La batalla cultural es también el eje central de los libros del intelectual e influencer argentino Agustín Laje, e incluso uno de sus últimos libros lleva dicho sintagma por título. Laje nació en 1989 y es politólogo de formación. Actualmente es un referente de las nuevas derechas, especialmente de les jóvenes libertaries y católiques, tanto por sus libros como por su militancia en las redes sociales.[15] Al igual que su par chileno, ha fundado y preside un thinktank: la Fundación Libre. Sin embargo, lejos de criticar las teorías postestructuralistas, el autor adopta la teoría de la hegemonía de Laclau y Mouffe como un arma para la batalla cultural.
De hecho, ya en el bestseller El libro negro de la nueva izquierda, Laje y Márquez entienden que la batalla cultural surge de un giro en la izquierda, que se habría iniciado en los años ’60 con las revueltas estudiantiles y que se exacerbó con la caída de la URSS, generando un desplazamiento de las luchas desde el terreno económico al cultural. En ese libro, la “ideología de género”, el feminismo, el abortismo, el homosexualismo, el indigenismo, etc. serían las nuevas vías a través de las cuales la izquierda buscaría reinventarse y conquistar la hegemonía. Estas nuevas luchas buscarían conquistas meramente tácticas en el marco de una nueva guerra de baja intensidad cuyo objetivo último sería destruir los valores occidentales y cristianos para instaurar una dictadura comunista. En ese marco, las feministas o los militantes gay que se toman en serio sus luchas como fines en sí mismos, serían “idiotas útiles” de una causa comunista reciclada. (Laje y Márquez, 2016)
Tan importante es la cuestión de la batalla cultural para Laje, que le dedicará todo un libro a la cuestión, donde hace una reconstrucción histórica y teórica de distintas acepciones del concepto de “cultura”, desde el proceso de cultivarse a uno mismo, la distinción entre alta y baja cultura cuando se entiende que cada grupo social tiene su propia cultura, hasta la idea más abarcadora de cultura propuesta por la antropología, según la cual “«cultura» empieza a significar toda regularidad social que distingue a la sociedad en la que el hombre se inserta” (Laje, 2022: 19) En ese marco, sostiene:
Una teoría sobre la batalla cultural ha de posar su mirada sobre los cambios que se suceden, que se impulsan y que se resisten en la dimensión cultural de una sociedad. Con ello debe entenderse: los cambios que acontecen en el nivel de lo simbólico, de las costumbres, los valores, las tradiciones, las normas, los lenguajes, las ideologías. (Laje, 2022: 32)
Después de situar la centralidad de la cultura en las transformaciones de la modernidad y la posmodernidad, Laje señala una serie de características de la batalla cultural. La primera es que la cultura no es solo el fin de la batalla sino también su medio. Es decir que tiene lugar en las instituciones en las que se produce y reproduce la cultura de una sociedad (escuelas, universidades, medios de comunicación, redes sociales, etc.).[16] La segunda es que, parafraseando a Carl Schmitt, “la batalla cultural supone un conflicto de cierta magnitud (y en esta medida una batalla cultural es una forma o instanciación de lo político)” (2022: 34). No el mero reajuste sino el cambio cultural significativo es lo que está en juego. (2022: 37) La tercera es que toda batalla posee un elemento consciente del cual surgen esfuerzos racionales para conseguir la victoria. (2022: 37)
Al igual que algunos teóricos de la alt-right norteamericana, Laje retoma las ideas de la izquierda para establecer las coordenadas de la nueva batalla. Su marco teórico va de Gramsci a Laclau y Mouffe pasando por Marcuse. Su objetivo es establecer una cadena de equivalencias entre distintas corrientes de derecha que, si bien tienen un mismo campo de adversidad, hasta ahora marchan separadas. Recuperar orgullosamente el concepto de “derecha” puede ser el primer paso hacia una identidad política que se constituya en su antagonismo al feminismo, la ideología de género, el globalismo, el multiculturalismo, el progresismo, el ecologismo, el indigenismo, etc. Esta nueva derecha debería incluir a libertarios de derecha, conservadores, nacionalistas de derecha, tradicionalistas, y otros.
Según Laje, la izquierda se caracteriza por un optimismo antropológico y un (de)constructivismo radical que no reconoce la existencia de nada que sea natural y que descompone las relaciones existentes para construir otras nuevas. Por el contrario, la derecha sería
la voluntad de armonía del todo social y sus partes, tal como éste se va dando orgánicamente, en su particularidad, en sus roles diferenciales, al margen de las intervenciones deconstructivas y reconstructivas, atomizantes y seguidamente ingenieriles, que están en la base de los proyectos de izquierdas. (2022: 236)
Para Laje, el “hombre” que acepta el principio de realidad freudiano se inclinará regularmente hacia la derecha, porque según la concepción derechista, no creamos un orden, sino que nos integramos a él, somos sus creaturas: “La concepción de un “orden natural” va precisamente en esta línea, y la praxis debe conducirse, por ello mismo, prudencialmente”. (2022: 382)[17]
En ese marco, allí donde la derecha aceptaría la existencia de diferencias naturales y complementariedad entre los sexos, la izquierda tiende a marcar las jerarquías históricamente producidas y el conflicto potencial. De hecho, Laje señala que la izquierda interpreta cualquier asimetría como opresión y cualquier diferencia como jerarquía. Por ello la izquierda primero busca descomponer esas diferencias para luego pasar a una fase de recomposición mediante ingeniería social. Precisamente, el autor ejemplifica su postura remitiendo al “feminismo de género” como una expresión decisiva del “izquierdismo cultural”:
Para éste, el problema de lo masculino y lo femenino está en que establecen, por la misma índole de sus diferencias (biológicas, psicológicas, sociales), roles sociales diferenciales. Esta vinculación será leída como “opresión”, y mientras cualquier desventaja relativa del sexo femenino será necesariamente explicada a partir de esta “opresión patriarcal”, cualquier ventaja empíricamente constatable será debidamente silenciada o leída como una “astucia” del sistema. (2022: 383)
La categoría de género permitiría a la izquierda “reducir el complejo campo de la sexualidad a sus dimensiones meramente culturales”. Esto permitiría tanto desconocer las fuerzas determinantes de la naturaleza como el hecho de que no solo hay diferencia sino también un vínculo entre los sexos. En ese marco, si la derecha reconoce, fomenta y busca armonizar esta vinculación entre distintos pero complementarios, para la izquierda, cualquier tipo de desigualdad o asimetría, cualquier vínculo entre los géneros, serán interpretados en términos de opresión, por lo cual la cooperación y la complementariedad están fuera de consideración.
Por eso, el problema de la mentalidad de izquierdas no es el de la desigualdad y la diferencia entre personas: su problema es que las relaciones mismas se basen en la desigualdad y la diferencia (porque ambos opuestos están vinculados y son jerárquicos), y, peor aún: que esa diversidad de opuestos (en este caso sexuales) lleve a una unidad no sólo beneficiosa sino necesaria para la relación plena de ambas partes. Lo que sigue es de suyo esperable: una narrativa racionalizadora que busque socavar todas estas diferencias, tanto sociales como biológicas, achacándolas a un “sistema de opresión” (el patriarcado), que una vanguardia de iluminadas (la élite feminista) ha logrado divisar, trazando el camino de la “emancipación”, que se anuncia como liberación tanto de las determinantes sociales como biológicas (2022: 384)
Según el argentino, lo epistemológico y lo político se vinculan en el discurso del adversario y en el propio. El “feminismo hegemónico de género” se inscribiría en esa lógica deconstructiva e ingenieril que sería propia del pensamiento de izquierda. Dado que la izquierda no podría pensar una relación entre los sexos que no sea de opresión, la emancipación pasaría por negar la existencia misma de determinaciones biológicas o sociales, mientras que eso no sería problema para la derecha, ya que acepta que puede haber complementariedad entre hombres y mujeres.[18] Por eso la izquierda fomentaría un conflicto entre los sexos donde la derecha cree que hay un vínculo de armonía preestablecida.
Para el autor, el “giro decisivo” tuvo lugar en mayo de 1968, cuando se inicia un nuevo ciclo de luchas centrado en la cultura y donde la clase obrera y las reivindicaciones económicas tienen cada vez menos lugar. Tanto es así, que incluso llega a sostener que, con el tiempo, se ha forjado una alianza entre grandes capitalistas (Open Society Foundation, Fundación Rockefeller, Fundación Ford, etc.) y la nueva izquierda, ya que esta no pone en cuestión el orden económico vigente, sino que permite la apertura de nuevos mercados al compás de las distintas deconstrucciones que se van operando. En ese sentido, Laje señala que si la liberación del placer, del deseo o de la sexualidad podían ser consignas subversivas hace cinco décadas, hoy serían parte de la lógica cultural y económica del propio sistema.[19] Como diría la presidenta del consiglio italiano Giorgia Meloni, el globalismo buscaría borrar nuestra identidad de partida y destruir cualquier vínculo sólido para poder vendernos otras identidades que nos desarraigan cada vez más. En ese sentido, Laje señala:
La deconstrucción de las identidades, o la radical desidentificación con cualquier carácter heredado (social o biológico), que es lo mismo, invita a continuación al shopping identitario y a las identity politics, con las que es posible llevar todavía más consumidores de rebeldías al shopping identitario. ¿A quiénes han beneficiado las “teorías de género”, si no en primer lugar a los proveedores de “terapias hormonales cruzadas” y a los proveedores de cirugías plásticas? ¿A quién beneficia la movida abortista si no, en primer término, a las industrias que venden abortos […]? ¿Qué deja el LGBT, si no lo que los mercados ahora denominan “Dinero Rosa”, además de un ejército de burócratas del “género”, la “inclusión” y la “diversidad” llenándose los bolsillos? (Laje, 2022: 414)
Este punto es interesante porque si bien Laje defiende una postura ultraliberal en lo económico, esta crítica parece cercana a la de las derechas socialidentitarias europeas y marca el carácter populista de esta ultraderecha. En dicha crítica, el progresismo socialdemócrata y el capitalismo salvaje son una y la misma cosa, y la teoría de género aparece a la vez como la nueva forma del comunismo y de estatismo y como el ariete de un capitalismo caracterizado como consumista, individualista y deshumanizante. De hecho, como hemos señalado, en estas críticas no solo existe el supuesto de que es una élite la que busca imponerle le “ideología de género” a las masas, sino que hay un recurso al anti-imperialismo, una denuncia de la colonización cultural, tan cara al discurso del Papa como al de ciertas ultraderechas de Europa centro-oriental o de la propia Meloni.
Ahora bien, al igual que Kaiser, Laje entiende que la batalla cultural está siendo ganada por la izquierda y por eso tratará de acercar dicha batalla a la derecha. Esta habría o bien desconocido la importancia de dicha batalla o bien la habría reducido al campo moral o religioso. Libertarios, conservadores, tradicionalistas, nacionalistas de derecha, formarían parte de este campo. En ese marco, uno de los límites que encuentra Laje con mucha frecuencia, sobre todo entre liberales y libertarios, es el economicismo, que tiene como resultado la tecnocracia y que es propia de la centroderecha, que Laje identifica como lo que se suele denominar “neoliberal”. Para poder salir del individualismo atomista de las corrientes neoclásicas, el autor sostiene que se debe reconocer la historicidad. En ese sentido, reconocer las realidades colectivas que preceden al individuo y lo forman no implica caer en el colectivismo. Para construir ese “nosotros” de derecha, que se opone tanto a la lógica de la izquierda ya mencionada como al tecnocratismo globalista, Laje recupera la experiencia del paleolibertarismo de Rothbard y su alianza con el paleoconservadurismo de Buchanan, donde el eje está puesto en la cultura. En ese marco, también recupera los esfuerzos del conservador Scruton para armonizar conservadurismo, nacionalismo y liberalismo y de Hayek, que desde su liberalismo terminará defendiendo una postura conservadora y antiprogresista. Al final de su libro, el autor termina de dar rienda suelta a lo que llamamos una posición populista de derechas, recuperando muchas de las dimensiones que vemos tratadas por su par chileno:
En breve, creo que una Nueva Derecha podría conformarse en la articulación de libertarios no progresistas, conservadores no inmovilistas, patriotas no estatistas y tradicionalistas no integristas. El resultado sería una fuerza resuelta en la incorrección política que podría traducirse como una oposición radical a la casta política nacional e internacional, al estatismo y al globalismo, al establishment multimediático y la hegemonía progresista que domina la academia, a los ingenieros sociales y culturales de las BigTech y del poder financiero global inclinados sin disimulo alguno hacia la izquierda cultural. (2022: 302)
Como vemos, además de incluir las más variadas corrientes e identidades sociopolíticas del arco antiprogresista, este discurso reactualiza muchas de las cuestiones planteadas por el paleolibertarismo hace tres décadas: la libertad reducida al plano económico, el combate a la inmigración, la reafirmación de las formas “naturales” de autoridad, el rechazo al globalismo, al estatismo y a las élites “socializantes” que los sostienen, el rechazo a la educación pública (especialmente la educación sexual integral) denunciada como adoctrinamiento y, fundamentalmente, al feminismo y la ideología de género como puntas de lanza de la nueva izquierda. Se trata de un discurso populista de derechas en cuanto se presenta como una defensa del hombre común -en realidad de los angry white men- frente a las imposiciones ideológicas de las élites económicas y tecnocráticas y de las castas políticas que siguen su propia agenda o que defienden a quienes no lo merecen. Este enfoque es utilizado por Trump, Bolsonaro, Milei, Meloni, Abascal, Duda, Kast y Orbán, entre otres. En ese sentido, la ideología de género se convierte en un enemigo estratégico, ya que este antagonismo permite construir una cadena de equivalencias entre distintas corrientes de derecha.
A modo de cierre
A lo largo de este trabajo, he intentado poner de relieve algunos aspectos centrales del pensamiento de Axel Kaiser y de Agustín Laje en lo que refiere a la “batalla cultural” y a la construcción de la “ideología de género” como enemigo estratégico de las nuevas derechas en dicha batalla, con el objetivo de comprender mejor el pensamiento de estos sectores cada vez más influyentes, relevando sus presupuestos teóricos y sus apuestas políticas, lo que incluye sus estrategias de polarización. Para los intelectuales analizados, la batalla cultural es un medio para la construcción de una nueva derecha que sea capaz de articular una serie de demandas e identidades sociales y dar lugar a una nueva hegemonía. En ese marco, la “ideología de género” permite “aglutinar” (Kovats y Poim, 2015) a distintas corrientes de derecha que pueden tener diferencias en otros planos, como el económico o el geopolítico (Forti, 2021). Por ello, Ravecca et al. (2022), sitúan la cruzada contra la ideología de género en una interseccionalidad de la derecha, que buscaría legitimar “las diversas jerarquías sociales a través de un ataque simultáneo a las diferentes teorías y movimientos que las desafían” (Ravecca et. al., 2022, p 4). En ese mismo sentido, Graff y Korolczuk (2022) señalan que existe una sinergia oportunista entre los populismos de derecha y los movimientos antigénero que, en su reacción frente al neoliberalismo, amenazan con destruir a la propia democracia liberal.
Como señala Eszter Kováts (2021), la política antigénero hunde sus raíces en las décadas del 1990 y 2000, pero se vuelve un fenómeno global en la última década. Si bien se originó en la Iglesia Católica, hoy el combate a la ideología de género es un elemento central para la construcción de una cadena de equivalencias entre la militancia conservadora y las derechas políticas, tanto religiosas como laicas. Por eso, la apuesta de los intelectuales analizados en este escrito se inscribe en un movimiento de amplios alcances. Ambos critican el economicismo de la (centro)derecha y ponen el eje en la lucha contra el progresismo, el igualitarismo y lo que es presentado como el “pensamiento único” de nuestro tiempo, donde la cuestión del “género” resultaría central. En ese marco, ambos buscan legitimar sus discursos apelando tanto a argumentos brindados por científicos como al “sentido común” contra la “ideología”, donde solo existirían los relatos, las percepciones y las emociones.[20] Ambos defienden una filosofía (paleo)libertaria con fuertes componentes autoritarios y reaccionarios, recurriendo a cierto naturalismo contra un mundo posmoderno que habría perdido el rumbo. Ambos se posicionan en el lugar de víctimas -al que por otro lado critican- de una hegemonía cultural opresiva cuando sus filosofías buscan defender un orden social que garantiza sus privilegios.
Cabe insistir sobre este punto, ya que un tema común a ambos autores es el de acusar a la izquierda y a la “ideología de género” de reducir el género a lo cultural, mientras que estas derechas intentan reestablecer lo que perciben como un ordo natural que ha sido alterado. Ese orden es, lógicamente, un orden jerárquico donde las clases, las razas y los sexos tienen su lugar preestablecido, donde solo hay dos sexos, que coinciden con la identidad masculina o femenina y que tienen naturalmente un deseo heterosexual y prácticas sexuales acordes.[21] Un orden orgánico en el cual la justicia radica en que cada uno cumpla con su función sin intentar ocupar un lugar que no le corresponde. En ese marco, las alternativas que presentan son tajantes: ciencia o ideología, libertad económica o estatismo asfixiante, liberalismo o totalitarismo, decencia o inmoralidad, orden o caos, ellos o nosotros.
Sin exagerar la influencia de estos autores, el sistema de ideas que sostienen se está volviendo cada vez más popular a nivel global y, en particular, en Sudamérica. Por ello, este es apenas un primer esbozo de una investigación más amplia, de carácter genealógico y crítico, sobre el pensamiento de las nuevas derechas y sus formas de polarización política.
La influencia de estas derechas viene creciendo en base a un discurso que se presenta como rebelde (Stefanoni, 2021), incluso parresiástico, frente a un establishment “políticamente correcto” que sería funcional a intereses inconfesables. Por ello, resulta útil comprender y tomar en serio estas críticas para poder atisbar un combate ideológico y político en el que se juegan no solo ciertos derechos adquiridos, sino la persistencia de las democracias liberales, cuyo rechazo es consustancial a estas perspectivas (Cfr. Hoppe, 2001; Karsten y Beckman, 2012).
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Notas